LAS ROMERÍAS EN ANDALUCÍA. Fiestas de exaltación religiosa y de los sentidos

June 19, 2017 | Autor: S. Rodríguez-Becerra | Categoría: Andalucía, Fiestas Religiosas, Trasgresión, Romerías, Fiestas de exaltación
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Descripción

LAS ROMERÍAS EN ANDALUCÍA, FIESTAS DE EXALTACIÓN RELIGIOSA Y DE LOS SENTIDOS Publicado: Las romerías, fiestas de exaltación religiosa y de los sentidos. VII Congreso de Folclore Andaluz: Las romerías como manifestación del sentir popular, pp. 203-216. Ed. Acofa Andalucía. Jaén, 2000. D.L.: J-98/2000.

Salvador Rodríguez Becerra Universidad de Sevilla Cada año en primavera y otoño los caminos de Andalucía se llenan de gentes, vehículos y caballerías que partiendo de los pueblos y ciudades se dirigen al encuentro de una imagen que reside habitualmente en una ermita o santuario, o bien la llevan de regreso al lugar sagrado después de haber pasado unas semanas en la localidad. ¡Van de romería! De abril a octubre, antes y después del verano, un alto porcentaje de pueblos andaluces se pone en camino, con el anhelo por llegar hasta la imagen sagrada para comunicarle personalmente las penas y alegrías sentidas, con el gozo que nace de la esperada contemplación de escenas familiares pero no cotidianas, con complacencia estética por el paisaje y el uso de elementos tradicionales: trajes, carretas, caballos, etc., con satisfacción por lo que de ruptura de lo cotidiano tiene toda fiesta, por la suspensión o relajamiento de muchas normas sociales, por la complacencia de estar con la familia y los amigos, por el encuentro con la naturaleza, por vivir situaciones y emociones nuevas o revivir otras del pasado, en definitiva, por el goce de vivir. Una romería es una peregrinación de uno o varios días de duración a un santuario o ermita donde reside generalmente un icono de la Virgen, Cristo o algún santo, pero también es una fiesta en el doble sentido de conmemoración religiosa y de celebración gozosa, placentera y participativa. Es una verdadera fiesta y no un espectáculo, pues la separación entre actores y público, o no existe, o es una línea difícil de trazar (Hoyos, 1931:5). El santuario es el punto de referencia o término al que los romeros dirigen sus aspiraciones físicas y espirituales; para llegar a él han de cubrir el camino que los separa del núcleo urbano de donde partieron. Núcleo urbano, camino y santuario son las tres referencias de una romería, aunque no presenten todas el mismo valor y significación. La romería está precedida de una preparación religiosa, emocional y de elementos materiales necesarios: Novenas, triduos y besamanos, traslado de imágenes o estandartes, pregones, reuniones, embellecimiento de vehículos y caballerías, preparación de comidas y bebidas, trajes, contribuyen a ello. La salida es una despedida para aquellos que no pueden participar y el comienzo de la suspensión o atenuación de las reglas y pautas sociales cotidianas. Ya en el santuario los romeros establecen una relación personal, sin intermediarios, con la imagen que goza de su confianza. El santuario es lugar privilegiado para establecer esta comunicación directa; la misa, que suele celebrarse a la llegada de los romeros, o el rosario en otra ocasión, no siempre constituyen los momentos más idóneos ni más frecuentados para estos contactos. La imagen será visitada a lo largo de la jornada una o varias veces con motivo de ofrendas de velas, limosnas, oraciones y visitas, como si de una amiga o conocida se tratara, pero el momento más esperado lo constituye la procesión entorno al santuario. * * *

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Exaltar significa, según la Real Academia de la Lengua, en una primera acepción: elevar, levantar, ensalzar, pero también, Adejarse arrebatar por una pasión, perdiendo la moderación y la calma@, tanto en su forma transitiva como reflexiva. Las fiestas en general y las romerías en particular constituyen momentos de exaltación de los sentidos y las emociones; de la exaltación de la communitas, porque los que no están presentes en el santuario, han participado en el camino o han asistido a la despedida de los romeros en la localidad de donde partieron; también es exaltación de la familia: a la romería acude el grupo familiar como tal conformado por miembros de todas las