\"Le viste la cara a Dios\": el día que San Jorge llegó a Lanús y reencarnó en mujer

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Descripción

Le viste la cara a Dios: El día que San Jorge llegó a Lanús y reencarnó en mujer 1

Le viste la cara a Dios: el día que San Jorge llegó a Lanús y reencarnó en mujer “When fortune smiles on something as violent and ugly as revenge, it seems proof like no other, that not only does God exist, you're doing His will.” The Bride – Kill Bill Vol. 1 (Quentin Tarantino)

Había una vez una chica que no se llamaba Beya, pero así le decían. Beya es el personaje principal de Le viste la cara a Dios de Gabriela Cabezón Cámara y es una elegida, la coronada entre todas las chicas de un prostíbulo del conurbano bonaerense. La prostituta más cara, la favorita del cafishio. Las princesas no eligen ser princesas: viene en su sangre, en sus lazos matrimoniales. Beya no eligió ser prostituta, su suerte vino para maniatarla y encerrarla en un antro en donde le enseñarían el oficio, en donde la domarían para que fuera un engranaje funcional al sistema prostibulario. Pero Beya en algún momento logra escapar de las ataduras –que no son solo sogas sino adiestramiento físico y psicológico- para vengarse y huir del espacio en donde está cautiva. Y llegar a ello no será un cuento de hadas. Algo que encontramos en Le viste la cara a Dios es una transformación profunda del personaje que, al final, dista mucho de ser el mismo del principio. Para entenderlo y para comprender cómo esa transformación es la que da lugar a la venganza y a la huida, no podemos dejar de pensar en la violencia que se le aplica a Beya para domarla, en los paralelismos que se establecen entre las redes de trata y los campos de concentración y en la forma en que la espiritualidad y la intimidad (compleja, casi inexistente, basada en los pequeños objetos y en las juegos de fantasía) funcionan no sólo como instancias de la evasión mental sino también como propulsores de la evasión material. Según Foucault, a partir del siglo XVII, con el desarrollo de los estados modernos, el viejo poder soberano que administraba la muerte (hacer morir o dejar vivir) vira hacia la preocupación por la administración de la vida (hacer vivir o arrojar a la muerte [Foucault 2014:130]). Esta nueva noción de poder – que llamará biopoder- tendrá dos formas: la más tardía (hacia el siglo XVIII) se

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preocupará por la salud, la natalidad, la mortalidad, etc., es decir por el cuerpoespecie. La primera de sus formas, que será relevante para la lectura de Le viste la cara a Dios, será la llamada disciplina anatomopolítica del cuerpo humano. Ésta buscará transformar al cuerpo en máquina, a través de “su adiestramiento, el aumento de sus aptitudes, la extorsión de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos” [Foucault 2014:131]. Beya, efectivamente, al ser raptada,

sufre

la

violencia

–principalmente

sexual-

como

forma

de

entrenamiento al mundo de la prostitución: “Te enguascaron, te domaron, te peinaron para adentro y te hicieron el ablande: ahí aprendiste a los gritos nuevo nombre y apellido y te hicieron pura carne a fuerza de golpe y pija” (Cabezón Cámara 2009:6)

Sin embargo, ese adiestramiento transformador de sujeto a objeto (pura carne) excede a lo exclusivamente sexual en términos físicos, porque para que ese cuerpo se vuelva útil debe ser una máquina constantemente productiva (“te va a enseñar a estar despierta”1; “te inyecta merca”2) y verosímil en el mundo de la prostitución (“que puedas fingir orgasmos y contestar si te hablan” 3). Beya, moldeada como prostituta a base del suministro de drogas y violaciones, es una mujer privada de su libertad, privada de su identidad y consciente de la condena de muerte que pesa sobre ella en cuanto deje de ser útil en términos de fuerza de trabajo. Identidad, libertad, utilidad: estos tres conceptos son también los que atravesaban la vida de los prisioneros de los campos de concentración nazi. Mientras que algunos aún esperaban recuperar la identidad y la libertad y buscaban mostrarse útiles a sus captores con tal de prolongar su vida, también existían los que no.

