Las sibilantes africadas en la documentación medieval leonesa

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CONTRIBUCIÓN AL ESTUDIO DEL ENSORDECIMIENTO DE LAS SIBILANTES EN EL NORTE PENINSULAR: LAS SIBILANTES AFRICADAS EN LA DOCUMENTACIÓN MEDIEVAL LEONESA* Vicente J. Marcet Rodríguez Universidad de Salamanca

1. INTRODUCCIÓN Las primeras teorías sobre el ensordecimiento de las sibilantes en las variedades iberorromances situaban el origen del fenómeno en el nordeste del antiguo reino de Castilla hacia el siglo xiv, especialmente durante la segunda mitad, aunque no es sino hasta finales de la centuria siguiente y comienzos del xvi cuando la confusión entre las sibilantes empieza a manifestarse de forma más evidente en la escritura y llega al centro peninsular, y desde allí, favorecido por el prestigio del habla de la corte ubicada ya de forma permanente en Madrid, donde ya era habitual el ensordecimiento, terminó por propagarse por el sur de la Península y fue llevado a América.[1] Su origen geográfico en el primitivo solar del castellano * Dirección de contacto: Dpto. de Lengua Española, Facultad de Educación, Paseo de Canalejas 169, 37008, Salamanca; correo-e: [email protected]. Este artículo es una versión revisada y ampliada de una comunicación titulada «La representación de las sibilantes africadas en el leonés medieval durante el período alfonsí» presentada en la I Conferencia Internacional de Lingüística Románica, celebrada en la Nueva Universidad Búlgara, en Sofía, el 7 y 8 de abril de 2009; para su elaboración contó con una ayuda concedida por la Junta de Castilla y León al GR38, grupo de investigación de excelencia de Castilla y León. La investigación posterior que ha hecho posible su revisión se enmarca dentro del proyecto de I+D+I «Estudios de variación lingüística en la documentación medieval y renacentista de Castilla y León. I», que ha recibido sendas ayudas económicas concedidas por el Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España (ref. FFI2010-15144) y de la Junta de Castilla y León (ref. SA 024A11-1) [1] Para los factores sociolingüísticos del cambio y el papel de Madrid en su difusión, cfr. Penny 2004: 79-82. 35

no habría sido casual, pues habría estado condicionado por la proximidad convecina del vasco, lengua que carecía de sibilantes sonoras.[2] Pese a lo generalizado de estas hipótesis, ya a mediados del siglo pasado, A. Alonso (1976 [1955]: 354) cuestionó la teoría del sustrato vasco esgrimida por, entre otros, A. Martinet (1951-1952 y 1974) y F. H. Jungemann (1955), y apuntó la posibilidad de que el origen de la confusión de las sibilantes hubiera tenido lugar en los romances circundantes del castellano, el cual, una vez que se hubiera expandido por los primitivos dominios de estos romances, acabaría por absorber el germen del ensordecimiento. Esta idea pareció verse pronto corroborada por los tempranos ejemplos datados entre los siglos xiii-xv de aparente confusión fonética en navarro-aragonés y gallego aportados por D. Alonso (1959: 91-94) y en asturiano-leonés recogidos por L. F. Lindley Cintra (1959: 329-355) y M. Alvar (1968: 69-71 y 134-139).[3] La hipótesis de Alonso fue retomada en fecha más reciente por J. A. Pascual (1988), quien, apoyándose en nuevos datos procedentes de la documentación leonesa del siglo xiii, a los que podemos sumar los aportados por P. Carrasco (1987: 173-190), J. R. Morala (1993: 100-102) y V. Orazi (1997: 328-332 y 344-347), considera razonable ubicar «el origen del ensordecimiento de las sibilantes españolas en territorios leoneses, aragoneses y mozárabes sobre los que se extendió el castellano desde el siglo xii» (1988: 129). Estudiosos posteriores también han hallado numerosos ejemplos del fenómeno del ensordecimiento de las sibilantes en textos del siglo xiii y posteriores procedentes no solo de otras variedades romances del norte peninsular, como el riojano (Carrasco 1998: 700 y 701) y el navarro-aragonés (Ciérbide 1988, Líbano 1998), sino también del andaluz y otras áreas marginales del castellano (Frago 1993: 220-222, Mancho 1998: 155 y 156). Todos estos datos parecen confirmar la hipótesis más extendida en la actualidad, defendida, entre otros, por M. Ariza (1995: 163), quien considera el ensordecimiento de las sibilantes como un fenómeno común a buena parte de los iberorromances y que tendría su origen, quizás con el apoyo coadyuvante del vasco pero no como un detonante decisivo, en una reestructuración interna del propio subsistema de las sibilantes, de escasa productividad, dado el poco rendimiento de la oposición entre sordas y sonoras, como ya habían puesto de manifiesto autores como E. Alarcos (1988) o P. Lloyd (1993: 427 y 428).[4] [2] Puede encontrarse un resumen de las principales teorías en el interesante artículo de C. Cabrera (1992). También puede hallarse bibliografía al respecto en Lindley Cintra 1959: 347355. Sumamente interesante resulta asimismo el artículo de M. J. Torrens (2005). [3] Los ejemplos anteriores a este momento no deben ser considerados necesariamente como casos de confusión fonética, ya que, al no estar la escritura en romance enteramente asentada, estas confusiones podrían perfectamente deberse a la inestabilidad gráfica. [4] Cfr. también, para esta cuestión, el interesante artículo de R. Penny (1993). 36

