“Límites de casta y nuevos espacios de poder en la frontera. La sedición indígena de 1785 en Entre Ríos y un intento de interpretación”. En Anuario del CEIC, nro. 4, Jujuy, 2008, pp. 78-99. ISBN: 978-987-24277-4-0. pp. 100-127.

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Descripción

En Anuario del CEIC, nro. 4, S.S. de Jujuy, CEIC (Centro de Estudios Indígenas y Coloniales) Universidad Nacional de Jujuy / Purmamarka Ediciones, 2008, pp. 78-99. ISBN: 978-987-24277-40. pp. 100-127. Límites de casta y nuevos espacios de poder en la frontera. La sedición indígena de 1785 en Entre Ríos y un intento de interpretación. 1. Introducción Uno de los grandes avances recientes de la historiografía rural pampeana de tiempos tardocoloniales ha sido la puesta en evidencia del alto grado de movilidad económica y social de su población. En el expansivo contexto de finales del siglo XVIII e inicios del XIX, el mundo rural rioplatense ofrecía oportunidades concretas de progreso individual a una creciente cantidad de individuos y familias, que se desplazaban hacia allí desde los más diversos puntos del virreinato y aun desde más allá de él, atraídos por salarios más altos, pagados en moneda dura, y por la disponibilidad de tierras1. Esos recorridos personales ascendentes incluyeron a menudo el acceso a la categoría de “blanco”, merced a una frecuentemente lábil interpretación de las distinciones propias de la sociedad de castas colonial, mucho menos estricta en todo caso que en espacios de tradiciones más arraigadas2. Sin embargo, obviamente eso no significaba la derogación plena de los prejuicios de casta; y, por lo demás, es frecuente encontrar testimonios dando cuenta de fuertes diferencias entre el mundo social y económico de los “blancos” y el de los indígenas, aun en áreas de reciente ocupación y por tanto de movilidad muy marcada. En el sur entrerriano de la década de 1790 no resultaba demasiado sorprendente que las guardias milicianas se compusieran mayormente de “indios y peones”, enviados como personeros por otros vecinos de mayor lustre, no dispuestos a perder su tiempo en ello; un comandante creyó necesario establecer un régimen más benigno para la compañía de “naturales”, la cual “es, y ha sido la que más ha trabajado”, en especial sirviendo en las tareas más duras e ignominiosas, como proveer de agua y leña a la tropa veterana, y realizar el servicio de la 1

Ver por ejemplo Raúl Fradkin “Caminos abiertos en la pampa. Dos décadas de renovación de la historia rural rioplatense desde mediados del siglo XVIII a mediados del XIX” en La historia económica argentina en la encrucijada. Balances y perspectivas, ed. Jorge Gelman (Buenos Aires: AAHE / Prometeo, 2006). Un volumen que compila varios estudios muy útiles al respecto es Juan C. Garavaglia y José L. Moreno (comps.) Población, sociedad, familia y migraciones en el espacio rioplatense. Siglos XVIII y XIX (San Martín: Cántaro, 1993). La “españolización” del apellido es un hecho recurrente en los libros parroquiales del sur entrerriano. Por ejemplo, en Gualeguay, María Victoria Retamosa, “india mestiza” en 1782, es Victoria Guzmán a partir de 1791; María del Rosario Tanvós (1784), se transforma en María Satubar (1787); María de la Cruz Setuá (1789), María Acetuva (1791), María del Rosario Setuval en 1791, y por fin en María Setubal en el padrón de 1803. Ver Archivo parroquial de Gualeguay, Bautismos, libros I-IV, 1781-1822 (libro I: 1781-1784; II: 1784-1791; III: 1791-1801), microfilms disponibles en Centros de Historia Familiar de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días; padrón de 1803 en César Perez Colman, Historia de Entre Ríos, época colonial (1520-1810) (Paraná: Imprenta de la Provincia, 1936/7), II, 364-392. 2 Ver por ejemplo Alejandra R. Mascioli, “Población y mano de obra al sur del Salado. Dolores en la primera mitad del siglo XIX”, en Tierra, población y relaciones sociales en la campaña bonaerense (siglos XVIII y XIX), eds. Raúl Fradkin, Mariana Canedo y José Mateo (Mar del Plata: Universidad Nacional de Mar del Plata, 1999), 185 y ss.

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cárcel3. Es decir que, más allá de las concretas posibilidades de ascenso social que podía ofrecer el mundo de las fronteras, es innegable que aquéllas continuaban estando constreñidas por prejuicios de casta o de sexo, en grado variable según las circunstancias y el momento, pero a veces significativo4. Los procesos de poblamiento de fronteras están acompañados de avances sobre los recursos existentes y consiguiente apropiación de los mismos. Es en consecuencia en los términos de esa apropiación que debiéramos poder visualizar la discriminación ejercida contra grupos más o menos definidos. Pero no se trata únicamente de constatar esos efectos, sino de ubicar en su contexto las reacciones a que dieron lugar. Usualmente, la historiografía regional de áreas de frontera tiende a continuar reproduciendo las dicotomías propias de la etapa de poblamiento, en que esas luchas por el control de los recursos fueron llevadas a cabo en forma más intensa. No es inusual que lo más destacado en esa historiografía sea el accionar de los “pioneros”. De ese modo, aun ya mucho tiempo después de finalizada esa etapa temprana, no siempre abundan las interpretaciones que integren y expliquen los atavismos e incógnitas que toda visión maniquea de los acontecimientos deja siempre en las sombras: entre ellos, las formas de resistencia y rebelión de quienes no obtuvieron en el reparto precisamente la mejor porción. En este sentido, la reconstrucción e interpretación de esas resistencias requiere de una comprensión previa de los factores en juego y de las relaciones de fuerza establecidas, así como de sus cambios a través del tiempo, además de la identificación de los aspectos clave en que pesaban, por ejemplo, las diferencias de casta5. Nuestro caso es relevante entre otras cosas porque, como todo lo indica, en las décadas de 1760 y 1770 (esto es, en la etapa primigenia de la ocupación territorial criolla en el sur de Entre Ríos) los individuos y grupos familiares que podrían ser considerados indígenas formaban una proporción considerable del total poblacional del área, e incluso para 1782-84, luego de significativos avances de los labradores considerados “hispano criollos”, los indígenas constituían todavía el 16% de la población masculina casada y asentada, y una proporción mucho mayor entre los “solteros y sin destino”6. Sin embargo, los anales de la provincia los ignoran. La mitología entrerriana en torno a 3

Tomas A. Lavin a Manuel Y. Conti, Concepción del Uruguay, 29 de noviembre de 1794; y Manuel Y. Conti al Virrey Arredondo, 11 de diciembre de 1794. Ambas en Archivo General de la Nación, Buenos Aires (AGN), IX-3-5-7. 4 Se han puesto en evidencia muchas caras sombrías de la dura experiencia de las fronteras, en especial los prejuicios y violencias ejercidos contra miembros de etnias no dominantes, mujeres, jóvenes o recién llegados. Ver por ejemplo Richard Slotkin, Regeneration Through Violence: The Mythology of the American Frontier, 1600-1860. (Middletown, Wesleyan University Press, 1973); John M. Faragher, “The Frontier Trail: Rethinking Turner and Reimagining the American West”, en American Historical Review, 98 (1993), 106-117. Los estudios sobre grupos subalternos constituyen otra rica vertiente en estos aspectos, enfatizando las respuestas cotidianas a los prejuicios y límites impuestos por la sociedad dominante. Rebecca Scott, Weapons of the Weak. Everyday forms of Peasant Resistance (Cumberland, Rhode Island: Yale University Press, 1987). 5 Uno de los más interesantes es el relativo al manejo de la cultura legal, necesaria para multitud de actos ligados tanto al domino sobre el medio como a la aceptación como par por los otros vecinos, y a la conformación de espacios comunes de tratamiento de los conflictos. Ver por ejemplo Charles Cutter, The Legal Culture of Northern New Spain, 1700-1810 (New Mexico: University of New Mexico Press, 1995).

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unos orígenes “blancos” puros, repetida incluso hasta tiempos bastante recientes por los historiadores locales, es una muestra de la intensidad y pervivencia de fuertes prejuicios al respecto7. ¿Cómo se gestó entonces la paulatina aunque al parecer rápida “desaparición” de los indígenas del sur entrerriano, ya que pareciera que no todos ellos lograron integrarse eficazmente en esa sociedad criolla en formación a través de procesos de “blanqueamiento”? ¿Cómo los afectó el complejo y dinámico proceso de apropiación de recursos ligado al poblamiento del área por labradores hispano criollos? ¿Qué significó para ellos el quiebre cualitativo constituido por la aparición de factores políticos de impulso al poblamiento, encarnados en el proceso de fundación de pueblos por iniciativa virreinal a partir de 1783? ¿Podemos tratar de entender mejor, en ese marco, la así llamada sedición indígena que tuvo lugar allí dos años más tarde, y que ha sido absolutamente ignorada por la historia, aun a pesar de la gran importancia que se le asignó en su momento, y que llevó a conformar, con los procesos ligados a ella, al menos dos legajos de unas dos mil fojas cada uno? Estudiar este caso no nos será tan sólo útil en tanto que logremos acercar una pieza más a un mosaico del que faltan aún innumerables; más importante será tratar de comprender a través de él cómo la expansión poblacional criolla en un área de frontera produjo cambios sustanciales en la forma de uso y apropiación de los recursos, y cómo esos cambios afectaron diferencialmente a los actores, según su background cultural o sus rasgos étnicos, al punto de provocar desplazamientos de algunos de ellos hacia áreas cada vez más marginales, en un proceso que continuaría replicándose al menos hasta finales del siglo XIX8. La introducción de usos relativamente más intensivos del medio, y la imposibilidad de ciertos actores por ponerse a la par de quienes lideraban ese proceso de cambio, conforma en buena medida la faz menos conocida de cualquier proceso de expansión sobre zonas de frontera, en esencia porque, tras de fuentes usualmente pobres y parcas, lo éstas destacan son sobre 6

