Libisosa. La transformación de un oppidum en colonia romana

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ALEBUS, 13, 2003 ACTAS III SEMINARIO DE HISTORIA pp. 221-252

LIBISOSA. LA TRANSFORMACIÓN DE UN OPPIDUM EN COLONIA ROMANA José Uroz Sáez

Universidad de Alicante

Antonio M. Poveda Navarro

Universidad de Alicante

Juan Carlos Márquez Villora UNED, Centro Asociado de Elche

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1. EL YACIMIENTO Y SU TERRITORIO. CONDICIONES Y RECURSOS NATURALES Las tierras occidentales de la actual provincia de Albacete constituyeron el territorio del oppidum ibérico de Libisosa (Cerro del Castillo, Lezuza)1. Se trata de una comarca natural conocida como Campo de Montiel, que se ubica en la confluencia de la Meseta y el Prebético. Este sector, en su zona oriental, incorpora tierras de transición hacia otra comarca natural, la de Los Llanos de Albacete. Los recursos hídricos de la zona son abundantes, pues la parte occidental está recorrida por los ria-

1 Los trabajos que vienen desarrollándose en Libisosa (1996-2003) forman parte de un proyecto amplio en el que, desde 1998, se conjugan Arqueología y recuperación del patrimonio histórico, con el objetivo último de poner en valor el yacimiento y favorecer el desarrollo del municipio de Lezuza. Para ello, se ha venido contando con la colaboración y la financiación de los Ministerios de Educación y Cultura, y Ciencia y Tecnología, a través de varios proyectos de investigación: BHA2001-0594, BHA2002-03795 (Modelos romanos de integración territorial en el sur de Hispania Citerior). Asimismo, hay que destacar la aportación del Ayuntamiento de Lezuza, la Universidad de Alicante, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, el INEM, la Fundación SACAM y la Diputación de Albacete. Este proyecto debe mucho, asimismo, al trabajo de un amplio grupo de alumnos de la Universidad de Alicante y de otras universidades españolas e italianas. ALEBUS, 13, 2003

chuelos Córcoles, Sotuélamos y Pinilla, que vierten en la cuenca del Guadiana, mientras que la oriental la drenan los denominados ríos Lezuza y Jardín, que pertenecen a la cuenca del Júcar (Sánchez Sánchez, 1982: I, 70). Además, las tierras meridionales y occidentales contienen gran cantidad de lagunas –como las de Ruidera, una de las más importantes–, y navas o navajos (charcas más o menos estacionales). Así, la riqueza acuífera permitió siempre la existencia de considerables recursos cinegéticos y sirvió de apoyo imprescindible al tránsito del ganado. Precisamente, el territorio se ve atravesado por los más importantes caminos ganaderos prehistóricos y antiguos, la cañada de la Alta Andalucía a Valencia y la vereda de Los Serranos a las tierras de Murcia y Alicante (Blánquez, 1990a: 40 y ss.). Dicha cañada de Andalucía y un ramal de Los Serranos coinciden en su trazado con un camino prerromano a su paso por Lezuza, Tiriez y Balazote, tramo que aparece recogido en la cartografía como “Calzada Romana” o “Camino de Aníbal” (Blánquez, 1990b: 65-76) y que, prácticamente, buscan todos los principales cordeles ganaderos de la comarca, destacando el denominado de Pinilla, que no por casualidad pasa junto a las salinas del mismo nombre, situadas al norte de la cabecera del río, que también lleva la misma denominación. Abundancia de agua, lo que significa pastos, sal disponible y caminos estratégicos son fac-

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tores positivos para la cría animal y el aprovechamiento de la carne, la lana y el cuero. Parece claro que el control de las rutas ganaderas constituyó un factor clave en la riqueza de Libisosa. Esta riqueza se vio acompañada con la salida de minerales por las mismas vías que se dirigían hacia el Sureste y el Levante, permitiendo que las explotaciones mineras de la Oretania alcanzaran una excelente puerta de acceso al Mediterráneo. Así se explica que su alto valor estratégico para las comunicaciones de la Antigüedad no pasara desapercibido en los principales itinerarios de época imperial romana. Las masas forestales, actualmente en recesión en la región manchega, conservan en nuestro territorio numerosos topónimos e importantes restos que ilustran sobre un pasado más glorioso. La zona ha contado tradicionalmente con robles, encinas, pinos y sabinas, acompañándose de retama y cáñamo, que permitieron, sin duda, una suficiente explotación maderera y textil. Del aprovechamiento agrícola parece evidente la del cereal, pero también la de la vid: al menos eso parece deducirse de los hallazgos de La Quéjola (San Pedro), en el sureste de la comarca. 2. EL OPPIDUM DE LIBISOSA EN LA ETAPA PRERROMANA 2.1. El poblamiento del final de la Prehistoria a los inicios de la iberización Para la explicación espacial del poblamiento y su evolución durante la Edad del Bronce en el Campo de Montiel y en la provincia de Albacete, es necesario contar con una periodización y una sistematización precisa del tipo de yacimientos arqueológicos que todavía no se tiene. No obstante, se puede defender la existencia de algunas características generales, como es la gran eclosión de asentamientos de esta etapa respecto a la relativa escasez de la anterior calcolítica (Hernández, 2002: 15), distinguiéndose morras, motillas, castillejos, poblados e instalaciones (Fernández Miranda et alii, 1988: 300-302; 1994: 245), cuya distribución en el territorio sugiere que se tiene en cuenta la existencia de valles fluviales y cañadas, asegurándose la

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presencia de zonas endorreicas que garantizaron la abundancia de agua, así como la disposición en las cercanías de suficientes tierras aptas para practicar la agricultura y el pastoreo. Es interesante destacar que de los 300 asentamientos de la Edad del Bronce conocidos en la provincia de Albacete, 42 se localizan en el territorio que asignamos a Libisosa en el Campo de Montiel y áreas colindantes. El hábitat, pues, era muy numeroso y disperso, con lugares por lo general de dimensiones exiguas. Este atomizado poblamiento se concentra en el eje Ossa de Montiel, El Bonillo, Munera, Barrax, y en el de Lezuza-Tiriez, Balazote y San Pedro (Martín Morales, 1983: 24-25, 34; Fernández Miranda et alii, 1994: 280-283; Fernández Posse et alii, 1996: 111-112). En la zona de nuestro estudio destaca la presencia de un asentamiento prehistórico que es el mejor prototipo de morra, poblado fortificado sobre una elevación natural que controla un valle. Se trata de El Quintanar en Munera (García Solana, 1966; Martín Morales, 1983; 1984), que muestra una importante arquitectura defensiva desde el Bronce Antiguo y que, junto al cercano poblado del Cerro de El Almorchón, en Ossa de Montiel, demuestran poseer una notable metalurgia. También el Cerro del Castillo de Lezuza se ha incluido entre los asentamientos de la Edad del Bronce (Fernández Miranda et alii, 1994: 282), si bien las excavaciones arqueológicas que venimos realizando no han aportado hasta la campaña de 2003 ningún elemento para verificar esa posibilidad. Sin embargo, hay otros 11 lugares en el término de Lezuza donde parece probada la presencia de comunidades de esa fase prehistórica, como es el caso de la Dehesa de los Caracoles o Mina de don Ricardo, en la pedanía de Tiriez. Se trata de un lugar recogido como una morra en la bibliografía tradicional (Sánchez Jiménez, 1941; 1948), pero que estudiado más recientemente (Simón, 1986) ha sido adscrito a la Cultura de las Motillas y relacionado con las típicas de la vecina provincia de Ciudad Real. Del material arqueológico recuperado destaca la ausencia de herramientas o instrumentos para la agricultura, y una interesante variedad de objetos metálicos de uso cinegético o béliALEBUS, 13, 2003