El propósito del presente trabajo es sumar nuevos datos que nos permitan tener una mejor perspectiva del panorama gráfico que ofrece la representación de las sibilantes en el norte peninsular durante la Edad Media, concretamente a través del estudio de los documentos redactados en el antiguo reino de León, pues se trata de una región cuyos datos se han extraído en un primer momento fundamentalmente a través de los fueros, por lo que un estudio de la documentación notarial puede resultar complementario. Este trabajo es continuación de una investigación anterior (Marcet 2006) dedicada a la representación de las sibilantes en la documentación notarial leonesa redactada durante el reinado de Fernando iii (1230-1252), donde observamos que las confusiones o alternancias eran constantes en la pareja de sibilantes dentoalveolares, y en menor medida entre las apicoalveolares, mientras que las sibilantes prepalatales apenas ofrecían ejemplos en este sentido. Nos ha parecido oportuno dedicar un estudio en exclusividad a la pareja de sibilantes africadas dentoalveolares –por ser las que ofrecían mayores confusiones– en el período inmediatamente posterior, el reinado de Alfonso x (1252-1284); podremos también obtener datos más fiables del fenómeno, puesto que se trata de un momento en el que la distinción gráfica entre las sibilantes sordas y las sonoras parecía haber quedado relativamente fijada en la escritura, al menos en lo que respecta a la de procedencia cancilleresca (Cabrera 1992: 4). Los documentos consultados pertenecen a las colecciones documentales procedentes del archivo de la catedral de León (Ruiz 1993; Martín & Ruiz 1994) y de los monasterios de Carrizo (Casado 1983) y Sahagún (Fernández 1994).[5] Hemos querido que estuvieran representadas en nuestra investigación las tres grandes variedades geolectales en las que suele dividirse el asturiano-leonés hablado al sur de la Cordillera Cantábrica: la occidental (Sahagún), la central (León) y la occidental (Carrizo), con el propósito de averiguar si siguen estando presentes las diferencias cuantitativas o cualitativas a nivel regional en lo que respecta a la representación de las sibilantes, ya que en la documentación redactada durante la primera mitad del siglo xiii pudimos observar que las alternancias o confusiones gráficas eran más acusadas y más tempranas conforme mayor era la distancia con el centro peninsular, y, por consiguiente, menor la influencia de los usos gráficos castellanos.

[5] En total han sido analizados 442 documentos, de los cuales 57 proceden de Sahagún, 160 de León y 225 de Carrizo. Los documentos procedentes de Sahagún se encuentran conservados en la actualidad en el Archivo Histórico Nacional. Desde estas páginas quiero dejar constancia de mi agradecimiento a los responsables de los archivos de Carrizo y León, quienes me facilitaron la consulta de los documentos originales, aunque en buena medida hemos seguido las ediciones citadas. 37

2. ORÍGENES DE LA REPRESENTACIÓN DE LAS SIBILANTES AFRICADAS EN EL CASTELLANO MEDIEVAL

En los orígenes de las lenguas romances, antes de la generalización de la escritura en vernáculo durante el siglo xiii, apenas se practicaba la distinción gráfica entre /dz/ y /ts/, para cuya representación se empleaban indistintamente z o ç (o c ante vocal palatal), independientemente de que la sibilante fuera sorda o sonora. Esta ç tenía su origen en la z de la escritura visigótica, al incorporar en su trazo superior un copete en forma de c, que en ocasiones se agrandaba tanto que relegaba a la z por debajo de la línea de la caja del renglón, para quedar posteriormente convertida en una virgulilla (Menéndez Pidal 1999 [1926]: 64 y 65, § 92). En la escritura visigótica este copete no se empleó para marcar la diferencia entre la sibilante sorda y la sonora, pues, de hecho, como atestigua Menéndez Pidal (1999 [1926]: 63 y 64, § 91) en documentos latinos de los siglos x y xi procedentes de León y Sahagún, existe una clara tendencia a emplear la z en la representación de la /ts/, como se observa en las formas azensi, azepimus ‘accepimus’, azesi ‘accesit’, confirmazionis, conzedo, conzilio, eziam ‘etiam’, maurizella, ozeani, palazio, presenzia, prezio, razionem, uendizionis, zeuaaria ‘cibaria’, zibitas ‘civitas’, o Zibrianez. Y todavía a comienzos del siglo xii registra arenzada en un documento de Eslonza. La secuencia sc, o su variante sç, se mantiene en aquellas voces donde este grupo figuraba en el étimo, convertido presumiblemente en dígrafo con valor /ts/. Tras convertirse la primitiva -c- en una sibilante dentoalveolar por efecto de la yod, resultaría harto difícil la pronunciación diferenciada de los dos sonidos, /s/ y /ts/, por lo que el primero sin duda se asimilaría rápidamente al segundo, simplificándose el grupo, lo cual no fue óbice para que la escritura romance, tan proclive al conservadurismo, mantuviera la primitiva secuencia gráfica (SánchezPrieto 1998: 136). Así, por ejemplo, en el Fuero de Zamora, encontramos formas como acaescieren, crescer, conescier, enduresce o conosçuda (Carrasco 1987: 177). También de forma esporádica se registró durante la época de los orígenes del romance escrito el dígrafo sz: aszatas, efanszon, kabesza, maszanar, moszo, pedaszo, szapatero, así como su homólogo inverso, menos frecuente, zs: aranzsadas y arenzsadas, y la variante sç: masçanares. Durante los siglos x-xii también había sido frecuente el empleo de la grafía c con valor /ts/ ante vocal no palatal, en casos como macanares, Aslanca ‘Arlanza’, Eldonca ‘Aldonza’, plumacos, tierca ‘tercia’, kalcata ‘calzada’, capeca ‘cabeza’, petaco ‘pedazo’ o infancone, entre otros. Menos habitual fue el empleo del dígrafo cc con valor sordo: facca, maccanares y maccano, así como el de zz: lazza < *latiam (Menéndez Pidal 1999 [1926]: 66 y 67, § 93,4). La distribución de las grafías z, por un lado, y c, ç, por otro, en la representación respectivamente de /dz/ y /ts/, en opinión de (Menéndez Pidal 1999 [1926]: 38

65, § 92), no se manifiesta con claridad hasta comienzos del siglo xiii, y «no se afianza y generaliza sino desde hacia 1240». Sin embargo, todavía siguió siendo relativamente frecuente durante el siglo xiii el empleo en textos castellanos de la grafía z donde sería esperable hallar una c o ç, pero no por confusión fonética o inestabilidad gráfica, sino porque se trataba de una tendencia que entroncaba con la escritura visigótica «que hacía uso obligatorio de z ante a, o, u, al no estar asentado el uso de ç, que al principio era mera variante pictórica de la z» (SánchezPrieto 1998: 136).[6] Así se observa, por ejemplo, en fueros tan distantes como el de Madrid y Avilés, como ya pusiera de manifiesto hace más de un siglo R. J. Cuervo, quien propuso la siguiente explicación: los escribientes y notarios, procurando darla de latinos, aplicaban la z, letra conocida en la ortografía clásica, de preferencia á otro signo extraño. Igual inferencia puede sacarse de las escrituras en que apenas se deja traslucir el romance por entre la burda tela del latín de la edad media; en efecto las más veces en esos instrumentos se ven escritos con z vocablos que después se escribieron con ç (Cuervo 1895: 28 y 29).[7]

