Las sequías de Aguascalientes (México)

July 8, 2017 | Autor: G. Vázquez-Lozano | Categoría: Climatology, Weather, Rainfall, Rains Cycles
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Descripción



El río de los Pirules parece domado, pero cada generación se desborda y, como los viejos ruines, es traicionero. Para quien tiene tiempo y ganas, aún es posible descubrir, caminando por la vereda, cruces de madera de diferentes épocas que señalan el lugar donde se ahogaron muchos valientes.
En 2014 un burócrata del ramo, demostrando una asombrosa maestría en el arte de hablar mucho y no decir nada, declaró: "Parece ser que El Niño estará presente, lo que quiere decir que sí tendremos una escasez de precipitaciones, junto con el cambio climático que nos ha afectado; esto no lo sabremos hasta que estadísticamente el control, el laboratorio de modelaje climático, tenga más datos y podamos irnos acercando al temporal de aguas". Cuéllar, Carolina. "Advierten sequía en el campo de aguascalientes." Televisa Acapulco. 2014. (22 May 2014).
A Calvillo, que está un poquito más cerca del Pacífico, le va mejor.
Fernando I. Salmerón Castro, Intermediarios del progreso: política y crecimiento económico en Aguascalientes, CIESAS, 1998, p. 100.
Idem. p. 99.
Carlos Ortega de León, Transformación productiva del sector agropecuario, en Claudio H. Vargas, editor, Aguascalientes en los noventas: Estrategias para el cambio, ICA 1994, pp. 66.


9



Precipitación pluvial (mm)


