Las sirenas en la literatura medieval española

May 24, 2017 | Autor: N. Salvador Miguel | Categoría: Medieval Bestiaries, Literatura Medieval, Bestiario, Bestiaire fantastique
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N. Salvador Miguel

" Las sirenas en la literatura medieval española", en Sirenas, monstruos y leyendas (Bestiario marítimo), ed. G. Santonja, Segovia, Sociedad Estatal Lisboa 98, 1998, pp. 87-120.

I. Aparición de las sirenas en castellano unque el término sirena no lo documentan los ma's afamados etimólogos hasta la época del Cancionero de Baena’, lo cierto es que, al menos desde los tiempos de Sancho I,V podía leerse en castellano una descripción detallada sobre las sirenas o, ma's bien, serenas, de acuerdo con lo que en la lengua medieval de Castilla fue su forma habitualz, Viva aún hoy en el habla popular de muchos lugares. Así, ya en la traducción castellana del Tre/sor (hacia 1265) de Brunetto Latini, realizada por Alfonso de Paredes y Pascual Gómez entre 1284 y 1295 y ampliamente divulgada, el capítulo CXXX de la “primera partida” se ocupa “de las serenas’”. En el l

“1a daa: serena, princip. S. XV”: cf. Corominas-J. A. Pascual, Diccionario critico etimolo’gico castellano e hispánica, Madrid, ,V 1983, p. 258, s. 'U. sirena. No, por tanto, sólo en el siglo XV, como escribe C. de Nigris, ed. Juan de Mena, “Laberinto de Fortuna” y otros poemas, Barcelona, 1994, p. 207, n. 42.

3

Vid. Brunetto Latini, Libro del Tesoro. Versión castellana de “Li Livres a'oa Tresor”, ed. S. Baldwin, 1989, pp. 71-72 (I, cap. 136; a esta edición responden nuestras Citas). La sección animalística se ha impreso también por separado: The Medieval Castilian Bestiary from Branctto Latini’s “Tesoro”, ed. S. Baldwin, Exeter, 1982 (pp. 9-10, para las sirenas).

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texto de Latini, en efecto, junto a otras peculiaridades que examino luego, se destacan su canto maravilloso y dulce; el cara’cter tentador de ese cantar que atraía irremisiblemente a los marineros; y su índole maligna, ya que, a causa de la atracción que ejercían sus canciones, los navegantes encontraban la muerte (“con sus cantos dulces fazien perescer los onbres de poco entendimiento que andavan por la mar”)4. II. La “Odisea” de Homero

Ese canto extraordinario y sus consecuencias constituyen, sin duda, los motivos ma’s sobresalientes de las sirenas, desde la primera mención que de tales seres hace Homero en la Odisea (XII.37—56, 153-200), donde se califica su cantar como agudo, hechicero, sonoro, meloso y dulcísimo (VV. 44, 159, 183, 187, 192). Además, en la Odisea se encuentra ya resaltado el dominio irresistible con que esas canciones encandilan a los navegantes, hasta el punto de que Ulises, al tropezarse en su ruta marina con las sirenas, debe rehuir el peligro, de acuerdo con los consejos de Circe, obturando “con masa de cera melosa” (V. 47) los oídos de sus acompañantes, quienes, a su vez, tienen que atarlo al mástil “de manos y pies” (V. 50) para que el héroe pueda escucharlas sin peligro. Por fin, también se halla en la Odisea la especificación de su naturaleza malvada, en cuanto que acercarse hasta las mismas supone la muerte, según se desprende de los versos 45-46. Ed. Citi, p. 71.

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Esta terna de características pervivira’ en los textos griegos y latinos, pasando luego a la Edad Media a través de las versiones al latín del (Dumokóyog griego; a través de los distintos bestiarios latinos y romances; y a través de las enciclopedias, independientemente del influjo que pudieron dejar algunas obras sueltas, de época cla'sica o posterior, que gozaron de extensa circulación. III. La literatura grecolatimz En la literatura grecolatina, tales motivos se encontraban ya, antes de que los resumiera Homero, en la compleja leyenda de los Argonautas, cuyo núcleo primitivo “es anterior [...] a la redacción de la Odisea’”, puesto que el Viaje se sitúa “una generación antes de la guerra de Troya, según la cronología tradicional’“, aun cuando la formulación escrita de la historia corresponda a una época más tardía y conozca su gran e'Xito gracias a distintos autores, entre los que sobresale Apolonio de Rodas con el espléndido poema Los Argonáitticas. Sin embargo, muchos de los autores clásicos que se ocuparon de las sirenas7 no fueron conocidos 5

P. Grimal, Diccionario de la mitologm' griega y romana, Barcelona, 1966, p. 51, s. 7/. argonautas.

R. Cantarella, La literatura griega de la época belem'stica e imperial, Buenos Aires, 1972, p. 54; y cf. también R. Graves, Los mitos griegos, Madrid, 1985, 2, p. 280 [148.3].

Puede verse la lista de nombres que recoge P. Grimal, ob. cit., p. 483, nota (s. 'U. Sirenas). Para una bibliografía fundamental sobre estos seres en las letras grecolatinas, cf. The Oxford Classical Dictionary, ed. N. G. L. Hammond and H. H. Scullard, Oxford, 1991, p. 993, s. 72. sirens.

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directamente en la Edad Media o lo fueron en un momento muy avanzado o gozaron de una expansión muy minoritaria, con excepciones llamativas, como la de Ovidio, quien, entre los rasgos que ahora interesan, resalta en las Metamorfosis (V, 512-562) que las sirenas tienen “la más bella voz del mundo”. Pero, además, en la época clásica se fijaron algunos otros detalles, pues, por ejemplo, en cuanto al canto, los mitógrafos no sólo resaltan que son “músicas notables” sino que “incluso conocen la parte que les corresponde en el terceto o en el cuarteto”8 y Apolodoro llega a comentar que “una tocaba la lira, otra cantaba y la tercera tocaba la flauta”, distinción que, en el siglo I,V recoge también Servio, uno de los escoliastas de Virgilio más leídos en las escuelas medievales: “Harum una voce, atera tibiis, alia lyra canebat” (Ad/lea, ,V 864). Por lo que atañe a su malignidad, los textos grecolatinos reiteraron las consecuencias de sus canciones sobre los marineros, pues, verbigracia, el luego difundidísimo Servio resume que “inlectos cantu in naufragium deducebant” (Ad Aen, V, 864). Asimismo, en algunos monumentos funerarios las sirenas “aparecían talladas como a'ngeles de la muerte que cantaban himnos fúnebres al son de su lira”‘°; Ovidio llega a especular que, en un principio, fueron compañeras de Perséfone, la diosa de los infiernos; y en P. Grimal, ob. Cit., p. 483, 5. to. sirenas. 9

Ibz'd.

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Cf. R. Graves, ob. cit., 2, p. 468 [170.7]; y vid. también 2, p. 134 [154.3].

