Las tradiciones icodenses

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Descripción

Las Tradiciones Icodenses

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Las Tradiciones Icodenses MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ

PROFESOR TITULAR DE HISTORIA DE AMÉRICA DE LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA.

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no de los rasgos más señeros de la idiosincrasia de Icod de los Vinos es la pervivencia de sus tradiciones festivas. A lo largo de estas páginas trataremos de analizarlas para tratar de desvelar sus claves a través de la historia, porque las fiestas y las costumbres como parte del patrimonio cultural y etnográfico de los pueblos se transforman, adaptan o se extinguen en función de los cambios socio-culturales y económicos experimentados por la comarca en la que se desarrollan. Las fiestas que en este texto analizamos como tradiciones icodenses forman parte indisoluble del legado cultural de las diferentes generaciones que a lo largo de la historia han conformado su trama social. Algunas de ellas se han perdido y sólo quedan documentos históricos, de otras subsisten algunos rasgos característicos de los que fueron, mientras que las restantes se conservan en toda su pureza evolucionadas por los cambios lógicos de una sociedad que de forma acelerada en las últimas décadas ha dejado de ser agraria y convertirse en una economía de servicios.

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El Baile del Niño

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l Baile del Niño de la Nochebuena, celebrado en el interior de la iglesia, al son del tajaraste, al que acudían enmascarados a la usanza pastoril, fue una de las tradiciones festivas icodenses de las que contamos con testimonios en el siglo XVIII. En un juicio de palabra de casamiento entre Ángela Francisca y Agustín Oramas declaró Antonio González Sanojo que Agustín y él “en la noche de pascua de Navidad hizo un año que pasó se vistieron como se suelen vestir otros como para ir a bailar a la procesión del Niño”1. Estos bailes ejemplifican el

1 . Archivo del Obispado de Tenerife. Autos de palabra de casamiento de Ángela Francisca contra Agustín Oramas, vecinos de Icod. Sobre el marco festivo véase, HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. La religiosidad popular en Tenerife durante el siglo XVIII. Las creencias y las fiestas. La Laguna, 1990 durante el siglo XVIII. Las creencias y las fiestas. La Laguna, 1990

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espíritu carnavalesco, irreverente, festivo, socialmente abierto de la Nochebuena tradicional, tan alejado de la imagen estereotipada de la Navidad familiar burguesa que triunfa en el siglo XX. Este baile del Niño se efectuaba dentro de la procesión que en el interior de la iglesia se le tributaba al Niño Dios. Se empleaba en ella la danza del tajaraste al son de tambores, flautas y panderos. En ese momento culminante los danzarines efectuaban una serie de silbos en el templo mientras tenía lugar la procesión en las naves laterales. Todo el que lo deseaba participaba vestido como pastor. Bailaban hasta cien personas, llegando a durar más de dos horas y media. Esta representación, desgraciadamente desaparecida en Icod, se conserva como una auténtica reliquia en La Matanza, donde todavía se celebra en su parroquia de El Salvador.

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Las Danzas de las Cintas del Añejo Carnaval

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l carnaval tuvo en el pasado icodense su añeja danza de las cintas. De ella se conserva una extraordinaria descripción efectuada por la inglesa Elizabeth Murray sobre 1850: “Delante de una de las principales casas vi una “cuadrilla”, un grupo de ocho o diez jóvenes, vestidos a la antigua usanza de la isla, con unas alegres cintas de variados colores que colgaban de sus sombreros. Uno de ellos sostenía un palo, de unos doce pies de alto. Desde su parte alta, unas cintas de seda estaban atadas en número igual al de los danzantes que se unían en aquel regocijante ejercicio alrededor de él. Cada cinta tenía unos doce o dieciocho pies de largo; la mitad inferior estaba enrollada en una bola para cada uno de los participantes del alegre y vivo arte. Los danzantes forman al principio un círculo muy pegado al portador

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del palo. Los músicos que le acompañan han comenzado a tocar algo lento, encarando a dos grupos alternativamente. Luego comienzan a moverse en dirección opuesta, siguiendo la cadencia de la música, y cuando se vuelven a encarar, se dan la vuelta, entrelazando la parte superior de la cinta que llevan en sus manos. Hacen lo mismo con cada uno que se encuentra cuando avanzan, y repitiendo estos movimientos unas seis veces van ampliando el círculo, mientras que hacen que la cinta se deslice de la bola que está en sus manos. La música va aumentando su vivacidad hasta que llegan al final y ya entonces las cintas han formado una amplia red de variados colores. Hay una pequeña pausa y nuevamente cada danzante trastoca su posición y según avanza nuevamente la confusa malla que habían formado se va aflojando hasta que llegan al sitio donde empezaron y entonces los componentes de la danza vuelven a ocupar su puesto inicial. El palo, con sus cintas, está ahora en el

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suelo y la danza concluye hasta que el grupo vuelva nuevamente a interpretarla delante de otra importante casa. Cuando esta danza está bien hecha y acompasada, como generalmente lo está, produce un animado efecto. A veces las mujeres se incorporan a este baile, y cuando esto ocurre, la figura es más complicada y los pasos más difíciles y elaborados. Se necesita mucha práctica para llegar a ejecutarlo en la forma requerida y esperada, sin embargo siempre está bien realizado, puesto que sólo los que están familiarizados con él son los que se atreven” . La danza de las cintas en plenas carnestolendas demuestra la pervivencia en la localidad de bailes tan ancestrales como los ejecutados al son del tajaraste, que seguía siendo, como veremos, paso obligado en sus verbenas y actos festivos. En el carnaval tradicional, donde los grupos de enmascarados representan las libreas jocosas ante las casas, el empleo de éstas con décimas y verseadores que hablan o exhortan de problemas diarios con tono satírico se integra dentro de estas danzas de las cintas que permiten el intercambio entre los grupos, inclusive los femeninos. 2. MURRAY, E. Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife. Trad. de José Luis García Pérez. Tenerife, 1988, pp.125-126.

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Las Fiestas de La Cruz

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special relevancia en el pasado icodense tuvieron las fiestas de Cruz el 3 de mayo, financiadas por los Priostes de la Hermandad de Misericordia, sita en el convento bernardo. En ellas salía en procesión la monumental Cruz de plata. Comedias, enrramadas de cruces, corridas de toras o vaquillas toponas vernáculas eran parte de una festividad que tuvo gran esplendor en los siglos XVII y el XVIII. Precisamente vinculadas a ellas se encuentra uno de los símbolos de la identidad icodense, la plaza de la pila. El 1 de septiembre de 1631, ante el alcalde real del lugar Antonio Ruiz de Merreta, Mateo García de la Guarda, Juan Trujillo y Alzola, Blas de Alzola, Bartolomé Luis, Juan Rodríguez y Ángel Marcos González Redondo, todos ellos vecinos de Icod, firman una escritura por la que se obligan a pagar a los dueños de esas casas que se encontraban en medio de la plaza. Se comprometen por el conjunto de sus conciudadanos que habían hecho promesa de coadyuvar a recaudar el dinero necesario bien en mosto o en dinero, por lo que ellos se comprometen a recaudar esa suma. Esa isleta estaba formada por las pequeñas casas que hasta entonces poseían Bartolomé Luis, que llevaba anejo un pequeño trozo de tierra, el capitán Juan Trujillo Alzola, la viuda Inés Díaz, Magdalena López y el maestre de campo Luis de Interián, regidor de la isla de Tenerife, notable hacendado de Garachico, de origen genovés, cuya familia dio nombre a la caleta de donde se embarcaba el azúcar de su ingenio. Todas ellas lindaban con la antigua plaza y estaban rodeadas por las calles reales que estaban por debajo y por encima de la actual plaza de la pila. Finalmente el 24 de septiembre de 1631 el Corregidor del cabildo lagunero, Jerónimo Boquín y Pardo, de cuyo apellido deriva la hacienda que lleva su nombre, da licencia al alcalde del lugar para proceder a la recaudación de tales sumas.

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Las Tradiciones Icodenses Sin embargo un año después, el 23 de junio de 1632, los citados vecinos comprometidos a hacerse cargo del cobro renuncian a tal encargo y lo ceden al capitán Juan Yanes de Évora, otro acaudalado icodense. Será precisamente éste el que las compre en ese año, cuando fue designado prioste de las fiestas de la Cruz de ese año. Debemos de tener en cuenta que la reducida elite local en proceso de formación utilizó las Fiestas de la Cruz, dada su gran popularidad y raigambre como una vía para destacarse entre la colectividad. Esta festividad, que contaba generalmente en todas las localidades con una Hermandad de Misericordia o Veracruz encargada de sufragarla, y que en Icod tenía un Cristo mejicano de los indios tarascos que se remontaba al mismo siglo XVI, era sufragada por una reducido cohorte de vecinos ricos que se hacían cargo alternativamente cada año de sufragar los festejos. Será precisamente uno de ellos el que compraría las casas de esa isleta para que el pueblo de la ciudad del Drago contase con una nueva plaza principal mucho más amplia y acomodada que la de reducidas dimensiones que hasta la fecha contaba. Restos de esas antiguas fiestas del 3 de mayo son las enramadas que se realizan en las calles a las cruces. En 1923 el periódico icodense “La Comarca” recoge la que se celebraba desde muy antiguo en la calle de los Reyes, en la que se celebraba además una verbena popular y fuegos artificiales3.