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co y cotidiano bien conservados (una punta de jabalina, varias puntas de flecha, diversos cinceles y un puñal). Este conjunto de instrumentos de bronce ilustra una actividad metalúrgica local y es un ejemplo del contacto con las vías de comercialización de metales de la región. De todo ello podría deducirse que el lugar estaba ocupado durante el Bronce Pleno y Tardío por una comunidad especializada en el pastoreo y la actividad ganadera (Simón, 1986: 42). Entre los restos hallados, la presencia de objetos cerámicos para el consumo de productos lácteos y la abundancia de restos óseos de fauna ovicáprida y bovina ayudan a aceptar esa interpretación. Durante el Bronce Tardío y el Bronce Final, y hasta los inicios de la Edad del Hierro, se detecta una fuerte caída del número de lugares habitados en toda la provincia de Albacete, situación que también se observa en nuestro territorio, pues solamente se conoce el asentamiento denominado Huerta del Pato, en Munera, del que se ha localizado una necrópolis asociada tradicionalmente a la cultura indoeuropea de los Campos de Urnas (Belda, 1963: 198-201), pero que también muestra importantes vínculos y paralelos con la necrópolis de incineración de Les Moreres, en Crevillente (Alicante) (González Prats, 2000: 237-248). Poco después, en el período preibérico orientalizante, en torno al siglo VII a.C., se ha datado el hallazgo esporádico de los restos de una tumba de incineración con claras influencias de la Alta Andalucía tartésica. Se trata de la aparición fortuita en tierras de Tiriez (Lezuza) de una urna cineraria de cerámica a mano que se acompañaba de un broche de cinturón “tartésico” o de doble gancho (Soria-García, 1995: 247-250). La naturaleza y características del hallazgo, sin embargo, son un débil indicio de la posible existencia de un área funeraria en la zona, de la que no tenemos más informaciones. No obstante, en las fases plenamente ibéricas existió también en Tiriez una necrópolis que quizá se pudiera relacionar con la anterior. 2.2. Fase Ibérica Antigua (siglos VI-V a.C.) Entre finales del siglo VI y el V a.C. se observan signos de una iberización temprana del territorio, ALEBUS, 13, 2003

especialmente con la aparición de nuevos asentamientos. Así, por ejemplo, tenemos un nuevo hallazgo esporádico y de origen funerario en un lugar denominado El Lobo, también en Lezuza, situado al norte del río de igual nombre y al noroeste del Cerro del Castillo. Por los materiales hallados (Castelo, 1995: 54-55; Sanz, 1997, 79 y 82, fig. 30: 230-232), allí parece que existió una necrópolis ibérica antigua relacionada con un hábitat todavía no precisado, salvo que se trate de una de las necrópolis asociables al oppidum de Libisosa. Otros objetos minoritarios (Sanz et alii, 1992: 61; Abascal-Sanz, 1993: 92, 101, 130, 154) indican que el lugar continuó en uso hasta la época romana. Un fundamental hallazgo es el del poblado de La Quéjola, en San Pedro. Constituye un ejemplo de oppidum pequeño del Ibérico Antiguo, vinculado con la producción y comercio de productos agrícolas, especialmente el vino, con el que se relacionan almacenes y un edificio singular, infraestructura que con seguridad dependía de la élite aristocrática del poblado (Blánquez-Olmos, 1993: 85-108; Blánquez, 1993: 99-107; 1995: 192-200). A tenor de los restos hallados hasta la campaña de excavaciones del año 2003, probablemente desde finales del siglo VI y con seguridad desde el siglo V a.C., en el Cerro del Castillo de Lezuza existe un oppidum ibérico que se convertirá en el principal beneficiario del control de las vías de la región y el comercio que circula por ellas, hasta convertirse en el lugar central que organiza y jerarquiza el territorio circundante. 2.3. Fase Ibérica Plena (siglos V-III a.C.) En la plenitud de la Cultura Ibérica, el Campo de Montiel muestra un aumento del número de poblados. En la zona oeste se documenta la existencia del pequeño oppidum de Los Castellones, en Ossa de Montiel (Sanz, 1997: 77-78), que cuenta con los restos de una muralla. Su localización parece estar relacionada con una explotación minera existente en las proximidades. A 2 km del anterior asentamiento se ubica otro poblado ibérico fortificado. Se trata del Cerro del Almorchón, entre las lagunas de San Pedro y Tinajo (De la Torre Parras, 1932: 17), también en Ossa de Montiel. Su hábitat tiene un

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origen en la Edad del Bronce, y después de la fase ibérica existen restos de época romana y medieval. Por otro lado, en la zona noroeste del territorio se ubica otro pequeño oppidum, Los Castellones (El Bonillo), en la confluencia de los ríos Córcoles y Sotuélamos.También en El Bonillo, a la derecha de la desembocadura del primero, existe un terreno, El Villar, donde se hallaron restos de muros, piedras de molino y abundante cerámica ibérica (García Solana, 1966: 88, lám. IV, 3). En esta fase se desarrolla plenamente la actividad del poblado de La Quéjola y, sobre todo, de Libisosa. En este último yacimiento, las excavaciones que venimos desarrollando han documentado, hasta el momento, algunos restos de estructuras de los siglos V y IV a.C. en la ladera norte, varios sillares pertenecientes a monumentos funerarios ibéricos (un pilar-estela) (fig. 1), así como cerámicas ibéricas pintadas, estampilladas y de barniz rojo, y otras de procedencia griega, especialmente un conjunto de fragmentos de copas Cástulo de la segunda mitad del siglo V a.C. Del siglo IV a.C. hay que mencionar el hallazgo de fragmentos de copas de pie bajo, copas-skyphoi, cráteras de campana y cuencos de figuras rojas. En esta fase Libisosa se puede considerar un gran asentamiento o lugar central en el espacio albacetense (Soria, 2002: 137-144). De este modo, se ha aceptado que dispuso de una demarcación y extensión propias, que se identifican con el Campo de Montiel. Su territorio limitaría por el sur con el del oppidum de La Piedra de Peña Rubia, en Elche de la Sierra (López-Jordán-Soria, 1992, 52), y por el este con el de Saltigi, ubicado en Chinchilla (Corchado, 1969; Roldán, 1975; Sillières, 1977; Sillières, 1982: 247-257; Sillières, 1999: 239-250; Sillières, 2003: 265-281). No se han planteado todavía unos límites precisos en el norte y en el oeste que, no obstante, no pueden estar mucho más allá de las tierras de Villarrobledo y de las Lagunas de Ruidera, respectivamente. 3. EL OPPIDUM DE LIBISOSA Y EL DOMINIO ROMANO 3.1. La documentación arqueológica de la fase ibérica final o iberorromana: el barrio de la ladera

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septentrional del Cerro del Castillo (mediados del siglo II-circa 75-70 a.C.) En esta nueva etapa, condicionada por la Segunda Guerra Púnica y la llegada de los romanos, en la zona desaparecen algunos oppida y se reorganizarán los territorios afectados por ambos fenómenos. En Ossa de Montiel pudo continuar activo el poblado del Cerro del Almorchón, y surge en sus cercanías un nuevo asentamiento, la Loma de Montesinos (Sanz, 1997: 78). Sin embargo, desaparecen los centros de Los Castellones de Ossa de Montiel, así como Los Castellones y El Villar de El Bonillo. El oppidum de La Quéjola había dejado de funcionar en plena etapa anterior. Otro sector que parece consolidarse en esta fase es el de las tierras de Tiriez, donde se documenta la existencia de construcciones domésticas y rurales en ambos márgenes del río Lezuza. En el norte de la pedanía, en la finca denominada “Casa de Berruga”, se localizó un nuevo asentamiento de llanura con restos de edificaciones. En estos lugares aparecieron cerámicas ibéricas tardías, y cerámicas y monedas romanas (Sanz, 1997: 82-83). Se trata de una etapa que muestra una abundante documentación arqueológica en Libisosa, ubicada en un elevado cerro frente a la actual Lezuza (fig. 2). Los restos hallados hacen pensar que el asentamiento alcanza un alto desarrollo urbano y económico, especialmente desde el siglo II a.C., como se ha documentado sobre todo en su sector septentrional (Uroz-Márquez, 2002: 239-244; Uroz-Poveda-Márquez, 2006: 173-184) (figs. 3-4). Este oppidum central del territorio será elegido por Roma para ser consolidado económica y políticamente con la consideración de forum regional (Poveda, 2002: 24-32), recibiendo, posteriormente, en época de Augusto, la denominación de Forum Augustum. Con ese estatus, en época de Tiberio se registra un amplio programa de monumentalización en el que destaca el foro, símbolo físico y reflejo de su conversión en colonia romana (Uroz-Molina-Poveda, 2002: 245-251) (fig. 5). Las excavaciones arqueológicas de los últimos años (1996-2003, especialmente entre 1998 y 2003) han sido fructíferas para el conocimiento de Libisosa en esta primera etapa de dominio romano, ALEBUS, 13, 2003

