Libros y flores de cactus

October 4, 2017 | Autor: Juan Gorostidi | Categoría: Film
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Descripción

Libros y flores de cactus


(Algunos aspectos iconográficos en la obra de John Ford)











"La educación es la base de la ley y el orden" se lee en el aula
improvisada donde Ransom Stoddard instruye a sus pupilos en El hombre
que mató a Liberty Valance. Y es la educación, junto con los valores
que Stoddard entiende como fundamentos de la ley y el orden lo que
proporciona al triángulo Stoddard-Valance-Tom Doniphon una enjundia
especial, más allá de la tradicional oposición civilización/barbarie
que parece deleitar a algunos críticos y que se ha atribuido con
frecuencia a la película de Ford.





Desde el comienzo del film, la letra impresa va a poseer un valor
primordial: Stoddard se ve importunado por los periodistas del Shinbone
Star para que relate su historia (que, como sabemos, nunca llegará a
ser impresa). En el comienzo del flash-back que constituye el grueso de
la narración, asistimos al asalto de Valance y sus hombres a la
diligencia donde viaja Stoddard; antes de ser azotado por Valance, éste
se complace, con una teatralidad exagerada, en destrozar sus preciados
libros de leyes ("¡Leyes! Yo te enseñaré la ley del Oeste!"). Más
tarde, Valance hará tragar –literalmente- al editor del Shinbone Star,
Dutton Peabody, un ejemplar del periódico que contiene un artículo
bastante desfavorable a los intereses de los rancheros para los que
Valance trabaja, y finalmente, destroza a balazos el letrero de madera
con el que Stoddard ofrece sus servicios como "Licenciado en Derecho".
Tanto Doniphon como Stoddard y Valance son conscientes, de manera
distinta, del valor que tienen las palabras escritas, como si éstas
reflejaran una verdad incuestionable. La escueta explicación de
Doniphon, el personaje más trágico del relato, de por qué mató a
traición a Valance -y de ese modo provocó que a Stoddard se le
considerara un héroe, abriendo las puertas de su carrera política y del
corazón de Hallie-, es reveladora: "Tú le enseñaste a leer y escribir.
Ahora dale algo para que pueda leer". Resulta llamativo que en una
comunidad mayoritariamente analfabeta (la madre de Hallie, emocionada
ante la perspectiva de que Stoddard enseñe a leer a su hija, llega a
exclamar que ni siquiera sabe el alfabeto en su lengua nativa, el
sueco) los tres protagonistas masculinos (un abogado recién llegado del
este, un pistolero y un ranchero) sepan leer y escribir. Y es
igualmente curioso el énfasis (como siempre en Ford, hábilmente
disimulado) que se le da al valor de libros y periódicos en El hombre
que mató a Liberty Valance. Si Doniphon, como decía, es el personaje
trágico por excelencia de esta narración, Stoddard no se queda atrás, a
pesar de su aparente triunfo final. No sólo porque consiga sus
objetivos a través de una mentira que se convertirá en leyenda, sino
por la brutal y dramática distancia entre sus aspiraciones y sus
logros, entre su idealismo y su fracaso final. En ese aula de la que
hablaba al principio, compuesta por niños mestizos, vaqueros y peones,
donde se imparten materias tan diversas como el alfabeto, las reglas
del buen gobierno y los puntos más relevantes de la constitución
americana, Ford trata de ofrecer una impresión similar a la que causaba
la clase de catequesis que aparece al comienzo de Siete mujeres: el de
la incomprensión total por parte del profesor hacia el medio que le
rodea, su voluntad de imponer su propia realidad a los demás. En la
escena citada, cuando Stoddard ayuda a Pompey, el criado negro de
Doniphon, a recitar "que todos los hombres han sido creados iguales" y
acaba remachando, ante las obvias dificultades de su alumno, que "mucha
gente suele olvidar eso", la intención de Ford está lejos de ser
irónica. Simplemente nos ilustra acerca de la incapacidad de Stoddard
para amoldarse a la comunidad que pretende transformar.





