Limitaciones (y avances) en el estudio de las variedades de contacto en España (con especial atención al contexto español-catalán)\", en Álvarez Tejedor, A. et al. (eds.): Lengua viva. Estudios ofrecidos a César Hernández Alonso, Valladolid, Universidad de Valladolid (2008), 851-866.

July 23, 2017 | Autor: J. Blas Arroyo | Categoría: Sociolinguistics, Spanish Linguistics, Spanish in contact with other languages, Language contact
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Descripción

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LIMITACIONES (Y AVANCES) EN EL ESTUDIO DELAS VARIEDADES DE CONTACTO ESPAÑOLAS (CON ESPECIAL ATENCIÓN AL CONTEXTO ESPAÑOL-CATALÁN) José Luis Blas Arroyo

1 Antecedentes Hasta tiempos recientes el estudio sobre el español en contacto con otras lenguas peninsulares ha tenido un desarrollo limitado en nuestro país, lo que hace más meritoria aún la labor pionera –siquiera descriptiva e impresionista, y a menudo condicionada por factores ideológicos– emprendida por autores como Jordana (1933) y Dalmau (1936), los primeros en ocuparse de estas cuestiones en el ámbito lingüístico catalán, y a quienes seguirían algunas décadas más tarde romanistas y catalanistas de la talla de Badia i Margarit (1955, 1969), Moll (1961) o el castellonense Germán Colón (1967, 1988)1. Ya este último (Colón 1967) planteaba hace cuatro décadas la necesidad de incluir observaciones de diversa naturaleza en el análisis del castellano hablado en estas regiones peninsulares. Consideraciones que en muchos casos siguen esperando la atención de los especialistas, y entre las que cabe destacar las de orden: a) geográfico: mediante el estudio de potenciales diferencias entre el español hablado en las grandes urbes y en las zonas rurales; b) s ocial: analizando en qué difiere la actuación de los hablantes autóctonos y los inmigrantes, en regiones donde el fenómeno de la inmigración, –tanto interior desde hace décadas, como la exterior en nuestros días–, ha tenido una importancia decisiva en su configuración social2. Y en otro orden de cosas, diferencias lectales también entre individuos pertenecientes a diversas clases sociales; c) h  istórico: el filólogo castellonense advertía también que en el español hablado en estas regiones del este peninsular existe un antes y después de la Guerra Civil, pues nunca la intensidad del contacto entre las dos lenguas de la comunidad fue tan intensa como a partir de la segunda mitad del siglo XX. De ahí que es muy posible que en estas últimas décadas los fenómenos interlingüísticos se hayan intensificado, y lo que es más destacable, se hayan extendido en no pocos casos a la población castellanohablante3.

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En lo que sigue proponemos revisar algunos aspectos teóricos y metodológicos que explican el desarrollo de la lingüística de contacto en nuestro país, con una atención prioritaria –aunque no única– hacia el contexto bilingüe español-catalán, por tratarse del ámbito que ha conseguido un mayor impulso en las últimas décadas. Tras examinar las diferentes razones (metodológicas, epistemológicas, actitudinales…) que explican el limitado alcance de esta lingüística en España, y el contraste que ofrece con otras ramas afines, abordamos el marco sociolingüístico en el que se inserta preferentemente la investigación empírica en los últimos tiempos. En éste adquiere un protagonismo especial el trabajo a partir de corpus de habla oral, una herramienta que se hace imprescindible en esta clase de estudios, y que, junto con otras consideraciones del mismo tipo serán también objeto de atención en este artículo. Para finalizar, sintetizaremos las ideas fundamentales del trabajo en el correspondiente capítulo de conclusiones. 2 Razones para un “olvido” Es probable que entre las razones que explican el escaso interés suscitado hasta fechas recientes por el estudio del español en contacto con otras lenguas en España, se halle la dificultad que encuentran los propios miembros de las comunidades de habla implicadas para detectar fenómenos vernáculos derivados de la convivencia idiomática, habituados como están a convivir con ellos desde siempre. Año tras año, los alumnos que encontramos en las aulas universitarias muestran no pocos problemas para identificar fenómenos de contacto en sus variedades respectivas, especialmente en el caso del español. Y son muchos quienes se sorprenden al aprender que este o aquel rasgo de sus respectivos idiolectos obedecen a la influencia de su lengua materna, o de aquella lengua que, sin ser materna –a veces ni tan siquiera hablada ordinariamente– tiene una amplia difusión social, hasta el punto de condicionar algunos aspectos de la pronunciación, la gramática o el léxico de la mayoría de los miembros de la comunidad de habla. Los hablantes autóctonos no son, pues, necesariamente conscientes de la existencia de estos rasgos, y de hecho en muchos casos, no lo son en la práctica4. Una limitación que no se restringe al hablante ordinario, sino que, paradójicamente, afecta también a no pocos lingüistas nativos, como éstos ha reconocido en ocasiones. Es el caso de la sociolingüista catalana Rosa Vila, quien hace unos años destacaba las dificultades para el estudio del español hablado en Barcelona, debido a que muchos de esos rasgos se hallan integrados desde siempre entre los hábitos expresivos de quienes pretenden su análisis –“[los lingüistas] llevamos puesto el contacto de lenguas”, decía Vila–. Por su parte, Sinner (2004: 90) recuerda que en la entrevista con otra lingüista barcelonesa, ésta reconocía no ser consciente del catalanismo sintáctico que supone la inserción de un que átono al comienzo de ciertas oraciones interrogativas totales (“¿Que no ha venido Toni todavía?”):

 o, hasta el tercer año de la carrera estaba convencida de que estaba bien eso, hasta que Y un día en clase, lo dijo el profesor de sociolingüística, fue un momento traumático, me acuerdo perfectamente, porque dijo que le habían reconocido en Sevilla, que le habían reconocido como catalán por la pregunta, y mira que y que ni sabía que era catalán.