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entre los siglos II y I a.C. En la ladera norte del oppidum (Sector 3) se han localizado, por un lado, los restos de una barriada iberorromana que fue destruida sistemáticamente en los primeros años del siglo I a.C. Por otro lado, se ha recuperado un tramo de la muralla que circundó el asentamiento. Este recinto fue erigido en un momento indeterminado tras la destrucción del arrabal iberorromano, y cuenta con una entrada protegida por dos bastiones. Los dos conjuntos –la barriada y la muralla con su acceso al oppidum– aportan un amplio caudal informativo, que se ha sintetizado en aportaciones anteriores (Uroz-Márquez, 2002; Uroz-Molina-Poveda-Márquez, 2004), y que a continuación exponemos (fig. 6). El barrio de época iberorromana (fases 1-3) se emplaza en una zona con una pendiente descendente hacia el norte y con un significativo desnivel orográfico. Hasta el momento se ha excavado una veintena de departamentos de diversas dimensiones y plantas de tendencia rectangular, con una funcionalidad preferentemente doméstica y artesanal. Asimismo, se han recuperado dos tramos de calles orientadas norte-sur. Estas calles articulan un mínimo de tres manzanas que se disponen a ambos lados de los viales y se adaptan a la irregularidad y a la pendiente del terreno (figs. 7-9). El análisis de las estructuras y del material arqueológico exhumado permite proponer una secuencia cronológica del barrio, que continúa, por otra parte, en proceso de excavación. En la segunda mitad del siglo II a.C. se documenta la reforma de varias estructuras precedentes, de función aún no precisada y de cronología prerromana y, paralelamente, se constata la construcción ex novo de las dos calles que organizan esta trama urbana. Posteriormente, en años sucesivos se produce un lógico proceso de reformas y de ampliaciones de varios departamentos del barrio, hasta su destrucción sistemática entre el 100 y circa 75-70 a.C. Esta destrucción ha dejado una fuerte impronta, con la existencia de niveles arqueológicos de derrumbe de las cubiertas, de los muros y de otros elementos sustentantes de los ambientes. Paradójicamente, esta circunstancia ha permitido la conservación, bajo potentes estratos de destrucción, de una amplia y variada gama de materiales arqueolóALEBUS, 13, 2003

gicos. Buen número de estas piezas conservan su disposición originaria, previa a la destrucción, dentro de los departamentos exhumados. Estos materiales, recuperados en contextos altamente fiables y homogéneos, nos informan con precisión de diversos aspectos de la vida de la comunidad indígena libisosana bajo el dominio de Roma, concretamente en los primeros años del siglo I a.C. 3.1.1. Materiales y técnicas constructivas: una fuerte impronta indígena Las excavaciones en el sector han permitido una primera aproximación a las características básicas de la actividad constructiva en la zona, así como de los materiales y técnicas empleados en una arquitectura esencialmente doméstica. Los muros de estos ambientes fueron ejecutados con zócalo de mampostería ordinaria, en seco. En su construcción se usó preferentemente piedra caliza y calcoarenisca originarias de la zona. Se han documentado, al menos, tres tipos de zócalos en función de sus dimensiones y técnica de ejecución. El primero de estos tipos está realizado con piedras de medianas dimensiones y pequeños mampuestos intercalados. Su espesor varía entre los 80 y 90 cm. Se trata de los muros maestros de las principales estructuras de esta fase, normalmente los muros que dan a las calles y que corresponden a la principal fase de construcción de la barriada (fase 1). El segundo tipo de zócalo se ejecutaba con piedras de dimensiones más modestas y un espesor situado en torno a los 60 cm. Se localiza en muros asociados tanto a los momentos iniciales de esta fase como a la posterior etapa de reformas y añadidos (fase 2). Finalmente, el tercer tipo de zócalo documentado está formado por pequeños mampuestos y un espesor de entre 45 y 50 cm. Se trata de tabiques de compartimentación y división interna de algunos de los departamentos exhumados. Los potentes estratos de destrucción hallados en la excavación del barrio han permitido recuperar información respecto a los alzados de estos muros, formados mayoritariamente por adobes, que aparecen en una extraordinaria cantidad (fig. 10). Varios ejemplares de adobe completos, junto a otros que también aportan información metrológi-

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ca de interés, permiten proponer que se usó preferentemente un tipo con una longitud de entre 48 y 50 cm, una anchura mínima de entre 34 y 36 cm, y un grosor de entre 8 y 9 cm. No obstante, es posible suponer que se utilizaron también algunos adobes con medidas ligeramente superiores, necesarios para las esquinas y encadenamientos de los muros. Algunos de estos adobes se han hallado in situ, sobre zócalos de 45 y de 60 cm de espesor, dispuestos longitudinalmente y rejuntados con arcilla. En el ambiente 59 se han conservado hasta siete hiladas de adobes sobre un zócalo de piedra perteneciente a un tabique de división interna (fig. 11). Destaca también, por su estado de conservación, un tramo situado entre los departamentos 78 y 79 (fig. 12). Asimismo, aunque en menor medida, se han documentado estratos de derrumbe, compuestos por una mezcla de tierra arcillosa y cal, muy compactos, localizados en los ambientes 59, 78, 79 y 82 (fig. 13). Se trata, probablemente, de los restos de alzados de tapial pertenecientes a los muros de estos departamentos. De hecho, el uso de la cal como material constructivo se observa en algún otro departamento, como el 79, donde se ha conservado un amontonamiento de argamasa de cal de dudosa interpretación, quizás una zona de trabajo, como una pastera, o tal vez parte de una techumbre desprendida (fig. 14). Se ha registrado, asimismo, información acerca de los revestimientos de los muros. Por una parte, en varios ambientes, como el 15 y el 78, se ha identificado una capa de tierra mezclada con abundantes cenizas, de espesor variable, revistiendo el zócalo de los muros, probablemente con una función aislante. Asimismo, se ha recuperado información acerca de los enlucidos. En concreto, cubriendo la citada capa aislante se han localizado restos de enlucido amarillento elaborado con una alta proporción de arcilla y cal. Se trata de una fina capa, normalmente de entre 1 y 2 cm de espesor. En los departamentos citados (15 y 78) se han conservado restos de una banda horizontal a la almagra en la parte baja del enlucido del zócalo (fig. 15). Hay que reseñar, además, el uso de otros elementos sustentantes, como postes, pilares y vigas de madera. El testimonio de este uso lo proporciona