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directamente en la Edad Media o lo fueron en un momento muy avanzado o gozaron de una expansión muy minoritaria, con excepciones llamativas, como la de Ovidio, quien, entre los rasgos que ahora interesan, resalta en las Metamorfosis (V, 512-562) que las sirenas tienen “la más bella voz del mundo”. Pero, además, en la época clásica se fijaron algunos otros detalles, pues, por ejemplo, en cuanto al canto, los mitógrafos no sólo resaltan que son “músicas notables” sino que “incluso conocen la parte que les corresponde en el terceto o en el cuarteto”8 y Apolodoro llega a comentar que “una tocaba la lira, otra cantaba y la tercera tocaba la flauta”, distinción que, en el siglo I,V recoge también Servio, uno de los escoliastas de Virgilio ma’s leídos en las escuelas medievales: “Harum una voce, atera tibiis, alia lyra canebat” (Ad/1671., ,V 864).

Por lo que atañe a su malignidad, los textos grecolatinos reiteraron las consecuencias de sus canciones sobre los marineros, pues, verbigracia, el luego difundidísimo Servio resume que “inlectos cantu in naufragium deducebant” (Ad Aen, V, 864). Asimismo, en algunos monumentos funerarios las sirenas “aparecían talladas como ángeles de la muerte que cantaban himnos fúnebres al son de su lira”1°; Ovidio llega a especular que, en un principio, fueron compañeras de Perséfone, la diosa de los infiernos; y en P. Grimal, ob. cin, p. 483, 5. 72. sirenas. 9

Ibía’.

1° Cf. R. Graves, ob. at, 2, p. 468 [170.7]; y vid. también 2, p. 134 [154.3].

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otros textos se las relaciona con el mundo de la muerte y ultratumba“.

IV. Los “Playsiologi” Muy posiblemente a fines del siglo II o comienzos del siguiente, y con mucha probabilidad en Alejandría, aunque ambos aspectos siguen suscitando gran controversia, se redacta el (Domokóyog griego, obra en la que, desde una perspectiva cristiana, se introduce una visión animalística que penetrara’ en la Edad Media a través, sobre todo, de las versiones latinas. En el caso de las sirenas, y por lo que atañe a los rasgos que ahora importan, el (Dnotokóyogcon gran fidelidad a la tradición clásica, afirma que su canto, tan armonioso como el de las musas, provoca que los navegantes se arrojen al mar y perezcan”, formulaciones que se repiten casi ad pedem litterae en la versión armenia, probablemente del siglo V“. Las ma's difundidas versiones latinas del texto griego añaden variantes de ma's o menos monta. Así, en la más antigua, denominada oersio Y“, cuya fecha 11 12

TlJe Oxford Classical Dictionary, ob. Cit., p. 993. Utilizo la traducción italiana de F. Zambon, Il Fisiologo, Milano, 1982, pp. 52-53. El texto parte de una referencia a Isaías (XIII, 21), donde aparece el término sirenas sin especificación; para este pasaje y los comentarios de san Jerónimo, vid. E. Faral, “La queue de poisson

des sire‘nes”, Romania, LXXIV (1953), pp. 434-437. 13

Puede verse la traducción castellana que incluye I. Malaxecheverría, Bestiario medieval, Madrid, 1986, p. 132.

14

Vid. Playsiologns latinas. Versio ,Y ed. F. C. Carmody, Berkeley and Los Angeles, 1941, p. 113. Hay traducción española moderna: El Fisio'logo. Bestiario medieval, trad. M. Ayerra Redín y N. Guglielmi. Introducción y notas de N. Guglielmi, Buenos Aires, 1971, pp. 52-53.

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más probable corresponde a fines del siglo IV, se insiste solo, con expresión muy concisa, en la voz con la que las sirenas atraen (“clamitantia uocibus aliis”), sin especificar a quién, por más que se deduzca que se trata de navegantes al situarlas “in mari”, y se las tacha de “animalia mortifera”, sin explicitar tampoco por qué se les adjudica tal nombre. Con muchísimo más detalle, en la versio B“, que Carmody data antes del año 386, se resalta el cara'cter musical, dulcísimo y suave de su canto y su voz“, gracias a lo cual estos “animalia mortifera” sumen a los marineros en un profundísimo sueño, para caer sobre ellos y despedazarlos de inmediato”. La versio BI ’8, amplificación de la anterior, la sigue directamente con pequeñísimas diferencias léxicas que no afectan para nada a las características que ahora interesan. V. La latim'dad medieval

En cuanto a los autores mediolatinos, Boecio, uno de los de mayor influjo en las centurias siguientes, nos muestra hasta qué extremo algunos de estos motivos se habían convertido ya en un lugar común cuando Filosofía reconviene a las Musas para que abandonen el lecho del poeta, llama’ndolas “sirenas que fingís dulzura para acarrear la muerte”“’, mien15

Ed. F. C. Carmody, pp. 25-26.

16

“Musicum quoddam ac dulcissimum melodiae carmen canunt”; “suauitatem uocis”; “nimia suauitate modulationis”.

17

“Inuadunt eos et dilaniant carnes eorum.”

18

Ed. Mann, pp. 46-47. De consolatione Plaz'losopbiae, I, prosa I.

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tras que los tres rasgos se repiten condensados en otro libro de hondas huellas en el Medievo: las Etimologías de Isidoro de Sevilla, según el cual, y a la zaga de Servio, las sirenas “inlectos navigantes sub cantu in naufragium trahebant” (XI, 3.30)”. A fines del siglo VII o principios del siguiente, el Liber monstruorum de diversis generibusz’ (I, 6), que abandona los elementos de simbología cristiana propios de los Physiologi, aun cuando no se refiere al carácter pernicioso de las sirenas, especifica que seducen a los navegantes no sólo por su “cantus dulcitudinis” sino también por su “pulcherrima forma”, adición que se suma a otra variante sustancial, a la que me refiero ma's tarde. VI. Los bestz'ozrios

Si pasamos ahora al grupo de textos que, con Fl. McCulloch, cabe denominar bestiarios tradicionales en lengua romance, Philippe de Thaün, en su Bestiarire (1121-1135), inaugurador de tal serie”, resalta la 20

San Isidoro de Sevilla, Etimologías, ed. bilingüe de Oroz Reta e introducción de M. C. Díaz y Díaz, Madrid, 1982, II, p. 52; trad. castellana en p. 53. Sobre la fecha probable de la obra, vid. E. Faral, art. Cit., pp. 454-457.

21

Sigo la edición contenida en Liber monstruorum de diversis generibus. Libro delle mz'mbili dzf'formita‘, ed. y trad. italiana de C. Bologna, Milano, 1977, p. 42 (trad. ital., p. 43). Sobre la fecha probable de la obra, vid. E. Faral, art. cit., pp. 454-457.

22

Vid. Philippe de Thaün, Le Bestiaz're, ed. E. Walberg, Paris-Lund, 1900, VV. 1361-1414; trad. castellana de I. Malaxecheverría, ob. Cit., p. 133. Para la denominación de bestiarios tradicionales, cf. Fl. McCulloch, Mediaeval Latin and French Bestiaries, Chapel Hill, 1960, p. 45.