Y es que Stoddard es el reverso del héroe fordiano: está mucho más
cerca del coronel Thursday de Fort Apache que del joven Lincoln. La
comparación con éste último no es ociosa: ambos son jóvenes abogados
que, al comienzo de sus respectivas historias, llegan a una pequeña
localidad para ejercer su profesión. Ambos profesan veneración por las
leyes. Pero el descubrimiento que hace el joven Lincoln de lo que es
verdaderamente la ley se produce en un momento mágico: recostado al pie
de un árbol junto a un río, leyendo los libros que unos pioneros le han
entregado como pago, musita: "La diferencia entre el bien y el mal…así
que se reduce a esto" y entonces, como una aparición milagrosa, surge
Ann Rutledge, la mujer que cambiará el destino de Lincoln[1].





Stoddard insiste, con testarudez, en aplicar la letra de la ley, como
si éste fuera su único recurso, pero parece incapaz de conocer a los
hombres. Lincoln, por el contrario, conoce la ley, pero también conoce
a los hombres (por ejemplo, cuando salva a los inocentes del
linchamiento). Y lo que catapulta su carrera de abogado (y su posterior
carrera política), lo que hace que descubra al verdadero culpable del
asesinato y exculpe a los dos hermanos Clay es, precisamente, un libro.
Pero no un volumen de leyes: es el Almanaque del granjero, que
demuestra que la noche del crimen no había luna llena, resolviendo así,
irónicamente, un caso que todos creían perdido.







Lincoln, al igual que Stoddard, es un solitario: le contemplamos en
todos los ambientes de Springfield, bailando en compañía de la buena
sociedad, participando en los juegos de las celebraciones del 4 de
julio, y aferrándose a la compañía de los Clay… pero, pese a la
cordialidad de su conducta, la expresión de su rostro denota que no
encaja en ningún lugar: demasiado superior a los granjeros, demasiado
humilde para la aristocracia lugareña, su soledad es irremediable y el
personaje es consciente de ello. Stoddard, en cambio, reclama la
aceptación que Lincoln consigue con naturalidad. Su pretensión es
cambiar el lugar que le acoge mediante la ley. Cuando Doniphon le
explica cómo resuelven los hombres sus diferencias en el territorio
(Ford muestra un plano próximo de la mano de Wayne empuñando un
revolver, con el rostro atónito de Stewart en segundo término), el
abogado comienza a tomar la decisión de transformar las costumbres de
Shinbone. Y el que al principio aparece como un personaje aislado,
incomprendido por todos, acabará siendo aclamado como el héroe
salvador. El problema es que la salvación implica la destrucción de
Doniphon, la progresiva abyección del propio Stoddard y la amargura de
Hallie. Stoddard es incapaz de entender por qué Doniphon le defiende
ante Valance ("Ése era mi bistec, Valance") o por qué mata a Valance
escondido en el callejón: si Stoddard se atiene al código de las leyes,
Doniphon se atiene al código del honor y respeta al hombre al que llama
"pionero" y que declara orgulloso que "Nadie libra mis batallas". El
amor por Hallie y su apego a una conducta que Stoddard es incapaz de
entender provocará la autodestrucción de Tom Doniphon.





Los objetos en la obra de Ford tienen una importancia capital, a pesar
de que el director haga todo lo posible por escamotear esa relevancia.
En Centauros del desierto, la locura vengativa que se apodera de Ethan
Edwards corre paralela a su degradación como soldado "que sólo una vez
ha prestado juramento". Ford, en una declaración sorprendente,
denominaba esta película como "una obra épica psicológica". Si
consideramos una de las definiciones más exactas de la épica, aquella
que reza que el género constituye, en esencia, "la búsqueda del honor
perdido", hemos de fijarnos en los atributos externos de Ethan como
soldado, como guerrero: su medalla, su sable y su capote militar. Cada
objeto será entregado a uno de sus sobrinos; la medalla, a Debbie, el
sable a Ben, y con su capote (el mismo capote que Martha dobla con
exquisito cuidado en presencia –pero con su mirada hacia el vacío- del
reverendo capitán Samuel Clayton, testigo mudo del amor entre ambos
personajes) envolverá el cadáver mutilado de Lucy. Ford refuerza este
elemento iconográfico cuando, en la tienda de Scar, éste muestra a
Ethan la medalla que ahora pende de su cuello, subrayando el efecto con
un breve acercamiento de la cámara. Al final, Ethan toma en sus brazos
a Debbie, recuperando, en parte, ese "honor perdido".