3. La Comarca nº213. 6 de mayo de 1923.

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La Semana Santa

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entro del ciclo festivo, la fiesta más representativa es la Semana Santa. Su primera gran imagen es el Cristo de maíz de los indios tarascos, sito ya en la Ciudad desde 1584. Pero su gran impulso se corresponde con la irrupción del Barroco en el seiscientos a través de la obra de un artista forjado en los tallares sevillanos que pasa a residir a las islas, Martín de Andujar. A él se le encargaron precisamente en 1637 las figuras de Jesús Nazareno, Nuestra Señora de la Pasión, San Juan Evangelista y la Verónica para la procesión del Encuentro del Viernes Santo. Es el siglo de las imágenes de vestir que con su mayor ligereza y realismo permiten adaptarse a las proporciones humanas, atrayendo la devoción popular. En esa sensibilidad barroca juegan un papel crucial temas tan conmovedores como las lágrimas de San Pedro o la conversión de la Magdalena. En 1647 se instituye en el

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convento franciscano del Espíritu Santo ésta última. Tales repercusiones alcanzó que se llegó a decir que era la más celebrada en las islas. Efectuaba estación en la iglesia de las bernardas. El Miércoles sale la del Señor atado a la columna, imagen sevillana colocada en mayo de 1772 en la capilla de Dolores. El Jueves tenía y tiene lugar las procesiones del Gran Poder de Dios y la Santa Cena. Esta última atraía tal devoción que se celebraba de noche a pesar de los edictos de fines del siglo XVIII que prohibían los pasos nocturnos. En la madrugada del Viernes Santo tiene lugar una de las más sobresalientes, el Encuentro, en torno a la imagen del Nazareno. Destaca por su hondo simbolismo de regeneración vegetal Se le

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Las Tradiciones Icodenses tributan flores malvas, poleo y romero, cubriendo como un manto la calle y colgaduras que penden de los balcones. Destaca por su gran teatralidad. Sigue conmoviendo en ese ambiente de lujuria vegetal su escenificación simple pero emotiva. Jesús Nazareno sube por la calle de las Angustias y Arcipreste Osuna hacia la plaza de la pila. Juan se encuentra con él en su ángulo NO. Una leve reverencia del Evangelista da paso a una fija mirada por unos instantes. Nueva reverencia y lento retroceso durante un corto trecho hasta girar y emprender rápidamente la carrera en busca de las santas mujeres. Un ligero murmullo de la muchedumbre precede a la presencia apresurada del discípulo acompañando a la Virgen situada en el centro y a María Magdalena. Se reverencian nuevamente y Madre e Hijo quedan solos en emotiva y simulada despedida que anuncia el final del acto. La ceremonia, sin elementos accesorios, está dispuesta por la predisposición mental del espectador. El segundo encuentro sucede cuando aparece la figura de la Verónica portando el amplio y blanco lienzo, que se encuentra con Jesús y se inclina reverente retrocediendo4 por el rápido paso de las imágenes por las calles de San Juan Evangelista, la Magdalena o la Virgen. En el mediodía tenía lugar la del Cristo de la Expiración. Al principio salía sólo en la clausura franciscana y en la plaza aneja. En 1684 su donante decidió costear una de mayor entidad con la Virgen de la Soledad y otras imágenes a media mañana. Se celebró hasta comienzos del XX con gran lucimiento, hasta el punto de denominarse de las damas por exhibir sus mejores galas. Restablecida por el párroco Don Valentín Marrero, se suprimió recientemente. Similar carácter presentan El Descendimiento y El Santo Entierro, con las que tan críticos fueron los obispos ilustrados del siglo XVIII. La primera se efectúa en torno al Cristo mejicano de pasta de maíz, dotado de unos brazos móviles, con un sencillo mecanismo a la altura de los hombros. Se representa cada cinco años. Con

4 . GÓMEZ LUIS RAVELO, J. “De las antiguas tradiciones de nuestra Semana Santa. Las ceremonias del Viernes Santo”. Programa de la Semana Santa de Icod 1984.

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Las Tradiciones Icodenses anterioridad a la exclaustración se efectuaba en la iglesia agustina. Similar marco era el escenario hoy y antaño del entierro de Cristo. Tras la procesión se procede a su colocación en un arcón sepulcro. Un fuerte estampido al dejar caer su pesada tapa le da fin. Seguidamente se celebraba antaño la del Retiro, que salía del convento agustino. Las tajantes órdenes civiles y episcopales de prohibición de las funciones nocturnas originaron incidentes por su hora tardía. Había sido erigida a partir del legado de Fernando de Montiel, que entró en posesión de la capilla de la Virgen de la Soledad el 2 de octubre de 1660, sufragando los costes y los de su imagen, que en la actualidad no se conserva. En 1784 Lázaro Key y Rixo, sobre cuyas tierras estaban impuestos, quiso que entrara en vigencia tal prohibición. Quería su limitación a la clausura, pero se le opuso el párroco José Delgado. El propietario recurrió ante el Consejo de Castilla, que ordenó el 16 de septiembre de 1786 la amonestación del sacerdote. Éste último explicó que su actitud se debía a que consideraba más peligrosa la concurrencia a ésta de hombres y mujeres. En fechas recientes se ha incorporado la celebración, tras la liturgia de la pasión y la muerte de Cristo, de una monumental procesión magna integrada por 22 pasos.

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Las Fiestas del Cristo del Calvario

unto con las parroquiales en honor al patrono de la localidad San Marcos, las fiestas principales de la localidad, celebradas el último domingo de septiembre, han alcanzado singular relieve en su vida pública. El Calvario estaba situado en los aledaños de una ermita que Matías Antonio Sopranis había erigido a Nuestra Señora de los Afligidos en 1751, aunque su configuración actual es posterior a 1857. A ella fue conducido en ese año el Nazareno de la parroquia, que retornó a ella y fue sustituido en 1870 por El Cristo Rescatado, hecho en La Habana en 1723 y donado por el emigrante Marcos Francisco Padrón, que daria pie a esa fiesta. Trasladado desde el viernes, desde El Calvario partía el domingo la procesión, pasando por arcos triunfales, con símbolos florales, invocadores de la fertilidad, traídos por los campesinos desde los montes. Desde mediados del siglo XIX, el clero tratará de dar protagonismo a los calvarios y los vía crucis como medio para restaurar la fe devocional. A fines del siglo XIX los mayordomos, miembros de la elite local, se hacen cargo de su financiación. Por la mañana se efectuaba la de las imágenes de Nuestra Señora de Gracia y San Agustín. En las primeras horas de la noche el trayecto entre las calles de San Sebastián y San Agustín “se hallaba adornado de arcos ligeros, vistosos cortinajes, banderas, farolillos de color, templetes y arcos de triunfo, todo de bellísimo efecto”, como describía un 5 testigo presencial en 1895 . Su aspecto era “fantástico e indescriptible. Porque no basta saber que había encendidos centenares

5. Diario de Tenerife, 27 de septiembre de 1895.

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de farolillos de papel o de cristal, que había banderas y arcos de cortinas, que un inmenso gentío se apiñaba en toda la extensión de la calle y que de marco y de fondo servían a este cuadro luminoso las perdidas siluetas de las casas y el obscuro cielo techonado de estrellas, sino que es preciso imaginarse el efecto artístico de estos combinados elementos y representarse el cuadro con sus luces y colores, sus sombras, sus matices, sus reflejos”. En la plaza del Calvario el tarajaste, al son de la flauta y el tambor, era el ritmo de su baile. Una crónica de 1890 recogía “el descanso del Cristo a su entrada en el santuario” como sorprendente, al quemarse “al mismo tiempo muchos árboles de fuegos artificiales, volaron centenares de cohetes, brillaron multitud de bengalas y se elevaron globos, constituyendo un conjunto imposible de describir”6 .

6 . El Valle de La Orotava, 3 de octubre de 1890.

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Las Tradiciones Icodenses Las fiestas del Cristo serán siempre un termómetro del devenir de la Ciudad. Sus veladas literarias y sus juegos florales de la segunda y la tercera década del siglo XX marcarán un hito en su expansión. Los cosos y los nuevos juegos, como la carreras de sortijas, con cintas confeccionas por jóvenes de la localidad irán mostrando la evolución de la concepción de la fiesta y la adaptación a los nuevos tiempos. Las de 1925 alcanzaron un relieve inusitado gracias a la declaración de su Drago milenario como sitio nacional en ese año y la bendición de su pendón. Número central de esos actos fue la Fiesta del Drago, celebrada en la explanada donde se alzaba y que contó con la presencia y el concurso de un elevado número de poetas isleños que alabaron y ensalzaron con sus versos su belleza y antigüedad. Con ella se quería exaltar su

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hermosura y recuperar su marco para dignificarlo como un auténtico monumento nacional no sólo de derecho, sino de hecho con un parque acorde con sus valores naturales. Dentro de la escenografía destacaron siete mujeres de la localidad ataviadas con trajes típicos que representan a cada una de las Islas Canarias. Abrió el acto el alcalde de Icod Felipe Guzmán Cruz con unas breves palabras, tras las que tocó una sinfonía la banda municipal de La Orotava. El primer orador en la tribuna fue el ex-alcalde de Icod, señor Torres Barroso. Tras exaltar el Drago y su enclave insistió en su declaración como parque nacional. Para él ese arbusto era algo muy íntimo en el alma canaria, donde se conservan entre cenizas y rescoldos las llamaradas y resplandores de la epopeya guanche, que tuvo por escenario el solar tinerfeño. Situado por aquel entonces en un medio poco adecuado, la fiesta para él no es sólo en torneo literario de una hora, sino el crisol en el que se fundan nuestras aspiraciones para que fuera de hecho un monumento nacional. Para ello se debía embellecer el lugar rodeándolo de un espléndido parque, a fin de que todos los que lo visiten puedan admirar su grandiosidad y descubrir el símbolo que representa para nosotros. Ese año fue clave en el devenir histórico de las fiestas. En él se formularon y codificaron significativos símbolos y referentes de su identidad como pueblo, cumpliendo esa función social de identificación con la localidad. Junto con la conversión del Drago milenario en símbolo por excelencia de la ciudad, es la época en que se realza su escudo y se bendice su pendón, que desde esa fecha desfila en sus actos de mayor realce y relieve. Sería Emeterio Gutiérrez López, su cronista e historiador, impulsor del periodismo local a través de sus semanarios, la Voz de Icod, la Voz icodense y la Comarca, quien se encargaría en un acto de explicar el simbolismo de las figuras, colores y emblemas que decoran el escudo de su ciudad. En esa tribuna declaró que por Real Orden e 9 de noviembre de 1921, comunicada por el Ministro de la Gobernación, se le concedió a la ciudad un escudo de armas para usarlo como distintivo en los actos y documentos oficiales con objeto de perpetuar sus hechos meritorios.