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atracción que sienten los marineros por su “voz alta y clara”, aunque atenúa sus efectos malignos, por cuanto su canción sólo provoca que el marinero olvide su nave y se duerma al instante. En las dos versiones de su Bestiaire (entre 1175 y 1217), Pierre de Beauvais23 resalta conjuntamente la dulzura y el engaño de su canto, mediante el cual la sirena adormece a los marinos, tras lo cual “eles les assaillent et ocient”. En su Bestz'are dit/in, compuesto hacia 1210-1211, Guillaume le Clerc24 pone de relieve el canto dulce, irresistible y traicionero de la sirena, porque obliga a los marineros a dirigir su nave hacia ella y, tras dormirse, reciben la muerte de manera súbita (“car les sereines les ocient / sanz brai, sanz noise, qu’il ne crient”). De manera similar, Gervaise, en su Bestz'are”, de comienzos del siglo XIII, resalta la dulzura y deleite de su melodía, la cual hace dormir a los navegantes, tras lo que las sirenas los asaltan, despiezan su carne y los devoran (“lor char despiecent et desvorent”).

23

Vid. Le Bestiaz're a'e Pierre de Beaa‘vaz’s (Version coarte), ed. G. R. Mermier, Paris, 1917, p. 68. Versión francesa moderna de G. Bianciotto, Bestz’aires du Mayen Age, Paris, 1980, pp. 34-35. Vid también la ed. de Ch. Cahier, “Le Physiologus ou Bestiaire”, en Me'langes d’Arcbéologíe, d’Hz'stoíre et de Litte'rature, Paris, II, 1851, pp. 172173; y la confrontación de textos en E. Faral, art. Cit, pp. 487-488.

24

Vid. Le Bestz’aire. Das Thz'erbuch des normannisc/aen Dichters Gaillaume le Clerc, ed. E. Reinsch, Leipzig, 1890. Versión francesa moderna de G. Bianciotto, ob. cit., pp. 85-86; traducción al español de I. Malaxecheverría, ob. Citi, p. 135.

25

Vid. P. Meyer, “Le Bcstiaire de Gervaise”, Romania, I (1972), p. 430.

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Aunque el Bestiaire d’Amoars (quizás hacia 1252) de Richart de Fournival26 posee una orientación y unos propósitos radicalmente distintos de los textos anteriores, el autor vuelve a insistir en la melodía placentera (“plaisans”) de la sirena, así como en el carácter irresistible y traicionero de su canto que atrae a los marineros, para luego dormirlos y matarlos, mientras que el anónimo autor que se opone a Fournival con la Re'ponse da Bestiaire sólo alude concisamente al “douche cant” del animal”. Dos compilaciones latinas del siglo XII, cuyas características son ana’logas a los bestiarios tradicionales en romance, reiteran rasgos similares a los ya apuntados. Así, según el autor del Bestiario de Oxford, las sirenas se distinguen por su canto dulce, hermoso y armonioso, mediante el cual, como “animales mortíferos”, atraen a los navegantes “para sumirles en el sueño y despedazar sus cuerpos”. En cuanto al compilador del Bestiario de Cambridge (siglo XII) relata que interpretan cantos bellos y melodiosos que 26

Vid. Li Bestiaires d ’Amours di Maistre Richard de Fourni'val e li Response dit Bestiaire, ed. C. Segre, Milano-Napoli, 1957, pp. 29-31. Reedición del texto, con traducción al italiano, en: Richard de Fournival, Ii Bestiario d’Amore e la Risposta al Bestiario, ed. y trad. ital. De F. Zambon, Parma, 1987, pp. 48-51. Es incompleta la versión castellana moderna: Richard de Fournival, Bestiario de Amor, trad. R. Alba, Madrid, 1980, pp. 36-37.

27

Vid. p. 105 en la edición de C. Segre; y pp. 104-105 en la de F. Zambon.

28

Sigo la traducción española, que ocupa un tomo independiente de la reproducción facsímil, correspondiente a la siguiente ficha: Anónimo, Bestiario de Oxford (Manuscrito Ashmole 1511 de la Biblioteca Bodleian), trad. C. Andreu; “estudio codicológico y estético” por X. Muratova; “Los bestiarios en la literatura medieval” por D. Poirion, Madrid, 1983.

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“encantan los oídos de los marineros y los atraen”, para, una vez dormidos, arrojarse sobre ellos y despedazarlosz". Asimismo, en el libro II de la obra De bestiis et

nliz's rebus, de autoría controvertida y cuya datacio’n se sitúa en el siglo XII, se vuelve a insistir en el canto admirable, dulce y suave de las sirenas, con el cual, como “animalia mortifera”, encandilan a los navegantes, provoca’ndoles un sueño profundísimo, para

de inmediato atacarlos y despedazar “carnes eorum” (II, XXXIII, p. 78). VII. Las enciclopedias

Por fin, en alguna de las enciclopedias ma's difundidas durante el siglo XIII, se reiteran de un modo u otro estas características. Así, adema's del Trésor de Latini, citado al principio, Bartolomeus Anglicus, en De proprietntibns ren/tm (hacia 1240), inicia el artículo dedicado a la sirena denomina’ndola “monstrum quod dulcedini sui cantus trahit nautas ad periculum”; y, tras citar a varias nuctoritates, concluye amplificando las palabras iniciales, para determinar que, tras dormir a los navegantes, “ejus carnes devorat et transglutitmo. También hacia 1240, Tomás de Cantimpré, en De natura remm, las denomina “animalia mortifera”, a quienes “nautae multum 29

Versión al inglés moderno en: The Boo/e of Bensts. Being a Translation from a Latin Bestz‘ary of the Tweflt/J Century, ed. T. H. White, Alan Sutton, 1984, pp. 134-135. En la misma se basa la traducción española que incluye I. Malaxecheverría, ob. cin, p. 134. Texto en E. Faral, art. cit., pp. 492-493.

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timent”, pues por “musicum et dulcissimum melos” conducen a los marineros “in sumpnum; supmnoque sopiti syrenarum unguibus dilaceranturm‘. VIII. Los textos castellanos: el canto, la atracción, la malignia'aa' y las aplicaciones morales

'

Los tres motivos que hemos glosado los encontramos repetidos, con variantes de ma’s o menos interés, en los autores castellanos medievales que recurren a la imagen de la sirena, si bien en varios casos van unidos a interpretaciones didáctico-morales que, aun cuando puedan remontar a una viejísima raíz, sólo desde los Physiologi empezaron a encontrar una apli-

cación cristiana. En efecto, el meollo de la historia, tal como la relata Homero, llevaba ya implícitas las ideas de falsedad y engaño, amén de la inconstancia y la tentación, que luego fueron reiteradas de manera expresa y con distintas concreciones por los Physiologi, bestiarios y otros autores. Así, el (Domokóyog convierte expresamente a la sirena en símbolo del “uomo indeciso, incostante in tutti i suoi disegni”, así como hipócrita y falso, porque, mientras aparenta piedad en la iglesia, cuando se aleja de la misma se comporta como las bestias”. La simbología no cambia en la versión armenia, aplica'ndose a “los inconstantes” que “frecuentan las iglesias sin alejarse del pecado” y, bajo la apariencia de “rec31

Texto, ibid., pp. 472-473.