Datos tomados de Rocamora al Virrey, Gualeguay, 11 de agosto de 1782, en Benigno T. Martinez, Apuntes históricos sobre la provincia de Entre Ríos ([Concepción del] Uruguay: El Nuevo Día, 1881), I, 164 y ss.; listado de milicias indígenas en 1784 en AGN IX-39-5-4, expte. 1, fs. 22 r. y ss. Por “estable” entendemos, como los recopiladores de los datos, a quienes se encontraban avecindados con casa y familia y a los miembros de éstas. La referencia a los “solteros y sin destino” en la deposición del testigo Francisco García, 1784, en AGN IX-39-5-4, expte. 1, fs. 68 r. 7 Ver por ejemplo las afirmaciones de Manuel Macchi: “en Entre Ríos no hubo mestización... los negros esclavos... los hubo en escasa cantidad....el español colonizador se conservó en su pureza de sangre... Se destruye con esta conclusión la teoría de la baja calidad étnica como producto de una mestización elevada, pretendida causa de la anarquía...”. O las de Pérez Colman: “desde 1750 no hubo población indígena en nuestro territorio... nuestro criollo es de pura sangre española... jamás en nuestra Provincia los habitantes ... fundaron sus hogares con personas de raza negra o indígena”. La mayúscula le pertenece. Manuel E. Macchi, Urquiza. Última etapa (Santa Fe: Castellví, 1954), 54-55; César Pérez Colman, Entre Ríos 1810-1853. Consideraciones sobre la función histórica, política y social del pueblo entrerriano (Paraná: Museo de Entre Ríos, 1943), 22. 8 Al respecto resulta interesante el testimonio de don Benito Perez, nacido en 1859, referente a la situación en el Entre Ríos rural antes de la llegada de los alemanes del Volga: “Antes la gente era dueña del campo hasta donde le alcanzaba la vista. Había dos o tres estancias inmensas y se permitía levantar rancho a cualquiera. No se conocían títulos y contribuciones. Después, cuando había que pagar impuestos, nadie quería ser propietario de la tierra y se las arreglaba [con] el estanciero que decía tener títulos del rey… [luego de la llegada de los colonos inmigrantes, hubo] que dejar la tierra a los nuevos dueños… Los criollos nos fuimos retirando poco a poco hacia el monte.... Se había acabado lo de pastorear en cualquier parte...” En: S.A. La Agrícola Regional Sociedad de Agricultores Limitada, Memoria y balance del 29º ejercicio (Villa Crespo [Entre Ríos]: Imprenta del Litoral, 1939), 149-157, Transcripto en Verónica Fernández Armesto, “Los alemanes del Volga en las colonias de Entre Ríos”, Todo es historia, 398 (2000), pp. 63-72

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todo los frutos de esos procesos más dinámicos, no prestando demasiada atención a las voces de quienes resultaron en ellos perdedores. De ese modo, el caso que trataremos aquí podría resultar apropiado para ayudarnos en el análisis de facetas difíciles de aprehender pero que suelen aparecer en contextos similares. 2. Un nuevo espacio económico: las fronteras rioplatenses en el siglo XVIII Como es sabido, el territorio de la actual provincia de Entre Ríos permaneció hasta 1750 bajo el dominio de grupos indígenas de origen heterogéneo pero genéricamente conocidos como charrúas. Según el historiador Pedro Lozano, por entonces ese territorio era “la Ginebra de estas provincias”, es decir una frontera abierta donde confluían los desterrados, los huidos de la ley y todos aquellos que querían vivir una vida sin ataduras ni pesados compromisos, y aun sin obligaciones religiosas9. Pero existía allí algo más que bandas de forajidos y de apóstatas. Entre finales del siglo XVII y la primera mitad del XVIII la población hispano-criolla asentada precariamente en algunas ciudades fue expandiéndose y transformándose, y en ese proceso chocó con una renovada resistencia indígena, apoyada ahora por el dominio técnico del caballo y la incorporación de la lanza, que les aseguraron éxitos sorprendentes. Los intercambios culturales y materiales entre ambas sociedades fueron por otra parte, a pesar de la guerra, cada vez más imprescindibles para la supervivencia y expansión de las mismas; en el norte del litoral, las misiones jesuíticas se consolidaban y expandían, afectando el uso del espacio y la disponibilidad de los recursos, así como el comercio y la producción, en los que pesaba decisivamente la sólida dimensión demográfica de los pueblos misioneros. El estado bélico, la dinámica de los intercambios y las necesidades de mano de obra impulsaron el rapto, esclavización y venta de cautivos; la guerra provocó migraciones, desplazamientos y ruptura de lazos familiares, así como la difícil reconstitución de los mismos en contextos culturalmente muy distintos de los propios. La intensa movilidad de los individuos afectó fuertemente las identidades culturales; avanzó el predominio del guaraní como lengua franca para la comunicación entre los propios indígenas y entre éstos y los criollos, desdibujándose las pertenencias étnicas y conformándose middle grounds, o campos comunes de diálogo en los que unos incorporaban categorías, valores e impresiones de otros10. Al mismo tiempo, las luchas entre los imperios coloniales de España y Portugal introducían nuevos motivos para la dislocación, los éxodos y el tráfico comercial, e iban proporcionando justificaciones 9

“... algunos flacos ... arrastrados del deseo de libertad, se huyen a tierras de los charruas, que es la Ginebra de estas provincias, donde se refujian no solo indios, sino mestizos, negros y aun, lo que causa horror, algunos españoles que quieren vivir sin freno o tienen que temer de la rectitud de los jueces por sus enormes delitos, que alli continuan y agravan, viviendo peores que gentiles...” Pedro Lozano, Historia de la conquista del Paraguay, Rio de la Plata y Tucumán (Buenos Aires: Imprenta Popular, 1873-75), I, 410-411. 10 Según la terminología acuñada por Richard White, The Middle Ground. Indians, Empires and Republics in the Great Lakes Region, 1650-1815 (New York: Cambridge University Press, 1991).

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para la construcción de nuevas alianzas. El hecho de que existiera un vasto territorio bajo control indígena a las puertas mismas de Buenos Aires, en medio de ciudades de vieja colonización criolla, cerca de las entonces florecientes misiones guaraníes, y al borde mismo del imperio español, marcó el carácter de esa región con rasgos turbulentos. Los vastos bosques que la cubrían, así como las islas que salpicaban los anchos ríos circundantes, eran refugio seguro para una variable cantidad de desplazados, huidos de la sociedad criolla o del pesado control moral de las reducciones jesuíticas. La despoblación y las posibilidades del área habilitaban la puesta en marcha de extrañas utopías que hubieran deleitado a Tomás Moro: en 1736 un informe del superior de las misiones jesuíticas Bernardo Nusdorffer daba cuenta de la existencia de un pueblo clandestino en el Iberá, cerca del río Corrientes, formado por guaraníes huidos de las misiones en la crítica coyuntura de esos años. El fenómeno poseía 23 hileras de casas, una o dos por cada pueblo de los que venían los refugiados; cabildo en forma, con un capitán, Diego Chapaí, que “se viste a modo de español, con sombrero y medias pero sin zapatos”. Según el informante, “los indios todo el día están ocupados en coger toros y vacas cimarrones”; el capitán repartía las mujeres a los hombres y las muchachas a los muchachos, predicándoles el domingo y exhortándolos al mutuo amor. La mayor cantidad de mujeres que de hombres habilitaba un anhelado retorno a la antigua poligamia: varios de esos afortunados varones tenían más de dos, y algunos hasta cuatro. El pueblo, como es obvio, constituía una atracción sumamente peligrosa: muchos indios de las doctrinas que iban hacia la zona con la excusa de buscar toros y caballos topaban con ese insólito paraíso y se quedaban en él, desamparando sus pueblos11. No todos, sin embargo; muchos se integraban a la activa vida del litoral, y la mayoría sobrevivía y quizá prosperaba en el tráfico de los ríos mayores, que eran paso obligado hacia otras regiones más sensatas. El jesuita Gaëtan Cattaneo, viajando por el río Uruguay en 1729, no encontró difícil hacerse de víveres en medio de las aparentemente desoladas orillas entrerrianas de entonces. Los “infieles” que lo aprovisionaron, muestra sugestiva de ese mundo contradictorio, eran hombres que habían simplificado sus vidas librándolas de las ataduras de la más compleja sociedad de los centros poblados, pero cuyos símbolos, a pesar de todo, no se habían resignado por completo a abandonar: sus jefes tenían nombres de santos, y su cacique llevaba una capa y un pequeño bastón guarnecido de latón, que manejaba con gravedad. Sin embargo, cuando un insistente misionero le espetó que si no

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Sobre la coyuntura y el caso ver Ernesto Maeder, “Un desconocido pueblo de desertores guaraníes en el Iberá (1736)”, en Folia Histórica, 1 (1974); también los pasajes pertinentes de la carta anua de 1735, “Litterae Annuae Provinciae Paracuariae, Anno 1735 Romam datae”, copia mecanografiada en el Archivo del Instituto Ravignani, Buenos Aires (AIR), Armario G, estante 1, carpeta 235, pp. 25 y ss. Existían asimismo, por los campos entre el Miriñay y el Corrientes, muy cerca del norte entrerriano, “muchos desparramados como ermitaños, que viven en las isletas de los montes... apartados unos de otros, con sus mujeres”. Biblioteca Nacional de Rio de Janeiro (BNRJ), Colección de Angelis, rollo 24, nro. 5 (copias microfilmadas en el AIR). Desgraciadamente, como todos los sueños, el de los guaraníes tránsfugas del Iberá estaba destinado a durar poco: los correntinos, hartos de las depredaciones de lo que consideraban sus ganados por parte de los nuevos utopistas, los dispersaron en una redada en la década de 1740.

