Literatura y principios políticos. Sor Juana y su “carta” al padre Núñez

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Descripción

Representaciones discursivas de la violencia , la otredad y el conflicto social en Latinoamérica

Laura Siri y Hernán Gabriel Vázquez (Compiladores)

Buenos Aires 2015

REPRESENTACIONES DISCURSIVAS DE LA VIOLENCIA, LA OTREDAD Y EL CONFLICTO SOCIAL EN LATINOAMÉRICA

Compiladores:

LAURA SIRI Y HERNÁN GABRIEL VÁZQUEZ

Edición: HERNÁN GABRIEL VÁZQUEZ

2015

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Datos ISBN y otros

Representaciones discursivas de la violencia, la otredad y el conflicto social en Latinoaméricapor. Hernán Gabriel Vázquez (editor) se distribuye bajo una Licencia Creative Commons AtribuciónCompartirIgual 4.0 Internacional.

Los trabajos presentes en este volúmen fueron evaluados y aprobados por pares para integrar la publicación

Diseño de portada: Laura Siri y Hernán Gabriel Vázquez Diagramación: Hernán Gabriel Vázquez

Imagen de portada: Another view of protesters and teargas in the empty streets of Valparaiso (Protestas 21 Mayo, 2011. Valparaiso, Chile.) Autor: Davidlohr Bueso. Disponible en: https://www.flickr.com/photos/daverugby83/5748766955/

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Literatura y principios políticos. Sor Juana y su “carta” al padre Núñez Facundo Ruiz1

En 1980 fue encontrado en Monterrey un escrito de sor Juana Inés de la Cruz (¿16481651?-1695) que hasta entonces había sido no sólo ignorado por la crítica sino, o en buena medida, inesperado como “pieza sorjuanina” de su cuidado corpus. Se trataba de un boceto o remedo de carta en el cual la monja jerónima cuestionaba la conducta pública de su confesor Antonio Núñez de Miranda (1618-1695) y lo liberaba de su cargo o –mejor dicho– le pedía generosa pero llanamente que disolvieran esa sociedad religiosa, la que unía a un director espiritual y a su dirigida. Desde entonces, este texto ha suscitado tal interés –por su tema no menos que por su tono– que se ha convertido en un documento imprescindible para pensar y estudiar tanto la vida como la obra de sor Juana. Y este rasgo –esta doble pertenencia (vida y obra) o conflictiva indistinción (vida-obra) que no se resuelve a situar el hallazgo, definitivamente, ya en el corpus documental encargado de historiar su vida ya en el corpus literario que reúne la obra de la escritora– constituye un motivo tan recurrente como estimulante de los estudios literarios sorjuaninos, aunque menos de los morfológicos que – muchas veces sin matices– llaman “carta” a este texto de 1682 y a los muy distintos de 1690 (Crisis de un sermón) y 1691 (Respuesta a sor Filotea)2. Pero también, y quizá sobre todo, este rasgo tan singular como evidente de la doble inscripción o conflictiva pertenencia (entre la literatura y la vida) de la “carta” al padre Núñez constituye uno de los principales problemas políticos del texto (y de sor Juana), el que –dicho rápidamente– viene a enunciar que los motivos íntimos no están hechos para la ostentación pública; o mejor aún, el que sostiene que cualquier asunto “individual” deja de ser “personal” cuando entra en la arena pública, vale decir, cuando se convierte en “algo público” o de orden “común”. El mundo de los hombres, piensa sor Juana siguiendo una línea clásica de reflexión *UBA-CONICET. Doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires donde se desempeña como profesor de Literatura Latinoamericana. Ha publicado, como editor y anotador: Nocturna, mas no funesta. Poesía y cartas de sor Juana Inés de la Cruz (Corregidor, 2014); como coordinador: Figuras y figuraciones críticas en América Latina (NJ, 2012, en colaboración con P. Martínez Gramuglia); además de ensayos y artículos en revistas y libros. 2 Si bien López Estrada (2008) recuerda que carta (“la hoja sobre la que se escribía una noticia”), letra (“el signo de cualquier escritura”) y epístola (que “implicaba la reunión de ambas cuando se destinaba a la comunicación entre dos personas en ausencia”) eran relativamente intercambiables en los siglos XVI y XVII –aunque “carta” y “epístola” tenían entradas distintas (pero un mismo origen griego) en Covarrubias–, señala Colombi que el escrito a Núñez “no respeta las convenciones el género epistolar” (2000: 415). Por esto, y hasta un estudio más preciso, es que escribo “carta” al referirme al texto de sor Juana. Quizá, morfológicamente, pueda pensarse tanto la Crisis como la Respuesta en la línea (epistolar) horaciana, mientras que la “carta” al padre Núñez seguiría la línea ovidiana (cfr. López Bueno, 2008).