32

Vid. trad. cit. De F. Zambon, p. 53.

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titud”, “esta'n muy lejos de lo que parecen ser”. En cuanto a los Physz'ologi latinos, la versio Y presenta a la sirena como símbolo del hombre inconstante y engañoso34 que acude al templo, pero peca a escondidas; aparenta piedad, sin ser virtuoso; y, si en la iglesia se comporta como un cordero, fuera es semejante a “iumentis”. Según la versio B, es símbolo de quienes son engañados, al dejarse arrastrar por “deliciis huis saeculi et pompis et theatralibus uoluptatibus [...], tragediis ac diuersis musicis melodiis”. La versio BZ sigue la simbología de la anterior, aunque sustituye la música por “comediis’”. Aunque ya en la Antigüedad se les atribuyó ocasionalmente un carácter erótico, como sucede en la comedia a'tica”, fue entre los autores cristianos de la Antigüedad donde debió surgir una variante de nota que conecta directamente a las sirenas con la lujuria. Así, si varias cartas de san Jerónimo, autor bien conocido en la Edad Media, prueban que la fábula de las sirenas “e’tait l’une des plus connues par tous ceuX des chre’tiens qui avaient quelque culture”39, el mismo autor, en su traducción de la Crónica de Eusebio, texto también muy leído en la época medieval, afirma: 33

Trad. cit. de I. Malaxecheverría, p. 132.

34

“Uir duplex corde, indispositus in omnibus uiis suis.”

35 36

Ed. ca, p. 114.

37

Ed. Cít., p. 46.

38

Cf. The Oxford Classical Dictionary, ob. cit., p. 993; y también R. Graves, ob. cz't., 2, p. 468 [170.7].

39

E. Faral, art. Cit., p. 439.

Ed. cía, pp. 25-26.

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“Scribit Palefatus, in Incredibilium libro primo, sirenas quoque fuisse meretrices quae deciperent navegantesw.” Tal explicación la retoma Servio, al comentar: “Secundum vero veritatem meretrices fuerunt, quae transeuntes quoniam deducebant ad egestatem, his fictae sunt inferre naufragia” (Ad Aen, V, 864). Asimismo, la explanación la recoge textualmente Isidoro de Sevilla (Etimología, XI. 31), con un mínimo cambio de redacción al comienzo, si bien agrega una frase, mediante la cual vuelve a unir a las sirenas con el amor: “Alas autem habuisse et ungulas, quia amor et volat et vulnerat”. Por lo que toca a los bestiarios tradicionales en romance, Philippe de Thau"n, en su extensa exe'gesis tipológica que, como es común en los bestiarios, combina un triple propósito simbólico, religioso y didáctico, considera a las sirenas como “las riquezas del mundo” que hacen a los ricos oprimir a los pobres y perderse. En las dos versiones de su Bestiaire, Pierre de Beauvais las compara con quienes, por dormirse en las riquezas y placeres mundanos, son matados por los demonios, aunque añade que también simbolizan a las mujeres que atraen a los hombres con zalamerías y falsas palabras, reduciéndolos a la pobreza o la muerte; y concluye: “Les eles de la seraine est l’amour de la fame qui tot va et vient”. En su extensa simbolizacio’n, Guillaume le Clerc asimila los engañosos cantos de las sirenas con los variados placeres del mundo, entre los que cita expresamente 4° Ibid, p. 477.

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la lujuria, argumentando que, cuando el hombre se duerme en los mismos, el demonio, imagen de la sirena, lo aprovecha para conducirlo al mal y a la muerte; así, para no caer en el pecado, los hombres prudentes han de preservar sus ojos y oídos. Por fin, para Gervaise, las sirenas representan “la procession andeable” que forman quienes aman a “tragitours, tumeresses et juglaours” [‘saltimbanquis, bailarinas y juglares’], a los cuales descarría el demonio, manda’ndolos al infierno. De acuerdo con sus especiales características, Fournival presenta al amante, desencantado y desesperado por el desdén de su amiga, como “mors” de” amor, si bien indica que acaso ambos son culpables, “aussi com de celui cui la seraine ocist, quant elle l’endormi par son chant”‘“. Para que no le ocurra lo mismo que a quienes se dejan seducir por el canto de las sirenas, el autor de la Réponse aconseja fiarse de las palabras del maestro. En su aplicación moral, el compilador del Bestiario de Cambridge asimila las sirenas a las personas que se dejan seducir por “las faltas de delicadeza, los rasgos de ostentación o los placeres” y a quienes “se vuelven licenciosos debido a comedias, tragedias y cancioncillas diversas”, lo que les provoca un sueño que aprovecha el demonio para “caer sobre ellos”. Muy semejante es la moralización del Bestiario de Oxford, según el cual son engañados, al estilo de quienes se dejan seducir por las sirenas, “aquellos a quienes gustan los placeres, la pompa, la voluptuosi— 4'

Ed. cit. de C. Segre, p.29.

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dad y a quienes corrompen los comediantes, los actores trágicos y los músicos”. Según el autor del De bestiis et alz’z's rebus, el engaño en que caen quienes se dejan seducir por el canto de las sirenas es comparable a lo que ocurre “qui deliciis hujus saeculi, et pompis et theatralibus voluptatibus delectantur, tragoediis et comediis dissoluti, velut gravi somno sopiti adversarium praeda efficiuntur”. Por fin, entre los enciclopedistas, Bartolomeus Anglicus recoge la explicación de san Isidoro, a quien cita; Tomás de Cantimpré vuelve a remitir a Isidoro; y Brunetto Latini, de nuevo a la zaga de Isidoro, asegura que “segunt verdad las tres serenas fueron tres malas mugeres que engañavan los traspasados et los metien en pobreza”. De acuerdo con esta tradición, no es de extrañar que en la Edad Media castellana la imagen resultase cara a filósofos, predicadores, moralistas y escritores de ficción, amén de a autores que perseguían otros propósitos. Así, la moralización expresa se halla en dos textos que vierten fuentes anteriores. El primero es la traducción castellana de Nicolás Trevet (Exposición del “De consolatione” de Boedo), acaso de la segunda mitad del siglo XIV, aunque puede ser posterior; en la misma, Filosofía se dirige a los cantares que deleitan al hombre, engaña’ndolo, con un apóstrofe: “Vos, los tales cantares, partidvos deste omne acerca del qual estades trabajando por le dapnar. Ca este omne 42

Trad. at, p. 73.