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se convertía iría al infierno, un indígena replicó “tanto mejor, no tendré más frío luego de mi muerte”12. Otros indígenas prestaban servicios en los laxos emprendimientos ganaderos de los criollos, mayormente caza, pastoreo y tránsito de vacunos semisalvajes, como ocurría y ocurrió luego en muchas otras fronteras13 3. La formación del Entre Ríos colonial tardío La dura coyuntura de 1748-1755 habría de golpear sustancialmente ese agreste panorama. Las paces logradas con los abipones chaqueños significaron el final de un amplio frente de guerra cuya existencia había fortalecido y consolidado largas décadas de alianza y colaboración entre los indígenas entrerrianos y los criollos santafesinos. El Tratado de Permuta, que obligaba al traslado de los pueblos guaraníes de las misiones orientales al territorio entrerriano, significó una inaceptable imposición para los indígenas que allí habitaban. Su resistencia, y la pérdida del papel estratégico que habían detentado en tiempos de las mayores ofensivas abiponas, derivó en la invasión y la derrota militar, llevada a cabo en 1749-1750 por el gobernador Andonaegui, con la colaboración de columnas de Santa Fe comandadas por Francisco Antonio de Vera Mujica. Fue el fin del dominio “charrúa” en Entre Ríos14. Sin embargo, la presencia indígena habría de continuar, desmintiendo con amplitud una persistente tradición historiográfica que suponía a Entre Ríos una tierra “vacía” de aborígenes luego de que en 11 de abril de 1750 Vera Mujica informara que los no aprisionados (y luego llevados a la reducción de Cayastá) habían sido pasados a cuchillo. Por el contrario, muchos testimonios recurrentes muestran la continuidad de su presencia allí, y aun en 1780 Félix de Azara no dudaba que muchas dispersas familias que encontraba en sus viajes por esas soledades eran descendientes de “los Naturales qe. posehian las Tierras que hoy son de sus conquistadores”15. Pero además, el muy lento 12

Gaëtan Cattaneo a Joseph Cattaneo, Santa María, Misiones del Uruguay, 25 de abril de 1730, en Ludovico Muratori, Relation des Missions du Paraguay (Paris: Bordelet, 1754), 372-373. Respecto de esos contactos tempranos ver también Juan Salaberry, Los charrúas y Santa Fe (Montevideo: Gómez & Cia., 1926), y Nidia Areces et al., “Las tierras de la ‘otra banda’. Los charrúas y los vecinos santafesinos” en Poder y sociedad. Santa Fe la vieja, 1573-1660, Ed. Nidia Areces (Rosario: Manuel Suarez & Prohistoria, Escuela de Historia, U.N.R., 1999). 13 Relato de un tal Ramón Sacafuego que poseía un pastoreo junto a indígenas bohanes y yaros con los que sin dudas mantenía relaciones de prestación de servicios en Policarpo Dufo, “Informe del p. ... sobre lo sucedido en la entrada que se hizo el año de 1715 al castigo de los infieles” en Revista del Archivo General de Buenos Aires, II (1870), 247; referencias explícitas a la ayuda prestada por indígenas charrúas en un pastoreo de vacunos, y “regalos” efectuados para obtener su permiso de uso de caminos y tierras en las cuentas presentadas por Alonso García de Zúñiga, Buenos Aires, 5 de junio de 1749. En AGN IX-6-10-1. Compañía de Jesús. Legajo 6. 1746-1756. Sin foliar. 14 Juan Salaberry, Los charrúas, 264 y ss. 15 Félix de Azara, “Viaje de Buenos Ayres a Corrientes”, en AGN, VII-25-2-32, fs. 40. El propio Vera Mujica admitía, poco más de un año después de su anterior informe, que en Entre Ríos las agresiones indígenas a los transeúntes hispano criollos continuaban. El padre Nusdorffer relata la fuerte oposición de un grupo de “charrúas” instalados en noviembre de 1750 en la costa oriental entrerriana ante el inminente traslado allí de las reducciones guaraníes; decían que esas tierras “eran suyas, y que no querian ver en ellas Padres, ni tampoco pueblos de Cristianos... que la tierra… era suya y de sus abuelos, y que eran sus pagos…”. Todavía en 1772, Francisco Millau podía decir que “la nación Charrúa ocupa el terreno que corre entre los Ríos Paraná y Uruguay, hasta las tierras de los Guaranís... Su número no deja de ser grande, aunque muy disminuido del que existía en tiempos pasados”. Francisco A. de Vera Muxica al Cabildo de Santa Fe, 11 de abril de 1750, en Juan Salaberry, Los charrúas, 261 y ss.; el mismo al pe. Bernardo Nusdorffer, Santa Fe, 25 de mayo de

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proceso de poblamiento de las décadas que corren entre 1750 y 1780 incluyó la llegada de otros grupos heterogéneos de indígenas desplazados por las guerras y la miseria, en busca de un lugar donde vivir, entre los que destacaban los provenientes de las misiones guaraníes, incluso antes del desgranamiento demográfico que siguió a la expulsión de los jesuitas. No es aventurado afirmar que, todavía durante bastante tiempo, los indígenas y sus descendientes formarían parte esencial de la escasa y dispersa población del área. Y esta presencia indígena resultaba por lo demás funcional al otro factor de poblamiento que se desarrolla durante esos años: las grandes estancias manejadas a distancia por importantes comerciantes de Santa Fe o Buenos Aires. Dedicadas a la explotación del ganado cimarrón o al pastoreo en tránsito, y luego a la cría del vacuno para su exportación en pie o para la elaboración de cueros, desde mediados de la década de 1750 comienzan a registrarse algunas denuncias de grandes extensiones de tierras, y aparecen aquí y allá unas pocas explotaciones ganaderas en las mismas, intentando aprovechar la disponibilidad de espacio y las buenas condiciones del lugar para la cría de animales. Se trataba de unidades muy sumarias; recién después de 1760 aparece en ellas algún que otro rancho. La abundancia de tierras les proporcionaba mantener tasas de carga ganadera por hectárea singularmente bajas. La imposibilidad de un control más o menos ajustado de las grandes áreas que ocupaban queda patente en la extrema escasez de personal destinado a ello 16. De ese modo, estos terratenientes no tenían la más mínima intención de confrontar con los indígenas que se encontraban instalados en las mismas; por el contrario, éstos constituían una necesidad en tanto formaban un vital aporte esporádico de mano de obra, por lo que es posible pensar que debieron establecerse relaciones de mutua conveniencia a través de la complementariedad de actividades17. 4. Actores heterogéneos: indígenas, hacendados ausentistas y labradores criollos Con el tiempo, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar. Un grupo cada vez más consistente de pastores y labradores de origen hispano criollo, provenientes de un amplio espectro geográfico, pero 1751, en AGN IX-6-10-1, Compañía de Jesus, leg 6, sin foliar; Carlos Leonhardt, “La guerra de los siete pueblos (17501756) según un manuscrito inédito del p. Bernardo Nusdorffer, S.J.” en Estudios, XX (1921), 218; 291 y 379; Francisco Millau, Descripción de la provincia del Río de la Plata (1772) (Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1947), 123. 16 Pueden verse al respecto los inventarios y cuentas de las estancias de Miguel Ignacio Diez de Andino, 1759-1774, en Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Santa Fe (AGPSF), Colección Diez de Andino (DA), carpetas 19; 20 y 60; Francisco Alvarez Campana, inventarios de enero 1767, en AGN IX-15-3-3, Pertenencias Extrañas, expedientes, t. X; y cuentas de junio a octubre 1772, AGN IX-37-3-6, Tribunales, leg. 128, expte. 20, sin foliar; correspondencias (1765 en adelante), inventario (1773) y cuentas (1776-1778) de la estancia de Juan Carlos Wright, en Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (AHPBA), Civil Provincial, leg. 63, Manuel de Gardeazabal con Juan Carlos Wright, sobre la cesión de la hacienda de la Calera, 1er. y 3er. Cuaderno, 5-4-63-2 y 4. 17 Por ejemplo, sobre 31 peones que pasaron por la estancia de Diez de Andino entre febrero de 1759 y mayo de 1760, encontramos 13 denominados “yndio”, o cuyo apellido o “alias” es de origen indígena. AGPSF, DA, Carpeta 60, fs. 1-6. Gelman, por su parte, sostiene que, a la vez que la oferta de tierras fértiles se mantuvo durante todo el período colonial, existió una cierta complementariedad entre las explotaciones agrícolas y las estancias, lo cual no obstó para la existencia de conflictos. Jorge Gelman, Campesinos y estancieros. Una región del Río de la Plata a fines de la época colonial. (Buenos Aires: Los Libros del Riel, 1998)

