Las Torres de la Luz y su tiempo. El contexto histórico y social. El barrio de Puntales como eje clave de la obra

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Descripción

El contexto histórico-social El barrio de Puntales como eje clave de la obra Santiago Moreno Tello

A lo largo de la década de los años cuarenta, España se situó con un índice demográfico de más de 26 millones de habitantes. Unos habitantes para quienes, a pesar del talante «conciliador» del que hacía gala la dictadura, la realidad era bien distinta. Nuestra «piel de toro» se había convertido en una región donde convivían de forma obligada los vencedores y los vencidos de la guerra fratricida del 36. Una época donde el temor dominaba la población y antiguas rencillas o enemistades salían a flote.Y todo esto bajo un sistema donde «los poderosos tuvieron todas las facilidades para enriquecerse, aun a costa de utilizar los procedimientos más injustos y rechazables» (Barciela López, 1998: 53). Unos años donde apellidos que sonaban a familias de bien o militares como Serrano Suñer,Varela, Ibáñez, Primo de Rivera, Girón, Suanzes o de Llano, era lo que prevalecía a nivel nacional en los distintos gobiernos impuestos por Franco. La España del hambre, la miseria o el estraperlo, con una política desde el gobierno dictatorial conocida como Autarquía, se extendió en el tiempo hasta límites insospechados. Además, la coyuntura política internacional tampoco era muy

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España: Posguerra y Autarquía

Yo iba a la zapatería de mi tío José que era zapatero remendón, en la calle Doctor Dacarrete, a ver si le habían pagado algún trabajo para llevárselo a mi madre para que pusiera un potaje o algo. Entonces iba y todavía no le habían pagado nada y me decía espera unos diez minutos, entonces yo me iba a las confiterías en los escaparates y decía sola, señalando a los pasteles, yo me comía ahora ese, y después ese, y después ese,… y cuando me los comía to me iba. No miento.

Nosotros nos lo guisamos, ¿nosotros nos lo comemos? La Autarquía Durante algún tiempo el dictador y los suyos se escudaron en tres principales motivos para mantener la Autarquía como sistema económico en el país. No había otro modelo posible debido a «las destrucciones de los rojos», al aislamiento en el que se vio sometida España –sobre todo a partir de la caída de los fascismos alemán e italiano a mediados de los años 40– y aquél clásico conocido como «la pertinaz sequía». Y la realidad es que, si bien los planteamientos de Franco y compañía eran erróneos desde un principio, instauraron en el país un sistema corrupto que valió para crear una casta de nuevos ricos sin escrúpulos donde «el hombre honrado» –que diría Kenneth Boulding– se veía introducido en una maraña de prohibiciones oficiales y corruptelas en las que era necesario entrar para lograr subsistir. El obviar los mercados internacionales y la banca extranjera terminó llevando al país al mayor retroceso de nivel de vida del siglo xx. Ni los países derrotados en la II Guerra Mundial llegaron a dichas cotas. Como ya hemos comentado, se

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Por raro que parezca, e incluso seguro que contraproducente, como no podía comer, me contentaba con oler comida. La familia de un amigo de infancia hacía puchero los domingos y yo me iba allí a olerlo […] con eso tenía que conformarme […] También iba con frecuencia a una tienda de comestibles que se llamaba Marciano […] entraba por una puerta y salía por la otra, con toda la parsimonia que podía, para disfrutar del olor a jamón y chorizo (Almodóvar, 2003: 235).

Dichas declaraciones bien se pueden definir como universales, pues era el imaginario humano el que hacía realizar este tipo de comportamientos.Veamos otra afirmación realizada por una mujer gaditana, Antonia Gil nacida en 1927:

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favorecedora, ya que una vez acabada la II Guerra Mundial, los vencedores declararon el «no favor» hacía nuestro país. Tan sólo se mantenían la diplomacia con la Santa Sede, la Argentina de Perón y el Portugal de Salazar. Habría que esperar a la Guerra Fría para que se diera un giro a las relaciones internacionales. Todo esto obligó, en cierto modo, a llevar una política económica cuya mentalidad estaba fijada en la idea de «somos autosuficientes», con una intervención total en la importación y exportación de productos y el control absoluto de los precios, decidiendo el Estado cuales eran las materias más necesarias y cuales las menos.Y para hacernos un idea citamos de nuevo a Barciela López, según el cual para la dictadura era más prioritaria la industria que la alimentación de los ciudadanos. Dicha política económica fue tan nefasta que el PIB en 10 años, de 1940 a 1950, tan solo alcanzó el 1%. Lejos de las estadísticas, lo que más marcó a la población, siempre alejada y desconocedora de lo que se cocía en las altas esferas de poder, fue uno de los símbolos de dicha política. Nos referimos a la cartilla de racionamiento, que en un principio fue de tipo familiar para después, en 1943, pasar a ser individual, perdurando hasta 1952. De esta manera, a la población española no le quedó otra cosa que la resignación ante el hambre, la penuria, el aislamiento y… la imaginación. Prueba de esto último son las tácticas que niños y adolescentes desarrollaban en sus mentes para engañar al estómago. El siguiente texto ha sido recogido en las declaraciones de Francisco de Asís Martos, nacido en Sevilla en 1930:

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A estas circunstancias de hambre y miseria habrá que sumar la política de terror y represión que en lugares de retaguardia ya se venían practicando desde julio de 1936, y que desde la terminación de la guerra se ampliarían y perfeccionarían. Algunos historiadores calculan que no menos de 50.000 personas fueron ejecutadas en la década posterior a la finalización oficial de la contienda (Casanova, 2002: 8). No es de extrañar que el propio Himmler, en su visita a Madrid, le indicara a Franco la necesidad de integrar a la clase obrera en el Nuevo Estado, rebajando así los niveles de represión que se estaban sucediendo. Sin embargo, varios fueron los medios, a través de los cuales, el franquismo se valió para controlar y disciplinar a la población española. Sin la intención de presentar un exhaustivo estudio sobre el tema, diremos para empezar que el Servicio de Recuperación

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Miedo, mucho miedo

de Documentos –con sede en Salamanca–, o la posterior Delegación Nacional de Servicios Documentales, fueron las bases para tener absoluto control sobre la población. A través de ellas se recopilaron miles y miles de documentos incautados a toda «la canalla roja». Se depositaba y clasificaba el máximo de información de partidos, sindicatos… Los datos quedaban a disposición de aquellas entidades oficiales que las requerían. Se estableció, además, el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Bajo éstas y otras entidades se creó una amplia red penitenciaria por todo el país. España, «la inmensa prisión» que escribiera Marcos Ana. Al inicio de la posguerra había 180 campos de concentración, de los cuales 104 eran estables.Y un año después el colapso era tal que se mandaron construir más prisiones y comenzó lo que se llamó el «turismo penitenciario». Miles de presos fueron alejados de sus familias condenándolos así a una muerte segura. A los pelotones de fusilamiento se añadió otra forma de infligir la pena capital: el garrote vil.Y entre toda aquella orgía de sangre la Compañía de Jesús y la Asociación Católica Nacional de Propagandistas dando vistos buenos a los castigos físicos de cara a que los presos purgaran sus pecados.Y no olvidemos las cárceles de mujeres donde camparon de nuevo las órdenes religiosas femeninas.Y como colofón a esta pequeña descripción del sistema carcelario franquista, la guinda: el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo. Dicho ente organizó por todo el panorama nacional los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores. Fortificaciones, infraestructuras portuarias o ferroviarias, etc, eran levantadas con los «esclavos del franquismo». Sin dejar de mencionar el tradicional desvío de mano de obra a la empresa privada. Los empresarios de obras, como el Valle de los Caídos, tuvieron la construcción terminada pagando por operario la mitad que a un trabajador libre. Llegados a este punto no debemos dejar de citar la Ley de Responsabilidades Políticas, la cual a través de dieciocho

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instauraron las cartillas de racionamiento que convivieron con los españoles hasta 1952: casi una década. El tiempo suficiente para que una generación quedara marcada de por vida por el hambre y la miseria. Este raquítico sistema obligaba, de forma encubierta, a acudir al estraperlo o mercado negro. Las pequeñas estraperlistas, que se encontraban vendiendo a pie de calle, eran sólo la punta del iceberg de un sistema más amplio que finalizaba en los propios despachos de la dictadura franquista. El sistema autárquico enriqueció de manera inmoral a unos pocos e hizo mal vivir, enfermar y cuando no morir, al grueso de la población. Podríamos incluir aquí miles de ejemplos de historia de vida, empero hoy, nos quedamos con un dato más que considerable: la década de los años 40, entre otras lindezas, terminó disminuyendo la estatura media del español (Barciela, 2012: 645).

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La vida cotidiana de muchos españoles de la década de los años cuarenta y cincuenta transcurrió en blanco y negro. A las características antes indicadas había que sumarle el sufrimiento que podía suponer la pérdida de algún familiar en el frente o en la tapia de algún cementerio. Sin embargo, había que sobrevivir. Salir adelante. Y hubo varias herramientas en las que apoyarse y hacer algo menos tenso ese lento compás de espera. Algunas antiguas diversiones públicas habían sido prohibidas por la dictadura. Una fiesta tan arraigada en España como había sido el Carnaval ya no estaba permitida. Otras, como las religiosas, se apoyaron desde el poder hasta casi, si me permite, el éxtasis. A las típicas Semana Santa o Corpus Christi se les sumó todo tipo de Coronaciones de Vírgenes o nombramientos de mártires. Sin embargo, dentro del ámbito de lo privado, hubo una serie de distracciones que fueron dignas de reseñar. Se llevaban a cabo, sobre todo, en domingo. Único día libre, en principio, de los obreros de la nación. Así, por ejemplo, nos referimos a la radio. Instrumento de comunicación que ya desde finales

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Pero la vida sigue…

de los años veinte algunos privilegiados podían disfrutar. En las décadas de los cuarenta-cincuenta la mayoría de los españoles no poseían dicho aparato pero rara era la persona que no conocía algún familiar o vecino que compartía sus tardes de domingo alrededor del receptor. Música, seriales o concursos se oían en las grises ciudades de posguerra. La copla hizo su agosto a pesar de la censura. Aunque bien era sabido que Ojos verdes de Concha Piquer trataba de una prostituta, o que Mi casita de papel tuvo una versión popular crítica donde se describía la nula calidad de las casas para obreros del Régimen. Para los más jóvenes había una alternativa no tan recordada como la anterior. Hablamos de los bailes. Patios, terrazas o azoteas fueron testigos de cómo toda una generación se relacionaba en los ratos de sociabilidad. Los niños con los niños. Las niñas con las niñas. Sólo se mezclaban cuando el picú –los pudientes–, la jazz-band o la radio –los más humildes–, hacía sonar una canción.Y que no bailaran con la misma –o el mismo–, más de tres veces. Si eso ocurría, ya eran novios. Compitiendo con estas diversiones se encontraba el cine. En los domingos sesión doble.Y a precios muy populares. La historia o el folclore fueron base para el estreno de multitud de proyecciones. Incluso, a pesar del retraso cultural, llegaban las cintas hollywoodienses.Verdaderos estragos hizo la censura con algunas películas norteamericanas. Tantos que incluso algunos creyeron, hasta hace poco, que tras deshacerse Gilda del segundo guante, el streptease continuaba. Y aunque el cine ha sido considerado segundo hogar de los españoles no debemos dejar de citar otras dos grandes diversiones de la España de posguerra: los toros y el fútbol. El primero con una pieza clave que acabó marcando una época: Manolete. El segundo logrando desbancar al primero. Son los años en que el Atlético de Madrid gana su nombre – antes Atlético de Aviación–, se crea oficialmente la quiniela y comienza la rivalidad Real Madrid-Barcelona, si bien, en aquellos primeros años cuarenta, ambos clubs no pasaron por su mejor

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tribunales regionales, se ocupaba de criminalizar a los oponentes al Régimen retrasando la fecha de responsabilidad mucho más allá del comienzo de la guerra: 1934. Además toda la Administración pública fue depurada. A todos los empleados/as se les abrió expediente. Había que asegurar el Nuevo Estado hasta el último rincón. Muchos de ellos habían superado la depuración durante el conflicto. Daba igual. De nuevo se llevó a cabo dicho trámite donde se buscaba alguna posible vinculación con el enemigo. Incluso se llegó a animar el «chivatazo» entre compañeros ante cualquier duda. Ante tal situación de continua hambruna hay que sumar una psicosis casi colectiva que tardaría años en disiparse.