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fue criado en los estudios e do Aristóteles e Platón e otros grandes filósofos estodieron e ydvos a cantar e engannar a las sirenas de la mar, que se pagan de tales dulces cantos?” Mientras que en este texto parece estar presente el mito de Orfeo, transmitido por Apolodoro, según el cual aquél logró vencer a las sirenas con su canto, en el Espe'culo de los legos, datado por su editor “hacia la mitad del siglo XV”, hablando de las “dancaderas”, la imagen de la sirena se reduce a una aplicación moral: “Las daneaderas engañan a sus próximos con sus cantares a manera de serenas que fazen a los mareantes que se alleguen a ellas por la dulcedumbre de su canto e los matan desque los tienen cerca, segund que lo dice Sant Isidoro en las sus EtimologíaSM.” En otras obras, la aplicación moral se desprende del contexto, exigiendo del lector un conocimiento previo del símbolo achacado a estos seres. Así, en las Coplas de los siete pecados mortales, Juan de Mena, bajo el influjo de Boecio“, rechaza las musas gentiles que le inspiraron en su juventud como un engaño o tentación semejante al de las sirenas: 43

Biblioteca Menéndez Pelayo, ms. 40, fol. 77). Para la fecha, vid. M. Pérez Rosado, La versión castellana medieval de los Comentarios a Boecío de Nicolas Trevel‘, tesis doctoral, Universidad Complutense, l, 1990, p. 151 (texto, II, pp. 20-21).

44

El Espe'culo de los legos, ed. J. Ma Mohedano Hernández, Madrid, 1951, cap. XXI, p. 89. Para la fecha, cf. il)íd., pp. XLI, XLIII-XLIV.

45

Indica la relación con Boecio (Consolatio, I, prosa I), que para mí es indudable, M“ R. Lida de MalkielJaan de Mena, poeta delprerrenacimiento español, México, 1950 [1984, 2a cd.], p. 112.

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“Fm'd o callad, serenas, qu’en la mi edad pasada tal dulgura emponzoñada derramastes por mis venas. ” (II, '07). 9-12)“

De modo similar, en La Celestina, Pa'rmeno, temeroso de que Melibea haya mentido a la Vieja con “dulces palabras”, para preparar una celada a Calisto, comenta a Sempronio, en presencia del amo y de la alcahueta, que “el falso boezuelo con su blando cencerrar trae las perdices a la red”, al igual que el canto de la serena engaña los marineros con su dulzor”. Más explícito en la aplicación moral es Juan Rodríguez del Padrón cuando, en una carta en que parece dirigirse a una de las obras que ha compuesto, previene ante las alabanzas espurias: “Del falso loor, semejable al dulce canto engañoso de la serena, non te deves fi'ar48.” Por fin, aunque cronológicamente anterior a los citados, García de Vinuesa, en una de sus composiciones, tras enumerar algunos pescados, cuya ingesta desaconseja a Juan Alfonso de Baena, remata:

46

Vid. Juan dc Mena, Obras completas, ed. M. A. Pérez Priego, Barcelona, 1989, p. 305.

47

La Celestina, ed. D. Severin, Madrid, 1979, acto XI, p. 166. Para la imagen anterior, vid. N. Salvador Miguel, “Otros bueyes que cazan perdices”, Medievalismo, 3 (1993), pp. 59-67. Juan Rodríguez del Padrón, Obras completas, ed. C. Hernández Alonso, Madrid, 1982, p. 305.

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“E deslena la serena con muy dulce cantar por dañar los que van por la mar llena“. ”

Aunque el poema es casi un galimatías, pues ni . . . . . a , ___)O Siqu1era es seguro el Significado de deslena , no cabe duda de que esta'n presentes las ideas del dulzor del canto y del engaño que daña. IX. El contexto amoroso

El carácter tentador de las sirenas se conectó desde fines de la Antigüedad con la falsedad atribuida a la mujer en el amor, con la lujuria y con los peligros y fantasías de la sexualidad, de modo que esos seres pudieron servir como imagen de referencias antifeministas, sobre todo en contextos amorosos. De manera que, si san Jerónimo, Servio, Isidoro y Brunetto las convirtieron en figura expresa de meretrices, en el Liber monstrnorum se resalta su “pulcherrima forma”, Pierre de Beauvais las juzga como símbolo de la mujer que engaña al varón, y Guillaume le Clerc asimila sus cantos con la atracción de la lujuria“. Esta tradición, que conecta también con el cara'cter lujurioso que se atribuye a algunos animales 4‘)

“johan Alfonso de Baena”, vv. 17-20, en Cancionero dejuan Aflon— so de Baena, cd. B. Dutton y González Cuenca, Madrid, 1993, n" 382, pp. 653-654. Vid. el texto también en: Cancionero de Baena, cd. Ma de Aza’ccta, Madrid, 1966, III, p. 837.

53

¿Quizás “desoricnta”, como indican B. Dutton y]. González Cuenca?

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híbridos52 y con la asimilación que desde comienzos del siglo XIII se hizo entre distintos animales y diversos pecados capitales”, se mantuvo posteriormente en obras de carácter animalístico, como muestran los tardíos bestiarios catalanes“, y explica las pinturas o descripciones de las sirenas que, a causa de su vanidosa coquetería y lujuria, sostienen un espejo o se miran en él y, a veces, también, un peine”. Así las cosas, no es de extrañar que la tradición subyaga en varios autores castellanos, de modo que Mena, en un poema amoroso (“¡Guay de aquel ombre que miral”) donde se queja por la falta de correspondencia de la amada, le dirige un apóstrofe reprocha'ndole una capacidad de engañar más variada que la de la sirena: 51

Para más detalles, cf. supra. En las sirenas como símbolo de la lujuria han insistido, por ejemplo, N. Guglielmi, trad. El Fisio'logo, ob. Cit., p. 91, n. 86;]. P. Clébert, Dictionnaire du symbolisme animal. Bestiairefabnlenx, Paris, 1971, p. 379; E. Crespi i Mas, Animalesfanta'sticos, s. l., Datografía S. A., 1988, p. 14; Ll. Martín Pascual, La tradición animalis'tica en la literatura catalana medieval, Alacant, 1996, pp. 93, 275.

52

Cf., verbigracia, K. Kappler, Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media [1980], Madrid, 1986, p. 178; S. Lefe‘vre, “Polymorphisme et metamorphose. Les mythes de la naissance dans les bestiaires”, en Me'tamorphose et bestiaire fantastiqae an Mayen Age, ed. L. Harf-Lancner, Paris, 1985, p. 240.

53

Cf. M. Vincent-Cassy, “Les animaux et les péchéux capitaux: De la symbolique a‘ l’emblématique”, en Le monde animal..., ob. Cit., p. 121.

54

Cl. Bestiaris, ed. S. Pannuzio, Barcelona, I, 1963, p. 80 [texto de A]; II, 1964, pp. 48-49 [texto de B].

55

Cf. I. Malaxecheverría, “Animales y espejos”, en Literatura yfantasza' en la Edad Media, ed. Paredes Núñez, Granada, 1989, pp. 143-146.