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sobre todo de áreas relativamente cercanas, se fue haciendo notar en forma creciente al menos desde inicios de la década de 1770. Por efecto de una historia de ocupación mucho más antigua, en el sur de Santa Fe o el norte bonaerense la disponibilidad de tierras era más limitada que en el agreste sur entrerriano; los cultivos continuados durante décadas del mismo cereal (trigo), y el sobrepastoreo, agotaban asimismo la productividad del suelo. Las particiones hereditarias se sumaban a esos factores, dejando a un creciente número de familias sin posibilidades de encarar emprendimientos rentables en las reducidas parcelas heredadas. La migración hacia las fronteras, fenómeno muy difundido en el mundo rural rioplantense y que será su característica hasta muy tarde en la historia, era entonces la opción más lógica. Los registros parroquiales del sur entrerriano, cuando incluyen datos de procedencia de padres o esposos, muestran claramente la progresión en la llegada de individuos provenientes de aquellas áreas más saturadas. Obviamente, los grandes atractivos de la zona residían, por un lado, en el alto valor de la mano de obra, expresado en salarios de alrededor de un 15-30% mayores que en Buenos Aires; y, por otro lado, en la posibilidad de acceder a tierras libres, o a mayor cantidad de las mismas de lo que hubiera podido obtenerse en otros lugares, dada la cercanía física con los grandes mercados de Buenos Aires y Montevideo18. Lo interesante aquí es que ambos grupos, labradores hispano criollos e indígenas, si bien compartían diversas características y estrategias, orientaban su relación con los recursos y el medio en formas diferentes. Los estudios etnográficos han marcado la importancia de la agricultura migratoria entre los guaraníes, la cual, como se sabe, consiste en desmontar una porción de selva, quemar las ramas y árboles cortados y posteriormente sembrar sobre el terreno abonado con las cenizas; el consiguiente y rápido agotamiento de las tierras implicaba que el lote pronto debiera abandonarse, recomenzándose el proceso en otro lugar19. Esta agricultura, incluso dentro del contexto de los pueblos de las misiones, era sólo una entre variadas formas de obtener el sustento familiar; existía, como se sabe, una muy importante actividad de recolección y caza en los bosques comunitarios, que incluía también el acceso a rebaños vacunos cimarrones, bien que los jesuitas buscaran controlarlos20. Así, los pueblos misioneros gozaron durante su etapa de crecimiento que va hasta mediados del siglo XVIII de una envidiable dotación de recursos, con grandes zonas de vaquería; y dominio, bien que bastante teórico, sobre vastas extensiones de selvas y valiosos yerbales. Y no es 18

Ver Julio Djenderedjian, “Trabajo y familia en una frontera en movimiento. El sur entrerriano a fines de la época colonial”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos Prof. C.S.A. Segreti, 6, 2007, en prensa. Un interesante análisis de procesos similares en Mariana Canedo, Propietarios, ocupantes y pobladores. San Nicolás de los Arroyos, 1600-1860 (Mar del Plata: GIHRR-Universidad de Mar del Plata, 2000). 19 Entre los guaraníes de las misiones, los cultivos particulares (abambaé), se efectuaban en lotes que eran repartidos cada año a las familias por los líderes de la comunidad, volviendo luego los mismos al seno de ésta, y efectuándose al siguiente otros repartos. Louis Necker, Indios guaraníes y chamanes franciscanos. Las primeras reducciones del Paragay (1580-1800) (Asunción: Universidad Católica, 1990), 24-25; 156-158. 20 Los estudios disponibles, aun aquellos que aceptan y aprueban la supuesta existencia de un papel “civilizador” jugado por los jesuitas, muestran una amplia pervivencia de formas tradicionales de producción y de uso del suelo entre los guaraníes. Ver Rafael Carbonell de Masy, “Técnica y tecnología agrarias apropiadas en las misiones guaraníes”, en Estudos Ibero-Americanos, XV, 1, (1989), 89.

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casualidad que sea justamente a partir de 1750, cuando esos recursos se vieron primero amenazados y luego destruidos por avatares políticos, que comiencen a registrarse los primeros síntomas de una caída demográfica ligada ya no a coyunturas de epidemia sino a la salida de familias e individuos, que con el tiempo llegará a ser abrumadora, y que impulsaría además el creciente peso de las cargas de comunidad sobre una población cada vez más limitada y envejecida por la migración de los jóvenes21. Según surge de testimonios dispersos y aislados pero elocuentes, los grupos indígenas migrados hacia el agreste Entre Ríos del tercer cuarto del siglo XVIII reproducían en su nuevo hogar muchas de esas pautas culturales y económicas. Libres ya de la presión de la comunidad, sus unidades aparecen fundamentalmente alineadas hacia la búsqueda de la subsistencia, con escasos o nulos vínculos con los mercados externos, con producción agrícola migratoria o esporádica y utilización de una variada gama de recursos del medio. Los miembros varones podían, como hemos dicho, emplearse irregularmente como mano de obra para procurarse los bienes que no podían producir, en esencia telas y artículos manufacturados, que los estancieros de la época prodigan en los pagos a sus peones en lugar del metálico, que predominará a partir de mediados de la década de 1780 22. Cada familia, en ese contexto aún muy poco poblado, contaba con grandes extensiones de bosques y prados a su disposición, cuya explotación impactaba muy discretamente sobre el medio, en función misma de la abundancia de los recursos y de la limitada transformación de éstos exigida por la módica subsistencia de los dispersos habitantes existentes. La imagen transmitida por los testimonios (fragmentarios pero elocuentes) es de sobriedad extrema en las posesiones materiales; en lo productivo, poco más que ocasionales sembrados no distinguibles para un europeo de las matas desordenadas de la selva; algún pequeño animal doméstico y temporadas pautadas de cacería y recolección en el monte23. 21

Ver Ernesto Maeder, Misiones del Paraguay. Conflictos y disolución de la sociedad guaraní (1768-1850) (Madrid: Mapfre, 1992). Son muy interesantes al respecto las reflexiones de Susnik sobre la tendencia de los guaraníes misioneros del final del período colonial a vivir fuera de sus pueblos, donde buscaban “tener su pequeño lotecito no por el lote en sí, no por la producción, sino porque en este lote él [el indígena] podía tener un simple teyupá, una choza, lo que para él era realmente un óga [casa particular independiente], donde podía vivir libre de obligación y fiscalización... y lejos de la suciedad y promiscuidad de los coty [casas comunales]...” Branislava Susnik, El rol de los indígenas en la formación y en la vivencia del Paraguay (Asunción: Instituto Paraguayo de Estudios Nacionales, 1983), 49-54. 22 Además de las cuentas de estancia ya citadas, comparar por ejemplo el testimonio de Rocamora al Virrey, Gualeguay 2 de enero de 1783, en Argentina. Ejército nacional. Dirección General del Instituto Geográfico Militar. Litigio entre las Provincias de Buenos Aires y Entre Ríos (Islas Lechiguanas) (Buenos Aires: Peuser, 1945), 156; y presentación de Dn. Juan Castares al Alcalde, Gualeguay julio de 1798, en AGN, IX-40-7-3, Tribunales, leg. 16, expte. 19, fs. 144 r. 23 Todavía en 1821 Auguste de Saint-Hilaire podía inventariar la existencia de prácticas agrícolas de tipo tradicional, con utilización de recursos de baja intensidad por parte de indígenas entrerrianos que habían emigrado a Rio Grande do Sul en medio de las guerras de la década anterior: “Vimos, a las márgenes del río, aldeas habitadas por indios guaraníes venidos de Entre Ríos a refugiarse aquí... Al lado de esas chozas miserables hay, generalmente, un galpón donde penden piezas de carne; de vez en cuando, se ven también cultivos de maíz, calabazas y sandías. Raramente se dan al trabajo de cultivar todo el terreno....; en medio de un terreno baldío, abren agujeros, uno al lado del otro, y allí lanzan granos que no paran de germinar, prueba de la inmensa fertilidad del suelo... Recuerdo que, al pasar cerca de un caserío en las proximidades del Rincão, un hombre gritó, reprendiéndome de que no pisara sus plantaciones. Yo procuraba dónde pudiesen estar y veía sólo pasturas, pero, observando en medio de la maleza, descubrí unos plantíos nuevos de sandías sobre los cuales, realmente, mi caballo iba a pisar...”. Auguste de Saint-Hilaire, Viagem ao Rio Grande do Sul. Tradução

