Lo esencial es invisible a los ojos. El Constructivismo en las Relaciones Internacionales

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Relaciones internacionales: teorías y debates / Alejandro Rascovan ... [et.al.] ; coordinado por Elsa LLenderrozas. 1a ed. - Buenos Aires : Eudeba, 2013. 330 p. ; 25x17 cm. ISBN 978-950-23-2153-0 1. Ciencias Sociales. I. Rascovan, Alejandro II. LLenderrozas, Elsa, coord. CDD 301

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Lo esencial es invisible a los ojos. El Constructivismo en las Relaciones Internacionales Emanuel Porcelli* (UBA)

1. Presentación Las Relaciones Internacionales (RI) se han desarrollado como disciplina al calor de los sucesos políticos de la arena internacional a lo largo del siglo XX. La misión histórica de los estudios y las teorías sobre las RI ha tenido como objeto favorecer un mínimo de orden en un mundo marcado por el conflicto Este-Oeste, bajo la amenaza omnipresente del cataclismo nuclear. Consecuentemente, la presencia de un mundo definido como anárquico y de Estados, en tanto actores, que monopolizan la posibilidad de la violencia, la guerra y la paz, han sido cimientos ontológicos y metodológicos fundacionales de la disciplina. Sin embargo, ante la incapacidad de predicción por parte de las teorías predominantes de buena parte de los sucesos acontecidos entre la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI –los cuales han resignificado el escenario internacional a partir de la disolución de la dicotomía entre lo doméstico y lo internacional (Hocking, 1993)– el enfoque concentrado en el Estado como un actor único y racional de los sucesos políticos globales se presenta como una mirada limitada para asir el complejo sistema internacional. Consecuentemente, el fracaso generalizado de las teorías hegemónicas de las RI para predecir hechos significativos que demarcan la culminación de una era, como lo fueron la caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de las Torres Gemelas en el año 2001, refleja la necesidad de reajustar los supuestos de orientación de la disciplina de una manera que pueda dar cuenta de un entorno de desarrollo de la política global que se caracteriza por una mayor complejidad, una menor centralidad del Estado y la aparición de una plétora de actores no estatales. Afortunadamente,

* El autor agradece los aportes de Mariela Cuadro, Florencia Lagar, Elsa Llenderrozas, Daniela Perrotta y Alejandro Simonoff para discutir puntos de vistas y sumar miradas que permitieron el desarrollo del presente trabajo.

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este reajuste de los cimientos de las RI no ha sido a expensas de la diversidad teórica y este contexto mundial que se presenta como dinámico ha permitido que el Constructivismo madure como un enfoque distintivo para el estudio de las relaciones internacionales. En efecto, las perspectivas constructivistas permiten mejorar las posibilidades para la comprensión de las transformaciones fundamentales del sistema internacional dado el énfasis que colocan en el carácter eminentemente social de los intereses de los actores y de las identidades y la valoración que realizan respecto de la posibilidad de cambio de las prácticas e instituciones de la política internacional (aparentemente inmutables). El enfoque constructivista ha sido beneficioso para el desarrollo de la disciplina de las RI ya que, primeramente, busca dar cuenta de la influencia determinante de los factores no materiales en la política global y la posibilidad de cambio y transformación, enriqueciendo otras perspectivas teóricas divergentes. En segundo lugar, dado el carácter diverso al interior del enfoque, es poco probable que emerja como un competidor coherente y comparable con las grandes tradiciones establecidas en las RI (es decir, de cara al realismo y el internacionalismo liberal y, en menor medida, al marxismo y la teoría crítica). En último término, a pesar de la centralidad del debate interparadigmático como medio para canalizar las discusiones intelectuales dentro de la disciplina, es necesario señalar que la brecha racionalista-constructivista permite orientar las diferencias heurísticas en el campo disciplinar (Ruggie, 1998). La trascendencia de esta disputa, apoyada en el creciente eclecticismo teórico-analítico, ha permitido desacuerdos normativos entre el enfoque constructivista, por un lado, y los enfoques realistas y liberales, por el otro; lo cual ha motorizado el florecimiento de los debates de las RI en la última década del siglo XX. El Constructivismo no se presenta en su totalidad como una teoría sustantiva de las relaciones internacionales, sino, más bien, como un marco analítico para el estudio de la política global que reconoce la ontología social del sistema internacional, la búsqueda de una epistemología adecuada para su estudio y el uso de la hermenéutica como método científico aunque no es una escuela homogénea ni en el plano metodológico ni en el epistemológico. De esta manera, procura brindar elementos para el análisis de la construcción de las prácticas sociales, la posibilidad de cambio, la codeterminación entre agentes y estructuras, las identidades de los actores y la importancia de las ideas y normas como construcciones subjetivas. De acuerdo a Stefano Guzzini, el enfoque constructivista se puede describir como “una meta-teoría reflexiva, [que, en el plano ontológico, se afirma] sobre la construcción de la realidad social y, epistemológicamente, sobre la construcción social del conocimiento” (Guzzini, 2000, 149). En consecuencia, se reconoce la aportación de dos giros operados en la ciencia en la elaboración y fundamentación del enfoque. En primer lugar, a raíz del giro interpretativista en las Ciencias Sociales, el Constructivismo reconoce

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que el conocimiento de la realidad es socialmente construido y, por lo tanto, que los fenómenos no pueden constituir objetos del conocimiento independientemente de las prácticas discursivas; descartando así la observación independiente del lenguaje. En segundo lugar, lo anterior se vincula con el llamado giro sociológico por el cual se reconoce que la acción significativa es un fenómeno social e intersubjetivo (lejos de ser, exclusivamente, un hecho individual). Por este motivo resulta clave analizar el contexto social en el cual se forman las identidades y los intereses, tanto del actor como del observador. Consecuentemente, el Constructivismo en RI en el nivel ontológico constituye una teoría sobre la construcción social de la realidad; la cual considera que los hechos sólo existen desde el momento en que le asignamos un significado determinado. Por este motivo, entonces, determinadas conductas, que en apariencia simulan ser iguales, tienen distinto sentido para cada uno de los actores (los cuales proceden de variados contextos sociales) debido a los diferentes significados le otorgan a la realidad (Guzzini, 2000).Sobre esta base ontológica y epistemológica se comprende la división que realizan los constructivistas entre las dos funciones de las instituciones internacionales: las reguladoras y las constitutivas. Las normas reguladoras establecen reglas básicas de conducta a partir de la prescripción o prohibición de determinados comportamientos. Por su parte, las normas constitutivas definen un comportamiento y asignan significados a la conducta. Sin las normas constitutivas las acciones serían ininteligibles. Una analogía que resulta productiva para comprender el rol de las normas constitutivas es asemejarlas con las reglas de un juego: siguiendo esta imagen, las normas constitutivas permiten a los actores jugar el juego a sabiendas que los otros actores cuentan con los conocimientos necesarios para responder las acciones de una manera significativa. En síntesis, como señalan Finnemore y Sikkink (2001) podemos caracterizar el enfoque constructivista a partir de los siguientes elementos: a) las relaciones internacionales, como toda relación humana, consisten, esencialmente, en ideas y pensamientos; y no en condiciones materiales dadas de manera exógena; b) las creencias intersubjetivas (ideas, normas, conceptos, suposiciones, etc.) constituyen el elemento ideológico central para el enfoque constructivista; c) esta creencia común compone y expresa los intereses y las identidades de las personas así como el modo en que conciben sus relaciones; d) los autores constructivistas se preocupan por intentar explicar la manera en la cual se forman y expresan estas relaciones. Este trabajo se propone relevar los diferentes aportes del enfoque constructivista y se organiza en seis secciones: primero se inicia con la presentación del debate entre racionalistas y reflectivistas dentro de la disciplina en vistas a aprehender la ontología, epistemología y metodología del Constructivismo. En segundo lugar se dedica un apartado al discernimiento de tres conceptos clave para la disciplina y el enfoque bajo estudio. Tercero, se discurre sobre los tres recorridos principales dentro del enfoque: más allá de la importancia y visibilidad adquirida por Alexander Wendt, autores

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como Onuf, Kratochwil y Reus-Smit han realizado aportes sustanciales al Constructivismo abrevando de diferentes vertientes del campo de las Ciencias Sociales más amplias. En cuarto lugar se han escogido dos propuestas de clasificación de los estudios de corte constructivista en base a los trabajos de Ted Hopf (1998) y Emanuel Adler (1997, 2002) con el objetivo de demostrar tanto la variedad interna como un esfuerzo de sistematización de esta heterogeneidad. Luego, se da cuenta de las críticas señaladas al enfoque en vistas a alertar de las potencialidades y debilidades del mismo. Finalmente, se concluye con un apartado orientado a desentrañar los desafíos que presenta el mundo actual para la teoría de RI, tanto para las vertientes tradicionales como para las más nuevas. En esta reflexión final retomamos la necesidad de contar con una actitud ecléctica.

2. El debate entre el racionalismo y el constructivismo El origen del enfoque constructivista se remonta al llamado cuarto debate dentro de las RI: el encaminado entre los racionalistas y reflectivistas durante los inicios de la década de 1980 (Llenderrozas, 2007; Salomón, 2002; Waever, 1996). Los teóricos críticos atacaron lo que consideraban una postura conservadora por parte de los académicos neorrealistas y liberales con respecto a su posicionamiento sobre los asuntos globales. Mientras que los autores críticos plantearon que la verdadera función de los académicos de RI consistía en la crítica hacia las estructuras de poder y la presentación de propuestas alternativas y emancipadoras frente a las relaciones de dominación existentes (Cox, 1981); por su parte, los académicos que se aglutinaron en lo que pasará a denominarse como la “neo-neo síntesis”, postularon que la tarea gravitaba en la descripción y análisis del mundo “como realmente es”. Esta alianza entre el neorrealismo y el neoliberalismo fue llamada por Ruggie (1998) como “neoutilitarismo”, ya que se destacaba cierto determinismo material y la utilización de una racionalidad utilitarista como elemento exógeno a la identidad de los Estados (Ruggie, 1998). En efecto, y a título ilustrativo, antes que Mijail Gorbachov llegara al poder en la Unión Soviética, algunos autores empezaron a plantear severas críticas a lo que consideraban como errores conceptuales y falacias imperantes en las RI: destacando su carácter ahistórico y asocial (Ashley, 1984; Kratochwil, 1982; Ruggie, 1983), entre otras cuestiones. Estas argumentaciones se adelantaron a los fenómenos, permitiendo consolidar las posiciones meta-teóricas del constructivismo. Para comprender este debate y, en particular, las aportaciones realizadas por el Constructivismo, es menester destacar que, desde el punto de vista ontológico, los constructivistas y racionalistas difieren en tres cuestiones centrales. En primer lugar, los constructivistas son idealistas filosóficos antes que materialistas: argumentan que las estructuras materiales adquieren importancia social sólo a través de las estructuras

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de significación que son compartidas intersubjetivamente; sin embargo, es necesario señalar que algunos autores constructivistas definen al discurso como material continuando los planteos de M. Foucault. Esto no implica que los constructivistas nieguen la realidad fenoménica de los procesos materiales (como, por ejemplo, la proliferación nuclear) sino que afirman que sólo se pueden entender las respuestas del comportamiento de los actores a los fenómenos en función de las estructuras de significado compartido a través de los cuales estos procesos son percibidos y comprendidos. En este sentido y siguiendo el ejemplo aludido, que la proliferación nuclear se perciba como una amenaza o como un elemento positivo para la estabilidad internacional, dependerá de los intereses e identidades de los actores intervinientes; intereses e identidades son construidos socialmente lejos de ser establecidos por principios lógicos derivados de una posición estructural dentro del sistema internacional (Finnemore y Sikkink, 2001). En segundo lugar, los constructivistas postulan una relación mutuamente constitutiva entre los agentes y las estructuras. A partir de los aportes de la Sociología, los constructivistas sostienen, por un lado, que la definición de la pregunta “¿quién soy yo?” es, a la vez, lógica y ontológicamente anterior a la pregunta “¿qué es lo que quiero?”; y, por otro lado, que las identidades de los agentes se encuentran, al mismo tiempo, influenciadas por las estructuras normativas e ideológicas que habitan. Estas mismas estructuras son pautas de conducta social sostenidas que se producen y reproducen a través de las acciones de estos agentes. El sistema internacional, por lo tanto, es entendido como una construcción en donde se encuentran los intereses de los actores; intereses que, por su parte, son el corolario de estas identidades derivadas de las estructuras de significado compartido intersubjetivamente en la interacción social (Hopf, 1998; Reus-Smit, 2005). Esta posición contrasta con la creencia racionalista de que los agentes son analíticamente separables de los ambientes en que viven y, consecuentemente, que el estudio de las relaciones internacionales consiste en el análisis de los objetivos instrumentales de los agentes en la persecución de sus intereses, los cuales, siguiendo a los racionalistas, permanecen constantes en el tiempo a lo largo de la interacción social. En tercer término, los racionalistas y los constructivistas difieren en sus concepciones sobre la lógica dominante que rige las acciones de los agentes. El comportamiento, desde la mirada constructivista, se encuentra guiado por normas; por lo tanto, los Estados buscan corresponder sus conductas con el comportamiento esperado derivado de su propia identidad. Distando de ser un elemento decorativo, las normas ejercen una profunda influencia en el comportamiento del Estado: en primera instancia, las normas colaboran en el desarrollo de las identidades e intereses; y, en segunda instancia, condicionan y limitan las estrategias y acciones emprendidas por los Estados en la búsqueda de sus intereses. Esta posición difiere de la creencia