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Nz'easz'o Salvador ¡Miguel

“Solamente con cantar diz que engaña la serena, mas yo non puedo pensar qaa'l manera de engañar a vos non vos venga buena; ca vos me engaña’is reyendo e me engaña’is llorando, engaña'isme dormiendo, e vos me mata’is n ’05 viendo que me pana’is mirando.” (v7). 41-50)’6

Con doble referencia al engaño y a la lujuria, Rodrigo de Cota, en el Diálogo entre el Amor y un viejo, presenta a éste increpando al tentador Amor: “¡El qu’es canto marinero no se vence muy ligero del cantar de la sirena!” ("vu 124-126)”. Falsedad y apetito sexual desordenado se unen también en el Dialogo del viejo, el amor y la hermosa, donde, tras el fracaso del anciano con la joven, por

seguir los consejos falsos del amor, se añade un villancico de Cierre: 56

Vid. Juan de Mena, Obra lírica, ed. M. A. Pérez Priego, Ifladrid,

1979, p. 94; y cf. N. Salvador Miguel, ed. Cancionero de Esnin‘z'ga, Madrid, 1987, p.63 y n. al v. 42. 57

Vid. Diálogo entre el Amory mz viejo, ed. E. Ara-gone, Firenza, 1961.

58

Ed. R. E. Surtz, Teatro medieval castellano, Madrid, 1983, p. 122; y ed. A. Álvarez Pellítero, Teatro medieval, Madrid, 1990, p. 244. Cf. el comentario de A. Deyermond, “The Use of Animal Imagery in Cota’s Dialogo and in Two Imitations”, en Étades de Philologíe‘ Romane et d’Hz'stoíre Lz'tte'raíre ojf‘erts a‘jules Horrent, Lie‘gc, 1980, p. 135.

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“Pues vernos cómo ofende sn gloria cuando es ma’s llena, hayamos d’esta serena que con el canto nos prende; cayo engaño, si se enciende, poco a poco ha tal pnjanga que nos trae en malandanga pnes sn fe toda es madanga. ” (7272. 718-725)”. Por fin, aunque la cita de las sirenas tiene un marcado carácter lírico, cabe incluir aquí, por su contexto amoroso, un poema de Diego de Valencia, en el que los engañosos seres se mezclan con otras especies de aves: “Calandrias e ruiseñores en él cantan noc/oe y día, e fazen gran melodía en deslayos e discores; e otras aves mejores, papagayos, filornenas; en e’l cantan las serenas que adormegen con amore53'9.”

X. Canto en la tormenta y llanto en la bonanza Fue Philippe de Thaün, a lo que se me alcanza, quien, entre otras variantes, indica por primera vez que la sirena “canta contra la tormenta y llora si hace buen tiempo, pues tal es su naturaleza”, lo que repite 59

“En un vergel dclcitoso” (vv, 25-32), cn Cancionero dejnan Alfonso de Baena, cd. Button-González Cuenca, ob. Citi, n° 505, p. 349.

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versos después asegurando que “canta cuando hay tempestad [...]; con buen tiempo, llora y se lamenta sin cesar”“°. Esta adición se encuentra también en Bartolomeus Anglicus, quien, muy sucintamente, afirma que “haec belua in tempesate gaudet, in sere-

no autem dolet”. Tal variante, cuyo origen literal cabría encontrarlo en el gozo que produce la tempestad a las sirenas, en cuanto que origina naufragios que arrastran navegantes hasta la playa, se utilizó por varios autores castellanos para expresar sentimientos contradictorios hacia la adversidad. Así, en uno de sus sonetos, Santillana expresa la idea de que las sirenas cantan en el tiempo adverso y lloran en el próspero, comparándolas con sus penas amorosas que, por el contrario, no tienen alternancia: “En el próspero tiempo las serenas planen e lloran regelando el mal; en el adverso, lea'as cantt'lenas cantan e atienden el baen temporal. Mas ¿'qae’ sera' de mi, que las mis penas, caitas, trabajos e langor mortal jama’s alternan nin son panto ajenas, sea destino o curso fatal?” (w. 1-8)“.



Trad. Cit. de I. Malaxecheverría, p. 133. Observa también la primacía A. Deyermond, “Las imágenes del bestiario en la poesía de Rois de Corella”, en Homenaje al profesor josé Fradejas Lebrero, Madrid, 1992,2,p.1oo.

61

Vid. Marqués de Santillana, Poesza’s completas, ed. M. A. Pérez Priego, Madrid, I, 1983, pp. 282-283.

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Idéntico motivo acoge Juan Rodríguez del Padrón, al ocuparse de “la falsa gloria del mundo” y “su maldad”:

“El canto de la serena oya quien es sabidor, la qual, temiendo la pena de la fortuna maior, plane en el tiempo mejor.” (“Fuego del divino rayo”, «ya 12_]6.)62

También Carvajal recurre a la misma imagen: “Pues mi (vida es llanto o pena sin fazer mudanga alguna, fare’ como la serena que canta con la fortuna y en bonanga sufre pena. ” (no. 1-5.)"3 Esta idea se halla presente también en el célebre Infierno de los enamorados, de Santillana, donde el 62

Los versos responden a un texto crítico que propongo basándome en los manuscritos que cito y uso en mi edición del Cancionero de Estu'ñiga, ob. (it, pp. 110-112. El orden de los versos 11-12 no ofrece dudas, de acuerdo con la estructura métrica de las restantes coplas, aunque el orden se invierta en varias copias antiguas (cf. mi edición del Cancionero de Estu’n‘íga, p. 110, n. 12-13) y en la edición más difundida del poeta (la ya citada de C. Hernández Alonso).

63

Cf. Carvajal, Poesíe, ed. E. Scoles, Roma, 1967, pp. 86-87; y ef. mi edición del Cancionero de Estu’n‘zg'a, p. 522. Frente a bonanga, ‘buen tiempo’, fortuna significa aquí ‘borrasca frente al mar’ (cf. E. Scoles, ed. (it, p. 87, n. 4-5), al igual que en otros lugares (cf. Ma R. Lida de Malkiel,]uan de Mena..., ob. (it, p. 245, n. 14; N. Salvador Miguel, ed. Cancionero de Estuñiga, ob. at, p. 234, n, 2) y en el poema anterior de Rodríguez del Padrón.

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Nz'casz'o Salvador Mzg'ue!

poeta, para expresar la contradicción que significa acordarse “del plazer / en el tiempo del dolor”, describe la queja de un alma condenada compara'ndola con el llanto de la sirena:

“E bien como la serena quando plan? a la marina, comengó su cantz'lena la zm a'm'ma mesqm’na. ” (w. 481-484.)“

XI. La forma En el relato home'rico no hallamos una descripción física de las sirenas, aunque por la localización de la historia se da por sentado que se trata de seres marinos que habitan en una isla y a quienes se llama “magas” (VV. 56, 158). Esa inespecificidad provocó que en la Antigüedad se especulara sobre su aspecto, si bien en Grecia y Roma, con matices de mayor o menor interés que no alteraban lo esencial del diseño, se impuso la forma híbrida que las pintaba como mujer de cintura para arriba; y como un ave, el resto del cuerpo“. Tal tipo de mujer-pájaro, presente en Virgilio y SerVio, autores difundidísimos en la Edad Media, se mantuvo en las Etz'mologías de Isidoro, en una de

las versiones del Bestz'aire de Pierre de Beauvais y

64

Marqués de Santillana, Poesza’s completas, ed. M. A. Pérez Priego, ob. cin, p. 254.