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el hallazgo de orificios de tendencia y sección rectangular en los ambientes 15 y 59. Estos orificios, de diversas dimensiones, aparecen recortados tanto en el zócalo como en el alzado de varios muros. Se trata de huecos para anclar pilares de sección preferentemente cuadrangular. En el caso del muro norte del ambiente 15, estas vigas harían posible suprimir la pared y dejar un hipotético espacio abierto hacia el exterior, a modo de tenderete. Por otro lado, en el interior de varios departamentos, como el 15, 78 y 79, se han localizado placas de piedra de superficie horizontal y tendencia cuadrangular, de dimensiones variables (35 x 45 cm, 24 x 18 cm), encastradas prácticamente a ras de suelo. Por su posición central y la abundancia de restos de cenizas y carbón, resultado de la combustión de madera, es probable que se trate de bases de pilares. Concretamente, en el muro oriental del departamento 79 se observa, además, de manera significativa, que la construcción del muro dejó previamente el hueco listo para instalación de estos pilares. Especialmente significativo es el hallazgo de un travesaño quemado, a poca distancia del vano de acceso al ambiente 78, con unas dimensiones mínimas de 120 cm de longitud y 12-15 cm de anchura (fig. 16). Por su posición, es posible que se tratase del dintel de la puerta de entrada al citado ambiente. Un análisis preliminar de la pieza parece confirmar que se trata de una viga construida con madera de sabina, especie hoy en recesión y protegida en la región, pero que, sin duda, abundó en época antigua. Su resistencia a la humedad la convierte en una materia prima especialmente apta para la construcción. Los pavimentos de los ambientes de esta fase del barrio iberorromano usan, sobre todo, tierras arcillosas, margosas y cantos rodados. La mayor parte de los departamentos, como el 15, 16 y 59, muestran suelos de tierra arcillosa verde-amarillenta, compactada. Otros muestran unas características similares, pero con tierra grisácea, como en el caso de los ambientes 62, 81 y 82. En general, su espesor es variable, entre los 3 y los 25 cm. Algunos de estos pavimentos, sobre todo, los relacionados con la primera fase constructiva, se disponen sobre una pequeña capa de tierra, en ocasiones formada por ALEBUS, 13, 2003

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guijarros y gravas, que funciona como relleno y preparación. En alguna ocasión estos pavimentos iniciales se disponen directamente sobre la roca básica del cerro. Hay alguna muestra del uso de pequeños guijarros en las pavimentaciones de ciertos ambientes, como sucede con el 54 y el 62: se trata de suelos formados por cantos rodados trabados y compactados con arcilla decantada, de color anaranjado, pertenecientes a la etapa de reformas previa a la destrucción del barrio. Mención especial merece el tipo de pavimentación usado en las dos calles (53 y 58-61). Se trata de suelos más resistentes y compactos que los anteriormente citados, ejecutados con una mezcla de tierra arenosa, cantos rodados, fragmentos cerámicos, grava de minúsculo tamaño, fragmentos de hueso y nódulos o escoria metálica, mayoritariamente de hierro (fig. 17). El espesor de estos pavimentos es variable, dado que se adapta a la roca básica y a la pendiente descendente del cerro. Los vanos de entrada a los departamentos oscilan mayoritariamente entre 90 y 115 cm. Los umbrales de piedra están recubiertos por pequeños escalones o resaltes arcillosos, como sucede en el ambiente 78 (fig. 18). En algún caso, estos umbrales están construidos exclusivamente con tierras arcillosas, circunstancia que se puede comprobar en el acceso a los departamentos 54 y 79. Se han recuperado, asimismo, restos de madera carbonizada en orificios recortados para encajar listones o maderos de la puerta (ambiente 78). Finalmente, hay que citar la existencia de hornacinas, como la perteneciente al muro septentrional del ambiente 79, que posee 80 cm de anchura y 30 cm de profundidad (fig. 19). En esta hornacina se hallaron varios vasos cerámicos recuperados en su posición original previa a la destrucción (fig. 20). El ambiente 15 ha proporcionado el hallazgo de los restos de un pequeño conjunto destinado a trabajos metalúrgicos. Se trata de un horno construido con adobes,conservado parcialmente,que responde tipológicamente al modelo de cuello de botella, de reducción directa, sección cilíndrica, sin salida de evacuación de escoria y tobera exterior (figs. 21-22). Se trata de un horno abierto, que permite la carga continua de mineral de hierro y de carbón vegetal. Cuenta con una pequeña plataforma de piedra en su ALEBUS, 13, 2003

parte delantera y entrada. El cuello del horno mide 70 cm de longitud y 14 cm de anchura, conservando en su interior abundantes restos de escoria de hierro. Junto al horno se localizó un crisol pétreo y un soporte plano de piedra, en este último caso, posiblemente parte de una plataforma de trabajo para el retoque de las piezas en el proceso de elaboración. Es posible que buena parte del amplio repertorio de objetos metálicos localizados en el ambiente 15 y en los adyacentes estuviera compuesto por piezas elaboradas en propio taller, o bien se tratase de objetos en desuso preparados para su reciclaje. El conjunto muestra características análogas al hallado en el Camp de les Lloses (Tona, Osona), fechado entre el último cuarto del siglo II a.C. y el primer decenio del siglo I a.C. (Álvarez et alii, 2000: 217-281). La excavación de este sector ha proporcionado, asimismo, varios restos de hogares. Destaca el hallado en el ambiente 81, formado por una plataforma arcillosa rectangular y compacta de 60 x 80 cm, con abundantes restos de cenizas y carbón en su superficie. 3.1.2. Un amplio y heterogéneo registro material El conjunto de materiales hallado en estos departamentos confirma el carácter polifuncional de la zona, donde se combinan usos y actividades domésticas y artesanales. Un repertorio material numeroso y variado, bien conservado, que se convierte en muestrario de la vida doméstica y económica de la comunidad libisosana en los primeros años del siglo I a.C. Las cerámicas Los niveles de destrucción exhumados hasta el momento en la excavación del barrio iberorromano (fase 3) han proporcionado un riquísimo repertorio material que está todavía en fase de cuantificación, dada su extrema fragmentación y desordenada disposición en algunos de estos departamentos. De este conjunto, en primer lugar, destaca el repertorio cerámico, con una cantidad todavía en proceso de restauración, pero cercana al millar de piezas. Predominan las cerámicas de producción indígena, tanto de cocción oxidante

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(lisa y pintada) como reductora, así como las cerámicas de cocina. Se dispone, pues, de una amplia representación de piezas relacionadas con el almacenamiento, transporte, consumo y servicio de productos alimentarios. Se ha localizado un amplio conjunto de grandes contenedores destinados al almacenamiento, en el que destacan ánforas, tinajas y lebetes, con formas y perfiles variados, tanto con decoración pintada como manufacturadas en pastas toscas sin motivos decorativos. En el ambiente 16, un número mínimo de nueve ánforas se localizó apilado en su pared trasera, con los ejemplares tumbados y dispuestos al menos en tres filas, con claros signos del uso de cantoneras de madera y de pequeñas piedras para soportar, calzar y fijar las piezas, así como para equilibrarlas e impedir su desplazamiento (fig. 23). Asimismo, el ambiente 86 (Uroz Sáez-PovedaMuñoz-Uroz Rodríguez, e. p.) proporcionó un número mínimo de 16 ánforas (fig. 24) de gran capacidad, apoyadas igualmente en las paredes perimetrales del departamento y encastradas en cantoneras de madera. Algunos de los ejemplares muestran una película superficial interna de color negruzco. El análisis químico (efectuado por el laboratorio de Arqueometría de la Universidad de Alicante) de los restos de este recubrimiento interno ofrece la presencia de ácido tartárico, asociado habitualmente a un contenido de vino o productos afines.Al menos dos ejemplares de ánforas halladas en los ambientes 15 y 79 poseen en el hombro marcas epigráficas en grafía ibérica, en cartelas rectangulares con remate ovalado, así como varios grafitos anteriores a la cocción. La cerámica de cocina está representada de manera destacada en los departamentos 15, 59 y 79, sobre todo, por ollas y cazuelas de diversas dimensiones (fig. 25), especialmente los ejemplares facetados, con estrías y acanaladuras en su tercio superior. Hay que citar, además, el hallazgo de tapaderas con y sin orificio cenital, así como jarras (figs. 2627). En cuanto a la cerámica de mesa, igualmente presente de manera destacada en los ambientes citados anteriormente, destaca una amplia variedad de platos, páteras, cuencos, vasos, embudos (fig. 28) y copas de diversas dimensiones; caliciformes, kalathoi, lebetes y botellas de diversos perfiles