Las lluvias de Aguascalientes "" Gustavo Vázquez Lozano

When was that summer when it never rained?
Paul McCartney


Fue Antonio Acevedo Escobedo en su libro Los días de Aguascalientes quien comparó nuestras nubes de verano con soldados indecisos y excesivamente cautelosos. "La lluvia", escribió, "no tiene prisa por llegar a Aguascalientes. Como el general de una plaza sitiada, antes de tirarse a fondo destacará durante algunas tardes compactos batallones de nubes vagabundas, encargadas de emprender un lento reconocimiento de los terrenos por conquistar". Las nubes, predijo don Antonio para la eternidad local, primero se anunciarán, durante muchas tardes, con estruendos que son falsas alarmas, tardes que parecen alargarse perezosamente. Las nubes perseverarán en sus inofensivas maniobras durante varios días y la gente, nos dice el escritor, "tan propensa al optimismo, termina por desentenderse de la jovial amenaza suspendida sobre ella". Son las semanas en las que el aguascalentense de cierta edad sabe que no hay que entusiasmarse demasiado y, con desdén, con un movimiento de mano, desechará la necesidad de paraguas con un lacónico "Ni va a llover: es pura tierra".
O sea que, básicamente, desde 1952, año en que se publicó la primera edición de Los días de Aguascalientes hasta nuestros días, las cosas no han cambiado mucho. La escasez y lo impredecible de las lluvias son dos inscripciones trazadas sobre el polvoso destino agrícola de Aguascalientes. Es curioso ver cómo en el volumen de leyendas y tradiciones del estado, recopilado por Alfonso Montañez en 1949, no se menciona ni una vez la palabra "lluvia". Lo mismo en el que compuso dos años más tarde José Aguilar. Los truenos y los relámpagos, tan necesarios en las consejas y cuentos de viejas, no alcanzaron a entrar en nuestro folclor.
Desde niño he sentido un particular gusto por observar el cielo en verano, esperando la lluvia que no tardaría en llegar. Como todo el que mira con atención durante varios años, entendí algunas cosas sobre las precipitaciones pluviales en nuestra ciudad. Primero: que las lluvias raras veces llegan de otro lado que no sea el oriente. "Cuando las nubes vienen del rumbo de la estación del ferrocarril", decía una amiga octogenaria, "es cuando sí llega el agua". En estos casos, todo se mueve muy rápido: ya desde que el cielo se pinta de oscuro en el oriente, hasta que resuena el primer tamborilear de las gotas en los patios, pasan apenas unos minutos. Es raro que el viento traiga nubes de lluvia de otro lado. Un par de años vi que llegaban y se desembarazaban de su fresca carga desde el poniente, desde atrás del Cerro del Muerto, pero esto es una ocurrencia rarísima. Una vez la tormenta vino del norte. Las que se ven al sur casi nunca llegan: sólo se ven a la distancia y el olfato nos dice que llovió allá por San Juan de los Lagos. Pero cuando el cielo se ponga negro al oriente, hay que tomar precauciones.
Otra cosa de la que me percaté es que, como decía Antonio Acevedo, no hay que hacer mucho caso de los primeros avisos, de las tarjetas de presentación de las nubes, que desde finales de mayo empiezan a pasearse por todo el cielo, se hacen inmensa auto propaganda y después se van más allá de la Sierra Fría, a San José de Gracia, a llover a otro lado, o de plano se convierten en puro terregal.
Abril y mayo viven en la imaginación popular como los meses de los aguaceros refrescantes, en los que puedes caminar en la calle sin paraguas. "¡Aquellos aguaceros de mayo!", dicen mis padres y otros de su época, pues aseguran que antes, en esta ciudad, llovía mucho, tupido y sonoro, en ese mes. ¿Cambió el clima en una generación? Hoy que podemos consultar la estadística sabemos que aquellas lluvias de mayo son un mito, tal vez fomentado por la canción de Miguel Aceves Mejía: "Los aguaceros de mayo tuvieron la culpa de que me fueras infiel". Entre 1948 y 1970 –los años en que mis padres pasaron de ser niños a adultos– la precipitación pluvial promedio en mayo fue de apenas 15 milímetros (o sea, nada), y solamente en un año, 1956 –cuando ellos cumplieron los dulces dieciséis–, puede decirse que hubo un mayo con aguaceros; ese año cayeron 70 milímetros, una verdadera rareza. ¿O sea que de ese hormonal año viene el mito que todavía repiten los hoy abuelos: que en Aguascalientes solía llover mucho en el mes que cae entre abril y junio?
Junio es, por suerte, otra cosa. Llueve más. Desde finales del mes el cielo se desata. Si hay tormentas eléctricas en el año, será entonces que las oiremos. Su compañero julio es el de lluvias abundantes, con un promedio histórico de 122 milímetros. Es cuando, por un breve instante, todo se pone verde esmeralda y el olor a tierra mojada nos llega desde el rumbo de las lomas al oriente. Agosto sigue de cerca, con 119 mm. Muy mal mes para organizar la famosa Romería de la Asunción, que es el día 15. Un dicho que circula en esos días sentencia que "el día 15 llueve aunque no llueva". En septiembre prácticamente todo ha terminado.
Esto al menos en la imaginación popular. Si graficamos los datos de más de cien años, es posible observar un patrón similar con una diferencia importante: las lluvias comienzan en la última semana de junio y suben sin parar durante las dos primeras de julio, pero en seguida entra un paréntesis pluvial, la famosa canícula o los "días de perro". Es cuando el cielo se viste de azul inmaculado y ni un "borreguito" rompe la monotonía. Si estos días se prolongan más de la cuenta, las cosechas peligran. Luego, vuelve a llover a finales de agosto y se alcanza otro pico en la segunda semana de septiembre.
Con todo y nuestros julio y agosto llovedores, con lágrimas en las ventanas y baches en las calles, Aguascalientes es un semi-desierto. No somos Tlaxcala, ni siquiera Guadalajara. Eduardo J. Correa en su Viaje a Termápolis habla varias veces de nuestra "lluvia de oro fundido" en verano, un eufemismo para referirse a los ardientes rayos solares. Somos tierras flacas. Tengo a mi lado una nota que apareció en el periódico El Sol del Centro en 1960, que habla de personas arrodilladas en el campo –en la región de El Llano– implorando la lluvia. Tenemos registros de desoladoras sequías en 1884, en 1957, en 1969, en 2009, en 2011. Por eso, cuando se digna venir, la lluvia nos llena de optimismo. Pero no siempre aparece. A veces se le olvida visitarnos, como en aquel verano de 2009. ¡Qué triste fue! ¡Qué calma chicha!


2.