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De ahí probablemente la “ventaja del forastero” (O’Donnell 1989: 128)– en la investigación sobre estas variedades de contacto, lo que, al menos parcialmente explicaría el hecho de que una parte destacada de la bibliografía sobre el tema haya corrido a cargo de estudiosos procedentes de otras latitudes, como los alemanes Sinner, Wesch, Kailuweit, Jungbluth, la húngara Szigetvári, o los estadounidenses Vann, Woolard u O’Donnell, por citar sólo algunos de los más citados y reconocidos. Todo ello sin desmerecer, lógicamente, el trabajo desplegado por los investigadores autóctonos. Por lo que a nosotros se refiere, en alguna ocasión hemos explicado ya la extrañeza que desde nuestra propia condición foránea5 nos produjo el primer contacto con algunas de estas variedades (Blas Arroyo 2002). Al principio, incluso, ese asombro dio lugar a ciertas situaciones de relativa incomunicación, como las que nos indujeron a malinterpretar palabras, expresiones o construcciones sintácticas cuyos significados en boca de los hablantes nativos diferían de los nuestros. Así, y por continuar con ese que átono, que preludia no pocas interrogativas en estas regiones bilingües, una señora castellonense se dirigía a nosotros con un enunciado como el de (1), a las pocas semanas de llegar a su ciudad. A las puertas de una establecimiento público –una farmacia– hacia el que dirigía sus pasos esta mujer, la fuerza ilocutiva de dicho enunciado era claramente la de una pregunta, pero nuestra “incompetencia comunicativa" inicial nos llevó a interpretarla, erróneamente, como una simple aseveración, ante el asombro de nuestra interlocutora, que no terminaba de hallar respuesta a su pregunta. Con el tiempo, lógicamente, nos habituaríamos a escuchar este tipo de preguntas directas en boca de muchos valencianohablantes bilingües, y aún en la de no pocos castellanohablantes exclusivos, cuyo español, sin embargo, se halla intensamente influido por el valenciano ambiental. (1) ¿Que está cerrada la farmacia? Por las mismas fechas, la expresión de (2) no poseía para nosotros el mismo significado que hoy nos permite reconocer de forma inmediata a valencianos o catalanes, y que no es otro que el que los hablantes de otras regiones españolas formulan, por lo general, con el verbo tomar (nos tomamos un café), al tiempo que reservan hacer para otras actividades6. Ni estábamos habituados tampoco a la acepción del verbo gastar como sinónimo de “llevar” que aparece en (3): (2) ¿Nos hacemos un café? (esp. gen. ¿Nos tomamos un café?) (3) Yo ese bolso sólo lo gasto en verano (esp. gen. Ese bolso sólo lo utilizo/llevar en verano) Con todo, son otras razones –de carácter subjetivo las más de las veces– las que explican en mayor medida el descuido que los lingüistas han dispensado hacia esta vertiente de los estudios dialectales. En líneas generales puede decirse que el desinterés, cuando no el desdén, hacia el contacto de lenguas en España ha sido común tanto entre los usuarios como entre los propios profesionales de la lingüística. Hasta tiempos recientes, e incluso todavía, en no pocos casos en la actualidad, las actitudes de los hablantes hacia sus lenguas y variedades vernáculas han sido, por lo general, muy negativas, como consecuencia de una distribución funcional característicamente digló-

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sica. A este respecto, cabe recordar, por ejemplo, cómo durante el siglo XIX los gallegohablantes consideraban que su lengua era una variedad inferior del español, a la que significativamente llamaban castrapo (García 1976)7. Por otro lado, en la historia de la lengua menudean las referencias negativas a las variedades del español hablado en estas regiones. Así, hasta el siglo XIX los visitantes de la ciudad de Valencia se extrañaban de la manera de hablar el castellano que mostraban los nativos, lo que impulsó al gramático Vicente Salvá a escribir un apéndice de su Gramática Castellana, dedicada a sus paisanos, para que pudieran mejorar su “deprimente” castellano (Casanova 1996). Por otro lado, la reacción de las gentes cultas hacia estas variedades de contacto no ha sido mucho mejor, y apenas ha cambiado en lo esencial en tiempos recientes, como se desprende de las opiniones de algunos intelectuales y escritores prestigiosos. A este respecto, de Paula Pombar (1996: 571) recuerda cómo, al referirse a algunas de sus novelas más “gallegas”, Camilo José Cela valoraba negativamente la lengua empleada por sus personajes, en un trasunto de la realidad lingüística gallega, donde (en sus palabras): “ambas lenguas se hablan mal y por aproximación, entremezclándose y desvirtuándose”8. Incluso en la actualidad, puede que no exista un especial interés por conocer con detalle unas variedades lingüísticas en las que los propios hablantes podrían identificar sus rasgos más singulares como “errores” debidos al contacto con otra lengua, y por si fuera poco, característicos de los sectores sociales más bajos de la sociedad. De hecho, hasta hace pocas décadas, algunos de los escasos tratados sobre el castellano hablado por estas tierras partían de esta perspectiva crítica (Dalmau 1936: 82). Una orientación purista que, en puridad, no ha cambiado tanto en tiempos más recientes, a juzgar por la creciente proliferación de toda clase de diccionarios y manuales de uso, destinados a velar por la pureza del idioma, y al destierro de barbarismos, solecismos y demás –ismos perversos. Ahora bien, la mayor responsabilidad en la escasa atención dedicada a la investigación de estos dialectos corresponde, como es lógico, a los propios lingüistas. Además, en el caso español la importante tradición dialectológica prefirió centrar su atención durante décadas en variedades consideradas –al parecer– como “más genuinas”, ya se tratara de dialectos históricos primarios –para hacernos eco de la conocida clasificación coseriana–, hermanos del castellano, y cuya evolución social se truncó muchos siglos atrás (el caso del leonés o el aragonés), ya fueran otros dialectos secundarios –pero, eso sí, “monolingües”– como el andaluz o las variedades canarias, por citar sólo algunos de los más conocidos y estudiados. Y es que, en definitiva, y como sentenciaba Seco (1989: 37) hace unos años en representación de esta manera de ver las cosas: “los principales dialectos del español son el andaluz, el extremeño, el murciano y el canario”. Y ahí se terminaba generalmente (casi) todo. Por el contrario, la atención dispensada hacia las variedades españolas de contacto era apenas objeto de algunos estudios menores, y salvo excepciones, de un alcance meramente descriptivo y atomizador. Hecho que, además, contrasta sobremanera con la profusión de trabajos que han tenido como finalidad la investigación del español en