Objetos que no sólo sirven para definir a los personajes, como el
atavío del sheriff Guthrie McCabe al comienzo de Dos cabalgan juntos.
Recostado en un porche, dormitando, el plano parece un eco del Wyatt
Earp de Pasión de los fuertes. El recuerdo se hace más vívido cuando,
ante la llegada de un par de jugadores, McCabe muestra su estrella y
les obliga a abandonar el pueblo, tal y como hiciera Earp con el
jugador en el film de 1946 después de decidir que, de cualquier forma,
"para eso me pagan". Aunque, por supuesto, en las dos secuencias el
tono es muy distinto: con aire de farsa en Dos cabalgan juntos, con
sequedad en Pasión de los fuertes[2]. Momentos después, en la famosa
conversación entre Stewart y Widmark a la orilla del río[3], sabremos
que McCabe no es precisamente un ejemplar servidor de la ley, sino que
se lleva "el diez por ciento" de todos los negocios de Tascosa. El
aspecto del sheriff McCabe en la primera secuencia (sombrero blanco,
impoluto traje azul, botas brillantes) es casi idéntico al del sheriff
corrupto de Tres hombres malos, un western que Ford había rodado
treinta y cinco años antes que Dos cabalgan juntos, y similar también
al que luce el Wyatt Earp que aparece brevemente en El gran combate,
tan distinto del Earp que Fonda encarnó en Pasión de los fuertes.







Esos objetos muestran también el pasado y los sentimientos de los
personajes de Ford, aunque esos personajes sean meramente episódicos.
Uno de los momentos más conmovedores de Dos cabalgan juntos se produce
cuando el joven comanche que va a ser linchado por asesinar a su "madre
adoptiva" escucha el sonido de la cajita de música, y entonces, a punto
de ser ahorcado por la enfurecida turba, pronuncia sus primeras frases
en inglés ("¡Es mía, es mía!") recordando que era un niño blanco, ante
la desolación de su hermana y del teniente Gary, impotentes frente a la
tragedia. En otras situaciones, es la gestualidad del personaje lo que
nos permite descifrar algo que va más allá de las palabras. En esta
misma película, considerada por lo habitual como una obra menor, se
encuentra una de las escenas más extraordinarias del talento de Ford a
la hora de describir las emociones de sus personajes. Elena de
Madariaga, raptada por los comanches y obligada a casarse con un
caudillo de la tribu, le relata a McCabe cómo fue capturada por los
indios. Cuando menciona a su madre, la mujer se persigna. Momentos
después, su marido indio irrumpe en la escena, McCabe le mata de un
disparo y la chica se arrodilla y comienza a entonar un canto funerario
comanche. Con un par de gestos, Ford nos ha mostrado la confusión
mental de la mujer, su mezcla de identidades y los efectos de su largo
cautiverio entre los indios.


En otros filmes, los objetos poseen la función de estructurar el relato
y apuntalar un guión que quizá no estuviera demasiado pulido. Tal es el
caso de la cadenita que proporciona al teniente Cantrell la pista para
salvar a Braxton Rutledge en El sargento negro[4], o el broche que le
es arrebatado al menor de los Earp al comienzo de Pasión de los
fuertes, lo que hará que finalmente Wyatt Earp descubra a los
auténticos asesinos de su hermano.