En el sur de la Península, una ciudad venida a menos durante el siglo xix y que la política regeneracionista de principios del siglo xx no había conseguido sino aletargar su crisis –«el cortito y con sifón» que hacía referencia Chano Lobato–, se rindió pronto al fascismo golpista del 18 de julio. Los años de guerra son tiempos para Cádiz de fusilamientos y hambre. Quizás el único beneficiado de todo esto, aparte de los militares facciosos y la población de derechas, fue el Astillero, que pareció revivir mejores tiempos. Con dirección militar se realizaron reparaciones, se habilitaron mercantes como buques de guerra, incluso se construyó y reparó material ferroviario. Los primeros alcaldes de la dictadura fueron, el ya conocido en el cargo, Ramón de Carranza, así como Juan de Dios Molina. Esta situación podemos afirmar que se alargó por toda la década de los años cuarenta. Los nombres que pasaron por el ayuntamiento fueron Pedro Barbadillo, Fernando de Abarzuza, Alfonso Gallardo, Francisco Sánchez-Cossío y el más longevo en el cargo, José León de Carranza, que ocupó el puesto en febrero de 1948 y se quedaría en él hasta prácticamente su fallecimiento a finales de los años sesenta. Cádiz sufrirá, quizás más que otras regiones, la falta de alimentos básicos, debido a su aislamiento. Cualquier población de la época tuvo que hacer frente a dicho problema, alimentado por varios motivos como fueron la destrucción de la propia agricultura tras la guerra, el bloqueo internacional, del que ya hemos comentado algo, o las sequías que atizaron la península de 1946 a 1948. A Cádiz se le añadía el handicap de ser final de trayecto, por lo que quedaba olvidada de los raquíticos circuitos comerciales. Es más, tan sólo tenía una vía de comunicación con el exterior, el camino de arena que la unía –y une– con San Fernando, y con ésta al continente. Y además no debemos de olvidar la lacra

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Dos individuos, uno vestido de falangista y otro de paisano, discutían en la plataforma de un tranvía. De las palabras se pasa a los hechos. Hay empujones y puñetazos. El paisano se ve ayudado por un hermano suyo que aporrea también al falangista y a ellos se les añade un amigo […] Un quinto hombre interviene, asimismo, tomando partido por el paisano. Ante el alboroto, el cobrador hace detener el tranvía […] interviene una pareja de guardias civiles y se los llevan a todos a la comisaría más cercana. […] el comisario les toma declaración. El paisano dice que pisó sin querer al falangista y que éste le empujó brutalmente obligándole a defenderse. El falangista declara que ya lo había pisado varias veces y que por eso reaccionó con un empujón. El hermano del paisano dice que tuvo que salir en su defensa al verle agredido. El amigo aduce las mismas razones. Al llegar al quinto hombre, el comisario le pregunta: –¿Y usted? ¿Es pariente o amigo del alguno de los contendientes? Y el aludido responde: –Yo no, señor. –Entonces, ¿por qué demonios se lió a puñetazos con el falangista? –Pues verá. Como vi que todos le daban, me supuse que es que ya había dado la vuelta a la tortilla.

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momento. Hasta un nuevo campeonato organizó la Dictadura: la copa del Generalísimo. Y todavía quedaba tiempo para el humor. A finales de la II Guerra Mundial y ante una posible invasión aliada sobre España, tras la cercana caída de Hitler, se comenzó a hablar en todo tipo de tertulias de mesa camilla de la posibilidad de que diera «la vuelta la tortilla». En aquellos días se hizo muy popular el siguiente chiste:

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cincuenta surgirá en la ciudad un evento veraniego que con el paso de los lustros se convertirá en un clásico cultural del tiempo estival gaditano. Hablamos de los Cursos de Verano que arrancaban en 1950 bajo la tutorización de la Universidad de Sevilla, a la que pertenecía el Colegio Universitario de Cádiz. José María Pemán, entre otros, fue durante cerca de treinta años, su cabeza más visible. Se revitalizaba la ciudad desde el punto de vista intelectual, así como, servía de propaganda para el Régimen de cara al alumnado extranjero que comparecía. Debemos destacar el papel de la religión, uno de los pilares del franquismo. En Cádiz llegó casi por completo a monopolizar la educación y fueron los festejos religiosos los que lograron tener mayor atracción para el pueblo. Corpus Christi y Semana Santa, tras el papel secundario obtenido en la II República, renacieron al escalón más alto de popularidad. Se aumentó el número de hermandades, se celebró una Procesión Magna en 1943 o se realizó la Coronación Canónica de la Virgen del Rosario en 1947. Se dio también el dato curioso de que en 1956 se fundaba la Cofradía de Oración en el Huerto en el barrio de San Severiano, localizado en el extramuro. Reflejo inequívoco de la expansión de la ciudad en aquellos años. No haremos mención al flamenco y a la recuperación del carnaval, que regresaba en 1948 con el nombre de Fiestas Típicas y con gran parte de su sentido tradicional aniquilado, porque hay un capítulo en este libro dedicado solamente a ambas expresiones culturales. Para los interesados remitimos a él. Al frente de todas estas festividades y actividades culturales existió un ramillete de espectáculos para la distracción total del pueblo. A la cabeza la fiesta nacional: los toros, y después el fútbol: la primera fue perdiendo fuerza conforme pasaban los años, respecto al segundo. La plaza de toros, situada en el extramuros de la ciudad desde 1929, todavía viviría algunas tardes de gloria. Se había extendido el rumor en la ciudad de que el declive de la misma venía precedido por el enorme

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del paro, pues en los años cuarenta nos encontramos con una ciudad en la que vivían 95.000 habitantes aproximadamente y cuyas industrias se veían imposibilitadas de absorber tanta población activa. Por un lado el viejo Astillero, que tras la contienda fue devuelto a manos de su antiguo propietario, Horacio Echevarrieta, no pudo levantar cabeza, no sólo por la falta de trabajo, sino también por la falta de materias primas o las restricciones energéticas. La explosión de 1947 le supuso un durísimo revés, tras el cual, a pesar de la ayuda estatal apenas pudo seguir adelante hasta que el Instituto Nacional de Industria lo absorbió a inicios de los años cincuenta. La oferta de la industria naval para los gaditanos se completaba con los varaderos de Puntales –Mariñas o el posterior Vilela–, por aquel entonces un barrio de pescadores localizado en las antípodas de la ciudad; la factoría de Matagorda en Puerto Real y la fábrica de San Carlos y La Carraca en San Fernando. La antigua industria salinera, tan característica por estos parajes, también comenzaba su declive, debido a dos motivos principales: por un lado muchos países, antes consumidores, comenzaron a producir la suya propia, y por otro se empezó a no utilizar la sal como conservante de alimentos. El tercer núcleo industrial era sin duda la fábrica de tabaco, la cual ya sólo contaba a estas alturas en su plantilla con 300 mujeres y 200 hombres, una cifra muy alejada a la del siglo anterior, además de contar con un edificio que bien necesitaba una renovación. El tejido industrial gaditano, pobre como podemos comprobar, se completaba con otras fabricas como la de hielo, las fundiciones como Vigorito o las harineras Castro o Eureka. El gaditano de a pie se resignaba ante el hambre y la desesperación. Sin embargo, aún quedaba lugar para el poco o mucho tiempo libre, según el caso. Como bien es sabido la Dictadura trató de controlar desde un principio la sociedad, a la vez que inculcarle sus planteamientos conforme una «cultura oficial», que en Cádiz tuvo sus representantes en la Iglesia, el Casino Gaditano o el Ateneo. En la década de los años

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Por otro lado, el cine en esta década tiene en Cádiz un crecimiento espectacular. Al incremento del número de salas se sumaba que algunas de ellas, como el Municipal, tuvieron que ampliarse. En 1957 se dotó de mejores asientos, mármoles decorativos, pantalla último modelo, etc., colaborando en dicha reforma el arquitecto Antonio Sánchez Esteve. Posiblemente después de la nueva inauguración dejó de tener el ambiente popular que recordaba Pepe Mena. Por contra, era el Cine Gades al que asistían la gente más cursilona: «un día fui yo al Gades con una boina y me lo criticaron», apostilla el entonces vecino del barrio de Puntales. Afición por la gran pantalla que llegaba hasta el barrio más modesto y lejano de la ciudad. Sobre todo en verano cuando Manuela Rivero iba con sus amigas desde Puntales al Cine Delicias: «Andando hasta la Avenida, a oscuras, donde se cogía el tranvía, y en él hasta el cine». A todo esto hay que sumarle otro tipo de medidas populares tomadas por los gobernantes municipales capitaneados por Carranza. Por ejemplo podemos hablar de los multitudinarios almuerzos que se daban en las visitas de personajes de relevancia en la política del momento, como el que se ofreció a 2.100 personas con la llegada a la ciudad del ministro de Obras Públicas, José María Fernández-Ladreda, en 1950. Estas se repetían en los Astilleros cada vez que se flotaba algún barco; en Semana Santa cuando alguna de las cofradías, como la del Caminito, daban de comer a unos 150 pobres los Miércoles Santos; o por ejemplo el día de la patrona del Colegio Oficial del Cuerpo de Agentes Comerciales, la Virgen de la Esperanza, cuando se dio comida a 200 pobres en el Colegio de la Palma. A finales de los años cincuenta era más que palpable el final de la Autarquía. Era el inicio de una nueva época económica que hundía sus raíces en la Guerra Fría y en el hecho de quedar España bajo la influencia de EE.UU. Como ejemplo de ello traeremos el siguiente suceso. En abril de 1959 el alcalde José León de Carranza anunció en prensa que se cedía desde el gobierno municipal, un local de la calle García de Sola, en

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número de gaditanos y gaditanas que fueron asesinados a raíz del golpe de Estado de 1936 en sus alrededores. Respecto al deporte rey en la capital gaditana se vivía apasionadamente gracias al Cádiz C.F., cuyo terreno de juego era el «Campo del Mirandilla», que a su vez estaba junto a la plaza de toros. En estos años el club pasó de poder ascender a Primera División en 1940, a bajar a Tercera en 1946. Sin embargo, la década de los años cincuenta representa un renacer, sino por los éxitos del equipo, que llegará a jugar algunas temporadas en Segunda División, sí por el apoyo institucional representado por el alcalde Carranza –hijo–. En 1955 se culminará un nuevo estadio bautizado con el nombre de «Ramón de Carranza» e instalado sobre una antigua laguna. Aquel mismo año dio comienzo el trofeo del mismo nombre, una competición futbolística donde el Ayuntamiento traía a los mejores equipos nacionales para felicidad de todos los seguidores de dicho deporte. Respecto a la radio, hasta la década de los cincuenta, no apareció en escena otra emisora que no fuera la EAJ-59, heredera directa de la veterana EAJ-3, la cual en estos primeros años de Dictadura no tuvo mucho enganche con el público, pues su programación quizás pecara demasiado de «oficialista». Esto se debe, entre otros motivos, al control férreo de Falange y de Gobernación Civil, a la vez que no consiguió unirse a ningún grupo radiofónico fuerte, como bien nos indicó Hidalgo Viaña. Aún así en esta primera década franquista suenan nombres como el de Antonio Cevallos (Tío Antonio) o Antonio Rosales Gómez (don Puyazo), a la vez que programas como «Miniaturas», «Alegrías en las ondas» o «Cuaderno taurino». Como decíamos, la nueva emisora, Radio Juventud comenzaba sus emisiones el 1 de abril de 1951, aunque fue a mediados de la década cuando irrumpió con más fuerza. Dicha emisora estaba fomentada por el Frente de Juventudes de Falange Española. Aquellas programaciones se completaban con noticieros, novelas, de gran atracción para las mujeres y, como no, los concursos con sus bondadosos premios.

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Llegaba el llamado «Desarrollismo» de los años sesenta, que no era otra cosa que la conversión final del país en un Estado de corte capitalista, basado en la sociedad del bienestar de unos pocos y consumismo inusitado para todos. Sin embargo, también en estos años cincuenta, fue cuando después de mucho tiempo, se comenzaban a gestar las nuevas células de oposición al Régimen. Recordaba Pepe Mena al respecto: A pesar que yo trabajaba en Láinez, nunca dejé de perder contacto con los obreros de Astilleros.Y quiero destacar a esos bravos trabajadores de izquierda, como los dos hermanos Pedreño –uno de ellos, Manolo, tornero–, de gran protagonismo y coraje en los primeros conflictos huelguísticos de la factoría o Juan Moreno.Ya por entonces comenzábamos a reunirnos un grupo de jóvenes que a la postre sería el embrión del Partido Comunista: un tal Riquelme, el Puig, Luis Sacaluga, José Periñán, José Marchena,

La conciencia de lo «nuestro» o el barrio de Puntales De los orígenes a la Guerra Civil Fuera del recinto amurallado que representa la ciudad de Cádiz, se extendía una larga lengua de tierra que en su zona más cercana a la ciudad era relativamente más amplia. En dicho terreno, a lo largo de la Edad Moderna, se fueron asentando núcleos de población donde destacaban el llamado barrio de San José, en torno a la iglesia y cementerio del mismo nombre, y el barrio de Puntales, a los pies del Castillo de San Lorenzo. Los distintos avatares que golpearon la ciudad en el siglo xix hicieron que en algunas ocasiones los vecinos de dicha población sufrieran el derribo de sus humildes hogares. Al encontrarse en zona militar cualquier atisbo de conflicto bélico hacía que las órdenes de los mandos fueran la destrucción de aquellas sencillas barracas. Sólo el posterior asentamiento e instalación de distintas industrias como la fundición de Thomas Heynes, Construcciones Aeronáuticas, S. A. (CASA) o el depósito de Tabacos, lograron que el influjo de población se asentara a pesar de las distintas incomodidades que representaba vivir en aquella apartada zona:

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[…] comprende una capacidad de 256 m². Se trata de una sola nave, en la que de manera admirable están distribuidos toda una serie de productos alimenticios, desde el dulce a cualquier otro postre por delicado que sea, hasta los platos precocinados. Entiéndase por esto último, una carne o un pescado, por ejemplo, perfectamente envasado o congelado que, solo precisa verter en un recipiente y ponerlo al calor o cocción […] allí encontrarán las amas de casa todo cuanto puedan apetecer, legumbres de todas clases, conservas vegetales, de pescado, frutas, pescado congelado en todas sus variedades […] y los precios ligeramente inferiores a los que rigen en el comercio ordinario. Esto creemos que precisa hacerlo constar, ya que hay quienes creen que el hecho de funcionar un supermercado, significa que los géneros pueden ser adquiridos poco menos que regalados […] Este [el público] puede libremente, no solo ver el artículo que desea adquirir, sino incluso llevarlo a sus manos, ya que todo está perfectamente envuelto y comprobar su presentación y calidad.