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Se compone de dos cuarteles en forma cortada. El primero representa al Teide sobre fondo azul pro significar este monte el principal ornamento de grandiosidad y belleza que radica en la comarca y está sobre fondo azul por ser este color emblema de lealtad y tener también como significado la hermosura y bondad de su clima. En el segundo se ostenta el Drago milenario. Árbol sagrado y venerable, denominado Sitio Nacional por el Ministerio de Fomento, sobre fondo de plata, por significar ésta la franqueza, la belleza artística, el agua y la paz sin sangre que fueron uno de los hechos gloriosos que se realizaron en Icod al incorporarse esta isla a la Corona de Castilla el 29 de septiembre de 1496. Está el escudo orlado de sinope, con ocho racimos de uvas

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de oro por ser una de las denominaciones antiguas y merecidas con que se conoce a Icod de los Vinos. Es de sinope la orla por significar este color la cortesía y el respeto, que son cualidades de los hijos de esta noble comarca, y por significar también la feracidad del suelo. Son ocho los racimos por ser ese número el que la ciencia heráldica asigna para las figuras que decoran las orlas, siendo de oro estos racimos tanto por su color natural, como por significar el oro la hermosura, la generosidad y la abundancia y por significar asimismo de los días el domingo, clásico día en que acuden a sus mercados todas las gentes de estas partes de la isla. Ostenta este escudo cuatro tenentes con figura humana para recordar el hecho histórico de la conquista de Teneri-

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Las Tradiciones Icodenses fe de reunión en la localidad de los cuatro menceyes Pelicar de Icod, Rosmen de Daute, Pelinor de Adeje y Adjoña de Abona para ajustar las paces con los Reyes de España, evitando la efusión de sangre, con lo que se afianzó esta Monarquía en las islas, razón por la que la dicha Corona forma el timbre del escudo. El pendón de la ciudad, había sido admirablemente bordado por las religiosas y las alumnas del colegio del Buen Consejo de Icod. Asistido por el arcipreste de Don José de Ossuna y Batista y por el dominico Fray José María Iglesias, el prelado Fray Albino procedió a su bendición, tras haber sido conducido desde el ayuntamiento por el primer teniente alcalde don Fernando González. Una vez terminada la fiesta, el pendón fue conducido a las casas consistoriales. Los símbolos son referentes y expresiones de los pueblos, incluso aquellos que no son vivenciales y populares. Escudo y pendón, al margen de cualquier otra interpretación, inclusive la de ser identificaciones de carácter oficial, expresan y definen a una localidad. En la historia de Icod, 1925 es un año clave en el que las tendencias de la sociedad local y de sus elites rectoras por hacer prevalecer en la comarca, la isla y la región su trascendencia y esplendor socioeconómico en plena Dictadura de Primo de Rivera, en una época de efervescencia regionalista en Tenerife, en vísperas de la división provincial de Canarias de 1927, en un momento de coyuntural mejoría de la economía isleña y la cubana a la que tan estrechamente estaba ligada la comarca. Pocos después, la Gran Depresión del 29 agravarían seriamente sus condiciones de vida, una inestabilidad socio-política que traería la República y más tarde la trágica Guerra Civil. En esas claves se explica el boato, la grandiosidad y la proyección de sus símbolos, de su Teide cercano y omnipresente, de su Drago milenario convertido felizmente en Sitio Natural, y al que se le esperaba dotar con un parque, de su escudo y pendón recién ganados y bendecidos tan estrechamente unidos a las ideas de eclosión vegetal y perennidad que delatan esos símbolos que realzan un pasado mítico y una tierra próxima al Jardín de las Hespérides delatan.

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Las Fiestas de El Amparo

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l Amparo por su ancestral tradición y por su historia ha concentrado en nuestros días buena parte de las fiestas de mayor arraigo en la localidad: las de San Antonio, San Juan Bautista y la Virgen del Amparo. La devoción al Abad tuvo sus inicios en la parroquia de San Marcos. Colocado junto al arco de la capilla mayor, su culto desde bien pronto alcanzó gran devoción hasta el punto que se le hicieron diferentes ofrendas por sus milagros, entre las que destacaron un báculo y una cochinita de plata ofrecida por Francisca Sopranis de Montesdeoca en su testamento de 28 de marzo de 1793. Llegó a constituir con el tiempo una gran romería, que se celebraba en la plaza de la pila. A ella acudían gentes del lugar y de los pueblos circunvecinos. Tal multitud se agolpaba que se buscó una mejor ubicación. A mediados del siglo XIX se trasladó la imagen a la ermita de San Felipe Neri, celebrándose en ella su romería. Hasta los primeros años de este siglo sería su sede, pero el ruidoso litigio entre la parroquia y la poseedora del patronato, que derivó en la clausura de su culto llevó a que las imágenes y los enseres pasaran, junto al San Antonio Abad, a la casa de dicha familia, donde se encuentra en depósito desde entonces. Para que no se interrumpiese el párroco Julio Delgado decidió buscar otro lugar e imagen. Desde entonces se eligió el Amparo, siendo el santo una talla de madera de carácter industrial . Hasta la década de los 70 del siglo XX se limitaba a la bendición del ganado. A partir de esos años incorporó otra nueva imagen industrial7, la del patrón de la agricultura, San Isidro, que sale con el santo Abad en procesión, con sus basas ornamentadas con claveles8

7. MARTÍNEZ DE LA PEÑA, D. Historia de la ermita de la Virgen del Amparo (Icod).

Tenerife, 1986. pp.67-69. 8. LORENZO PERERA, M. Las fiestas de El Amparo. Tenerife, 1989.

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San Juan Bautista contaba con imagen y retablo propio desde su dotación por Juan José Sopranis de Montesdeoca entre los años 1790-92. Aunque fue sustituida en este siglo por otra, sus fiestas son ancestrales con el desfile de los hachitos en su víspera. Consisten en unos candelabros de dos o tres metros de altura, confeccionados con palo. En su parte alta se colocan unos cacharros con estopas empapadas de petróleo para hacer las antorchas. Todo se decora con ramas del monte, flores y cintas de colores. Antaño se prendían con tea machacada por la punta para encenderse con más fuerza. Su quema era común, pero en El Amparo siempre gozaron de singular prestigio.

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Las Tradiciones Icodenses La plaza se encuentra engalanada. Bajo la media naranja llena de cintas de papel se adivinan algunos ramos del simbólico poleo. El mástil de la bandera venezolano, junto a la española y la canaria demuestra sus vinculaciones. En la noche, cuando en todo la comarca comienzan las hogueras, desde el Lomo de La Vega salen los hachitos con el lanzamiento de gritos y aijijides al son del tambor con el ritmo del tajaraste. Esas luces parpadeantes que aparecen y desaparecen descienden por los caminos hasta terminar en la ermita del Amparo. En los últimos tiempos se han transformado sus adornos con la participación de mujeres y niños, cuyas antorchas son ya de variado tamaño. Se confeccionan sus flores como estandartes, mariposas y otras formas. El último recorrido se transformó en procesión en los cuarenta al incorporar la imagen de San Juan, que es llevada a su encuentro. Hasta esas fechas sólo tenía lugar en su día. Una descripción de 1923 nos ilustra de su recorrido ancestral: “ Desde anoche comenzaron los festejos populares en todos los poblados del término. Cohetes, recámaras, repiques de campanas y típica procesión nocturna de los hachitos, caracoleando por el camino de La Vega hasta el santuario del Santo entretuvieron la atención de los curiosos y devotos durante las primeras horas de la noche de ayer. Hoy los devotos, los festejeros y los parrandistas se reparten en tres diferentes direcciones: unos al monte, al Santuario del Amparo, donde se reúne gran concurrencia y se baila los legendarios tajaraste y Santo Domingo bajo el atrio de la ermita o media naranja, como aquí se llama, cuyo techo está adornado con los cestos de frutas y cintas que las mozas ofrendan como antiguo rito pagano por la entrada del estío al Precursor, al Bautista”9. Pero San Juan se desarrolla también en toda la localidad. Hachones encendidos se dibujan desde las medianías y desde los riscos se ruedan bolas de fuego. En varios barrios, como San Juan de Canales se construye una especie de teleférico entre la loma y la plaza, desde el que se deslizan bolas de fuego o ben-

9 . La Comarca, 24 de junio de 1923.

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galas. También se expresa en el contrapunto marino del santo, como se reseña en 1923: se camina “a las playas, sobre todo a la de San Marcos, donde embarcan en las pequeñas lanchas de pescadores para pasear en el mar en animados grupos de gente joven y alegre, comen luego en tierra, entre los riscos de la ribera y bailan también en los almacenes de empaquetados de frutos”10 . La fiesta por antonomasia de El Amparo es la de su Virgen. En un principio se hacía en diciembre, en la festividad de la Virgen de la O. Se celebra el 5 de agosto, día de la Virgen de las Nieves desde 1645. El capitán Blas de Alzola, al año siguiente, encomendó a sus herederos la fundación de una limosna perpetua de dos ducados para una misa cantada y procesión. En la víspera y en el día de la fiesta se decora la media naranja con un adorno en su puerta principal, el bollo, un enorme bizcochón. Le sigue la rosca del arco, recubierto de figuras de azúcar de colores variados, los alfeñiques, trabados con varillas de caña, cuya elaboración se encomienda a las monjas concepcionistas de Garachico. Cintas de seda, hojas de palma, ramas de laurel y poleo cubren por completo el arco. Las cestas de frutas penden del artesonado. Se elaboran recubriéndolas de hiladas y rosarios de frutas variadas, rematadas en cintas multicolores. Finalmente las madamas, grandes muñecos de pan con lazos y vestidos de papel de gran colorido, se colocan en las esquinas del techo. La fiesta daba comienzo con la víspera. En ella se efectuaba antaño, como era común en la comarca, la corrida de una vaquilla o vaca topona, la tora. Los toreros comúnmente procedían de Los Silos. Era número obligado el de las libreas, integradas por bailarines en número par, seis u ocho, la mitad con traje de hombre y la otra mitad de mujer. Eran siempre varones, mostrando la inversión de roles sexuales, como en el carnaval. Danzaban a ritmo de tajaraste con trajes muy floreados y con el rostro cubierto. Cada uno portaba una caña de pólvora a la que prendían fuego. Simbolizando la lucha entre el bien y el mal, muy próximo a ellos marchaban uno o varios 10 . La Comarca, 24 de junio de 1923.