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contacto con otras lenguas en el mundo, como el inglés en Estados Unidos o las diferentes lenguas amerindias de Hispanoamérica. Durante décadas, la caracterización tipológica de estas hablas vernáculas no pasó de su consideración como meras modalidades regionales, cuyas diferencias “mínimas” (Seco 1989: 39-40) con respecto al español peninsular las inhabilitaba como algo más que variedades de adstrato (Lapesa 1968). A este respecto, y como recuerda Sinner (2004: 41), es significativa la mínima presencia de entradas léxicas a las que se otorga el marchamo de catalanismos en el DRAE, una situación que contrasta con la notable mayor profusión de aragonesismos9. De ahí que no resulte casual el hecho de que los primeros estudios sobre el español hablado en las regiones del ámbito lingüístico catalán fueran responsabilidad de dialectólogos procedentes de la catalanística, como los ya mencionados Moll, Badia y Colón (1967), quien ya hace cuatro décadas advertía acerca de la conveniencia de “que alguien estudiase, desapasionadamente, el problema del castellano en tierras catalanas” (el subrayado es nuestro). Sabias palabras que, por desgracia, han encontrado escaso eco entre nosotros, aunque los últimos tiempos parecen más esperanzadores, como veremos más adelante (véase § 3). Bien es cierto que a este panorama globalmente desmoralizador se ha unido en las últimas dos décadas el lastre que para la investigación del bilingüismo social ha supuesto la llamada sociología del lenguaje, que en nuestro país ha monopolizado casi por completo el estudio del contacto de lenguas. Desde la restauración de la democracia en España, han proliferado los trabajos de carácter empírico o teórico sobre la distribución funcional de las lenguas, las actitudes de los hablantes hacia estas, o las medidas de política lingüísticas destinadas a normalizar las lenguas autóctonas en las respectivas comunidades bilingües, por mencionar sólo algunos temas recurrentes. Sin embargo, el interés por las consecuencias lingüísticas de ese mismo contacto se ha aparcado en muchos casos, y ello pese a la importancia que los aspectos sociales y ambientales tienen en su génesis y difusión, por no hablar de la luz que estos pueden arrojar acerca de numerosos desenlaces del bilingüismo social e individual. Ni el castellano ni las demás lenguas españolas han salido beneficiadas del presente estado de cosas. Por lo que al español se refiere, el ejemplo de la Comunidad Valenciana no es menos paradigmático que el de otras regiones españolas. Aunque quizá no con el mismo grado de intensidad que en Cataluña, donde un creciente número de voces ha terminado denunciando el interés (¿casi?) exclusivo por el catalán por parte del poder político, las instituciones valencianas de uno u otro signo político han demostrado también muy poco interés por este tema. Y, desgraciadamente, las cosas en este sentido no han hecho más que empeorar con el tiempo. A este respecto, cabe recordar, por ejemplo, cómo el todavía existente Pla EVA (Estudis sobre el valencià actual), inaugurado por la Consejería de Educación y Cultura de la Generalitat Valenciana a finales de la década de los 80, incluía en sus primeras ediciones una sección destinada también a investigaciones monográficas acerca de variedades vernáculas del castellano en la Comunidad. Fruto de estas convocatorias pioneras fue la publicación por entonces de algunos trabajos acerca de la interferencia en el sur de la Comunidad Valenciana (Montoya 1989), así como nuestra aproximación inicial a las variedades del castellano hablado en Caste-