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y dimensiones. También oinochoai con perfiles y tamaños diversos, entre los que sobresalen las piezas con asa bífida y decoración vegetal y geométrica combinada, en algunos ejemplares con decoración estampillada y motivos oculados (fig. 29). Existen, además, vasos que imitan productos itálicos, como platos, copas, lekhythoi y lagynoi.Además, cabe mencionar un heterogéneo grupo formado por incensarios o braserillos con decoración calada de triángulos (figs. 30-31), ungüentarios y soportes, así como algunos ejemplos de vasos en miniatura (fig. 32). La decoración de estos vasos cerámicos es variada. En las series de cerámica fina prima la decoración pintada, especialmente motivos lineales y geométricos (fig. 33).También, en menor medida, está representada la decoración con motivos vegetales (fig. 34), en muchas ocasiones estilizados. Mención especial merece la escasa pero significativa representación de motivos figurados zoomorfos y antropomorfos, como las tinajas con carniceros y aves asociadas a motivos vegetales, así como parte de una escena donde se representa a un personaje masculino con un caballo (fig. 35). Hay que destacar, asimismo, la amplísima gama de motivos estampillados (fig. 36), siguiendo una tradición claramente constatada en el reborde suroriental de la Meseta, en contacto con la Alta Andalucía. La decoración pintada y estampillada aparece combinada en buen número de recipientes cerámicos.También se han recuperado vasos y elementos de decoración aplicada. Entre este repertorio destacan una serie de piezas que permiten precisar la datación del conjunto y de la destrucción del barrio, especialmente las cerámicas de importación. Los productos foráneos, mayoritariamente importaciones itálicas, no abundan proporcionalmente, pero ofrecen una valiosa información cronológica y cultural. Se han localizado restos de cerámica de barniz negro itálica (fig. 37), representada por los grupos A, B, caleno y C. Algunas de estas piezas ofrecen decoración sobrepintada, destacando, paralelamente, algunos fragmentos de ejemplares de lekythoi con decoración en relieve con escenas variadas, alguna de carácter erótico. Este limitado pero valioso repertorio está acompañado de cerámica común de cocina campaALEBUS, 13, 2003

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na (fig. 38), lucernas itálicas de barniz negro (fig. 39) y un abundante número de vasos cerámicos de paredes finas centroitálicas (fig. 40), especialmente en los ambientes 15 y 79 –en este último alcanzan un mínimo de 30 ejemplares–. Estos vasos aparecen con una interesante variedad tipológica y decorativa: lisos y con decoración a la barbotina, y tanto con una morfología fusiforme como de tendencia globular. Una clasificación de las piezas halladas permite distinguir ejemplares de los tipos Mayet 1, 1a, 1b, 1c, 2, 2.2 y 2d. Asimismo, el lote de importaciones se complementa con los hallazgos de ánforas itálicas Dressel 1A y Dressel 1B (habitualmente presentes en contextos hispanos desde el último tercio del siglo II a.C.), y Lamboglia 2 (documentadas claramente desde los inicios del siglo I a.C.), así como un probable ejemplar de manufactura púnico-ebusitana que imitó envases de origen itálico. Este conjunto de objetos se utiliza a lo largo de los siglos II y I a.C. La datación se puede afinar más gracias a la información proporcionada por piezas con más valor cronológico, como dos ejemplares de vasos itálicos de paredes finas de la forma Mayet 1-2 (datados habitualmente a partir del año 100 a.C.), y algunos vasos de barniz negro del tipo A, forma Lamboglia 1 tardía-Morel 2322a, 2323l; del tipo caleno, forma Lamboglia 2-Morel 1141, 1226, 1251, 2622; del tipo C, formas Lamboglia 2-Morel 1235b, Lamboglia 5-Morel 2252, 2255, y Lamboglia 7-Morel 2266, 2284-2285. Este conjunto se suele datar igualmente a partir del 100 a.C. Paralelamente, se han identificado cerámicas de barniz negro que dejan de fabricarse en el tránsito de la segunda a la primera centuria antes de Cristo, como las del tipo A, forma Morel 2646a1, Morel 2961a1 y Morel 2812d1, así como del tipo B, forma Morel 2258a2. Otra de las piezas halladas, perteneciente al tipo B-oide o caleno (Lamboglia 3-Morel 1413e1) acaba su producción hacia el 90 a.C. Finalmente, otras cerámicas del tipo A, forma Lamboglia 28ab, y quizá de la forma Lamboglia 34, cesan en su producción hacia el 75 a.C. Los metales Paralelamente, las piezas metálicas pertenecientes a esta fase 3 de los departamentos excavados (15, ALEBUS, 13, 2003

16, 59, 69, 78, 81) son singularmente relevantes y numerosas, de manera especial las elaboradas en hierro. Se han hallado herramientas destinadas a las labores agrícolas (hoces, azadas, azuelas –fig. 41–, azadones), forestales (descortezadores), domésticas (llaves –fig. 42–, bisagras de puerta, cuchillos, trípode, atizadores), así como objetos polivalentes o multiusos, cuya precisa función admite varias posibilidades, quizá vinculadas al horno metalúrgico (tenazas, pinzas) o a la construcción o transformación, como picoletas y alcotanas. Un plato de balanza y una llanta férrea de rueda de carro (128 cm de diámetro) (fig. 43), originalmente en reparación o simplemente conservada como chatarra, completan la nómina de objetos de hierro más sobresalientes. Mención aparte merece el hallazgo de una gran cantidad de pequeños cilindros de plomo localizados en el interior de una olla ubicada en la pared occidental del ambiente 15. Si inicialmente se pensó en el lañado de recipientes cerámicos como función de estas piezas, parece más probable un uso como lastres para vestimenta o para redes y aparejos de pesca, en la línea de otros hallazgos similares como los documentados en Castellones de Céal (Hinojares, Jaén) (Mayoral, 2000: 179-185), en un contexto coetáneo, fechado entre la segunda mitad del siglo II a.C. y las primeras décadas del siglo I a.C. Además, destacan singularmente los hallazgos de varios fragmentos pertenecientes a una pátera argéntea, y de un olpe y tres asas con decoración figurada, en ambos casos de bronce. Las asas pertenecen a jarras del tipo denominado Piatra Neamt (figs. 44-46). Estas piezas se asocian habitualmente a vasos de bronce de lujo, y representan a Júpiter barbado y a una divinidad femenina en disposición heráldica flanqueada por delfines. Este tipo está bien documentado en la Península Ibérica desde el año 100 hasta el 70 a.C. (Mansel, 1999: 708; 2000; 2004). Finalmente, la numismática está representada por el hallazgo de numerosos ases ibéricos, en los que predominan los acuñados en Cástulo (figs. 47-48), fechados en el siglo II a.C., y un denario romano tardorrepublicano.