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racionalista de que el comportamiento de los agentes no se rige por una lógica de conveniencia sino, simplemente, por una lógica de las consecuencias. Desde esta óptica racionalista, los Estados son visualizados como actores egoístas y racionales, que persiguen sus intereses. En este esquema de pensamiento, por lo tanto, las posibilidades de cooperación o conflicto no se encuentran determinadas por la presencia o ausencia de normas sino, más bien, por una combinación de limitaciones de recursos así como por la similitud (o falta de ella) que los Estados perciben entre sus propios intereses y los de los otros Estados (Baldwin, 1993; Finnemore y Sikkink, 2001). Sobre la base de estos desacuerdos ontológicos, las diferencias entre racionalistas y constructivistas se reflejan también en cuestiones epistemológicas y metodológicas. Desde el punto de vista epistemológico, la mayoría de los constructivistas adoptan una estrategia pospositivista en las Ciencias Sociales (exceptuando los trabajos de Alexander Wendt de esta estrategia mayoritaria) debido a la creencia del carácter socialmente construido de los intereses y de las identidades de los agentes así como de las posibles estructuras a través de las cuales estos intereses e identidades se constituyen (en desmedro del desarrollo de reglas generales aplicables a todas las estructuras). Esto desentona con la convicción de los racionalistas respecto de la existencia de suficientes elementos comunes, en el marco de diferentes contextos culturales e históricos, en los comportamientos de los Estados, justificando el desarrollo de generalizaciones y, sobre la base de estas generalidades, su creencia concomitante en la posibilidad de creación de sólidas afirmaciones predictivas acerca de la política mundial (Finnemore y Sikkink, 2001). En lo que se refiere a aspectos metodológicos, el compromiso de los racionalistas con una epistemología positivista se ha manifestado en la utilización de métodos cuantitativos –como el análisis de regresión estadística y los aportes de la teoría de los juegos– además de métodos más tradicionales –como el uso de narrativas analíticas–. Por el contrario, a la luz de su énfasis en la centralidad de las estructuras compartidas de significado en la constitución de las identidades de los agentes, intereses y acciones, los constructivistas utilizan una gama tan variada como ecléctica de metodologías –incluyendo el análisis del discurso, estudios comparativos de casos históricos, la investigación etnográfica y el análisis cualitativo de contenido– a fin de analizar el sentido de estas estructuras y, por lo tanto, lograr aprehender las dinámicas de poder subyacentes del sistema internacional.

3. Poder, prácticas e identidades El poder es un concepto central al interior de los enfoques teóricos de las RI, ya sean los de la corriente racionalista o bien los de la vertiente constructivista; sin embargo, las conceptualizaciones que realicen respecto del poder son diferentes. El

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neorrealismo y el institucionalismo neoliberal entienden que el poder material, ya sea militar o económico (o ambos) es la fuente más relevante de influencia y autoridad en la política mundial. El Constructivismo, por su parte, sostiene que tanto el poder material como el discursivo son necesarios para lograr una comprensión cabal de los asuntos mundiales. En consecuencia, coincidimos con la aclaración realizada por Walker: “sugerir que la cultura y la ideología son cruciales para el análisis de la política mundial no es necesariamente adoptar una posición idealista. […] Al contrario, es importante reconocer que las ideas, la conciencia, la cultura y la ideología están ligadas a tipos más inmediatamente visibles del poder político, militar y económico” (Walker, 1984, 3). Las nociones, primero, de que las ideas son una forma de poder; segundo, que dicho poder es más importante que la fuerza; y, tercero, que el poder material y el poder discursivo se relacionan entre sí, no son nuevas en las Ciencias Sociales más amplias. En efecto, a modo de predecesores de la conceptualización que el Constructivismo realiza sobre el poder en la vida política, podemos citar los aportes de Michel Foucault y su articulación sobre el nexo poder/conocimiento, la teoría de la hegemonía ideológica de Antonio Gramsci y las conceptualizaciones sobre la coerción de la autoridad de Max Weber. En síntesis, mientras que la corriente racionalista ha concentrado sus esfuerzos en el estudio del poder material, el constructivismo, en cambio, ha focalizado su análisis en las prácticas sociales (Hopf, 1998); en tanto el poder discursivo se ejerce mediante prácticas sociales y se transmite por medio de las identidades construidas. El poder de las prácticas sociales reside en su capacidad para reproducir los significados intersubjetivos que constituyen a las estructuras sociales y a los actores por igual (a diferencia de las visiones que entienden que primero se construye la estructura y ésta, a su vez, determina a los actores; las prácticas sociales construyen en simultáneo tanto a las estructuras como a los actores sociales). A título ilustrativo, podemos observar cómo se construye la identificación respecto de un país a partir de las acciones que éste encamina: por ejemplo, la identificación respecto de los Estados Unidos es consistente con cómo es leída por otros actores la intervención militar que dicho país realizó en Irak. En este sentido, dentro de las posibles identificaciones sobre ese país, podemos encontrarlo como: un gran poder, el enemigo imperialista, el aliado y así sucesivamente. En la medida en que un grupo de países atribuyen una identidad imperialista a los Estados Unidos, la intervención militar en Irak reafirma y reproduce la identificación de “enemigo imperialista”. Asimismo, si otro grupo de países lo visualizan como un defensor de la democracia y la libertad de mercado, la misma intervención reafirma el compromiso con esos valores. Esta situación dependerá si el país que lo está identificando es Reino Unido o Irán. De esta manera, las prácticas sociales no sólo reproducen la identidad de los actores; al mismo tiempo, la

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identidad de los actores es reproducida por una estructura social intersubjetiva, que opera a través de la práctica social. Una característica relevante de la práctica social es su capacidad de producción de previsibilidad y, por lo tanto, de establecer un orden. Las prácticas sociales colaboran, en gran medida, con la reducción de la incertidumbre entre los actores dentro de una comunidad socialmente estructurada; es decir, aumentando la confianza respecto de las acciones esperadas de los actores. Onuf considera que estos patrones reproducibles de acción son el producto de una “auto-regulación reflexiva” por la cual los agentes se refieren a sí mismos y a otras acciones, pasadas y futuras, para decidir cómo actuar (Onuf, 1989,62). El poder de la práctica consiste en su capacidad para producir significados intersubjetivos dentro de una estructura social. Los significados de las acciones de los miembros de la comunidad, así como las acciones de otros, se fijan a través de la práctica. De esta manera, el rol de la práctica social es reproducir una realidad intersubjetiva. Las prácticas sociales, en la medida en que autorizan, disciplinan o promueven diferentes acciones y/o conductas, tienen la capacidad de reproducir la comunidad –incluyendo la comunidad internacional– como las numerosas identidades que allí puedan encontrarse (Hopf, 1998). Las acciones de los Estados en el ámbito de política exterior se ven limitadas y fortalecidas por las prácticas sociales imperantes en el país y el extranjero. Al respecto, Richard Ashley (1987a, 1987b, 1988) afirma que las opciones de política exterior pueden ser leídas como una práctica social que constituye y da poder al Estado, define su competencia socialmente reconocida (la soberanía y el orden westfaliano) y asegura los límites que diferencian el ámbito nacional e internacional de la política –y con ello los dominios adecuados en los cuales los actores específicos obtienen el reconocimiento y actúan de manera competente y legítima, tanto en la política doméstica como internacional–. Asimismo, la práctica de la política exterior depende de la existencia intersubjetiva de precedentes y materiales simbólicos compartidos, con el fin de imponer interpretaciones sobre los acontecimientos, el silencio, las prácticas de la estructura y la realización colectiva de la historia.

4. Diferentes recorridos para un mismo enfoque: Onuf, Wendt, Kratochwil y Reus-Smit El primer autor que introdujo el término “Constructivismo” en la disciplina de las RI fue Nicholas Onuf en el año 1989 con su obra El mundo que hacemos (World of Our Making). Este ambicioso y complejo corpus teórico es reconocido como referencia obligada tanto por Alexander Wendt (1992) como por Friedrich Kratochwil (Koslowski y Kratochwil, 1994); sin embargo, a raíz de dicha complejidad, la obra no logró impactar sobre el mainstream académico de la disciplina en ese momento.

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En la actualidad, a más de veinte años de esa obra fundacional, el impacto limitado de entonces se contrapone con la actual trascendencia del enfoque Constructivista. Tres años más tarde, en 1992, el artículo de Alexander Wendt titulado La anarquía es lo que los Estados hacen de ella (Anarchy is what States make of It) permite posicionar a este enfoque como una alternativa teórico-metodológica para el estudio de las RI. El impacto de esta obra le ha valido a Wendt la consideración como el autor central del enfoque constructivista. Asimismo, el trabajo del año 1999 La teoría social de la política internacional (Social Theory of International Politics) ha sido valorado como muy relevante para la disciplina. El tercer constructivista de renombre es Kratochwil, quien junto con John Ruggie, estableció la importancia de la dimensión intersubjetiva, concepto central para este enfoque (Kratochwil y Ruggie, 1986). Posteriormente, sus conceptos de reglas, normas y decisiones constituirán una referencia obligada para los académicos que utilizan esta perspectiva. Como anticipamos, no existe una homogeneidad metodológica dentro del enfoque constructivista, ya que el interpretativismo es rechazado por Jepperson, Katzenstein y Wendt: “Al enfatizar nuestro convencionalismo metodológico nos distanciamos de aquellos académicos que han señalado el camino hacia un enfoque sociológico pero que inciten en la necesidad de una metodología interpretativa especial –como lo hacen, por ejemplo, Friedrich Kratochwil y John Ruggie en un artículo frecuentemente citado–. Notamos que ninguno de los dos autores, ni en este artículo ni en escritos subsiguientes, ha explicado que implicaría esa metodología en la práctica, ni ha provisto un ejemplo empírico representando concretamente el tipo de trabajo que tiene en mente” (Jepperson, Katzenstein, y Wendt, 1996, 49). Por otro lado, Kratochwil (2000) critica a Wendt planteando que al compartir el supuesto positivista de la posibilidad de la separación entre sujeto y objeto de conocimiento su enfoque no debería ser considerado constructivista. Sobre la base de este somero racconto, es posible aseverar que existen tres líneas principales en el desarrollo del enfoque constructivista, a saber: en primer término, es posible afirmar que Alexander Wendt es, quizás, el más notable constructivista de la “vía media”, dados sus esfuerzos para actuar como puente entre el racionalismo y el Constructivismo dentro de un marco sistemático, los cuales dieron lugar a muchas ideas fundamentales en lo que respecta a las dimensiones materiales y los efectos causales de la socialización. El segundo enfoque se deriva en gran parte de los escritos de Friedrich Kratochwil, componiendo lo que se denomina el enfoque heterodoxo dentro del Constructivismo. La tercera línea del Constructivismo consiste en la aplicación de la teoría de la acción comunicativa de Habermas a la política mundial, como es el caso de Christian Reus-Smit. En este acápite vamos a concentrarnos en los aportes de estas tres líneas, la wendtiana y la de Kratochwil, y los trabajos de Reus-Smit, además de incluir, previamente, las conceptualizaciones de Nicholas

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Onuf. Estos cuatro autores han tenido una gravitación importante en el desarrollo del Constructivismo y han influido múltiples trabajos.