Los “musulmanes”. En los campos de

concentración nazis, se llamaba con ese nombre a quienes habían abandonado toda esperanza. El musulmán es el que “ha abdicado del margen irrenunciable de libertad y ha perdido en consecuencia cualquier resto de vida afectiva o de humanidad” (Agamben 2000:58). El musulmán era una momia, un zombie, la marca de eso que habita entre la vida y la muerte, entre el hombre y el no-hombre. Pero ¿por qué musulmán? Es posible que se trate del significado literal de la palabra árabe muslim, que quiere decir “el que se somete 1

Cabezón Cámara, Gabriela. Le viste la cara a Dios. Sigue Leyendo. 2011. Pág. 9 Ibíd. 3 Ibíd. Pág. 15 2

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incondicionalmente a la voluntad de Dios” (Agamben

2000:45) aunque el

musulmán de Auschwitz no parece tener restos de consciencia acerca de nada, ni siquiera de Dios. Beya, en relación al musulmán, lo rechaza y lo encarna en simultáneo. Por un lado, aunque se ve tentada a arrojarse a esa abulia (“querrías irte de vos o dejarte morir[…] y pasar a ser solo cuerpo, solo una vida lastimada como un musulmán en Auschwitz” 4) entiende que eso la transformaría en material descartable dentro del prostíbulo (“el puticlub no te quiere ni momia ni musulmán”5). Su deseo de sobrevivir es más fuerte. Y mientras que sus otras compañeras sí adquieren los rasgos totales del musulmán de Auschwitz (“tus compañeras que parecen muertas vivas […]llenas de lastimaduras en la carne que no sienten6)ella mantiene la esperanza de escapar y se arma de recursos para sobrevivir en su situación. La lista incluye las creaciones fantásticas en donde personaliza a su odio (“le das la teta al bebé que inventaste a latigazos”7; “lo que podés hacer es cuidar a tu odio como si fuera un bebé”8) y el adquirir una perspectiva despersonalizada de la situación (“igual ya no sufrís, lo ves todo muy de arriba”9; “vos querés desdoblamiento cual místico en viaje astral”10). Esto –que se acentúa mediante el narrador elegido para el relato (segunda persona, cuya voz es Beya hablándose a sí misma)- se puede rastrear incluso en testimonios de desaparecidos durante la última dictadura militar en Argentina: “Refiere [Blanca] Buda que en el momento en que estaba siendo atormentada se desdoblò, salió de su cuerpo y vio, sin sensación de dolor, como era lastimada por los “interrogadores” (Calveiro, 1998:115)

De esta manera, se evidencia aún más la relación entre campos de concentración – redes de trata. Entre estos recursos a los que echa mano Beya para subsistir, existe uno que es el que la acerca al significado literal de musulmán: ella confía plenamente en Dios (“te encomendás a Jehová y odiás a ese hijo de puta que te está cogiendo”11 ; “lo único que te une a vos es una línea de plata […] 4

Ibíd. Pág.15 Ibíd. Pág.15 6 Ibíd. Pág.14 7 Ibíd. Pág.13 8 Ibíd. Pág.13 9 Ibíd. Pág.16 10 Ibíd. Pág.7 11 Ibíd. Pág. 9 5

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que,vos creés, puso Dios…12”; “Y ahí tenés a Dios padre todopoderoso y te lo armás con lo poco que aprendiste en catecismo”13). Con esta fe se aferra a un mundo que sus secuestradores no pueden tocar ni arrancarle. Si su carne está lacerada, si su cuerpo está golpeado y sus órganos sexuales agotados, su religiosidad está en un ámbito al que el látigo y las violaciones no pueden acceder. Otra vez se puede conectar el relato con la vida en cautiverio con los secuestrados-desaparecidos durante la última dictadura: Pilar Calveiro, en Poder y desaparición considera que un elemento que los ayudó a sobrevivir la situación fue la convicción religiosa: “probablemente porque lo religioso pertenece a un universo al que no llega al poder concetracionario, porque constituye una instancia de apelación superior a ese poder que se pretende absoluto” (Calveiro 1998:107).

Lo que diferencia a Beya del musulmán es que su entrega religiosa, lejos de ser pasiva, es motor de sus planes de evasión. Elige a San Jorge como su patrono, el mismo que con una lanza y montado a caballo mató a un dragón (“voy a ser dueña de mí, te prometés, y le rezás a San Jorge” 14). A partir de encomendarse a San Jorge es que Beya consigue, gracias a un policía de la federal que es su cliente (y que se siente identificado por sus rezos), una estampita del santo. Beya, por primera vez desde que está secuestrada es dueña de un objeto material al que aferrarse cual amuleto. Esto le confiere aún más fuerzas para lograr su propósito: “ahora [sos] mucho menos frágil, además de Dios y el odio, la flor y el bebé imaginarios sumaste a tu patrimonio la figurita en el puño...”15. Este elemento tiene una doble importancia: la material y el metafísico y ambas caras podemos entenderlas a través de Monsivais. En lo que respecta a lo material: “Quienes no gozan de resguardos económicos y sociales, suelen confiarle a la religión sus vínculos con la trascendencia personal, al sexo y a la familia sus relaciones con la universalidad, y a su resignación entusiasta su apropiación de la excelencia. Los pobres no defienden razonadamente su gusto; lo disfrutan cálidamente como un agregado visual y auditivo de la sobrevivencia. Es lo que hay, y su habilidad transformista cambia lo que hay acudiendo a la devastación y al método acumulativo. Los espacios vacíos molestan: son ratificaciones de la pobreza” (Monsivais 2011: 18). 12