65

Para los tipos que describo a continuación tengo en cuenta lo que escribe E. Faral (art. cin, pp. 476 y ss.), aun cuando mi presentación es independiente.

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en la redacción del Bestiario de Oxford. Sin embargo, el (Dumokóyog griego y sus más relevantes versiones latinas difundieron una segunda forma, donde la parte superior del cuerpo semlejaba aspecto humano (no, por tanto, femenino), mientras que la inferior tenía aspecto de volátil. Esa variedad, que parece encontrarse también en algunas primitivas representaciones de la Antigüedad“, tuvo escasa descendencia en tiempos posteriores, aunque se halla, por caso, en el Bestiario de Cambridge, con remisión expresa al Pbysiologiis. El Liber monstruoram de dioersis generibiis introduce, por su parte, una tercera variedad en la forma de las sirenas: “A capite usque ad umbilicum sunt corpore virginali, et humano generi simillimae: squamosas tamen caudas habent, quibus in gurgite semper latent” (ed. cit., L6, p. 42). Aparece a‘lsí, por primera vez, en un texto el diseño de las sirenas como seres cuya parte superior es de mujer y la inferior de pescado“, forma que, aun cuando tardará varios siglos en imponerse, se convierte en la ma's común a partir del segundo cuarto del siglo XII, como prueban, con variantes que no atañen en esencia a mi exposición actual, el Bestiaire de Philippe de Thau"n, el Bestiaire de Gervaise, la obra De bestiis et aliis rebiis y uno de los párrafos de Bartolomeus Anglicus (en los dos últimos casos, con referencia al Pbysiologiis). Igualmente, aunque el 66

“In art male bearded Sirens preponderate among the earlier examples”; cf. Oxford Classical Dictionary, ob. Cit., p. 993.

67

La primacía del Liber en esa descripción la señaló E. Faral, art. cit., p. 235; cf. también Fl. McCulloch, ob. Cit., p. 167.

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Nz'casz'o Salvador Miguel

Bestiario de Cambridge describe el tipo de sirenapa'jaro, la ilustración del manuscrito representa una sirena-pescado que se agarra la cola con la mano izquierda, mientras que en la derecha sostiene un gran pez“; y, asimismo, el miniaturista del Bestiario de Oxford, contradiciendo lo que se dice en el texto, pinta a la sirena con una cola de pescado“. Las vacilaciones en la descripción de las sirenas como mujer-pájaro o mujer-pescado ocasionaron la duda de algún autor, de modo que surgió un cuarto tipo, representado en el Bestiaire de Guillaume le Clerc, para quien la fisonomía de la sirena es “tre‘s étrange”, pues puede adoptar la forma de mujerpez o de mujer-pájaro"). Esta mezcla es semejante a la que encontramos en De natura reram, de Tomás de Cantimpré, quien caracteriza a la sirena como mujerpájaro (mitad mujer y mitad águila), pero agrega que “in fine vero corporis scamosum piscium caudas habent, quibus in remigiis gurgitibus natant.” En otros casos, especialmente en los autores que concretan en tres el número de las sirenas, las vacilaciones respecto a su aspecto les condujeron a caracterizar a dos de ellas como mujer-pez y a la tercera como mujer-pájaro. Así sucede en una de las versiones del Bestiaire de Pierre de Beauvais y 68

Vid. el dibujo que se incluye en T. H. White, ob. Cit., p. 135.

69

Vid. la reproducción de los folios 647) [657)]—65r [óór] en la edición facsímil antes citada.

70

Esa indeterminación se halla también en textos como la Image du monde (h. 1246), donde se afirma que, según unos autores, son peces y, según otros, aves que vuelan por el mar. Vid. L’Image du Monde de Maistre Gossouin. Re'daction en prose, ed. O. H. Prior, Lausanne, 1913.

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en el Bestz'aire d’Amoars de Fournival. No faltaron, con todo, otras descripciones complementarias, aunque de carácter singular y restringido. Así, la versión armenia del (Doctokóyog las caracteriza como “mujer hasta los senos; el resto recuerda al pájaro, al asno o al toro”. Más tardíamente, el Bestiario de Oxford, tras la pintura del tercer tipo, añade una coletilla, según la cual “hay en Arabia unas serpientes blancas y aladas llamadas sirenas”, descripción que también acoge el De bestiz's et alz'z's rebus. A su vez, Bartolomeus Anglicus, con referencia a la Glossa super Isaíam, cita también una variedad de sirenas que define como “serpentes cristati et alati”, mientras que, remitiendo a Papías, habla de otras sirenas que “sunt dracones magni volantes et cristati”. Por su parte, Vincent de Beauvais, en el Speculum natarale, mezclando los tipos segundo y quinto diseña a las sirenas como animales “usque ad umbilicum figuram hominis habentia; extremo vero pars, usuge ad pedes, volatilis et piscis habet figuram”. Posteriormente, en los tardíos bestiarios catalanes, se describen “tres maneres” de la sirena: “la una és mig peiX e mig fembra, l’altra e's mig cavall e mig fembra”7‘. Aunque, según ya advertí, entre todas esas variedades, la de la sirena mitad mujer-mitad pescado se fue imponiendo con progresividad desde el segundo cuarto del siglo XII, no llegó a desbancar totalmente al tipo clásico. De cualquier manera, los diferentes diseños crearon una confusión que ha pervivido 71

Bestiarz's, ed. S. Pannuzio, I, p. 79 (texto de A); y cf. II, p. 47 (texto de B).

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hasta nuestros días, a juzgar por la imprecisa definición que de la sirena suministra el Diccionario de la Real Academia Española”. La variedad de caracterizaciones de las sirenas se encuentra reflejada en la versión castellana del Tréso,r ya que Brunetto, pese a citar la existencia “en Arabia” de “una manera de serpientes blancas que llaman serenas”, las define anteriormente como “mugeres desde la cabeca fasta las piernas et de allí ayuso an semejanga de pescado”. Brunetto, por tanto, opta por identificarlas con el tipo de mujerpez, lo que, además de por la descripción expresa, confirma al explicitar que “moran en el mar”, al incluirlas en una serie de capítulos en que trata “primeramente de los pescados”; y al cerrar el capítulo sobre las mismas, afirma que “del departimiento de los pescados nin de su natura non queremos ma's agora fablar”. Ninguno de los otros textos castellanos hasta ahora citados se preocupa, sin embargo, de la forma de las sirenas, si bien su consideración como habitantes del mar queda clara, de manera expresa, en la versión de Nicolás Trevet, en el Espécalo de los legos, en García de Vinuesa, en el Infierno de los enamorados, en Rodrigo Cota y en La Celestina; y, de manera implícita, dada la acepción de “fortuna”, en los poemas de Rodríguez del Padrón y Carvajal. Por el contrario, el contexto en que Diego de Valencia incluye a 72

Vid. N. Salvador Miguel, “Definiciones animalísticas para el Diccionario académico (sirena, unicornio y rocho)”, en Estudiosfilolo'gicos en homenaje a Eugenio de Bustos Tovar, Salamanca, 1992, II, p. 844.