4.1. Nicholas Onuf Uno de los principales intereses teóricos de Nicholas Onuf se encontró en la intersección entre las RI y el Derecho Internacional Público: a partir del estudio del rol de las reglas en las relaciones internacionales, el autor va a establecer los vínculos con el constructivismo. Este trabajo derivó en la elaboración de una obra clave para la formulación del enfoque dentro de la disciplina: El mundo que hacemos (World of Our Making) del año 1989. El citado libro contiene una exposición compleja que avanza en torno de la discusión y de la interpretación de la Filosofía y la Teoría Social, a partir de “una lectura atenta de los textos”, en los propios términos del autor (Onuf, 1989, 22). El esfuerzo realizado por Onuf tuvo la pretensión de elaborar un nuevo paradigma de las RI que tuviera en cuenta su carácter eminentemente político. En este sentido, Onuf persiguió como meta contribuir al estudio de la política internacional desde la Teoría Social, de manera tal que pueda ser ubicada dentro de un paradigma (Onuf, 1989). El Constructivismo, de acuerdo con Onuf, se aplica a todos los campos de la investigación social y tiene el potencial para reunir asuntos que en principio aparecen sin relación. Se parte de la creencia de que los seres humanos son seres sociales y que las relaciones sociales que nos hace humanos, al mismo tiempo, nos construyen. Simultáneamente, a través de diversos hechos usamos los recursos del mundo natural para hacer del mundo lo que realmente es. En otras palabras, el Constructivismo se basa en la idea de que la sociedad y las personas se hacen unos a otros en un proceso continuo y bidireccional (Onuf, 1998). El concepto de “hecho” es de suma importancia para Nicholas Onuf (vale recordar que retoma los aportes de la Teoría Social.) En su concepción, los hechos, los cuales pueden consistir en actos de habla o en acciones físicas, son los que construyen el mundo. Para ser capaces de construir la realidad, los hechos deben tener un significado. De acuerdo a Onuf, el significado en las relaciones sociales humanas depende de la existencia de reglas. En consecuencia, afirma la importancia fundamental de las reglas para el estudio de la realidad social y, por lo tanto, para la Teoría Social Constructivista. Las normas regulan los fenómenos del mundo internacional pero también constituyen siempre situaciones de partida (Onuf, 1989). En este sentido, cualquier análisis de la vida social debe comenzar con la aprehensión de las reglas. De acuerdo a Onuf, una regla “es una declaración que dice a la gente lo que [ellos] deben hacer” (Onuf, 1998, 59). Las reglas, por lo tanto, ofrecen guías para el comportamiento humano y,

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de esta manera, hacen posible un significado compartido. Las personas y las construcciones sociales (entre las que se encuentran los Estados), se conviertan en agentes de la sociedad sólo a través de las normas. Al mismo tiempo, las normas proporcionan opciones a los agentes; fundamentalmente, brindan la posibilidad de seguir la norma o romperla. Los agentes, por su parte, tienen objetivos e intentan hacer lo posible para lograrlos con los medios que la naturaleza y la sociedad les colocan a su disposición. Asimismo, los agentes actúan dentro de un contexto institucional; es decir, dentro de un conjunto de patrones estables de normas y prácticas relacionadas. Sin embargo, al mismo tiempo, los agentes actúan sobre este contexto. Consecuentemente, el cambio colectivo puede darse más allá de las opciones individuales. Por otro lado, Onuf destaca que, a menudo, las acciones tienen consecuencias no deseadas. En conjunto, las reglas, las instituciones y las consecuencias no deseadas forman patrones estables que se denominan estructuras (Onuf, 1998). La conceptualización que realiza sobre las normas se vincula fuertemente con los actos de habla (“speech acts”). Es menester señalar, entonces, que un acto discursivo consiste en el acto de hablar de una forma que busca una explicación sobre los hechos. En este sentido, el lenguaje tiene un carácter performativo y no meramente descriptivo: los actos discursivos adoptan el siguiente patrón: “Yo (nosotros, él, etc.), decide hacer valer (la demanda, la promesa) a cualquier audiencia que frente a un Estado de cosas existente se puede lograr” (Onuf, 1998, 66). Los actos discursivos, asimismo, pueden ser clasificados de acuerdo al autor en tres categorías en función de la intención de quien lo enuncia sobre el efecto que éste pretende tener en el mundo, a saber: asertivos, directivos y compromisorios. Adicionalmente, Onuf reconoce que el éxito de los actos discursivos depende de la respuesta del destinatario; por lo tanto, los actos discursivos solamente funcionan dentro de una situación determinada. Sin embargo, si un acto discursivo se repite con cierta frecuencia y alcanza consecuencias similares, este acto discursivo se convierte en una convención o acuerdo. Una vez que los agentes aceptan que deben hacer algo que han Estado haciendo de manera repetida, la convención se convierte en una regla. Los agentes reconocen a las reglas; a su vez, las cumplen a partir de este reconocimiento compartido de la regla como tal (Onuf, 1998). El reconocimiento de la existencia de reglas por parte de los agentes conlleva, automáticamente, una distribución desigual de los beneficios, a saber: la presencia de reglas se sostiene bajo la condición de que algunos agentes utilizan las reglas para ejercer el control y obtener ventajas sobre otros agentes. La respuesta de los agentes se da a partir de los recursos con los que cuentan. Por lo tanto, algunos agentes son capaces de ejercer un mayor control sobre el contenido de las reglas así como lograr el éxito del cumplimiento de las mismas por parte de otros. Es importante señalar que resulta esencial a la noción de regla la condición de éxito en su cumplimiento (Onuf, 1998).

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Las reglas convierten a los seres humanos en los agentes que pueden hacer del mundo material una realidad social por sí mismos, también permiten realizar variados cambios; sin embargo, estos cambios se producen siempre dentro de límites. Onuf reconoce que muchos de esos límites tienen un componente de material: por ejemplo, necesitamos el aire para respirar; los hombres no tienen alas para volar. En consecuencia, no hay ninguna regla que pueda cambiar este límite fácilmente. Sin embargo, algunas reglas les permiten a los hombres utilizar los recursos disponibles con los que cuentan para modificar estos límites: siguiendo el mismo ejemplo, creando aviones para volar y equipos para respirar debajo del agua o en el espacio exterior. Adicionalmente, Onuf interpreta al mundo como compuesto de una realidad material, por un lado, y un ámbito social, por el otro; reconociendo que se trata de dos ámbitos distintos pero estrechamente vinculados (Onuf, 1998). Igualmente, la mirada Constructivista que propone no establece una clara distinción entre la realidad material y la realidad social; tan sólo se limita a subrayar el papel de lo que se encuentra socialmente construido. Consiguientemente, los hechos tienen que estar relacionados, de manera correcta, tanto con la realidad social como con el mundo natural con el fin de producir los resultados deseados (Onuf, 1989). Finalmente, dada la importancia que le asigna al lenguaje, el autor presenta desafíos a la tradicional visión racional-positivista, lo cual tiene consecuencias epistemológicas y metodológicas. En su concepción, las verdades que aceptamos como tales se encuentran indisolublemente ligadas a los argumentos con los que estas verdades son justificadas. Por consiguiente, afirma que los investigadores no pueden desprenderse del objeto de estudio: nunca podemos salir del mundo en construcción para ser observadores neutrales y el reconocimiento de esta situación es crucial para su concepción respecto del conocimiento científico (Onuf, 1989). Las ideas y los hechos no son fenómenos independientes, sino que, necesariamente, interactúan entre sí; por lo tanto, sólo es posible conocerlos desde dentro. De esta manera, el conocimiento sólo existe en relación a un contexto específico y la comprensión de dicho contexto es de suma relevancia para el investigador. En sus términos, este contexto está lingüísticamente constituido y depende de las reglas. Las reglas y los actos discursivos, consecuentemente, constituyen el enlace entre el lenguaje y la realidad social (Onuf, 1991, 1997). Como expusimos al inicio de este acápite, esta obra no tuvo un impacto significativo en el mainstream de la disciplina en el momento de su aparición. Sin embargo, sentó las bases para el desarrollo del enfoque Constructivista, que será retomado por los autores alineados bajo esta etiqueta teórica más adelante.

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4.2. Alexander Wendt La vertiente constructivista encaminada por Alexander Wendt habilitó la creación de un puente entre la tradición racionalista en RI y el enfoque del Constructivismo. Por esta razón a diferencia del precursor de este enfoque, el corpus teórico-conceptual elaborado por Wendt tendrá una mayor gravitación en el desarrollo reciente de la disciplina. Para comenzar, Wendt afirma que la política internacional no se presenta como una situación dada (cual orden natural) sino que es conducida por los hechos, las identidades y los intereses que son formulados y sostenidos por prácticas intersubjetivas. De esta manera, su enfoque estriba entorno de la noción de identidad como concepto clave más importante que la noción de interés. Sin embargo, las identidades ocuparán el rol de variable independiente, lo que tendrá como consecuencia que la explicación de su constitución permanezca oscura, incluso en su trabajo más extenso y profundo, Teoría Social de la Política Internacional (Social Theory of International Politics) del año 1999. Así, una de las críticas que recibirá el teórico estadounidense, estará ligada a la reificación de las identidades a la que arriba (Zehfuss, 2009). Los conceptos identidad y ambiente son formulados a partir de las interacciones; es decir, ambos identidad y ambiente son concebidos y modelados por las continuas interacciones; esto le permite afirmar al autor que la realidad es socialmente creada. Por lo tanto, el sistema internacional, basado en el principio de autoayuda y la anarquía, podría ser reformulado a partir de un cambio en las prácticas. No obstante, debido a principios epistemológicos que el autor se niega a abandonar y que lo llevan a consustanciarse con el positivismo, se ve obligado a dar cuenta de “factores intrínsecos”, es decir, independientes de cualquier interacción, que estarían en el núcleo de la formación de las identidades: cuerpos y necesidades asociadas y un bagaje “representacional en la forma de algunas ideas a priori acerca de quiénes son” (Wendt, 1999, 328). Este último bagaje funciona como el “punto de inicio” para la interacción que dará lugar a la modificación de identidades y, por tanto, de intereses. La interacción que posibilitará la transformación del conocimiento privado en conocimiento compartido se establecerá a partir de un mito fundador denominado por el propio autor como Primer Encuentro, momento en el que Ego y Alter se reúnen por primera vez, teniendo identidades ya constituidas. Para comprender la construcción de su enfoque es menester reconocer los elementos que Wendt toma de la Teoría de la Estructuración de Anthony Giddens (1984). En primer lugar, Wendt recoge de Giddens la explicación de la relación entre el agente y la estructura; lo que le permite conceptualizar tanto a los agentes como a la estructura en términos de entidades mutuamente constitutivas con un “igual estado ontológico” (Wendt, 1987, 339). De esta manera, Wendt afirma que la realidad social

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se desarrolla en la interacción. En segundo lugar, retoma la crítica al empirismo positivista, básicamente en lo que compete a la idea de que las “estructuras existen”. Esta operación le permite a Wendt presentar al realismo científico como el fundamento filosófico de la Teoría de la Estructuración: en efecto, en un trabajo coescrito con Ian Shapiro explica que el realismo científico consiste en la creencia de que tanto el mundo de los objetos como las entidades intangibles y los mecanismos causales pueden ser postulados por las teorías científicas independientemente del intelecto (Shapiro y Wendt, 1992). Según esta concepción, la distinción tajante entre la explicación causal y el entendimiento interpretativo debe ser rechazada. Los principios que rigen la producción del conocimiento científico sobre los fenómenos naturales y sociales son los mismos. Este postulado establece una diferenciación metodológica con otros autores constructivistas (como Kratochwil) que marcan una separación entre las Ciencias Sociales y Naturales (Guzzini, 2000; Kratochwil, 2000; Wendt, 1987); si bien no deja de afirmar que los enunciados utilizados en la explicación de los fenómenos sociales son de un tipo diferente de los que aparecen en las explicaciones científicas de los eventos naturales. Esta diferenciación se debe a que los objetos sociales son irreductibles a objetos naturales, por lo que no pueden ser estudiados de la misma manera. Sin embargo, este reconocimiento no implica, per se, que su estudio científico no sea posible (Wight, 2006). Wendt apunta contra el empirismo propio de los estudios positivistas basados en las Ciencias Naturales. Su realismo científico le permitirá hacer “ciencia” planteando como supuesto la existencia de estructuras no detectables por los sentidos humanos. A partir de estas nociones, Wendt asume la existencia de una realidad independiente del intelecto, no sólo en términos materiales sino también del mundo social. Por consiguiente, arguye que la argumentación científica en las Ciencias Sociales consiste en la identificación de los mecanismos causales. En otras palabras, la realidad social se encuentra “ahí” independientemente de nuestras ideas; y el consiguiente objetivo del Constructivismo wendtiano consiste en explicarla (Wendt, 1991). Esta separación entre el objeto y el investigador científico, un elemento compartido con el positivismo llevará a Kratochwil (2000) a poner en duda el carácter constructivista de Alexander Wendt. Pues bien, en su obra del año 1992, La Anarquía es lo que los Estados hacen de ella (Anarchy Is What States Make of It), utiliza la Teoría de la Estructuración para el abordaje de las prácticas sociales (Wendt, 1992). Su propuesta consiste en diferenciarse de las teorías liberal y realista de las RI: Wendt señala que ambas corrientes tienen como punto de partida una concepción exógena tanto de la noción del egoísmo del Estado como de la lógica de la autoayuda. En otras palabras, aunque los liberales y los realistas difieran en la influencia de los procesos (interacción y aprendizaje) o de la estructura (la anarquía y la distribución del poder) en la acción del Estado comparten tanto una mirada racionalista como una similar definición de seguridad. Sobre la base de