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diablos que, una vez finalizado el baile, prendían la caña de fuego que llevaban sujeta a la espalda. Junto con ellos desfilaban también individuos disfrazados como caballos. Yuntas de vacas de papel tiraban de carros con barriles de agua o de trillas. En la víspera salía la Virgen en procesión. Le acompañaba el Santo Domingo de Guzmán venezolano. El baile del tajaraste presidía su verbena al son de la flauta y el tambor, al que se añadió el acordeón a comienzos de siglo, como producto de la emigración a Cuba, que influyó también en la adopción de ritmos en forma de guajira. Ventorrillos y comedias populares eran números obligados. Éstas últimas eran manifestaciones de la sátira popular, que reflejaba la vida cotidiana

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de la comunidad, con decorados ingenuos y con actores y autores siempre masculinos. En el día principal, tras la misa solemne, acontecía la procesión con sus paradas para cantar las loas a la Virgen, costumbre que se mantuvo hasta los años cuarenta. Desfilaban varones en número par danzando al son del tajaraste en torno a un palo engalanado con doce cintas de colores. Su música era generalmente una variante del baile sentado, el Santo Domingo. Tres eran los géneros bailables que se interpretan en las fiestas de El Amparo al son del tajaraste: el baile de las lanzas o de las cintas, el sentado y el corrido. El primero, que ya hemos descrito en el carnaval, lo solían bailar en el barrio seis hombres y seis mujeres. En el sentado o de a cuatro intervienen dos hombres y dos mujeres dis-

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Las Tradiciones Icodenses puestos en forma de cuadrado, de forma que cada una de ellas se ve limitada por dos hombres y viceversa. Dos eran sus toques, aunque se bailaban de la misma manera. Uno de ellos era el ya citado Santo Domingo. El corrido es más movido y animado. Los danzantes se disponen en dos hileras, que se mueven en una u otra dirección y se entrecruzan cuando uno de los bailadores cambia, guiándose por la subida de tono del tocador del acordeón. En cada una de ellas se alternan hombres y mujeres. Al cambio de posición a cada hombre le corresponde una mujer. En esos bailes se acostumbra a cantar estrofas de cuatro versos generalmente de carga satírica, o erótica. El portuense Juan Reyes Barlet (1889-1967), hijo del compositor lagunero Juan Reyes Armas, formado musicalmente en Icod en la banda de música que dirigía su padre, y de la que llegaría a ser su director, en la que tocaba ya como flautista desde los 8 años de edad registró con minuciosidad los cambios experimentados en las fiestas de El Amparo. Desarrolló una gran labor de recuperación regionalista que cristalizó en concienzudos estudios sobre la música vernácula, en la publicación de novelas costumbristas como Mariquilla y en composiciones musicales como su Poema sinfónico, su Danza oriental y muy especialmente su zarzuela María Adela. Afamado instrumentista de flauta, la que dominaba con virtuosismo y para la que dejó escritas algunas composiciones, fue un enamorado de la música tradicional, a cuyo estudio dejó algunos trabajos como su Impresión sobre los cantos de la tierra y el que nos ocupa Responsorio de un baile popular antiguo, el baile corrido, redactado en Icod y publicado en el nº34 de la revista Hespérides del 22 de agosto de 1926 y dedicado al flautista del barrio del Amparo Pancho Ramón, cuya foto reproduce, que se resistía a sucumbir frente a la invasión acordeónica caribeña, con la que creía que desaparecía tan noble tradición. Reyes Barlet analizó en ese texto la estrecha imbricación entre la Ciudad del Drago y la Perla de las Antillas: “De Icod a la isla de Cuba hay un camino de hormigas. Cuba es una prolongación de Icod para el campesino de estos lugares. El icodense que no

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haya estado en la Perla del mar Caribe, expresión de un poeta orfebre de por allá- que levante el dedo. Si en Icod nadie se acuesta sin cenar, que no es poca ventaja, a Cuba hay que agradecérselo. La voz gastada en el intenso pregón del lotero por calles y parques de la urbe habanera; el sudor vertido en sembrados de tabaco o caña de azúcar bajo el sol caldeante, calcinador del Trópico, aquí se transmutan en huerto fértil que da mil por uno y ofrece al pequeño propietario un aquitamiento fácil, sin lucha, donde espera aburguesado, aplatanado, la vejez y la muerte. Así todos”. Reflexiones sociales que le llevan a decir que Marx hubiera fracasado en su labor, ya que “la Gran Antilla les ha resuelto desde hace tiempo el reparto equitativo de la tierra”. Cambios en la propiedad, ciertamente, pero estrecha dependencia también: “cuando Cuba anda mal, a Icod le entra calentura y dolor de huesos. Si una mujer del pueblo pregunta al cartero: ¿Ha llegado correo?, ya se sabe que ese correo no puede ser de otra parte que de Cuba”. En él viene la letra de cambio de su manutención y la de sus hijos. Ese antiguo trasiego ha traído consecuencias en hábitos y costumbres, y en el orden espiritual, y como no, en el canto. En él “se reciente de una marcada tendencia antillana el viejo arte músico de origen guanche que ahora está como si dijéramos en el estertor”. Se lamenta que “la flauta agreste y primitiva” y el tambor” que “nos han dejado, se achicaron y dieron paso al acordeón ese instrumento antipático que se estira y encoge como un ofidio”. En 1926, en plena influencia caribeña se lamenta que “el canto canario aborigen, envejecido y desalojado por músicas y cantares de otra tierra, cede, se rinde”. No ha podido a pesar de que “la canción popular es conservadora”, con un admirable “instinto de conservación”. Para él el folklore canario actual es “pobre y sobre todo falto de carácter”. La música de las folías, las isas, el arroró y las malagueñas, aunque recreada en esta tierra, no eran nuestras, aunque han obtenido carta de naturaleza en estas Islas. Los cantos del terruño son los de los aborígenes, pero “nosotros no somos guanches, como los americanos no son indios”. Ellos son más de la

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tierra, de esta tierra, que nosotros, “se puede asegurar que nosotros estamos aquí en casa extraña todavía”. Tuvieron sus cantos y bailes, pues “primero fue el ritmo y más tarde la melodía”. Debieron ser “como todo canto primitivo, rítmicos, ajustados a la danza”. En Canarias esos cantos y bailes que tienen sabor a la tierra, porque son “no me cabe la menor duda, de origen guanche, se llaman el tanganillo y el tajaraste”, en los que toda “su urdimbre descansa en el ritmo”, pues es música para bailar, aunque se cante. En Icod existía, según él hasta hacía pocos años, “un baile corrido de origen guanche asimismo, y cercano pariente por línea rítmica del tajaraste y del tanganillo”. Era bailado por “mozos y mozas bajo las arcadas de la media naranja de las ermitas

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en todas las fiestas”, tañido en flauta y tambor por el mismo individuo. Eran instrumentos de tosca construcción, el primero de tubo cilíndrico con tres orificios en la parte superior para los dedos mayores de la mano izquierda y por debajo uno para el pulgar. El meñique servía para sostener el tambor, que hacía sonar con la mano derecha restante por medio de una banqueta. Su música la utilizó en un poema sinfónico y en su María Adela. Su ritmo vivo y pertinaz, de tres tiempos con la flauta de una ingenuidad encantadora. El baile es suelto de un dinamismo monótono, pero ya no se baila en 1926 con “música propia sino con una monserga de acordeón en tiempo de vals de Strauss”. Sus reflexiones son de gran interés sobre las transformaciones culturales: “es el aporte cubano, impera “la guajira”, como consecuencia del dollar americano”, por lo que los cantos de la tierra “se mueren, se sienten viejos y sin moneda propia que oponer. Es lástima”. Lamento y desazón por “la muerte de los cantos y bailes de la tierra canaria”, porque lo pretérito y lo futuro son la misma cosa: “cazando la modernidad posible es que demos con un bosque desconocido y espléndido cuya belleza nos admire: ese bosque tal vez sea lo antiguo más remoto”. El baile corrido y el acordeón, a pesar de los augurios de Reyes Barlet, subsisten hoy en la música popular icodense como testimonios vivos de los cambios socio-culturales que han moldeado la historia de Icod como el joropo que unas centurias antes tarareaban los campesinos de La Vega emigrados a Venezuela, como aconteció con el mismo padre de Reyes Barlet.

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San Felipe, Santa Bárbara y San Antonio

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o sólo El Amparo es la llama votiva de las tradiciones vernáculas, todos los barrios son un tesoro vivo de añejas fiestas que se resisten a perderse. Fue célebre en el pasado la romería que se hacía a a la ermita de San Felipe Neri, a la que acudían de todos los pueblos de la isla. Fue erigida en 1651 por el licenciado Gonzalo Báez Borges. Tal devoción alcanzó la de San Felipe que en 1687 su patrono Marcos Aguiar Évora obtuvo de la Real Audiencia de Canarias un provisión para poder vender pan y vino a los peregrinos en su hacienda aneja, conservada en la actualidad. El barrio agrícola de Santa Bárbara sigue invocando la protección de la Patrona de los artilleros con sus arcos frutales. Fue construida por Manuel Pérez Rixo en 1712 y subsiste con nueva planta.

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San Antonio fue levantada a principios del siglo XVII por Baltasar Hernández de la Guardia como agradecimiento por librar al pueblo del azote de la peste. Tiene una espadaña blanca y un porche de madera cubierta de tejas que ocupa toda su parte frontal. Un relato de 1923 es bien ilustrativo de los festejos celebrados en su entorno, característicos de las festividades de la comarca: “la ermita de San Antonio, adornada durante el novenario por las niñas casaderas, luce sus mejores galas y su altar huele a rosas, azucenas y geranios. La media naranja y puerta principal están cubiertas con los cestos de frutas y los bollos de alfeñique con cintas multicolores y de ofrendas de las mozas del barrio. Las calles y plazoleta, cubiertas de ramas, banderas, farolillos y telas vistosas en arcos y mástiles, presentan el aspecto de las grandes alegrías. Las campanas, en su incesante voltear, los cohetes estallando en el espacio y los tambores y flautas y los organillos de la Bana con sus cadencias suaves, alegran el caserío de San Antonio, cuyas calles están llenas de ventorrillos y oliendo a frituras y salsas”11. San Antonio, pues, con sus arcos frutales en la media naranja y sus bailes de tajaraste, a los que se les había incorporado el acordeón por la influencia de la migración a Cuba, es un ejemplo más de la pervivencia de tales tradiciones festivas icodenses.

. La Comarca, 17 de junio de 1923.