edades y, además, los parientes, amigos y conocidos. Es también, ocasión para la exaltación de las artes plásticas y musicales: la danza, la canción, las poesía; y, por supuesto, exaltación de la reciprocidad y del comensalismo con los placeres de la comida y bebida; ha sido y, aunque de modo distinto sigue siendo, ocasión para la exaltación del erotismo, trasgrediendo las normas sociales, amparados en la noche y en el aislamiento de los parajes donde se asientan los santuarios. Es, así mismo, uno de los grandes momentos para la exaltación de las relaciones mágicoreligiosas con los seres y fuerzas sobrenaturales; éstas se crean, recrean o, en todo caso se hacen más intensas. Es la mejor ocasión para pedirles y agradecerles favores, ya sea durante el camino hacia el santuario, especialmente al pasar los vados de ríos y arroyos, en los puertos o hitos tradicionales para el descanso, a las salidas o entradas de las imágenes de las ermitas, durante el recorrido procesional alrededor del edificio sagrado, pugnando por llevar las imágenes, tocándolas, rozando las prendas de vestir y acercando los niños al manto de las mismas, y luciendo en el pecho medallas o estadales de la imagen durante toda la romería. A estos lugares se acude en un tono festivo, sin obviar el carácter penitencial, que sin duda ha sido un factor importante en el desarrollo de devociones y romerías, y con el propósito de vivir emociones intensas. Es pública la creencia en la fertilidad de los que acuden a los santuarios y la gran aceptación que ciertas romerías tenían y tienen entre grupo marginales por cuanto encontraban una ocasión de liberación a sus tendencias reprimidas socialmente; así mismo, está comprobado la relación entre el aumento de niños expósitos y las fechas de ciertas romerías. La tradición oral, la literatura y la investigación histórica y antropológica así lo atestiguan La romería como fiesta El interés por las romerías, nace de que “Las fiestas populares nos dan una de las fases más interesantes de la cultura de los pueblos para la investigación de su psicología, sociología y estética, y por ello, merecen... la aplicación del método etnográfico [antropológico] a su estudio”. Estos estudios han adolecido, según apuntara el gran etnógrafo Luis de Hoyos, hace casi sesenta años, de la excesiva separación que se hace entre los elementos, datos y objetos de la cultura material y espiritual, que conforman la fiesta, llegándose a prescindir con evidente error de un esencial grupo de hechos etnográficos, considerándolos meramente como folklóricos. Además se ha hecho una disociación analítica de ellas, estudiando solos y aisladamente sus elementos constitutivos, como son las danzas, el canto, la música y los juegos o diversiones que las integran, degradando así el interés y valor explicativo que tienen al romper la unidad y riqueza de los hechos conexionales (Hoyos, 1931:1 y 1946: 543 y sigts.). Los dos elementos más artísticos de las fiestas populares, como son la música y los bailes, añade Hoyos y es pertinente repetirlo en un Congreso de Folclore, “están sin embargo carentes de un estudio en el sentido científico, coleccionador y explicativo de sus relaciones, distinción y distribución en las diversas comarcas españolas”. Este severo juicio sigue siendo válido en nuestros días, pues aunque se ha avanzado algo en el conocimiento de las funciones sociales y culturales de la fiesta, se ignoran las sicológicas y 2

especialmente las estéticas, y aún pervive la disociación entre sus componentes, que, dados los especiales conocimientos que ello lleva aparejado, se hace necesario trabajar en equipo y bajo el paraguas metodológico de la Antropología, para tener una visión global del fenómeno (Hoyos, 1931:3 y sigts.). La finalidad de las fiestas, aunque su razón de ser y existir es originariamente religiosa no lo es exclusivamente, ni aún dando a este criterio la más amplia interpretación. “Una fiesta, como dice el profesor Escalera, es una manifestación sociocultural compleja que incluye rituales y diversión, pero que implica muchas más dimensiones y funciones en relación con la colectividad que las celebra y protagoniza” (1996:100). No todo ritual, ni toda acción simbólica constituye una fiesta, ni, por supuesto, todas las celebraciones que se denominan comúnmente fiestas lo son. Estas están