Rafael Adriano o Jacinto Jardines –un hombre eminente que luego se marchó a Australia–; eran obreros, pero con aspiraciones intelectuales […] Y ya por entonces comenzábamos a pagar cinco pesetas por mes como cuota para la compra de libros. Además contactábamos con los embarcados que nos traían algunos libros comprados y otros ofrecidos, ya que tuvimos la oportunidad de conocer al Partido Comunista organizado en el muelle y nos fuimos integrando en dicha infraestructura.

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extramuros, para la construcción de lo que sería el primer supermercado de la capital gaditana. Dicho establecimiento abrió sus puertas siete meses después y rescatamos este texto que un medio de comunicación escribía para la ocasión:

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Esto era un desierto, aquí nadie quería venir a vivir. Aquí no había nada. No había carne, ni pescao, ni verdura, había que ir al centro, la gente decía: «¿A Puntales? ¡Uff!».

Sin embargo la conciencia de vecindad pronto enraizó en Puntales.Ya en los estertores del reinado de Alfonso XIII, habiéndose marchado al exilio el dictador Miguel Primo de Rivera y quedando como presidente de gobierno el también militar Dámaso Berenguer, los vecinos de aquella barriada hicieron llegar sus reclamaciones al alcalde de la ciudad. Por lo interesante del documento, perteneciente al Archivo Histórico Municipal de Cádiz (a partir de ahora AHMC), reproducimos la carta que llegó a manos de Ramón de Carranza:

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Plano de la zona sur del istmo con el Castillo de San Lorenzo

El escrito, fechado en agosto de 1930, se acompañaba de la firma de casi 150 vecinos. Poco tiempo después se aprobaba la realización de la obra encargándose la misma al contratista José Montero Parro. Distintas circunstancias, como la tímida apertura del gobierno de la nación o la insostenible situación en la que vivían los vecinos, hicieron que, nuevamente, en marzo de 1931, los habitantes del barrio acudieran al alcalde. En este caso Vicente García solicitaba la mejora de la plazoleta así como la asistencia de guardias municipales y serenos en el barrio. Con la llegada de la alcaldía republicana, en la primavera de aquel año, los nuevos gobernantes fijaron sus ojos en el marginal barrio de Puntales y desde Fomento, Obras y Urbanismo se proyectó la continuación de las mejoras para dicha barriada. El concejal Ángel Romaní Rey, del Partido Republicano Radical Socialista, presentaba un listado de nuevos nombres para sus calles con clara influencia de la época doceañista. La guerra de la Independencia sería una constante referencia en los nuevos gobernantes municipales. Sin embargo, también se incluyeron algunas referencias a personalidades gaditanas republicanas del pasado siglo xix. El nuevo callejero de Puntales, según el

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Los que suscriben, vecinos del Barrio de Puntales (Extramuros), exponen […] que las dificultades de la deficiente urbanización va llegando a su extremos por todo concepto. Hasta hace poco, aunque con gran trabajo, circulaban los ómnibus, pero ya, no llegan, y pronto ni las personas podrán pasarlo. La piedra para su arreglo hace algún tiempo que está preparada, (¿A que obedece este abandono?) nos preguntamos, y vemos que pasan los días, y sigue el mismo abandono. Estas deficiencias, Excmo. Sr. ocasionan a los vecinos molestias tan enormes, que la noche que por necesidad se ven obligados a tener que ir a buscar médicos y medicinas al vecino Barrio de S. José, sufran grandes quebrantos. Teniendo en cuenta la rectitud de V.E. nos permitimos suplicarle, vea el medio de reparar como sea posible esta verdadera necesidad […]

proyecto presentado por el funcionario Carlos Moya Riaño, quedó de la siguiente manera: Cambios en el callejero de Puntales en 1931 Salado

Froilán Carvajal

Ensenada

Thomas Haynes

Dársena

El Empecinado

Explanada

Adolfo Joaristi

Brújula

General Quiroga

Aurora

Vicente Moreno

Bajeles

Cristobal Bohórquez

Real Fort Luis

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Trocadero Antonio José Rivera

Carraca

Juan Romero

Cabezuela

Sixto Cámara

Cortadura

Fernández de Cosío

Plaza San Lorenzo

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La Independencia

Plaza Vicente Ramírez Brunet

Fuente: AHMC, Policía Urbana, caja 5.521.

Al parecer, según el informe de Romaní Rey, los nombres anteriores nunca se habían adoptado por acuerdos capitulares sino que se habían venido colocando por tradición oral. En el proyecto se exponía un buen ejemplo cuando se averiguó que la calle Aurora tenía dicho nombre por una antigua vecina que vivió allí. De esta manera, el cambio venía acompañado, como el propio concejal recordaba, con «una próxima urbanización

Plano del barrio de Puntales en 1931 con el nuevo callejero

ya comenzada» y a sabiendas «de la épica lucha por nuestra Independencia, a la que sacrificó, arrasando y destruyendo sus numerosas edificaciones, talleres, todo, para dejar expeditos los fuegos de su Castillo». En las primeras semanas de 1932, la prensa local se hacía eco de las mejoras que se aventuraban para el barrio. En su sección fija de El Faro, órgano de la Agrupación de la Prensa Diaria, Rafael Vera Monge hizo una actualización de las distintas mejoras que se preparaban para la «simpática barriada». Entre ellas podemos citar la apertura de una escuela nacional, la creación de una factoría de CAMPSA o el proyectado aeropuerto civil que se comenzaba a gestionar en Madrid a través del diputado Emilio de Sola Ramos. Aun así,Vera Monge, ya describía el barrio como un lugar

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Matagorda

Coronel Macías

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Boteros

aquel mismo año, de dos individuos que fueron enterrados en las fosas del cementerio de la ciudad sin ser reconocidos. Y a finales de 1937, cuando estas prácticas habían disminuido considerablemente, fue hallada asesinada Rosario Andrades Vázquez. Aun así no fueron las únicas escenas violentas que vivió el barrio. Al ser una zona eminentemente obrera, y estar muy próxima a varias de las fábricas de la ciudad, no pocas personas fueron arrestadas en sus proximidades. Un buen ejemplo lo encontramos en los primeros días de septiembre cuando fue detenido en su puesto de trabajo de Construcciones Aeronáuticas, José María Ruiz García. Tres días después era asesinado a las espaldas del Hospicio Provincial, en plena calle Celestino Mutis. Su cuerpo a día de hoy sigue en paradero desconocido. E incluso la tradición oral recuerda algún conato de rebeldía cuando un vecino apodado Mersegué, al hacer su aparición en escena aviones republicanos en los primeros meses tras el golpe, se dedicaba a dibujar señales en el suelo, siendo finalmente detenido.

Toda posible mejora de urbanización de aquel barrio había quedado paralizada con la Guerra Civil. La etapa que le sucedió tampoco mejoró al respecto. La descripción del barrio para la primera mitad de los años cuarenta es similar a la de décadas atrás. Construcciones de una única planta a las que se accedía a través de la avenida Marconi, que a su vez provenía de la zona de Vista Hermosa, que hoy se correspondería con el Hospital Puerta del Mar. Todas las casas se articulaban entorno a la plaza. Al final de la barriada se encontraba el Castillo y a los pies de las viviendas, una playa a cada lado. A la izquierda, una bien amplia que miraba al extramuro de la ciudad y desde la cual se divisaría al fondo el viejo astillero. A la derecha, una playa más pequeña que miraría a la Cortadura y posterior Zona Franca.

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Puntales en la Posguerra

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donde había construcciones modernas «aunque se concervan [sic] gran número de casas de madera, verdaderas barracas». Ya durante la Guerra Civil, quedando Cádiz lejos de las zonas de trincheras, y sin haberse consolidado el antiguo proyecto para la construcción del aeropuerto, el ayuntamiento dirigido por Juan de Dios Molina, decidió retomarlo y para ello el arquitecto Rafael Hidalgo comenzó las gestiones. El conflicto bélico era lo que había reimpulsado dicha idea puesto que, según el informe, la fábrica de CASA era la única factoría de aviones que quedaba en zona sublevada.Y su cercanía la hacía muy propicia para dicha instalación. Sin embargo, junto a los distintos proyectos urbanísticos que se planeaban, la realidad de los vecinos en estas fechas era bien distinta. Desde el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 los militares sublevados habían implantado un régimen de terror en toda la ciudad. En los primeros meses, tras la asonada, distintos lugares de la capital se convirtieron en paredones improvisados donde gaditanos y gaditanas inocentes eran asesinados ante pelotones de fusilamiento. La puerta de la Caleta, los alrededores de la plaza de toros, los fosos de Puerta de Tierra, la playa de la Victoria o el propio barrio de Puntales fueron algunas de las zonas elegidas. Pero, ¿por qué un barrio marginal que se concentraba a los pies de una instalación militar, cuyos mandos no se opusieron al golpe, fue escenario de tan horrendos actos? La respuesta no es muy complicada. Los golpistas sabían que la única oportunidad que tenían de vencer era paralizar al enemigo y la mejor fórmula para conseguirlo era el terror. Un terror que se aplicaba cada madrugada, o incluso a cualquier hora del día, en dispares sitios de la ciudad, a ser posible lugares visibles para la población donde quedaran expuestos los cadáveres durante algunas horas para escarmiento de aquellos que se atrevieran a ir contra ellos. Las hoy olvidadas playas de Puntales fueron, como decíamos, escenario de estas sangrientas escenas. En ellas aparecieron los cuerpos sin vida por ejemplo, a principios de agosto de

velas o el recurrido carburo. Todo ello se completaba con un inexistente sistema de alcantarillado. Muchas de aquellas casas poseían fosas sépticas, pero otras ni eso. Pepe Mena lo recordaba de esta manera: Muchas gentes tiraban junto a la murallita las porquerías de las posas y las aguas menores y mayores en general. Aquel entorno tenía de moscas y ratas que era una feria, y de aquella inmundicia no se ocupaba basurero ni nada por el estilo; daba repugnancia y vergüenza. También los chiquillos iban allí directamente a hacer sus necesidades.

No tenía un horario fijo, ella llegaba cuando quería o podía, y nosotras esperábamos en la calle jugando. Que por cierto tenía muy mal carácter, una falangista auténtica. A mí y a una amiga, Maruja, del Cerro del Moro, nos castigaba amarradas de lo alto de una ventana. Se iban los chiquillos que eran buenos, nosotras no porque éramos muy revoltosas, había que rezar el rosario hincá de rodillas y yo no quería porque era muy rebelde. Bueno pues nos dejaba castigadas y se iba y dejaba la llave en donde Adelina, donde estaba el jefe de Estación, se iba para Cádiz, cuando ella le parecía volvía y nos bajaban de la ventana. Eso no lo hacen hoy en los colegios. Eso es criminal. No era normal.

