Lo que cuesta la crisis. Dificultades y desventajas en la infancia y adolescencia.

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Descripción

LO QUE CUESTA LA CRISIS

Magdalena Gelabert Horrach. Movimiento Socio Educativo Elauvo [email protected] Francisco J. Caparrós. Movimento Socio Educativo Elauvo [email protected]

Resumen. En este trabajo hemos intentado realizar un breve repaso sobre las consecuencias de vivir en la pobreza durante la infancia, con el foco puesto en un exponente básico de la misma: la pérdida del hogar. Los resultados nos permiten plasmar el complejo entramado de respuestas fisiológicas que afectan al desarrollo, tanto afectivo como cognitivo, de los niños y niñas víctimas de esta realidad. Es necesario aproximarnos al problema de forma proactiva, ya que de lo contrario condenamos a la invisibilidad a una parte significativa de un grupo social cada vez más homogéneo como son los jóvenes vulnerables y de difícil emancipación, pues las estrategias adaptativas que las víctimas pondrán en marcha para hacer frente a la agresión, repercutirán notablemente en nuestro futuro y cambiará profundamente la naturaleza de nuestra organización social.

Palabras clave: emancipación y pobreza, desarrollo cognitivo y emocional, violencia y victimización en la infancia. Abstract. Im this work we have tried to make a brief summary about the consequences of living in po erty during childhood, focusing on a basic exponent: the loss of their homes. Results allow us to translate the complex framework of fisiological responses which affect the development, as well as affective as cognitive, of children who are victims of this situation. It is necessary to approach this problem in a proactive way. On the contrary, we would be condemning to invisibility to a large part of a social group that is becoming more homogeneous, in this case vulnerable young people who have difficulties to become emancipated, as the adaptative strategies that the victims will put into action to face agression, will have repercussions in our future and will change deeply the nature of our social organization. Key words: empancipation and poverty, cognitive and social development, violende and victimization in childhood.

Contextualización. La respuesta fisiológica a las adversidades tiene elevados costes tanto socioemocionales como económicos. La pobreza produce un deterioro progresivo en la calidad de vida de las personas que la padecen y si se es víctima de ésta en la infancia, las repercusiones en el desarrollo futuro son significativas. Una nueva forma de abordar la problemática puede permitirnos escapar de heurísticos de atención que impiden avanzar hacia soluciones concretas, en una sociedad moderna no cabe dañar al sector más frágil de su entramado ciudadano. La pobreza se hereda, y la pobreza en la infancia es pobreza familiar, impuesta, una forma de violencia económica y social basada en la obstaculización de la cobertura de las necesidades básicas, resultado de un modelo económico que aplaude la desregularización de servicios mediante el ideal de la eficiencia financiera a través de la exaltación de la cultura del esfuerzo personal, y así asistimos a la aceptación general del discurso “thatcheriano” de que las prestaciones sociales deben responder in extremis a situaciones derivadas de la irresponsabilidad asociada a características individuales (Owen, 2012). Más allá de intencionados estereotipos, el inadecuado desarrollo de las competencias emocionales y cognitivas en la infancia y la adolescencia puede asociarse a estrategias desadaptativas que dificultan severamente la transición hacia la vida adulta, que deberían ser objeto de atención prioritaria en las intervenciones socioeducativas (López, Santos, Bravo y Valle, 2013). El discurso de las responsabilidades personales tiene poco sustento, al observar con detenimiento la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) del año 2014, que señala cómo el 22,2% de la población española está en riesgo de pobreza. Especialmente preocupante es la situación en hogares donde hay hijos dependientes y donde el análisis de los últimos seis años refleja el repunte de la pobreza que afecta a los menores.