Pero la tendencia mayoritaria y prontamente generalizada a partir del reinado de Fernando iii, y especialmente de Alfonso x, cuando la escritura en lengua castellana adquiere una cierta uniformidad, fue, como ya hemos mencionado, el empleo de la grafía z para la representación de la sibilante africada sonora y de las grafías c/ç para representar su homóloga sorda,[8] y aunque es más habitual el empleo de c solo ante vocal palatal no son pocos los testimonios en los que la grafía ç con valor /ts/ se emplea ante cualquier vocal, quizás en un intento de sistematizar el uso de ç con valor /ts/ y el de c con valor /k/ (Sánchez 2001: 113; Cabrera 2002: 391).[9] Entre los primitivos dígrafos es todavía frecuente en textos alfonsíes, en la representación de la sibilante procedente de sc, la aparición de

[6] Así, por ejemplo, «en documentos de la catedral de Toledo incluso de mediados de s. xiii, ç es mero alógrafo de z, por lo que pueden alternar Conçalvo y Gonzalvo» (Sánchez-Prieto 2004: 441). [7] Tampoco podría descartarse, como ha apuntado C. Cabrera (2002: 389), la intención de ciertos escribas de tratar de reservar en la medida de lo posible la grafía c para un valor velar /k/. [8] Algunas tradiciones escriturarias se sirven en ocasiones de otras combinaciones gráficas para reflejar mejor el carácter africado de estas sibilantes. Es el caso del navarro-aragonés, que, en su modalidad escrituraria más influida por el occitano, además de emplear las habituales z, c y ç, recurre de forma ocasional al uso de los dígrafos tz, en voces como crotz, Crotzada y detzembre, y en los patronímicos Martineytz, Oritz o Simenitz, y tç, registrado en posición final en los patronímicos Gorraitç y Marteloitç (Ciérbide 1988: 88 y 89). [9] El empleo de ç ante vocal palatal parece mucho más habitual en la cancillería alfonsí que en la de Fernando iii (Sánchez-Prieto 2004: 441). 39

sc y, en menor medida, sç (Sánchez 2001: 114),[10] pero muy esporádico el de ti, en voces con tj etimológica, como seruitio o significationes, o el de zi (partizion), más raramente; por su parte, parecen haber quedado desterradas de la escritura alfonsí los primitivos dígrafos cc, sz y zc (Cabrera 2002: 391). 3. LA REPRESENTACIÓN DE LAS SIBILANTES AFRICADAS EN EL LEONÉS MEDIEVAL La sibilante africada dentoalveolar o dorsodental sonora /dz/ procede en asturiano-leonés de los grupos latinos -kj-, -tj- y -ktj-, así como de la consonante -k- seguida de vocal palatal, todos ellos en posición intervocálica. Por su parte, su homóloga sorda /ts/ tiene su origen en estos mismos grupos en posición posconsonántica y en ke,i en posición inicial y medial tras consonante, así como en el grupo -dj- y -ge,i- ante wua o consonante nasal o vibrante. Asimismo, parece ser una tendencia del latín vulgar la reduplicación, por razones expresivas, de la consonante ante yod, geminación que impide la sonorización de la sibilante resultante (cfr. Carrasco 1987: 182). Pueden igualmente conocer un resultado dentoalveolar africado los grupos -skj-, -stj- y -skje,i-, si bien también pueden llegar a una solución fricativa palatal /˼/. Asimismo, puede conocer un resultado africado de forma esporádica la evolución de s-, debido muy posiblemente a la proximidad de las realizaciones fonéticas de las sibilantes.[11] Frente al relativo rigor con el que son empleadas las grafías z, por un lado, y c, ç, por otro, en representación respectiva de las sibilantes /dz/ y /ts/ en los textos castellanos de la baja Edad Media, los textos leoneses, tanto los fueros como los documentos, se caracterizan, como ya hemos mencionado, por una enorme arbitrariedad en el empleo de estas grafías, lo cual no parece que sea únicamente achacable a la impericia de los escribas o a la falta de fijación ortográfica, máxime, como veremos, cuando los ejemplos de confusión aumenten conforme avanza el siglo. Las explicaciones propuestas por algunos autores, dada la complejidad de la cuestión, no han resultado del todo satisfactorias. Así, V. Orazi (1997: 330), en su estudio de los manuscritos leoneses del Fuero Juzgo, simplemente señala que «en posición intervocálica los resultados de la consonante oclusiva velar sorda /-k-/ seguida de vocal palatal alternan entre africada dental sorda [...] y africada dental sonora», y lo mismo señala para el caso del grupo -ty- (1997: 345), repitiendo [10] Usos que todavía «se harán más generales en el xiv y en el xv, sobre todo en verbos de la 3ª conjugación latina en -escere» (Cabrera 2002: 391, n. 65). P. Sánchez-Prieto (2004: 442) también constata que el uso de sc ante /e,i/ en las cancillerías de Fernando iii y Alfonso x «se hace cada vez más frecuente a lo largo del s. xiii», si bien es bastante infrecuente en las tradiciones escriturarias monásticas del norte de la Península, como en Oña (Burgos) o Aguilar de Campóo (Palencia). [11] Para los orígenes asturiano-leoneses de las sibilantes africadas, cfr. García Arias 2003: 185 y 189-192. 40