From where we stand the rain seems random.
If we could stand somewhere else, we would see the order in it.
Tony Hillerman

¡Pobre ciudad de Aguascalientes! Enterrada en el centro geográfico del país, lejos de los océanos, justo donde se marca el cambio de clima entre el norte y el sur de la República, semiolvidada en un valle a donde pocas veces meten sus brazos las tormentas tropicales. Cuando es la temporada de lluvias en el sur de México –en junio y julio– las nubes tapizan desde Chiapas hasta… un poquito al sur de nuestro estado. Y cuando empieza, más tarde, la temporada de lluvias en el norte del país, las nubes casi siempre llegan… un poquito al norte de nosotros. Como quien dice, aquí nos llegan las sobras. Por los costados también es cuestión de la clemencia divina, del karma o de la benevolencia de los vientos. Los huracanes del Pacífico siempre se alejan hacia el occidente. Necesitan pernoctar en Manzanillo como gordos vacacionistas para que se nos moje la tierra. Y los ciclones del Atlántico no siempre entran al Golfo de México. Casi siempre prefieren hospedarse en la riviera maya. Bien dicen que necesitan ahogarse en otros lados para que aquí nos llegue algo.
El peor año que recuerdo fue ese 2009. Literalmente no llovió en todo julio. De los treinta y un días del mes, que yo recuerde nada más llovió en uno. No en balde era la peor sequía de México en siete décadas; si donde siempre llueve se estaban muriendo de sed, imagínense nuestra pobre ciudad. Recuerdo que en esos días le estuve preguntando a la gente si ya había notado la impresionante sequía. Muchos respondían: "¡Sí, qué bueno que no ha llovido! ¡Acabo de lavar el coche el martes!". Fue una época de muchas crisis: epidemiológicas, futboleras, económicas y climáticas. Como si las desgracias, efectivamente, nunca llegaran solas. Jamás había visto un julio tan seco. Las nubes parecían haberse extraviado en su camino desde el oriente. El cielo era, día tras día, una vasta y agobiante extensión azul. Algo semejante debieron de haber sentido los campesinos en 1947 y 1925.
Tengo los números de precipitación pluvial en Aguascalientes de 1879 a 2013. Es interesante ver cómo se han portado las nubes con las generaciones y preguntarse si las lluvias tuvieron algo que ver con la historia de Termápolis. Cuando se hace una gráfica con todos los datos –que tendrá que hacer el lector en casa porque aquí no cabría– se aprecian claramente algunas cosas. Los años previos a la Revolución Mexicana fueron secos y malos (como en todo el país). Los años del cardenismo e inmediatos posteriores fueron de lluvias suficientes y regulares, sin sobresaltos (feliz coincidencia con el reparto agrario). Los 60 fueron los años maravillosos: toda la década llovió bien y cada vez un poquito más que el año anterior (insuperable clima para expandir el producto agrícola y apoyar la industrialización con insumos baratos). Los años 70 y casi todos los 80 fueron una penosa y prolongada sequía (diecisiete años malos, y a lo mejor de ahí viene mi ansiedad con el tema de las lluvias: fueron los años en los que crecí). En los siguientes años (1990-2013) el clima básicamente se volvió loco (igual que el crecimiento urbano): un par de años muy buenos seguidos de un par de años muy malos, dos sequías históricas, abundantes y raras cabañuelas en diciembre y enero, y así. En los últimos trece años, lo que corresponde al siglo XXI, parece asomar una tendencia a la baja.
En 1957, cuando todavía mucha gente comía de lo que sembraba, tuvimos una sequía de tal magnitud que la población sintió hambre y hubo protestas: entonces llovieron 54 milímetros en julio y 43 en agosto. De los 54 milímetros de julio, casi todos cayeron en un solo día, por lo que la intensa evaporación seguramente los hizo nada. En contraste, en julio de 1991 nos cayó el diluvio universal y el río San Pedro se llevó el puente de la salida a Calvillo. Sólo se podía utilizar el de San Ignacio.
Un funcionario de gobierno del área de recursos naturales me comentó que el fenómeno del calentamiento global justamente lo vemos reflejado de dos maneras: una, en el retraso cada vez mayor en el inicio de la temporada de aguas; y dos, la concentración excesiva del fenómeno en pocos episodios. O puesto con rancio rigor académico diríamos que en Aguascalientes: a) Cada vez llueve más poquito; b) Cada vez llueve más tarde (hasta agosto) y, c) Y cuando por fin llueve, nos andamos ahogando.
¿Es posible comprobar esto con números? Al parecer sí. Para medir la concentración en pocos episodios, CONAGUA elabora unas gráficas que muestran el promedio máximo de precipitación en un solo día, por década. Es decir, se eligen los diez días (uno por año) que más llovió en un mes (digamos agosto) y se saca el promedio. Así, en todos los agostos de la década de los 1980, el promedio de lluvia máxima en un solo día fue 47 mm; en los 1990 fue de 78 mm y el mismo dato para los 2000 fue 96 mm. Aquí hay una tendencia. ¿Qué significa? Que efectivamente, cada vez es más normal que nos caiga toda el agua del mes –o de la quincena, o de la semana– en un solo chubasco, en lugar de que se distribuya en refrescantes lloviznas cada tarde. De ser así, las plantas lo agradecerían, porque la lluvia es como la crítica: tiene que ser gentil para que nutra, y no tan violenta que afecte nuestras raíces.
La escasez del ciclo pluvial es otro dolor de cabeza. El promedio histórico para la ciudad de Aguascalientes es de 544 milímetros al año. Muy malo no es. Pero el número es sólo eso: un promedio. Los promedios nada más nos dicen, por ejemplo, que un bebé recién nacido y su octagenario bisabuelo tienen ambos, en promedio, cuarenta años. Aunque si agrupamos los números por épocas, puede verse que, al parecer, hoy llueve mucho menos que antes en la ciudad. Consideremos este ejemplo: el promedio anual de los cien años que van de 1879 a 1979 fue de 552 milímetros; de entonces a la fecha (1980-2013) esta cifra descendió a 507 milímetros, lo cual es en mi opinión un tropezón muy significativo, sobre todo considerando que ocurrió en sólo treinta años. Pero digámoslo de nuevo, nada más son promedios, así que usted no vaya a tirar el bonito impermeable que acaba de comprarse para la próxima temporada de aguas.