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este reconocimiento, Wendt pretende construir un puente entre la tradición liberal y el Constructivismo; y, por extensión, entre el debate racionalista (compuesto por los paradigmas realista y liberal) y el reflectivista. De hecho, coloca su obra entre los enfoques racionalistas y reflectivistas definidos en los términos de Keohane (1989); más recientemente establece que el Constructivismo se ubica como una “vía media” entre el mainstream y el enfoque posmodernista (Wendt, 1999, 40). Alexander Wendt esgrime sus argumentos sobre la base de los desarrollos del Realismo Estructural, especialmente sobre los trabajos de Kenneth Waltz. Al igual que Waltz, Wendt propone una teoría estructural Estado-céntrica (Wendt, 1994, 1999); sin embargo, se diferencia al considerar que las relaciones internacionales son socialmente construidas y no históricamente dadas, como es el caso de Waltz. Adicionalmente, en la conceptualización de Wendt la estructura no existe diferenciada del proceso, es decir, de las prácticas de los actores. Si bien Wendt está de acuerdo con los Realistas que el sistema internacional está caracterizado por el principio de autoayuda y la anarquía, argumenta que dicho principio no es una característica necesaria de la estructura, sino que dicha característica que se desarrolla y se mantiene en el tiempo a través de las prácticas (Wendt, 1992, 1999). Tomando elementos de la Sociología, como el interaccionismo simbólico de Blumer (1969), Wendt describe de qué manera la política de poder y el principio de autoayuda son socialmente construidos como una condición para la anarquía. Basa los dos principios del constructivismo utilizando los elementos del interaccionismo simbólico. En primer lugar, las personas actúan en base a los significados que ellos le otorgan a los objetos y que otros actores tienen para éstos. En segundo lugar, estos significados no son inherentes sino que se desarrollan en la interacción. Wendt afirma que el concepto de seguridad en el sistema internacional, bajo la condición de anarquía, no necesariamente debe ser autointeresado y egoísta. El comportamiento, de acuerdo con Wendt, está influido por el accionar intersubjetivo, no por estructuras materiales. El comportamiento se basa en significados colectivos a través del cual los actores adquieren una identidad –entendida como la base de los intereses que se definen en el proceso de elegir cursos de acción–. Esta identidad es relativamente estable, cuenta con roles definidos que establecen expectativas esperables. Vale destacar también que las identidades no se desarrollan y se mantienen solamente en la interacción con otros, sino que, de igual forma, determinan qué tipo de sistema de seguridad y de anarquía prevalecen. Wendt desarrolló el significado de la noción de anarquía y sus consecuencias, diferenciándose así del Neorrealismo, quienes concebían la seguridad basada en el principio de autoayuda, y por lo tanto, la anarquía daba lugar obligatoriamente, a la competencia. Wendt problematizó este estrecho vínculo afirmando que la relación entre el principio de autoayuda y la anarquía es contingente y no necesaria: para el

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autor, la autoayuda no es un rasgo constitutivo de la anarquía sino que se trata de una institución (Wendt, 1992). Una institución es una estructura o un conjunto de identidades e intereses relativamente estables. Normalmente, estas estructuras están codificadas en reglamentos y normas oficiales; pero solamente tienen valor en virtud de la socialización de los actores y de su participación del conocimiento colectivo. Las instituciones son, fundamentalmente, entidades cognitivas que no existen independientes de las ideas de los actores sobre el funcionamiento del mundo (Wendt, 1992). Como expresamos, Wendt afirma que el principio de autoayuda es una institución –una de las muchas estructuras de identidad e intereses que pueden existir en condiciones de anarquía–. Los procesos de formación de la identidad en condiciones de anarquía afectan, primero y principalmente, a la preservación de la “seguridad del yo”. Por lo tanto, los conceptos de seguridad difieren en función de cómo el yo se identifique cognitivamente con el otro y hasta qué punto esta identificación tenga lugar. El significado de la anarquía y de la distribución del poder depende de esta variación cognitiva (Wendt, 1992). Las variaciones entre las identidades y las instituciones que se desarrollan en el contexto internacional permiten, por lo tanto, el desarrollo de diferentes sistemas de interacción, conforme a la lógica que prevalezca. Por un lado, pueden ser sistemas de interacción de competencia, en donde se perpetúan la desconfianza y la alienación; y los cuales se reproducen a partir de los esfuerzos de los actores por reforzar unilateralmente su seguridad. Por otro lado, los sistemas de interacción colectiva son aquéllos donde los Estados se identifican, de manera positiva, mutuamente; en los cuales los intereses nacionales son los internacionales y la seguridad de cada uno es percibida como la responsabilidad de todos. Este último sistema de interacción no escapa al desafío de lo que el autor señala como los “Estados Depredadores”: aquellos Estados que pueden llegar a predisponerse para la agresión, donde la posibilidad del éxito del comportamiento del Estado depredador, depende de la fortaleza de la identidad colectiva del conjunto de actores (Wendt, 1992). En su trabajo del año 1999 Wendt bautizará a estos sistemas de interacción como culturas y establecerá una clasificación y una descripción pormenorizada de cada una de ellas. De esta manera, hablará de una cultura hobbesiana, una lockeana y una kantiana, como se explicará más adelante. Posteriormente, en sus obras de 1994 y 1999 Wendt desarrolló su noción de identidad y la relación con el sistema de seguridad –específicamente en lo que compete al proceso de formación de una identidad colectiva–. En su concepción, los intereses se definen en función de la identidad; por lo tanto, resulta necesario estudiar de qué manera las identidades colectivas involucran una identificación del yo con otros. Esto es relevante porque la naturaleza de la identificación en cada situación da forma a los límites de la identidad: si no hay identificación positiva, el otro es relevante para

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la definición de los intereses únicamente en la medida en que pueda ser usado para concretar los propósitos del yo. Para Wendt, éste es el punto central del principio de autoayuda (Wendt, 1994, 1999). Consecuentemente, la identidad colectiva se refiere a la identificación positiva de forma tal que el otro se hace parte de la identidad cognoscitivamente y su seguridad es la seguridad del yo. Los actores que tienen una identidad colectiva definen sus intereses en base a sentimientos como la solidaridad, la lealtad y la idea de comunidad. Lo anterior no significa que las identidades egoístas e individualistas se remplacen, necesariamente, por unas de tipo colectiva; sin embargo, reconoce que desde la cooperación entre los actores es posible cambiar la identidad y, desde ahí, modificar el sistema de seguridad predominante (Wendt, 1994). Sin embargo, sostiene el autor, la identidad colectiva nunca es asequible en su totalidad, es decir que la plena identificación en todas las áreas es imposible. La identidad es, entonces, un concepto clave en los trabajos de Alexander Wendt: para él, investigar en RI estudiar la relación entre lo que los actores hacen y lo que los actores son (Wendt, 1992). Las identidades basadas en el principio de autoayuda son el núcleo para un sistema de seguridad competitivo y el cambio en las identidades es el camino de salida hacia sistemas colectivos. El libro Teoría Social de la Política Internacional (Social Theory of International Politics) –nombre que referencia en un claro juego de espejos con la obra de Kenneth Waltz del año 1979– es su obra más visible y referencia obligada del enfoque constructivista. Este trabajo busca enlazar los enfoques constructivistas y los neorrealistas y neoliberales y aborda, fundamentalmente, la cuestión de la ontología del sistema internacional. Frente a la ontología materialista propuesta por Waltz (1988) en Teoría de Política Internacional, Wendt propone una ontología ideacional que lo lleva a desarrollar la idea de que “la anarquía es lo que los Estados hacen de ella”. En otros términos, afirma que no existe un único significado de la anarquía que suponga un modelo del tipo hobbesiano, caracterizado como un sistema reificado de auto-ayuda al interior del cual el objetivo de los Estados es la supervivencia. Sostiene el autor que incluso en condiciones anárquicas existe la posibilidad de una identificación total (cuanto menos en algunos aspectos) con el otro. Para llegar a esta conclusión, el autor emprende un recorrido que parte de la idea de que la ontología del sistema de Estados es fundamentalmente interactiva. El acento, entonces, está puesto en la interacción y en los procesos; esto permite presentar una estructura inter-estatal dinámica, en la que ya no existe una única forma de la anarquía, sino que el autor identifica (al menos) tres: la hobbesiana, la lockeana y la kantiana. La anarquía se presenta, así, como el resultado de una práctica basada en una estructura de identidades e intereses. La mencionada obra da cuenta de tres niveles de discusión en los que se inserta: el metodológico, el ontológico y el epistemológico. Los primeros dos campos en los que Wendt se enfrentan con el neorrealismo y el neoliberalismo. Respecto del nivel

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metodológico, se contrapone al “racionalismo” –que plantea a las identidades y a los intereses como dados– al afirmar que las identidades terminan de constituirse en la interacción y que los intereses varían de acuerdo a los tipos de identidades constituidas. En el plano ontológico, se enfrenta a la condición de materialidad de la estructura del sistema internacional. En cuanto al nivel epistemológico, Wendt reconoce un punto de encuentro con los neorrealistas y neoliberales: su crítica se dirige hacia el posmodernismo y el “constructivismo radical” (nombre con el que designa a autores como Kratochwil, Onuf y Ruggie). En efecto, y a diferencia de los posmodernos, Wendt sostiene que es posible efectuar una separación entre sujeto y objeto de conocimiento: sostiene que el Estado es una realidad exterior a los sujetos que lo investigan y él mismo, en tanto, investigador, no se reconoce como existiendo al interior de un determinado marco de referencia que lo lleva a sacar ciertas conclusiones. Wendt define a la identidad como “una propiedad de actores intencionales que generan disposiciones motivacionales y de comportamiento. Esto significa que la identidad es de base una cualidad subjetiva o a nivel de la unidad, enraizada en la auto-comprensión de un actor. Sin embargo, el significado de dicha comprensión frecuentemente dependerá de si otros actores se representan al actor de la misma manera, y en ese sentido, la identidad tendrá también una cualidad intersubjetiva o sistémica” (1999, 224). Así, la identidad wendtiana estará formada por “factores intrínsecos” y por “factores extrínsecos”. Entre los primeros, que responden a propiedades subjetivas, exclusivamente domésticas, encontramos tanto aspectos materiales como representacionales. Los segundos, derivados de la interacción entre unidades así ya constituidas, son aquéllos que modificarán (hasta cierto punto) esas características intrínsecas de los actores. La interacción funciona a partir de un Primer Encuentro al que Ego y Alter acuden ya formados por sus “factores intrínsecos” (encuentro ejemplificado a partir de la llegada de extraterrestres a la Tierra en su trabajo de 1992 y de la conquista española a América en su obra de 1999). A partir de allí, Ego actúa ejerciendo determinado rol, Alter interpreta la acción de acuerdo a sus propios “factores intrínsecos” y responde al estímulo propuesto por Ego, quien, a su vez, interpretará la acción de Alter y modificará o mantendrá su rol. Este proceso es el encargado de transformar el conocimiento privado en conocimiento compartido, nombre alternativo para el de cultura. Las distintas culturas forman las distintas estructuras sociales que, como se dijo más arriba, Wendt etiqueta como hobbesiana, lockeana y kantiana. Las tres son tipos de anarquía, caracterizadas por los roles que los actores juegan en relación a la violencia: el de enemigo en el caso de la hobbesiana, el de rival en el caso de la lockeana y el de amigo en el caso de la kantiana. Las estructuras y tendencias de los sistemas anárquicos dependen de cuáles de los tres roles domine en el sistema.