una opinión ya formulada por A. Alonso (1976 [1955]: 83, n. 3), quien tampoco ofrecía una explicación para esta curiosa dualidad evolutiva. También había llamado previamente la atención sobre esta cuestión C. Carrasco (1987: 182), en su estudio de los manuscritos del Fuero de Zamora, y de sus palabras parece deducirse que la evolución de -kj- y -tj- habría tenido un doble resultado en la Península: sonoro /dz/ en el centro, en castellano, y sordo /ts/ en el occidente, en portugués (Herculano 1956). El leonés, ubicado geográficamente entre los dos romances, habría participado de esta doble evolución, aunque, curiosamente –añadimos nosotros–, no generalizó una variante determinada en cada palabra concreta, lexicalizando esta dualidad, sino que una misma palabra puede aparecer escrita a lo largo de los años tanto con z como con c/ç, en ocasiones incluso en un mismo documento (Morala 1993: 102), lo que, unido a las también frecuentes confusiones entre -s- y -ss- intervocálicas, parece revelar la existencia de una posible indistinción fonológica como trasfondo. No debe descartarse tampoco la posibilidad de que esta aparente indistinción se diera únicamente en el plano gráfico, como ha señalado C. Cabrera (1992:16): En tal caso, estaríamos ante un problema de tradición ortográfica, en el sentido de que dentro del ámbito leonés se sigue dentro de una línea «pre-alfonsí», frente al caso de los copistas castellanos, vinculados más claramente a la tradición alfonsí. Así, pues, habría que comprobar si es posible detectar alguna norma en cuanto al comportamiento gráfico de las dentoalveolares africadas en leonés o todo obedece a una simple cuestión de falta de uniformidad gráfica.

Y en otro lugar (2002: 392) afirma: La aparente confusión entre (ç) y (z) está también justificada en el hecho de que si bien (ç) es una grafía generada a partir de los usos de la (z) con copete, no ha de olvidarse que realmente (ç) no es en el fondo algo distinto a (z), si bien en una tradición como la alfonsí haya adquirido el tratamiento de una grafía distinta. A pesar de que esta interpretación será la más extendida en la época medieval, no podemos perder de vista que en otras tradiciones documentales puede haberse seguido utilizando (ç) como algo no distinto a (z), y por lo tanto estos documentos no podrían interpretarse desde la óptica de la tradición ortográfica alfonsí.

Ahora bien, se trate de un fenómeno de confusión fonética o de simple alternancia gráfica, debido a una falta de fijación, lo cierto es que N. Sánchez (2001: 119), en su estudio de más de 600 documentos emitidos por la cancillería alfonsí dirigidos a los diferentes dominios de la corona, tan solo encuentra posibles ejemplos de la confusión entre sibilantes sordas y sonoras en los documentos dirigidos a Galicia y al antiguo reino de León (en casos como diçen, diçer, doçientos, façer, feçieron, feçiesse, fiço, raçon, saçon o ueçinos, por un lado, y cabezas o conozuda, por otro), lo que en su opinión podría deberse a la posible presencia en la cancillería 41

de escribanos o amanuenses de origen leonés que trabajaban a las órdenes de los notarios, o de sabedores expertos en las leyes y usos de cada reino, que conocerían también el léxico y la variedad lingüística de cada zona, entre los cuales habría también de procedencia leonesa (Sánchez 2002: 175-177).[12] A continuación ofrecemos una serie representativa de ejemplos correspondientes al empleo de las grafías z y c/ç en la documentación notarial leonesa redactada durante el reinado de Alfonso x, clasificados en función de la posición en la palabra y del contexto fonético en el que se encuentra la sibilante.[13] 3.1. Las grafías z y c/ç en posición inicial En posición inicial de palabra predominan mayoritariamente, en las tres colecciones analizadas, las grafías c, ç. Los ejemplos son muy diversos: çapatero, çedacero, cellero / çellero, cena, çendal, centeno / çenteno, cera, cien / çien, ciensso, cierto, cessar, cestos, ceuar, ceuera, ceuada / çeuada, cerca / çerca, cercar, cerco, cirios, cito ‘citó, ciudat / çiudat, cemiterio, cinco / çinco, cinquaesma y cinquenta / çinquenta; a los que podemos sumar los topónimos Çamora, Cea / Çea, Celoca, Cespedes y Cibdad y los antropónimos Çaluador, Ceron / Çeron, Ceuera / Çeuera, Ceygo, Cibrian, Cibrianez, Cidron y Çoriego. De forma minoritaria registramos el empleo de la grafía z en posición inicial, especialmente en las escribanías centrales y occidentales, pero no así en las orientales, donde tan solo hallamos un ejemplo, correspondiente a la forma zapatero, recogida en un documento de 1254, frente a la forma çapatero, recogida en dos documentos de 1255 y 1280. Se trata de una voz de origen incierto, en cuyo étimo podría figurar una sibilante sonora, lo que explicaría la vacilación gráfica, que también tiene lugar en la documentación de León y Carrizo, en las que predominan las formas con z. En los documentos procedentes de León hallamos esporádicamente ejemplos de esta grafía, en las formas zelemines, zellarero, zeria ‘cera’ (con epéntesis de yod, fenómeno característico del leonés) y zeuada, y sistemáticamente en los derivados de *serrare, zarrada, zarradas y zarraronles, recogidos en un mismo documento, así como en los topónimos Zamora y Zepeda, y en los antropónimos Zagin y Zagui, de origen incierto. Por su parte, en la colección de Carrizo, figuran los ejemplos siguientes: zaphyra, zelleriza, zera, zerca y zerrado, repartidos en diversos documentos. Mucho más frecuente es el [12] También hay que considerar la opción de que «en algunas ocasiones se reprodujeran en la cancillería documentos procedentes de la zona correspondiente» (Sánchez 2002: 175), o que, en el proceso de respuesta a los documentos dirigidos al rey, los escribas se acomodaran, quizás de forma automática, a los usos gráficos del documento enviado. [13] En este estudio nos centraremos tan solo en los posibles casos de confusión promovidos por el hipotético ensordecimiento de las sibilantes. Para un estudio parcial de los trueques de las sibilantes, en función del punto o el modo de articulación, cfr. Marcet 2012. 42