Gráfica 1. Aguascalientes: Promedio anual de lluvias.
Estación Aguascalientes.



Fuente: Elaboración propia con base en los datos del Seminario de Historia Contemporánea, CONAGUA, SARH y Servicio Meteorológico Nacional.


El tercer contratiempo es la distribución de la lluvia a lo largo del ciclo agrícola, que aquí en la tierra de Posada corre de junio a septiembre. Fue Carlos Ortega de León quien utilizó una pintoresca metáfora para referirse a la mala distribución de las precipitaciones en Aguascalientes. "Aquí la gráfica de lluvias de junio a septiembre", me dijo un día, "se parece a una cazuelita, como una letra "u": es decir, llueve mucho al principio, en junio y parte de julio; llueve mal a medio temporal, y luego diluvia otra vez en septiembre. Pero el maíz, el frijol y las demás plantas, requerirían precisamente la figura opuesta, es decir, una gráfica de lluvias que se parezca a una "n": poca precipitación en junio, cuando las plantas están chiquitas y no deben encharcarse; mucha agua constante en julio y agosto cuando están creciendo, y poca agua en septiembre cuando ya completaron su ciclo y el exceso de humedad las perjudica".


Gráfica 2. Aguascalientes: Distribución anual del
promedio diario de precipitación, 1970-2010.
Estación Los Negritos.

(ENTRA AQUÍ GRÁFICA DE CONAGUA. Es la página 4 del pdf adjunto. Incluir únicamente el gráfico, sin logos ni pies de página. )


Fuente: CONAGUA.

Finalmente, está la variabilidad anual. O como dicen los agricultores, ¿irá a llover este año o no? En Aguascalientes es imposible saber, porque la desviación estándar –es decir, la dispersión de los datos, la desviación respecto a la media– es muy alta. Y la cosa se pone cada vez peor. Dígame usted si no: abajo están las desviaciones estándar por grandes épocas (fijadas un poco arbitrariamente). Considérese que una menor desviación (digamos diez, o cero) significa menos variabilidad y una cifra mayor significa una dispersión más extrema.


Cuadro 1. Desviaciones estándar de la precipitación pluvial en la ciudad de Aguascalientes por intervalos, 1901-2010.