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las sirenas determina, sin lugar a dudas, que piensa en el tipo clásico de la mujer-pa'j aro, confirmando cómo el diseño de la mujer-pescado no se había impuesto aún de modo definitivo. Ahora bien, a todos estos textos hay que sumar otro pasaje de La Celestina, donde, al llegar la Vieja de improviso con Pa'rmeno a casa de Areúsa, la encuentra medio desnuda y tapada tan sólo con “las sa'banas por faldeta”. Pero, cuando la muchacha manifiesta la intención de cubrirse por sentir frío, la remiendavirgos le indica que se meta en la cama: “Pues no estés sentada, me'tete debajo de la ropa, que pareces serena73.” Es evidente, aun cuando no exista un diseño concreto, que el símil empleado por la Vieja al comparar a Areúsa con una sirena testimonia bien a las claras que Rojas tiene presente la tradición de la mujer-pescado, ma’s expandida entonces, independientemente de que tal Visión de Areúsa lleve implícita, como en otros casos, una alusión a la lujuria“. XII. Otros aspectos Mientras que, entre los textos castellanos, sólo en la versión del Tre'sor se especifica en tres el número de sirenas, atribuyéndoles cantar a una “con su boca, et la otra con dulcena et con cañón, et la tercera con gítola”, en ninguno encontramos 73 Ed. m, VII, p. 126. 74

Vid. N. Salvador Miguel, “Animales fantásticos en La Celestina”, en Díavoli e mostrz' in seem: dal Medio Evo al Rinascímento, Viterbo, 1989, pp. 297-298.

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otros detalles de los que se habían ido acumulando desde la Antigüedad sobre tales seres. Así, Pero Tafur, en sus Andangas e viajes, es el único que les asigna una localización, al tiempo que expresa claramente que las sirenas son una ficción poética, al asegurar que en el Faro de “Mecina” esta “el mar do fingen los poetas que ay las Serenas”75. Esta cita, donde con rotundidad se califica a las sirenas como seres míticos, ofrece un claro contraste con el poema de Diego de Valencia, porque, aun cuando el vate no se decanta expresamente sobre el asunto, da la impresión de colocarlas en un plano real, por cuanto las cita como colofón de una enumeratio de aves existentes. Así las cosas, resulta mucho más sorprendente e inquietante el caso de Enrique de Villena, quien, en el Arte Cisoria, inicia el capítulo IX, que se ocupa “del tajo de los pescados que se acostunbran en estas partes comer”, con el siguiente párrafo: “Suelen en estas partes comer de los pescados mayores segúnt los Vistos que aver se pueden, el mayor de los quales es manifiesto ser la vallena, maguer algunos digan que la serena con ella se eguale en grandez, pero non se torna nin comen della7".” Esta cita hace preguntarnos hasta qué punto algunos autores medievales prestaban credibilidad a la existencia de seres fantásticos o consideraban ciertas las propiedades fabulosas que se atribuían a otros 75

Pero Tafur, Andangas e viajes de un hidalgo español, ed. M. Jiménez de la Espada [1874] (con estudio de Vives Gatell y “presentación bibliográfica” de F. López Estrada), Barcelona, 1982, p. 297.

76

Arte cz'soria, ed. R. V. Brown, Barcelona, 1984, p. 107.

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animales más o menos comunes. En este sentido, sin entrar en citas ma's antiguas” habría que recordar que Colón, según la glosa de Las Casas, correspondiente al 9 de enero de 1493, cuando “iva al río del Oro”, pensó haber Visto “tres serenas que salieron bien alto de la mar” y “dixo que otras vezes Vido algunas en Guinea en la costa Manegueta”78; y referencias similares se encuentran en otros descubridores e historiadores de Indias, perViViendo hasta épocas mucho ma’s modernas. Pues, por caso, en 1658, se dio como cierta la Visión de algunas sirenas en la desembocadura del río Dee y el Alberden Almanac “lo convirtió en motivación turística para promocionar la zona”, mientras que el Times londinense “publicaba, aún en 1890, la carta de un lector que afirmaba haber Visto una en las playas de Caithness”79. Ese interrogante, por tanto, traspasa la época medieval y conecta con las creencias en otros anima-

les fanta'sticos o en sus propiedades, como sucede Por ejemplo, el caso de Tomás de Cantimpré, que parece creer en la existencia de las sirenas. 78

79

Texto en: Cristóbal Colón, Textos y documentos completos, ed. C. Varela. Nuevas cartas, cd. Gil, Madrid, 1972, pp. 191-192. Cf., ademas de la nota 147 en la edición que acabo de citar, los comentarios de signo muy distinto que hacen H. Wendt, El descubrimiento de los animales. De [a leyenda del unicornio hasta la etologia, Barcelona, 1982, p. 109; E. Chao Espina, La zoologia y los animales en la obra del Padre Feijoo, A Coruña, 1983, p. 178; A. M. Salas, Para un bestiario de las Indias, Buenos Aires, 1985, pp. 32-33; Ma Lacarra y J. M. Cacho Blecua, Lo imaginario en [a conquista de América, Zaragoza, 1990, p. 52; H. Cabargas Antequera, Bestiario del Nuevo Reino de Granada. La imaginación animalistica medievaly la descripción literaria de la naturaleza americana, Santafé de Bogotá, 1994, pp. 77-78. Cf. E. Crespi i Mas, ob. Cit, p. 14.

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con el basilisco y el unicornio“; y plantea suficientes problemas como para evitar aquí ma's precisiones. Algunos de los motivos conectados con las sirenas tuvieron, a su vez, un reflejo literario, cuyo estudio dejo para otra ocasión. Así, por ejemplo, en el Romance del conde Arnaldos, el canto escuchado por el conde se ha interpretado como una combinación de la lírica órfica y el cantar de las sirenas“, mientras que en la versión gallega del romance Los infantes perdidos, en que un conde o mancebo canta mientras su caballo come o se baña, los oyentes interpretan que “su canto participa de las cualidades maravillossas que lo asemejan al canto de las sirenas”, al comentar: “Escoitade como canta a sereiña do mare”82. Igualmente, aplazo para otro estudio la continuidad que los motivos conectados con las sirenas han tenido en la literatura posterior.

80

Vid. N. Salvador Miguel, “Animales fantásticos...”, art. cit., p. 301.

81

Cf. A. Hauf y J. M. Aguirre, “El simbolismo mágico-erótico de ‘El Infante Arnaldos”, Romaniscbe Forscbungen, 81 (1969), pp. 101-103.

82

Cf. E. Morales Blouin, El ciervo y la fuente. Mito y folklore del agua en la lírica tradicional, Madrid, 1981, p. 88.

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