empleo de la grafía z en los nombres propios: Zamora, Zenteno, Zete, Zezilia, Zibrian, Zibrianes y Zotes, presentes también en varios documentos. 3.2. Las grafías z y c/ç en posición medial preconsonántica En ocasiones aisladas, la sibilante africada queda en posición final de sílaba como consecuencia de la síncopa de la vocal postónica, como sucede en vizconde < vic(e)comiten o diezmo < dec(i)mum. Predomina ampliamente en estos casos el uso de la grafía z, pues tan solo registramos un ejemplo correspondiente a la grafía ç, en la forma dieçmos, en un documento de Carrizo de 1276, frente a la variante diezmo(s), recogida en otros siete documentos de Carrizo, en nueve documentos de León (junto a las variantes dezmo y dizmo y sus derivados dezmero, dizmero y dizmar) y en siete documentos de Sahagún. También en la colección de Sahagún, en un documento de 1255, figura en dos ocasiones la forma bizcomde. Igualmente se recurre a la grafía z para representar la sustitución por una sibilante de una consonante oclusiva al quedar en posición implosiva, según es característico del castellano, a diferencia del leonés, donde la consonante implosiva se reemplaza por una /l/. El único ejemplo registrado corresponde a la forma padronazgo (< patronat(i)cum), recogida en un documento de León de 1266 (frente a los más comunes padronadgo o padronalgo, en esa misma colección). También parece ser este el caso de Guzber, Guzberte y Guzman, procedentes muy posiblemente de antropónimos germánicos formados sobre la raíz gut- ‘bueno’,[14] que se encuentran recogidos en diversos documentos de Sahagún, siempre con la grafía z. 3.3. Las grafías z y c/ç en posición medial posconsonántica Las grafías mayoritarias son c/ç, como sería de esperar, pues en esta posición la evolución de las consonantes asimiladas debería dar un resultado sordo. Muchos son los ejemplos, y presentes en las tres colecciones, con formas como: alçar, alcese, arcediano / arçidiano, arcepestre / arçepestre, arçobispo, calçada, calçador, cancellado / cançellada, conceyo / conçeyo, encienso / ençienso, encerrada, ençima, ffuerça, frances / françes, mancebas / mançebo, março, merced, nacir, onçe, pitança, principales, principe, quinçe, quatorçe, renunciamos / renunçiamos, tercero, uencisse / uençiessen o ynfançones. Estas son también las grafías predominantes en los cultismos o semicultismos en los cuales se ha conservado la yod: absencia, anciana, auenencia / auenemçia, conciencia, conuenencia, criancia / criançia, denunciar, enfforcion, entencion / entençion, estoncia ‘entonces’, excepcion, forcia (junto al popular fuerça), ganancia, herencia, instancia, laurancias, licencia, marcio (junto al popular março), mencion, [14]

Cfr. Faure 2002, s.v. Guzmán. 43

obedencia, outorencia, pertenencia / pertenençias, pitancia / pitançia (junto al popular pitança), pregancias, presencia / presençia, renenbrancia, renuncia, reuerencia, semblancia, sentencia / sentençia, tenencia o tercio. Asimismo, es muy habitual el empleo de las grafías c/ç en los topónimos (Bercianos / Berçianos, Matança, Murcia, Oronçana, Palencia, Palençuela, Plazençia, Seguença, Valencia o Ynçina) y antropónimos (Aldonça, Costança, Francisco, Garcia / Garçia, Garçon, Gonçalo, Gonçalez, Lorenço, Mançio, Marcel / Marçel, Mençia, Ponce o Vençeyo). Tiene lugar con cierta frecuencia en la documentación notarial del período alfonsí, continuando una tendencia manifestada durante el reinado de Fernando iii (Marcet 2006: 2518 y 2519), la aparición de la grafía z en posición medial posconsonántica. Los ejemplos, muy variados, se reparten entre las tres colecciones documentales; así, entre los nombres comunes contamos con alzado, alzaronseye, arzobispo, auenenza, calzador, calzar, calzas, calze ‘cáliz’, catorze, comenzaua, conzeyo, lanza, marzo, onze, onzeno, quatorzeno, quinze o semblanza, así como con las formas semicultas auenenzia, ençienzo, estuenzia, forzia y terzia (pertenecientes todas ellas a la documentación de León), los antropónimos Aldonza, Descalzo, Florenza, Garzia, Gonzalez, Gonzalo o Lorenzo y los topónimos Berzianos, Calzada, Infanzones, Murzia, Oronzana, Plasenzia, Pinza, Salzedo o Ualdesalze. Pese a su diversidad, el número de ejemplos de estas formas con z suele ser muy reducido, en comparación con las formas con c/ç, salvo en el caso de los antropónimos Aldonza, Gonzalez y Gonzalo, en los que predomina ampliamente el uso de esta grafía, lo cual puede explicarse recurriendo al étimo de estas voces, ald(eg)undia y gund(i)saluus, cuyas secuencias originales -dj- y -d’s- habrían dado un resultado /dz/, frente a la variante ensordecida /ts/. 3.4. Las grafías z y c/ç en posición medial intervocálica Las mayores muestras de confusión entre las grafías z y c/ç tienen lugar en posición intervocálica. Así, en la colección de Sahagún, hallamos las siguientes muestras de vacilación o alternancia:[15] cellerizo (7) ~ celleriço (24), cognozuda (2) ~ conocida (27), dezembrio (6) ~ deçembrio (1), dezir (16) ~ diçen (1), (des) fazer (116) ~ facer (23), dozientos (8) ~ doçientos (5), empeezer (1) ~ enpeçiesse (1), pagizas (2) ~ pagiço (1), pertenezen (2) ~ pertenece (6) , razon (13) ~ raçon (1) y trezientos (6) ~ trecientos (2), así como el topónimo Galizia (23) ~ Galliçia (6) y los antropónimos Lazaro (1) ~ Laçaro (1) y Molazino (1) ~ Molaçino (2). En la documentación de León la alternancia gráfica alcanza a las siguientes voces: acaezir (5) ~ acaeçir (8), alfozeros (1) ~ alfoceros (2), aparezir (1) ~ aparecer [15] Por su relevancia, dado que en esta posición es donde mejor puede apreciarse la oposición entre sibilantes sordas y sonoras, incluimos entre paréntesis el número de ocurrencias de cada ejemplo, en el que se incluyen las diversas variantes gráficas o morfológicas de cada voz. 44

