Locura e ingenio: los frenéticos de Huarte de San Juan entre la teoría (médica) y la práctica (narrativa)

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Descripción



Diseño: Gerardo Miño Composición: Laura Bono

Edición: Primera. Enero de 2016

Tirada: 600 ejemplares ISBN: 978-84-16467-19-8 Lugar de edición: Buenos Aires, Argentina

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Locura e ingenio: los frenéticos de Huarte de San Juan entre la teoría (médica) y la práctica (narrativa)1 Or Hasson Universidad Hebrea de Jerusalén

Para Isaías Lerner, in memoriam

Introducción

L

a vinculación entre la locura y el ingenio, el saber, o el acceso privilegiado a la verdad es, probablemente, uno de los tópicos más transitados tanto en la historia de la reflexión teórica sobre la psique humana, como en la representación artística de sus desvíos. La paradójica asociación entre la sinrazón, la enfermedad, o el estar fuera de sí, con los extraordinarios dones intelectuales, ha sido tratada –ya desde la Antigüedad– desde perspectivas muy distintas, y uno de los rasgos principales de los intentos de teorizarla es la tensión entre un discurso natural y discursos sobrenaturales, sean metafísicos, teológicos u otros.2 A fin de apreciar el lugar que este tópico ocupa en el imaginario cultural de la España aurisecular, basta aludir a los dos locos paradigmáticos de la obra cervantina –el ingenioso hidalgo y su no menos agudo “hermano menor”–, o seguir las vivas discusiones en la ciencia española de la segunda mitad del s. xvi acerca de las extraordinarias capacidades intelectuales de los melancólicos. Sin duda, el más destacado entre los tratados de medicina que se ocuparon del tema –y el que mayor éxito editorial tuvo– es el Examen de ingenios para las ciencias, escrito por el médico navarro Juan Huarte de San Juan, 1 El trabajo presente está basado en un estudio mayor, consagrado al diálogo entre la medicina y la literatura respecto de la “locura ingeniosa”, y en particular al diálogo entre Huarte, sus lectores, y El licenciado Vidriera. Dada la extensión del estudio original que espero publicar en un futuro próximo, incluyo aquí sólo una versión reducida de su primera parte, dedicada a Huarte. Quisiera expresar mi profundo agradecimiento a mi profesora Ruth Fine, cuya ayuda y cuyos consejos me han sido indispensables para la realización del trabajo presente. Asumo, desde ya, la responsabilidad de cualquier error o inexactitud que se hallen en él. 2 Piénsese, por ejemplo, en el tratado pseudo-aristotélico sobre la melancolía, Problema xxx, 1, que atribuye las extraordinarias capacidades de los melancólicos a las características (físicas) del humor atrabiliario (Klibansky et al., 1964, 3-66), o en el discurso de Sócrates en el Fedro, (especialmente 243e-245c) (Plato, 1982, 464-69), sobre las maravillas de la manía inspirada, que relacionan esta última con lo divino.

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e impreso por primera vez en Baeza en 1575.3 Ya sea por su impacto en el campo de la ciencia europea, ya sea por su estrecha relación con la literatura de su tiempo –y especialmente la cervantina–, el célebre tratado y su análisis de la locura ingeniosa han convocado la atención de los estudiosos desde hace más de un siglo (Salillas, 1905; Iriarte, 1948; Peset Llorca, 1955; Scott Soufas, 1990; Schleiner, 1985, 1991, Orobitg, 1997, 2010; Linden, 1999; Bartra, 2001; Müller, 2002; Gambin, 2008, entre otros). No obstante, en mi opinión, uno de los rasgos significativos de la obra –su polifonía– no ha sido suficientemente atendido. Me refiero a la multiplicidad de voces y discursos que una lectura atenta de las fisuras del texto y de sus incoherencias revela, poniendo de manifiesto el conflicto o la tensión entre dos (o más) voces. En lo que respecta a la relación entre la locura y el ingenio, la polifonía del texto huartiano se evidencia a partir de dos tensiones significativas: la primera, entre la explicación teórica y la práctica narrativa, y la segunda, entre el paradigma de lo natural y el de lo sobrenatural, que Huarte tanto intenta diferenciar. Dadas las limitaciones del trabajo presente, mi lectura se centrará en la primera tensión, dejando la segunda para otra ocasión. Comenzaré, entonces, por contextualizar los planteamientos teóricos de Huarte respecto de la relación entre la locura y el ingenio, y luego pasaré a dos de los casos que relata para ejemplificarlas, mostrando la brecha existente entre el nivel teórico y la “práctica” narrativa. Para terminar, me referiré brevemente a dos lectores de Huarte –Jerónimo de Mondragón y Francisco de Villarino– cuyas lecturas del relato, a mi juicio, permean la polifonía del Examen.