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Las Angustias y La Perceverancia de Libreas y Diablos

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l indiano Marcos de Torres a su retorno del Yucatán erige la ermita de Nuestra Señora de las Angustias junto a su hacienda, desaparecida en un incendio, a la que se accedía por una tribuna. Había traído la titular de México, donde la mandó esculpir en 1741. Su diadema y la daga fueron hechas en Guatemala. Tras la autorización eclesiástica, se fabricó la capilla en 1746. Una descripción de 1923 trasluce algunas de sus características: “la plaza y calles adyacentes hallábanse adornadas con multitud de arcos y banderolas. El típico arco de frutas y dulces frente a la puerta de la ermita fue muy elogiado por los visitantes de las fiestas, que encontraban una nota de sencillez campesina en la tradicional costumbre conservada todavía en nuestras fiestas rurales. La procesión de la devota imagen recorrió estos años todas las calles procesionales de la población,

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acompañada de la banda de música municipal y de numeroso gentío. En la noche hubo mucha concurrencia en la plaza de la ermita, donde se quemaron varios fuegos artificiales, se representaron entremeses por aficionados del vecino Puerto de Garachico, amenizando la agradable velada la banda municipal”12 . Pero nada se dice de las libreas y los diablos tan característicos de ese barrio y de las fiestas icodenses, de los que sólo han subsistido como auténticas reliquias los diablos de Las Angustias. Éstos, como reseña Juan Gómez Ravelo, han perdido su forma cónica y alargada, que imponía el primitivo armazón de cañas y juncos, para adquirir más recientemente una forma que se asemeja más a los gigantones que a los diablillos que les dieron origen. En fechas bien recientes convivían con los cabezudos o enanos, 12 . La Comarca, 30 de septiembre de 1923.

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Las Tradiciones Icodenses los célebres papahuevos tan característicos de la fiesta insular, que daban escolta a las figuras principales. En la festividad de Nuestra Señora de las Angustias giraban alegremente al compás del tambor a la espera de la salida de los diablos, a los que acompañaban en su recorrido callejero con su marcha descompasada y burlesca13. Danzas, libreas y animales fingidos, a los que nos referiremos más adelante, formaban parte de la esencia de la fiesta tradicional de Icod y del conjunto de la comarca, subsistiendo las primeras como auténtica reliquia en las fiestas de la Consolación de El Palmar de Buenavista. Eran hombres disfrazados, la mitad de ellos con atuendos femeninos que bailaban dentro de la procesión. Gómez Luis Ravelo reseña que en Las Angustias se bailaba en la plaza, disfrazados, con la cara tapada, vestidos con faldas negras y blusas coloreadas. Otro tanto hacían en El Amparo con caretas de tela y en El Buen Paso enmascarados con trajes de colores llamativos. En Santa Bárbara eran todos hombres ,unos disfrazados de mujer y otros de varón al son del tajaraste y del acordeón14. .Estas danzas presentan, pues, las características de un ritual de hombres en el que se da la inversión sexual. Junto con los elementos monstruosos que traslucían entre la población la imagen de una permanente batalla entre el bien y el mal abrían la procesión del añejo Corpus. Los diabletes tenían implícito ese carácter juvenil, burlesco y demoniaco que siempre está presente en la mentalidad popular, tentando a los concurrentes. Ese carácter de transgresión de lo establecido de esas figuras aparentemente tolerado conecta una vez más con las intenciones catárticas de las fiestas en su función de paliativas de las tensiones sociales cotidianas. Estos monstruos satíricos, que incluso se emplearon contra el obispo Guillén en 1749, tenían la finalidad dentro del programa ideológico de la fiesta de presentar el mundo como una constante lucha entre el bien y el mal. El Corpus y las Vírgenes aparecían en 13. Véase al respecto, GÓMEZ LUIS RAVELO, J. “Las antiguas fiestas del Corpus-

Christi y las libreas de Icod”. VI Festival de rescate folklórico. Icod, 1997. 14 . GÓMEZ LUIS RAVELO, J. “Op. Cit.”. pp.50-52.

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ella la exaltación del bien simbolizado en la Eucaristía como sacramento. El mal estaría personificado en esas huestes satánicas que asume como suyas la sensibilidad popular. De esa forma, la ceremonia cobra en consonancia una dimensión casi mágica, catártica, para conjurar los maleficios, propiciando con la exaltación de la Divinidad y su desagravio la plenitud de las cosechas y la extinción de las calamidades originadas por nuestros pecados. Adquiere por tanto carácter de inmolación de sacrificio ritual en estrecha correlación con su carácter de fiesta votiva y regeneradora de la naturaleza, de paliativa de los males que acechan a los cultivos. El empleo de elementos irracionales persigue precisamente el paroxismo psicológico del espectador. El aparente desorden y caos

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Las Tradiciones Icodenses horripilante de esas figuras se corresponde con una fórmula sutil y perfectamente programada de codificar e instrumentalizar el miedo y la diversión para que asuman de forma sublimada los contenidos ideológicos tridentinos. En esa dialéctica reside la aparente contradicción de la trama festiva al emplear esos elementos diabólicos en una fiesta de exaltación de Divinidad. De ahí que no fueran a contrapelo, sino que aprovechaban meticulosamente la sensibilidad de las capas populares. Pero, claro está, esa difusión del programa ideológico fundamentado en esa heterodoxa coherencia de dejar hacer y tolerar desviaciones para fortalecer los dogmas no era bien vista por los sectores eclesiásticos y seculares cada vez más significativos entre los grupos sociales dominantes que propugnaban su destierro y abogan por un culto solemne y estricto que prohibiese tales expresiones. De ahí que se conservase sólo en las fiestas campesinas y desapareciese del Corpus Christi y del conjunto de las parroquiales.

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San Bernabé y Las Toras

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n La Vega, en la festividad de San Bernabé, en su ermita erigida en 1709 por Nicolás Agustín de Alzola, que mantiene su primitivo encanto y su pequeña talla de sabor popular, la corrida de las “toras” era número obligado. En su víspera una especie de bicha de pesados movimientos con fuegos artificiales atraía la concurrencia. La variedad de sus rituales y disfraces constituye, a pesar de su decadencia, uno de los símbolos de su patrimonio etnográfico. Los animales de imitación estaban presenten en las fiestas icodenses de El Amparo, Santa Bárbara, La Vega y Las Angustias. En la primera un toro de largos cuernos y un caballo eran vestigios de un grupo más nutrido en el pasado. En Las Angustias las libreas eran precedidas por una escolta formada por un toro y caballos llevados por un hombre, cada uno como jinete. Se hacían con un armazón de palos o cañas forrado de tela metálica cubierta de tela de sacos pintados. Se adornaban en la parte baja con largos flecos de papel de seda de colores chillones15. En el populoso barrio de La Vega existía la costumbre de correr vacas en sus fiestas patronales, tradición por lo demás generalizada en la comarca y que se celebraba también en el colindante pago del Amparo, y muy especialmente en Los Silos. Las fiestas de San Bernabé eran bien célebres a principios de siglo. Sobre sus gentes, diría el cronista de la ciudad Emeterio Gutiérrez López, que a ellas acudían sus mozas robustas y de rosada tez, con ojos grandes y azules, “distintivos típicos de las mujeres de este barrio, completamente diferentes, como los hombres, de los demás habitantes del término, luciendo en el pecho y orejas 15. GÓMEZ LUIS RAVELO, j. “Op. Cit.”. pp.53-54.

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vistosos collares y pesados aretes y las manos cuajadas de sortijas de oro y piedra preciosas, de antiguo estilo y traídos de tierra firme”. Tal y como se tratara de auténticas indianas nos estaba hablando de las estrechas conexiones del pago con la intensa emigración en el siglo XIX a Venezuela. El arraigo de tales costumbres se podía apreciar en aquellos tiempos en los hermosos joropos cantados por los campesinos de La Vega en aquellos tiempos. En las fiestas caminaban delante del santo a través de los rubios trigales a principios de siglo matizaban con las amapolas los contornos del lugar rollizas vacas adornadas de cintas y campanillas conducidas por jóvenes con sombreros y fieltro y largadas y agudas aguijadas. El alegre repiqueteo de las campanas, los ajijides de la multitud y los ruidosos fuegos de artificio daban colorismo y arraigo popular a los festejos. Uno de los elementos más característicos de la fiesta de San Bernabé eran las llamadas “corridas de toras”, que eras vacas “to-

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Las Tradiciones Icodenses ponas”, que pegaban con la frente como los carneros. Nos introduciremos a ellas a través de un artículo del lagunero afincado en Icod desde 1915 Manuel García Pérez publicado en 1916 en el periódico orotavense “Vida Moderna”16. En esa ciudad se estableció tras pulular por diversos pueblos y pagos de la isla como el Puerto de La Cruz, La Orotava o Los Naranjeros. Allí abrió un colegio particular de enseñanza primaria en ese año, que regentaría durante varias décadas. Su gran afición por el periodismo le llevó a publicar numerosas colaboraciones en la prensa tinerfeña bajo su firma o con el seudónimo de Tinguaro, llegando a administrar el periódico portuense “Diario del Norte”. Entusiasta impulsor de la cultura y tradiciones icodenses, fue uno de los redactores de “La Comarca”. Manuel García acudió a una corrida de toras en la fiesta de San Bernabé el 13 de junio de 1916. Era una fiesta, como él denomina, a la antigua usanza campesina. Cuando llegó a La Vega varios tamborileros y las campanas anunciaban por los contornos que el pueblo estaba de fiesta. Un voluminoso tambor “hacía una bulla de todos los diablos”, hasta el punto que sus ruidos le tenían mareado, pero no a San Bernabé que con sus espigas en la mano permanecía sereno, acostumbrado a sus estridencias. A las cuatro de la tarde dio comienzo en la plaza a la corrida. Con ironía relata Manuel García que “el momento fue solemne. Las campanas y los tambores por poco no se hacen pedazos. Los vegueros prorrumpieron en ajijides y exclamaciones frenéticas. Un solo personaje era el encargado del toreo. Procedía de Los Silos y era “un mago con trapitos de cristianar y un guiñapo en la mano. Llevaba además las “zapatillas” caseras”. El espectáculo era amenizado todo el tiempo por otro silense que tocaba al mismo tiempo un tambor y una flauta pastoril. Cobraba por tocar todo el tiempo que durase la fiesta de San Bernabé dos pesos antiguos, esto es la tarde y la noche del día 11 y todo el día 12. Sobre su módico salario diría:” ¡Qué barato trabajan estos Wagners tinerfeños! 16 . Vida moderna, La Orotava, 15 de junio de 1916.