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En cambio, los labradores y pastores “españoles” o hispano criollos, cuya presencia va haciéndose cada vez más patente en Entre Ríos a partir de fines de la década de 1770, eran fundamentalmente productores en pequeña o mediana escala integrados desde hacía mucho tiempo a las pautas propias de la sociedad criolla, más volcada a la producción mercantil. Por tanto, intentaban constituir explotaciones agropecuarias de tipo familiar en zonas nuevas y aún no ocupadas, que les permitieran no sólo subsistir sino incluso acumular. Esas explotaciones, aun cuando las especificidades y límites de sus características sean difíciles de establecer, se basaban mucho más en el uso de la propia fuerza de trabajo familiar dentro de la parcela, con menor oferta hacia el exterior de mano de obra, y estaban más orientadas hacia una producción mixta de un espectro limitado de especies (trigo, maíz, legumbres; ganado vacuno, ovino y equino), dentro de la cual la importancia de la ganadería los vinculaba más fuertemente con el mercado local e incluso mundial, por supuesto que a través de toda una serie de intermediarios ineludibles y acaso onerosos. Es más: no sólo las formas de uso de los recursos sino incluso los conceptos de propiedad ligados a ellas y propios de los hispano criollos eran distintos de los prevalecientes entre los indígenas, y reforzaban el hecho de que el trabajo se centrara más intensamente en la propia unidad de explotación, concebida como espacio de uso y aun dominio exclusivo, y no en el acceso a múltiples vías complementarias de subsistencia para las cuales el ámbito físico de una estrecha parcela era no sólo insuficiente sino incluso un absurdo albur24. El acceso al mercado, a su vez, formaba parte mucho más estructural del planeamiento productivo en tanto se planteaba la producción de excedentes que habría que comercializar, y la acumulación de bienes, al menos bajo la forma de la ampliación del rebaño ganadero. Pero además, esos pastores y labradores hispano criollos cosecharían el apoyo del estado colonial embarcado en sueños de defensa estratégica, ya que se suponía que eran ellos los sujetos primordiales de esa acción y los soldados principales sobre los cuales eventualmente habría de recaer la defensa del Imperio, así como sus beneficiarios en tanto miembros de pleno derecho de la comunidad de súbditos. Además, el hecho de participar plenamente en la cultura hispano criolla no significaba sólo diferencias en la lengua que hablaban, sino también el hecho de que compartieran conceptos jurídicos con los miembros de la élite virreinal, e incluso que accedieran plenamente a la cultura legal de la época (bien que no en sus versiones más sofisticadas), con lo que esos pastores y labradores se encontraban mucho mejor posicionados que los indígenas para hacer valer sus pretensiones ante las autoridades en el nuevo contexto que surgiría en la década de 1780.

de Adroaldo Mesquita da Costa. 2da. edição (Porto Alegre: Martins, 1997), 216. 24 Es obvio que, de todos modos, ese concepto de propiedad no incluía las características que irá adquiriendo la propiedad inmobiliaria recién hacia finales del siglo XIX, mediante procesos de delimitación y medición de las tenencias, dictado de leyes de resguardo de derechos y plena vigencia de un régimen de garantías a la inversión.

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5. La irrupción de la política de poblamiento estratégico y el avance criollo Desde la firma del Tratado de San Ildefonso en 1777, la Corona española comienza a implementar una política de poblamiento estratégico en las fronteras rioplatenses, destinada a asegurar los nuevos límites con Portugal a través de la fundación de pueblos, muchos de ellos con categoría de “villa”. Para ello, los campesinos dispersos en esas campañas desoladas eran instados y aun obligados a reunirse; un enviado virreinal o alguna autoridad eclesiástica o civil establecía el lugar y levantaba el plano del pueblo; los habitantes debían colaborar en su construcción, y cada jefe de familia debía establecer allí casa y aguardar un prometido reparto de suertes de chacra y de estancia, a ser en algún momento otorgadas por las autoridades superiores. Esa política, en razón de la incapacidad de la Corona para llevar adelante el proceso por sí misma, se basaba sobre todo en la formación de grupos de interés local a partir de la reunión de los escasos habitantes existentes, asentándolos en un control relativo de los recursos que habría de darles el otorgamiento de categoría de “villa” a los pueblos que se fundaran, es decir, capacidad de poseer cabildo, y por tanto autoridades electas entre sus vecinos25. De esas fundaciones, nos interesan particularmente las de las villas de Gualeguay, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay, efectuadas en 1783 en el sur entrerriano por un enviado virreinal, el militar don Tomás de Rocamora, personalidad fuertemente influida por las ideas fisiocráticas y partidario de fomentar el poblamiento fronterizo por parte de labradores y pastores26. Esa política afectó súbitamente y de manera radical las formas del acceso a la tierra. Una vez fundada la nueva villa, cada jefe de familia debía establecer casa en ella y aguardar un prometido reparto de suertes de chacra y de estancia, a ser en algún momento otorgadas por las autoridades superiores. Mientras tanto, los cabildos podían otorgar permisos de ocupación a título precario a quienes acreditaran ser vecinos, condición que, como es sabido, se adquiría por el mantenimiento de casa poblada, una actividad laboral reconocida y servicios en las milicias locales, todo lo cual debía constar ante el mismo cabildo. La existencia de éste significaba, asimismo, poder de petición a las autoridades superiores, esto es, prerrogativas políticas nada despreciables, y que explican las recurrentes protestas de antiguas ciudades con cabildo de cuya jurisdicción, con las nuevas fundaciones, se cercenaban no sólo partes de territorio sino también conjuntos significativos de súbditos27. Se explica de esta forma a partir de entonces el interés por acreditar dominio, patente en el crecimiento de las denuncias y composiciones de tierras, a la vez que la proliferación de simples papeles firmados por algún alcalde, sobre los cuales, a falta de cualquier otro documento mejor, en la segunda mitad del siglo XIX se intentará construir definitivamente el demorado catastro provincial28. 25

Ver Julio Djenderedjian, “The roots of the Revolution. Imperial settlement policy and the rise of new power centers in the River Plate frontiers, 1777-1810”, en Hispanic American Historical Review, 88:4 (2008, en prensa). 26 Juan Segura, Tomás de Rocamora : soldado y fundador de pueblos (Nogoyá, s/e, 1987) 27 Oreste C. Cansanello, De súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las libertades en los orígenes republicanos. Buenos Aires, 1810-1852 (Buenos Aires: Imago Mundi, 2003), 16 y ss. 28 Ver Archivo del Obispado de Gualeguaychú (AOG), libro II de Cabildo (civil), fs. 12; Archivo Histórico y Administrativo de Entre Ríos (AHAER), Gobierno, VIII, caja 1, carpetas 1 a 38; Gobierno, VIII, caja 2 (a), y los restos

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Así, la puesta en marcha de los cabildos provocó cambios bruscos y sustanciales en la forma de encarar el manejo de los recursos locales, y en la relación de fuerzas entre los distintos actores. Los labradores hispano criollos que mejor habían sabido crear y manejar redes clientelares, e incluso algunos que simplemente poseían alguna imprescindible habilidad administrativa como la lectoescritura, se encontraron con el poder suficiente como para dirimir disputas, determinar límites y dominio de parcelas, reclutar fuerza militar e imponer orden. De improviso, los grandes estancieros ausentistas, que eran quienes hasta la irrupción del proceso fundacional habían a menudo ocupado los pocos cargos policíacos o judiciales existentes, dejaron de tener en sus manos el laxo control local que ostentaban: en tanto no eran “vecinos” del área, no podían formar parte de los nuevos cabildos. Los flamantes cargos correspondientes a los mismos quedarán en manos de estancieros y labradores hispano criollos, de mediano pasar y de residencia local, quienes también tendrán en sus manos desde entonces los puestos de oficiales de milicias, e incluso miembros de sus familias proveerán los curas de las nuevas parroquias, cuya instauración formaba asimismo parte del plan de reformas ligado al establecimiento de población en las fronteras29. En medio de esos sorpresivos y drásticos cambios, ocurrió en una de las nuevas villas del sur entrerriano un trágico hecho, que ha quedado registrado en el proceso por sedición encarado contra varios indígenas del área, y que incluyó la prisión, embargo y posterior desgracia de su cabecilla, Francisco Méndez. 6. La sedición indígena Méndez, un correntino blanco, apuesto y de pelo rubio al decir de su descripción procesal, que hablaba con facilidad el guaraní, se había instalado en las cercanías de Gualeguay hacia inicios de la década de 1770. Allí vivía aún unos diez años más tarde, en compañía de su esposa y otros familiares; dos de sus hijos continuaban en el mismo sitio en 180330. En noviembre de 1785, sus cortos bienes incluían 84 cabezas de ganado vacuno, ocho equinos, cuatro bueyes, dos arados con reja y dos sembrados, uno con dos y media fanegas de trigo y el restante con maíz, zapallos, frutos y hortalizas. Además, poseía algunos muebles, entre ellos un escritorio chico y un juego de tinteros, elocuentes indicios de las responsabilidades que solía ejercer, en tanto era uno de los pocos que en el lugar dominaban la escritura31. Esas responsabilidades fueron copiosas: titulado “don” en los expedientes y documentos que lo involucran desde 1782, era a esa fecha alcalde de hermandad, y provenientes de la sección Tierras del Archivo de la Escribanía de Gobierno de Entre Ríos, que en parte se han perdido y no se encuentran aún catalogados. 29 Varios grandes hacendados ausentistas como Esteban Justo García de Zúñiga o Agustín Wright habían ejercido cargos de comandante en el sur entrerriano hasta 1783. Es sintomático que pierdan visibilidad al respecto a partir de ese año. AGN IX-3-5-6, Correspondencias de Entre Ríos, leg. 1; AGN IX-23-10-16, Guerra y Marina, leg. 6, expte. 22, “Ymbentarios de las Hazdas...” fs. 16 r. y 16 v. 30 Según surge del padrón de 1803, en César Perez Colman, Historia de Entre Ríos, época colonial (1520-1810) (Paraná: Imprenta de la Provincia, 1936/7), II, 364-392. 31 AGN IX-39-5-4, Tribunales, leg. 258, exp. 1. Año de 1785. “Expediente sobre lo ocurrido en el Gualeguay con los Yndios Lorenzo Tandy y Gregorio...”, Fs. 25 r. y ss.