vivas y muy vivas en nuestra sociedad española y andaluza y, no están amenazadas, de momento, de desaparición, como ha ocurrido ya hace años en otros países. Las fiestas agrícolas derivadas de las estacionales con claros orígenes precristianos han sido adaptadas a la liturgia y ceremonial católicos, que conservó y aumentó las ofrendas de primicias y diezmos (Hoyos, 1931:6 y sigts.). El interés general del estudio de las fiestas populares, nace de confluir en ellas, no sólo todas las artes populares, sino la mayoría de las actividades sociales y económicas de un pueblo: Así las artes rítmicas: baile, canto, música, poesía; plásticas: traje, adorno; las llamadas manifestaciones folklóricas Ay que son el fondo de la tradición y la creencia del pueblo@, nunca se manifiestan mejor que en estos actos espontáneos y expansivos; las actividades sociales con la exaltación de la convivencia y la alegría, son una ocasión muy propicia para estudiarlas, junto a las actuaciones económicas que con las ferias y mercados siempre acompañan o sirven de base a la fiesta (Hoyos, 1931: 4). La ermita y el santuario, destinos de la romería Las ermitas y santuarios son el destino de las romerías. Las ermitas surgieron, en su inmensa mayoría, en momentos inciertos sin que dejaran testimonio escrito de ello, en la mayoría de los casos sin duda por su carácter marginal y ajeno al interés eclesiástico, y como resultado de decisiones individuales de ascetas, eremitas o devotos de una imagen determinada. Es cierto que una vez establecidas fueron controladas por las autoridades eclesiásticas. Los santuarios andaluces están ligados originalmente al hecho repoblador y de conquista. En Andalucía -también en Extremadura y La Mancha- el culto a María no tropezaba con la existencia previa de otras devociones ya arraigadas, y ello, sin duda favoreció su difusión. El marianismo dominaba los sentimientos religiosos de los conquistadores -al menos de sus cuadros de mando-, de forma que la mayoría de las mezquitas principales o aljamas de las ciudades fueron puestas bajo la protección de la Virgen María, y los propios reyes conquistadores, Fernando III y Alfonso X, entre otros, participaron en la creación de santuarios marianos: tal es el caso de la virgen de los Reyes de Sevilla, de las Huertas en Córdoba y de las Rocinas en Huelva, o bien inspiraron leyendas en las que las imágenes favorecieron las armas reales como es el caso del santuario de Valme en Dos Hermanas,( Sevilla), o surgieron en los primeros años del proceso repoblador, probablemente sobre antiguas ermitas musulmanas o morabitos. El caso más conocido es sin duda el de Santa María del Puerto (Cádiz), fundada por Alfonso X en torno a 1260, según queda referido en las Cantigas de Santa María (González, 1988). Piénsese que la romería que anualmente se celebra al Santuario de la Virgen de la Cabeza (Andújar) en la Sierra Morena, ya se realizaba en el siglo XV, y que en el XVII constituía una de las aglomeraciones más notables de devotos en torno a una imagen, lo que llevó a Cervantes a 3

escribir: "Hasta hacer tiempo de que llegue el último domingo de Abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nª Sª. de la Cabeza, que es una de las fiestas que en todo lo descubierto de la tierra se celebra tal (nuestras). Bien quisiera yo, si posible fuera, sacarla de la imaginación donde la tengo fija y pintárosla con palabras y ponerla delante de la vista, para que comprendiéndola viérades la mucha razón que tengo de alabárosla; pero esta es carga de otro ingenio no estrecho como el mío. El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que de cerca y de lejos, el solemne día que he dicho, la hacen famosa en el mundo y célebre en España, sobre cuantos lugares las más extendidas memorias se conservan" (Los trabajos de Persiles y Segismunda Libro III1-cap. VI). Andalucía cuenta con una abrumadora mayoría de santuarios dedicados a María, aunque no han faltado y todavía subsisten algunos dedicados a Cristo. Todos ellos surgen, en algunos casos resurgen -pues se ha constatado la existencia de santuarios precristianos en los mismos lugares-, tras la conquista cristiana. Nada nos ha quedado en Andalucía del primitivo culto a las reliquias de los santos y mártires de la época visigoda; asimismo son excepcionales las devociones a varones apostólicos