Los alemanes del Camerún: Toledo invitó a casi un millar de familias de refugiados a instalarse en la ciudad en 1916

May 31, 2017 | Autor: A. De Mingo Lorente | Categoría: Cameroon, Colonialismo, Toledo
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8TOLEDO

LA TRIBUNA LUNES 15 DE AGOSTO DE 2016

HACE 100 AÑOS... ADOLFO DE MINGO | TOLEDO [email protected]

E

l 5 de abril de 1916, con Europa desangrándose en las trincheras de la Gran Guerra, el Ayuntamiento de Toledo acogió un particular pleno municipal. Filiberto Lozoya, concejal conservador y alcalde de la ciudad hacía apenas un año, propuso abrir las puertas de la ciudad a nada menos que un millar de familias de refugiados procedentes de África central. Cien años después, sería inevitable denunciar la falta de equivalencia con la actual situación en Siria de no ser porque aquellos africanos eran rubios, de ojos azules y compatriotas de la reina madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena. Británicos, franceses y belgas acababan de desmantelar el imperio colonial alemán, del que Kameroon (Camerún, «Camerón» en la prensa española del momento) formaba parte desde 1884. Más de treinta años de protectorado en los que las empresas alemanas se enriquecieron a costa de la construcción de infraestructuras y la explotación de plantaciones, desarrollando una cruel política colonial comparable a la que Bélgica llevaba a cabo en esas mismas fechas en el vecino Congo. Poco más de un año después del inicio de la Primera Guerra Mundial, casi 900 de estos súbditos alemanes, bajo las órdenes del coronel Zimmermann, así como varios miles de soldados y civiles locales, se vieron obligados a atravesar la frontera con Guinea y acogerse a la neutralidad que España mantenía durante el conflicto. Río Muni y Fernando Poo fueron su destino, en campos de internamiento, hasta finalmente ser trasladados a España -sólo las familias alemanas- en dos trasatlánticos con destino a Cádiz. Se trataba de «los alemanes del Camerún», cuya aventura inspiró al historiador Carlos A. Font Gavira la publicación de un interesante ensayo hace apenas dos años. En él recogió la formación de varias pequeñas colonias en España, como la zaragozana -uno de cuyos refugiados, Schneider, importó la fórmula de la cerveza Ámbar- y la pamplonesa. Más de 150 alemanes fueron instalados en Alcalá de Henares, donde tenían la escandalosa costumbre de bañarse desnudos en el río. La acogida brindada a los refugiados en sus destinos fue muy entusiasta, a excepción de algunas voces que, desde la prensa liberal -de tendencia aliadófila, partidaria de apoyar al Reino Unido y Francia-, recordaron algunas recientes vergüenzas alemanas, como el fusilamento de cinco españoles inocentes en la ciudad belga de Lieja el año anterior. Varios concejales conservadores del Ayuntamiento toledano, como el exalcalde Lozoya o el maurista Manuel Cano Gutiérrez -de ideas abiertamente germanófilas, como la mayor parte de los periódicos de la ciudad en aquel entonces-, propusieron al pleno que se dirigiera al embajador alemán y comunicarle «que el pueblo de Toledo vería con agrado viniesen a establecerse a esta capital los alemanes que tienen que abandonar las posesiones africanas del Ca-

Tropas alemanas en Camerún, en donde Alemania estableció un protectorado entre 1884 y 1916.

LOS ALEMANES

DEL

CAMERÚN El Ayuntamiento de Toledo se ofreció para acoger a casi un millar de familias de refugiados en 1916, cuando Alemania perdió su imperio colonial en la Primera Guerra Mundial. Fue una propuesta de

concejales germanófilos como Filiberto Lozoya y Manuel Cano que llegó a aprobarse en pleno, aunque finalmente no prosperó

Jefe tribal camerunés, con yelmo y coraza alemanes, al servicio del emperador.

merún por causas de la guerra». Filiberto Lozoya, en presencia del alcalde de la ciudad (Félix Ledesma Navarro) y de una decena de concejales, aseguraba que la presencia del millar de familias refugiadas beneficiaría con largueza a los toledanos. «No ya por los ingresos que puede reportar la estancia de más de 1 000 súbditos germanos -recogía El Eco Toledano el 6 de abril-, sino también porque tratándose de un país tan culto, tan científico, tan industrial y tan activo como es Alemania, las iniciativas y la ciencia de estos podrían ser de sumo beneficio y prosperidad para esta capital». La iniciativa no salió adelante. Medios conservadores como el semanario católico El Pueblo achacaron el fracaso al «carácter indolente e inactivo, enemigo de empresas, miedoso de innovaciones, remiso para la explotación», que, siendo propio de todos los españoles, «se halla como reconcentrado en Toledo». ‘Predicar en el desierto’ era el editorial de apertura de este periódico el 9 de abril de 1916, en donde lamentaban que Toledo permaneciese fuera de la modernidad cuando ciudades similares, como Guadalajara, acogían inversiones como la recién

realizada por los Altos Hornos de Vizcaya. «Aquí ni nos hemos enterado, y aún sabiéndolo, nos quedamos en el mismo sosiego, viendo al vecino subir, mejorar y ensanchar su hacienda y su crédito, mientras el nuestro se debilita, nuestro haber se va mermando con la exposición del hambre o la pobreza, en el caso de que cualquier circunstancia nos arrebatara los dos o tres elementos de existencia que tenemos». Desconocemos si la invitación a los refugiados no cuajó por iniciativa de los propios alemanes (partidarios de instalarse en ciudades más industriosas) o bien se debió a la negativa de un tejido social que en aquel momento apenas se extendía más allá de las murallas de la ciudad medieval y no superaba los 25 000 habitantes. «No censuro lo que encierra una muestra de la hospitalaria caballerosidad del pueblo toledano -exponía bajo el seudónimo de ‘Ignotus’ un columnista de opinión en El Día de Toledo-, pero creo que el municipio, indudablemente con excelente deseo, ha ofrecido una cosa que, de ser aceptada, no podría en modo alguno dársele cumplimiento». Toledo no ofrecía en aquellos momentos infraestructuras suficientes ni para una pequeña parte del millar de familias refugiadas. «Supongo que nuestros futuros convecinos al proponerse implantar en Toledo las industrias serán personas adineradas, que no han de establecer, cual las tribus húngaras, un aduar o campamento extramuros de la población. ¿Contamos con edificios para que instalen sus industrias? Dado caso de que en la parte propicia al ensanche [por donde algunos años más tarde se extenderá el barrio de Santa Teresa] se construyeran viviendas para los mil alemanes, ¿dónde se iban a alojar entre tanto? La razón y la lógica no admiten discusión, y demuestran palpablemente que, con el más excelente y hospitalario deseo, se ha cometido un error imperdonable».

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