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llón (Blas Arroyo, Boix, Gil y Tejada 1992). Sin embargo, transcurridos esos primeros años, dicha sección desapareció por completo. Y lo mismo sucede –probablemente agravado– en otros estamentos de carácter más local. En unos tiempos donde lo “políticamente correcto” acaba condicionándolo todo, la investigación sobre el español de esta comunidad parece correr la misma suerte que algunos grandes de la literatura, ninguneados en sus respectivas comunidades de origen por motivos políticos –paradigmático el caso de Plá en Cataluña por su apoyo al régimen franquista– o por no haber escrito en otra lengua que la española. Y ahí están para demostrarlo los casos de Unamuno en el País Vasco, o un Blasco Ibáñez escasamente admirado por amplios sectores nacionalistas en unos tiempos de corrección ideológica que asuelan también los cenáculos culturales valencianos. Aunque por razones de otro orden, incluso entre los especialistas contemporáneos en el contacto de lenguas se aprecian reticencias, si no a aceptar la importancia de estos hechos en la configuración de las lenguas, al menos sí a valorar en su justa medida el peso de la influencia interferencial. Menos agradecida en la práctica que el fenómeno del cambio de código u otros desenlaces relacionados con el principio de acomodación en la conversación bilingüe, en los que con frecuencia se ven implicados directamente factores sociolingüísticos y pragmático-discursivos relevantes (Muysken 2004: 148149), no son pocos los investigadores que en la actualidad ponen limitaciones serias al alcance de la interferencia directa –y menos aún, radical–, especialmente en niveles profundos del análisis, como la sintaxis. Conocida es, a este respecto, la polémica entre quienes niegan esta posibilidad –matizada por posiciones algo menos extremas, que conciben factible el préstamo morfosintáctico tan solo entre lenguas muy similares, o cuando se corresponde con las tendencias evolutivas de la lengua recipiente– y quienes, por el contrario, sostienen que cualquier cambio gramatical es posible si se dan cita determinadas condiciones sociales (Thomason y Kaufman 1988). Representante señalada de la primera postura en la sociolingüística hispánica es la lingüista chilena Carmen Silva Corvalán, quien en su investigación acerca del español hablado por los hispanos de la ciudad de Los Angeles, ha negado la existencia de cambios importantes en la gramática española como consecuencia de la influencia del inglés, y ha limitado la huella de esta lengua a uno de los siguientes desenlaces: a) bien a la aceleración de evoluciones lingüísticas que tienen lugar también en otras variedades hispanas –en ocasiones desde hace siglos– ; b) bien a la ampliación de los contextos pragmáticos en que pueden aparecer ciertas construcciones gramaticales, como consecuencia de procesos de simplificación y convergencia con la lengua dominante10. Aplicados estos principios al español en contacto con otras lenguas peninsulares habría que comenzar aceptando que la mayoría de las variantes vernáculas debidas a la influencia de una lengua vecina no responde a cambios radicales. Incluso entre idiomas tipológicamente muy diferentes, como son el español y el vasco, en los que podría esperarse un mayor nivel de complejidad en el proceso interferencial, las influencias de la última lengua sobre el castellano se resuelven casi siempre a través de calcos, en los que continúa utilizándose material lingüístico “genuinamente" español”. Así, para la

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explicación de construcciones sintácticas como la de (4), muy difundida en el español hablado en el País Vasco, en la que un complemento directo pospuesto al verbo aparece en referencia catafórica con un pronombre anterior, se ha propuesto una influencia del vasco, lengua aglutinante en la que el verbo transitivo concuerda con algunos de sus argumentos (ergativo, acusativo y dativo), como puede verse en (6). Obsérvese, sin embargo, cómo el equivalente español de esta construcción, se traduce en un esquema que cuenta con una considerable funcionalidad en castellano, como es la duplicación del argumento por medio de un pronombre clítico. Aunque ahora en contextos vedados por la norma –véase el contraste entre (4) y (5)–, y con una frecuencia de uso significativamente más elevada que en otras variedades hispánicas, como han visto Fernández Ulloa y Urrutia (1998): (4) Le he visto a Patxi el otro día en el parque (5) A Patxi le vi el otro día en el parque (6) Vasc: Joni parkean ikusten diut (Esp: Lei veo a Juani en el parque) Y lo mismo sucede con la transferencia de algunos morfemas característicos del euskera, como el sufijo relacional –ko o el instrumental –z, reproducidos en ambos casos a través de la preposición castellana de, como podemos ver en los enunciados siguientes: (7) Es de pensar que … (8) Nos hemos quedado de hambre Como señala Oñederra (2002: 265), de quien tomamos prestados los ejemplos anteriores, en ningún caso se trata de la importación de nuevos recursos morfológicos, sino “de la adición de contextos o la ampliación de usos de construcciones o marcas ya existentes en la lengua receptora”. Y a continuación, la filóloga vasca observa que:

 es particularmente ilustrativo que la construcción formada por el verbo desear [está deseando de volver] sólo se da con el verbo en gerundio… No estamos tan siquiera ante un cambio en el régimen del verbo, sino ante la traducción más directa posible dentro del marco morfosintáctico de la lengua receptora de una determinada locución.