"Antes era un desierto, ahora es un vergel, ¿no estás orgulloso?", le
pregunta Hallie a Ramson cuando abandonan Shinbone de regreso al este.
La pregunta se vincula con un momento que sucedió muchos años atrás en
la narración: cuando Tom Doniphon le regala a la muchacha una flor de
cactus que Pompey planta en el patio trasero del restaurante. Al
ensalzar la muchacha la belleza del cactus, Stoddard le pregunta a
Hallie si alguna vez ha visto una rosa auténtica. De alguna forma,
Hallie ha hecho su elección: al escoger a Stoddard ha optado por la
educación y por las rosas auténticas. Sin embargo, algo ha quedado
marchito a lo largo de los años. La rosa de cactus descansa ahora sobre
el ataúd de Tom Doniphon. Ford nos cuenta que el cambio, la transición,
exigen sacrificios: el héroe verdadero es ignorado, los actuales
habitantes de Shinbone ni siquiera le recuerdan, su cadáver está
despojado de su cinturón, de su revólver y de sus botas. Hallie ha
sacrificado su felicidad, y adivinamos en su expresión que nunca ha
logrado olvidar el amor que sentía por Tom. Stoddard ha acabado
descubriendo que sus ideales se han corrompido. Esto no significa que
Ford condene la idea de progreso o de cambio. Tan sólo nos expone que
esos cambios suponen amargura y dolor para aquellos que los
protagonizan. ¿Qué resulta, en definitiva, más importante, un libro o
una rosa de cactus?

















Juan Gorostidi Munguía


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[1] Posiblemente Ford incluyó en El hombre que mató a Liberty Valance el
tema musical de Ann Rutledge, compuesto por Alfred Newman para El joven
Lincoln, para reforzar el contraste entre personajes y situaciones en ambas
películas. En El hombre que mató a Liberty Valance se escucha en varios
momentos, todos ellos asociados con Hallie: cuando visita la arruinada casa
de Tom Doniphon, al preguntar a Stoddard si podrá enseñarle a leer y
escribir, cuando se queda sola en el aula donde Stoddard ha improvisado la
escuela…
[2] Las semejanzas entre los dos filmes, por supuesto, no acaban ahí.
Cuando Stewart se identifica como Guthrie McCabe ante los jugadores, suena
un fuerte acorde de guitarra en la banda sonora y observamos el contraplano
de los asustados jugadores. En Pasión de los fuertes, cuando Fonda les dice
a los Clanton que su nombre es "Earp, Wyatt Earp", Ford no realiza el
menor énfasis (los primeros planos de todos los personajes que intervienen
en la escena se producen antes de esa revelación) y la escena concluye con
un plano de Fonda alejándose por el porche mientras la lluvia cae sobre
Tombstone.
[3] Escena universalmente alabada por la duración del plano secuencia y la
interpretación relajada de Stewart y Widmark. Me temo que la admiración que
despierta esta escena es fruto de un malentendido. Al ser un momento
meramente explicativo (McCabe le cuenta a Gary por qué ha aceptado
acompañarle, su relación con la madame del lugar, su conducta abusiva como
representante de la ley…), Ford se limitó a rodarla de la manera más simple
posible. Una escena similar, en cuanto a su tratamiento de puesta en escena
y su inclusión como "motivación" del personaje, se halla en Misión de
audaces. El coronel Marlowe le explica a Hannah Hunter las razones de su
odio hacia los médicos y por qué detesta al doctor Kendall en un plano
secuencia, asimismo prolongado, explicativo y con buenas interpretaciones a
cargo de los dos actores. ¿Por qué esta escena, en cambio, ha pasado
desapercibida para los críticos?
[4] Curiosamente, este aspecto del guión –la resolución de la intriga
criminal mediante el descubrimiento de una cadena que lleva en el cuello
una muchacha y la estructura narrativa en flash-backs con distintos puntos
de vista sobre los mismos hechos- aparece en una película de Clint
Eastwood, Ejecución inminente (True Crime, 1999).
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