y mártires cristianos de la época romana o musulmana, aunque en los siglos XVI y XVII, con ocasión de un renacido interés por las tradiciones y devociones antiguas, fueron descubiertos o rehabilitados algunos de ellos: de esta manera surgió el culto a las reliquias de Santa Justa y Rufina en Sevilla; los jesuitas hicieron traer a Carmona, consiguiendo que fuese declarado patrón, algunos huesos de san Teodomiro mártir, natural de esta ciudad ejecutado en Córdoba; en Arjona, creyeron encontrar entre los innumerable restos exhumados en el Alcázar de la villa, los de san Bonoso y Maximiano a los que se erigió capilla y cripta y se les nombró patronos; san Torcuato mártir, uno de los siete varones apostólicos y primer obispo de Guadix, también fue declarado patrono de la ciudad. En todos los casos carecen de relevancia fuera de las localidades afectadas, y en ellas algunos ocupan lugares secundarios. La mayoría de los santuarios andaluces están dedicados a la Virgen en sus diversas advocaciones que hacen referencia a topónimos o elementos del paisaje (Gádor, Tíscar, Setefilla, Saliente, Cabeza, Castillo, Sierra, Monte, Robledo, Huertas, Alcantarilla, Peña, Aguas Santas, etc.), actitudes emocionales (Consuelo, Remedios, Consolación, Piedad, Salud, Angustias), lugares y seres sobrenaturales (Angeles, Santos, Belén), astros celestes (Sol, Luna, Estrella), virtudes teologales (Esperanza, Caridad), etc. De entre todas las advocaciones predominan aquellas relacionadas con lugares geográficos que identifican el sitio y el icono con la comunidad en la que se enclava. La identificación entre ambas es garantía de permanencia, y está expresada en las leyendas de origen de las mismas. Las gentes saben que aquella determinada imagen se apareció o fue hallada en un lugar concreto y expresó de forma inequívoca su voluntad de permanecer allí y proteger a sus vecinos, "no se que tienen las [imágenes] aparecidas y guardadas que a ellas se les inclinan los milagros, y el cielo despacha por sus manos grandezas y majestades", de esta forma se interrogaba un fraile franciscano residente en Córdoba en el primer cuarto del siglo XVII (Batista de Arellano, 1628: 274). Exaltación religiosa y de los sentidos Ya hemos dicho anteriormente que las romerías no son sólo expresión de la religiosidad, pero ésta ocupa un lugar imprescindible en la existencia y mantenimiento de la fiesta religiosa y el ámbito físico donde se desarrolla. Las romerías andaluzas están sustentadas en hermandades, asociaciones cívico-religiosas cuya principal función consiste en organizar y realizar anualmente la peregrinación al santuario o ermita. La comisión de gobierno de cada hermandad incluye además de los habituales cargos de presidente, secretario y tesorero, otros específicos como los de 4

hermano mayor o mayordomo, alcalde de carretas y otros cuyas misiones son conducir y dar el ritmo a la comitiva y proteger y cuidar la imagen. La función del sacerdote o capellán está reducida a oficiar la misa y pronunciar la homilía y, a veces, acompañar durante algún tramo a la imagen o al simpecado, pero en general carece de funciones de gobierno y de especial relevancia en los rituales romeros. La exaltación religiosa en las fiestas populares llega a momentos de paroxismo, y aunque en Andalucía no se alcanzan situaciones que pongan en peligro la vida, tal como refiere Mauss que ocurría en la India durante la colonización inglesa, en la que algunos devotos, embriagados de entusiasmo en las fiestas, se arrojaban a los pies de los elefantes (1967: 357), sí pueden verse todavía, mujeres que suben de rodillas las calzadas del santuario de la Cabeza, o realizan largas caminatas a pie hasta las ermitas. Y en lo religioso no sólo hemos de ver referencias penitenciales; hay otros momentos de profundo sentido religioso -desde una perspectiva antropológica- y de gran emotividad en la que el diálogo entre los seres humanos y las imágenes se hace más sincero y profundo: se exalta la belleza, la bondad, se cumplen o pagan promesas o se compromete a los seres sagrados en otras necesidades; es la hora de agradecer los favores recibidos mediante promesas y exvotos y de pedir o comprometer otros nuevos.. El origen de toda devoción romera está generalmente en una leyenda de aparición y en los milagros que de ella se derivan. Aunque desde