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había sido, durante muchos años, juez comisionado del partido; su prestigio era grande, entre otras cosas por haber defendido en alguna ocasión los derechos de los vecinos criollos sobre tierras de pastoreo comunes contra las pretensiones del gran hacendado Agustín Wright, quien las había intentado mensurar para luego denunciarlas, pagar composición en Buenos Aires y obtener así su posesión plena32. Se había también enfrentado en otra ocasión con el irascible estanciero Esteban García de Zúñiga, quien en 1771 había hecho expulsar a los pocos labradores que por entonces estaban poblados cerca de la capilla de Gualeguaychú, y había amenazando asimismo a unos pobres recolectores de leña que vivían en sus dominios33. En otras ocasiones Méndez aparece ocupándose de trámites de los vecinos relativos a tierras34. Hacia inicios de la década de 1770, en oportunidad de haber llegado a Gualeguay el padre Antonio de Luna trayendo imágenes de santos y con la intención de erigir la primera capilla del futuro pueblo, fue gracias a la “ayuda y ejemplo” del alcalde Méndez que el religioso consiguió que concurrieran algunos vecinos del lugar para levantar el edificio 35. Hacia fines de 1781, en medio de acres conflictos desatados en torno al traslado de la capilla de Gualeguay, Méndez fue quien capitaneó a los vecinos que se oponían a ese traslado, contra el cura que lo impulsaba. En suma, todo ello nos indica que se trataba de un personaje de bastante notoriedad y capacidad administrativa, un líder; aun cuando no integrara el núcleo de pobladores con más recursos económicos, sus relativos y descendientes, y él mismo, estaban emparentados por consanguinidad o por compadrazgo con varias otras familias notables del lugar. En 1785 Francisco Méndez sufrió arresto por orden de Rocamora, suicidándose en prisión el 9 de noviembre de ese año. Su desgracia comenzó cuando, un tiempo antes, un grupo de indígenas lo eligió “Protector” a fin de que los representara ante las autoridades de Buenos Aires para “qe. no se les moleste, ni quite la posesion de sus casas pr. los Alcaldes de aquella[s] Villa[s]”36. El estilo, la forma y la caligrafía de las piezas cabeza del proceso (que son justamente una de las pruebas de la acusación) permiten pensar que el pedido era verídico: en él resulta bastante probable que se trate de documentos redactados por los indígenas o al menos con su intervención directa37. 32

AHAER, Gobierno VIII, Carpeta 1, Legajo 14, fs. 87 r. y ss. Gregorio Gonzales a Juan Jose de Vertiz, Gualeguaychú 24 de julio de 1771. En AGN IX-3-5-6, Correspondencias de Entre Ríos, leg. 1. Sobre la actuación de Méndez ver AGN IX-39-5-4, Tribunales, leg. 258, expte. 9, fs. 7 a 12. 34 Por ejemplo, intervino en la denuncia de Juan Esteban Díaz, de 1778; en la de María Josefa de León, desde 1775, aun cuando ésta se quejó en 1781 que había sido negligente; en la de Agustín de León, de 1778. Su hermano lo continuó al parecer en ello; en 1785 actúa en la denuncia de Domingo García de la Mata. AHAER, Gobierno VIII, Carpeta 1, Legajos 1; 5 y 10; César Pérez Colman, Historia, III, 537 y ss. 35 Antonio de Luna a Rocamora, s/l, 1783, en Juan Segura, Historia eclesiástica de Entre Ríos (Nogoyá: Imp. Nogoyá, 1964), 34. 36 AGN IX-39-5-4, Tribunales, leg. 258, expte. 1, fs. 68. 37 El petitorio original, dirigido al Virrey, está escrito en guaraní; su traducción de época dice así: “Yo el myserable Mayor delos yndios detres Villas Lorenzo Santiago Tandi, me bengo aponer debajo de sus Pies como hijo suyo y Porque dios nro. Sñor. le á hecho Para ntro. Padre y bengo aora a darle a saver como [he] ejecutado lo que dios y Vd. mea mandado nos hemos comunicado los tres o[fi]ciales en ntro. poco entender para buscar y solicitar adn. Franco. Mendez para ntro. Protector y he conseguido con el este favor con mucho gusto para ser ntro. Protector despues de dios y de vd. y he esto no mas bengo á haser saver a vd. otrabes. Mayor Lorenzo Santiago Tandi. Pedro Dias. Juan Ygnacio Gonzalez.”. Al dorso se encuentra una carta de Méndez, también dirigida al Virrey. AGN IX-39-5-4, tribunales, leg. 258, expte. 1, fs. 33

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Pero la cosa no se limitó sólo al nombramiento. Los detalles son hoy en parte irrecuperables, pero es posible una reconstrucción más o menos cuidadosa de los hechos según los documentos y declaraciones del proceso. Lorenzo Santiago Tandy y otros indígenas avecindados en las nuevas villas formadas en 1783 comenzaron a entrar en contacto entre sí para intentar hacer frente a las presiones que sufrían por parte de los labradores y estancieros hispano criollos, grupo renovado en sus alcances por la puesta en marcha del proceso fundacional. En el curso de esos contactos al parecer trataron incluso de ganarse la voluntad de Dn. Esteban Aiby, “indio de trato, arrogante parecer, y por mucho el mas venerado entre todos los de su clase, [dado] que fue Corregidor en su Pueblo [en las misiones guaraníes], y sacó Providencia del ... [Virrey Vértiz] para comerciar y establecerse donde le acomodare”. Quizá el papel de líder étnico no le sentaba ya bien, prefiriendo el más refinado de músico, por lo que Aiby al parecer se desentendió del tema; en su declaración en autos indica que nada trató con los acusados, negando aún conocerlos38. En ese contexto, los indígenas acudieron a Francisco Méndez, solicitándole se sirviera oficiar de “Protector”. Para esa ocasión se planeó una convocatoria en los montes cercanos, a la que concurrieron representantes de la población indígena de las tres villas fundadas por Rocamora; Lorenzo Santiago Tandy por Gualeguaychú, Gregorio Yarí por Gualeguay y Juan Alonso Nieves por Concepción del Uruguay, además de otros. En esa ocasión estos personajes hicieron listas de todos los indígenas varones de cada una de las villas, listas que se han conservado y constituyen un precioso complemento de las burdas estimaciones de población “blanca” existente en ellas por entonces. Fueron asimismo nombrados (por los propios asistentes) oficiales de milicias de cuerpos que incluían a todos los indígenas “casados y con establecimientos pero no solteros y sin destino”39. La junta en que Méndez fue nombrado “Protector” ocurrió en un paraje apartado, y los concurrentes fueron a ella portando armas. Esto, y el reparto entre ellos mismos de diversos cargos militares, hizo que cundiera la alarma: una vez sabido todo por Rocamora, su reacción inmediata y bastante histérica es un indicio de hasta dónde estaban sensibilizados los ánimos, destemplados por los recientes levantamientos del Alto Perú, a los cuales hay referencias explícitas en los autos. Se ordenó la captura de los implicados, levantándose embargos y sumarios que se remitieron a la Audiencia, en los cuales constan los cortos bienes de aquéllos, sus lugares de procedencia, sus modos de vida y 1. Luego del nombramiento, Gregorio Yari declaró que se encontró con los indígenas y que éstos “hiban muy contentos por que el dicho Mendez estaba de su superior y que los mismos yndios hiban hazer un memorial...”, fs. 91 r. 38 AGN IX-39-5-4, tribunales, leg. 258, expte. 1, fs. 35 v. Cuando fueron a buscarlo a Concepción, Aiby no se encontraba; pero Tandy y sus compañeros convocaron a Pedro Díaz, sargento de naturales de la villa, quien los acompañó. El hecho es significativo por la importancia de la población indígena en Concepción. Entre los objetos embargados a Aiby en ocasión del proceso se encontraron varios “papeles de música”; cuando las fuerzas policiales de Concepción lo quisieron detener, se había ido a Paysandú a ofrecer un concierto. 39 AGN IX-39-5-4, Tribunales, leg. 258, expte. 1, fs. 68.