Con la llegada de las Hermanas del Amor de Dios, en 1956, las visitas de doña Eloisa fueron reduciéndose en el tiempo y las

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Niños y niñas que pasaban la mayor parte del día entre juncos y retamas del entonces paisaje natural de Puntales. El resto de la jornada se completaba con algunas horas en el colegio de don Eduardo y doña Elisa que, después de algún tiempo, vinieron a sustituir las Escuelas Unitarias nº10 y nº19 que se habían instalado años atrás durante la República en la finca de Calderón. La oferta escolar infantil se completaba con las clases para niñas que daba, desde 1943, doña Eloisa Malcampo O´Farrell, catequista de Acción Católica que todos los días se trasladaba desde la gaditana calle San José. Entre sus métodos de aprendizaje estaba el que bien recuerda una vecina:

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Algunas de aquellas viviendas no por ser de piedra y cemento eran más habitables. Según los recuerdos de algunos vecinos en muchas ocasiones había que apuntalarlas y soportar goteras. La antigüedad de las mismas, y el abandono al que se tenían sometidas, hacían el resto. En una de estas viviendas que daban a la plaza vivían el operario del Varadero Francisco López y su esposa Rosario Muriel Mateo, una de las hijas de Diego el Barbero. Aquellas viviendas estaban compuestas por un dormitorio y cocina. Sin baño, solían tener un pequeño patio trasero donde algunos vecinos se dedicaban a cultivar tomates, patatas, lechugas e incluso a criar gallinas. Aquello de alguna forma valía para paliar los bajos salarios de aquellas familias. Otros incluso aprovecharon el apartado libre que dejaba la entrada –una especie de pequeño porche–, para hacer menores construcciones de madera que ayudaran a ampliar el sustento familiar. Así hizo el operario de Astillero José Mena –padre– cuando erigió un habitáculo que le servía de zapatería. Obreros que sin bien no trabajaban en las factorías que rodeaban el barrio tenían varias formulas para trasladarse hasta ellas. A la fuerza de las piernas, que se solían usar para el tramo que iba desde Puntales hasta Vista Hermosa, se le sumaba el tranvía que los acercaba hasta Cádiz o el «tren obrero», un destartalado aparato de madera que los transportaba hasta la Bazán en la vecina localidad de San Fernando. Los más jóvenes de Puntales bautizaron estos medios de locomoción con los nombres más dispares: «La Carterilla», un autobús de tono amarillo que se asemejaba a una cajetilla de tabaco, o «La Cachonda», que echaba mucho humo negro y siempre iba renqueando: «Era como un viejo autobús de pueblo, que llevaba las banquetas de los pasajeros amarradas. Este vehículo pasaba con una asiduidad de una o dos horas». A esta nefasta línea de comunicación había que sumarle el paupérrimo sistema de iluminación. Apenas unas pobres farolas en las esquinas de las manzanas y un poste en el centro de la plaza.Y en los hogares, sin luz eléctrica, los vecinos se iluminaban con las tradicionales

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Un buen día, uno de los alumnos llegó apenado a clase con la noticia de la detención de Valerio Ruiz «por cosas de la política». Corría el mes de abril de 1945. Lo que no sabían aquellos chavales es que Ruiz López había recibido la libertad definitiva en febrero de 1943. Por causas que desconocemos había sido arrestado al poco tiempo del golpe de Estado, en febrero de 1937.Y desde entonces había estado preso. Con la nueva detención aquel cordial maestro fue trasladado al Penal de El Puerto de Santa María en mayo de 1946. Según recuerdos orales posteriormente fue enviado a un penal de Burgos. Y es que junto a las miserias del día a día, lideradas por la falta de alimentos o higiene, los vecinos de Puntales tuvieron que convivir con la represión franquista. Lejos de atenuarse,

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[…] tenía una forma pedagógica totalmente diferente, que contrastaba con el carácter autoritario y represor del resto. Él no quería que lo tratásemos con el don, sino que lo llamáramos simplemente «amigo Valerio»; cuando se ocasionaba una pelea entre muchachos, el les obligaba a darse la mano y hacer la paces.

aquellos que seguían siendo sospechosos de actividades sindicales eran vigilados muy de cerca. Así ocurrió con el vecino José Lucero Ruiz. Casado con Cecilia Linares Rosado, se habían trasladado al barrio en 1930 al comenzar José a trabajar en la Campsa. En años posteriores destacó como uno de los principales sindicalistas de CNT de la ciudad. A pesar de ser detenido en algunas ocasiones, a raíz del golpe de Estado de 1936, salvó la vida. Hecho que otros, como su hermano Antonio, no lograron. Sin embargo la incansable persecución dictatorial se terminaría cebando con Lucero Ruiz al ser detenido, tras ser delatado por un compañero de la Campsa, el 15 de mayo de 1945 cuando paseaba por el barrio junto con sus dos hijos, Germán y Elías. No fue pequeño el revuelo que se organizó en el barrio. Por aquel entonces a penas transitaban coches por sus calles: el comandante de la Base, los camiones con marineros, los carros de combate que destrozaban las esquinas y poco más. Pronto los vecinos quedaron asombrados al ver un coche lleno de guardias civiles que venía a proceder a la detención. «Venga, todos para dentro», ordenaba el vecino José Oneto a su esposa y sobrina, evitando así que vieran el triste espectáculo. A partir de ahí comenzaría un largo periplo de Lucero Ruiz por algunas cárceles de la provincia durante siete años. Aquel día de 1945 no sería olvidado por muchos vecinos de Puntales pues, en la misma plaza, los que le detuvieron organizaron, a modo de pila funeraria, la quema de la gran biblioteca que Lucero Ruiz poseía. Tuvo que ser una triste jornada para muchos vecinos de Puntales puesto que, en palabras de la vecina María Oliva Calderón, «nos conocíamos todos, había entonces muy poca población». El barrio se completaba en aquel entonces con aceras muy estrechas, calles sin asfaltar y una iglesia «muy pobrecita» de una sola nave. Sin embargo, si había un lugar que era bien apreciado por los habitantes de Puntales eran sus playas. Unas playas que tuvieron un papel bien destacado en estos años de posguerra.Y una de ellas, la del lado derecho, tuvo un papel muy importante cuando

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monjas ocuparon la antigua capilla donde hasta ese momento se oficiaba misa los domingos por un sacerdote venido de otro barrio. En origen, la capilla había pertenecido al primitivo chalet de los Martínez del Cerro, y su terreno fue ampliándose con el espacio dejado por una vaquería y un huerto cercanos. Allí se terminaría construyendo el colegio Nuestra Señora de Lourdes. Mientras tanto, los más mayores solían ser enviados al cercano barrio de San José donde se encontraba el colegio de Salesianos para después pasar, si la situación familiar lo permitía, a la Escuela de Aprendices de las distintas industrias de la ciudad, como el Astillero. En alguna ocasión los jóvenes de Puntales palparon la realidad del país en el que vivían. Uno de aquellos maestros,Valerio Ruiz López, era bien distinto a los demás. Aunque daba clases de Física y Química cuando tenía la oportunidad de acercar a los jóvenes a la Historia lo hacía hablándoles de los Comuneros de Castilla, Mariana Pineda y resto de liberales. En palabras de nuestro informante:

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Aquella noche al raso, con multitud de vecinos tumbados sobre la arena y otros refugiados en el Campo de la Aviación, no fue la única consecuencia que trajo aquel triste suceso. Por un lado, José Oneto Pavón marchó desde su vivienda, en el patio de Calderón, hacia su puesto de trabajo en la Base Naval donde, junto con la marinería y carpinteros fabricaron durante toda la noche multitud de ataúdes que conforme iban concluyendo salían camino del depósito municipal.Y por otro, las distintas destrucciones que provocó la gran deflagración y el pésimo estado de las viviendas que acarreaba la ciudad hicieron que las autoridades locales tuvieran que reubicar a muchas familias que habían quedado sin hogar. Uno de los lugares improvisados para los nuevos domicilios sería la plaza de Puntales. Allí mismo se plantaron unos barracones que añadirían más pobreza si cabe al barrio. Recién instalados, sobre suelo de albero, fue necesario que transcurriera tiempo para que se asfaltaran. El nivel de vida de los nuevos vecinos era realmente penoso. Los barracones no tenían ni luz ni agua. Al tiempo de ser montados, don Camilo, un anciano sacerdote de la parroquia de San José, fue quien organizó un aporte de mantas y un par de cables con bombillas para el interior de las improvisadas edificaciones. Unas

Dentro del barracón cada familia tenía un hueco, separadas por un tabique que no llegaba ni al techo: tú te subías a una taburete y veías al vecino de al lado. Había mucha gente en mi barracón, estábamos ya no sólo los de la Cuesta de las Calesas. Luego llegaron de otros lugares de la ciudad. Tenía tres puertas. Entrabas y tenía una cocina con muchas hornillas, una a cada lado y luego los huecos muy pequeños con las familias. Intimidad ninguna, si querías podías ver a la gente dormir. Nos vinimos aquí a vivir en 1957, estrenamos nosotros este piso, uno de los primeros que se construían en Puntales.Y estaban en la plaza todavía los barracones. Una de nuestras amistades que vivía en ellos era Carmeluchi, que todavía vive.Yo vi los barracones por dentro cuando fueron a tirarlos. Era como una nave de lata, de uralita. Con cortinas y cartones se habían hecho particiones, y allí viviendo cincuenta familias en una mijita de espacio.

Si complicada era la iluminación, el hecho de conseguir agua cada mañana era una odisea. En el centro de la plaza había una fuente de la que manaba una enorme cola de gente. A veces se tardaba tanto en alcanzar el chorro que vecinas y niños colocaban piedras en sus posiciones para aprovechar de otra manera el tiempo: «Detrás de esta piedra voy yo». Los lebrillos para lavar estaban colocados fuera.Y no digamos de las dificultades para el aseo personal. Así recordaba Manuela Rivero: En los barracones para ir al baño lo que había era unos retretes portátiles más allá del varadero de Vilela y de noche tú no ibas hasta allí, a oscuras, sino que tenías tu barreño o algo y allí mismo en el barracón.Y al día siguiente se vaciaba allí.Y para lavarse uno allí mismo con tu palangana te aseabas.Y tú temiendo que no se asomara el vecino.

No obstante, nos habíamos quedado hablando de las playas de Puntales. Como hemos visto sirvieron para el socorro de los vecinos, empero aquellos lugares, orgullo de la vecindad,

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Yo la vi la explosión. Nosotros teníamos un puestecito de chucherías en la cuesta de Jabonería. Al regresar, se nos olvidó el pan, y mi hermano se volvió, cogió la bicicleta que tenía las ruedas vacías y fue a llenarlas y de repente vio el cielo como una sandía, como si tiras una sandía al suelo y se esparce toda roja… Fue horroroso. Los marineros de la Base salieron y nos indicaron a todos los vecinos que nos fuéramos a la playa, la que daba al lado de la Zona Franca y allí todos tumbados en la arena. Allí se pasó toda la noche. Pasó una ambulancia por la plazoleta: «¿Hay algún herido? ¿Hay algún herido?». No volvimos a las casas hasta el día siguiente.

aclaratorias descripciones de los mismos nos las han dejado las vecinas Manuela Rivero o Leonor Galván:

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la explosión de agosto de 1947, aquella que acabó con la vida de 150 personas e hirió a más de cinco mil. La vecina María Oliva Calderón así recuerda aquel instante:

Vecino de Puntales en su barca preparándose para pescar

eran también centros improvisados de diversión a la par que de productores de recursos alimenticios. Los que fueron niños y niñas en aquellos años las evocan como su hábitat natural, sobre todo por las tardes, cuando no se iba al colegio.Y respecto al marisqueo y pesca no pocos son los recuerdos que indican que a ambos lados del barrio se iba a lo propio, aunque en la de la bahía interior «había mucho perrillo, unas almejas muy saladas, de rayas, pero los guisabas y punto». No se puede negar que para muchas familias la oportunidad de contar con estas playas fue un alivio y una manera de paliar el hambre: Nosotros la playa, eso era lo de nosotros. Muy bonita que era, con una arboleda, juncos… Cogías almejas, que incluso crudas te las comías. Una playa preciosa la de Puntales, muy cerca del Varadero. Muy grande. Por donde después pusieron el Club Alcázar. También los muergos, que los cogíamos con las manos y los berdigones eran muy malos, no valían ná.

Aquella tradición marinera fue pasando de generación

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Botadura de barca en la playa de Puntales. Al fondo El Puerto de Santa María

Cuando había aguajes enormes, cada dos o tres veces al año como el de Santiago, que descendía muchísimo el nivel de la marea, se alfombraba todo de algas marinas y se dejaba ver una marisma rica en mariscos, escoltadas por una no menos abundante población de aves marinas, como el martín pescador, el chorlito o el zarapico, cuyo largo pico introducía en el fango, y todos se disponían a tomar su particular botín.Y por supuesto, servía de sustento a muchas familias que, del barrio o fuera de él, venían a coger berberechos, y nosotros, con mayor técnica, lográbamos atrapar un buen número de almejas, que ofrecíamos a un chalé cercano en un platito, dándonos a cambio una peseta, que nos servía para ayudar a casa o para ir al cine.

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Respecto a la pesca en el barrio sobrepasaba lo que era una afición. No pocos vecinos tenían su propio bote, amarrados muy cerca del varadero de Vilela, sino que había toda una especialización entre niños y mayores. Recuerda al respecto Pepe Mena:

Y a todas estas vivencias hay que sumarles las no pocas aventuras que acababan en desgracia. Nos lo adelantaba la vecina Manuela Rivero: La playa de la Zona Franca era todo fango, allí se hundía una persona y no salía. Algunos murieron.Yo me enteré, no lo vi.

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Sin embargo, Pepe Mena bien tuvo algunos serios problemas en aquellos terrenos. Nos lo describe de la siguiente manera: A pesar de que nosotros estábamos familiarizados con todos esos caprichos del mar, una vez yo me iba ahogando, una noche que salimos a coger chocos. Provisto de un farol y un carburo fabricado por mi padre, con una chapa niquelada en la pantalla para intensificar el foco, dicha luz servía para encandilar al pescado que se quedaba quieto. Cuando subía la marea y como marisma que era Puntales, disponía de sus pequeños canales naturales para llenar y retirar las aguas de la bahía, que lo hacían de manera sigilosa y dulce. Pero en una ocasión, estando yo en plena faena, se me fue la luz y, al no ser suficiente la referencia que tenía del barrio, acabé por desorientarme.Yo buscaba pequeños islotes de arena, pero lo que temía era que el aguaje, al llenar la marea, me cubriera todo, y buscaba desesperadamente la murallita del Puntales que era donde nos solíamos bañar y que se ubicaba junto a una serie de corrales y cochineras de las gentes de allí. También en otra ocasión cogiendo

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Este episodio, con final feliz, nos lleva a la solidaridad entre vecinos y a la sociabilidad del día a día.Viviendo, como se vivía, casi en plena calle, en estos años cuarenta y cincuenta se terminó fraguando unas redes sociales entre las distintas familias del barrio que iban más allá de simples amistades. El intercambio de alimentos se convirtió en una rutina entre muchos vecinos, una manera más de paliar, ya no sólo la falta del mismo, sino también la monotonía de los comestibles. La vecina Manuela Rivero lo recuerda como una actitud normalizada dentro de las relaciones del barrio: Cuando no había colegio estábamos todo el día en la playa. Con mis vecinas María, Pili, Maruja, Mari Paz… Todas juntas siempre. ¡Hasta nos cambiábamos la comida! «Manolilla, ¿tú que tienes hoy?» «No sé lo que habrá hecho mi madre.» «Bueno po´de la mía la mitad para mi y la mitad para ti.» Y comíamos dos cosas distintas.