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La cultura hobbesiana se destaca por la supervivencia y la conservación; la cultura lockeana, por su parte, permite explicar las propiedades sociales y materiales de interés del Estado –es decir, cómo la maximización de estos intereses está relacionada con la promoción de los derechos naturales (libertad, vida y propiedad)–; la cultura kantiana se gesta sobre el razonamiento de Kant respecto de la moral de las personas –es decir, cómo se pueden transformar creencias morales y el compromiso en imperativos morales que guían nuestra conducta– (Wendt, 1999). La conclusión a la que arriba Wendt es, en fin, que las culturas son producto de la interacción de acuerdo a ciertas identidades de rol. Es decir que la interacción produce cambios en las identidades y no sólo en los comportamientos, abriendo la puerta a la posibilidad de cambio de las estructuras (de identidades e intereses).

4.3. Friedrich Kratochwil El trabajo de Friedrich Kratochwil tiene dos componentes a destacar: por un lado, parte de la crítica a la “pobreza epistemológica” de las RI y, por el otro lado, se centra en describir el papel de las reglas y normas en el sistema internacional. En lo que compete a la crítica a las escuelas dominantes de la teoría de RI, señala que las mismas se caracterizan por una concepción estrecha del comportamiento humano y de la política: asumiendo la noción de primacía de la racionalidad instrumental, estas escuelas han excluido las preguntas centrales sobre el análisis de la política. En sus términos, el análisis de carácter normativo de la política no debería ser llamado ciencia (Kratochwil, 1984). Adicionalmente, en este señalamiento agudo, toma prestado de Robert Cox (1981) la distinción entre las teorías críticas (también llamadas reflectivistas) y las teorías para solucionar problemas (o bien denominadas racionalistas-positivistas). Sobre esta base, argumenta que las últimas resultan cada vez menos adecuadas para explicar el cambio y, por lo tanto, es necesario recurrir a la reflexión histórica, la comprensión por analogía y el razonamiento contrafáctico (dejando de lado los usuales procedimientos de deducción o inducción). En particular, Kratochwil afirma que los objetos de investigación del mundo social no están dados en forma simple y autónoma en el mundo exterior, sino que, por el contrario, los fenómenos sociales forman parte de nuestras prácticas y experiencias como agentes morales cuyas acciones pueden iniciar una nueva cadena de sucesos. De esta manera, en vistas a analizar estos fenómenos resulta necesario desarrollar complejas determinaciones prácticas y epistemológicas, las cuales no se reducen a la simple observación y evidencia empírica. En consecuencia, en tanto los sistemas sociales no son sistemas cerrados ni simples y no cuentan con una retroalimentación cíclica, sino, en efecto, se trata de sistemas complejos que se reproducen a sí mismos, ni el concepto de equilibrio ni el de causalidad son estrictamente aplicables al estudio de los mismos

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(Kratochwil, 1999). Asimismo, el autor reconoce que los estudios positivistas (que han sido los mayoritarios en RI) tienen como punto de partida y condiciones antecedentes el supuesto de que el comportamiento del hombre se orienta en base a objetivos. Kratochwil propone en cambio que son el lenguaje diario y las normas los que direccionan el comportamiento humano. Este análisis se encuentra conectado fuertemente con la filosofía lingüística, especialmente con las teorías del discurso, la filosofía práctica y las teorías de la jurisprudencia (Kratochwil, 1987). Seguidamente, desde la óptica del autor el estudio de las RI, en particular (y de las Ciencias Sociales, en general) debe ser un estudio desde la praxis en donde las preguntas que surgen para su análisis no se refieren a la teoría, es decir, a encontrar leyes o generalidades inmutables del mundo social que sean válidas para un ámbito espacial y temporal bien definido (diferenciándose, así, de los enfoques tradicionales con una fuerte mirada sobre los aspectos metodológicos). En lugar de identidades permanentes (que conformen el núcleo y a las que correspondan nuestros conceptos) encontramos significados y mediaciones temporalmente estables, sin que todos ellos tengan, necesariamente, un núcleo común. En vistas a clarificar esta mirada sobre el comportamiento humano y los factores que lo influyen, Kratochwil utiliza la “metáfora de la cuerda” de Wittgenstein, a saber: si bien la cuerda está conformada por muchos hilos entrelazados, ninguno de ellos funciona de manera necesaria como el lazo central. Esta reflexión crítica sobre la praxis revela que, en la mayoría de los casos, no se disponen de pruebas simples para dirimir controversias entre teorías rivales, precisamente porque el mundo social es un artificio, construido (Kratochwil, 1999). Sobre esta base, Kratchowil afirma que la política internacional debe ser analizada en el contexto comprendido por las normas. Así, la idea que las normas influencian toda la conducta humana se vuelve claramente un aporte al enfoque constructivista, más aún a partir de la utilización de la metáfora de los juegos de Wittgenstein, la cual constituye el punto de partida para el análisis del estudio de las reglas y normas del juego (Koslowski y Kratochwil, 1994). Las interacciones políticas, por lo tanto, tienen lugar sobre la base de acuerdos parcialmente compartidos y cualquier intento de eliminar estos elementos de la evaluación y análisis en pos de supuestas indagaciones más objetivas cae en una conceptualización mínima, atento a que los seres humanos interpretan el mundo desde sus criterios morales. El autor se separa de la visión instrumental de la racionalidad y propone, en cambio, una noción de racionalidad vinculada a la comprensión del sentido común. El significado de la racionalidad, siguiendo los postulados de la Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermas, debe ser constituido por el sentido común compartido; mientras que el comportamiento se limita dentro de las consideraciones normativas esperadas. Por lo tanto, una acción o una creencia puede ser llamada “racional” cuando “tiene sentido” para actuar de esa manera. De manera

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significativa, esto se vincula con las consideraciones normativas: llamar a algo racional significa, entonces, que una norma o un sentimiento moral le da cabida. El cálculo utilitarista representado en la racionalidad instrumental sólo es posible para el autor luego de que el actor ha definido su actitud frente a la situación (Kratochwil, 1987). En lo que refiere al segundo aspecto de su elaboración teórica-conceptual, Kratochwil intentó reintroducir la dimensión política a la teoría de las RI, entendiendo a la acción política en términos de significado (a diferencia de darle un sentido meramente instrumental). Tomando como punto de partida los desarrollos de Max Weber, afirma que la acción tiene sentido solamente si se puede colocar en un contexto compartido intersubjetivamente. Este contexto, siguiendo al autor, se encuentra basado y mediado por reglas y normas; ergo, las reglas y normas son cruciales para el análisis del sentido de la acción política. Estas reglas y normas influyen en las decisiones y, al mismo tiempo, dotan de significado a las acciones y proporcionan a los actores un medio a través del cual pueden comunicarse. Las reglas le imprimen un mensaje a las acciones y son capaces de ser interpretadas a partir de un contexto compartido; funcionan sólo si logran el efecto deseado con el destinatario (y por ello no son independientes del contexto) (Kratochwil, 1989). Kratochwil establece una distinción entre normas regulativas y constitutivas, destacando que un cabal análisis no puede reducirse al abordaje de sólo las primeras (no es posible comprender el papel de las normas en la vida social si se toma como modelo paradigmático a las normas regulativas, debido a que conceptualizar las normas como una mera restricción es un error). Las “normas prácticas” o “normas institucionales” son aquéllas que promueven y canalizan acciones; y, tomando argumentos del británico John Langshaw Austin, puede explicar en qué medida estas normas se refieren, generalmente, a las condiciones que hacen considerar una acción como válida (Kratochwil, 1989, 1993b). Asimismo, si bien reconoce que las reglas y normas influyen en el comportamiento humano, alerta que por este mismo motivo no lo determinan. Por lo tanto, deben analizarse los procesos de deliberación y de interpretación. Como los problemas sociales no tienen soluciones obligatoriamente lógicas y las situaciones sociales son necesariamente indeterminadas, el análisis tiene que concentrarse en cómo las cuestiones relativas a pretensiones de validez son decididas a través del discurso (Kratochwil, 1989). Básicamente, la pregunta que se hace el autor es: ¿por qué las decisiones basadas en reglas y normas no reciben, en todos los casos, respaldo? Las explicaciones instrumentales plantean que el núcleo del análisis debe sopesar cuál es el interés esperado de los otros actores. Contrariamente, la clave analítica consiste, desde la mirada de Kratochwil, en darse cuenta que seguir una regla o norma no implica un hábito ciego, sino que se debe evaluar la argumentación de la acción. Kratochwil explora el razonamiento jurídico debido a su paralelismo con el discurso moral: ambos implican

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un elemento de la heteronomía, es decir, respecto de los otros; también se montan sobre un proceso de argumentación basado en principios, que conduce a una aplicación igualmente de principios de las normas respectivas. En suma, resulta necesario investigar las razones por las que son vistas como una justificación aceptable para seguir una regla en circunstancias específicas (Kratochwil, 1989). A partir de lo anterior se explica su argumento de que sólo la aparición de un punto de vista moral puede avanzar hacia una solución: son las normas las que proporcionan la base para un proceso de razonamiento en el cual algunas violaciones de las normas se clasifican como excusables, mientras que pueden darse otros casos en los que no. En este proceso, la identificación de premisas relevantes es significativa: que una acción pueda obtener apoyo depende de la definición de la situación. Por lo tanto, las justificaciones dadas para un determinado curso de acción proporcionan una indicación importante para su evaluación. Los actos y las decisiones, consiguientemente, deben ser presentados y justificados como razones de peso y por ello, la elección de un discurso se convierte en un aspecto necesario y crucial. Estos discursos suelen comenzar a partir de lugares y temas comunes, proporcionando así enlaces de la argumentación (Kratochwil, 1989). Fundamentalmente, es imposible hablar de los actos humanos de forma neutral: aquéllo que llamamos objetivo es el conjunto de conocimientos que surgen de la validez intersubjetiva de una caracterización en la que las personas pueden estar de acuerdo. Los procesos de razonamiento no conducen, obligatoriamente, a las mejores soluciones, sino a las que tienen argumentos que son vistos como más convincentes que los demás. Por lo tanto, las decisiones de las autoridades resultan claves en su análisis. Esto no significa, sin embargo, reducir la influencia de las normas y el contexto intersubjetivo, ya que las decisiones de las autoridades utilizan las normas y su contexto para demostrar que se basan en buenas razones y no son decisiones arbitrarias (Kratochwil, 1989). A raíz de este recorrido analítico, Kratochwil sostiene que el papel de las reglas y normas en la vida social debe ser reconceptualizado radicalmente. Como adelantamos, utiliza la noción del rol de las normas de juegos de Wittgenstein como punto de partida: las reglas y normas en un juego no sólo son el resultado de cálculos de utilidad individual, sino se constituyen en las condiciones previas para las estrategias y para la especificación de los criterios de racionalidad. Las normas, por lo tanto, no sólo establecen ciertos juegos y permiten a los jugadores alcanzar sus metas dentro de ellos, sino que, también, establecen significados intersubjetivos que permiten a los jugadores dirigir sus acciones hacia los demás, comunicarse unos con otros, valorar la calidad de sus acciones, criticar y justificar las decisiones tomadas (Kratochwil, 1993a). Sobre esta noción, en tanto el lenguaje no cumple la función de reflejar la acción otorgándole una etiqueta descriptiva, el autor se conduce a una conceptualización

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distinta de la acción y la comunicación: el lenguaje es la acción (Kratochwil, 1993a). Esta conceptualización del lenguaje, que implica la noción de construcción y se relaciona con las reglas y normas, es fundamental para el Constructivismo de Kratochwil. El contexto de las reglas y normas que establece la base para la intersubjetividad y, por lo tanto, la posibilidad de entender la política como participación de una acción significativa, donde las cuestiones normativas revisten un carácter crucial.