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“. Es significativo reseñar este hecho porque bien entrado el siglo veinte era tan arraigado el tajaraste en todas las fiestas del NE de la isla que el empleo del tambor y la flauta era insustituible e imprescindible en los bailes y verbenas populares,con sus repetitivas melodías sonando en todos las fiestas, inclusive en las de la misma romería de San Roque y en las fiestas patronales de Icod. El primer acto de “la corrida” es bien curioso. Consistía en la salida de la regadera, que constituía “en las típicas plazas tinerfeñas un acontecimiento. Es el acto de más lujo”, especifica con demoledora burla. “La regadera” era una yunta arrastrada por una corsa, adornada con ramas y gallardetes, formando una especie de carroza. Dentro de ella iba una barrica de agua con dos agujeros, uno en cada fondo. Al llegar a la plaza se le quitaban los tapone y comenzaba a regar la plaza, dando vueltas a su alrededor entre los ajijides y el regocijo del público. La corsa era una especie de trineo de procedencia portuguesa con el que antiguamente eran transportados los toneles de vino. Téngase en cuenta que en los puertos se transportaban con ellos hasta bien entrado el siglo XIX los barriles a las barcas que los conducían a las embarcaciones, como acontecía en los dos puertos principales de la isla, Santa Cruz y el Puerto de la Cruz. A continuación salía una vaca que nada tenía que ver en sus intenciones con un toro de lidia, “que lo que menos que piensa es embestir al “torero”, aunque el boyero la pique con el aguijón”. Al verse acosada lo que hace es buscar una salida. En vano se empeñaba con su trapo en hacerle una escaramuza. No se topa, aunque le den palos. Por fin se la llevan, mientras que “el trapero” se contonea en medio del “ruedo” con mal disimulada inmodestia. Sale una tras otra y ninguna muestra la más mínima intención de ser toreada, hasta que una novilla, irritada cuando el “jayán” le saca el trapo, se vuelve contra el calificado torero. En ese instante, el hombre, con desarrollado instinto de conservación, pone pies en polvorosa. El dueño de la vaca no cabe en sí mismo satisfecho de que su animal tope y espante al héroe de la tarde, se considera el más feliz de los mortales en esa tarde veguera de fiesta y de frío. Le dice al tocador

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Las Tradiciones Icodenses de la flauta y el tambor, sin poderse contener de alegría que toque, porque su vaca ha topado y vale un Perú, que “ni por los mayores tesoros del mundo cambiaría él su vaca ayer tarde”. Y de repente se pone fin a la corrida. Sarcásticamente García se ríe del torero de zapatillas ortodoxas de la enciclopedia torera, en fin, afirma que “se me desapareció la antipatía que sentía por las corridas de toros”. Las corridas de toras hace tiempo que desaparecieron de la faz de la fiesta icodense. Sólo quedan en el recuerdo de las personas de mayor edad. Pero formaron parte de las expresiones festivas de los pueblos de la comarca NE de la isla, como sus ancestrales tajarastes que todavía conservan y forman parte insustituible de las fiestas del Amparo bailando y sonando en la hermosa media naranja de su ermita del Amparo.

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Las Tablas de San Andrés

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a víspera del 30 de noviembre, de la festividad de San Andrés, cuando el vino nuevo viejo es, tiene especial resonancia en Icod, centro de añejas tradiciones que tenían antaño uno de sus epicentros en La Vega, como la de las tablas, en una época de ambigüedad entre la noche y la luz, entre la muerte y la vida. San Andrés evoca la vuelta de los adultos a la infancia, dominando la chiquillería sus empinadas calles, presagiando ese invierno que está a punto de nacer. En Santo Domingo, donde las concomitancias culturales con Canarias son tan notorias. es una fiesta de humor, alegría, bullicio. Desorden y gritos en los que se arrojaba agua, harina y cascarones de huevo rellenos de cera que se recogían en las tumbas después de finado17. Si en Europa las grandes fiestas de enero ayudan al débil sol invernal. Le facilitan luz y calor, expulsando el frío, las tinieblas y las enfermedades, aquí, sin embargo, próximos al invierno, en el tránsito entre la muerte otoñal y el renacimiento de la vida con la infancia invernal, en San Andrés, el ruido hace su aparición en forma de exorcismo frente al mal tempo que se aproxima. Día de asistencia obligatoria a misa en el pasado, es fiesta de vino, de castañas y de matazón del cochino. Las tablas, como los cacharros en el Valle de La Orotava, pero antaño también los primeros, simbolizan lo viejo, purifican las calles y rompen el silencio nocturno, estableciendo el caos en la subversión de una noche en la que el vino deja, apenas recién nacido, de ser infante, para pasar en un rito de paso, a poseer los atributos de adulto, con el trasiego de las corsas portuguesas que llevaban a la mar las barricas para limpiarlas. En una cultura vinícola como era la icodense, no es casual era directa 17. PÉREZ MENEEN, F. La Iglesia y el Estado en Santo Domingo (1700-1853). Santo

Domingo, 1997.p.75.

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imbricación entre esa voz y especie de trineo de origen lusitano con la fiesta del vino nuevo. La definición de Álvarez Rixo es bien precisa: “es una especie de trineo formado con dos maderos rústicos a lo largo y dos travesaños, el delantero de los cuales es más corto”18. La más antigua referencia que tenemos de tal ambiente festivo por San Andrés la recogió Montesdeoca García en 1927 sobre unos antiguos versos atribuidos por el pueblo al célebre fabulista Tomás de Iriarte:

En Calzada de Cocho Los chicos juegan con cien tablas al Mocho Y allí pelean. El juego de palabras delata la rima entre la calle empinada donde residía su familia, los Cocho de Iriarte, con el juego del mocho. Éste “consistía en hacer bajar las tablas por la pendiente engrasada y tripuladas por dos o más mozuelos, llevando adelante unas bridas de cuerda gruesas con las que se le daba dirección que se deseaba” . Las tablas o carro de San Andrés es, por tanto, una de las tradiciones icodenses. Por antonomasia. Niños y jóvenes se montan en ellas untadas con aceite, cebo de cerdo, grasa, cera o babas de penca y se deslizan por las pendientes calles a toda velocidad. Dos calles son las más utilizadas, la del Plano en El Calvario y la de San Antonio, donde alcanzan velocidades que superan los 50 km/hora . El silencio se rompe con el ruido. El bullicio de los niños preconizan los prolegómenos de la noche invernal que, como hemos visto, simbolizan la subversión del orden establecido con el imperio de la infancia y la ruptura de los valores convencionales. San Andrés simboliza la ruptura del otoño y el nacimiento del invierno todavía embrionario, evoca un corte entre el tiempo que fenece y el que desde el 8 de di-

18. Recogido en Tesoro lexicográfico del español de Canarias. Madrid, 1992. p.333. 19. Gaceta de Tenerife, 17 de febrero de 1927. 20. GALVÁN TUDELA, A. Las fiestas populares canarias .Tenerife, 1997. pp.102-108.

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ciembre en las islas se da paso con fuerza, en el que de las ánimas de los muertos se da paso al nacimiento del infante y por ende en el renacimiento de la vida, expresado como no en una cultura agrícola atlántica subtropical en el vino nuevo y la matazón del cerdo.

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Introducción a las Fiestas Tributarias en Icod en Honor a la Entrada en España de Fernado VII

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ste texto que aquí presentamos es sin duda una obra singular. Es la primera relación de fiestas celebradas en Icod quese dio a imprenta. Fue editada significativamente en Madrid en 1816 y recoge los actos tributados en la ciudad del Drago a Fernando VII tras su llegada a España, libre ya del cautiverio de Bayona, tras la derrota de las tropas francesas que habían invadido la Península Ibérica durante la Guerra de Independencia. Al respecto conviene formular una serie de presiones que nos ayudan a comprender los móviles de tales fiestas y regocijos públicos que hicieron vibrar con una brillantez inusitada el casco icodense. En primer lugar, Icod, que se había significado durante el primer período constitucional de las Cortes de Cádiz como un municipio donde predominaban los sectores liberales, había alcanzado en 1813 la capitalidad del partido de Daute en las elecciones a diputados a Cortes en pugna con Garachico, cuya posición hegemónica era impulsada por los sectores más próximos al absolutismo y a la elite tradicional, fundamentada en su peso histórico tradicional en la comarca. Había visto ser elegido en ese primer Congreso a uno de sus hijos, Santiago Key y Muñoz, como diputado. Era, pues, una época de expansión social y política de su burguesía local, capitaneada por el que fuera más tarde, en 1817, primer Marqués de Santa Lucía, Francisco de León Huerta. Una dinámica capa intermedia de la sociedad, enriquecida por el dinero americano y por la pujanza de su economía durante esos años, era la promotora de esos cambios. Cuando con todo lujo y boato se celebran esas fiestas icodenses, ese grupo social vivía un período de esplendor económico que bien pronto se tornaría en crítico. A partir de 1796, con

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el bloque napoleónico de Gran Bretaña, el Archipiélago Canario volvió a vivir un período dorado de salida de sus producciones vinícolas. Se había efectuado la reconversión de sus cepas desde la década de los treinta del siglo XVIII, con la sustitución del malvasía, que ya no tenía posibilidades de venta en Inglaterra por la política británica de favorecer por sus ventajas económicas para ella al Oporto, de sus zonas bajas e intermedias por el vidueño. Éste último era un caldo que procedía de diferentes tipo de uvas blancas, para su exportación a los Estados Unidos, donde tenía salida. La nueva coyuntura bélica favoreció de forma inusitada sus ventas en el Reino Unido gracias a su transporte en buques de países neutrales, especialmente norteamericanos, lo que motivó el plantío masiva de uvas por todo el conjunto de la comarca, que tenían rápido consumo en la ávida Gran Bretaña que por esa política de aislamiento galo no podía acceder a los vinos europeos. Con la paz en 1814, paradójicamente, se hundió de forma definitiva ese sector vinícola que había sido hegemónico en las exportaciones isleñas desde mediados del siglo XVI. Inglaterra volvió a recibir caldos europeos y el Archipiélago perdió ese mercado que había cimentado en esas dos décadas su prosperidad, contentándose con un cada vez más decadente demanda norteamericana que se hundirá definitivamente en la década de los cincuenta con la irrupción del dos parásitos americanos, el oidium y el mildium, que dañarán seriamente nuestros parrales hasta entonces exentos de sus quebrantos. Cuando la corporación municipal icodense adopta los acuerdos de adecentar y encalar las casas y efectuar el cierre con muros de los sitios yermos y de celebrar los festejos en honor de la arribada a España de Fernando VII los días 23 y 28 de abril de 1814 estaba vigente la Constitución de 1812 por la que habían sido elegidos sus munícipes. Mas, el rey, pocos días después dicta el célebre decreto de 4 de mayo que declara abolidas las Cortes, suprimidas las libertades constitucionales y la soberanía de la nación y le convertía de nuevo en monarca absoluto. Era, pues, un cambio muy sensible, que conviene ser tenido en cuenta.