El Examen: claves para la lectura El Examen, como reza su portada, está dedicado al estudio de la “diferencia de habilidades que hay en los hombres y el género de letras que a cada uno responde en particular”, un proyecto que, en un principio, no tiene mucho en común con la locura o las enfermedades relacionadas con ella. “Es obra –promete Huarte– donde el que la leyere con atención hallará la manera de su ingenio” (p. 147).4 Es decir que, más allá de las cuestiones teóricas que aborda y sus proyecciones prácticas, el Examen se presenta como herramienta para llegar al autoconocimiento a través de su lectura. Pero, como nos advierte Huarte en su proemio, el Examen no está destinado a cualquier lector, pues contiene una “doctrina grave, sutil y –lo más 3 Una detallada descripción de las numerosas ediciones, reimpresiones y traducciones del Examen puede encontrarse en Iriarte (1948, 63-86 y 100-34), y en Serés (1989, 108-22). 4 Todas las citas del Examen están tomadas de la edición de Serés (1989), y en las referencias a ésta sólo indico el número de la página. En todos los casos, el énfasis es mío.

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importante– apartada de la vulgar opinión”, que no será comprensible para aquellos que tienen ingenios “vulgares” (p. 157). El principio metodológico que distingue esta doctrina, de la cual Huarte se considera el “primer inventor”, es su capacidad o, mejor dicho, su afán de mantener la discusión siempre dentro de los límites de la Philosophia naturalis, evitando lo que “mayor daño hace a la sabiduría del hombre”, que es “mezclar las ciencias, y lo que es de la filosofía natural tratarlo en la metafísica y lo que es de la metafísica en la filosofía natural” (p. 258). Un segundo rasgo de la metodología de Huarte es el énfasis en la observación directa de la naturaleza, frente a la autoridad de los clásicos, que son muchas veces cuestionados y criticados en el Examen.5 La tesis principal del Examen que corresponde al primer planteamiento metodológico es que el ingenio de cada uno, o el funcionamiento de las facultades del ánima racional –la memoria, el entendimiento y la imaginativa– depende de la naturaleza del individuo, es decir, de la constelación humoral específica de su temperamento, y en el grado de calor, frialdad, humedad y sequedad de su cerebro.

Locura e ingenio: de la visión teórica a la práctica narrativa La discusión más elaborada de la locura en el Examen se halla en el cuarto capítulo de la edición de 1575 (el séptimo de la segunda edición de 1594), donde Huarte intenta ampliar el alcance de su teoría biológica hacia los saberes que ordinariamente se adquieren a través del estudio y la disciplina, arguyendo que “si el celebro tiene el temperamento que piden las ciencias naturales no es menester maestro que nos enseñe” (p. 304). Ello significa que ciertas condiciones físicas pueden hacernos hablar latín, discurrir científicamente, dominar el arte de la retórica o metrificar, sin haber aprendido nada de ello antes. Huarte invita a sus lectores a considerar lo que, según él, …acontesce cada día. Y es que si el hombre cae en alguna enfermedad por la cual el celebro de repente mude su temperatura (como es la manía, melancolía, y frenesía) en un momento acontesce perder, si es prudente, cuanto sabe, y dice mil disparates; y si es necio, adquiere más ingenio y habilidad que antes tenía (pp. 304-05).

5 Estos rasgos de la obra de Huarte –novedosos, sin duda, para su tiempo– han llevado a varios estudiosos de la primera mitad del siglo pasado a identificar a Huarte con el espíritu moderno de la psicología como ciencia experimental, dejando de lado los (muchos) momentos en los que el texto del Examen se aleja de sus ideales metodológicos. Ver, por ejemplo, De Vleeschauwer (1948); Iriarte (1948); y una evaluación más equilibrada en Martín Araguz y Bustamante Martínez (2004).