4.4. Christian Reus-Smit Uno de los aportes de la Sociología al enfoque constructivista ha sido la utilización de elementos de la Teoría de la Acción Comunicativa de Habermas. El primero en aplicar los conceptos habermasianos a la realidad internacional fue Thomas Risse (2000) con el fin de achicar la brecha entre el racionalismo y el constructivismo. Risse afirmó que ambas corrientes requerían un marco discursivo para explicar los resultados del comportamiento en la política internacional; esa debilidad compartida fue un terreno fértil para aplicar los desarrollos habermasianos. De acuerdo al autor, los órganos de decisión en las instituciones internacionales no son simplemente espacios que producen estrategias o acciones estratégicas; al contrario, éstos producen argumentaciones para que los actores aprendan a confiar y acordar unos con otros. El punto de partida de este proceso es la persuasión moral y el conocimiento común, los cuales se fundan en la empatía y la motivación en vistas a establecer acuerdos entre los actores. Christian Reus-Smit acompaña los postulados de Risse afirmando que el enfoque constructivista comparte elementos del enfoque comunicativo habermasiano; en efecto, es posible comprender al Constructivismo como una aplicación de los postulados de Habermas en el campo de las RI. Consecuentemente, el aporte de Reus-Smit consiste en la integración rica y sofisticada de las ideas extraídas de las tradiciones de la Sociología Histórica, la Teoría Discursiva y el Constructivismo; las cuales se centran, principalmente, en la dinámica evolutiva y en las propiedades discursivas de las estructuras políticas y las normas de la sociedad internacional. Es menester destacar, sin embargo, que su enfoque conserva gran parte del escepticismo habermasiano respecto del funcionalismo y la ciencia empirista-positivista. De hecho, recordemos que la Teoría de la Acción Comunicativa tiene como objeto explicar los elementos cognitivos de la acción social y la formación de los sistemas; por lo tanto y sobre esta base teórica-conceptual, Reus-Smit intenta explicar las complejas dimensiones sociales e históricas de las normas internacionales de instituciones y sociedades. La Teoría Crítica y el Constructivismo, a la luz del autor, son compatibles en tanto ambas persiguen diferenciarse del racionalismo en lo que atañe a las cuestiones de interpretación, evidencia empírica, generalizaciones y explicación de los fenómenos

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sociales (Price y Reus-Smit, 1998). Efectivamente, el Constructivismo y la Teoría Crítica, señalan Price y Reus-Smit, surgieron de una misma tradición dentro de la Teoría Social –el Marxismo– y, por lo tanto, comparten los objetivos metodológicos de la evaluación de los orígenes sociales de la práctica y la acción humana. Su primer libro, El propósito moral del Estado de 1999 (The Moral Purpose of the State, basado en su tesis doctoral, dirigida por Peter Katzenstein) se centra en la evolución de la sociedad internacional y en el análisis de las diferentes prácticas y normas de diversas sociedades a lo largo de la historia (desde la antigua Grecia, pasando por las ciudades-estado del Renacimiento, hasta el sistema de Estados modernos). ReusSmit sostiene que a lo largo del tiempo podemos encontrar sistemas de entidades políticas diferentes; asimismo, en cada una de estas entidades políticas históricas se presentan disímiles prácticas institucionalizadas y normas. Sin embargo, pese a estas diferencias, el autor encuentra un patrón evolutivo en los valores de cada entidad política. En sus términos, los valores y creencias que forman parte constitutiva de la evolución de las estructuras políticas las denomina estructuras constitucionales (ReusSmit, 1999). A partir de un estudio pormenorizado de la evolución de las normas y reglas demuestra en qué medida éstas han sido moldeadas a partir de cambios en las fuerzas políticas-sociales y valores en la sociedad. Diferenciándose de los autores que asumen que las normas, reglas y prácticas institucionalizadas son constitutivas de, a la vez que se constituyen por, valores y creencias dadas de los agentes, Reus-Smit afirma que la construcción de las normas y prácticas institucionales forma parte de un proceso discursivo e histórico que al ser enmarcado correctamente, permite aprehender por qué algunas normas se han convertido en los nuevos estándares de legitimidad a lo largo de la historia. De hecho, como él mismo explica, los Constructivistas han “fallado al no prestar la atención suficiente a los mecanismos discursivos que unen las ideas intersubjetivas de la legitimidad y del derecho de la acción estatal con las instituciones fundamentales constitucionales” (Reus-Smit, 1999, 26). Es por ello que el objetivo de sus trabajos consiste en analizar este puente de plata. Consecuentemente, la búsqueda por discernir las propiedades constitutivas y causales de normas y valores de manera ontológica remite a la pregunta de cómo la racionalización de los intereses y valores legitima las normas a lo largo del tiempo. Como afirma el autor, diversas sociedades internacionales a lo largo de la historia (que se condicen con variadas ideas de lo que es un “Estado legítimo”) han desarrollado diferentes órdenes institucionales; sin embargo, la diplomacia multilateral y el derecho internacional contractual sólo pudo surgir en el mundo en el momento en que los Estados liberales, y sus principios de gobierno, han sido predominantes (Reus-Smit, 2002, 503). La pregunta central, entonces, no es simplemente cómo las normas y los principios morales regulan y constituyen tanto la identidad del Estado como el poder, sino que debe interrogarse la forma en que éstos han surgido como

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parte de un proceso de negociaciones y de acuerdos al interior de instituciones internacionales (como son los casos del Derecho Internacional y la Diplomacia).Todas las estructuras internacionales se nutren de “los profundos valores constitutivos de la sociedad de Estados” (Reus-Smit, 1997, 556); es decir, de valores humanos como la paz, la comprensión, la libertad, la justicia, el respeto y la dignidad. Estos valores forman la decisión de adoptar y legitimar las nuevas reglas, normas y prácticas institucionales. El conocimiento obtenido a partir de la institucionalización de estos valores constitutivos caracteriza el progreso social y moral. De hecho, las instituciones surgen, desde la mirada de Reus-Smit, para administrar las normas procesales y para promover procesos judiciales. El tipo de justicia al que alude no se refiere, únicamente, a la aplicación imparcial de las normas, sino que es el producto de la negociación y la deliberación ética y política. Por supuesto, el consentimiento del Estado sigue siendo un requisito formal para la aplicación de la ley y las reglas; sin embargo, dicho consentimiento también requiere que los Estados y los individuos puedan identificarse con la eficacia moral de dichas normas. Por lo tanto, en su opinión, el enfoque Constructivista debe demostrar que las “ideas predominantes de la identidad legítima del Estado están vinculadas indisolublemente a la naturaleza de las instituciones que establece la construcción para facilitar la convivencia y la cooperación” (Reus-Smit, 2002, 503). Retomando lo dicho ut supra sobre el proceso evolutivo que él encuentra en los valores, normas y prácticas a lo largo de la historia y en las diferentes entidades políticas, Reus-Smit distingue entre instituciones fundamentales y estructuras constitucionales: las estructuras constitucionales son puntualizadas como los mitos fundantes que conjugan los valores constitutivos que definen la condición de legitimidad tanto del Estado como de su accionar (Reus-Smit, 1999). En tanto el Constructivismo asume una función constitutiva y de regulación de los valores sobre las estructuras generativas, resulta importante situar estos valores dentro de lo que él llama “la Jerarquía Constitutiva de las instituciones internacionales modernas” (Reus-Smit, 1999, 15). Evaluando el rol de las estructuras constitucionales dentro de este esquema podemos comprender y apreciar el vínculo constitutivo entre la identidad del Estado y las normas morales, así como la aparición de nuevos estándares de legitimidad. Este enlace entre la identidad del Estado y las normas morales es también constitutivo de la naturaleza discursiva. Como ya indicamos, el enfoque discursivo de ReusSmit se basa principalmente en la Teoría de la Acción Comunicativa de Habermas; dado que las instituciones proporcionan un espacio para el debate y la deliberación, también implican por un lado, exigencias éticas y morales a la verdad y, por el otro, diversas razones que sean lo suficientemente convincentes como para persuadir a otros de que las nuevas reglas y normas deben ser institucionalizadas. La legitimación, por lo tanto, es un proceso discursivo en el que la lucha para llegar a un consenso

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razonable presupone el reconocimiento de una autoridad imparcial y justa para poner en práctica esas normas. De esta manera, la persuasión moral ayuda a explicar la construcción de valores. Asimismo, para Reus-Smit la naturaleza discursiva de las instituciones también permite establecer un puente entre la Escuela Inglesa y el Constructivismo. Los enfoques normativos sobre las agencias junto con su mirada sobre las metas morales colectivas y los principios del Derecho Internacional y de la Sociedad Mundial propios de la Escuela Inglesa pueden ser entendidos como derivaciones discursivas. De hecho, la aparición de redes transnacionales que abogan por la defensa de determinados temas (trans-advocacy networks, en el original) –compuestas por organizaciones no gubernamentales– no sólo refuerza la solidaridad (de manera endeble) de una sociedad mundial, sino que también muestra cómo las negociaciones, los acuerdos y la argumentación representan una forma de política cada vez más autónoma de estas instituciones. Sin duda, esta tendencia mantiene la emancipación autonómica de un complicado proceso de desarrollo político moral. Como Reus-Smit afirma, “hay un gran riesgo que una nueva política transnacional normativa se convierta en una crisis de legitimidad profunda del Estado” (Reus-Smit, 2002, 501). De hecho, para el autor, la autonomía discursiva de muchas instituciones implica un complejo conjunto de desafíos políticos, incluido el del desarrollo de la capacidad de servir los mejores intereses de la justicia para hacer frente a las necesidades de las personas y de otros grupos. En el primer capítulo de su obra La Política del Derecho Internacional (The Politics of International Law) analiza cómo el discurso de la autonomía institucional ha dado lugar a la discreción imparcial o una fuerte auto-percepción de la independencia de estos actores respecto de la política (Reus-Smit, 2004). Sin embargo, dicha independencia, explica, sigue vinculada a las negociaciones y discusiones que definen la esencia misma de lo político –o la política de las instituciones internacionales–. En sus términos: “el ordenamiento jurídico internacional se modela a través del discurso de la autonomía institucional, del lenguaje y de la práctica de la justificación, de la forma multilateral de la legislación y de la estructura de la obligación” (Reus-Smit, 2004, 15). Si bien Habermas da a entender que una fuerte esfera pública mundial surgirá del proceso de legitimación del Derecho Internacional, el Constructivismo social de Reus-Smit no necesariamente se sitúa en ese sentido, ya que sólo se orienta a la explicación de la evolución histórica de nuevos estándares morales de legitimidad. Con todo, debemos reconocerle a Reus-Smit, como argumentan Griffiths et al (2009, 142), el foco profundo y sensible que realiza sobre los valores constitutivos de normas, principios y reglas, los cuales siguen dando forma a las prácticas institucionales de manera abierta.

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5. ¿Uno o muchos Constructivismos? En pos de un intento de clasificación de los enfoques constructivistas El Constructivismo es un enfoque con intereses muy amplios (Santa Cruz, 2009); es de suponerse, por lo tanto, que no sea monolítico en su interior. Existen diversas clasificaciones de las corrientes al interior del Constructivismo y la presente sección busca dar cuenta de algunas de ellas, las cuales van adicionando complejidad. Primeramente, entre las visiones duales, hay quienes distinguen entre un constructivismo “moderno” y otro “posmoderno” (Reus-Smit, 2005); o bien, entre uno “convencional” vis a vis uno de tipo “crítico” (Hopf, 1998). Algunos autores amplían a tres categorías la forma de aprehender la clasificación, diferenciando un supuesto constructivismo “convencional” de otro “consistente” y un tercero llamado “crítico” (Fierke, 2007; Wiener, 2007) o bien, uno “positivista”, uno “interpretativista” y otro “posmoderno” (Fearon y Wendt, 2002). Finalmente, se ha avanzado también en tipologías cuatripartitas, distinguiendo los constructivismos “modernista”, “modernista-lingüista”, “critico” y “posmodernista”. Otros esquemas de clasificación se centran en el nivel de análisis promovido por cada una de las vertientes internas del enfoque, distinguiendo constructivismos “sistémico”, “de unidades constitutivas” y “holístico” (Adler, 2002; Reus-Smit, 2005). Las citadas propuestas de clasificación difieren en si enfatizan sobre diferentes aspectos teóricos, metodológicos o meta teóricos. Si bien cada uno de los autores constructivistas presenta explicaciones diversas en torno de la relación entre la práctica discursiva, el conocimiento y el desarrollo que debe tomar el estudio de la política internacional, es posible presentar algunos parámetros que permitan su agrupamiento. Por este motivo, presentamos a continuación dos clasificaciones: por un lado, la elaborada por Ted Hopf (1998), una propuesta amplia y que permite una mayor convergencia, diferenciando entre constructivismo “convencional” y “crítico”; por el otro lado, el trabajo de Emanuel Adler (2002) arroja luz sobre la variedad de líneas en torno de los elementos metodológicos de cada uno.

