Las representaciones figurativas como materialidad social y su aprehensión desde la arqueología: Las cabezas clavas del sitio Chavín de Huántar, Perú. Estado de la cuestión e hipótesis

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Descripción

UNIVERSITAT AUTÒNOMA DE BARCELONA 

Las representaciones figurativas como materialidad social y su aprehensión desde la arqueología: Las cabezas clavas del sitio Chavín de Huántar, Perú Estado de la cuestión e hipótesis

Trabajo de Investigación Conducente al grado de Máster en Arqueología Prehistórica Departamento de Prehistoria Facultad de Filosofía y Letras   

  Candidata: Lic. Andrea González Ramírez Profesor Director: Dr. Pedro Castro Martínez

Barcelona, septiembre de 2008    

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Índice

Presentación I. La particularidad de las representaciones figurativas como materialidad social y su aprehensión desde la arqueología: El problema del estudio arqueológico de las cabezas clavas del sitio Chavín de Huántar 1. Elementos teóricos para el estudio de las representaciones figurativas en arqueología 2. Algunos criterios para una formalización del estudio de las representaciones figurativas 3. El caso de las cabezas clava del sitio Chavín de Huántar en el Formativo de los Andes Centrales: una propuesta de formalización. 4. En torno a la conceptualización de lo Chavín a. La cuestión de la delimitación b. De qué se habla cuando se habla de Chavín? II. El sitio arqueológico de Chavín de Huántar 1. Ubicación geográfica. 2. El sitio 2.1 Breve historia de las intervenciones arqueológicas en Chavín 2.2 La Arquitectura 2.2.1 Las Galerías 2.2.2 Generalidades de los exteriores 2.2.3 El Templo Antiguo o Sector B 2.2.4 El Templo Nuevo o sector A 2.2.5 El puente del Huacheqsa 2.3 Materiales asociados 2.4 La Litoescultura 2.4.1 Tipos de representaciones figurativas sobre piedra 2.4.2 Aspectos generales de la Iconografía Chavín 2.4.3 Las cabezas clavas 3 Cronología III. Genealogía para un estado de la cuestión. El estudio y las propuestas arqueológicas en Chavín 1. El Registro Etnohistórico y el “Re-descubrimiento” de las Ruinas de Chavín de Huántar: de Vásquez de Espinoza a Middendorf (S XVII-XIX) 2. Chavín en los Albores de la Arqueología Peruana: La Cultura Matriz y el surgimiento del Estilo de Horizonte 3. Chavín como parte del Horizonte Temprano 4. Chavín como Centro Oracular: La Integración ideológica de la revolución neolítica andina de L.G. Lumbreras 4.1 Breve historia de la investigación de Lumbreras en Chavín 4.2 Lumbreras y su concepción de Chavín 5. Chavín como centro ceremonial de una Ciudad Incipiente: las excavaciones de Richard Burger 5.1 Acerca del tamaño y carácter del asentamiento antiguo de Chavín 6. Chavín como escenario de la evolución del poder y la autoridad: Los trabajos y propuestas del equipo de la Universidad de Stanford 6.1 Las intervenciones arqueológicas de la Universidad de Stanford en Chavín de Huántar 6.2 Las propuestas de John Rick 7. Entre el estilo y la semiótica: el problema de los estudios iconográficos en Chavín. IV. Síntesis crítica del estado de la cuestión V. Las Hipótesis 1. Hacia una propuesta de delimitación de nuestro objeto de estudio: a desalambrar VI. Bibliografía Anexos