el momento de su aparición cada imagen da muestras inequívocas de querer permanecer en el lugar para favorecer a la comunidad escogida, la Virgen de la Cabeza había prometido, según la leyenda, que "haciéndome en este sitio donde estoy un templo en que se han de obrar portentos y maravillas en beneficio de las gentes"-, y durante todo el año, los devotos acuden a pedir o agradecer favores, es la fiesta la ocasión más propicia para la relación mágico-religiosa entre los hombres y los seres sobrenaturales. Los milagros son expresión del poder de la imagen y a ella acuden los necesitados en busca de soluciones; si las encuentran, como ocurre en muchas ocasiones, aportan limosnas, y difunden la capacidad de hacer milagros de aquella imagen, lo que redunda en mas devotos y más gentes y, esto a su vez, en ofrendas de todo tipo, con el consiguiente enriquecimiento y engrandecimiento de las ermitas, hasta alcanzar en algunos casos el rango de santuarios; pero esta espiral de crecimiento, puede quebrarse por la pérdida de algunos de los factores que conforman el sistema, entre los que podríamos destacar la presencia de órdenes religiosas o de una hermandad comprometida, y comenzar de este modo el declive, reduciéndose su área de influencia paulatinamente hasta circunscribirse a los límites locales. Así, la virgen de Consolación de Utrera, a los pocos años de hacerse cargo de ella los frailes mínimos (1561), era ampliamente conocida, “la cual resplandece maravillosamente mediante el fervor y continuas romerías de toda la gente de España, que continuamente visita su santa casa” (Morgado, 1587). La devoción fue creciendo hasta el punto que en el siglo XVII llegó a ser la más importante romería de la Baja Andalucía, a la que acudían 28 hermandades de pueblos colindantes con la ciudad. De esta romería llegó a decir un cronista de la orden: "Es tanto el concurso de gente que acude de toda Andalucía y Portugal, que testifican personas de mucho crédito, que ningún santuario de España lleva en esto ventaja como tampoco en los milagros; y algunos curiosos que han querido contar los coches y carros certifican que pasan de mil y quinientos los más años". La prohibición de las romerías por el Consejo de Castilla (1770) y la exclaustración de los frailes después (1835), redujeron el área devocional y su expresión romera a la ciudad de Utrera y algunos lugares cercanos. Quedan los testimonios materiales de las limosnas: un soberbio santuario barroco con rico artesonado, cientos de exvotos pictóricos, y un convento que llegó a albergar más de sesenta religiosos. Como ya hemos anotado anteriormente, no hay mejor espacio ni tiempo para relacionarse con 5

las imágenes que el santuario y la romería. Quedan en un segundo plano otras ceremonias religiosas por muy importantes que sean para el estamento eclesiástico. Es el día de la fiesta y en el santuario, la ocasión más propicia y favorable: “Dios tiene diputado [elegido] el día de la fiesta principal para hacernos mercedes en la procesión”(nuestras), dice refiriéndose a la Virgen de la Cabeza, el historiador andujareño del siglo XVII, Salcedo Olid (1677:304-314). Es en el momento de la salida y entrada y durante su recorrido procesional en que todos se agolpan alrededor de las andas para poder tocar a la virgen; tanto se acumula el gentío y desde hace tanto tiempo que dos capellanes seculares de siglos atrás tuvieron que encamarse en la peana y armados de sendos palos abrían paso entre la multitud. Hoy día la tradición continúa pero ha cambiado de función, los dos frailes trinitarios se dedican a pasar las prendas y los niños que les acercan para que con el roce, unos y otros, reciban el beneficio que emana del sagrado cuerpo de las imágenes. El momento de máxima tensión en la otra gran romería andaluza, la de la virgen del Rocío, es el popularmente conocido como "salto de la reja", momento que por una simplificación auspiciada por los medios de difusión esta considerado como el más significativo de la romería y que por ello le otorga una gran originalidad. La salida de la de la imagen en la madrugada del Lunes de Pentecostés es la única procesión no organizada en las que las jerarquías, grupos y hermandades no tienen lugar asignado y en donde no existe orden alguno. Esta procesión, comienza a una hora que ha pasado de ser incierta años