5.1. Ted Hopf: los constructivismos “convencional” y “crítico” Una de las posibles maneras de agrupar a los autores del enfoque constructivista consiste en identificar la cercanía o la distancia respecto de la Teoría Social Crítica. Ésta es, precisamente, la propuesta de Ted Hopf: en la medida en que el Constructivismo crea un distanciamiento teórico y epistemológico respecto de sus orígenes en la Teoría Crítica (TC), se convierte en Constructivismo “convencional”. A pesar de que el Constructivismo comparte muchos de los elementos fundamentales de la TC, resuelve algunos interrogantes utilizando elementos que no siguen esta teoría sino que son más propios de la crítica posmoderna (Hopf, 1998, 181).

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A raíz de esta vinculación entre el Constructivismo y la TC resulta necesario esbozar tanto los aspectos de la segunda que el Constructivismo ha conservado así como los que ha optado por tornar convencional. El resultado permite esbozar un tipo de Constructivismo, el convencional, como un conjunto de principios que parten de la TC sin observar, necesariamente, ciertos elementos epistemológicos y algunos de los puntos centrales de la misma. El Constructivismo convencional se diferenciaría, de esta manera, de otro tipo, llamado “crítico” dada su cercanía a la TC –principalmente en su concepción respecto del rol del conocimiento científico. Para comenzar, es menester señalar los elementos compartidos por ambos tipos de Constructivismo (convencional y crítico); en particular, sus fundamentos teóricos. En primer término, ambos apuntan a “desnaturalizar” el mundo social; es decir, su interés reside en descubrir y revelar empíricamente en qué medida y de qué manera las instituciones, las prácticas y las identidades que aparecen como “algo natural”, son, de hecho, productos de la acción humana, de la construcción social. En segundo lugar, también comparten la creencia de que la realidad intersubjetiva y los significados son datos fundamentales para la comprensión del mundo social. Tercero, insisten en que todos estos datos deben ser “contextualizados”; en otras palabras, para poder comprender su significado, los datos deben ser relacionados con el contexto social en el que están situados. Cuarto, aceptan el nexo entre poder y conocimiento o el poder de la práctica en la relación entendimiento/conocimiento. Quinto, interpretan al hombre como agente. Sexto, hacen hincapié en la reflexividad del yo y la sociedad; es decir, la mutua constitución de actor y de la estructura (Ashley, 1987; Hopf, 1998). Sin embargo, el Constructivismo convencional y el Constructivismo crítico se diferencian, principalmente, en cuatro aspectos. La primera discrepancia consiste en cómo uno y otro comprenden a la identidad, a saber: los convencionales desean descubrir las identidades y sus correspondientes prácticas sociales de reproducción para, luego, ofrecer una explicación de cómo estas identidades implican, modifican o influencian ciertas acciones. Al contrario, la finalidad de los críticos consiste en descubrir los mecanismos por los cuales se construye una verdad naturalizada (y no, meramente, evaluar los efectos de diversas identidades y prácticas). En otras palabras, mientras que los críticos apuntan a explorar los mitos asociados con la formación de la identidad, los convencionales desean tratar esas identidades como las posibles causas de una determinada acción. Consecuentemente, los críticos tienen un fuerte interés en el cambio de la realidad y buscan desarrollar capacidades para promover dicho cambio; por su parte los convencionales no buscan indagar ni promover el cambio (Hopf, 1998). La segunda de las diferencias reside en el debate respecto de los orígenes de la identidad. Los convencionales no se detienen a evaluar el proceso performativo de la identidad cognitiva; en cambio, los críticos son más propensos a identificar alguna

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forma de alienación impulsando la necesidad de identidad. Como se señaló anteriormente, el Constructivismo convencional acepta la existencia de identidades y busca entender su reproducción y los efectos de ello; y los Constructivistas críticos utilizan la TC para comprender el origen de la identidad. Para los último, es prioritario identificar la diferencia respecto de otros para producir la propia identidad –de la misma manera que explica Hegel la dialéctica del amo y el esclavo, donde el amo más poderoso no puede conocer su propia identidad ni ejercer su poder superior hasta que su esclavo, su otro, lo ayude a construir esa identidad a través de la práctica–. No es casual, entonces, visualizar que el Constructivismo crítico abreva y retoma elementos de autores como Nietzsche, Freud y Lacan (Hopf, 1998). En tercer término se diferencian en su concepción del poder. Los Constructivistas críticos argumentan que la identidad establece relaciones de poder: observan cómo el poder se ejerce en cada cambio social, identificando la existencia, en todos los casos, de un actor dominante en dicho proceso de cambio. En este sentido, desenmascarar estas relaciones de poder es una parte importante de la agenda sustantiva de los programas de investigación de los críticos. El Constructivismo convencional, por el contrario, reafirma que es analíticamente neutral respecto de la cuestión sobre las relaciones de poder. A pesar de que los convencionales afirmen que las prácticas sociales reproducen las relaciones de poder subyacentes, ello no implica, necesariamente, un interés por interrogar dichas relaciones –a diferencia del supuesto de la TC de que todas las relaciones sociales son instancias jerárquicas, de subordinación o de dominación–. Las diferentes conceptualizaciones del poder implican diferentes agendas teóricas: mientras que los convencionales se orientan a la producción de nuevos conocimientos y puntos de vista sobre nuevos fenómenos, los críticos analizan la realidad para poder favorecer un cambio social hacia la emancipación (Hopf, 1998). En cuarto lugar, difieren respecto del rol del investigador en este proceso. Por un lado, los críticos reconocen conscientemente su propia participación en la reproducción, constitución y fijación de las entidades sociales que observan, asumiendo que el actor y el observador nunca pueden separarse. Por otro lado, los convencionales parecen ignorar esta situación: el observador/investigador no es objeto de la misma indagación crítica auto-reflexiva. En síntesis, si bien ambos comparten una serie de posiciones como la mutua constitución de los actores y estructuras, la anarquía en tanto construcción social, el poder como poder material y discursivo y la variabilidad de las identidades y los intereses estatales, el Constructivismo convencional no acepta las ideas de la TC sobre su propio papel en la producción de cambio y mantiene una comprensión radicalmente diferente del poder.

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5.2. Emanuel Adler: cuatro diferencias en lo metodológico Emanuel Adler (1997) clasifica al Constructivismo en función de las diferentes tradiciones teóricas de las RI y afirma que se sitúa en un escenario privilegiado por utilizar una variedad de interpretaciones. Adler utiliza como parámetro para diferenciar cuatro grupos dentro del paisaje del Constructivismo las diferencias metodológicas, retomando trabajos de Cecelia Lynch y Audi Klotz (Lynch y Klotz, 1996). El primer grupo es el de los modernistas, los que asumen que, evitado el extremismo a nivel ontológico, no hay razón por la cual abstenerse del uso de métodos estandarizados para la interpretación de los fenómenos internacionales. En este grupo podemos encontrar a académicos como Barnett, Cederman, Finnemore, Katzenstein, Klotz, Risse-Kappen. También es posible ubicar en este grupo los trabajos de los constructivistas Estado-céntricos, como Alexander Wendt, los que se diferencian de aquellos autores que reifican como categorías más importantes a las naciones y los grupos étnicos. El segundo grupo de constructivistas es el posmodernista, representado especialmente por los trabajos de Onuf y Kratochwil. Ambos autores se concentran en cómo las normas y reglas –e, inclusive, la jurisprudencia internacional– incide en las formas de razonamiento y de persuasión en el comportamiento en la política internacional. Esta perspectiva transforma “explícitamente el énfasis por una epistemología neopositivista, acentuando el foco en el hecho de que los cambios históricos de largo curso no se pueden explicar en términos de un mismo conjunto de factores causales, sino a través de análisis de conjeturas” (Lynch y Klotz, 1996). El tercer grupo de constructivistas enfatiza sobre el conocimiento, entendiéndolo como conocimiento narrativo: presta particular atención a: las narraciones basadas en el género (estableciendo puentes con los enfoques feministas); la acción de agentes (como lo son los movimientos sociales); y el desarrollo de los intereses en torno a la seguridad. El cuarto grupo de académicos son aquéllos que se valen de las técnicas desarrolladas por la TC: algunos constructivistas utilizan el método genealógico de Foucault; otros se dedican a la “deconstrucción” de la soberanía como paso anterior para su “reconstrucción” (Adler, 1997).

6. Críticas al constructivismo Durante parte de la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, el enfoque Constructivista se instaló como “la nueva ortodoxia” dentro de las teorías de las RI y, dentro de sus múltiples miradas, los trabajos de Alexander Wendt se desplegaron como los predominantes. Este período, por lo tanto, se caracteriza por la

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abundancia de estudios sobre la nueva realidad de la política mundial desde el acervo teórico-conceptual del Constructivismo. Es posible identificar dos conjuntos de críticas a la obra de Wendt: aquellas que provienen de intelectuales del maistream neo-neo, por un lado, y las derivadas de autores posmodernos, por el otro. Respecto del primer grupo, ha sido Robert Keohane quien realizó una desarrollada crítica sobre la obra de Wendt. En su artículo titulado Las ideas, tan sólo una parte de la explicación (2002), desde un punto de vista institucionalista, muestra los supuestos que Wendt comparte con el Neorrealismo y el Neoliberalismo. En sus propios términos, Keohane señala como Wendt se acerca a los postulados de la teoría “clásica” al afirmar “que los Estados existen antes del sistema, que los intereses materiales y el poder (al igual que las instituciones) son factores causales importantes; que los Estados pueden ser vistos como actores racionales en la mayoría de los casos; y que la ciencia con significado requiere proposiciones que sean potencialmente falseables mediante el uso de la evidencia” (Keohane, 2002, 8) identificándolo como un académico racionalista que ha leído a Foucault. Si bien Keohane destaca la complejidad y relevancia de la obra de Wendt, no comparte el interés por desentrañar la ontología de la teoría de RI (Keohane, 2002). Un cuestionamiento adicional reside en el papel que ocupan las ideas en la investigación de las RI: Keohane critica su idealismo planteando que tanto la adopción de una postura materialista como de una idealista no tiene sentido. En efecto, “la dicotomía […] entre los argumentos ‘materialistas’ e ‘idealistas’ es exagerada y equivocada” (Keohane, 2002, 13) ya que, en sus términos, tanto neorrealistas como institucionalistas siempre tienen presentes a las ideas. A diferencia de Wendt, Keohane considera que el objetivo de la investigación en RI consiste en pensar el modo en que factores materiales e ideacionales se combinan en la política internacional –a diferencia de debatir sobre la preponderancia de uno u otro tipo. Por su parte, Cynthia Weber (2005) señala que el mito constructivista de Wendt –el de “la anarquía es lo que los estados hacen de ella”– es, en realidad, un mito reconfortante porque, por un lado, promete liberarnos de la lógica determinista de la anarquía; luego, pretende construir un puente entre las tradiciones (Neo)realistas y Neoliberales; y, sobre todo, responde a la seductora pregunta sobre la autoría de la anarquía internacional dándonos un autor claro y definido –el Estado/los Estados–. Desde esta mirada, el Constructivismo wendtiano resuelve las necesidades teóricas de los académicos de RI en este nuevo contexto, en donde las viejas tradiciones teóricas no ofrecen herramientas para el análisis del escenario internacional (Weber, 2005). Sin embargo, al aceptar los beneficios del Constructivismo wendtiano también se aceptaron sus debilidades teórico-conceptuales: destacamos al menos dos falacias importantes. En primer lugar no logra cumplir su promesa de trascender la cosificación porque, con el objetivo de escapar de una reificada lógica de la anarquía como eje teórico, se concentra en el Estado. En segundo lugar, al cosificar al Estado –ya