Precauciones teóricas y metodológicas ante el contacto de lenguas como las reseñadas, unidas a la “mala prensa” del mismo hecho interferencial entre lingüistas y profanos, justifican una actitud precavida por parte de no pocos especialistas. De este modo, en su análisis acerca de la copia pronominal del objeto directo pospuesto al verbo en el País Vasco, fenómeno al que nos referíamos más arriba, y tras aceptar que “parece lógico pensar que haya podido darse un influjo del euskera”11 Fernández Ulloa y Urrutia (1998: 869) se ven en la obligación de matizar que “a la hora de hablar de un influjo del euskera (…) éste debe enmarcarse dentro de una ‘causación múltiple’, concepto de Y. Malkiel (1967), tomando entonces al euskera no como un factor único sino coadyuvante”. Incluso cuando el resultado del contacto se resuelve a través de conceptos menos comprometidos, como el de simplificación, las cosas no salen mejor paradas para la influencia interlingüística. Como ha visto acertadamente, Fernández Ulloa (2002: 1713)

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la propia noción de simplificación parece presuponer que la variedad “simplificada” –en estos casos, el español en contacto con el vasco– es inferior a otras variedades. Sin embargo, en su opinión, que compartimos:

 lo cierto es que se ha enriquecido con fórmulas expresivas que le aporta la lengua … con la que convive desde hace siglos (vr. La repetición del adjetivo, sustantivo, etc. como medio de intensificación (esta cerveza está fría, fría); distintos medios para poner de relieve el foco de la frase, como, por ejemplo, la repetición en infinitivo del verbo conjugado, la inclusión del adverbio ya [con usos afirmativos, no temporales], etc., a la vez que se producen o refuerzan ciertas distinciones, como la de persona/no persona por medio del leísmo, la duplicación y la supresión del clítico, etc.”

Sea como fuere, menos aceptable nos parece aún negar de raíz la impronta del contacto de lenguas cuando una determinada variante sobre la que parece plausible el influjo interlingüístico aparece documentada, aunque sea mucho más esporádicamente o con patrones de variación sociolingüística diferentes, en otras variedades dialectales o en periodos antiguos de la lengua. Como hemos subrayado en otro lugar (Blas Arroyo 2007b), aunque esas dialectos monolingües puedan mostrar en ocasiones pulsiones internas paralelas en determinados paradigmas, no es menos cierto que en las variedades de contacto se advierten datos cuantitativos y distribucionales que impiden descartar, sin más, la influencia del contacto de lenguas. Como, por ejemplo, el hecho de que las variantes vernáculas se extiendan a contextos gramaticales y/o pragmáticos más amplios que en los demás dialectos. O que su difusión social resulte también considerablemente más elevada que en otras variedades peninsulares y alcance, en no pocas ocasiones, a los propios castellanohablantes (en el mejor de los casos, tan solo bilingües pasivos), que, como miembros típicos de sus respectivas comunidades de habla, adquieren idénticos hábitos expresivos vernáculos que los hablantes vernáculos. Y ello por no hablar, claro está, de la incidencia de factores externos, relacionados con el bilingüismo, como la densidad etnolingüística en el seno de las respectivas comunidades de habla, el tipo y grado de bilingüismo individual y/o social de los hablantes o las actitudes de estos hacia las lenguas en contacto y hacia la propia hibridación lingüística, por citar sólo algunos de los más relevantes (véanse más detalles sobre esta cuestión en § 3.2). Aspectos todos ellos que nos introducen de lleno en el paradigma sociolingüístico en que se inscribe la lingüística de contacto en los últimos tiempos, y que nos permiten ser un poco más optimistas acerca de su desarrollo futuro. 3 La perspectiva sociolingüística en el análisis del contacto de lenguas 3. 1. Introducción Pese al interés de los trabajos previos, mencionados más arriba (véase § 1), no sería sino avanzada ya la década de los 80, pero sobre todo a partir de los años 90, cuando empezarían a surgir trabajos más sistemáticos sobre las consecuencias lingüísticas del contacto entre lenguas peninsulares, en los que el paradigma descriptivo e intuitivo que caracterizaba el periodo anterior se vería enriquecido con otras aproximaciones teóricas y metodológicas. En estas, que aúnan la perspectiva cualitativa y cuantita-

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tiva en el análisis de los fenómenos de contacto, dichos rasgos se conciben ya como manifestaciones de variación y cambio lingüístico, en similares condiciones que otras variables estudiadas preferentemente en las comunidades “monolingües”, con la diferencia de que esta vez, a la nómina de factores extralingüísticos habituales (sexo, edad, clase social…), hay que sumar, necesariamente, la eventual huella de otros asociados al bilingüismo individual y social (Sankoff 2002: 638). Junto a la influencia ocasional de la lengua dominante de los individuos, los sociolingüistas se afanan por investigar otros factores relevantes, como el tipo de bilingüismo o la densidad etnolingüística imperante en las comunidades de habla. De ahí que los estudios realizados en las últimas décadas hayan demostrado fehacientemente los diferentes desenlaces que el contacto de lenguas puede alcanzar en comunidades caracterizadas por contextos sociolingüísticos dispares: desde la existencia de restricciones funcionales importantes para el uso de la lengua (Mougeon y Beniak 1991), hasta los más cercanos a la obsolescencia y la muerte lingüística (Dorian 1988), pasando por diferentes grados en el proceso de sustitución y desplazamiento (Silva Corvalán 1994). Estos escenarios contrastan, sin embargo, con la relativa estabilidad y el extenso bilingüismo que singulariza a las comunidades del ámbito lingüístico catalán. Y es que, conviene no olvidar que tanto la intensidad como la antigüedad del contacto de lenguas, aparecen a menudo a la cabeza de los factores condicionantes de las influencias interlingüísticas, lo que permitiría explicar tanto la influencia que una lengua minoritaria como el catalán ha llegado a ejercer sobre el castellano, como, por otro lado, la notable convergencia de soluciones estructurales a las que se ven abocados los hablantes en el uso ordinario los dos idiomas de la comunidad (sobre la polisemia de estos desenlaces, véase Blas Arroyo 2006). Con todo, es de esperar que la presencia desigual de las lenguas en las diferentes regiones del ámbito lingüístico catalán se traduzca también en patrones de variabilidad también diferentes. A este respecto, por ejemplo, se ha señalado que en algunas comarcas donde la densidad de población autóctona es muy alta y donde el empleo del catalán es claramente mayoritario, el uso del español podría presentar rasgos similares a los que caracterizan las variedades de interlengua en los procesos de aprendizaje. De ser ello cierto, tanto el castellano hablado en las comarcas ilerdenses (Casanovas 2001), como el de algunas regiones del interior de la Comunidad Valenciana, deberían presentar caracteres distribucionales diferentes a los de las grandes metrópolis, donde la presencia ambiental del castellano es mucho mayor. 3. 2 Sobre lingüística de corpus y otras cuestiones teóricas y metodológicas La compilación y subsiguiente estudio de diversos corpus de habla real en distintas comunidades bilingües está facilitando considerablemente el desarrollo de la lingüística de contacto en nuestro país, aunque los resultados deban calificarse todavía como tímidos, al menos en lo que se refiere a la explotación del material lingüístico ya disponible. Por lo que a la Comunidad Valenciana se refiere, cabe destacar el libro pionero de Gómez Molina sobre el habla de Sagunto (1986)12 y los dos volúmenes aparecidos hasta la fecha del Corpus del español hablado en Valencia -correspondientes a los so-