atrás, hasta fijarse en torno a las dos de la madrugada, y cuyo momento, según el decir de todos, deciden los jóvenes de Almonte. En un momento impreciso, pero que últimamente coincide con la entrada del simpecado de la Hermandad de Almonte tras el rosario nocturno, la cancela del presbiterio que separa la imagen del público es asaltada violentamente por un reducido grupo de jóvenes que se aferran a las andas , abren la reja e inician un deambular procesional por el interior y exterior del templo en el que la imagen aparece y desaparece de la vista, se inclina como un barco a punto de naufragar, llegando en ocasiones a tocar el suelo, con el consiguiente sobresalto de los devotos. Durante las diez o doce horas que la imagen procesiona, aproximándose a las casas de hermandad más próximas, con continuos y cambiantes rumbos, inclinándose por efecto de las distintas fuerzas que en cada momento actúan sobre las frágiles pero resistentes andas, nadie podrá entrar a llevar a la Virgen sin que los jóvenes almonteños quieran, con la sola excepción de los niños que son transportados por los aires y sostenidos por los brazos de la multitud hasta tocar la sagrada y mágica imagen. La procesión es una negación simbólica del orden social establecido, los jóvenes se rebelan contra la autoridad, incluso la de la hermandad, y poseen el símbolo durante las horas que dura la procesión sin recibir órdenes de nadie. Pero también, y creo que de mayor trascendencia, es una clara demostración de que el símbolo que representa la imagen, se convierte indiscutiblemente en una propiedad de Almonte. En un mar de cientos de miles de personas, los almonteños dejan constancia, sin que haya lugar a dudas, de que la Virgen del Rocío, es el símbolo máximo de Almonte, y que los demás son invitados. El carácter supracomunal que incluye a gran parte de Andalucía y a otros puntos de España y de otros países, queda negado temporalmente por la posesión exclusiva de los almonteños. La incertidumbre de la hora de comienzo y fin del recorrido, el denodado esfuerzo de los porteadores por continuar bajo las andas y otros por entrar, esfuerzos contrapuestos que se dan al no existir un recorrido fijo ni un capataz que dirija la procesión, añaden mayor emotividad y expectación. Por otra parte, como el protocolo exige que se acerque a las capillas de las respectivas hermandades filiales para recibir el saludo y la veneración, los capellanes, según es tradición, elevados sobre los hombros de los hermanos lanzan prédicas de exaltación de la Virgen que hace subir mucho la tensión emocional. Es esta también la ocasión que utilizan los porteadores para sancionar los comportamientos de las hermandades filiales para con la hermandad matriz, y 6

así, de vez en cuando, surge el castigo de darles la espalda o no acercarse a las proximidades de la casa hermandad. Difícilmente es imaginable una jornada nocturna y diurna en la que se exalten más los sentimientos religiosos y, simultáneamente los estéticos, y en general todos lo sensuales. Dicen algunos, que quien va al Rocío vuelve, expresión aplicable a otras tantas romerías multitudinarias, y es que en las romerías se produce tal cúmulo de emociones que los sentidos quedan embargados y arrobados, como envueltos en una nube y surgen las ganas de volver a vivirlos. “Así como en las ferias se manifiestan las actividades económicas de los pueblos, así también en las fiestas, en las grandes solemnidades religiosas, políticas y aún en la económicas, en las conmemoraciones, en la terminación o comienzo de las épocas agrícolas, se manifiestan todas las actividades estéticas, exaltándose el instinto de sociabilidad (nuestras), que goza con el placer de los demás;...” (Mauss, 1967: 357). La autoridad de la cita y la propia experiencia son suficiente argumento para referirnos a este aspecto tan importante en la vida de los hombres y mujeres y tan poco valorado socialmente, quizás por no tener hasta muy recientemente un correlato económico. Las romerías son la ocasión para el encuentro de las familias en toda su extensión y profundidad, para invitar a los amigos a los que se les quiere hacer partícipes del gozo, o a los que se les quiere corresponder con algún favor recibido, de estrechar lazos por el mero hecho de la amistad, por facilitar relaciones económicas o por el simple