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Aprendimos a nadar en el espigón del varadero. Las manos las tengo llena de cicatrices de los guarrazos contra las piedras con ostiones. La vida del chaval era esa. Luego imitábamos a los mayores. Una vez mi hermano y yo cogimos el bote de un vecino, Chano. Lo avisaron, desde la orilla, «¡Niños venirse pa´ca!». Aquello fue desagradable porque nos cogieron, pero dejamos las cañas en la popa tiramos a remo para volver y descubrimos lo que era el curricán, porque las cañas iban con carná, y al llegar quedamos de puta madre porque se había enganchao un róbalo. Al menos coger el barco sirvió para algo.

chocos cerca de la CAMPSA, llevaba yo mi francajo; y es que la pesca a pie es muy bonita, vas con tu farol en ese silencio de la noche y, la lisa, el chapetón o lo que sea, se quedan petrificados con la luz.Y el choco, como pasa con el lenguado, se entierra con sus aletas. Bueno con todo ese entusiasmo, sin darme cuenta me metí en el caño del Varadero y me fui hundiendo en una especie de fango blanquecino producto del constante riego para que los barcos pudieran operar con cierta holgura. De tal guisa que al hundirme, el faro se me apagó. Desesperadito perdido, mi única ayuda era el francajo que, clavado en el fondo a modo de poste en fango firme, me servía de sostén. Temía que se me escurriera al otro fango y me pudiera absorber como pasa en las arenas movedizas de las selvas. Así, y como el agua de la marea iba subiendo, y temeroso de ser engullido por aquella poleá, me puse a gritar a la clásica usanza: «¡Socorro! ¡Socorro!». Unos carabineros que hacían la ronda por la playa sintieron mis gritos, me lanzaron una cuerda y cuando me pudieron rescatar, me hicieron la correspondiente reprimenda, pero desde luego si no es por ellos, no estoy contando yo ahora mismo este relato.

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en generación, pues si bien esto sucedió durante la amplia posguerra todavía a inicios de los años sesenta los más jóvenes como José Manuel Hesle…

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Aun así no debemos olvidar una, otra más, de las peculiaridades del barrio de Puntales: su íntima relación con la Base Naval de la Armada cuya ubicación se encontraba en el vetusto castillo que cerraba el barrio hacia la bahía. Unas relaciones que, según las distintas entrevistas realizadas, casi siempre sucedieron de forma cordial cuando no de apoyo mutuo. Según los recuerdos de Manuela Rivero, no fueron pocas las ocasiones en que los marineros de la Base acudían a achicar agua de lluvia a los barracones de la plaza. Agua que casi llegaba a los somieres de las camas. Por su parte, María Oliva Calderón recuerda como la chavalería, y sobre todo las féminas, «entraban y salían» con los jóvenes marineros. Por su parte, por el otro lado de la historia, el entonces joven marinero José Moares cuenta que, cuando tocaba vigilancia por la mañana en la puerta de la Base, Luisa la Morena, vecina del patio de Calderón, tenía por costumbre acercar un cafelito calentito. Esta relación culminaba cada año cuando, por el día de la Virgen del Carmen, se abrían las puertas del castillo para toda la vecindad. En recuerdos de Manuela Rivero:

Empero, no todo era cordialidad en Puntales. La propia Manuela Rivero no olvida que uno de los motivos del porqué marchó del barrio, junto con sus padres, eran las continuas broncas y peleas entre los habitantes de los barracones: ¡Ojú por Dios! Allí se pegaban las mismas familias, allí en medio. El que llegaba borracho le pegaba a la mujer, no había ni policía ni leches.

Y no quedaba ahí la cuestión. Nuevos realojos por parte del gobierno municipal acercaron hasta Puntales a familias gitanas que, hasta ese momento, habían vivido en chabolas en la Cortadura. Los roces entre estos y los trabajadores de la zona no se hicieron esperar. Pronto comenzaron las murmuraciones sobre las costumbres de los nuevos vecinos: que si arrancaban las tuberías de plomo y las vendían, que si sembraban en las bañeras de los cuartos de baño, etc. Los operarios de CASA, tras almorzar, descansaban en la acera de la entrada a la fábrica. Allí esperaban, de nuevo, la entrada al tajo. Por aquel mismo lugar, única vía de comunicación del barrio con el exterior, pasaban vecinos a pie a todas horas. Parece ser que una de estas vecinas gitanas, apodada la Pelona, tuvo sus palabras con uno de estos operarios, y más concretamente con Eduardo Bablé Cabello, al cual se conocía con el sobrenombre de Batillo por su clara vinculación con la Compañía de Títeres de la Tía Norica. Tras el rifirrafe, el entonces autor de chirigotas de las Fiestas Típicas, le escribió la siguiente coplilla:

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La gente había vivido una experiencia muy participativa. Era una casa de vecinos con puertas abiertas siempre, niños jugando en el patio, intercambio de las comidas: «¿Qué has hecho tú?» «Papas con chocos.» «Te lo cambio por un poco de nosequé.» Era un ir y venir. La red social, que ahora se llama, estaba garantizada. Si alguien estaba enfermo: «Mira, echa una miraita que voy a comprar». Esto también valía para ver como iban las papas con chocos, y la gente entraba sin ningún tipo de problema.

Los marineros hacían comidas y nos la daban, un día hacían paella, y cuando era el día de la Virgen del Carmen entrábamos en la Base y se veían los lavaderos, que vecinas mías se colocaron allí a trabajar. Se soltaba una vaquilla, y los marineros la toreaban y hacían su paella. Llegaba la hora de la comida y todos los chiquillos con sus cacharritos para que se la sirvieran y comíamos. Allí pasábamos el resto del día. Era una plaza redonda. La gente charlaba, comía…

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Este hecho fue, durante mucho tiempo, una constante en el barrio. Trasladándonos, momentáneamente, a la década de los sesenta, esta costumbre todavía perduraba. Algunos obreros habían conformado una cooperativa para construir sus propias casas en 1956. Aquel edificio se fue levantando, poco a poco, en el tiempo libre de aquellos padres de familia. Uno de los niños que recuerda aquella fraternal convivencia fue José Manuel Hesle:

un cabo, de llevar desfilando hasta los Salesianos, en el barrio de San José, a los marineros de la Base para asistir a misa. Parece ser que esta costumbre estaba extendida entre los mandos de la época. En otra instalación menor de la Marina, como eran los Flechas Navales emplazados en la batería de Segunda Aguada, también cumplían la misma costumbre. La cuestión es que Oneto y el otro mando que le acompañaba no entraban en misa. Se quedaban en La Pasiega, uno de los bares instalados en el antiguo camino del Arrecife. Allí terminaron planificando montar una pequeña entidad en torno a la pesca, habilidad altamente desarrollada en el barrio y a la que eran aficionados. De esta manera, Oneto junto con Luis Reina y Felipe Blanco terminaron construyendo una sencilla caseta al borde de la playa de Puntales, entre los restos del varadero de Mariñas y el de Vilela que venía funcionando desde 1945. Mediaba la década de los años cincuenta, la central térmica había comenzado su construcción y sin embargo la dictadura pervivía, lo cual hacía cada vez más difícil las reuniones del club. No pocas peticiones tuvieron que llevar a cabo Oneto y los suyos al Gobierno Civil no sólo para que permitiera aquellas reuniones sino para que aprobara su

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Y aunque la letra nunca formó parte de ninguna agrupación, ni se cantó fuera de aquella factoría, es fiel reflejo del ambiente que rodeaba al lejano barrio de Puntales cuando comenzaron a llegar noticias de la construcción de una central térmica a escasos metros de las viviendas del barrio. No obstante, una vez ya comenzada dicha obra, de la que hablaremos en el siguiente apartado, algunos inquietos vecinos, aficionados a la pesca, idearon un club. Nos gustaría, por su importancia, dedicar unas líneas a la constitución del Club Alcázar que, a mediados de los años cincuenta, daba sus primeros pasos. Desde San Fernando había llegado al barrio, en 1941, José Oneto Pavón. Llegaba destinado a la base naval de Puntales y se instalaba a escasos metros del castillo: en el patio de Calderón también conocido como «el Palacio» por ser una vieja construcción salinera con muchas más comodidades que el resto de casas y barracas del barrio. Entre ellas poseían agua, luz y baños propios. Muchos sábados cumplía la orden, junto a

Carnet de socio del Club Alcázar perteneciente a uno de sus fundadores: José Oneto

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Ponga atención a  lo que todos vamos a contarle, de la provocación que escuchamos ayer por la tarde. Sin haber razón y ni siquiera motivo pa ello, y lo cierto es que de limpio a to nos vistieron. Por una sin verguenza más fea que un rape, […] Con esa barriguita y el traje colorao, se parecía la burra a un caballo desvocao. El tiempo que gastaba en hablar y chillar, debía usarlo para coser y bordar (¡¡¡coser y lavar!!!) Y to por culpa la Pelona, otra fiera de Puntales que no se quita la costra aunque le claven puñales (¡¡¡la debían de pelar!!!) si quiere presumir de pelo que se compre una peluca porque la pelona es la pelona es una hija de CÁDIZ.

Y por último estaba la playa correspondiente al Club Alcázar, que resultó ser un desencanto para las gentes de Puntales, donde todos los vecinos trabajaron acarreando piedras, con carrillos de mano, y en donde hubo subvenciones para construirlo, pero que al final se convirtió en el recreo del almirante, del gobernador civil y unos pocos privilegiados. Lo cierto es que al final, por una cosa y por otra, vivir en Puntales era no ver el mar.

Puntales, la obra de la Central Térmica y la Torre de la Luz

ampliación. Comenzaron a realizarse regatas, algunas de las cuales llegaban al «club de los señoritos», en clara referencia al club náutico de Cádiz. Muchos vecinos de Puntales y de barriadas cercanas entraron a formar parte del mismo. Para dar realce al club, Oneto usó sus contactos en la Base para atraer a personalidades como el almirante Pascual Pery Junquera que terminó accediendo a asistir a una de las primeras fiestas que se celebraban en el remozado club. Sin embargo, no todos vieron con buenos ojos la deriva que tomaba aquel sencillo club de pesca. De hecho con el paso de las décadas el Club Alcázar se vio sumido en una serie de problemas que escapan a la finalidad de este libro. Las palabras de Pepe Mena valen para ilustrar esta idea, y además resumen a la perfección los sucesos que se avecinaban con la llegada del progreso. Un progreso que no siempre vino de la mano de la mejora del nivel de vida de los habitantes de Puntales:

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Buenas relaciones entre la vecindad y los mandos de la Base Naval de Puntales

La construcción de los pilones de Puntales y Matagorda no se comprenden sin la necesidad imperiosa de suministrar más potencia al raquítico sistema eléctrico de la ciudad, en particular, y al de todo el país, en general.Y la torre colocada en el Puntal, que en palabras de Mosquera Adell fue el referente de modernidad por excelencia de aquellos años, tiene una estrecha relación con la edificación de la Central Térmica de Cádiz (a partir de ahora CTC). Para comprender mejor los hechos que rodearon dicho proyecto tenemos que hablar del Instituto Nacional de Industria (a partir de ahora INI), el cual había sido concebido por Juan Antonio Suanzes Fernández, bajo la influencia del Instituto per la Ricostruzione Industriale de Mussolini. Dicho organismo se enmarcaba en la política autárquica de la Dictadura e incluía los sectores eléctricos, del hierro, y del carbón, sumándose después transportes, construcción naval, petróleo y automoción. Desde inicios de los años cuarenta se había creado para promover la fundación de empresas industriales. Sin embargo, antes de lograr el acuerdo entre INI y la alcaldía de Cádiz, con José León de Carranza al frente, se habían vivido variados «enfrentamientos» entre el consistorio de Cádiz y la empresa, hasta entonces suministradora, Sevillana

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Datos previos a la obra

Sin embargo, la finalidad de la misma era convencer al ministro de que él mismo se debería de ocupar de presionar

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Quiero también expresarte mi gratitud por la cesta de preciosos claveles que con motivo de las fiestas enviaste a mi mujer y que ella me encarga te agradezca sinceramente.