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ciolectos bajo y medio, respectivamente- del proyecto PRESEEA (Proyecto para el estudio sociolingüístico del español hablado en España y América). Asimismo, este autor ha examinado para este mismo propósito el Corpus de Español coloquial del Grupo Valesco (Briz et al. 1995), destinado inicialmente al estudio de otros fenómenos pragmáticos y discursivos (Gómez Molina 2000). Por nuestra parte, hemos llevado a cabo diversos análisis de orientación variacionista en sendas áreas de la provincia de Valencia, la comarca del Camp de Turia, (Blas Arroyo 1992), y la ciudad de Valencia (Blas Arroyo 1993, 1999). Asimismo, nos hemos ocupado del tema en tierras castellonenses, tanto desde una perspectiva descriptiva (Blas Arroyo, Boix, Gil y Tejada 1992), como en investigaciones variacionistas, en las que la atención a la influencia del contacto de lenguas ha sido constante (Blas Arroyo y Porcar 1997, 1998, Blas Arroyo 1998, 1999). A estos se han sumado más recientemente los primeros estudios derivados del Corpus sociolingüístico de Castellón y sus comarcas, recogido durante los últimos años a instancias del Laboratorio de Sociolingüística de la UJI (Ramírez Parra 2000, Blas Arroyo 2007a, 2007b, 2008a, 2008b, 2008c). Se trata un macrocorpus integrado por más de 300 entrevistas semidirigidas, de las que 225 han sido transcritas ya en el momento de redactar estas páginas. A partir de un sistema de muestreo por cuotas similares de sexo, edad y nivel de escolaridad, los informantes aparecen clasificados de acuerdo con criterios sociolingüísticos que aseguran la representatividad de los principales grupos que integran la sociedad castellonense. Complementariamente, en una etapa postestratificacional se han considerado otros factores sociológicos, como la procedencia de los hablantes, su lengua dominante, el estatus social, la relación entre los interlocutores, etc. Y otros de naturaleza estilística, para garantizar un análisis más riguroso de este eje: relación entre los hablantes, tipo de texto, fase de la interacción, etc. La duración media de las entrevistas es de 45 minutos, lo que supone un total de 240 horas de grabación aproximadamente, un corpus de habla suficientemente amplio y representativo como para obtener datos significativos de variables sintácticas y discursivas difícilmente analizables de otro modo13. La necesidad de contar con estudios empíricos solventes basados en corpus de habla reales, y no únicamente en la intuición del analista, por afinada que esta sea, resulta determinante para conocer la verdadera naturaleza de los fenómenos analizados. Una correlación significativa con factores asociados al bilingüismo puede desentrañar el componente interferencial de numerosos fenómenos que caracterizan el habla de estas variedades de contacto, especialmente en aquellos casos en los que una misma variante vernácula puede explicarse también por causas internas. Por otro lado, la cuantificación y distribución de los datos empíricos disponibles es decisiva también para la distinción que, desde Weinreich (1953), se viene haciendo entre fenómenos interferenciales propiamente dichos –más propios de hablantes con un claro desequilibrio favorable a una de las lenguas y, por lo general, con una escasa difusión social– y fenómenos que, aun teniendo posiblemente un origen similar, se han extendido al habla común de la sociedad, pasando de generación en generación y llegando a configurar una norma diferente a la de otras variedades del español14.