La mayoría de las personas que viven en la pobreza son niños, siendo la deprivación emocional y económica en estos primeros años un potente precursor de situaciones de pobreza en la vida adulta (Sepúlveda y Nyst, 2012). La escasez de iniciativas presupuestarias serias, debe ponernos sobre aviso y activar todo tipo de alarmas acerca de lo que sucede cuando las familias con hijos menores no pueden hacer frente a sus gastos, lo que Wilkinson y Pickett (2009) consideran como un asunto de salud pública, dado el impacto que se deriva de esta situación, sobre todo si atendemos al hecho de que las familias de bajos ingresos proporcionan a sus hijos dietas menos sanas y una alimentación inadecuada deriva en problemas de obesidad (Gatnau, 2015), déficit del desarrollo fisco e intelectual y, sobre todo, emocional (Síndic de Greuges, 2013). Uno de los trances más severos en los que puede verse una familia es la pérdida del hogar, una situación de estrés que trastoca las relaciones e incide en la salud y el bienestar del grupo. En España, según el Consejo General del Poder Judicial, se han producido cerca de 569.144 ejecuciones hipotecarias desde 2007. La mayoría de las familias atrapadas en un proceso de desahucio son hogares formados por personas jóvenes con hijos a su cargo. Sobresalen en primer lugar las sustentadas por mujeres solas, seguidas de cerca por familias reagrupadas en torno a una persona mayor que se convierte en la sustentadora principal. Especialmente preocupantes son los núcleos sustentados por varones nacionales mayores de 40 años afectados por el paro de larga duración, y familias de ciudadanos extracomunitarios sin ingresos (Observatorio de la Realidad Social de Cáritas, 2012). Los estudios realizados por Kingsley, Smith y Price (2009), a raíz del desplome inmobiliario en EEUU, demuestran cómo afrontar la pérdida dramática del hogar supone una exposición prolongada al estrés de alta intensidad, episodio que algunos autores catalogan como patológico. Ramis-Pujol y Cortés (2014), catalogan las consecuencias de esta vivencia como catastróficas, pues la persona sufre un colapso emocional que cursa con sintomatología similar a la presentada por un cuadro de estrés postraumático. Otros estudios alertan de las consecuencias negativas de las ejecuciones hipotecarias que, sin lugar a dudas, colocan a las familias en situación de vulnerabilidad extrema, no solo económica sino también de profunda incertidumbre respecto a su futuro. Kingsley, et al. (2009), verifican que la parte más débil de este proceso son los menores y las personas mayores, pues carecen de habilidades para adaptarse a la nueva situación de forma inmediata. Para los niños y adolescentes, la falta de un hogar estable influye negativamente en su desarrollo físico y emocional, siendo visibles a largo plazo problemas de ajuste social y personal, ya que los cambios en las condiciones económicas de las familias transforman las formas de convivencia y de solidaridad (Laparra y Pérez, 2012), eje esencial de los procesos de integración social. En otro estudio realizado por Jordan y Zahirovic-Herbert (2011) en EEUU, para analizar las consecuencias de las ejecuciones hipotecarias sobre los niños, determinan que los menores obligados a abandonar su domicilio habitual en el marco de una ejecución hipotecaría, desarrollan problemas conductuales visibles, presentando frecuentes episodios violentos y desafiantes en el entorno escolar así como absentismo y