juego erótico. La sociabilidad se expresa a través del comensalismo y la hospitalidad, que se exacerban en estas fiestas. Gran cantidad de alimentos de la mejor calidad y más elaborada preparación se consumen por las familias que se prodigan en invitaciones a otras muchas personas, peregrinos y desconocidos que aciertan a pasar por el lugar de reunión: caseta, tienda, sombrajo o sobra bajo una encina u olivo. En ocasiones se institucionaliza una comida para los pobres o rancho abierto para todos cuantos se acercan, como ocurre en las romerías de la Virgen de la Peña de la Puebla de Guzmán de Huelva o en la de la Virgen de los Santos en Alcalá de los Gazules en Cádiz (Rodríguez Becerra, 1978). Los fenómenos estéticos constituyen una de las partes más importantes de la actividad humana social, y no simplemente individual. La mayor parte de las sociedades mezcla las distintas artes. Un objeto, un acto o un verso son bellos cuando son reconocidos colectivamente por la gente. Los fenómenos estéticos son fenómenos sociales y comportan una noción de placer sensorial. No existe lo bello sin este placer. En todo hecho estético hay un elemento de contemplación, de satisfacción, independiente de la necesidad; se trata de una alegría sensual y desinteresada al mismo tiempo. La estética puede encontrarse en los juegos, la danza, el canto o en cualquier actividad. Estudiar la estética, dice Marcel Mauss, es estudiar una parte del objeto o acción. Lo bello como placer y la alegría que le acompaña es buscado a veces con loca intensidad (Mauss, 1967: 148 y sigts.). “La danza que tiene por origen el placer del movimiento rítmico y vigoroso, de la imitación, de la sociabilidad, es válvula de la sensibilidad, inicia la solidaridad, estimula, anima y entusiasma; adquiere gran importancia y desarrollo a medida que crece la individualidad de un pueblo; consolida y ensancha las relaciones sociales; sirve para expresar las pasiones, para las grandes solemnidades y ocasiones trascendentales. Únicamente en los países de civilización envejecida, puramente mercantil o exageradamente individualista, se suele a veces despreciar el arte como una diversión, o se contagia el baile del pecado original…” (Mauss, 1967: 338). El baile como culto es parte de la religión. En las procesiones religiosas del mundo antiguo se cantaba y bailaba. Se danza en la noche de San Juan, o en torno a la escultura del Santo: En la romería de San Benito, los danzantes acompañan a la imagen durante la procesión con un ritmo musical monótono y con unos pasos que se repiten incesantemente en las danzas de espadas y palos; bailan los seises de la catedral de Sevilla, en el Corpus y en la Inmaculada. 7

En las fiestas, independientemente del papel que desempeñan en la sociedad, coexiste el fenómeno estético en una mezcla, frecuentemente inextricable. De aquí se deduce la importancia de los fenómenos estéticos para lo religioso y de estos con aquellos. Según la teoría de Preus, el arte y la religión tendrían orígenes comunes. Robertson Smith contrastó el carácter esencialmente triste de las religiones post-jaféticas, frente a la alegría del paganismo (Mauss, 1967: 149 y sigts.). A modo de ilustración sobre la exaltación estética, tomaré un texto extraído de mi diario de campo, referido a la romería de la Pastora en Cantillana (Sevilla, 1975): “El regreso: La comitiva salió del santuario y enfiló por un atajo hacia el río con el propósito de pasarlo por un vado próximo al puente por donde discurre la carretera [y que durante la mañana había utilizado la comitiva]. Numeroso público se había apostado en él para ver pasar el simpecado, los jinetes llegaron pronto al cauce, la cerreta se retrasa hasta la impaciencia. Había un motivo, entonces ignorado, para el caminar lento de los bueyes: aguardaban que cayera la noche precisamente en el momento que el simpecado pasara sobre las aguas del río. Los caballistas forman un círculo y con bengalas en una mano y flores en la otra rodeando la carreta; en la oscuridad surge un espectro de luces y humo coloreado que se refleja en el agua y en la carrera de plata. El efecto resulta sobrecogedor y de una gran belleza”. Este clímax de exaltación estética es buscado y ensayado por los organizadores de los actos y dirigentes de las hermandades, cofradías y podemos encontrarlo en otras muchas