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que insiste en su rol como autor de decisiones– el Constructivismo pierde la oportunidad de cumplir su promesa de restaurar un enfoque centrado en los procesos y las prácticas sociales que construyen a la identidad del Estado en la política internacional (Weber, 2005). En este sentido, la indagación de Alexander Wendt en pos de encontrar alternativas teóricas al determinismo de la lógica de la anarquía, deriva en un determinismo del carácter de la identidad del Estado. En otras palabras, Wendt sólo logra escapar de la cosificación de la anarquía internacional al cosificar el Estado como tomador de decisiones. Esta afirmación constructivista nos permite responsabilizar a los Estados de cualquier cambio de la anarquía internacional y ésta ha sido una importante contribución a los debates sobre la anarquía. Sin embargo, impide, a la vez, investigar las prácticas que producen los Estados en tanto productores de sentido. A partir del desarrollo de Wendt podemos comprender cómo los Estados actúan en la política internacional pero no cómo se producen sus prácticas (Weber, 2005). Adicionalmente, Maja Zehfuss (2009) plantea que la concentración en la cosificación de la identidad de trabajos de Wendt (en donde necesita ubicar la identidad como concepto central) amenaza con socavar la posibilidad de su Constructivismo. En la búsqueda por desarrollar una teoría científica del sistema internacional, Wendt toma al Estado como algo dado y debido a la lógica planteada –señala la autora– la identidad debe ser conceptualizada como la identidad susceptible de ser circunscrita al Estado. En otras palabras, Wendt necesita que la identidad sea construida, pero, al mismo tiempo, que sea dada. La necesidad de que se encuentre dada sólo puede sostenerse si se excluyen las dimensiones de su construcción de la órbita del análisis (Zehfuss, 2009). La conceptualización de la identidad wendtiana no admite, por lo tanto, cuestionamientos de esa identidad, sino que se presenta como una identidad unificada y sin diferencias (Zehfuss, 2009). Asimismo, desde el posmodernismo se han realizado diversas críticas. Para comprender el punto que realizan los posmodernos es importante remontarnos a la crítica pionera que Ashley (1984) realizó al Neorrealismo: su falta de atención y cuestionamiento sobre la identidad y las prácticas sociales. Si bien los trabajos de los constructivistas se nutren de estas críticas, las diferentes líneas abrevaron en variadas corrientes teóricas de la Sociología: algunos retomaron, como vimos, constructos de Habermas y Giddens; mientras que otros, posmodernos, se apoyaron en los trabajos de Michel Foucault, Jacques Derrida, Jean Baudrillard y Julia Kristeva, entre otros. Sobre esta base, los autores posmodernos en RI consideran que el mito wendtiano de la anarquía es lo que los Estados hacen de ella desnaturaliza la lógica de la anarquía al enfocarse en la práctica estatal y consecuentemente, afirman que esta operación no permite interrogar las prácticas que reproducen los propios Estados. Los autores posmodernos argumentan, así, que la insistencia en la investigación sobre la utilización

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del poder para estabilizar las identidades de los constructivistas termina estableciendo un determinismo concentrado en la identidad de los Estados (Weber, 2005). Una crítica hacia de el esencialismo wendtiano, proviene del autor posestructuralista David Campbell. Según éste, los constructivistas tomaron la cultura y la opusieron a la materialidad, invirtiendo el edificio determinista. Al tomar la identidad como variable independiente admitieron cierto esencialismo en su teoría, reificando incluso los factores explicativos (Campbell, 1998). En síntesis, el conjunto de críticas, tanto ontológicas como metodológicas, concentradas especialmente en el desarrollo wendtiano ofrecen aristas que enriquecen el debate del campo disciplinar, en donde el Constructivismo se ha convertido en una herramienta teórica apropiada para los desafíos del siglo XXI.

7. Transformaciones globales y retos para la Teoría de las Relaciones Internacionales Los teóricos de la disciplina de RI convencionalmente han entendido al sistema de Estados modernos a partir de la distinción entre la jerarquía interna, que se deriva de la monopolización por parte del Estado del uso legítimo de la fuerza, por un lado, y la anarquía internacional, la cual refleja la ausencia de un Leviatán a nivel mundial y la descentralización de la capacidad de realizar la guerra entre varios estados soberanos, por el otro. Sin embargo, el advenimiento en la pos-Guerra Fría de la unipolaridad y del colapso del rol del Estado en las sociedades poscoloniales presentan múltiples retos a esta mirada sobre la política mundial. Tres son los desafíos principales. En primer lugar, con una superioridad militar indiscutible, la disposición a usar la fuerza unilateralmente para avanzar en la concreción de sus intereses y la exportación agresiva de un tipo de régimen a través de una estrategia que conjuga valores democráticos con la promoción del capitalismo liberal, los Estados Unidos ocupan en la actualidad un papel relevante en la política mundial sin parangón en la historia: el de la potencia hegemónica interventora. Esta intervención, implícita en la participación de los Estados Unidos en las oficiosidades humanitarias y en sus iniciativas de promoción de la democracia durante la década de los años noventa, se ha tornado explícita luego de los atentados del 11S y del vínculo establecido por la administración Bush entre los regímenes de Medio Oriente vis a vis la nueva ola de terrorismo islamista transnacional. En consecuencia, la concentración de capacidades convencionales de combate en manos de una potencia hegemónica intervencionista, el debilitamiento del monopolio coercitivo del Estado en muchas de las sociedades poscoloniales y la difusión de la capacidad destructiva de las redes transnacionales no estatales como Al Qaeda, socavan sustancialmente la hipótesis

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weberiana del Estado que tradicionalmente ha sustentado a la teoría de RI. Asimismo, la difusión permanente y la consolidación de normas que delimitan el ejercicio de las prerrogativas soberanas debilitan cada vez a los Estados. En segundo término, la difusión acelerada de la democracia como el estándar internacionalmente reconocido de la condición de Estado legítimo, el reconocimiento cada vez mayor de la responsabilidad de proteger que limita el uso doméstico de la fuerza de los Estados nacionales y el compromiso cada vez mayor de los Estados Unidos en pos de la búsqueda de reprimir el terrorismo transnacional y evitar la proliferación de armas de destrucción masiva, reflejan el carácter cada vez más condicionado de la soberanía en el sistema de Estados modernos. Si bien la ejecución internacional de las normas democráticas y humanitarias sigue siendo selectiva e inconsistente, en la era de la pos-Guerra Fría se ha dado un cambio progresivo y una aceptación retórica de la intervención, diferenciándose de la defensa férrea del principio de no intervención que rigió las relaciones interestatales durante la Guerra Fría (Feinstein y Slaughter, 2004). Por último, en un contexto de globalización, la relación entre las identidades colectivas y la territorialidad se ha atenuado o, por lo menos, reconceptualizado a través de un marco global. Las redes terroristas transnacionales como Al Qaeda y Jemaah Islamiyah afirman actuar ya no en defensa de los intereses de una nación territorialmente determinada, sino más bien en el nombre de una ummah global que abarca todos los musulmanes del mundo para justificar sus ataques contra los Estados Unidos y sus aliados (Mendelsohn, 2005). Consecuentemente, un mundo caracterizado por transformaciones en los patrones de la violencia organizada, la consolidación de las normas democráticas y humanitarias a expensas de la inexpugnabilidad de la soberanía estatal westfaliana y una relación cada vez más contingente entre territorialidad e identidad colectiva, se generan desafíos y preocupaciones que afectan por igual a realistas, liberales y constructivistas –en especial en lo ateniente a los supuestos fundacionales del rol del Estado Nación como el único actor con poder coercitivo y la permeabilidad de la distinción constitutiva entre la jerarquía doméstica y la anarquía internacional. Para los teóricos realistas, la progresiva erosión del monopolio coercitivo del Estado, tanto desde arriba como desde abajo, pone en tensión sus tradicionales análisis Estado-céntricos. Además, este proceso también afecta al supuesto realista que entiende al Estado como la coraza que da garantías a los ciudadanos respecto de la doble amenaza de la conquista extranjera y el desorden civil. La búsqueda por asegurar la seguridad nacional sin contemplar los valores morales como principal función del decisor político se desdibuja a medida que ganan espacio las actividades de compañías militares privadas y las redes transnacionales de criminales y terroristas. Asimismo, es necesario destacar que la preferencia normativa por un sistema internacional anárquico sobre un sistema

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jerárquico mundial, como postula el Neorrealismo, se desfigura a raíz de las consecuencias desestabilizadoras que se derivan de la pos-Guerra Fría y del rol de Estados Unidos como un “imperio informal” (Anzelini, 2007) a partir de sus intentos agresivos durante la primer década del siglo XXI por transformar los regímenes nacionales de otros Estados imponiendo democracias y un régimen económico de libre mercado. La difusión mundial y la consolidación de las normas democráticas y humanitarias es un motivo de celebración para los autores liberales. Sin embargo, ya que estas normas actúan como las normas constitutivas de la autoridad política legítima y sus efectos son profundamente transformadores en las estructuras nacionales de autoridad institucionalizada, los liberales podrían beneficiarse de los análisis constructivistas de los procesos sociales a través de los cuales tales normas constitutivas emergen y se difunden por los sistemas internacionales. A nivel normativo, la desaparición progresiva de un régimen de soberanía y el crecimiento de la intervención de Estados fuertes en los asuntos internos de Estados débiles (ya sea por la vía de intervenciones directas o bajo la bandera de Naciones Unidas o la Organización del Tratado del Atlántico Norte), acompañando esta intervención con la difusión de las normas humanitarias y democráticas (ya que en parte depende de la difusión de estas normas para legitimar la intervención) es difícilmente conciliable con el compromiso de la tradición liberal al respeto por la autodeterminación nacional. Dada la dependencia de los planteos de los teóricos liberales al funcionamiento de los Estados como garantes naturales de la libertad humana, el fenómeno del fracaso del Estado también perturba sus postulados sobre el ordenamiento de la política mundial. Los mercados, la democracia y las instituciones internacionales –presentados por los liberales como paliativos para la anarquía (ya sea individualmente o en combinación)– necesitan, cada uno de ellos, de la existencia previa de Estados; por tanto, la creciente prevalencia del fracaso del Estado incide directamente en sus postulados descriptivos y explicativos (Fukuyama, 2004). Por último, para los constructivistas la misma fluidez del sistema internacional en la actualidad plantea considerables retos analíticos y normativos. Normas que históricamente han sido fundamentales para el funcionamiento del sistema interestatal –como la soberanía y el principio no intervención– se encuentran actualmente en proceso de revisión o reformulación. Como dijimos ut supra, la globalización reformula la relación entre territorialidad e identidad colectiva y, si bien los constructivistas están bien posicionados para observar y analizar estos cambios, tanto la velocidad de estas transformaciones como el funcionamiento simultáneo de múltiples normas e identidades (las cuales muchas veces entran en conflicto o en tensión) dificultan en gran medida los intentos por explicar el comportamiento de los agentes sociales en la política mundial actual. Si bien la globalización potencialmente podría aumentar las posibilidades de intercambio y de diálogo entre los actores sociales, sirviendo así los

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objetivos de los constructivistas habermasianos de promover una democracia deliberativa extendida, estas perspectivas han sido bastante limitadas por el dominio actual de la política mundial por una potencia hegemónica intervencionista cuyo mejor argumento ha sido el uso de la fuerza. Los párrafos anteriores no pretenden sugerir que las teorías contemporáneas de RI no son capaces de participar de manera productiva en el proceso de explicación de los cambios en la política mundial. Al contrario, la emergencia del constructivismo y el declive paralelo de la corrientes “neo” dentro del realismo y el liberalismo han dado lugar a la disponibilidad de una diversidad de teorías para poder analizar adecuadamente la política mundial en el siglo XXI (Walt, 1998). En resumen, cada una de estas perspectivas, supuestamente “irreconciliables”, captura aspectos importantes de la política mundial. Nuestra comprensión de los procesos políticos internacionales actuales sería pobre si nos concentráramos exclusivamente en una de ellas; la multiplicidad de aristas vis a vis la diversidad de enfoques teórico-conceptuales enriquece nuestra mirada. En este proceso, el énfasis constructivista en la centralidad de los factores no materiales como determinantes de los fenómenos de la política mundial puede y debe servir al enriquecimiento de las indagaciones de los teóricos realistas y liberales; de la misma manera que los aportes provenientes del enfoque feminista, los teóricos críticos, los marxistas gramscianos y otras tantas miradas sobre las RI por fuera del mainstream.

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