abandono prematuro del sistema educativo. Con anterioridad, Becker y Mulligan (1997) analizaron las consecuencias de la inestabilidad en el hogar, afirmando que ésta puede ser un factor determinante en la impulsividad y en el fomento de estrategias inadecuadas a la hora de afrontar el riesgo en la primera infancia, que se mantendrán en la edad adulta ya que los hijos adquieren de sus padres estrategias inadecuadas de afrontamiento al estrés. Afirmar que la pobreza determina los estilos de crianza puede parecer pretencioso, sin embargo los datos indican que la exposición prolongada al estrés afecta, inequívocamente, al adecuado desarrollo de la autoestima (Kingsley, et al., 2009), y sabemos que los padres desplazan su atención hacia aspectos relacionados con la nueva situación, perdiendo su capacidad para mantener la adecuada supervisión de sus hijos. En estrecha relación con la pérdida del hogar se halla la progresiva precarización del mercado de trabajo, que ejerce un extraordinario impacto en la composición de nuevos grupos familiares obligando a convivir individuos de varias generaciones. El hogar se convierte en fuente de estrés con escasas condiciones de habitabilidad, consecuencia de los bajos ingresos y la inestabilidad, aspectos que van aumentando las contingencias para el aumento de la violencia en el hogar. Estas situaciones van atrapando a los jóvenes que manifiestan crecientes dificultades para su emancipación, la cual en España se va retrasando progresivamente debido a la inestabilidad y a la baja intensidad del empleo, y que multiplica sus efectos si a ello sumamos escasa formación académica, pues los niños y jóvenes que pierden la estabilidad que proporciona un hogar seguro son presas del embotamiento emocional, al igual que los adultos, lo que dificulta su adecuada integración social y entorpece el aprendizaje. Los resultados aportados por el informe PISA vinculan problemas emocionales y del comportamiento, así como los bajos resultados en habilidades lectoras y matemáticas, a las condiciones del hogar y al clima familiar inestable. En esta línea, la American Psychological Association, publicó un estudio realizado por Loughan y Perna (2012), alertando de que dado que la mayor parte del crecimiento del cerebro se produce durante los primeros años de vida, es vital prestar especial atención a la estimulación, la atención y el apoyo emocional, así como la adecuada alimentación de los niños, pues estos factores contribuyen al crecimiento saludable del cerebro. Son cuidados que, esencialmente, le preparan para el aprendizaje y difícilmente pueden darse en hogares victimas del estrés la inestabilidad emocional y económica. Loughan, y Perna, (2012), demostraron que la pobreza correlaciona de forma significativa con escasas habilidades cognitivas y académicas en niños menores de siete años, manteniéndose los resultados incluso después de controlar variables como la educación de la madre, la estructura familiar, el origen étnico, el peso al nacer y el sexo. Las investigaciones realizadas sobre el funcionamiento neurocognitivo de los niños víctimas de negligencia o abandono emocional, muestran cómo esta tipología de violencia aumenta las probabilidades de desajustes psicosociales y de la aparición de psicopatologías, disfunción cerebral y déficits cognitivos, incluyendo el deterioro en la función ejecutiva, la atención, el enlentecimiento del procesamiento de la información, trastornos del lenguaje, la memoria y las habilidades sociales.

Los datos sugieren, que los niños que crecen en hogares pobres, experimentan con más probabilidad abandono emocional y presentan menor rendimiento cognitivo y académico y los niños maltratados duplican las probabilidades de repetir curso, y puntúan menos en lectura y matemáticas que sus pares no maltratados (Eckenrode, Laird y Doris 1993). Para muchos padres, el verse privados de los elementos básicos para vivir con cierta dignidad conlleva un proceso de desestructuración personal, siendo el paro de larga duración, que en España alcanza al 12,5% de los hombres y al 13,5% de las mujeres (INE, 2013), uno de los pilares de la desigualdad social, y es en el marco de una situación de desigualdad donde podemos hallar las principales causas desencadenantes de reacciones violentas que responden a la vivencia del desprestigio, el desprecio o la humillación social (Wilkinson y Pckett, 2009).

Metodología y análisis. Hemos realizado un análisis teórico documental basado en la consulta de estudios y publicaciones de marcado carácter científico. Todos los análisis consultados responden a cuestiones en base a la evidencia, y han sido recogidas de las principales bases de datos tanto nacionales como internacionales. Hemos dirigido nuestra atención a analizar qué aspectos de la inteligencia emocional pueden verse comprometidos cuando se es víctima de la pobreza durante la infancia, con especial atención al hecho de que parece constatarse que las familias más vulnerables a la pobreza y la exclusión son familias jóvenes, con uno o más hijos dependientes. Hemos realizado una categorización en base a las respuestas emocionales, que consideramos la base de las emociones sociales implicadas en los procesos de emancipación. Resultados. Dirigidos nuestros esfuerzos a analizar qué aspectos socioemocionales entorpecen la incorporación a la vida adulta, podemos determinar que este proceso puede verse altamente comprometido cuando se es víctima de la pobreza. Los efectos del estrés

