Lo invisible de lo real

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Descripción

Ya no hay análisis social que pueda prescindir de los individuos, ni análisis de los individuos que pueda ignorar los espacios por donde ellos transitan. Marc Augé Recuerdo que fui al barrio del Carmen (Valencia) con la intención de catalogar aquellas huellas o registros que me invitaran a pensar en la presencia de las personas en el espacio público. Quería fotografiar grafitis, rótulos, carteles, textos anónimos que me trasladaran a un pasado no muy lejano, pensando en quien o quienes hubieran elaborado esas imágenes con futuro incierto. No obstante, y para mi sorpresa, cuando edité dichas fotografías con mi ordenador, pude advertir que las personas que en aquel momento transitaban por la calle se desvanecían, se disolvían ante mis propios ojos, se diluían no en el espacio sino en un tiempo fotográfico. Las figuras captadas por la cámara se convirtieron en seres fantasmagóricos que vaticinaban su impermanecia en el lugar que ocuparon de forma precaria. Así, mis intenciones por catalogar las pinturas rupestres de la era contemporánea quedaron eclipsadas al observar la alteración que ha sufrido la relación entre el ciudadano y la ciudad que habita. Ahora somos transeúntes de un mundo convertido en no-lugar; el entorno es ajeno a nuestra experiencia vital; nuestro objetivo es migrar sin salir de nuestro hábitat. En países árabes, sobre todo, como Egipto, las personas aún tienen la costumbre de estar en el espacio público. La calle es su refugio, el espacio para las relaciones humanas donde existe posibilidad de intercambio, de comunicación, de convivencia. El espacio urbano de estas regiones sigue manteniendo una estructura que facilita su habitar a diferencia de las megápolis modernas, pensadas para el movimiento, el cambio constante, los objetos dinámicos y contados espacios acotados donde se nos garantiza nuestra seguridad. En dichos países habría sido complicado plantear este trabajo, ya que el cuerpo vive en perfecta simbiosis con el lugar histórico. Ambos coexisten y se encuentran, se impregnan mutuamente de su pasado y dejan constancia el uno al otro de su permanencia en el tiempo. La quietud de los cuerpos en el presente no alborota su estancia en un tiempo venidero. En otras zonas del planeta, como en la que vivimos nosotros, el espacio público es de todos y, por tanto, de nadie. Hemos perdido la costumbre (y el derecho) de usarlos. La interiorización del miedo, la presunción de la existencia de una amenaza exterior, el consumismo o una arquitectura planteada y
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