a los ingenieros, encabezados por José María Gaztelu Jácome, consejero del INI y jefe del Departamento de Electricidad –ya que «muy pronto van a venir […] para la determinación del sitio donde debe colocarse»–, para lograr instalar la CTC en la Zona Franca. Temía Carranza que su ubicación final fuera en San Fernando o Matagorda, lejos del término municipal de Cádiz, pues según su propia opinión a Sevillana de Electricidad «no le conviene en modo alguno que quede del lado acá de la Bahía porque, como es natural, estando la Ciudad de Cádiz fuera de su órbita» y por tanto de su propiedad. Los viejos conflictos de intereses entre alcaldía y empresa estaban muy latentes. Para convencer a Suanzes, Carranza se valió de un ingeniero «muy competente», director de los Servicios de Cádiz, en clara alusión a Juan de Dios Molina Orrequia. Realizado por éste un informe, indicaba que el situar la CTC en la Zona Franca le beneficiaría al INI por tener muy cerca tanto el muelle como la CAMPSA. A través del primero podría abastecerse de combustible con una tubería especial, y si no, pues a través de la segunda. Según Carranza esta cuestión no era «moco de pavo», porque él mismo había comprobado en otras centrales, como las de Génova, Amberes y Amsterdam, que para el gran consumo de combustible bien útil era establecerla cerca de un puerto. Además si fuera necesario «situarla fuera de la “zona” y como tal Franca siguiendo por tanto para su abastecimiento el régimen ordinario, para lo cual no habrá que hacer más que una corrección en el muro de cerca de la misma, o bien dejarla dentro de muros, es decir, dentro de la Zona Franca […]». La presión del alcalde sobre Suanzes no cejó en los días contiguos. Tres días después enviaba otra misiva a la que le adjuntaba un recorte del Diario de Cádiz donde él mismo había declarado que la mejor localización para la CTC era la Zona Franca, con lo cual Carranza se ganaba a la, bien amordazada, opinión pública. Llevara el alcalde razón o no, lo que no se puede negar era la maniobra que estaba realizando para asegurarse el asentamiento de la central en

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de Electricidad. Por ejemplo, en 1943 la compañía eléctrica se negaba a suministrar más energía lumínica a causa de la «pertinaz sequía». Las quejas se mostraron, aunque de forma sibilina, hasta por parte del Obispado de la ciudad en una circular en las Navidades de 1944.Y a finales de 1948 ambas entidades firmaron un nuevo convenio que tampoco terminaría con los cortes del fluido eléctrico. Estas desavenencias llegaron a tal punto que el Ayuntamiento intentó vender al INI su negocio de electricidad, lo cual incluso fue estudiado puesto que dicha empresa –Servicios Municipalizados de Agua y Electricidad (a partir de ahora SMAE)– alimentaba importantes industrias para el país (Astilleros, Dique Seco,Varadero Bazán, CASA…) en suelo gaditano. La situación en 1950 no había cambiado y las restricciones lumínicas eran persistentes. Fue a inicios del nuevo año cuando desde la alcaldía se contactaba con el INI para solicitar la instalación de una central térmica en la Zona Franca. Sin embargo esta petición tardaría todavía años en cristalizar. Dos años después, en 1953, por orden del gobierno, llegaba un nuevo Plan Eléctrico Nacional. En el mismo se instaba a seguir aumentando la capacidad de potencia a través de distintos proyectos entre los que estaría Cádiz, así como otras capitales andaluzas como Málaga y Almería, y que según el propio gobierno eran, como se recoge en la propia revista del INI, «la región proporcionalmente menos dotada del país por su escasa potencia». Había llegado Mr. Marshall. En los primeros días de 1955 la correspondencia entre Carranza y Suanzes se multiplicaba. En algunas de aquellas cartas se da la impresión de tener entre ambos buena amistad y confianza. Decía el alcalde:

poco después el ingeniero jefe de la misma, Diego de los Ríos Bethencourt. El proyecto incluía la construcción de la CTC (2x30 mW) a lo que habría que sumarle, en el organigrama de todo este compendio, una subestación en Puerto Real (40 mVA), así como la línea Cádiz-Puerto Real (132 kW). Todo ello se complementaría en 1959 con la Red de Cádiz, un cableado subterráneo de 14 km y ocho subestaciones (38 mVA). La cual se resolvió recibiendo suministros «de barras» de la nueva central al precio del equivalente que a Sevillana, Chorro, etc. De la misma forma, por esos intereses, se decidió ampliar la antigua red primaria de distribución a 28 kV, cobrando un peaje a SMAE

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Subestación de Puerto Real

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sus «dominios», hecho que beneficiaría a su SMAE que, ya en plena construcción de la CTC, como dijimos, intentaría vender, hecho que finalmente no consiguió por falta de compradores. Potenciaba también así, ya no sólo la Zona Franca, sino toda su zona anexa que, a excepción del barrio de Puntales, estaba colmada de industrias y talleres que dependían de la red eléctrica. Fue persuasivo el alcalde pues el 17 de febrero de 1955 se firmaba el contrato entre el INI y el Consorcio de la ZF –cuyo delegado era el antecesor de Carranza en la alcaldía, Francisco Sánchez-Cossío–, dándose la concesión de terrenos de su propiedad al Instituto para la instalación de la CTC. No nos resistimos, antes de la finalización de este apartado, a exponer algún que otro caso curioso de «solicitud de ayuda» durante la elección de la empresa que construiría la CTC. Nos acerca más al día a día, permítannos la licencia, del «despacheo» franquista. Y es que la obra despertó mucho interés e incluso algunas presiones sibilinas. A finales de abril de 1955, Antonio Garrigues, hermano de José Luis Garrigues –presidente de la Sociedad Anónima de Trabajos y Obras (SATO)–, mostraba por carta a José Sirvent Dargent –gerente del INI–, el interés del mismo en «el concurso restringido abierto para la ejecución de las obras de la CTC». Y para ello recomendaba a la empresa de su hermano que «ha sido recientemente reorganizada, está en inmejorables condiciones técnicas, administrativas y financieras para realizar esta obra». Para desgracia del abogado Garrigues, un par de semanas después, Sirvent le contestaba en los siguientes términos: «Tu grata del 28 de abril llegó a mi poder cuando prácticamente, los Servicios correspondientes del Instituto, habían tomado decisión con respecto a la adjudicación de las obras de la CTC […] siento tener que comunicarte que su proposición no figuró entre las mejores». La obra, finalmente, fue adjudicada a Dragados y Construcciones S.A. el 11 de mayo de 1955, llegando a Cádiz

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Aunque el comienzo oficial de la construcción de la CTC se suele citar para 1955, ya en mayo de 1954 se estaban obteniendo muestras de la temperatura del agua en distintos puntos de la bahía de Cádiz para la futura toma de refrigeración de la CTC. También comenzaban los estudios sobre la salinidad del terreno para las futuras líneas de cruce. Y en junio de 1955 se realizaban los primeros sondeos en un lugar concreto, la Zona Franca, para la toma de refrigeración de la CTC que, como sabemos, se había empezado a construir en dicho puerto. El solar en estas fechas lo conformaban cinco parcelas. En los meses siguientes se fueron adquiriendo vehículos, instalando líneas telefónicas, así como se planificó la construcción de una treintena de viviendas para los empleados de las que hablaremos más adelante. Entrando en temas técnicos, hay que indicar que las calderas fueron adquiridas a Combustion Engineering, empresa norteamericana que mejor satisfacía al INI. El precio de la de Cádiz, más los accesorios, ascendió a 1.805.000 dólares. Sería la primera de las dos que finalmente se instalarían. Todo ello bajo la asesoría, desde finales de 1954, de la también empresa norteamericana Gibbs & Hill. El embarque del equipo y materiales estuvo previsto de la siguiente manera:

Estructura de acero

Iniciación

Terminación

Primer grupo (Cádiz)

1 mayo 1956

1 septiembre 1956

Cuarto grupo (Cádiz)

1 diciembre 1957

1 mayo 1957

Fuente: Archivo de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (a partir de ahora ASEPI), año 1955. Caja 3.634, legajo 232.

Ni que decir tiene que la influencia norteamericana se hizo notar en todos los años que duró este proyecto. Quedaba bien claro que España había quedado bajo el amparo e influencia de EE.UU. tras muchos años de aislamiento. Continuando con la obra, indicaremos que para el abastecimiento de agua para la CTC finalmente hubo que realizar un injerto que provenía del río Guadalcacín. Según carta de Gaztelu a Francisco García de Sola, director entonces de Obras Hidráulicas, a finales de febrero de 1956 todavía no se había adjudicado la obra y apremiaba el hacerlo. Comenzaban los atrasos. *

*

*

Mientras esto sucedía a pie de obra, en los despachos el alcalde Carranza volvía a insistir en la venta de los SMAE. En carta fechada a 30 de mayo de 1956 José León ponía en bandeja la empresa municipal al INI. En el texto dejaba bien claro que no había llegado a un acuerdo con Sevillana; alababa la obra que se estaba realizando con la CTC; indicaba el acierto que había supuesto el situarla en la ZF –¿auto-alabanza?, pues la idea había sido suya–; así como, mostraba su satisfacción por el beneficio que iba a traer a las industrias de la provincia –y Cádiz capital en particular–, a los gaditanos, etc. E incluso el motivo del porqué el ayuntamiento no podía hacer frente al SMAE:

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La obra

Equipos de calderas

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de 0,07 ptas. por kW/h. Al parecer ya había un precedente en la línea Puertollano-Ciudad Real-Manzanares. Todo esto conllevaría al abastecimiento del Astillero, teniendo carga constante, y en aumento; para la CTC, resolvería definitivamente el problema eléctrico de Cádiz, incluso rebajando el precio de la energía. Ganaba así prestigio el INI que solucionaba el problema que no había resulto ninguna empresa privada.

Esta Alcaldía […] juzga convenientísimo [sic], no sólo para el interés municipal, que es el que menos tiene que jugar en la cuestión, sino para el del público, el de la gran industria creada o por crear en Cádiz y también, aunque no corresponda entrar en este área, para los intereses del desarrollo de la vida de la misma Central Térmica, que esta adquisición, proyectada para efectuar por «Sevillana», a la que ya nada queda aquí como no sea creado artificialmente por una línea hipotética que se le deje construir, se hiciera, en cambio, por el propio INI, a cuyo efecto este Ayuntamiento pone a la disposición del mismo todos cuantos datos y antecedentes juzgue necesarios para el mejor estudio de este problema.

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Por su parte, desde mediados de 1956, se mostraba el interés de Sevillana en la compra de la CTC, incluso estando todavía sin finalizar. En palabras de Suanzes a Gaztelu: […] es curioso que en la época más adecuada, o sea, cuando eran ya conocidos los propósitos del Instituto –respondiendo por otra parte, a las instrucciones del Gobierno–, estos señores, y especialmente «Sevillana» no mostraron el menor interés en colaborar en la tarea, antes al contrario. Posiblemente supusieron, insistiendo en un error que se ha repetido con mucha frecuencia, que las instalaciones no iban a ser llevadas a cabo al ritmo y decisión con que se están efectuando. Ahora, cuando la coyuntura económica ha variado, cuando las instalación de las centrales es ya un hecho consumado, y sobre todo, cuando aparece el riesgo de que nosotros intervengamos directamente en las distribuciones, es cuando se exteriorizan estas apetencias que, en realidad, se

Quedaba el tema en el aire ya que concluía el director indicando que se esperara a la finalización de la CTC para tomar una decisión. No obstante, tanto interés no debía de extrañar. El 15 de junio de 1956 las centrales térmicas, entre ellas la de Cádiz, se declararon de «interés nacional», lo que suponía todo tipo de beneficios. Se detallaba también los derechos de explotación, arancelarios y de expropiación forzosa. Algunas de las características de la CTC eran su ya anunciada potencia de 60.000 kW, en dos grupos de 30.000, construyéndose en una Zona Franca, dispuesta de dos calderas y dos turboalternadores de la empresa Metropolitan Vickers Eletrical Co. Ltd. También dispondría del parque de transformación para las tensiones de 28, 50 y 132 kV. *

*

*

Sin embargo, no todo era de color de rosa. Gracias a la correspondencia sabemos de la evolución de la obra medio año después de sus inicios. Las cartas cruzadas entre Juan Antonio Suanzes y Boris Lochak, director de Operaciones Extranjeras de Gibbs & Hill, de finales de 1955, inicios de 1956, indican lo siguiente. Lochak recordaba a su interlocutor español que en una reunión pasada quedaron en informarse de cómo iban todos los proyectos de la empresa. ¿Estamos ante un simple formulismo o ante una queja por la falta de información? La cuestión es que informaba que un representante de la empresa, llamado Mr. Bay, había visitado España y que las construcciones en Cádiz y Málaga iban muy bien, y en su tiempo. Indicó de algunos problemas en otros lugares como Alcudia y Ceuta, donde había

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Añadía finalmente:

orientan a objetivos puramente crematísticos, pero yo estoy seguro de que sí nosotros no hubiéramos intervenido en el asunto, con un concepto técnico y económico muy claro, ni a «Chorro» ni a «Sevillana» se les hubiera pasado por la imaginación el montar unas térmicas importantes en Cádiz, Málaga y Almería.