sostenido en los niños y las consecuencias de la pérdida del hogar, debería dirigir nuestra atención hacia las condiciones de éste, que sin duda predice con cierto rigor el bienestar y el desarrollo cognitivo y social, pues sabemos que “la calidad de las relaciones sociales se construye sobre cimientos materiales” (Wilkinson y Pickett, 2009, Pp23). La inestabilidad en el hogar produce severas secuelas en los menores, que van más allá de lo observable en el presente. Las conductas externalizadas observables, como son la ira, y las internalizadas como la depresión o el malestar emocional, conducen al preocupante aumento de problemas de salud mental en la infancia, que se prolongan en la edad adulta. La autoimagen pública lucha por evitar estados emocionales desagradables, como la vergüenza y la humillación. La consecuencia de la excesiva atención a estos estados, son adaptaciones defensivas en busca de una conexión social placentera, pero para controlar la activación fisiológica reactiva se requiere de un aprendizaje en el marco de un contexto seguro y motivador, en el que los niños y las niñas puedan hacer frente a sus demandas de forma sosegada. El estrés correlaciona con la neurodegeneración y la muerte celular. La protección a la familia es el único camino posible para facilitar el desarrollo socioemocional que jugará un importante papel en la adolescencia, ya que éste sienta las bases para el adecuado ajuste en el proceso de transición hacia la vida adulta. El fracaso escolar y las carencias en habilidades socioemocionales asociadas al bajo nivel educativo, desembocan en la adquisición de estrategias cognitivas desadaptadas precursoras del fracaso en los procesos de emancipación. Durante la infancia y la adolescencia la familia es el contexto cultural en el que, en función del estilo parental y el involucramiento afectivo, se sientan las bases del desarrollo psicosocial, el autocontrol y la internalización de normas (Musitu y García, 2004). Sabemos que la parentalidad positiva y la conducta prosocial están íntimamente ligados al desarrollo de la empatía y la prevención de conductas desajustadas, y que la pobreza entorpece el involucramiento parental. Investigaciones sobre el ánimo de los padres indican cómo las dificultades anímicas y el estrés de la madre están asociados con problemas emocionales y conductuales (Sanders y Morawska, 2010). Para el desarrollo emocional de los hijos las consecuencias del desánimo son evidentes, ya que tendemos a imitar de forma automática las expresiones faciales, vocales, posturales y comportamientos instrumentales de los que nos rodean, lo que nos conduce a sentir un pálido reflejo de las emociones de los demás como consecuencia de tal retroalimentación, (Hatfield y Rapson, 2004), tendemos a capturar las emociones de los otros, y esta idea tiene especial relevancia cuando hablamos de relaciones entre padres e hijos. Los estudiosos de diversas disciplinas como la neurociencia, la biología, la psicología social, la sociología y la psicología del desarrollo, entienden que el contagio emocional primitivo juega un importante papel en la comprensión de la cognición humana, las emociones y la conducta (Decety y Jackson, 2004). Fultz, et al. (1986) anticipan que las interacciones padres-hijos afectan a múltiples dominios del desarrollo. Las consideran como procesos psicosociales específicos que engloban creencias, emociones y conductas grupales, de origen colectivo y con causalidad social, compartidas y de carácter funcional y efectos adaptativos.

Las estrategias cognitivas desadaptadas, son patrones que se gestan durante los primeros años de vida mediante la interacción con los agentes socializadores, principalmente la familia, determinando las relaciones sociales durante la niñez y la adolescencia, (Orte et al., 2013). Los estados emocionales desadaptados que dificultan la emancipación, evidencian que las vivencias traumáticas durante la infancia modifican la topografía cerebral y condicionan de forma general la visión del mundo. Nos da pistas sobre ello el neurocientífico Antonio Damasio, cuando acentúa la importancia del papel de la emoción en la generación de los juicios y, tal como asegura Iacoboni (2009), nuestro cerebro entiende lo que ve, y lo que ve determina lo que sentimos. La agresividad hace referencia a la pugna por el acceso a los recursos, que se transforma en ira cuando éste se hace imposible, y donde la empatía juega un papel determinante. Mención especial merece esta destreza, crucial en el desarrollo de habilidades prosociales y para la prevención de la violencia. Diferentes estudios muestran que pensar en los pensamientos de otra persona activa las células nerviosas de una región del cerebro conocida con el nombre de unión temporoparietal derecha. Algunas de estas células responden de manera diferente cuando suponemos que somos expuestos a daños intencionales o accidentales. La violencia percibida es un factor a tener en cuenta para el desarrollo de ésta habilidad sociemocional. La empatía nos permite disfrutar de las relaciones de forma sana y equilibrada, y la frustración media con la agresividad. Según Moll y sus colegas (2002), juzgamos a los demás no sólo por lo que hacen, sino también por las intenciones que percibimos en la acción. A partir de este supuesto, analizan cómo el cerebro responde cuando intentamos discriminar lo que está bien de lo que está mal, hallando pruebas de que los cambios en la química del cerebro influyen en cómo nos comportamos cuando percibimos que somos tratados injustamente. Todo ello tiene que ver con la configuración de sociedades desiguales, menos cooperativas y tolerantes (Wilkindon y Pickett, 2009), cuando medimos cómo los cambios en la química del cerebro afectan a las reacciones de la gente. Otro estudio alerta de los efectos de los bajos niveles de un neurotransmisor llamado serotonina, los resultados sugieren que bajos niveles de serotonina en el cerebro pueden cambiar las motivaciones de las personas a la hora de hacer frente a la injusticia. Por ejemplo, cuando se agota la serotonina, las personas que normalmente son más tolerantes pueden llegar a ser más felices con la venganza. Crockett y otros (2013), señalan que los niveles de serotonina pueden fluctuar cuando tenemos hambre o estamos estresados. Coley (2013) y sus colegas, en una investigación dirigida a entender cómo la vivienda y no el entorno social podría influir en los niños, constatan que las malas condiciones del hogar tienen un impacto en los menores a través de la conducta de sus padres, estresados y desbordados por la situación, que tiene mucho que ver con la tristeza y el desánimo de los menores. Existe cierto espacio para la esperanza, y se llama resistencia. Sin embargo, asegurar que los padres tengan el apoyo suficiente para proveer a sus hijos de los mejores cuidados en el hogar, no es fácil cuando parece ser que satisfacer las necesidades básicas, esenciales para el desarrollo infantil, no es un objetivo prioritario. La familia se