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Objetos diversos La exhumación de los departamentos ha proporcionado restos de molinos rotativos para cereal (Alonso, 1996), entre los que cabe mencionar el ejemplar completo localizado en el ambiente 81, en el que se conservan la piedra activa –una rueda bicóncava– y la piedra pasiva, de superficie convexa (fig. 49). Por otro lado, dos de los departamentos concentran un importante conjunto de pesas de telar y fusayolas. El ambiente 78 muestra 22 pesas de sección cilíndrica concentradas en su lado oriental, mientras que el ambiente 59 ofrece cerca de una treintena de pesas de la misma tipología y 15 fusayolas. En ambos casos, se puede proponer la existencia de telares y, por tanto, de actividad textil. Entre la miscelánea variedad de vestigios recuperados en los departamentos, destacan varios fragmentos de trenzado de esparto y de corcho procedentes del ambiente 15, diversos restos lígneos y óseos, así como dos pequeñas manos de mortero, una de ellas elaborada en cerámica, con decoración incisa y orificio central, semejante a algunos de los ejemplares hallados en el Tossal de Sant Miquel de Lliria (Ballester, 1945), y la segunda manufacturada en piedra. Asimismo, hay que señalar la existencia de un conjunto de una treintena de tabas. Finalmente, entre los objetos de uso personal cabe mencionar el hallazgo de fíbulas, agujas, colgantes vítreos, cuentas de hueso y marfil, y anillos de hierro con gemas ovaladas, así como diversos productos de manufactura o influencia púnica, como cuentas de collar y fusayolas de pasta vítrea. Sobresale del conjunto el singular hallazgo de los restos de un collar en el ambiente 79 (fig. 50). De esta pieza se han recuperado cerca de un centenar de cuentas bitroncocónicas con orificio central, aproximadamente una veintena del tipo globular con orificio superior exento, protuberancia inferior y ánima de bronce, y un ejemplar gallonado. En los tres casos se trata de ejemplares elaborados en pasta vítrea. 3.1.3. Los enterramientos infantiles La excavación del Sector 3, correspondiente al barrio del período iberorromano, ha proporciona-

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do un interesante conjunto de enterramientos infantiles localizados en varios departamentos de la ladera norte.Al sureste del ambiente 62 se localizó una acumulación de restos óseos, quizá ya removida en época antigua, pertenecientes probablemente a un neonato. Los vestigios estaban depositados en una pequeña cubeta recortada en la roca base, protegida por la cimentación de uno de los muros del departamento adyacente. Próximo al muro norte del ambiente 81, bajo un pavimento, se localizó un nuevo enterramiento infantil completo, sin fosa, probablemente un neonato en decúbito supino con la cabeza orientada hacia el este. Apareció cubierto completamente por un fragmento cerámico recortado intencionadamente. El ambiente 79 proporcionó, asimismo, dos enterramientos infantiles, situados respectivamente en los ángulos noreste y noroeste del departamento. El primero de ellos, un neonato en decúbito lateral con la cabeza orientada hacia el este, se halló en un recorte del pavimento de la habitación, sin evidencias de fosa, ajuar ni objetos de adorno personal. El segundo de estos enterramientos, situado en el ángulo noroeste del ambiente, presenta las mismas características (decúbito lateral con la cabeza orientada hacia el este), y en este caso apareció circunscrito por una pequeña estructura circular de piedra. Mención aparte merece el hallazgo de un enterramiento infantil doble, formado probablemente por dos neonatos –quizá gemelos– en posición de decúbito lateral, enfrentados y con la posición invertida de uno respecto al otro: un individuo tiene la cabeza orientada hacia el este, y el otro hacia el oeste. La tumba aparece en el ángulo suroccidental del ambiente 54 (fig. 51), sin indicios de fosa, en un estrato de relleno situado bajo un pavimento. Como en los casos anteriores, no se han detectado restos de ajuar ni objetos de uso personal. Estos enterramientos, documentados en ámbitos domésticos, se unen a la ya amplia lista de yacimientos y contextos peninsulares (AA.VV., 1989; Barrial, 1989) que ilustran un hábito común en el mundo ibérico, arrancando en la Edad del Bronce y perdurando hasta bien entrado el Alto Imperio. ALEBUS, 13, 2003

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3.1.4. Valoración del conjunto material Los restos exhumados hasta el momento muestran importantes analogías a los documentados en el Camp de les Lloses (Tona, Osona) (Durán et alii, 1995: 63-73; Álvarez et alii, 2000: 271-281). En conjunto, los materiales recuperados apuntan a una datación comprendida entre los años 100 y circa 75-70 a.C. para la destrucción del barrio. La acumulación y concentración en zonas precisas y acotadas de determinados objetos con características tipológicas similares (ánforas, incensarios, embudos, cuencos, oinochoai, platos...) hace pensar en una disposición primitiva sistemática y ordenada con el fin de facilitar su disponibilidad cara a una venta, distribución o simplemente su uso. El sistema de almacenaje está basado en el apilamiento, con uso de estanterías, anaqueles y colgaderas. En este sentido, se han recuperado en todos los departamentos una ingente cantidad de clavos, colgaderas, anillas, ganchos, grapas y escarpias (Uroz-Márquez, 2002). El impacto de la destrucción del barrio y, sobre todo, la magnitud de la obra que posteriormente se erige sobre sus ruinas –la muralla, de la que se hablará posteriormente–, han dificultado la excavación y delimitación de departamentos completos y, por tanto, la individualización de viviendas o unidades domésticas, así como de otros ambientes con funciones diferentes. La exhumación completa de la barriada iberorromana exigiría el desmonte de la fortificación posterior, una tarea no contemplada por el momento en el programa de intervenciones en el Sector 3. A pesar de esta circunstancia, se observa claramente que los ambientes 15-16 y 86, por una parte, y posiblemente los departamentos 59 y 79, por otra, pudieron funcionar como tiendas y establecimientos artesanales. Esta actividad comercial y artesanal parece evidente en los dos primeros casos. En el ambiente 15-16 la existencia de un pequeño taller metalúrgico y de un almacenamiento de ánforas parece superar las estrictas necesidades domésticas. A estas evidencias hay que añadir una presencia de objetos cerámicos que, desde un punto de vista cualitativo y cuantitativo, resulta poco habitual en viviendas. A estos hechos hay que añadir el hallazgo de una balanza, que puede reafirmar todavía más su vocaALEBUS, 13, 2003

ción comercial. Hay que decir, además, que, por razones de seguridad, el departamento no ha podido ser excavado completamente, ocultando todavía numerosos restos bajo la muralla. Por otro lado, en el caso del ambiente 86, se recuperó una alta proporción de envases destinados al almacenamiento, trasvase, tratamiento y consumo de vino. El almacenamiento está confirmado por el citado análisis de los residuos hallados en una de las ánforas exhumadas. El repertorio cerámico recuperado y su disposición hacen pensar en una taberna, lugar de consumo y venta preferente de vino, entre otros productos. Otros departamentos tuvieron una dedicación todavía difícil de precisar, pero posiblemente vinculadas al ámbito doméstico. Los ambientes 59 y 78 muestran signos de haber albergado telares. El ambiente 81 conserva un hogar y un molino de cereal. Se trata de actividades de transformación que se sitúan habitualmente en estancias pertenecientes a viviendas. Es posible, no obstante, que en los departamentos 59 y 79 se desarrollaran actividades artesanales y comerciales de cierta entidad, dada la importancia cuantitativa y cualitativa del repertorio material recuperado, si bien esta única circunstancia –cantidad y variedad– no es definitiva en sí misma para afinar una propuesta de funcionalidad. En conjunto, entre el repertorio material recuperado se han documentado herramientas destinadas a actividades agrícolas, piezas vinculadas probablemente a la pesca fluvial y al aprovechamiento forestal, así como elementos asociados a actividades de transformación (textil, metalúrgicas), el almacenamiento de vino –probablemente destinado para la venta–, la moltura de cereal y la construcción. La influencia itálica es perceptible, en el ámbito de la cultura material, a través de la presencia de ánforas y vajilla fina –sobre todo vasos relacionados con el consumo de vino–, lucernas y algunos escasos productos de lujo y alto valor añadido. La excavación del Sector 3, hasta el momento, nos informa de diversos aspectos sobre la vida de una comunidad oretana bajo el dominio de Roma, en una etapa de su proceso de romanización que podríamos calificar de temprana, a la luz de los restos recuperados, y con las debidas cautelas. La acti-