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[…] el crecimiento del consumo, que en poco tiempo se ha doblado pero que todavía alcanza cifras muy inferiores a las que son de prever en muy corto plazo, sitúa al Ayuntamiento de Cádiz ante la dificultad de poder desarrollar en toda su amplitud estas demandas para hacer llegar a todas las clases sociales electricidad en condiciones que les permitiera tener a su alcance todos los elementos que la vida moderna ofrece de comodidad para el servicio del hombre.

dificultades con las licencias, pero en Cádiz y Málaga, hasta ese momento iba todo en la fecha prevista. Por su parte, en Almería estaban a punto de empezar. Recordaba el norteamericano que era importante el control sobre los dibujos del diseño por parte del departamento encargado –Metropolitan Vickers, junto con el departamento de electricidad–, y que podrían llegar a haber problemas mayores si los dibujos eran aprobados para la construcción sin el permiso de estos dos departamentos. La respuesta de Suanzes fue restar importancia a los problemas indicados por Lochak. A mediados de julio de 1956 regresaba a EE.UU. tras las visitas a las obras de Cádiz, Málaga y Alcudia, enviando de nuevo una carta confidencial a Suanzes con su opinión de la obra. Bajo su punto de vista llevaba un retraso de seis a doce meses. Según él, y haciéndoselo saber también a Gaztelu, era necesario lo siguiente:

tradicionales del Régimen y los que se querían sumar a los nuevos tiempos. También opinaba sobre acciones en Bolsa.Y respecto a la CTC hizo varias indicaciones, sumándose una «nota de alcaldía» donde contaba la historia de los SMAE y el interés de que el Ayuntamiento –e INI–, tenían en el funcionamiento de la CTC. Insistía pues el alcalde Carranza de desprenderse de dicho servicio. Finalmente, en octubre de 1957, según informe de Francisco Sánchez-Cossío, delegado de ZF, las obras de la CTC iban muy avanzadas y su primer grupo iba a entrar en funcionamiento en pocos días. Llegaban con medio año de retraso. Las principales características eran: la utilización de fuel-oil extranjero, ya fuera de las refinerías de CAMPSA o españolas; carbón extranjero

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Es curioso cómo, mientras los cargos norteamericanos ponían el dedo en la llaga sobre los continuos retrasos que se avecinaban, los políticos españoles mantenían una correspondencia más ocupada en problemas internos del gobierno que en las centrales térmicas, indispensables para la marcha de la economía. En este contexto encontramos más correspondencia entre Carranza y Suanzes en vísperas de la fiesta de los Reyes Magos de 1957. El alcalde divagaba sobre la política en las Cortes y daba su opinión abierta sobre algunos ministros e incluso criticaba duramente a José Antonio Girón. Quedaba así claro las diferencias entre los hombres

Interior de la Central Térmica de Cádiz

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- Aumentar considerablemente la mano de obra especializada empleada en la construcción. - Acelerar la preparación de planos, que también es esencialmente un problema de mano de obra en la oficina de Madrid. - Establecer una unidad de mando en el emplazamiento de cada planta, de forma que un hombre solo pueda hacerse totalmente responsable de las construcciones civiles, eléctricas y mecánicas. [Una cruz señala este tercer punto]

o nacional; instalaciones de calderas de vapor, bombas de agua, turbogeneradores, transformadores, motores eléctricos auxiliares, siendo la maquinaria extranjera y nacional. Su producción al principio ascendería a 210.000.000 kW/h. La segunda etapa de la CTC dio comienzo a partir de septiembre de 1958 tras la orden y aprobación ministerial.Y a inicios de 1959 las cartas de felicitación entre las autoridades locales y los cargos del INI se sucedieron. Así le hizo saber, José León de Carranza a Juan Antonio Suanzes, que a su vez enviaba a José María Gaztelu, en el feliz momento que conllevaba la finalización de la CTC: Acabo de llevar de `impronta´ a [Sa]nz Crio a la Central Térmica y ha quedado [y he quedado] maravillado de su exacto

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Exterior de la Central Térmica de Cádiz con cinta transportadora

Los hechos se sucedieron de forma vertiginosa. En mayo de 1959, el Ministerio de Obras Públicas dio permiso al INI para instalar en el Muelle de Poniente de la Zona Franca la cinta transportadora de carbón, cuya longitud finalmente alcanzó los 73 metros. Al mes siguiente se daba la visita a la CTC del presidente y director del Export Import Bank. Aquel mismo mes en los despachos ya se sabría que Sevillana no iba a explotar la nueva central térmica, por lo que la empresa privada solicitó que las centrales que en 1956 no fueron nombradas de «interés nacional» lo fueran ahora: algunas de Córdoba, Badajoz, Sevilla o Huelva. Efectivamente el 1 de julio de 1959 quedaba enterada en pleno de la Zona Franca que quien explotaría, a partir de entonces, la CTC sería la empresa Auxiliar de la Industria, S. A. (Auxini). También explotaría las de Málaga y Almería al poseer las tres las mismas características. Comenzaban entonces una serie de obras menores, pero también importantes, para el inmediato funcionamiento de la CTC. Por ejemplo, la construcción del ramal desde el cargadero de Puntales hasta la CTC por parte de la Renfe. Para lo que se remitía desde la empresa ferroviaria planos y proyecto al Centro de Estudios Técnicos de Electricidad (CETE). A los pocos días se firmaba el contrato entre el INI y la Renfe para el uso de la primera del cargadero de Puntales para el uso de la CTC. Y por fin en enero de 1960 se autorizaba la puesta en servicio de la línea eléctrica aérea a 132 kV por ramal de empalme de Trocadero a Trocadero por el kilómetro 132/069 de la línea Sevilla a Cádiz. Es decir, entraba en funcionamiento la línea aérea que atravesaba la bahía de Cádiz por el estrecho de Puntales. Línea que era sostenida por dos pilones metálicos centros de esta publicación. En septiembre del mismo año se daba la notificación de la adquisición del tercer grupo para la ampliación de la CTC. Parece

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funcionamiento y estado de limpieza. ¿Qué sería de la economía gaditana sin esta Central?

por toda la ciudad, todo el esfuerzo realizado no valdría para nada –¿de ahí el empeño de vender los SMAE?–. Un tiempo antes de la finalización de la obra, febrero de 1959, el gerente, José Sirvent informaba al presidente Suanzes de la ampliación del coste de la misma. De los más de 37 millones de pesetas estimados en 1957 el nuevo presupuesto lo ampliaba a más de 54 millones desglosados de la siguiente manera:

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ser que el Ministerio de Comercio respaldaba en esta ocasión el crédito solicitado al Bank of Washington. Se encargaron así las nuevas piezas a la Compañía Internacional de Electricidad Westinghouse. Aun así no fue hasta el 31 de julio de 1961 cuando se aprobaba el préstamo de 8.700.000 dólares del Export-Import Bank de Washington con destino al grupo nº3 de la CTC. Sin embargo no podemos dejar de lado la obra de la red eléctrica primaria de Cádiz. Si a la nueva central térmica no se le acompañaba de un ramal adecuado a sus nuevas necesidades

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Red Primaria de Cádiz

3.216.861,08 ptas

Subestación de «Dique Seco»

3.359.201,25 ptas.

Subestación de «Zona Portuaria»

5.025.952,11 ptas.

Subestación de «Obispo»

3.965.385,37 ptas.

Subestación de «Argüelles»

4.567.299,90 ptas.

Subestación de «Caseta»

2.120.473,80 ptas.

Subestación de «Sacramento»

3.503.432,55 ptas.

Subestación de «Matadero»

4.204.348,35 ptas.

Cables subterráneos

24.766.940,27 ptas.

TOTAL

54.729.984,68 ptas.

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Fuente: ASEPI, años 1955-1963. Caja 3.667, legajo 3.793.

El aumento venía dado por los nuevos estudios y sugerencias de los SMAE, destacándose la supresión de la caseta de San Severiano y la de transformación de Santa María. Sin embargo, aquella obra, como hemos podido intuir en los escritos de Boris Lochak, estuvo salpicada de multitud de contratiempos que, por su interés, vamos a resumir en el siguiente apartado.

Problemas con la CTC y la torre El 11 de mayo de 1955 el alcalde Carranza indicó a Suanzes que, aunque parecía ser que la CTC estaría finalizada en 1957 –como así fue, aunque no en el mes deseado– se encontraba

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Subestación de «Astilleros»

ahora en un grave «bache»: estando la producción de energía a más de 150 km (¿provincia de Sevilla?) y pasando la misma por Jerez, que como subdistribuidora absorbía 16.000 kW, al extremo de la línea (Bahía) con todas sus industrias llegaba un «pésimo servicio». A esto se le sumaba la avería de la central móvil de San Fernando, que aunque iba a ser sustituida por una de 2.000 kW, ésta no supondría más que como elevadora de tensión, no productora de energía. Había llegado a oídos del alcalde que en una reunión del Ministerio con Sevillana de Electricidad se departió sobre la posibilidad de acuerdo para instalar en San Fernando-Bazán, una central térmica flotante que hasta ese momento se había usado en Cartagena. Esto ascendería a 7.000 kW la potencia, auxiliando así a las empresas del INI instaladas en la Bahía: Astilleros, CASA, Frigorífico, Bazán… En la carta el alcalde se despedía con un guiño a la última cacería de «Gallardo». Berlanga en estado puro. Al no recibir respuesta, el día 25 del mismo mes, Carranza insistió con una nueva misiva. La Dirección General de Industria elaboró finalmente un informe negativo puesto que opinó que en aquel verano no mejoraría, todavía, la situación de Cartagena por lo que no podría marchar la central térmica flotante. Gracias a la documentación encontrada sabemos que también hubo presiones por parte de cargos de Sevillana –José Manuel Fernández Campos y José Muñoz Vargas– para que no se diera el traslado. De esta manera, remitieron a Carranza al Ministerio. La solución final que dio el gobierno de la nación fue la instalación de una central flotante en San Fernando, que perduró hasta 1959 cuando, una vez finalizada la CTC, fue retirada a otros lugares del país donde era más necesaria. También provenía de Cartagena y en su día había sido un destructor de escolta que durante la II Guerra Mundial había quedado averiado por una mina. Adquirido por el INI fue convertido en central con dos grupos de 4,5 kW.

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Presupuesto de la ampliación de la Red Eléctrica Primaria de Cádiz a 28 kV.

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Dicho planteamiento fue comunicado al Ministerio de Marina. Hay que indicar que la obra ya había comenzado, por

[…] sin duda la más antigua fortaleza de la bahía […] por su posición privilegiada, la más importante de la ciudad. Su importancia estribaba en que defendía el paso hacia La Carraca, cruzando sus fuegos con el fuerte de Matagorda, situado al otro lado, en lo más estrecho de la bahía. […] Constaba Puntales de un fuerte muy reducido hacia tierra, mirando al arrecife […] que estaba compuesto por dos semibaluartes con flanco, fosos y sus cortinas correspondientes, y en medio de dicho frente estaba la puerta de entrada con puente levadizo, que aislaba la fortaleza, por tener un foso entrada de agua. Al lado izquierdo de la entrada había una batería de barleta, muy digna de tenerse en cuenta, que podía contener hasta 14 cañones y algunos morteros […]

Todo aquel frente defensivo, anterior al puente levadizo, entendemos tuvo que ser derribado para la incipiente obra de la torre de Puntales ya que fue proyectada frente a la misma puerta de entrada a la fortaleza. *

*

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Durante todos los años de la década de los cincuenta hubo accidentes de trabajo relacionados con la rama de la construcción. Tal era el ritmo de percances que el Diario de Cádiz, al finalizar la obra del edificio de la Unión y el Fénix –el más alto de Andalucía hasta el momento de su construcción–, celebraba que no hubiera habido ningún tipo de desgracia. La central térmica de Puntales no fue una excepción como

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a) Tendido de una línea de cable submarino entre Puntales y Matagorda. b) Línea aérea a través del istmo Cádiz-San Fernando.

lo que fue paralizada. Finalmente el ministro, Salvador Moreno Fernández, tras llevar la consulta al Consejo de Ministros, se acordó autorizar la continuación de la obra pues era la «única solución viable» debido a la «importancia del proyecto y la circunstancia». No debió ser el único problema con el que se topó la obra de la torre de Puntales. Ramón Solís, en su espléndido trabajo sobre las Cortes de Cádiz, indicó lo siguiente a la hora de describir el castillo de Puntales:

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Parece ser que, ya comenzada la obra, hubo algunas dudas sobre el tendido eléctrico de las torres respecto a la Base Aeronaval de Rota pues, si bien, quedaba la línea fuera de la zona de aproximación de la pista de vuelo, ésta podría acarrear problemas de seguridad. Así opinaba Felipe Abarzuza Oliva, que había sido nombrado recientemente almirante del Estado Mayor, y estaba destinado al Departamento de Cádiz como capitán general, a la vez que dejaba claro que la Marina no se haría responsable de ningún accidente que pudiera provocar las torres. Sin embargo, al parecer, estas circunstancias ya habían sido tenidos en cuenta con anterioridad. El cableado había sido aprobado el 15 de septiembre de 1955 siendo su antecesor el almirante Pastor, con una única condición indispensable: que la altura mínima de los cables fueran de 50 metros. En aquella fecha, según Abarzuza, el resto de detalles quedaron pendientes por el INI: cimentación, lugar, etc. Según documentación de Juan Antonio Suanzes, la aprobación final del cableado sobre la bahía tenía fecha de 15 de noviembre de 1955, la cimentación y detalles de las torres estuvieron sometidas a consideración y autorización de Marina, y este último hecho se debía por ser la base de Puntales el mejor emplazamiento para una de las torres. Sin embargo, la discusión no quedó ahí. Existe documentación fechada a finales de 1956 donde el almirante Abarzuza retomaba el tema de la línea de alta tensión a través de la Bahía, porque según él había que reconsiderar el problema para los hidros que en futuro «amaren [sic] allí, así como para los servicios de vigilancia anti-submarina a cargo de los helicópteros». Además a continuación indicó las dos únicas soluciones admisibles:

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A pesar de que ya se dedica otro capítulo de este libro a la obra de los pilones de la luz, no nos resistimos a dedicar unas líneas a la visión de los vecinos y operarios de dicha obra, así como a las repercusiones posteriores que hubo en sus vidas. Hace ya algunos años, Manuel Villanueva Pavón dejaba un importante testimonio de sus vivencias en la prensa local. Tras llegar a Cádiz, desde su Casas Viejas natal, había trabajado en distintas panificadoras de la capital. Casado con Leonor Galván se trasladaron a vivir desde La Viña al lejano barrio de Puntales.