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Cabe subrayar que este cambio radical y repentino de las capacidades intelectuales (“en un momento”) no se debe, según Huarte, a la locura en sí, sino a una alteración en el cerebro del enfermo. Es decir, que la locura –o las enfermedades asociadas con ella– no se relacionan a priori con la necedad disparatada ni con las altas o maravillosas capacidades intelectuales, sino con la alteración, la permutación y el movimiento entre extremos. Para apoyar su tesis, y conforme al principio metodológico que favorece la observación más o menos directa de los fenómenos, Huarte pasa a narrar algunos casos a través de los cuales promete que este cambio radical “se entienda por experiencia”. Bien consciente de lo atrevida que es su tesis, el médico trata de anticipar el rechazo que ésta provocará en algunos lectores, destacando el espanto, la maravilla y la admiración como reacciones típicas del vulgo ignorante ante estas cosas que no se pueden creer, así como el error común de los que no entienden la filosofía natural, recurriendo a explicaciones metafísicas de intervención divina o diabólica, las cuales considera supersticiones vulgares (“esta manera de hablar ya la dejamos reprobada atrás”).6 Y así, los primeros casos relatados por el médico en primera persona, corresponden no sólo al principio teórico del cambio radical expuesto en el capítulo, sino también al modelo retórico-epistémico que le acompaña. Cito aquí el primero: De un rústico labrador sabré yo decir que, estando frenético, hizo delante de mí un razonamiento ]…[ con tantos lugares retóricos, con tanta elegancia y policía de vocablos como Cicerón lo podía hacer delante del Senado. De lo cual admirados los circunstantes, me preguntaron de dónde podía venir tanta elocuencia y sabiduría a un hombre que estando en sanidad no sabía hablar; y acuérdome que respondí que la oratoria es una ciencia que nace de cierto punto de calor, y que este rústico labrador le tenía ya por razón de la enfermedad (pp. 305-06). Este breve relato o testimonio clínico tiene todas las características de un buen textbook case: un hombre ignorante, que estando enfermo adquiere, a causa de “cierto punto de calor”, una capacidad o un conocimiento que no tenía. No menos importante, sin embargo, es el hecho de que el relato destaque la admiración de los circunstantes –que proviene de su desconocimiento de la verdad–,7 y finalmente el saber del médico que remedia tanto la 6 La asociación entre el vulgo y la ignorancia, según muestra Otis Green (1957, 192-93), es carac­ terística de la retórica humanista de la época. 7 Cabe citar aquí la definición de admiración que ofrece el Tesoro de la Lengua Castellana o Espa­ ñola de Covarrubias: “es pasmarse y espantarse de algún efeto que ve extraordinario, cuya causa inora” (y véanse también las entradas espantar y maravilla).

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ignorancia de esos “circunstantes” como la de los lectores, quienes pueden vicariamente convertirse en sujetos que saben y entienden la doctrina grave y sutil de Huarte, alejándose así de la ignorancia del vulgo. A los lectores de más capacidad o conocimiento, Huarte les ofrece una nota al margen, explicando exactamente de qué grado de calor se trata y a qué mecanismos físicos se debe el cambio. El segundo caso, que trata de otro rústico frenético que empieza a hablar en coplas, sigue la misma estructura, y corresponde al mismo modelo teórico, retórico y narrativo. A partir del tercer caso, empero, algo distinto empieza a suceder: el relato, que es sin duda el más leído y analizado por la crítica cervantina (e.g., Salillas, 1905; Iriarte, 1948; Sampayo Rodríguez, 1986; Schleiner, 1985, 1991; Sánchez Salor, 2008), parece tener una intencionalidad muy distinta: Pero esto es cifra y caso de poco momento respecto de las delicadezas que dijo un paje de un Grande de estos reinos estando maníaco. El cual era tenido en sanidad por mozo de poco ingenio; pero caído en la enfermedad, eran tantas las gracias que decía, los apodos, las respuestas que daba a lo que le preguntaban, las trazas que fingía para gobernar un reino del cual se tenía por señor, que por maravilla le venían gentes a ver y oír, y el proprio señor jamás se quitaba de la cabecera rogando a Dios que no sanase. Lo cual se pareció después muy claro. Porque, librado el paje de esta enfermedad, se fue el médico que le curaba a despedir del señor, con ánimo de recebir algún galardón o buenas palabras; pero él le dijo de esta manera: “Yo os doy mi palabra, señor doctor, que de ningún mal suceso he recibido jamás tanta pena, como de ver a este paje sano; porque tan avisada locura no era razón trocarla por un juicio tan torpe como a éste le queda en sanidad. Paréceme que de cuerdo y avisado lo habéis tornado nescio, que es la mayor miseria que a un hombre puede acontescer.” El pobre médico, viendo cuán mal agradecida era su cura, se fue a despedir del paje; y en la última conclusión de muchas cosas que habían tratado, dijo el paje: “Señor doctor, yo os beso las manos por tan gran merced, como me habéis hecho en haberme vuelto mi juicio; pero yo os doy mi palabra, a fe de quien soy, que en alguna manera me pesa de haber sanado, porque estando en mi locura vivía en las más altas consideraciones del mundo, y me fingía tan gran señor que no había rey en la tierra que no fuese mi feudatario. Y que fuese burla y mentira, ¿qué importaba?, pues gustaba tanto de ello como si fuera verdad. ¡Harto peor es ahora, que me hallo de veras que soy un pobre paje y que mañana tengo que comenzar a servir a quien, estando en mi enfermedad, no le recibiera por mi lacayo!” (pp. 308-09). Una lectura superficial del relato puede dar la impresión de hallarnos frente a otro ejemplo que demuestra (o hace entender por experiencia) la