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Literatura y principios políticos política (cf. Arendt, 1997: 58 y 2008: 39), a diferencia de la naturaleza y del universo produce algo que no son ellos mismos, algo que no sigue una lógica mecánica de repetición invariable; y es por eso que lo público y su esfera (la publicidad, la publicación, el público), ese espacio del acontecimiento humano o inter-humano, requiere de una articulación singular y muy delicada que suele encontrar en la palabra no tanto un instrumento privilegiado de tecnologías variadas (manuscrito, imprenta, canto, representación, etc.) como una concepción de las relaciones humanas fundante: la que las supone agentes y no pacientes de sus condiciones físicas; vale decir, la que supone las relaciones humanas no sujetas –de una vez y para siempre– al imperio de la violencia. El imperio de la violencia y el espacio de lo público, de manera singular en el siglo XVII, se ponen en contacto: son las “revoluciones” del cielo y la tierra, los procesos astronómicos y vitales, los que entran en contacto y van definiendo esa necesidad o “flujo irresistible” que – poco más tarde– fundará la “historia moderna” (Arendt, 2008: 73) al caracterizarla, justamente, como un proceso más que humano y menos que divino, es decir, como un proceso natural e inevitable, tan riguroso como desinteresado. Y si esta transformación alienta una formación política (el Estado-Nación) y va constituyendo un “cuerpo” (republicano) y un “sujeto” histórico (el pueblo), a su vez produce un inédito desplazamiento, que Hannah Arendt resalta al señalar cómo “la necesidad sustituyó a la libertad como categoría principal del pensamiento político y revolucionario” (2008: 70). Que la libertad de los hombres sea el resultado de una necesidad histórica es, además de una paradoja política fundacional de lo moderno, lo que ubica en el siglo XVII y en sus discusiones sobre el poder y la violencia un interés singular. No de otro modo, en los sonetos amorosos de sor Juana se habla del amar por elección o por influjo y, en sus romances epistolares, se ponen continuamente en cuestión la voluntad y el deseo y, más aún, sus condiciones de expresión. Y es en este sentido también que la “carta” al padre Núñez adquiere no sólo una relevancia notable sino una diferencia elocuente en el corpus sorjuanino al momento de pensar cómo el imperio de la violencia y el espacio de lo público se conectan y transforman en el siglo XVII y, sobre todo, cómo la literatura latinoamericana participa, no inevitable sino deliberadamente, de este proceso. Vale decir: cómo una escritora como sor Juana es –también– una pensadora insoslayable y, como tal, decide intervenir en el terreno público, es decir, participar políticamente de su mundo. Lejos del influjo de los astros y de la geometría amorosa, e igualmente distante de la densidad retórica de la Respuesta y de la precisión teológica de la Crisis, el asunto que sor Juana plantea en la “carta” a su confesor es un problema evidente; pero, y he aquí lo singular, un 323