(12), cabeza (2) ~ cabeças (4), cabezero (4) ~ cabeceros (4), codezildo (4) ~ codecillo (6), colazo (1) ~ collaço (4), compezo (3) ~ compeço (2), conozida (30) ~ conoçida (47), contradezir (7) ~ contradiçion (1), cozedra (5) ~ cocedra (5), çedazero (1) ~ çedacero (1), dezembrio (12) ~ decembrio (5), dezir (107) ~ decir (21), doze (2) ~ doçe (6), dozientos (16) ~ doçientos (1), emplazar (53) ~ enplaço (2), fazeruelo (5) ~ faceruelo (5), fazer (416) ~ facer (98), iazen (2) ~ iaçen (2), luzielo (1) ~ lucielo (2), monazino (4) ~ monaçino (1), mozo (1) ~ moço (4), perteneze (4) ~ pertenecen (4), plaza (5) ~ plaça (1), plazer (10) ~ placer (1), plazo (36) ~ plaço (3), pozo (3) ~ poço (3), razon (108) ~ raçon (9), razonaron (4) ~ raçonar (1), treze (1) ~ treçe (2), trezientos (11) ~ trecientos (1), vezes (59) ~ ueçes (2), vezino (14) ~ vecinos (3) y xumazo (13) ~ xumaço (3); así como a los topónimos Carrizo (7) ~ Carriço (1), Galizia (17) ~ Galicia (21) y Palazuelo (4) ~ Palaçuelo (6); y a los antropónimos Colazo (1) ~ Collaço (4) y Lazaro (12) ~ Laçaro (2). En la documentación de Carrizo son igualmente numerosos los aparentes casos de vacilación fonética, como se observa en los siguientes pares: aparezio (2) ~ aparecio (6), cabeza (2) ~ cabeça (1), conozida (15) ~ conocida (78), contradizir (2) ~ contradecir (13), cozedra (2) ~ cocedras (1), dezembrio (6) ~ decembrio (4), dezir (35) ~ decir (14), dezimas (1) ~ decima (1), dozientos (9) ~ docientos (5), enpeeze (1) ~ empeeçe (2), fazer (327) ~ (des)fazer (138), iaze (30) ~ iace (14), iuyzo (1) ~ iuiço (2), monazino (1) ~ monaçino (1), plazer (2) ~ placer (1), plazo (35) ~ plaço (1), razon (16) ~ raçon (5), remaneze (1) ~ remanece (20), rezebimus (9) ~ recibir (128), tozinos (1) ~ tocinos (2), treze (2) ~ treçe (3), trezientos (7) ~ treçientos (10) y uezinos (1) ~ uecinos (2); así como en los topónimos Audanazes (19) ~ Audanaces (4), Carrizo (95) ~ Carriço (44) y Galizia (14) ~ Galiçia (14); y en los antropónimos Aparizio (1) ~ Aparicio (55), Lazaro (1) ~ Laçarez (1), Mazias (1) ~ Macias (13), Razado (1) ~ Raçado (1) y Veziella (4) ~ Veyçiela (2). Como puede observarse, en algunas voces el número de ejemplos con z y c/ç es bastante similar, lo que podría dar validez a la hipótesis de que el leonés, por su ubicación entre el centro y la periferia occidental de la península, participa de la doble evolución de -kj- y -tj-, que ofrece un resultado mayoritariamente sonoro en el centro y sordo en el occidente. Sin embargo, más numerosos son aquellos casos en los que predomina claramente una de las dos grafías (habitualmente z), lo que en nuestra opinión parece indicar que los minoritarios ejemplos opuestos podrían considerarse como manifestaciones puntuales de un incipiente proceso de ensordecimiento de las sibilantes que se estaría dando en la zona. Frente a esta dualidad de casos, existen voces que, dentro de una misma colección, son sistemáticamente transcritas –si bien en ocasiones con tan solo uno o dos ejemplos– ya sea con c/ç o con z (aunque su número es demasiado elevado para incluirlas aquí). Queremos destacar aquellos casos en los que se emplea la 45

grafía z para reflejar una sibilante cuyo étimo difícilmente podría haber dado un resultado sonoro, como sucede con las formas azada, azadon y azuela, con -skj-, que sumadas a las ya aparecidas collazo, con -ktj-, y conozir, perteneze o remaneze, con -ske-, parecen poner de manifiesto la puesta en marcha en tierras leonesas del colapso del subsistema de las sibilantes. En aquellas palabras en las que las secuencias -tj-, -kj- o -skj- han recibido un tratamiento semiculto, con mantenimiento de la yod, predominan ampliamente en las tres colecciones las grafías propias de la sibilante sorda. Los ejemplos son muy variados: appellacion, arcidiano, beneficio, collacion, computaciones, condicion, contradicion, deuocion, donacion, especialmientre, estimaçion, ganancias, generacion, gracia, incarnacione, inicio, iuiçio, iusticia, licencia, maldicion, maleficio, malicia, naçion, obligaçion, officio, oraçion, ordenaçion, otorgacion, palacio, particion, precio, presentacion, primicias, procuracion, purificacion, raçion, renunçiacion, rouracion ‘roboración’, rrestituciom, sacrificios, seruicial, seruicio, transfiguracion o vendicion. Muy raramente hallamos la grafía z, a juzgar por el único ejemplo registrado en la documentación de Sahagún, iuizio,[16] recogido en un temprano documento de 1252, y por las formas, partizion y procurazion, a las que podemos sumar lizencia, registradas en la colección de Carrizo, donde encontramos también casos de vacilación ortográfica (en grazia (1) ~ gracia (34), rourazion (2) ~ rouoracion (120) y uendizion (1) ~ vendicion (152)), al igual que en León (espezialmentre (1) ~ especialmientre (24), juicio (39) ~ juicio (5), offizio (2) ~ officio (1), perpagazion (1) ~ perpagacion (4) y precio (1) ~ precio (13)). Es frecuente en las tres colecciones la aparición de la secuencia sc/sç en voces que poseían este grupo en su étimo. Lo más probable, como ya hemos señalado anteriormente, es que se trate de un dígrafo con valor /ts/, con asimilación de la antigua sibilante apicoalveolar, mantenido por inercia escrituraria o prurito latinizante. Así pues, encontramos formas como acaesçise, aparescir, conosçer (y demás formas conjugadas del verbo), descende, nascen, pascen, pertenesçer, reconoscio o remanesce. Por analogía gráfica con estas voces, hallamos el empleo de esta secuencia sin justificación etimológica en las formas jurisdiscion, suscesores (ambas en la documentación de León) y vescino (en un documento de Carrizo), así como el antropónimo Visçentez. También registramos esta secuencia, aunque en este caso por analogía con las formas simples dos y tres, en los numerales doscientos y trescientos (en las colecciones de Sahagún y Carrizo), donde se ha introducido una -s- antietimológica (cf. con el latín clásico ducenti y trecenti). [16] Es muy probable que esta voz conociera una evolución popular con sonorización de su sibilante, a juzgar por los muchos ejemplos con z con los que se registra durante la Edad Media, así como por la existencia de la variante juizo, con absorción de la yod. Cfr. Líbano 1998: 145 y Mancho 1998: 156 y 158. 46