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teoría del cambio radical. Aquí también hallamos un paciente que, supuestamente, a causa de su enfermedad, “adquiere más ingenio y habilidad”, algo que provoca admiración en su entorno, y luego, el paciente recobra la salud, el juicio, y su necedad pre-mórbida. No obstante, si leemos el texto como el mismo Huarte nos pide, es decir, con atención, nos daremos cuenta de que tanto la estructura como la intencionalidad del relato son otras. Si en los primeros casos, presentados como testimonios personales de Huarte, la perspectiva del médico –a quien identificamos con el autor del tratado y con su voz narrativa– permitía descubrir una verdad particular sobre la naturaleza biológica del saber, en el último caso tenemos tres perspectivas distintas, la del médico, la del narrador, y la del autor, y ninguna de ellas concluye en una misma lección: la perspectiva del médico, a quien se refiere aquí en la tercera persona, se limita al deseo banal de “recebir algún galardón o buenas palabras”, sin aportar nada acerca de la condición de su paciente; el narrador cuenta que el paje era tenido por mozo de poco ingenio, pero ningún lector que cuestione “la vulgar opinión” podrá conformarse con el juicio sin fundamento de esta voz, sin que algo apoye dicha opinión. Más difícil aún es dar crédito a la declaración del narrador de que el paje fue “librado de esta enfermedad” –lo cual implicaría que ha vuelto también a su supuesta necedad– cuando las últimas palabras del paciente muestran tanto su buena comprensión de la situación como su impecable capacidad de razonar. Esta brecha o contradicción no pasa desapercibida por el autor, quien, en nombre de la coherencia científica, añade una nota al margen del relato, diciendo que “este paje aún no había sanado del todo” (p. 309, n. 41).8 Y así, la voz de Huarte no sólo contradice la afirmación del narrador, sino que nos indica que el relato que acabamos de leer no es un ejemplo adecuado del principio teórico que pretende mostrar (CF. Schleiner, 1985, 162). En tanto que en los primeros casos la admiración de los circunstantes ante las extraordinarias capacidades de los locos servía principalmente como pretexto para que el médico pudiera presentar su explicación científica, aquí el asombro del entorno ante la maravilla asume un papel casi protagónico: es lo estimado como maravilla que atrae a la gente para que venga a ver y oír al paje, y termina convirtiéndolo en un oráculo; y es su condición de maravilla que invierte, o por lo menos cambia la relación entre amo y criado, y todo esto –sin dirigir la atención del lector hacia ninguna enseñanza de índole médica o científica.

8 En la edición citada, la nota de Huarte aparece con la palabra “pasaje” en lugar de “paje”. Se trata de una errata de trascripción.