Periodo 1901-1913 86.35
Periodo 1920-1939 84.03
Periodo 1950-1969 188.40
Periodo 1970-1989 133.92
Periodo 1990-2010 146.16

Fuente: Elaboración propia con base en los datos del Seminario de Historia Contemporánea y CONAGUA.

Aunque los números no son contundentes, lo más obvio en la gráfica es que la desviación estándar pasó de dos a tres dígitos de un siglo a otro. Si suavizamos el dato correspondiente al periodo 1950-1960, tendríamos una tendencia claramente ascendente; es decir, que en cada intervalo hemos tenido lluvias más irregulares y más alejadas del promedio histórico. También se puede decir así: "El próximo año algo es seguro: o llueve mucho o llueve poco". Bonito pronóstico. Si nos preocupa mojarnos, lo mejor es fijarse en las nubes después de la hora de comer, sentir el viento y aguzar el sentido del olfato. Si está tronando al nororiente y hace aire, segurito llueve. Si usted acaba de lavar su coche, también lloverá. Yo, para adivinar, ya no me subo como hace años a la azotea o al cerrito que estaba en frente de mi casa. Ahora puedo ver cada hora la foto del satélite en internet. También, si queremos, podemos oír en el noticiero al funcionario de gobierno hacer sus predicciones –que El Niño, que La Niña, que progreso para el campo–; o al director de CONAGUA en turno; o al improvisado catrín en la delegación federal del ramo. Y nos damos cuenta de que predecir el clima en Aguascalientes es algo que todos podemos hacer… pero nadie acertar.


3.


Whenever people talk to me about the weather, I always feel
quite certain that they mean something else.
And that makes me quite nervous.
Oscar Wilde


Los que vivimos en Aguascalientes, me dijo una vez un sociólogo, le suspiramos al mar porque vivimos tierra adentro. Y decía que no percibía esa misma idealización en las personas que viven cerca de la costa. Quizá porque tenemos lejos el océano, muchos hidrocálidos hemos desarrollado un cariño especial por la lluvia, que es escasa justamente porque estamos lejos del mar. Conozco a muchos que disfrutan ver llover y concilian mejor el sueño cuando hay tormenta. Son de tal manera singulares las tardes de lluvia, que muchos de nuestros recuerdos más queridos –alguna comida familiar, una demostración de amor, un concurso de brincar charcos o el barquito de papel calle abajo– tienen que ver con la época de aguas. Como en muchos otros lados, el "mal" clima es ocasión para entablar una conversación con quien sea; aquí tres o cuatro días seguidos de lluvia sacan lo peor de algunas personas, especialmente quienes no dependen de la clemencia de las nubes para estar bien.
Pero más allá de que –a algunos– nos alegren el alma, las lluvias son esenciales para el bienestar social y también para entender nuestro desarrollo económico. En una región sin aguas superficiales importantes, la lluvia solía ser –ahora tenemos libre comercio y una economía terciarizada– motor primario de la economía y factor de desarrollo para Aguascalientes. En muchas ocasiones fueron voz cantante a la hora de tomar decisiones públicas. Después de la sequía de 1957, en la que literalmente el ganado murió de sed, el gobierno del ingeniero Luis Ortega Douglas insistió en la perforación de pozos profundos y en la febril construcción de bordos y represas, para no depender tanto del agua del cielo. En veinte años el porcentaje de tierras con riego en Aguascalientes pasó de 11.8% a 20%. Ese mismo año de la gran sequía de 1957 se habló por primera vez de traer lluvia artificial, un método que consiste en bombardear nubes con yoduro de plata, y con el que comenzaba a experimentarse. Las inundaciones de 1958 destrozaron las casas aledañas al arroyo de los Adoberos –hoy avenida Adolfo López Mateos– y eso fue parte de los motivos para abrir dicha arteria y comenzar los primeros programas oficiales de vivienda. Cuando la agricultura nacional ya había entrado en crisis, Aguascalientes tuvo una década de buenos temporales entre 1963 y 1972 y el sector agrícola creció a la extraordinaria tasa de 8.4% anual promedio.
Ya desde finales de los años setenta, una década especialmente errática en lluvias, el estado fue declarado por fin, tras varios años de desastres agrícolas, zona prioritaria para la industrialización. Fue célebre aquella declaración del gobernador Rodolfo Landeros Gallegos en su toma de protesta, en 1980, que en el estado debíamos dejar de cultivar el maíz a precio de oro, una advertencia que en su momento sonó escandalosa. "No somos", había dicho Landeros, yendo contra todo el discurso anterior, "un productor de granos; es absurdo sembrar maíz y frijol a precio de oro". No se equivocaba (tampoco es que hiciera falta ser un genio). Entre 1980 y 1990, década en que, con excepción de dos años, hubo precipitaciones anuales muy debajo del promedio, el sector registró una tasa de crecimiento negativa de 9%. Nada se compara, sin embargo, con la sequía de 2011, cuando tuvimos el temporal más seco en setenta años y la lluvia de oro bañó, sin piedad, los amarillos campos de Termápolis, ya desprovisto de sus huertas.
Es muy interesar ver cómo los gobernadores de Aguascalientes hasta la década de los 80 con mucha frecuencia hacían declaraciones respecto al clima. En los tiempos actuales es raro que digan algo, en parte porque el peso económico del sector agropecuario ha disminuido, nuestro sistema de abasto es profundamente distinto al de hace treinta años, y en parte porque ahora creen que las oficinas de asistencia social pueden hacer la política rural. A pesar del discurso triunfalista, nuestro campo aún sufre y seguirá padeciendo por falta de agua. Cuando no llueve, en la economía regional hay pérdida de valor, desempleo rural, inflación en los precios de los alimentos, déficit comercial y carestía en general, por no mencionar los problemas de salud. Recordar que la lluvia a veces nos abandona en el momento más inconveniente debería hacernos pensar en las cosas que tenemos que hacer para evitar la descapitalización del campo y el empobrecimiento de quienes están ocupados en el sector primario. Se ha hablado de reconversión de cultivos, de crear reservas estratégicas de granos, de eficientar los sistemas de riego y sobre todo, de abandonar cultivos altamente consumidores de agua, como la alfalfa, que son una aberración en el campo de Aguascalientes.
Todo eso estaría muy bien, pero a los de la ciudad, los que suspiramos por los nimbostratos, los que vivimos lejos de las mareas, nada nos aliviará la nostalgia por aquellos aguaceros de mayo…