Literatura y principios políticos problema cuya evidencia –hasta entonces– parecía no haber sido problemática. El asunto no se hace esperar y abre la “carta”, presentando su evidencia: Aunque ha muchos tiempos que varias personas me han informado de que soy la única reprensible en las conversaciones de V.R., fiscalizando mis acciones con tan agria ponderación como llegarlas a escándalo público y otros epítetos no menos horrorosos, y aunque pudiera la propia conciencia moverme a la defensa (…) con todo esto, nunca he querido asentir a las instancias que a que responda me ha hecho no sé si la razón o si el amor propio (…) juzgando que mi silencio sería el medio más suave para que V.R. se desapasionase, hasta que con el tiempo he reconocido que antes parece que le irrita mi paciencia, y así determiné responder (2014: 375-376). No se trata sólo de una “agria ponderación” del confesor de las acciones de la monja, algo quizá inevitable, sino –y fundamentalmente– de que eso se haya convertido en tema de conversación con terceros y se haya tornado –más aún– “escándalo público”. Técnicamente, el confesor no ha roto su sigilo sacramental (secreto de confesión) en tanto las “acciones” reprendidas son de público conocimiento: la “negra” habilidad de hacer versos de sor Juana, la confección de un arco triunfal, sus lecturas e ideas3. En este sentido, resulta claro que no se trata de un asunto intra claustra: ni sor Juana en la “carta” confiesa nada al padre Núñez ni el reproche apunta a su conducta pastoral; pero, como efectivamente le habla a su “director espiritual”, algo del orden de la intimidad4, algo “íntimo” surge con una evidencia palmaria5 y permite pensar al menos dos variantes: o, como sugiere Alatorre (1987: 664), si bien sor Juana se abstiene de escribir la palabra “chisme” o “calumnia” a ese mecanismo apunta; o, como he sugerido antes, sor Juana no se abstiene de escribir que, políticamente, los motivos íntimos no están hechos para ostentación pública, y menos aun cuando una jerarquía de autoridades consolida y extiende, violentamente, una asimetría de conductas. Pues lo que personalmente considere el padre Núñez de sus acciones, o bien les afecta a ambos (“en secreto”) o bien –si 3

“La materia, pues, de este enojo de V.R., muy amado padre y señor mío, no ha sido otra que la de estos negros versos de que el Cielo tan contra la voluntad de V.R. me dotó. (…) A esto se siguió el Arco de la Iglesia. (…) Estas son las obras públicas que tan escandalizado tienen al mundo (…) y así vamos a las no públicas [manuscritas] (…) Mis estudios no han sido en daño ni perjuicio de nadie, mayormente habiendo sido tan sumamente privados” (sor Juana, 2014: 376, 377, 378 y 381) 4 Si lo íntimo es “una especie de suplemento de lo privado”, la intimidad –sugiere Aira: “Es coextensiva al secreto, pero el secreto existe en tanto efecto de la revelación, y ésta, hecha de lenguaje, es por esencia pública.” (2008: 8). En este sentido, mi lectura se distancia –crítica y teórica– de estudios como el de Moraña (1990) o el de Steffanell (2009), en tanto 5 Como comenta sor Juana poco después, incluso algo de lo “íntimo” ha cobrado –escándalo mediante– conocimiento “público”, como es el caso de las razones, personas y circunstancias que intervinieron, años antes (en 1669), en su conversión a monja (cf. sor Juana, 2014: 383-384). Y esto, sumando a que la “paternal corrección” –como la misma sor Juana recuerda– obliga a dar reprensiones “en secreto” (2014: 385), es lo que finalmente la mueve –ahora sí: en secreto– a reprender a su confesor.

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Literatura y principios políticos compete a un tercero, es decir, por tal razón– pasa a terreno público y allí –entonces– se convierte en una opinión pública que, como tal, debe adquirir esa articulación, a fin de evitar el escándalo “y otros epítetos no menos horrorosos”. Pues cabe recordar que Núñez, además de poderoso miembro de la Iglesia (confesor de virreyes, calificador del Santo Oficio, entre otros), era un destacado personaje de la ciudad de México a quien “oyen como a un oráculo divino, y aprecian sus palabras como dictadas por el Espíritu Santo” (sor Juana, 2014: 376); todo lo cual no hacía sino elevar su “fiscalización” a criterio legítimo de intervención, e instaba a sor Juana – como ella dice: “forzada y con vergüenza”– a tomar en boca lo que no quisiera, es decir, a reprenderlo, preguntándole tajante: “¿cuál era el dominio directo que tenía V.R. para disponer de mi persona y del albedrío (sacando el que mi amor le daba y le dará siempre) que Dios me dio?” (2014: 383) Del comentario al escándalo y del amor al dominio directo, dice sor Juana, la diferencia es tan escandalosa como delicada, pues poner bajo inspección pública ciertas actividades o consideraciones personales sólo sujeta al agente claro de un sentido a oscuros motivos, en tanto públicamente –puntualiza sor Juana– “cada uno siente como entiende y habla como siente” (2014: 385), esto es, sin criterio común y con el riesgo –sobre todo cuando quien enuncia tiene una autoridad y jerarquía reconocidas– de reducir el intercambio “de pareceres” a lo que “parece que es”. Pues un juicio público sin criterio –advierte sor Juana– es un prejuicio, que puede convencer (violentamente) pero no persuadir (políticamente)6, ya que aquí –señala sor Juana– radica una diferencia palpable entre la violencia y el poder: éste nunca puede detentarlo solo un individuo, pues surge de la actuación conjunta de muchos, pero de aquella sí puede apoderarse uno solo (cf. Arendt, 1997: 51). Y quizá esto explique por qué, en un primer momento, sor Juana dice no haber pensado en responder ni en defenderse: Núñez, apasionado, quizá confundía juicio y prejuicio, íntimo y público, poder y violencia sobre su confesada, y por esto lo adecuado –o asequible para sor Juana– era retirarse, guardar silencio, pues las palabras no forman parte de un orden sin figuras, pasional y relativamente íntimo, sino de la exposición y la persuasión, siempre propensas –como ella probaría en 1690 y 1691 con sus dos famosas cartas– a la publicidad y la figuración, a manifestarse públicamente y a encontrar –o hacerse de– un público. Pero “con el tiempo” –dice sor Juana– se fue haciendo insoportable esta situación, y no justamente para ella: a Núñez le irritaba ese silencio y “mi paciencia”, vale decir, 6