También podemos atribuir un valor /ts/ a la secuencia etimológica cc conservada en las formas successor(es) y successione(s), recogidas en la colección de León, y que merecen ser consideradas como cultismos gráficos. Tan sólo en una ocasión registramos la aparente variante sonorizada del dígrafo etimológico, recogida en la forma connoszuda, en un documento de Sahagún de 1257, aunque más extraña resulta la combinación zc que figura en la forma fazcemos, en otro documento de Sahagún de 1257, y que podría considerarse como una valiosa muestra de la indistinción de la sonoridad de las sibilantes africadas en posición intervocálica. 3.5. Grafías z y c/ç en posición final En posición final de palabra cabría esperar hallar la sibilante africada sorda, a juzgar por la tendencia general de los romances hispánicos a ensordecer las consonantes finales, con la excepción de las nasales y las líquidas. Pese a ello la escritura leonesa, al igual que la castellana, generaliza, ya desde la época de Fernando iii (Marcet 2006: 2517 y 2518), el empleo de la grafía z, lo que ha llevado a algunos lingüistas a sospechar que en posición final de palabra la sibilante africada tenía un carácter sonoro.[17] Los ejemplos son muy variados, y se registran por igual en las tres colecciones: aprentiz, contumaz, cruz, juiz, paz, rapaz, rayz, vez o voz, así como en otros vocablos donde posteriormente se restituyó la vocal perdida, como en las formas verbales diz, faz, fiz, pertenez, remanez o yaz. Los únicos casos en los que se registra la grafía ç son fiç y ueç, recogidos en tres documentos de Carrizo redactados entre 1276 y 1279. Más frecuente es el empleo de la grafía ç en los patronímicos, como se observa en las formas Diaç, Pelaeç, Ffagundeç, Martineç y Peyreç, en diversos documentos de la colección de Sahagún, y Aluareç, Dieç, Domingueç, Gonzaleç, Gonzalueç, Lopeç, Pelaç, Pereç, Suareç y Xemeneç, en varios documentos de Carrizo. Pero siguen siendo mucho más frecuente, con una abrumadora mayoría, las formas con z, repartidas indistintamente en las tres colecciones: Abrilez, Adrianez, Alvarez, Antholinez, Aznarez, Beneytez, Bonifaz, Cibrianez, Cidiz, Crementez, Cristoualez, Diaz, Diez, Domingez, Esidrez, Esteuanez, Fagundez, Felipez, Fernandez, Ferrandez, Florez, Frolaz, Galuanez, Garciaz, Gomez, Gonzalez, Gonzaluez, Grimaldez, Guillelmez, Gutierrez, Hortiz, Iacopez, Ioannez, Iordanez, Julianez, Justez, Laçarez, Lobonez, Lopez, Lorentez, Lorenz, Martinez, Melendez, Mendez, Miguellez, Minguez, Munniz, Nunnez, Ordonnez, Ossoriz, Pedrez, Pelaez, Perez, Ramirez, Rodriguez, Roiz, Sabastianez, Sadorninez, Saluadoriz, Sanchiz, Simonez, Suarez, Tellez, Tomez, Uelidez, Uiuiaez, Velasquez, Vermudez, Vicentez, Yaguez, Xemenez, etc. La [17] Puede encontrarse un amplio análisis de esta cuestión, con hipótesis tanto a favor como en contra, en A. Alonso 1988 [1969]: 158-172. 47

grafía z es la única que se documenta en los restantes antropónimos (Baganz, Barraz, Beatriz, Briz, Feliz, Luz, Nariz, Ponz, etc.) y en los topónimos (Alcaraz, Badalloz, Castroxeriz, Gormaz, Soutez, Val de Borraz, Uillafeliz, Vilauicenz, Villeperez, etc.), así como en los arabismos (alfierez y alfoz). De forma muy esporádica se registra el empleo de un alógrafo de ç consistente en una t con cedilla, que parece ser un rasgo característico del notario Domingo Díaz,[18] autor de tres documentos conservados en la colección de Sahagún, y compuestos entre 1263 y 1266, en los que aparecen los antropónimos Diaç, Ffagundeç, Martineç y Peyreç. 4. CONCLUSIONES Hemos observado a lo largo de estas páginas que las alternancias entre z y c/ç son constantes a lo largo de todo el reinado de Alfonso x, muy numerosas en posición intervocálica, y que afectan tanto a la sibilante que por su origen debería ser sonora (y así encontramos formas como decir, facer, poço, raçon, ueçinos, etc.) como a la sorda (con ejemplos como aparezir, azada, conozida, pertenece, plaza, etc.). Igualmente llamativas, a nuestro entender, aunque sean menores en frecuencia, resultan las alternancias gráficas en contextos en los que tan solo habría posibilidad de una sibilante. Es lo que sucede en posición inicial, donde, pese al claro predominio de c/ç, también registrábamos diversos casos de z (zellarero, zeuada, zerca, etc.), o en posición implosiva, donde de forma ocasional también se transcriben con z incluso aquellas sibilantes precedidas por una consonante sorda (como arzobispo o marzo), o que han mantenido la yod posterior (como forzia o terzia), incluyendo diversos nombres propios (Garzia, Berzianos, Murzia). Igualmente conviene destacar los diversos casos en los que figura la grafía z en voces de procedencia culta o semiculta (como espezialmente o procurazion). Menos significativos nos parecen los escasos ejemplos de alternancia que tienen lugar en posición inicial y final de palabra, donde el contexto podría haber favorecido la sonorización de la sibilante original. Pero, en cualquier caso, lo que vienen a confirmar estos ejemplos es que no hay ningún contexto en el que, en mayor o menor grado, no se produzca la alternancia entre z y c/ç. El hecho de que la alternancia gráfica se produzca en contextos donde no cabría esperar una oposición fonológica entre las dos sibilantes, o donde sería imposible hallar una determinada sibilante debido al contexto fonético, podría considerarse como una demostración de que, en la tradición escrituraria leonesa del siglo xiii, ambas grafías eran equivalentes, y podían emplearse indistintamente tanto en la representación de /dz/ como en la de /ts/. Y quizás no sería descabellado suponer que esta alternancia puramente gráfica también sería admitida en [18] 48