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Entre nosotros, el primero de estos desenlaces podría venir representado por la variante que encontramos en (9), donde una estudiante que habitualmente se expresa oralmente y por escrito en valenciano, funde la raíz catalana de un sustantivo derivado ("desenvolup-a-ment") con la terminación característica del castellano ("desenvolupa-miento"). O en (10), en el que otro hablante de esas mismas características sociales lleva a cabo un calco de un marcador metadiscursivo (per una banda; esp. gen. “por un lado”). Por el contrario, el empleo del verbo hacer en la secuencia de (11), pese a resultar evidente también la influencia del catalán en su formación (fer una pel.lícula en el cine), representa la variante más común –y en ese sentido, pues, “normal”– en las comunidades de habla valencianas y catalanas, en detrimento de otras alternativas léxicas (echar, poner …) más frecuentes en otros dialectos peninsulares. Y aunque, al igual que en los dos casos anteriores, dicha forma vernácula no se halle reconocida tampoco por la norma académica, alcanza ahora a todas las clases sociales y a todos los grupos etnolingüísticos: (9) … el segundo y tercero serían el desenvolupamiento de la coherencia textual (10) Por una banda tenemos la cohesión léxica… (11) La película del Poseidón la están haciendo ahora en el cine Por otro lado, la metodología variacionista ha permitido advertir en ocasiones la existencia de discontinuidades en el seno de una misma comunidad de habla entre grupos lingüísticos diferentes, cuyo comportamiento en torno a un mismo fenómeno de variación y cambio puede resultar divergente. Así lo han visto, por ejemplo, Mougeon y Nadasdi (1998) en hablantes francófonos de la región de Ontario, o Laferriere (1979), al comprobar la desigual distribución sociolingüística de una misma variable fonológica en tres grupos étnicos de la ciudad de Boston (irlandeses, italianos y judíos). Por nuestra parte, hemos llamado también la atención recientemente acerca de este tipo de discontinuidades a propósito de ciertas variables fonológicas y gramaticales en las comunidades de habla castellonenses (Blas Arroyo 2008c). Los datos más concluyentes corresponden a la variación de las terminaciones en –ado en español, en las que se advierte una abrupta cesura entre el comportamiento de los castellanohablantes monolingües y los bilingües con un uso predominante del valenciano. Mientras que, en líneas generales, los primeros siguen patrones de erosión de la consonante intervocálica similares a los advertidos en otras regiones peninsulares (acabado-->acabao; mercado--> mercao, demasiado-->demasiao), los hablantes bilingües revelan un perfil de retención de la dental mucho mayor, como puede observarse de forma más gráfica en el cuadro siguiente. Cuadro 1: Probabilidades asociadas a las variantes –ado y -ao en función de la lengua dominante de los hablantes en las comarcas castellonenses

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4 Conclusiones Como indicábamos al comienzo de estas páginas, nuestro propósito al escribirlas presenta dos caras, que se relacionan tanto con el pasado, como con el presente y (sobre todo) el futuro de la lingüística de contacto en nuestro país. Así, en la parte inicial del trabajo hemos repasado algunas de las razones que justifican el escaso desarrollo que esta rama de la lingüística ha tenido en España hasta tiempos recientes. A este respecto, hemos evaluado algunas motivos "técnicos", ciertamente paradójicos, como la dificultad que encuentran muchos hablantes nativos de las variedades de contacto –incluidos no pocos lingüistas– a la hora de detectar fenómenos vernáculos en los que la influencia de otra lengua puede tener algún peso explicativo. Con todo, las causas principales de este estado de cosas hay que situarlas en el plano actitudinal, ya se trate de los prejuicios que los hablantes nativos muestran hacia sus variedades vernáculas, a las que intuyen contaminadas por otras lenguas de la comunidad, ya sea por la responsabilidad de los propios lingüistas, poco interesados hasta hace bien poco por todo aquello que no fuera el habla estándar o culta. Y ello, pese a la larga tradición de la dialectología española, más interesada, sin embargo, en el análisis de dialectos más “genuinos” –y “monolingües”– del español que en variedades poco estructuradas y, en apariencia, sin demasiado interés. Por no hablar del agravio comparativo que para estas supone el magro desarrollo de su estudio, frente al exuberante despliegue bibliográfico dispensado por los especialistas hacia otras variedades hispánicas en contacto con otras lenguas en diferentes regiones del mundo. Pese a ello, las perspectivas presentes y futuras de esta lingüística de contacto permiten albergar fundadas esperanzas en su desarrollo. Salvados los principales prejuicios que lastraban su expansión, en la actualidad nos encontramos con estudios cada vez más sofisticados, en los que la tradicional intuición del analista encuentra un auxilio importante en los principios y métodos de la sociolingüística variacionista. Tanto el trabajo con materiales del habla oral, que proporcionan diversos corpus compilados a lo largo de los últimos años en diversas regiones bilingües, como la consideración de factores de carácter no estructural (sociales, etnolingüísticos, actitudinales…) en el análisis de la variación, se han demostrado decisivos para conocer el alcance real del contacto lingüístico en la configuración de estas variedades. En la práctica, conceptos como interferencia, préstamo, convergencia, o causación múltiple, tan caros a la lingüística de contacto, tan solo pueden alcanzar límites precisos si somos capaces de afinar en la distribución sociolingüística de las variantes vernáculas. Y para ello es mucho –y apasionante– lo que todavía queda por hacer entre nosotros.