“¿Soy por ventura hereje? Y si lo fuera, ¿había de ser santa a pura fuerza? Ojalá y la santidad fuera cosa que se pudiera mandar, que con eso la tuviera yo asegurada. Pero yo juzgo que se persuade, no se manda (…) que el exasperarme no es buen modo de reducirme, ni yo tengo tan servil natural que haga por amenazas lo que no me persuade la razón, ni por respetos humanos lo que no hago por Dios” (2014: 384 y 385)

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Literatura y principios políticos su capacidad de –reunidos– distinguir lo físico insoportable de lo ético preferible. Y al padre Núñez le irritaba su “paciencia” pues su intención, impaciente, también había sido deliberada: no había confundido íntimo y público sino que –al reprochar e incluso vituperar (cf. sor Juana, 2014: 384) públicamente las acciones de sor Juana– había buscado no sólo instarla a responder, sino intimarla e intimidarla. Pero esa, dice sor Juana, era otra de las razones por las cuales tampoco valía la pena hablar, y menos públicamente: ni responder a la pasión de Núñez ni responder apasionadamente, pues “si por contradicción de dictamen hubiera yo de hablar apasionada contra V.R. como hace V.R. contra mí, infinitas ocasiones suyas me repugnan sumamente (…), pero no por eso las condeno (…) cuando hablo con los otros.” (2014: 385-386) Y he aquí el asunto, claramente, público: para sor Juana, no sólo es distinto hablar con los otros (públicamente) que hablar entre nosotros (en secreto) sino que, de no atender esa diferencia, cualquier “contradicción de dictamen” puede transformarse en “escándalo público”. Y es que hablar con los otros, públicamente o incluso en el intercambio mínimo “yo-tú” de una carta (siempre capaz de ser leída por un tercero), supone no sólo la articulación de la palabra – y más aún de la palabra literaria– sino la consideración de las condiciones comunes, de comunión, que hacen posible y viable ese “espacio entre” [Zwischen-raum], donde tienen lugar los asuntos humanos y especialmente políticos (cf. Arendt, 1997: 57). De ese “espacio entre” – política, pública y literariamente– se había ocupado sor Juana pocos años antes de escribir esta “carta” al diseñar la idea del arco triunfal con el que fue recibido el nuevo virrey, el marqués de la Laguna, y su esposa la condesa de Paredes, tan importantes en el devenir “público” de la escritora. En la confección del Neptuno alegórico se describen, alegóricamente, las virtudes del nuevo virrey (Neptuno) y –en el séptimo lienzo– la célebre competencia de Neptuno y Minerva por quién daría nombre a la ciudad que, triunfando la diosa, pasó a llamarse Atenas. Allí se muestra cómo Neptuno hizo surgir un caballo, “símbolo de la parte animal del hombre” (sor Juana, 2004: 391), que anunciaba la guerra; Minerva, en cambio, optó por una oliva, “la serenidad de la sabiduría” (ibíd.), anunciando la paz. Entonces, cuanta sor Juana, no sólo los dioses la consideraron digna de victoria sino que “el mismo Neptuno le cedió el triunfo” porque –he aquí la virtud representada– “ser Neptuno vencido de Minerva, fue vencerse de su propia sabiduría” (2004: 389): según una de las tradiciones citadas por sor Juana, Minerva había sido engendrada por Neptuno, y por tanto ser vencido por ella “no fue más que decir que se sujetaba a las reglas de la razón, que es la verdadera libertad” (2004: 390). Bien lejanas se hallan las actitudes públicas de Núñez y las figuradas por sor Juana dos años antes en el Neptuno: la pasión de su confesor es una fuerza sin forma y hasta 326