ANEXO 1
PRECIPITACIÓN TOTAL ANUAL EN LA CIUDAD DE AGUASCALIENTES 1879-2013
ESTACIÓN AGUASCALIENTES



mm
1879
467
1880
nd
1881
nd
1882
657
1883
683
1884
407
1885
762
1886
748
1887
761
1888
896
1889
527
1890
nd
1891
nd
1892
nd
1893
nd
1894
nd
1895
628
1896
nd
1897
nd
1898
752
1899
nd
1900
nd
1901
424
1902
487
1903
412
1904
538
1905
551
1906
550
1907
538
1908
444
1909
374
1910
548
1911
520
1912
634
1913
661
1914
nd
1915
nd
1916
nd
1917
nd
1918
nd
1919
567
1920
333
1921
366
1922
632
1923
571
1924
435
1925
565
1926
529
1927
635
1928
489
1929
514
1930
673
1931
504
1932
540
1933
546
1934
624
1935
540
1936
426
1937
610
1938
490
1939
585
1940
nd
1941
717
1942
498
1943
487
1944
nd
1945
nd
1946
nd
1947
462
1948
514
1949
402
1950
330
1951
476
1952
411
1953
554
1954
457
1955
500
1956
426
1957
372
1958
1042
1959
687
1960
380
1961
448
1962
556
1963
577
1964
700
1965
784
1966
673
1967
838
1968
622
1969
300
1970
915
1971
773
1972
440
1973
621
1974
415
1975
455
1976
531
1977
476
1978
436
1979
348
1980
556
1981
441
1982
378
1983
490
1984
435
1985
477
1986
566
1987
432
1988
480
1989
448
1990
686
1991
631
1992
618
1993
349
1994
430
1995
603
1996
405
1997
320
1998
368
1999
382
2000
369
2001
538
2002
734
2003
682
2004
839
2005
408
2006
574
2007
641
2008
560
2009
417
2010
539
2011
258
2012
448
2013
756



Fuente: Seminario de Historia Contemporánea, SARH, Servicio Meteorológico Nacional y CONAGUA..

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