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NOTAS 1 No muy diferente era la situación en otras regiones bilingües, donde pese a todo, ya a partir de la década de los sesenta podemos encontrar algunos trabajos monográficos de interés, como el libro de Ana Mª Echaide (1968) sobre el castellano hablado en una comunidad vasca (Orio), o el artículo de Constantino García (1976) sobre el castellano “agallegado” de Galicia. 2 Es muy poco lo que sabemos acerca del español hablado por los inmigrantes en las regiones bilingües españolas, uno más de los numerosos temas pendientes en el estudio del contacto de lenguas. Por un lado, la procedencia de éstos es muy heterogénea, por lo que cabe plantearse la existencia de pautas de integración lingüística diferentes en las comunidades de habla de destino. Por otro lado, nuestro conocimiento es también casi nulo acerca de las eventuales diferencias entre el español hablado por los inmigrantes de segunda generación, que han vivido durante toda su existencia en las comunidades bilingües y que en muchos casos son hablantes también de las lenguas autóctonas, –siquiera como segundas lenguas– y el español de los hablantes autóctonos. 3 Por las mismas fechas, Badia i Margarit (1969) distinguía entre catalanismos ocasionales y otros más extendidos, y por consiguiente, alertaba acerca de la necesidad de tener en cuenta el criterio de la frecuencia en los estudios de este tipo.

Como contrapartida ciertos rasgos estereotipados, de los que sí existe plena conciencia, tanto dentro como fuera de la comunidad, pueden actuar como “estigmas del bilingüismo” y llevar a algunos hablantes a 4

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evitarlos a toda costa en el habla, por miedo a incurrir en variantes interferenciales, y por tanto, "incorrectas". Con todo, este fenómeno de ultracorrección probablemente tiene más peso en la dirección contraria (españolà catalán), especialmente en momentos, como el presente, de intensa normalización (socio)lingüística de la lengua autóctona. 5 Procedemos de una pequeña localidad de la Ribera de Navarra (Castejón), donde permanecimos hasta la finalización de los estudios universitarios. 6 En el español de otras regiones se hace café con un cafetera o utensilio similar, significado que, no obstante, también encontramos en las variedades del ámbito lingüístico catalán. De ahí que expresiones como (2) puedan resultar ambiguas en estas comunidades de habla y sólo el contexto puede desambiguarlas. 7 Claro que no es de extrañar si tenemos en cuenta que para dialectólogos como García de Diego (1926: 195), catalán, vasco y gallego eran también dialectos del castellano (¡). 8 Lo anterior permite explicar por qué algunos estudiosos del contacto de lenguas prefieran determinadas denominaciones para su objeto de estudio, en lugar de otras, que resultan más comprometidas desde el punto de vista del actitudinal. Así, en un artículo sobre algunos marcadores del discurso vernáculos, Vázquez y Fernández (1996: 716) deciden escribir deliberadamente sobre “el castellano de Galicia” y no del más común “dialecto agallegado del castellano (...) por las connotaciones peyorativas que pueden tener los términos “dialecto” y “agallegado”. 9 Este autor recuerda la excepción positiva que en este sentido representa el más reciente Diccionario del Español Actual (DEA). 10 La dialectología hispánica, particularmente la que atiende a la configuración de las distintas variedades latinoamericanas, ha experimentado un considerable movimiento pendular. Tras una primera fase, en la que se negaba rotundamente la influencia de las lenguas indígenas, se pasó posteriormente a mantener todo lo contrario, de una manera no menos categórica. Hasta situarnos en tiempos más recientes, en los que la influencia del contacto vuelve a limitarse –aunque no en la misma medida que en la primera fase- en beneficio de otras explicaciones alternativas o complementarias (tendencias universales al cambio lingüístico, retención de variantes antiguas en las comunidades afectadas, etc.). 11 A este respecto, no parecen casuales las estrategias mitigadoras utilizadas por los autores del estudio: uso de un esquema impersonal con el verbo “parecer”, empleo de la perífrasis modal (“haya podido darse”), verbo auxiliar en subjuntivo (“haya …”) 12 Con todo, la mayor parte de este trabajo se halla dedicada al análisis de la dirección interferencial contraria a la que se aborda en estas páginas: españolàcatalán. 13 Tanto en Sinner (2004: 37 ss) como en el volumen nº 8 de la revista Oralia puede encontrarse información acerca de otros corpus para el estudio del español hablado en Cataluña, como los recopilados por los alemanes Andreas Wesch o el propio Sinner, el investigador norteamericano Robert Vann, o los grupos de investigación dirigidos por Rosa Vila (corpus GRIESBA), Carme Hernández (dedicado al análisis de la interferencia lingüística en la lengua escrita), o el Grupo Interlaia 1998 (enseñanza del español) de la Universidad Pompeu Fabra. Con todo, en el Principado la atención se ha concentrado en el habla de Barcelona (y en menor medida Lérida; sobre esta comunidad, véase Casanova 2001), mientras que los datos de otras provincias catalanas como Tarragona o Gerona son mucho más escasos, cuando no inexistentes. Algo similar ocurre con el caso balear, si bien en los últimos tiempos se atisban ya en el horizonte algunos proyectos de investigación prometedores para el análisis de fenómenos de contacto y su rastreo en documentación antigua (Enrique-Arias 2006). 14 Bien es verdad que, en ocasiones, el refinamiento del análisis variacionista permite descartar la primacía del contacto de lenguas en algunos fenómenos de variación, en beneficio de otros factores sociales, como ha demostrado Poplack (1997) en su estudio sobre la disminución en el uso del subjuntivo en una comunidad francófona canadiense (Ottawa-Hull). En esta comunidad de habla, el avance del indicativo no parece obedecer tanto a un proceso de convergencia con el inglés, lengua en la que no existe la alternancia modal, sino a un patrón de variación sociolectal en la que el nivel sociocultural de los individuos resulta determinante: conforme aumenta el estatus social y cultural de los hablantes, se incrementa paralelamente el nivel de empleo de un modo verbal cognitivamente más complejo, como es el subjuntivo.

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