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Las Tradiciones Icodenses Pese a todo, volviendo la legalidad vigente a la situación anterior, la corporación vuelve a promover, eso sí dentro de los parámetros del Antiguo Régimen, su constitución como capital de la comarca, solicitando al Rey su erección como villa y por ende, como alcaldía mayor y juzgado de primera instancia, como había sido obtenido en 1648 por La Orotava y en 1803 por Santa Cruz. La celebración con gran suntuosidad de estos festejos en honor del restablecimiento del gobierno de Fernando VII era una prueba de su lealtad y de su carácter hegemónica en la comarca. De ahí que el objetivo de su clases dirigente no fuese sólo tributar ese homenaje, sino plasmarlo en una edición en la misma Corte que sirviese de pormenorizada relación al Monarca de la solemnidad con que la ciudad del Drago proclamó su inquebrantable adhesión a Fernando VII. De ahí que dos años después de celebradas, en 1816, fuera impreso en Madrid en la imprenta del Diario el documento donde se narra que se conservaba en el archivo municipal protocolizado y del que daba fe el escribano local Antonio García de León y Estévez.. Debemos, pues, entender las claves que dieron lugar a estos monumentales festejos y su posterior impresión en esa particular coyuntura. La solemnidad que se le dio a tales fiestas tenía como objetivo la proclamación del Monarca en la misma forma con que era efectuado en las capitales insulares, sedes del único ayuntamiento vigente durante el Antiguo Régimen. En La Laguna, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de la Palma en el momento de la ascensión al trono del monarca, se le tributaban unas fiestas con gran suntuosidad y en las que el Alférez Mayor de la Isla con el pendón insular tremolando corría con una parte esencial de los gastos, lanzando al aire monedas para que fueran recogidas por los pobres y mendigos del lugar como sinónimo de su riqueza y magnificencia. El propio Viera y Clavijo nos ha dejado una relación impresa de la de Carlos III en La Laguna y el garachiquense Francisco Martínez de Fuentes otra manuscrita en la que describe con todo lujo de detalles la de Carlos IV en Las Palmas. Dentro de ella, y con toda su aparatosidad, aparte de saraos, te deum y convites, desempeñaba

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un papel primordial la arquitectura efímera, que era desplegaba por todas las casas, plazas y calles engalanadas y repletas de luminarias para su visión nocturna. Para su esplendor contribuía no sólo el municipio, sino las diferentes comunidades y los particulares más acomodados que exhibían de esa forma ante sus conciudadanos su preeminencia social y la majestuosidad y originalidad de sus monumentos de carácter figurado que reproducían diseños de templos y esculturas de la Antigüedad Clásica. Doseles, arbustos, juegos de espejos, luces, jeroglíficos, composiciones poéticas y todo tipo de recursos estéticos tratarían de impactar sobre las muchedumbres

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Las Tradiciones Icodenses que acudían a ellos de todas partes, movidas por su grandiosidad y capacidad de asombro. Las fiestas icodenses querían aparecer ante los ojos del Monarca y del pueblo de la comarca, como las de una capital insular con toda su formulación y boato, representando el futuro Marqués de Santa Lucía el papel de un imaginario Alférez Mayor. Por eso comenzaron con unas rogativas públicas y una solemnidad de acción de gracias con estaciones en todos y cada uno de los conventos, que conducían a sus santos patronos y el del monarca, incluso el del incendiado monasterio de bernardas, cuyos cimientos por esas fechas se habían levantado de nuevo. Debemos recordar que el 2 de mayo de 1798 se originó en Icod el voraz siniestro que lo destruyó y seis casas más, entre ellas las municipales y las del citado Francisco de León y Huerta. El solar de ese cenobio fue adquirido más tarde por la corporación municipal icodense y sobre él se levanta la plaza que lleva el nombre de Andrés de Lorenzo Cáceres. El templo de San Marcos estaba lleno para el acto se suntuosos doseles de terciopelo y galones y flecos de oro y una iluminación “costosísima de hachas de cuatro libras de cera y candelones de dos, todo a expensas de sus párrocos y clero. En la suntuosidad de la fiesta se trataba de reafirmar el poder real, y por ende el de las autoridades que lo representaba. Por tales circunstancias todo debe estar estrechamente controlado para alcanzar el fin legitimador propuesto para evitar tensiones y conflictos que lo pusieran en cuestión o en entredicho. De ahí los bandos desplegados varios meses antes de esos cuatro días de julio, 24, 25, 26 y 27, en torno a Santiago, cuyo simbolismo monárquico como patrón de España está presente, En La Laguna, por ejemplo, el Corregidor Joaquín Bernad en La Laguna por un edicto ordenó a sus vecinos la obligatoria iluminación de los casas a la señal del repique general de campanas, para evitar los descuidos que se podrían ocasionar con la oscuridad. En esa curiosa normativa se insiste en que “la Augusta celebración de que se trata debe absorber en sí cualesquiera otro respecto”, por lo que todo el mundo debe manifestar su

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complacencia y alegría, hasta el punto que durante ese tiempo deben suprimirse “los trajes de luto y cualesquiera otro que desdigan de la celebridad”. Se prohíbe el tránsito con palos, garrotes y rosaderas, la modificación de los precios a las venteras, lonjeras, mesones, bodegones y transportistas, para que la especulación no levante quejas y se ordena taxativamente el cierre de sus establecimientos a la hora reglamentaria. Es bien significativo también que se sancione la formación de cuadrilla y la censura y mofa de los espectáculos públicos y sus actores1. De ahí que en Icod se anunciase la festividad con repique general de campanas, con lo que se empezaron a dejar ver gentes de todos los pagos y pueblos del contorno, “atraídos de la fama que por todas partes cundía del aparato y disposiciones que se tenían tomadas para la suntuosidad de cada una de las funciones”. El Alferazgo Mayor de la isla por el prestigio e importancia social que delata y el espectáculo que suponían los actos solemnes en el que intervenía en situación bien privilegiada era un cargo bien apetecible, lo que llevaba a las familias más ricas de cada una de ellas a su incorporación a su mayorazgo y a su perpetuación por sanción regia. Dentro de esa exhibición de pompa, magnificencia y grandeza desempeña un papel esencial no sólo el acto de tremolar la bandera en un tabladillo alfombrado levantado al efecto y pasear engalanado a caballo sino su exhibición con el lanzamiento de monedas a los más menesterosos que acudían a recogerla. Ese papel era desempeñado en Icod por el citado Francisco León Huerta, revestido con su uniforme de caballero de la orden de Alcántara. Por eso corrieron a sus expensas los más hermosos objetos de la decoración. Colocó en primer lugar al frente de la calle principal que subía a la entonces plaza mayor o de la Pila y a la por entonces tan sólo plazuela de la parroquia un triunfo de nueve varas de alto iluminado por la noche en su interior. La iluminación general comenzaría desde la primera noche. En una ciudad en que reinaba la oscuridad, y en el que la noche ocupaba un lugar tenebroso, peligroso y lujurioso en las conciencias 1. Archivo municipal de La Laguna. Sign. P-IX-41.

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Las Tradiciones Icodenses de sus habitantes, la exhibición luz rompía con la tónica general y daba una excepcional magnificencia a los actos. Pero, dentro de una ambivalente concepción, era también la hora de la fiesta, del baile y de la diversión, de la exacerbación de las pasiones. El poder establecido, para reafirmarse, conjuga durante estas celebraciones estas dos oposiciones para exaltar su legítima autoridad. Había dos tipos de iluminaciones, las de las casas, calles y plazas que a veces se agrupaban artísticamente y hacían juegos móviles por medio de artificios mecánicos y las que formaban parte de las estructuras más complicadas a modo de altares, creadas con vistas a una exhibición fundamentalmente nocturna. Los elementos decorativos de estos altares tienden a aumentar la luminosidad el conjunto a través de vidrio molido, espejos dorados, etc, con el fin de crear un efecto mágico que en algunas ocasiones se refuerza por medio de mecanismos que ponen ciertas partes en movimiento. Constituye un espectáculo que llama la atención a la generalidad y tiene todas las características de un iluminismo barroco. Los altares iluminarios son la conjunción de distintas artes (arquitectura, escultura, pintura y decoración mecánica) realizadas todos ellas por artesanos de habilidad. Sus entramados no necesariamente tenían una explicación

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mimética y automática, y en realidad se correspondían con el gusto popular y no con el de encargos elitistas preconcebidos, ya que su objetivo era conmover al pueblo y no satisfacer las expectativas una minoría. La hipertrofia de los accesorios no era una concesión al público, sino un fin en sí misma. Lo importante es el artificio y la belleza de los elementos, que poco o nada tenían que ver en ocasiones con la lectura del tema. Resultaban atractivos e interesantes por sí mismos, al margen de todas consideraciones interpretativas. La relación describe detenidamente el obelisco que en su cima sostenía una estatua de España como señora de España y América a cuyos pies estaa un León que abrigaba debajo de sus garras los dos globos y fijaba sus ojos en Ella, que en su mano derecha tenía el escudo de las armas reales. Por demás estaba claro la vinculación del monárquico animal con el apellido del patrocinador. En su basamento una composición en forma de octava ensalzaba su victoria sobre Napoleón. Otro arco triunfal fue costeado por él en la plazuela situada entre la parroquia y el monasterio de las de bernardas con exaltaciones a la religión, al monarca y a los que derrotaron al emperador francés. Otro tercero fue levantado en la calle que sale de la plaza para la ermita de San Antonio con ins-

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cripciones de loa a Fernando VII y a la Monarquía. Sus adornos estaban formados por hojas de laureles, gibalveras y olivos, enlazados con las de arrayán. Finalmente sobre sus casas principales se construyó otro de planta más augusta con cuatro estatuas que simbolizaban el Valor, la Religión, la Ternura y la Política y en el centro el retrato del monarca, con colores transparentes que permitían su visión desde ambos lados, todo ello lleno de inscripciones que ensalzaban la contribución de la Religión y la Monarquía a la victoria sobre los invasores. De las esquinas de los pedestales surgían festones de flores con cuatro medallones en sus centros con poesías alegóricas a tales éxitos. Para realzar ese conjunto central de la fiesta se iluminaba por la noche con hachas de cera y se tocaban piezas de música en los intermedios de los fuegos artificiales.