ha revelado como aglutinadora, como punto de apoyo donde han cobrado especial importancia los abuelos, los únicos que pueden asegurar ingresos en el seno del hogar. Los análisis que miden el costo-beneficio de las intervenciones basadas en el cuidado a la infancia, verifican que éstas se perfilan como garantes del desarrollo de lo que se consideran habilidades no cognitivas; y es que, a través de experiencias parentales tempranas de calidad, se produce un retorno económico a la sociedad. La adquisición de habilidades socioemocionales sanas garantiza, desarrollar amistades duraderas y relaciones íntimas satisfactorias, así como mantener un trabajo y convertirse en personas productivas y la atención eficaz hacia sus propios hijos en el futuro. Conclusiones y propuestas. La sensibilidad de las administraciones está distraída en aspectos banales faltos de toda rigurosidad. Sólo el análisis crítico de la realidad, guiado por valores de justicia social, permitirá mejorarla, máxime si dirigimos el foco hacia la emancipación como aspecto fundamental. Prevenir el malestar emocional, que correlaciona con el desánimo y la falta de motivación, autoestima y fracaso escolar, redunda no sólo en las competencias emocionales sino también en las capacidades de concentración, atención y memorísticas. La interpretación de los datos que de este análisis se desprenden depende en gran medida de las suposiciones que hagamos acerca de la causalidad de las consecuencias de la pobreza en la edad infantil, período que abarcaría desde los primeros años de vida hasta los 18 años. Un enfoque basado en el ejercicio de la violencia, respondería a la necesidad de dar respuestas institucionales a las situaciones de violencia que sufren los niños, más que al de la vulneración de sus derechos, pues entendemos que es un estado posterior. Según Finkelhor (2008), esta perspectiva, nos permitiría abordar el problema bajo las directrices de la victimología, dirigir los esfuerzos a analizar en profundidad la desigualdad bajo el paradigma de la violencia ejercida sobre la infancia, como un grupo social vulnerable y sujeto a especial protección. De este modo, podríamos vincular sistemáticamente la vulnerabilidad como una categoría analítica que nos permitiría la identificación de los niños en situación de riesgo, pues el estado natural de la infancia es la dependencia, siendo la violación de este estado de dependencia la forma general de victimización (Finkelhor, 2008). Visibilizar la pobreza infantil, obliga a poner de manifiesto que a un importante grupo social se le priva, deliberadamente y en virtud de su condición de indefensión, del derecho a acceder a los recursos económicos, sociales o culturales, lo que supone anteponer la tradición cultural “extranormativa” de los intereses neoliberales, donde el poder de decisión de las instituciones es crucial en la distribución de los recursos (Ballester, 1991), al deber de ajustarnos a la norma legal, que en nuestro país queda reflejada en la Constitución y en la Convención de los Derechos del Niño.

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