Cfr. Fernández, 1994, docs. nº 1794, 1801 y 1802.

posición intervocálica, donde sí se daba la oposición fonológica entre la sibilante sorda y la sonora. No podemos olvidarnos, a este respecto, del hecho de que, en sus orígenes, ç era una variante gráfica de z, o de que, en la escritura documental leonesa, el empleo de z en la representación de /ts/ fue muy frecuente hasta el siglo xii. Igualmente debemos tener presente que en la escritura medieval, y especialmente en el siglo xiii, son varias las grafías o dígrafos empleados alternativamente en la representación de sonidos opuestos, como ll y l en la representación indistinta de /l/ y /▿/, nn y n en la de /n/ y /˭/, o rr y r en la de /r/ y /˸/,[19] por no hablar de los usos polifónicos de grafías como i, j, u o del dígrafo ch. Así pues, los argumentos para pensar que la alternancia entre z y c/ç sea una cuestión puramente gráfica, una peculiaridad de la tradición escrituraria leonesa,[20] existen. Ahora bien, no deja de resultar, tampoco, llamativo el hecho de que, ya en la segunda mitad del siglo xiii, una vez que se ha generalizado la escritura en romance en las notarías y escribanías y, en líneas generales, se tiende a una distribución más «ordenada» de determinadas grafías, buscando una correspondencia unívoca entre sonidos y grafías (como sucede, por ejemplo, en la representación de /▿/ o /˭/), aunque sin abandonar enteramente los usos poligráficos y polifónicos, los escribas leoneses no tiendan a regular el uso de z y c/ç. Con respecto a la representación de las sibilantes en la documentación leonesa redactada durante el reinado de Fernando iii (Marcet 2006), en la primera mitad de la centuria, hemos observado que, en líneas generales, aumenta considerablemente el número de ejemplos en los que se emplea la grafía z en contextos en los que etimológicamente debería figurar la sibilante sorda, como en posición inicial o posconsonántica, o en la evolución de secuencias como -ktj- o -ske-, o en aquellas voces cultas o semicultas en las que se mantiene la yod. Tampoco disminuyen, por su parte, el número de vocablos que, debiendo contener una sibilante sonora por su étimo, son transcritos mediante las grafías c o ç. Por el contrario, como hemos podido comprobar en otra ocasión (Marcet 2007 y 2010), la regularización sí afecta de forma evidente, como ya hemos indicado, a otras grafías, como es el caso de ll y l, las cuales, a media que avanza la centuria, tienden claramente a especializarse en la representación de un solo [19] Pese a la alternancia, en estas parejas cada grafía era mucho más habitual en la representación de uno de los dos sonidos (ll en el de /▿/ y l en el de /l/, nn en el de /˭/ y n en el de /n/, y rr en el de /r/ y r en el de /˸/), pero ya hemos visto como z y c/ç son también más habituales en la representación, respectivamente, de /dz/ y /ts/ o en determinados contextos fonéticos (como z en posición final de palabra o c/ç en inicial). M. J. Torrens (2005:1386) también señala la conveniencia de relacionar la alternancia de las grafías n, r y l y sus homólogas geminadas en la representación de las consonantes palatales con las aparentes confusiones entre s y ss. [20] Como había sugerido C. Cabrera (1992 y 2002). 49

sonido, /▿/ y /l/, respectivamente, especialización en la que es posible que hubieran ejercido cierto influjo homogeneizador los usos escriturarios procedentes de la cancillería real y el scriptorium alfonsí. El hecho de que las grafías empleadas en la representación de /dz/ y /ts/ no solo no escapen a esta tendencia a la regularización, sino que, además, se vuelvan más permeables, y aumente la frecuencia con la que se alternan, independientemente de su origen etimológico o de su posición en la palabra, podría considerarse como una prueba de que, quizás, en esta mayor resistencia a la fijación ortográfica de z y c/ç, o en su mayor intercambiabilidad, durante la segunda mitad del siglo xiii, pudiera haber igualmente influido un cierto colapso del subsistema de las sibilantes en el romance leonés originado por una propensión al ensordecimiento de las antiguas sonoras. Por lo que respecta a las diferencias existentes entre las tres colecciones analizadas, y a diferencia de lo que comprobamos que sucedía durante el reinado de Fernando iii, no hallamos en esta ocasión diferencias verdaderamente significativas en las tres regiones, si bien es cierto que, en los documentos procedentes de Sahagún, en los confines orientales del dominio leonés, es menos frecuente el empleo de z al inicio de palabra, o en posición intervocálica y posconsonántica en los cultismos. Por otro lado, precisamente en la colección de Sahagún encontrábamos secuencias gráficas tan inusuales como sz (connoszuda) y zc (fazcemos), aunque en documentos compuestos en los años cincuenta, en los inicios del reinado de Alfonso el Sabio, sin que se vuelvan a registrar posteriormente. Parece, por lo tanto, que la proximidad de Castilla y sus usos escriturarios más regulares en la representación de las sibilantes, sí pudo haber ejercido cierto influjo en las notarías orientales de León.

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