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Presentación El presente trabajo se desarrolla en el marco de la investigación arqueológica de las denominadas cabezas clavas del sitio Chavín de Huántar, Perú, correspondiente a un conjunto alrededor de 150 piezas litoescultóricas que iban empotradas en los muros de algunos de los edificios monumentales del sitio. Mediante una revisión crítica del estado de la cuestión, y en coherencia con nuestros criterios teóricos para el tratamiento de las representaciones figurativas en arqueología, abordamos las principales propuestas explicativas del sitio, intentando evaluar su grado de coherencia con la información empírica, para de esta manera, proponer un conjunto de hipótesis que deberán ser contrastadas en el curso de esta investigación. En el primer apartado se plantea el problema de estudio y la delimitación del objeto de estudio. Explicitamos nuestro punto de partida ontológico-teórico y la necesidad de la revisión del estado actual de la investigación como plataforma para la formulación de hipótesis sobre la base del registro arqueológico disponible. Asimismo, damos una breve presentación de lo que en arqueología se ha entendido por Chavín, y su relevancia dentro de la prehistoria andina. En el segundo apartado, realizamos una descripción genérica del sitio, tanto espacial como cronológica, tomando como base las últimas investigaciones en Chavín, e intentando dar un panorama completo, pero sintético, de las principales características de Chavín. En el tercer apartado, desarrollamos las principales propuestas explicativas que han marcado la trayectoria de la investigación. En esta parte se persigue exponer los principales aportes en lo referido al conocimiento arqueológico del sitio, y las principales propuestas explicativas de la realidad social. En esta ocasión, por razones de espacio, hemos abordado muy tangencialmente el problema de la inserción del sitio tanto en la prehistoria regional, como en lo referido a sus orígenes y desaparición, aún cuando forma parte de los más importantes debates del fenómeno de surgimiento de civilización andina. Hemos privilegiado la focalización en el sitio, teniendo que omitir muchas veces cuestiones relevantes; cuando han sido imperiosas sólo las señalamos.

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En el cuarto apartado, se realiza un resumen orientado a destacar las principales conceptualizaciones y la coherencia con la base empírica utilizada. Se plantean los problemas principales, y los aportes en materia de contundencia explicativa e integración del registro arqueológico. Se evalúa el estado actual de la investigación en lo referido a los modelos teóricos y a las cargas conceptuales para abordar la realidad social en el sitio. Por último, ofrecemos un conjunto de hipótesis, que basadas en los datos empíricos disponibles, busca proponer alternativas explicativas a contrastar en el curso de esta investigación.

 

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I. La particularidad de las representaciones figurativas como materialidad social y su aprehensión desde la arqueología: El problema del estudio arqueológico de las cabezas clavas del sitio Chavín de Huántar Si coincidimos en que el objeto de estudio de la arqueología es el conocimiento histórico de los grupos humanos, a través de la materialidad social y las trazas de actividad humana, estaremos de acuerdo en que el objeto de conocimiento de la arqueología como ciencia social, no es el registro arqueológico en sí mismo sino las sociedades en las que se producen los objetos y los sujetos. Estaremos de acuerdo, también, con que la materialidad social la constituyen todos aquellos objetos que dan cuenta de la materia socialmente transformada, lo que tiene como consecuencia un amplio espectro de cosas que distinguimos como objetos. La cualidad, calidad y cantidad de objetos que de esta manera percibimos cono materialidad social se ensancha a una gran variabilidad de cosas que es imprescindible distinguir. En primera instancia será necesario dar cuenta de cuáles son aquellas cosas que podemos percibir como materia socialmente transformada de las que no lo son. Para algunos objetos esta distinción puede ser nimia, pero no es menos cierto que el umbral que define lo que es materialidad social de la que no lo es, puede llegar a ser una distinción problemática y difícil de delimitar. Este primer aspecto es crítico, porque en alguna medida impone el desafío de establecer parámetros universales para reconocer lo que es materia humanizada. Una vía para resolver, este problema, no es la salida que aboga por la distinción objetual de las cosas, mediante lo que se ha definido como teoría de la percepción, ya que invariablemente ésta contiene aspectos subjetivos, circunscritos histórica y socialmente, que deriva peligrosamente en una orientación hermenéutica y multivariable como forma de conocimiento en donde toda explicación es válida en sí misma. Por el contrario, diremos, junto con Marx, que la materialidad social, se distingue de la realidad material natural, ahí cuando podemos identificar trabajo humano. El trabajo, en un sentido amplio, será la actividad humana que transformará la materia que nos antecede, y que le imprimirá significado social en la producción y sentido en el uso. En consecuencia, las cosas que contienen trabajo constituyen la materialidad social. La tarea se deslinda, entonces, una vez que tenemos una posición ontológica explícita para la definición de lo que constituye materialidad social, en poder diferenciar ámbitos de la realidad social en dicha materialidad. En otras palabras, será 5   