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otras valiosas informaciones. Si bien las autoridades superiores desestimaron finalmente los cargos de sedición, las autoridades locales sobredimensionaron la protesta a niveles extraordinariamente llamativos. La histeria resulta patente en que no se paró en excesivas formalidades; incluso Rocamora intentó obtener confesión de un preso sometiéndolo a tortura “con la llave de un fucil, y colgandolo amarrado pr. los lagartos [sic] de los brazos”40. Del largo proceso surgen algunos indicios útiles para dar cuenta de la naturaleza oculta del conflicto. En primer lugar, la queja más recurrente de los declarantes indígenas (ratificada además por la mayor parte de los otros testigos) refiere en detalle a ciertos ásperos maltratos cotidianos: exigencias de trabajo no remunerado, castigos injustificados, incluso agravios públicos. Debemos tener en cuenta que el proceso fundacional, que implicó tala de bosques, apertura de sendas y caminos, construcción de ranchos, delineación y delimitación de espacios, traslado de una capilla y otras duras tareas, fue ordenado y dirigido por un estricto militar con un duro sentido del deber, y sin dudas llevado a cabo de grado o por fuerza por los mismos vecinos, aun quizá atropellando los tácitos acuerdos y delimitaciones a que previamente hubieran llegado entre ellos en cuanto al reparto de los recursos. En esas circunstancias, los vecinos debieron resignar sus tareas cotidianas, la atención de sus chacras y estancias, e incluso de sus familias y de los servicios religiosos para llevar a cabo las obras necesarias al planteamiento de las nuevas villas. Así, la presión ejercida sobre los indígenas debió ser sin dudas doble: por una parte, en razón de prejuicios de casta, debieron recaer sobre ellos las tareas más duras y difíciles; por otra, dado su consistente número y la circunstancia de hallarse los demás vecinos también ocupados en la construcción de la nueva infraestructura, el sobredimensionado ejercicio de una autoridad despótica tenía por fin demostrar con claridad quién tomaba las decisiones y qué era lo que esperaba a quienes no estuvieran de acuerdo con ellas. Eso es lo que explica el establecimiento de guardias y prisiones, con un pesado servicio cotidiano y la obligación de que los presos pagaran diariamente por su “carcelaje”, aun con la venta en pública subasta de sus bienes41. En suma: una brutal y súbita reafirmación de jerarquías, y en ello de diferencias de casta, relegadas en parte hasta entonces por la vida feraz de la frontera y la inexistencia de autoridades constituidas con poder de policía suficiente. Pero, sobre todo, resulta evidente detrás de todo ello una preocupación aún más grande. El vertiginoso proceso de reordenamiento espacial y reafirmación jerárquica ligado al establecimiento de las nuevas villas implicaba, a mediano o aun a corto plazo, una desposesión bien concreta. La tierra era ahora medida, amojonada, parcelada; acceder a ella implicaría desde entonces un proceso 40

AGN IX-39-5-4, tribunales, leg. 258, expte. 1, fs. 3 y 3 v. Referencias constantes a ello en los autos; por ejemplo, AGN IX-39-5-4, Tribunales, leg. 258, expte. 2, fs. 62 v. Una versión muy sesgada de las características del proceso fundacional, pero que incluso así transmite parte de la dureza del mismo, en César Pérez Colman, Historia, I, 267. 41

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formal, tramitado ante autoridades específicas. Eso significaba que habría ganadores y perdedores: y los indígenas sabían perfectamente quiénes habrían de estar en cada lado. Los testimonios muestran hasta qué punto la comunicación entre Rocamora y los indígenas se parecía a un diálogo de sordos, al menos por la parte del primero. Éste interrogó a Tandy acerca de sus temores sobre que pudieran dejarlo sin tierras; según sus propias palabras, “le reconvine por la falsa exposicion que hizo a V.E., [el Virrey] porqe. ni él tenia chacra, ni aperos de Labranza qe. pudieran haverle quitado; y que del sitio en la Villa nadie le havia desposeido”. Por lo visto, para Rocamora la única forma de cultivar la tierra era al uso hispánico y católico, es decir con bueyes, arados y hoces; no tenía cabida en su razonamiento la posibilidad de otras formas de aprovechamiento de la misma, como a través de los métodos indígenas42. La respuesta de Tandy, aun mediada por una traducción falaz, muestra también con claridad lo equívoco de esos canales de comunicación: “no, no, yo no he dicho eso, yo he dicho qe. mi Alcalde no queria que trabajara para mi, sino conchabado, porque Yo era Yndio”43. ¿Qué diferencia puede haber entre tener una “chacra” y “trabajar para sí” en vez de estar asalariado? Los indígenas por lo visto (o al menos Tandy) entendían aún esos términos, en parte si se quiere, en el marco de un aprovechamiento del medio que buscaba la interacción con él y no su reemplazo por praderas domesticadas: no se trataba de explotarlo para obtener excedentes comercializables sino para suplir necesidades básicas y complementar una economía doméstica centrada en una diversidad de formas de utilización de recursos. En tanto, para los hispano criollos las formas de explotación eran radicalmente distintas, buscando mucho más claramente una integración con el mercado, que, aun cuando constituyera sólo parte de estrategias de reproducción campesinas, era sin dudas un componente esencial en el planeamiento de la explotación y en la organización de la misma. Desde las ignoradas páginas del proceso surge así con bastante claridad un conflicto de proporciones: la desposesión de familias y unidades de subsistencia, mayormente constituidas por indígenas, por parte de estancieros, pastores y labradores hispano-criollos de inmigración más reciente, más vinculados a la economía productiva mercantil, y que fueron los iniciadores de esas “élites” locales en cuyas manos recaería el control político de la provincia luego de la ruptura revolucionaria. Estos nuevos ocupantes, que contaban con el apoyo explícito y decidido del estado borbónico embarcado en sueños de defensa estratégica, contaban asimismo con la ventaja de dominar o al menos conocer más plenamente que los indígenas la cultura escrita hispana. Ante tal situación, estos últimos intentaron defender sus formas de vida buscando, por un lado, llamar la atención del estado colonial, cuya irrupción allí parecía sólo dirigida a beneficiar a los nuevos pobladores “blancos”; apelando en 42

Interesantes reflexiones en torno a las diferentes lógicas de control y apropiación de recursos de indígenas e hispano criollos en el Chaco, y los conflictos consiguientes en torno a conceptos como el derecho de propiedad hispano y las prácticas ancestrales de delimitación y explotación de territorios de caza propias de los indígenas, en Daniel Santamaria, “Las relaciones económicas entre tobas y españoles en el Chaco occidental, siglo XVIII”, Andes, Antropología e Historia, 6 (1995); y también, del mismo autor, “La economía de las misiones de Moxos y Chiquitos, 1675-1810”, en Ibero Amerikanisches Archiv, 13. 43 AGN IX-39-5-4, Tribunales, leg. 258, expte. 1, fs. 5.

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sus escritos a viejos argumentos que los presentaban como pobres desvalidos; buscando revitalizar el papel de las instituciones que los protegían (entre ellas la del Protector de Indios establecido por la legislación colonial) y, finalmente, tratando de apoyarse en un referente local destacado como Méndez, con el que pudieran dialogar francamente en su idioma pero que sirviera también como interlocutor válido con el mundo hispano criollo. Méndez, en su doble condición de “español” y de hablante fluido de guaraní, participaba sin dudas de la antigua cultura del litoral y resultaba un producto típico de ese middle ground constituido allí hacía ya unos siglos. Pero no sólo por ello fue elegido. Es significativo que la esposa de Méndez y otros miembros de su familia, así como algunos miembros de sus redes vinculares, aparezcan apadrinando hijos y matrimonios de indígenas, a juzgar por los apellidos y datos de origen consignados en los libros parroquiales44. Esto, y el papel asignado al propio Méndez, constituyen una muestra de las acabadas estrategias adoptadas por los indígenas ante los avances de los hispano criollos. Pero en la elección de Méndez surgen otros elementos importantes a tener en cuenta. Es altamente revelador que los indígenas eligieran a un personaje notable que fue fundador del cabildo: justamente el cabildo sería a partir de su creación uno de los privilegiados instrumentos que utilizarían los vecinos para obtener posesiones de tierras, y también el ámbito de resonancia de los problemas internos al grupo de hacendados y estancieros locales. 7. El desenlace Ahora bien, ¿hasta qué punto esas estrategias podían lograr resultados favorables? El propio Méndez pertenecía al grupo de hispano-criollos de inmigración más reciente y por tanto participaba de las nuevas formas de explotación de los recursos, por lo que sus intereses no coincidían necesariamente con los de sus “protegidos”. Lo cual muestra la precariedad de la posición de éstos, más cercanos en todo caso a los grandes hacendados ausentistas, en tanto habían constituido parte de su mano de obra eventual o auxiliares de valor en sus actividades de pastoreo mientras la ocupación del espacio fue precaria. Pero esos grandes hacendados no tenían, en el nuevo esquema, el lugar preferente que habían detentado hasta entonces: en tanto que no eran “vecinos” de las nuevas villas, no podían ejercer allí prerrogativas de poder. Por lo demás, la propia acción de la Corona chocaba directamente con sus intereses: anteriormente al proceso fundacional, los grandes hacendados ausentistas habían tomado sobre sí los gastos de incrementar la seguridad de esas fronteras feraces; pero, por ello 44

Petrona Balbas es madrina de hijos de Francisco Xavier Aseiyu y Barbara Paraguá, indios de las Misiones, en marzo de 1782; hay otros casos dudosos, en los que también intervienen Petrona y Francisco (dado que el cura de Gualeguay sólo indicó la casta en algunos de ellos, no nos es posible afirmar con certeza que los apadrinados sean indígenas). Josef Acosta Cardozo, quien apadrina a Pasquala, hija de Francisco Mendez, también apadrina al matrimonio de Mariano Tigpigtario y Maria Ararí, indios. Juan Perez, vinculado por parentesco con Mendez (una de sus hijas se casó con un hijo de éste) es dos veces padrino de hijos de María Retamosa y Pedro Miño, mestizos (este último implicado en el affaire de Tandy). Ver Archivo parroquial de Gualeguay, Bautismos, libros I-IV, 1781-1822 (libro I: 1781-1784; II: 1784-1791; III: 1791-1801).