Literatura y principios políticos descompuesta (sin figuras, escandalosa), esto es: pre-política, y de allí el riesgo de que hable y actúe públicamente, de que domine directamente sobre las personas o disponga públicamente del albedrío común; la razón del buen gobernante es y debe ser, en cambio y ante todo, una fuerza política: no sólo una fuerza reglada (figurada, medida) sino compuesta, una fuerza que surja de una participación activa, e incluso de cierta “generosidad” política: “Cede repugnanti: cedendo victor abibis” [Cede al que se opone: cediendo resultarás vencedor], cita sor Juana a Ovidio (Ars Amatoria II, v.197). Pero aunque lejanas estas actitudes, la cercanía temporal de ambos textos (el Neptuno de 1680 y la “carta” de 1682) merece un último comentario. Si la figura de sor Juana –incluso antes de ser “sor”: cuando apenas era una dama de palacio (1664-5) al servicio de los virreyes de Mancera (1664-1673)– era ya tan conocida que se decía que “volaba la fama de habilidad tan nunca vista”7, desde la entrada al convento en 1669 y fundamentalmente desde la llegada de los virreyes de la Laguna en 1680, su notoriedad alcanza lo que sus contemporáneos no dudaron en reconocer –y consagrar– como “aura popular”, vale decir, un re-nombre públicamente constituido a través de un público (lector, espectador-oyente, tertulio), de sus textos “publicados” (manuscritos o impresos, cf. sor Juana 2014: 378) y de la publicidad de su figura8. Y esta fama no contrastaba tanto con su condición de monja como con la autoridad y persuasión que, por su misma notoriedad, iba adquiriendo su palabra allende los muros conventuales y, poco después, las costas americanas. Vale decir: con la capacidad de intervención y participación que su palabra iba adquiriendo en el terreno público, terreno que en el siglo XVII era aún un muy complejo tramado cívico-religioso, origen político de la “ciudad letrada” (cf. Rama, 1998). Contra esta expansión secular de la palabra y la figura públicas sorjuaninas es que el padre Núñez reacciona, apasionadamente, al verlas fugarse –por la tangente palaciega– de su estricto control y rédito conventual9. Núñez no confunde nada al convertir en escándalo público la actividad sorjuanina; pero se equivoca al considerar que ella se amedrentaría o replegaría, que reduciría su vida a la intimidad silenciosa del convento y sus tareas. Pues para sor Juana, libre no es solamente quien puede llevar su vida de un lado a otro

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Así comenta el padre Calleja, primer biógrafo de la escritora, en su “Aprobación” a Fama y Obras póstumas de sor Juana, publicado 1700 (en Alatorre, 2007 I: 241). 8 La que luego fuera rápidamente conocida como Décima Musa (fénix de los ingenios, única poetiza americana, monstruo de las mujeres, entre muchos otros), ya en 1668 –al publicarse su primer soneto en la Poética descripción de la pompa plausible [con que se celebró la dedicación de la catedral] 22 de diciembre de 1667 (reunión de poesías laudatorias a cargo de Diego de Ribera)– era reconocida como “glorioso honor del Mexicano Museo”. 9 Escribe Juan Antonio de Oviedo, en su biográfica Vida ejemplar… (1702), que “solía decir [Núñez de Miranda] que no podía enviar Dios azote mayor a aqueste reino, que si permitiese que Juana Inés se quedara en la publicidad del siglo.” (cit. en Paz, 1998: 12)