Salieron muchos huesos de personas cuando se excavó el terreno, que se llevaban en canastos para el cementerio.

Mas recientemente ha sido la propia Leonor Galván la que nos ha hablado del día a día de estos trabajadores: Se levantaban muy temprano, se iban para trabajar, yo le llevaba el café. Él regresaba a la hora del almuerzo y volvía al trabajo.Yo entraba allí sin que nadie me dijera nada. Aquello era un agujero inmenso. Iban metiendo unas barras de hierro con unas máquinas que tenían. Allí no había ni uniforme ni nada, lo que se podían poner.Venía hasta arriba de tierra y fango. Él terminó cuando se acabó la cimentación, las torres siguieron. Pero con operarios de fuera, no de Cádiz, estarían especializados.

Aquellas tazas de café eran bien recordadas por Manuel Villanueva que añadía en aquella entrevista de 2005 que se trabajaba a destajo en turnos de día y noche para lo cual «nos daban tacitas de café para que no nos durmiéramos». Sin embargo aquella obra de cimentación no sólo era vista y admirada por vecinos de Puntales. Desde las viviendas conocidas como Torres de Hércules del Cerro del Moro, jóvenes como Carlota Rodríguez y sus hermanas veían como, jornada tras jornada, salían gran cantidad de metros cúbicos de arena y fango. Mientras tanto, la obra avanzaba, y llegó el momento en que llegaron «los de fuera».Y no sólo no eran de Cádiz los operarios especializados a los que se refería Leonor Galván, sino también a los arquitectos e ingenieros italianos que dirigían la obra de la torre. Cuando entraba uno de ellos a trabajar estaban todavía los barracones en la plaza. De la siguiente manera los recuerda la vecina Pepa Massó:

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El día a día

Una vez allí Manuel, como otros tantos obreros de la zona, comenzó a trabajar en la cimentación de una altísima torre que se planificaba construir justo delante del castillo de San Lorenzo. Un total de once meses duró la actuación y, como indicábamos en otro apartado del capítulo, no fueron pocos los restos arqueológicos que brotaron de aquella operación:

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el Fénix, todo lo contrario, en dicha obra se llegó a suceder uno de los accidentes más aparatosos de toda la década cuando, en septiembre de 1956, cedió un techo de 300 metros cuadrados sobre quince obreros y una limpiadora. Fallecieron en el instante Salvador Guerrero Gil, Antonio Otero Macías, Antonio Estrada Aragón, Manuel Díaz Henry y Antonio Roncero Jiménez. Horas después, mientras era intervenido en el quirófano moría Álvaro Marín Caro, a la vez que, cinco días después perecía José María Serrano Rodríguez. El desamparo ante el que quedaron muchas familias fue intentado suplantar por las autoridades franquistas con donaciones. Hecho que solía airearse en la prensa con cada accidente del trabajo de gran magnitud y que en el caso que nos centra provinieron del Ayuntamiento, el propio alcalde Carranza, la Diputación Provincial, el Consorcio de la Zona Franca, la empresa Dragados y Construcciones a los que más tarde se sumó el propio INI con una cantidad que casi alcanzaba las 200.000 pesetas. Esta historia no acabó aquí. Según la documentación encontrada parece ser que el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción nº1 de Cádiz, en el verano de 1962, solicitó al INI una serie de documentación, que desconocemos, relativa al sumario 255/1956 sobre el accidente acaecido en las obras de la CTC.

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Por su parte, los jóvenes del barrio, como Francisco Cuñarro, aprovechaban la circunstancia para […] acercarnos con los amigos a los que trabajaban allí para irles por los bocadillos y las cervecitas y ganarnos un dinerito para ir al cine Maravilla de Los Porches.

No obstante, las relaciones de estos operarios con los habitantes de Cádiz, en alguna ocasión, fueron un poco más allá del simple saludo y el favor de acercar un tentempié. Al menos en la intención. La siguiente historia resume muy bien la sociabilidad del momento, entre los obreros de la torre y los vecinos de la zona. Carmen Cabeza era una joven que vivía

Mi madre iba a los Chinchorros como quien iba a un pueblo. Mi madre decía me voy a dar una vueltecita, daba su paseito, uno le daba una matita de esto o lo otro, de lo que tenían sembrao. Eran muchísimos vecinos. Eran muy pobres, nosotros teníamos poco, pero aquello…, vivían muy alegres, mucho paro, la mayoría no tenía trabajo. Lo más socorrío era el muelle y estaban en lista, es decir, cuando los llamaban. Como mi padre, que tardó años en estar en nómina.

Y un buen día de la segunda mitad de los años cincuenta… Llegaron unos muchachos a la pensión de La Pasiega, y en seguida nos enteramos. Ahora dicen que van a hacer unas torres, una en Puntales y otra en Puerto Real, y eso para qué, para darle más luz a Puerta de Tierra, al menos a esta zona porque estábamos a dos velas. A ver si es verdad. Cada uno daba su opinión. Cada vez

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El italiano entraba todos los días, venía en un seiscientos y todas las muchachas pendientes.Y el se paraba y saludaba. Sacaba la mano por la ventanilla.

junto a sus padres y hermanos en el barrio de San José.Y más concretamente en la calle Marqués de Coprani, muy cerca de Los Chinchorros que correspondía al número 9 de dicha calle:

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La Central Térmica de Cádiz con la Torre a sus espaldas

Entonces el que estaba un poco mejor tenía una bombilla, quien no con velas. Nosotros tardamos en tener luz eléctrica… Me decía una vecina: «Carmen en tu casa hay fuego». «¡Ay que dice?» Y era el resplandor de la bombilla en la puerta. La falta de costumbre…

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Pero no nos desviemos de nuestra historia. Decíamos que algunos de aquellos operarios que trabajaban en la construcción de la torre llegaron desde otras provincias del país. Obreros especializados entendemos.Y algunos de ellos se hospedaron al lado de La Pasiega. Nuestra informante lo contaba así: Uno de esos chavales que comían en la terraza de La Pasiega, que era el paso de nosotras, pues uno se fijaría en mí. Él preguntó en La Pasiega y le darían señales. Él se acercaba y me decía un piropo. Muy agradable. A mi una vez uno me tiró la chaqueta a los pies, písala, no, no la piso que después la va a tener que lavar tu mujer. ¡Písala, hija, písala! Era una cosa sana… Los veíamos todos los días. Durante el día no, pero la noche, la cena la hacían allí. Cuando pasábamos cada uno le decía una cosa a una chavala, todos muy finos, no eran de aquí. Con agrado y sin faltar. Él se llamaba Agustín. La cosa es que yo no le prestaba atención al muchacho y cambiaría conversaciones con el de La Pasiega, puesto que el tiempo de la obra vivían allí, y cuando se fue llevaba mi dirección, y yo no la dí. Él se despidió pero como una amistad normal, que se iba, que vivía lejos, etc.

Sin embargo, un buen día… Las cartas llegarían en 1960 o 1961, llegaba el cartero al patio, «¡Carmen!» «Uy ¿para mi?» Daba una alegría, me iba a casa de mi amiga, la leía, y le contestaba.Yo le contestaba, me ayudaba mi

La boda por poder, como ocurriría en La viudita naviera, en este caso no se dio. Empero estas historias del día a día, entrañables, que nos describen a la perfección el tipo de relaciones sociales en plena Dictadura, se compaginan con otras no tan agradables.Y es que la obra de la CTC trajo para los vecinos de Puntales calamidad tras calamidad. Josefa Massó, sobrina de uno de los fundadores del Club Alcázar o el, también, vecino Pepe Mena se lamentaban de la siguiente manera: Partieron una parte del Club para pasar la tubería de refrigeración de la central térmica. La playa se perdió. Nadie se quejó, aquí todos «si guana, si guana» y si te quejabas eras un rebelde. En la misma playa de Vilela, soltaba de la central térmica toda el agua de la refrigeración, que salía hirviendo a través de unas tuberías enormes que cogían la mitad de la extensión total, y que producía un enorme socavón por la fuerza de su torrente.

En septiembre de 1956 se planteó la adquisición del extractor de cenizas. Se solicitaron ofertas a empresas inglesas y americanas, siendo finalmente seleccionada una de las segundas llamada United Conveyor Corp., «casa de gran experiencia y total garantía», pero también «la más económica». Lo barato terminó saliendo caro y durante décadas los vecinos de Puntales lo recuerdan así: […] ya estaban destrozando lo que era Puntales. Empezaron por poner una muralla para delimitar la Zona Franca y que

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Aunque no era justamente así, puesto que la función de las torres era llevar parte de la energía eléctrica fabricada en la CTC más allá de la ciudad, bien intuían aquellos vecinos que aquella obra iba a suponer una mejora en su vida cotidiana:

amiga Pepi a escribirlas. «Pon esto, pon lo otro. ¡No eso no lo vaya a poner!» Finalmente recibí otra carta, donde se daba a conocer su hermana que estaba muy contenta por la relación, su hermano se lo había contado todo y le había enseñado la foto que tenía porque se llevó una foto mía. ¡El de La Pasiega se la había pedido a mi madre! Dijo cosas muy bonitas. Entonces me ofrecían casarnos por poder, cada uno se casaba en su lugar y luego cuando te encontrabas ya estabas casado. Por poder.

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se veían las torres más altas. Uy, ¿hasta donde van a llegar? Le van a poner unas luces rojas, claro para los aviones!

terminó por marcar todo el litoral y aislar el barrio; luego pusieron la central térmica, que soltaba constantemente polvo de carbón y cuando el viento se metía en Puntales, nos tiznaba la cara y llegaba a las casas manchando hasta los platos. Días y días tragando esa basura y no podíamos protestar.Y después, cuando purgaban las válvulas de las calderas para soltar el vapor, se formaba durante un día un ruido ensordecedor que no se podía ni hablar. Cuando la central térmica comenzó a trabajar con el carbón éramos negritos. Eso soltaba un polvo negro, y cuando había levante, horrible, todas las casas llenas de hollín.

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En 1961, el gerente del INI José Sirvent, que posteriormente sería el sustituto de Suanzes en la presidencia, anunciaba que en el Departamento de Electricidad de dicha institución se habían depositado y expuesto las maquetas de las torres de la línea de cruce de la bahía de Cádiz. Con motivo de la visita de Franco a las centrales de Cádiz, Málaga y Almería, se retiraron para ser traídas a la zona andaluza junto a una serie de gráficos y fotografías que conformaban una exposición sobre la proyección del INI en la producción y transporte de energía eléctrica a dichos lugares. Poco antes había comenzado los trámites de las viviendas de la CTC. De las cuales se encargaría el Instituto Nacional de Vivienda, con un coste de cerca de 10 millones de pesetas:150 viviendas de renta limitada. Sin embargo esto no era sino una apuesta más en la construcción de viviendas que se estaba dando en la zona desde casi una década antes.Ya en 1952, bajo el seudónimo de «Donato» –Donato Millán Contreras–, periodista de ABC, firmaba un artículo titulado «Ya no hay extramuros». En el mismo anunciaba, entre otras obras, la construcción de un primer bloque de viviendas para la barriada de Puntales que albergaría a familias necesitadas y que llevaría por nombre Cruz Conde en honor al gobernador civil.Y a este le seguirán las viviendas de la cooperativa, ya comentadas

Visita de Francisco Franco a la Central Térmica de Cádiz

anteriormente, y el resto de bloques que fueron rodeando la plaza entre 1957 y 1960. En 1962, desde los restos de las antiguas playas de arenas rubias y finas que ahora ocupaban los inmensos bidones de la CAMPSA, un ingeniero de la compañía observaba fijamente la torre de la luz construida a los pies del castillo de San Lorenzo. Uno de los transportistas del gas, José Moares, advirtió la escena y escuchó cómo el ingeniero admitía mientras cavilaba: Eso es una obra. Si yo fuera capaz de hacer algo así me retiraba para siempre o podría morir tranquilo.

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Archivo Histórico Diocesano de Cádiz Archivo Histórico Municipal de Cádiz Archivo Histórico Provincial de Cádiz Archivo de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales, Madrid

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