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mismo, escamoteaban el control a las autoridades superiores, actuando a su solo criterio y creando a menudo problemas a los otros pobladores45. La política de poblamiento implicaba en cambio, en la formación de autoridades civiles y militares locales, el surgimiento de nuevos actores encargados de la seguridad y de la vigilancia fronteriza, a cuyo cargo podía suponerse que los intereses reales estarían mejor resguardados, toda vez que esas instancias locales de poder debían su propia existencia a las autoridades superiores, estaban en comunicación directa con ellas, a ellas respondían, y aguardaban de su parte la confirmación de las facultades otorgadas para disponer de los recursos que se les habían confiado, lo cual debía en principio garantizar su lealtad. La posición de los indígenas era además bastante débil por otras razones: por un lado, para el contexto de la sociedad de castas colonial formaban tradicionalmente parte de quienes debían obedecer, a lo que se agregaba su aislamiento y poco contacto con las autoridades, lo que los volvía por añadidura sospechosos. Regidos por un opresivo sistema de control, los indígenas trataban de huir de sus pueblos, donde las cargas de comunidad y la corrupción de los funcionarios los agobiaban; a pesar de que las ordenanzas dictadas al momento de la expulsión de los jesuitas los reconocían “libres por su naturaleza, conforme al derecho natural y divino”, se los seguía suponiendo necesitados de guía y de protección, y por tanto de control. Debían pedir permiso para moverse de uno a otro sitio, y una vez obtenidas las licencias estaban sujetos a que las mismas fueran visadas en cada sitio por donde pasaban. Las medidas de control no parecen llevarse bien con la resistencia pasiva: los funcionarios se quejan de que los indígenas les mienten, cambian sus declaraciones y no son testigos de fiar46. En cambio, los recién llegados “blancos” no estaban tan al margen de los circuitos de acción política, e incluso contaban con lazos de relación social y económica que los ligaban, bien que a menudo con cierta distancia, a los núcleos decisorios o dirigentes de las grandes ciudades del litoral. Sabían que sus voces eran hasta cierto punto atendidas, y buscaron conscientemente modularlas en el tono adecuado y pronunciar las palabras que quienes los oían deseaban escuchar. En sus memoriales se presentaban a sí mismos como pobres labradores cargados de familia, que conquistaron con su sangre las tierras entrerrianas arrancándolas de las manos de los infieles, y que estaban dispuestos sin duda todavía a morir defendiendo a su rey y a sus posesiones, en discretas alusiones destinadas a tocar la sensible fibra de la defensa estratégica de 45

César Pérez Colman, Historia, I, 228 y ss.; II, 149 y ss.; Juan Pivel Devoto, Raíces coloniales de la revolución oriental de 1811 (Montevideo: Medina, 1957), 27-30. 46 Sobre las medidas de control, ver la “instrucción” de Francisco Bucarelli para el manejo de los pueblos, 15 de agosto de 1770, en Francisco J. Brabo, Colección de documentos relativos a la expulsión de los Jesuitas de la República Argentina y del Paraguay (Madrid: J. M. Perez, 1872), 290 y ss., 307; y 320 y ss. El propio proceso de Tandy y cómplices es una muestra de todo ello: para ir a Gualeguay, los indígenas debieron solicitar una licencia al alcalde de Concepción Juan del Mármol; éste les pregunta porqué iban y quién los llamaba; contestándole con razones de servicio y orden de palabra, unos días después van de nuevo ante él para pedirle licencia, esta vez para ir a Buenos Aires; el alcalde les preguntó de dónde venían y con qué licencia; y ante la insatisfactoria respuesta los puso presos. AGN IX-39-5-4, Tribunales, leg. 258, expte. 1, fs. 16-17. Sobre la desconfianza que merecían los testigos indígenas en procesos judiciales o policiales ver por ejemplo Tomás Antonio Lavin al Virrey Olaguer Feliú, Concepción del Uruguay 21 de febrero de 1799. En AGN, IX-32-5-9, exp. 2.

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esos remotos rincones del imperio47. Más allá del evidente adulterio o cuando menos exageración que campea en esos memoriales (entre otras cosas, la presencia indígena hacía mucho tiempo que no constituía una amenaza), es claro que la acción estatal tuvo muy en cuenta sus peticiones, respondió rápidamente a ellas, e intentó alcanzar su culminación, aun cuando no lo lograra. En esas condiciones, no es extraño que los indígenas llevaran las de perder. Esos cambios sociales y económicos afectaron a los antiguos grupos de subsistencia: quienes no lograron amalgamarse con los criollos “blancos” parecen haber sido desplazados hacia áreas menos útiles del territorio, o incluso fuera de él48. Hacia fines de la década de 1780 los apellidos indígenas tienden a desaparecer de los libros parroquiales. Lorenzo Tandy registra en enero de 1788 al último de sus hijos en los de Gualeguaychú; en un acta del Cabildo de ese pueblo fechada en 26 de marzo de 1789 se otorgan tierras a dn. Manuel Toribio de Leon, “donde estubo Lorenzo Tandi, enfrente de Pedro Carriel... conprebension qe. no selepermite Estanzia que consista de mas de mil cabezas de ganado, adbirtiendo el perjuicio de los otros Vezinos”. Todo un símbolo: Tandy y su familia han sido desplazados, y en las tierras donde habían vivido un advenedizo hispano criollo criará ganados, actividad sin dudas en ascenso49. 8. Conclusiones Luego de lo dicho, parece sin dudas excesivo catalogar este caso como una sedición indígena (más aún si la palabra es rebelión). Sin embargo, la densa trama que está detrás de él trasciende plenamente ambos términos. Mostrando a la vez su capacidad para utilizar ciertas pautas de la sociedad criolla y su imposibilidad de lograr trascender mediante ella los duros límites de casta, los indígenas del sur entrerriano intentaron organizarse conformando cuerpos propios de milicias, tal como lo hacían los criollos (y como quizá lo habían hecho varios de ellos en sus pueblos guaraníes), creyendo que podrían lograr ser escuchados eligiendo a un líder que compartía aspectos de la cultura de ambos mundos. Pero ese líder no contaba con poder, y se encontraba más cerca de la nueva sociedad criolla que emergía que del viejo mundo de laxas jerarquías propio de la etapa anterior. Por lo demás, poco era lo que podían hacer, en tanto no formaban parte del esquema puesto en marcha por la política de poblamiento estratégico encarada por la Corona. Tránsfugas de sus pueblos, poco 47

Ver por ejemplo el memorial de 1805 en Edgar Poenitz, Primera crónica histórica de Entre Ríos: la “Representación a Su Magestad el Rey”, del Cabildo de Concepción del Uruguay (1805) (Concordia: Instituto Regional de Investigaciones Científico-culturales, 1982). 48 El propio líder étnico local estaba más cerca de la nueva sociedad mestiza que lo había acogido bastante hospitalariamente que de sus antiguos compañeros: Esteban Aybi figura, por el monto, séptimo en una lista de 35 deudores de un comerciante de Concepción en 1789; su familia, para 1820, parece haber continuado viviendo en la zona, aunque en posición subalterna. José Aibi, de 40 años, aparece como peón en el censo de 1820 de Concepción del Uruguay, originales en el Archivo General de la Provincia de Corrientes. Sus deudas en AGN IX-33-6-5, Hacienda, leg. 55, expte. 1418, fs. 12. “Estrato...” 49 AOG, Libro II de Cabildo de Gualeguaychú, fs. 9 r.; libros parroquiales de Gualeguaychú, Bautismos de naturales, I, 1777-1818, partida del 17 de enero de 1788, Barbara Tandi.

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integrados a la economía mercantil, sólo se esperaba de ellos que ofrecieran su trabajo, callados y obedientes. El desplazamiento hacia áreas nuevas y quizá menos ricas, que el corrimiento de la frontera todavía podía ofrecer, fue de ese modo la única alternativa disponible a la plena integración a la sociedad criolla; si bien ésta pudo sin duda (al menos en ciertos casos) permitirles progresar, usualmente les reservaba un lugar menor. En todo caso, era condición previa para ello un cambio fundamental en sus formas de vida, y no sólo lograr que un apellido claramente indígena se transfigurara hasta parecerse a uno español. Las ansiedades quedaron así sin respuesta, y

la

sensación de avasallamiento impune. La larvada tensión que siguió estando detrás de ese conflicto dilatado pero no resuelto habrá de emerger de improviso en el levantamiento rural que, entre 1810 y 1820, cubrirá de sangre y destrucción las tierras litorales. No sería quizá descabellado ver, en el título de Protector que supo agenciarse Méndez, una sugerente anticipación del que utilizó José Artigas, otro “Protector” más atendido por la historia, y que contó con una caudalosa lealtad por parte de sus subordinados indígenas. Un elocuente testimonio adicional del alcance de estas identificaciones: cuando en 1821 el caudillo Ramírez invadió la provincia de Santa Fe, luego de haber derrotado a Artigas, los indígenas mocovíes de la reducción de San Javier rechazaron sus ofrecimientos de alianza “porque ellos no querían a Ramirez, porque éste había peleado a Artigas que era el padre y el protector de los indios…”50. Ese difícil recorrido, ese retraerse ante el avance de nuevos grupos más dinámicos, esos persistentes atavismos que aparecen aquí y allá en procesos de ocupación de fronteras, volverán a repetirse en Entre Ríos cuando, a finales del siglo XIX, inmigrantes europeos portando nuevas técnicas de cultivo, pautas más intensas de integración al mercado, e incluso un explícito apoyo político, comiencen a desplazar a los viejos pobladores criollos hacia las áreas menos ricas del interior provincial, y aun, insensiblemente, de las nuevas páginas de la historia, escrita ahora también por los recién llegados, como lo había sido antes. Una historia que apenas habrá de incluirlos, justamente, como una anomalía marginal a punto de desaparecer.

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en Ramón Lassaga, Historia de Lopez (Buenos Aires: Imprenta y Librería de Mayo, 1881), 220. Subrayado nuestro.

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