necesario para conocer la sociedad que produjo objetos y sujetos, diferenciar con qué prácticas se relaciona una materialidad concreta. Aquí ponemos de manifiesto la consideración que dice relación con que no todos los objetos son del mismo orden. Este paso es imperioso, por cuanto si lo que nos interesa es el conocimiento histórico de los grupos en el pasado y las condiciones de su existencia será necesario contemplar todas sus producciones materiales y distinguir con qué practicas se relacionaron, es decir, en qué condiciones sociales tuvieron sentido. En este contexto sería pertinente preguntar: qué diferencia un hacha de piedra de una pintura rupestre, si ambas, en estricto rigor son materialidad social?, o planteado de otro modo; es una materialidad social más relevante que otra para el estudio de la realidad social? La respuesta es lógica, y se desprende de manera bastante evidente del planteamiento previo. Para la arqueología, toda materialidad social debería constituir y encontrarse en un plano simétrico en lo que a clave explicativa del pasado se refiere. En este sentido, no existiría una jerarquía de objetos en el registro arqueológico, sino materialidad social relacionada con diferentes prácticas, y por lo tanto, necesarias para el conocimiento de la realidad social en su conjunto. El modo en que esas materialidades se relacionan, y la supeditación concreta de cada una de ellas en una sociedad determinada debería ser analizada para cada caso. Eso no significa que las “ideas” desplegadas en determinada realidad social y que definen un ámbito de ciertas prácticas sociales, se encuentren en una situación simétrica en la propia realidad social en relación con las condiciones materiales que han producido, usado, mantenido o padecido mujeres y hombres en una sociedad, sino que como materia socialmente transformada, son necesarias para el conocimiento de la realidad social y sus contradicciones, aun cuando no formen parte de la base económica de una sociedad. Sin embargo, la historia de la disciplina nos ha mostrado que ha establecido un recurrente cisma entre lo que se conoce tradicionalmente como bienes de subsistencia y aquellos que se vinculan más claramente con la esfera de la producción de objetos que “expresan” ideas: aquellos que “representan”. De alguna manera, para el primer periodo de la arqueología científica el recuerdo del nacimiento de la arqueología clásica que buscaba en objetos “bellos” el esplendor humano de la tradición greco-romana, y en consecuencia, la magnífica expresión artística del mundo occidental, separó de su interés el estudio de las representaciones figurativas, y en alguna medida, corrieron rumbos bifurcados y con trayectorias disímiles. Fue tradicionalmente, foco de la historia del arte, procurar buscar en el “arte primitivo” las claves primigenias del valor estético de la experiencia humana, en contraposición de la arqueología científica que 6   

basó su interés en las condiciones materiales de subsistencia y en el desarrollo de la técnica. Cada una por su parte, marcó la hoja de ruta de dominios diferenciados y un quiebre en la materialidad social como totalidad. Si bien el materialismo histórico ofrece un buen punto partida para integrar de manera coherente y relacionalmente a las representaciones figurativas dentro del espectro de materialidad social, concibiéndolas como formadoras simbólicas de los órdenes políticos-ideológicos existentes en una sociedad, carecemos de una teoría que sistematice para la arqueología dicho tratamiento. Esto se ve reflejado, en la falta de definición en lo que a representaciones figurativas se refiere en el discurso arqueológico, lo que explica de alguna manera que la mayor parte de los “relatos” se encuentren inmersos en una tendencia que claramente fetichiza e idealiza los materiales. La ausencia de un planteamiento teórico previo tiene, entonces como consecuencia la carencia de una metodología arqueológica que sistematice la relación entre nuestras categorías y los restos de dicha materialidad observable. Volviendo al inicio del argumento, creemos que así como sucede con cualquier otro objeto material, el sentido de las representaciones figurativas debería basarse en el conocimiento de las condiciones materiales de su producción, entendiendo que dichas condiciones abarcan también su uso social. En este sentido, necesitamos que este tipo de objetos tengan cabida dentro de una teoría arqueológica que los contemple como un rasgo más de materialidad social (Escoriza 2002). Sin embargo, aun cuando las representaciones figurativas comparten con el resto de los materiales arqueológicos el ser materialidad social percibida, mediante el fundamento físico de los objetos, no son del mismo orden.