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vidad del barrio, cuya extensión está aún por determinar, experimenta un repentino final concretada en una destrucción sistemática y el subsiguiente abandono en los inicios de un siglo particularmente turbulento en la historia de la ocupación romana de la Península Ibérica. Es posible relacionar esta etapa inestable, que culminará con el episodio sertoriano y las Guerras Civiles, con la noticia de la existencia de una ocultación de 31 piezas, formada por denarios y objetos de lujo, y fechada entre fines del siglo II a.C. y los comienzos del siglo I a.C. El lote, considerado como de procedencia libisosana, fue hallado en 1854 y ha merecido, hasta el momento, unas breves referencias (Volk, 1999, 350-352; Poveda, 2002, 26-27). La destrucción de los departamentos de la ladera norte y la citada ocultación apuntan a un período de inestabilidad e inseguridad en la zona, y pueden, de esta manera, vincularse a una de las obras más relevantes del oppidum en este período: la muralla. 3.2. La muralla (post 100-circa 75-70 a.C.) La cronología de la destrucción del barrio ibérico, en el período 100-circa 75-70 a.C., marca la datación post quem para la construcción de la muralla del asentamiento (fase 4). La ciudad se dota en esta etapa de una construcción defensiva de 3 m de espesor (fig. 52) que protege una superficie aproximada de 8 Ha, adaptándose a la irregular orografía de la zona y a importantes desniveles. Se emplearon técnicas y materiales tradicionales, de raigambre indígena, en la erección de una fortificación que, en nuestra opinión, no estuvo ajena al turbulento e inestable período que vive la Península Ibérica bajo el dominio romano en el siglo I a.C. El aparejo externo de la muralla se construyó con un doble paramento de mampostería ordinaria, en seco, en la que combinaron grandes bloques debastados, en algunos casos careados, junto a pequeños mampuestos intercalados. En algunos tramos el aparejo recuerda lejanamente la obra poligonal. En conjunto, las piedras del revestimiento interior muestran un menor tamaño que las del exterior. Las hiladas son irregulares en su trazado y en ocasiones discontinuas. No se ha detectado uniformidad modular en los elementos

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pétreos empleados. Únicamente la hilada de asiento y separación entre la cimentación y el cuerpo superior está formada por bloques de mayor tamaño. El interior de la muralla está formado por rellenos de piedras y tierra, como demuestran las intervenciones practicadas en varios bastiones de la fortificación (fig. 53) (Uroz-Márquez, 2002; Uroz-Molina-Poveda-Márquez, 2004; Uroz-Poveda-Márquez, 2006). Esta importante obra siguió, pues, unas pautas constructivas habituales en ciudades de la submeseta sur activas durante el mismo período, entre las que cabe destacar Segobriga (Almagro-Lorrio, 1989) y Ercavica (Lorrio, 2001; Rubio, 2003). En el caso de Libisosa, como sucede en otros asentamientos coetáneos de su ámbito geográfico, destaca la escasez de torres que, hasta el momento, sólo se han localizado protegiendo los accesos al oppidum. Esta circunstancia condiciona, lógicamente, que la muralla posea largos tramos teóricamente más vulnerables, problema resuelto por sus variaciones de trazado y tendencia acodada, así como por el aprovechamiento de espolones rocosos para su instalación. En el Sector septentrional del cerro, frente a una pequeña explanada, la ciudad contó con uno de los tres accesos documentados hasta el momento, que hemos denominado Puerta Norte. Esta puerta se erigió en la cresta de un significativo desnivel topográfico sobre las ruinas de la barriada destruida en la fase precedente. Dos bastiones macizos, de tendencia rectangular y dimensiones ligeramente diferentes entre sí, flanquearon y protegieron un vano ligeramente abocinado de 9,00 m en su parte exterior y de 7,30 m en la interior, más angosta (fig. 54). El bastión oriental –torre C– muestra unas dimensiones de 6,05 x 4,10 x 4,55 m, mientras que el occidental –torre D– es una obra de 6,20 x 3,70 x 4,80 m. Esta propuesta interpretativa, en la que a primera vista pudiera sorprender una poco habitual amplitud del vano, podría verse modificada si pensamos que una de las plataformas tradicionalmente consideradas como parte del cierre de la Puerta Norte en la época de Augusto pudo formar parte de la muralla en esta fase, dentro del mismo programa constructivo. Si esto fue así, el acceso original dispondría de un vano de 4 m (Uroz-Poveda-Márquez, 2006). ALEBUS, 13, 2003

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En cualquier caso, el conjunto conforma, pues, una entrada de acceso frontal al área intramuros, siguiendo modelos y técnicas habituales en asentamientos ibéricos peninsulares desde inicios de la Edad del Hierro hasta bien entrado el dominio romano, en la antesala de la época imperial y, por tanto, con una larga tradición (Moret, 1996). De hecho, los otros dos accesos principales localizados hasta el momento en el oppidum (la Puerta Sur y la Puerta Noroeste) responden a un esquema similar, con entradas frontales protegidas por dos bastiones, si bien las dimensiones de los vanos y de los elementos fortificados varían un poco. La investigación arqueológica desarrollada hasta el momento permite plantear una relación entre la destrucción de la barriada, por una parte, y la erección de la muralla y la Puerta Norte, por otra. Ciertos indicios constructivos, como su endeble cimentación, sugieren una apresurada o rápida ejecución. Esta circunstancia se podría vincular, de manera preliminar e hipotética, a un trazado general de la muralla con una evidente escasez de bastiones y torres, características, para algunos autores, de algunos campamentos romanos del interior peninsular en los que se utiliza una tradición constructiva indígena. Este hecho se podría asociar, a su vez, con una obra apresurada en un contexto político y militar inestable. Como hipótesis más factible, nos inclinamos a proponer una datación de la Puerta Norte no demasiado posterior a la destrucción del barrio iberorromano. La información estratigráfica obtenida y la ausencia de estratos y registro material en la zona que pueda datarse entre la destrucción del arrabal y el cambio de era sugieren que la Puerta Norte se construyó poco después de la destrucción y abandono del barrio, sin poder precisar más, hasta el momento, su datación, y estuvo activa como tal, al menos, hasta la época de Augusto. En nuestra opinión (Uroz-Poveda-Márquez, 2006), la destrucción de la barriada iberorromana y la posterior construcción de la muralla, concretamente de la Puerta Norte en el área que nos ha ocupado preferentemente, se relacionan con un contexto político y militar inestable, característico y representativo de los dos primeros tercios del siglo I a.C. en la turbulenta historia peninsular ALEBUS, 13, 2003

del período. Con los datos cronológicos proporcionados por los materiales de la fase 3, ambos fenómenos pudieron vincularse con las guerras sertorianas, desarrolladas preferentemente en la década de los setenta del siglo I a.C. (García Morá, 1991). La importancia estratégica de Libisosa pudo ser relevante en un amplio escenario bélico, con actividades militares extendidas cerca de una década, en un punto clave de la Vía Heraclea o antiguo Camino de Aníbal. En ese contexto de guerra y de acciones militares podemos contextualizar la importante y sistemática destrucción experimentada en ese sector de la ciudad. En la consiguiente búsqueda de seguridad y protección de un enclave estratégico como Libisosa se situaría la posterior fortificación del oppidum. 3.3. De oppidum indígena a forum y colonia romana (último cuarto del siglo I a.C.-primer tercio del siglo I d.C.) En los últimos años del siglo I a.C. el oppidum indígena recibió la consideración de forum (Poveda, 2002: 5-38), respondiendo a uno de los escasos ejemplos del uso por parte de Roma de un modelo creado en Italia tiempo atrás y empleado para la gestión de amplios territorios peninsulares desde la época de César hasta el siglo II d.C. Este tipo de entidad sirvió de referencia en un mundo de aldeas y comunidades rurales, centralizando la actividad comercial como mercado en un ámbito rural, si bien con una limitada autonomía jurídica al tratarse de un ente protomunicipal y protourbano. El forum funcionó como centro comercial en una zona poco urbanizada, con predominio de hábitat disperso, situado en el entorno de una importante vía que había servido desde antiguo como conexión con la Alta Andalucía. De hecho, recogiendo la ya citada tradición de eje viario del asentamiento, Libisosa aparece en las fuentes itinerarias de época imperial (Roldán, 1975; Sanz, 1989; Sillières, 1977; 1990; 1999) como enclave de la ruta entre Gades y Roma, concretamente en el tramo entre Castulo y Saetabis, según indican los Vasos de Vicarello (I: Libisosam, II-IV: Libisosa), así como mansio de la vía a Laminio alio itinere Caesaraugusta (Itinerario de Antonino 446, 11: Libisosia), en el tramo entre Mentesa y Parietinis, a 14