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Como la plaza de Santa Ana en Las Palmas, esos arcos costeados por León Huerta constituyó el teatro de los festejos principales, donde se iban a representar todas las ceremonias y festejos de la proclamación real. En todo su entorno se recubrían los balcones y ventanas de su casa de lienzos con figuras transparentes alusivas a esa conmemoración con versos jeroglíficos que en la mentalidad de la época trataban de atraer al espectador, importando poco que fueran comprensibles para él. Su objetivo era exaltar la grandeza de los Monarcas y la fidelidad de Icod al poder Real. Esta arquitectura efímera tiene toda ella una finalidad propagandista. La imagen que se transmite de los monarcas y de la Corona es ideal. Se subrayan sus aciertos y las esperanzas en ellos depositados, suponiendo que en ellos residen las Virtudes Cardinales, que adornaban al espíritu regio. Estos arcos conjugan motivos y temas iconográficos del mundo clásico que hacen más explícitos los contenidos. Se exponen los símbolos visibles del poder regio, las armas reales columnarias y los Reales Retratos en cetro y lugar referente, siempre vigilados para no ser profanados y la lealtad que emana de la localidad. Constituía todo ello un programa alegórico de exaltación de la Monarquía a través de la fidelidad y la sumisión de la isla al Rey y a la Iglesia militante y victoriosa. Obviamente se quiere prescindir de toda referencia al hecho que contraponía la decisión tomada por la corporación municipal suprimida con la restauración de la Monarquía absoluta. Hay que hacer tabla rasa de ese pasado sepultado por orden regia. Dentro de la sensibilidad popular se dibujan tales curiosidades que no tenían ninguna carga simbólica, y que nada tenían que ver con la esencia del monumento, pero que “entretenían en su particularidad la atención de los concurrentes”. Es ese el quid esencial de la cuestión, la alegoría nos muestra su simbolismo, pero lo determinante es la conmoción que lo extraordinario, lo llamativo en sí mismo ejerce sobre la gente al margen de toda interpretación de los jeroglíficos, que, por otra parte, aparecen explicados para el lector culto a través de la poesía que los descifra. La decoración de estas arquitecturas efímeras encontró en la emblemática un complemento casi connatural. Con el uso de imá-

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Las Tradiciones Icodenses genes simbólicas, cuya significación se insinuaba a través del texto poético, se trataba de apuntalar un discurso propagandístico de las ceremonias de proclamación, no tanto para dar por sentada su realeza a través de constataciones precisas, sino por la capacidad efectista y de misterio que esas decoraciones nos muestran. El conjunto de todo ello constituye una glosa de la Monarquía, de sus virtudes y de su linaje, de los logros de su actividad pública, pero también de la lealtad y sumisión de Icod a Fernando VII. Expresa una manifiesta exageración de la alegría popular ante su Coronación. Este recurso, denominado por Maravall “de persuasión indicativa”, supone un principio de vigencia universal. Se apoya en el uso de las ventajas expositivas de la imagen frente a la palabra para llegar hacia la gran mayoría de la población, que es iletrada a través de la seducción no sólo de la iconografía tradicional, sino otra de carácter más excepcional, y por tanto con mayores posibilidades de captación y deslumbramiento, la literatura de emblemas. La escenografía se orienta, pues, hacia la exaltación del poder y en particular de la imagen del Monarca y de la Corona. Por ello el lenguaje simbólico no se codifica para un ámbito social reducido y elitista, sino que sirvió hasta cierto punto para cubrir un relativo vacío teórico sobre la Monarquía y el poder. Se entiende así que, a pesar de los notables gastos económicos que originaban estas fiestas de la Proclamación y sus fastos quedaran al abrigo de la ofensiva ilustrada contra las fiestas que era visible en las celebraciones de las cofradías en la segunda mitad del Siglo XVIII. En la plaza de la Pila la noche del domingo se exhibieron diferentes fuegos artificiales. La plaza estaba decorada como un jardín con árboles enteros, de los que prendían bombas iluminadas. La pila estava adornada con arcos sobre columnas con minas. Una medida y precisa luminotecnia atraía por su novedad y resplandecencia a los espectadores. La transmisión de la luz en la nocturnidad era el objetivo que traslucían esta arquitectura efímera Todas y cada una de las casas particulares en las que residían individuos preeminentes del clero y la burguesía local se esforzaban por mostrar su efectismo y su lealtad a la Monarquía y con ello

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simbolizar su preeminencia ante la sociedad durante el día y muy especialmente durante las cuatro noches que debía permanecer la ciudad iluminada. Por su originalidad destacaba el arco triunfal levantado por Alonso Méndez de Lugo y Nicolás Padilla. Las familias más pudientes del casco construyeron a sus expensas arcos llenos de frutas, árboles, aves y todo tipo de animales, como el de Norberto y Bernardo Torres al doblar la calle que sube de su ermita familiar de Nuestra Señora del Tránsito, que servía de invitación a todos los que venían desde los pueblos de la Isla Baja. Decoraciones suntuosas y variadas se situaron frente a la casa del beneficiado rector, la plaza y convento agustino. Otros pórticos financiados por burgueses agrarios como Alonso Perdomo, Francisco Álva-

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Las Tradiciones Icodenses rez, Ramón Verde y Nicolás Velásquez franquean la entrada de los pueblos y barrios situados en la parte contraria. Por todo el trazado urbano se adornaban las casas, pero lógicamente el marco privilegiado de la Plaza de la Pila y su entorno, donde vivían los vecinos más pudientes, alcanzó la mayor magnificencia, descrita con todo lujo de detalles por la relación. Un gran arco coronaba la entrada de la parroquia y se prolongaba por la fachada del monasterio con lienzos y columnas con inscripciones alusivas al fin de las cadenas de la opresión francesa. En sus ventanas se leía una octava burlesca contra José Bonaparte. Las Casas consistoriales son finalmente descritas y coronadas con el retrato regio. Todo el pueblo revestía, pues, una “noble emulación” que atrajo a gentes de todos los pueblos vecinos. Un inmenso gentío presenció la función principal de acción de gracias oficiada por el vice-vicario y juez eclesiástico Nicolás Delgado y Cáceres. Entusiastas del arte musical realzaron su solemnidad dirigidos por el ex.-provincial dominico fray Andrés de Lorenzo Cáceres, autor de la exposición que el ayuntamiento de Icod elevó al monarca el 11 de abril de 1814 en defensa de los derechos y prerrogativas que le asistían para recabar el privilegio de villazgo y la capitalidad de la comarca de Daute. Fue predicador otro hijo de la ciudad el presentado agustino fray José González de Soto, que había sido secretario de la Junta Suprema de Canarias y director del Correo de Tenerife y que se había significado en las cátedras de Filosofía y de Teología de su orden por su aperturismo ideológico al introducir el atomismo dentro de las enseñanzas filosóficas. Exhortó la virtud de la fe y de su ejercicio en el Papa Pío VI. Luminarias y fuegos artificiales fueron financiados por miembros del ayuntamiento y los vecinos más ricos. Nuevas funciones religiosas fueron oficiadas con sermones a cargo del agustino fray Antonio Betancourt. Para culminar los festejos, y en la misma forma que acontecía en las ciudades capitales insulares, un carro alegórico hecho a costa de los anteriores y otro pagado por el gobernador militar José Pérez Cáceres, en el que iría un cortejo musical recorrieron el casco de la localidad tirados por caballos enjaezados.

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Tambores, pífanos y danzas discurrían por las calles, anunciando su salida. La tropa se formó en la plaza de la Pila y se dio comienzo al desfile. Se colocó el retrato del Rey en el carro municipal. Delante de él marchó un cuerpo de caballeros, representación de la elite local. Tras él los danzarines y a continuación el carro de la música. Entre los dos se encontraba el cuerpo de oficiales de las milicias, que acompañaba también los laterales del carro regio, precedido de la municipalidad y de la tropa. Vivas, aclamaciones, toques de campana y fuegos artificiales dieron relieve al acto. El martes se celebró una ceremonia en la iglesia agustina. La decoración de los altares fue sufragada por fray José de Soto, que se ofreció a costear la función y todos los adornos de su plaza y convento. Por la tarde otro paseo del carro triunfal fue conducido por varias señores jóvenes auxiliadas por seis militares. Un espléndido refresco fue tributado en la casa del gobernador militar. Se construyó un castillo en la plaza con pedreros y artilleros y un caballo de fuego. Una corbeta hizo su entrada en la plaza con el pabellón español que se dirigió al castillo con la noticia de la libertad del Rey, que fue respondida con salvas desde la fortaleza. Esta batalla naval trata de rememorar simboliza el triunfó la Monarquía española en su permanente batalla contra el mal exterior diabólico que, como acontecía en la Naval, era personificado en los turcos. Se representaba también en las ciudades principales insulares en las proclamaciones regias Esta escenificación forma parte de las fiestas de moros y cristianos que se celebraban en la Fiesta de la Virgen del Rosario y que conmemoraban la batalla triunfal de Lepanto, en la que Felipe II derrotó a los turcos. Es la célebre Naval, tan festejada en el mundo rural canario. Se sirven de los bueyes para conducir el barco en una batalla que finalizará con las salvas de artillería y las vivas al Rey. Las contradanzas están siempre presentes en ellas atrayendo un número considerable de espectadores. Vemos con ello, pues, como la fiesta oficial se sirve de elementos como la librea, las naves, los bueyes y las espadas siempre presentes en las fiestas populares, que asumen esa dialéctica entre

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Las Tradiciones Icodenses el bien y el mal, simbolizada en la batalla entre la Cristiandad y el Demonio Turco, con ese carácter extrovertido y catártico de la librea enmascarada. El miércoles 27, último día de los actos, se repitió la ceremonia en la iglesia conventual franciscana con predicación del mismo Soto, a la que sucedió otro nuevo desfile con el carro de la música, cuyos gastos corrieron a costa del citado gobernador militar y de algunos oficiales de las milicias, corriendo también con la comida de la tropa durante los tres días. Todos los actuantes, tanto oradores como poetas y músicos fueron hijos de la ciudad del Drago, que dieron lustre y magnificencia a los festejos. En definitiva, los festejos en honor de Fernando VII trataron de mostrar ante los ojos de los vecinos del partido de Daute y del conjunto de la Isla de Tenerife la preeminencia y el relieve alcanzado por Icod de los Vinos. Pero también constituyen un documento de gran valor histórico y etnográfico para aproximarnos a la trama festiva, la vida cotidiana y a las costumbres de los icodenses de principios del siglo XIX.

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