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Recepción de Huarte La tensión entre el modelo teórico propuesto por Huarte y la intencionalidad (intentio operis) del relato que pretende ejemplificar dicho modelo puede entenderse como un conflicto entre un discurso médico que dirige la mirada hacia el individuo, y una perspectiva cuyo enfoque es la interacción entre el individuo y el entorno social. Dicha tensión no pasó desapercibida por los contemporáneos de Huarte, como muestran en particular las lecturas de Jerónimo de Mondragón y Francisco Hernández de Villarino.9 El primero es el jurisconsulto aragonés Jerónimo de Mondragón, quien publica en 1598 una imitación de la Moria erasmiana, intitulada Censura de la locura humana y excelencias della. En esta obra, que poco o nada tiene que ver con la medicina, Mondragón reproduce, casi palabra por palabra, la historia del paje maníaco, presentándola no como “caso” sino como “gracioso cuento” referido por un “cierto grave varón de nuestra España”, cuya profesión no menciona (Vilanova, 1953, 183). De este modo, el relato pasa a ser una anécdota que junto a otras semejantes enseña “cómo, para ser uno dichoso en esta vida ha de ser loco para’l mundo” (p. 182). Si bien Mondragón introduce algunos cambios en la narración y la simplifica, la facilidad con que consigue integrarla a un texto satírico o moral se debe a la intencionalidad del relato, que más tiene de social (y erasmiano) que de médico.10 El segundo lector, cuya recepción crítica del Examen nos señala otros modos de pensar la relación entre la locura y el ingenio –tal vez más semejantes a lo que tenemos en El licenciado Vidriera– es el médico zaragozano, Francisco Hernando Díez de Villarino, cuya obra manuscrita, Advertimientos sobre el libro intitulado Examen de ingenios del doctor Juan Huarte, ha sido prácticamente soslayada por la crítica.11 El texto de los Advertimientos –escrito probablemente en los años noventa del s. xvi– es un detallado 9 Dado que el objeto de este trabajo es la brecha entre lo teorizado y lo narrado, omito aquí la crítica de Andrés Velásquez, quien polemiza extensamente con Huarte en el Libro de la melancolía (Sevilla, 1585). La crítica de Velásquez se centra en el nivel teórico, y, si bien no es completamente irrelevante para nuestro caso, ilumina principalmente la tensión presente en el Examen entre el discurso natural y el discurso metafísico. Ver Peset Llorca, 1955; Bartra, 2001; Gambin, 2008. 10 El comentario que hace después Mondragón enfatiza aún más el aspecto social del relato huartiano: “¿No es […] cosa de ser en estremo embidiada, que un hombre de baxa condición, i casi de las hezes del ignorante vulgo, por virtud i medio de la inocentíssima locura, entre en tal humor que se imagine, i verdaderamente crea, ser emperador i monarca […]?” (p. 184). Sobre la ironía de Mondragón y el discurso satírico de la locura en las imitaciones españolas de la Moria, ver Tausiet (2010). 11 Una importante excepción es el trabajo del hispanista italiano Felice Gambin (2008), quien vuelve a introducir el texto en el debate crítico sobre el Examen, e incluso cita algunas líneas del manuscrito (pp. 178 y 210-11). Nótese que la signatura del manuscrito en la BNE es 2269 y no 2289, como aparece en la referencia bibliográfica.

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escrutinio del Examen, donde Villarino comenta y critica varios pasajes de cada uno de los capítulos del tratado. En el caso del cuarto capítulo, Villarino se opone a la tesis del cambio radical por razones empíricas: “no es ésta regla general, ni aun entiendo ser verdadera, porque en esperiencia hemos visto personas doctísimas cayendo en frenesía, no sólo no dar en desbarates, más aun decir cosas muy sublimadas que causaban admiración” (f. 45r). Villarino insiste en que la relación entre la condición del individuo antes de enloquecer y la naturaleza de su locura es una relación de continuidad y no de inversión. Si bien no descarta por completo la posibilidad de que la enfermedad cambie, e incluso aumente las capacidades intelectuales del paciente, explica que “no [puede ser] en aquel extremo como éste ]Huarte[ dize del labrador y del paje”, que “son exemplos que no los quiero yo creer” (f. 45v). La explicación que propone para aquellas supuestamente maravillosas manifestaciones de ingenio otorga mayor importancia al factor social, que a los cambios propiamente dichos de ingenio, defendidos por Huarte: …ay muchas personas que […] por no tener […] buena explicativa, porque de suyo son tan escuros de condición que no se curan de referir lo que entienden ni sacar en plaça su buen juizio, están para con el vulgo habidos y reputados por inábiles y groseros [...] Después, si por enojo o necesidad o por phrenesía [...] salen de su modesta costumbre arrojando en plaça y como descubriendo sus buenos entedimientos […] piensan que es marabilla, y no lo es, a lo menos no grande (ff. 45v-46r). En otras palabras, Villarino nos dice –sin descartar la influencia del factor físico– que el excepcional ingenio de algunos locos radica más en la expectativa del público (“vulgo”), y en la interacción del individuo con su entorno social, que en un verdadero cambio radical, fruto de una repentina manifestación de saberes de los que carecían hasta ese momento. Si bien los textos de Villarino y de Mondragón –muy diferentes uno del otro, por cierto–, asumen posturas que podrían ser vistas como opuestas –rechazo en el caso del médico, apropiación en el caso del jurisconsulto moralizador–, los dos hacen explícito el discurso social que estaba subyacente en el Examen, y enfatizan el poder (aunque sólo en apariencia) de la maravilla y de la opinión del público, todo lo cual entra en tensión con la verdad natural –e individual– en la que tanto insistía Huarte.

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