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millas de Caput fluminis Anae y a 22 millas de Parietinis. También es citada, ya a las puertas de la Alta Edad Media y recogiendo fuentes anteriores, por el Ravennate (IV, 44; 313, 14: Lebinosa), en la ruta entre Complutum y Castulo, reafirmando, una vez más, su presencia en las rutas principales de la Meseta sur. Pocos años después de recibir el estatus forense, el antiguo asentamiento indígena, que probablemente continuó funcionando como estratégico enclave viario en los conflictos y luchas por el poder de época tardorrepublicana desarrollados en Hispania, especialmente las Guerras Civiles, se transforma, bajo el principado de Augusto, y en un momento impreciso todavía por determinar, en colonia romana, Libisosa Foroaugustana. Plinio (N.H. III, 25) nos informa brevemente tanto de esta denominación, que recoge en el apelativo Foroaugustana la herencia de su anterior condición forense, como de la privilegiada condición jurídica de la ciudad, que posee el ius italicum. El estatus colonial está refrendado epigráficamente por el hallazgo de una inscripción de época de Marco Aurelio, fechada entre el 166 y 167 d.C., que hace referencia a la colonia de los libisosanos (CIL II 3224;Vives, nº 1133; Abascal, 1990, 43-44). La lápida ya la transcribe en 1647 el Bachiller Alonso de Requena, nacido en Lezuza, quien dice que apareció en unión de una estatua de mármol. Ptolomeo (2, 6, 58), en ese mismo siglo II d.C., nos recuerda su vinculación y tradición étnica, situándola entre las comunidades oretanas. En la misma centuria se data una inscripción (CIL II 4254; Vives, nº 1617; Alföldy, 1975, 172; Etienne, 1974, 476) hallada en Tarraco, que menciona la existencia de un ilustre ciudadano libisosano en la capital, con el cargo de flamen provincial. La Arqueología ha confirmado la existencia de importantes vestigios constructivos de este período, como reflejo de estas evidencias textuales y epigráficas del impulso y la atención que recibe la ciudad en la primera época imperial. Entre los restos que las labores agrícolas han exhumado, y que se conozcan, hay que citar una cabeza femenina en mármol aparecida en 1950, que puede recordar a la familia julio-claudia (a la que tanto le debe la colonia) a través de Iulia Agrippina Minor (Beltrán,

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1951: 19-21) o bien puede representar un reflejo en la sociedad provincial a través de talleres locales (Trillmich, 1982: 109 y 116; Noguera, 1994: 91-95). Si tomamos como referencia los hallazgos arqueológicos producidos durante los últimos años, en el apartado urbanístico y monumental los inicios del período imperial contemplan, por un lado, la erección de un importante conjunto de edificaciones públicas en el área forense de la ciudad, probablemente datadas ya en época tiberiana (UrozMolina-Poveda, 2002; Uroz-Molina-Poveda-Márquez, 2004). La construcción del foro se situó en la vertiente oriental del cerro, bajo la acrópolis de la ciudad. En este área se han conservado restos del porticado, de la curia, de la basílica, de una cisterna y de dos lugares de culto, así como diversos restos escultóricos de togados, inscripciones, basas de columna y capiteles. El conjunto monumental forense es remodelado (fines del siglo I-inicios del siglo II d.C.), con la inclusión, al menos, de una especie de fuente monumental (Muñoz Ojeda, 2004), y posteriormente abandonado. En un área contigua al foro han sido localizados restos de, al menos, dos domus construidas en el primer tercio del siglo I d.C. De la Libisosa imperial se conservan, además, en su entorno inmediato, vestigios de varias áreas de necrópolis y asentamientos suburbanos, además de los restos funerarios localizados en el actual pueblo de Lezuza. En sus alrededores se perciben restos asociados a repartos centuriados, con una red ortogonal y vestigios toponímicos de tradición romana (Corzo, 1976; Uroz-MolinaPoveda, 2002; Poveda, 2002; Uroz-Molina-PovedaMárquez, 2004). Como contrapartida, en el sector septentrional de la Puerta Norte se observan signos de una clara contracción en su actividad. Los restos de terra sigillata itálica hallados en un pavimento de la fase 5 –concretamente un fragmento con la marca Rufio/L.Vmbr(icius)– proporcionan una fecha que se sitúa entre el 20 a.C. y el 15 d.C. para el cierre de la Puerta Norte y su conversión en portillo o poterna, minimizando su actividad pública. Este arco temporal, correspondiente a buena parte del principado de Augusto, sirve, en términos estrictamente cronológicos, como terminus ante quem de ALEBUS, 13, 2003

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la construcción de la Puerta Norte (Uroz-PovedaMárquez, 2006). Los testimonios materiales muestran, pues, una contracción en la actividad de la zona ya en las primeras décadas del siglo I d.C., hasta su abandono entre los años finales de la dinastía julio-claudia y la época flavia, como evidencia la aparición de un enterramiento infantil de ese momento, una tumba en fosa, en la que junto a un neonato aparecen varias cerámicas de su ajuar, caso de una copa de terra sigillata sudgálica de la forma Dragendorff 24/25, fechada entre los años 15-60 d.C., y un plato de igual clase cerámica pero de la forma Dragendorff 17B, que presenta una cartela oblonga con la leyenda OfiSilvani (fig. 55), con datación de los años 40-60 a.C. En este período, a lo largo del siglo I d.C., parece cerrada la fase inicial de un proceso, acelerado por la presencia romana, en el que el antiguo oppidum de Libisosa jerarquizó un amplio territorio en las tierras occidentales de Albacete. La elección de este asentamiento por parte de Roma condicionó la evolución del poblamiento indígena en la zona, y convirtió a Libisosa en una excepción en el territorio por la importancia de su acción transformadora. En la vertiente jurídica y administrativa, por el uso del modelo forense y posteriormente colonial en unas tierras presumiblemente débiles desde un punto de vista demográfico, y atravesadas por un importante eje viario. En la vertiente física, esta opción estratégica se materializó en la construcción de la muralla tardorrepublicana y el foro imperial, reflejo de la envergadura y el impacto de la apuesta romana en el asentamiento oretano. BIBLIOGRAFÍA AA.VV., 1994: La Edad del Bronce en Castilla-La Mancha, Actas del simposio, 1990, Diputación Provincial de Toledo. AA.VV., 1989: Inhumaciones infantiles en el ámbito mediterráneo español (siglos VII a.E. al II d.E.), Cuadernos de Prehistoria y Arqueología Castellonenses, 14. ABASCAL PALAZÓN, J. M., 1990: Inscripciones romanas de la provincia de Albacete, Albacete. ABASCAL PALAZÓN, J. M. y SANZ GAMO, R., 1993: Bronces antiguos del Museo de Albacete,Albacete. ALEBUS, 13, 2003

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