Ibíd. Pág.16 Ibíd. Pág. 8 14 Ibíd. Pág. 16 15 Ibíd. Pág. 18 13

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Beya, desprotegida absoluta y con fe ciega en la religión, llena su vacío con una pequeña estampita entregada por un policía de la Bonaerense. La puede tocar, le puede hablar, le pertenece. Uno de sus espacios vacíos (el de tener algo propio) se ve llenado por ese pequeño amuleto. Si, retomando a Monsivais, “nos convertimos en lo que contemplamos” (Monsivais 2011: 19), que su religiosidad tenga un anclaje físico y que ese anclaje esté representado por la imagen de San Jorge, le da la chance a Beya de transformarse en él: en un guerrero armado capaz de vencer al monstruo. La obstinación de Beya por sobrevivir y por vengarse de sus captores le da la energía para mostrarse ante ellos como mujer domada e incluso, como una aliada (mata a una compañera -insumisa y torturada- por orden del proxeneta, con lo que se gana su total confianza). Realiza así las tareas de inteligencia que le permitirán escapar (“te enteraste donde estaba la puerta” 16) y consigue libertades que antes le eran vedadas y le permiten fortalecerse tanto física como emocionalmente (“lo pudiste convencer de que te pasaran a la sección sadomaso”17; “te volviste a entrenar con la excusa de estar fuerte para ejercer tus funciones”18). Cabe resaltar que el engaño, en forma de falsa alianza que subvierte la relación de poder entre secuestrador y secuestrado y que no solo es una estrategia de escape sino incluso una burla, es algo que también se daba en los centros clandestinos de detención en Argentina: “Otra de las formas privilegiadas de la resistencia fue el engaño, que presupone una inversión de la situación de poder. El secuestrado engaña a su captor a pesar de estar en condiciones aparentes de indefensión total. El engaño señala por una parte a un sujeto, el que engaña, no destruido ni arrasado ni transparente, es decir a un sujeto que no ha sido reformateado. Por otra, señala la omnipotencia del desaparecedor como generadora de su mayor impotencia. El secuestrador cree hasta tal punto en su omnipotencia que él mismo queda cegado por ella.” (Calveiro 1998:113)

Finalmente, a partir de la compasión que despertó en el policía, lo enamorará y obtendrá lo que le asegurará el fin del cautiverio y la posibilidad de escapar del todo: un arma y una promesa de salvación a futuro. “Y entonces le viste entera toda la cara a Dios”19 dice Beya cuando encuentra el subfusil Miniuzi que dejó el oficial en su habitación y con el que, vestida con su túnica 16

Ibíd. Pág. 22 Ibíd. Pág. 18 Ibíd. Pág. 23 19 Ibíd. Pág. 23 17

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de cuero sintético, asesinará a sus captores, al juez cliente, y a todo el que estuviera presente en el prostíbulo. Beya se transforma así en una San Jorge de Lanús: cabalgando en su odio, con su Miniuzi como lanza, con una fe ciega en Dios, mata a la red criminal monstruosa y, en ese acto, deja de ser esclava, recuperando su libertad. Le viste la cara a Dios es un relato crudo en forma y contenido, que nos permite pensar cómo algunos rasgos –la violencia pero también los recursos para la evasión- de las realidades tortuosas del pasado (los campos de concentración nazis, los centros ilegales de detención argentinos) se replican actualmente en otras formas de la privación ilegítima de la libertad. Se puede decir que, por los acontecimientos que se suceden y su sangriento y espectacular desenlace, esta historia bien podría ser llevada al cine por Quentin Tarantino. En ese caso, con Beya víctima devenida en su propia heroína, La Ley podría musicalizar el final: “en la sombra del dolor / cae el cielo sobre el suelo / la respuesta de ese cambio / eres tú, eres tú / Amate y sálvate”.

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Bibliografía:



Agamben, Giorgo. “El musulmán” en Lo que queda de Auschwitz. Valencia. Pre-textos. 2000.



Cabezón Cámara, Gabriela. Le viste la cara a Dios. Sigue Leyendo. 2011.



Calveiro, Pilar. Poder y desaparición. Buenos Aires. Colihue. 1998



Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. Buenos Aires. Siglo XXI. 2015



Monsivais, Carlos. “La cursilería” en Los ídolos a nado. Madrid. Debate. 2011.

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