romerías. (Rodríguez Becerra, 1985: 38). Durante el tiempo de la romería y, recuérdese que esta comienza cuando se abandona la localidad, las reglas y pautas sociales quedan suspendidas y el control de la comunidad se atenúa hasta que regresa de nuevo al núcleo urbano. Hay que destacar la importancia que la permisividad en los comportamientos sexuales ha tenido en el encumbramiento de las romerías, aunque en manera alguna queremos caer en el reduccionismo monocausal. Pues junto a él, e inseparablemente, hay también un gran fervor religioso a la Virgen. En las romerías como en otras muchas fiestas lo religioso y lo profano se mezclan y confunden; decía recientemente el canónigo Gil Delgado "no puede interpretarse [el Rocío] sólo por el número de comuniones que se imparten en él ni sólo por el número de travestis que a él acuden" (1988). A este respecto, debemos recordar las condenas del cardenal Segura en la primera mitad del siglo a los "excesos" que se cometían en esta romería. Algo semejante podría decirse de la otra gran romería andaluza, la que tiene lugar cada año en el Cerro de la Cabeza de Andújar (Jaén) y, en donde según demuestra la documentación histórica, las libertades sexuales encontraban un espacio donde poder realizarse y ello a pesar de las disposiciones eclesiásticas en contrario (Pérez Ortega, 1995 y Gómez, 1987). El comensalismo y la hospitalidad son notas también características que se exacerban en las romerías. Grandes cantidades y lo mejor de los recursos alimenticios se consumen por las familias y peregrinos, prodigándose en invitaciones a otras muchas personas, incluso desconocidas. La generosidad en la invitación no alcanza cotas tan altas en otros muchos momentos de la vida social como en las romerías. A veces se institucionaliza una comida para los pobres o rancho abierto (Rodríguez Becerra, 1978). Un ritual reciente, porque reciente es la romería gitana a la Virgen de la Sierra de Cabra (Córdoba), es el que tiene lugar durante la procesión de la imagen alrededor del santuario, en el que los gitanos desarrollan sensualidad. Los gitanos llegados de gran parte de Andalucía se han aposentado en los alrededores del santuario luciendo sus mejores galas; ya en la misa el clima de exaltación va subiendo, al menos el año que pude presenciarlo, con los cantes y bailes que durante la celebración se produjeron, cantes y bailes que se continúan durante la procesión giratoria, y que alcanza el paroxismo cuando en medio de los cantes y los gritos en honor de la Virgen, los hombres empiezan a arrancarse a si mismos y por los demás las blancas camisas que hasta ese 8

momento ha cubierto sus torsos, que de ese modo quedan al desnudo. Una muestra constante de los momentos de exaltación que viven los participantes en la romería, y también en otras procesiones, pero que aquí hemos visto reflejada de forma generalizada es la negativa a introducir las imágenes en su templo después de la procesión en torno a él. En estas ocasiones se entabla una pugna entre las personas responsables por su cargo, mayordomo, hermano mayor o capellán por dar por finalizada la procesión mientras otros, en los que no solo entran los jóvenes, se resisten a meterla en su ermita en un forcejeo que tiene mucho de ritual pero que también expresa el sentimiento de no interrumpir un goce por la contemplación de la imagen en el campo, rodeado de un mar de gentes. Un hombre o mujer, que ya no recuerdo, en la romería de la Virgen de Cuatrovitas de Bollullos de la Mitación (Sevilla), les decía a los jóvenes, habituales porteadores de las imágenes: ANo meterla todavía para que la disfrutemos un poco más”.

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y 17. Fundación Machado, 1995-1996 Ros, Carlos: Consolación de Utrera. Ediciones Anel. Granada, 1982. Salcedo Olid, M.: Panegírico historial de Nuestra Señora de la Cabeza de Sierra Morena. Madrid, 1677. Tejada Vizuete, Francisco: El Santuario de Nuestra Señora del Ara de Fuente del Arco. Ayuntamiento y Hermandad de Nª. Sª. del Ara. Badajoz, 1995 Varios: El Rocío (Fe y alegría de un pueblo). 3 vols. Editorial Andalucía de Ed. Ariel. Granada, 1981. Velasco, Honorio: "A modo de introducción". En Tiempo de Fiesta, (Velasco, ed.), págs. 7-25. Ed. Tres-Catorce-Diecisiete. Madrid, 1982.

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