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Literatura y principios políticos sino quien está dispuesto a arriesgarla deliberadamente, que no es sino –como ha dicho en el Neptuno alegórico y demostrará más tarde el Sueño– poder arriesgarla sujetándola a las reglas de la razón. Y efectivamente eso hace sor Juana en 1680 al atreverse a intervenir en la arena política reflexionando sobre las virtudes de un gobernante y la forma de gobierno en ellas implicada. Y si en 1682, cuando escribe al padre Núñez, no puede dar aún una respuesta cabal al desafío planteado por su confesor, como sí ocurrirá nueve años más tarde en la Respuesta a sor Filotea (sobre la base de su polémica Crisis: intervención deliberadamente teológicopolítica), sí puede al romper con él –y una vez más– reflexionar sobre este otro aspecto de lo público y su religiosa arena política: el de las pasiones privadas y las conductas apasionadas, el de las autoridades y sus opiniones públicas, el del vínculo complejo que supone lo público para individuos cuya participación política es todavía concebida como escandalosa10. Dos lógicas parecen configurarse para la literatura latinoamericana desde estas intervenciones sorjuaninas de principios de la década del 80 del siglo XVII: la lógica de la intervención reflexiva y la lógica de la representación especulativa. De la primera puede ocuparse la poesía en tanto poética literaria, y no porque la poesía trate de los sentimientos del poeta o del hombre sino porque la poesía es capaz de pensar el deseo en tercera persona, es capaz de decir yo en tercera persona: la poesía es capaz de articular la desfiguración pública de las pasiones, capaz de pensar y practicar una geometría afectiva (el pensamiento, en sor Juana como en Spinoza, es más amplio que la simple razón, cf. Ruiz 2014: 47-72). De la segunda puede ocuparse la literatura en tanto política pública (política de publicación, de públicos y de publicidad), pues lo público es una práctica naturalmente artificial, racional y abarrotada de figuras (retóricas tanto como administrativas o burocráticas) que pugnan las más de las veces por la desfiguración o transfiguración de otras prácticas, por “desnudar” las intenciones o por “configurar” las fuerzas que invisten un cuerpo o una idea: un poder. En ambos casos, para sor Juana, la violencia no queda excluida pero sí articulada, subordinada a las relaciones humanas y sus cuerpos y espacios públicos: si virtud política no es una cualidad del corazón humano, o de su voluntad (y más bien allí radica su riesgo: la violencia, la desfiguración), tampoco la virtud poética es el resultado de un sujeto histórico, sea mujer o monja (algo que apenas describe una de sus condiciones literarias). Si el Neptuno Alegórico especula sobre el gobierno 10

“como no las ha menester la república [a las mujeres] para el gobierno de los magistrados (de que por la misma razón de honestidad están excluidas), no cuida de lo que no les ha de servir [estudios públicos]” (sor Juana 2014: 381). Este pasaje, atenuado en la Respuesta (cf. 2014: 350), resulta muy singular en el corpus sorjuanino, en tanto –de forma enfática y manifiesta– señala el quid político (lo que “ha menester la república”) no sólo en lo que refiere a la educación de las mujeres sino a toda regulación que se ocupe de recomponer o reformar el vínculo entre gobierno y gobernados, es decir, el modo según el cuál se practica y concibe la participación (y la liberad) política.

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Literatura y principios políticos de sí, al que debe atenerse todo cuerpo político, y más aún el de su gobernante, la “carta” a Núñez busca intervenir sobre las condiciones bajo las cuales es posible pensar el gobierno del otro, más aún cuando la asimetría de poderes es tan evidente como constitutiva de su manifestación pública. Y lo más notable es que en ambos casos sor Juana refiere este asunto en su intenso y directo vínculo con la libertad, aunque –y he aquí la modernidad radical de su planteo– no se trata ni de una libertad tradicionalmente cristiana (la del fuero interno o la del libre albedrío) ni de una libertad individual y cartesiana (la de la conciencia), sino de una libertad que sólo existe y se expresa en lo público: la libertad de mostrarse públicamente, la libertad de actuar y participar públicamente de los asuntos comunes, es decir, la libertad política. Esa libertad –permanentemente presente en la obra de sor Juana y permanentemente en jaque en su vida– es la que más o menos definitivamente organiza una de las h sensibles de la literatura americana y sus escritores; y así, una de las modalidades a través de las cuales la literatura se constituye, en América Latina, en agente y pensamiento político insoslayables.-

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