1. Elementos teóricos para el estudio de las representaciones figurativas en arqueología Al inicio de este escrito he señalado que, como materialidad social, las representaciones figurativas no deberían situarse en una escala inferior, es decir, posicionadas en una jerarquía en relación a otros objetos arqueológicos como vía de acceso a las condiciones de existencia de una sociedad, y que, por lo tanto, no existe un argumento substancial que las margine como objetos de estudio válido para la disciplina arqueológica. Este reconocimiento, se relaciona con un criterio de demarcación de la validez de los materiales que analizamos para acceder al conocimiento de la realidad social de los 7   

grupos en el pasado, y no plantea que todos los objetos arqueológicos, es decir, que toda materialidad social, sean del mismo orden: constituyen planos diferenciados en el planteamiento. En este sentido, la integración de las representaciones figurativas como materiales arqueológicamente válidos para el estudio social del pasado, da cuenta de lo imperioso que resulta que para su tratamiento se establezca una diferenciación del orden al que refieren (Escoriza 2002; Lull 1988, 2007). Como punto de partida, compartimos la idea que las representaciones figurativas fueron un mecanismo con el que hombres y mujeres representaron simbólicamente aspectos de la experiencia de su vida. Eventualmente, pudieron constituir sistemas conceptuales abstractos que no necesariamente respondían ni a un ideario ni a una experiencia común. En estricto rigor, esto reconoce la existencia de categorías ontológicas diferentes acerca de “lo representado”; categorías, que en general se escapan a la posibilidad de indagarlos desde la arqueología. De esta manera, la única vía para analizar las representaciones es la de focalizarse en el para qué y el cómo de la representación, y no en el porqué. Esto tiene como consecuencia que el proceso de “interpretación-representación”, tendrá sentido cuando encontremos las pautas que determinan su uso y función social y no su significado. En otras palabras, cuando cobren vida dentro de la sociedad en la que se generaron y en directa vinculación con las prácticas sociales en las que participaron (Escoriza, Ibíd.). Este punto de inicio, es clave para una formalización del estudio de las representaciones figurativas, pues nos posibilita desestimar aquellos planteamientos que buscaban descubrir la lógica que estructuraba la representación, o sea “el pensamiento”, que constituye en palabras de Escoriza “la eterna falacia simbólica”. Volveremos sobre esto. Por el momento, creemos fundamental clarificar al “orden” que, como materialidad social, refieren las representaciones figurativas. Si coincidimos en la naturaleza simbólica que contienen las representaciones figurativas, estaremos de acuerdo en definirlas como objetos materiales con un evidente carácter político-ideológico, cuyo sentido radica en sí mismo y en el objeto que constituyen. En este sentido, como elementos que aluden a determinadas prácticas sociales y no a otras, pasarán a poseer funciones específicas. Desde este punto de vista, es necesario tener en cuenta, que es posible la existencia de varias “teorías” o “construcciones” que dentro de una misma sociedad pretendan dar cuenta de la realidad desde distintos intereses que reflejarán diferentes puntos de vista acerca de lo que se quiere “representar”. Estas diferentes maneras de representación al interior de una sociedad, es de muy diversa índole y puede actuar de diferentes maneras (Escoriza, Óp. Cit.: 25). 8   



Como instrumentos de coerción y/o alineación por medio de los cuales se busca la instauración y legitimación de un orden social determinado.



Como instrumentos de alienación mediante los cuales ciertos grupos sociales se justifiquen a sí mismos.



Como voces y formas transgresoras a las normas establecidas, y por lo tanto, como expresión de otras formas alternativas al orden social hegemónico.



Como parte de ideologías de órdenes simbólicos distintos, e incluso antagónicos, que pueden coexistir en una misma realidad social.

Así, las representaciones figurativas que los sujetos sociales llevan a cabo y dan a conocer en determinadas prácticas sociales constituyen parte de “su” realidad social. En este contexto, un grupo se definirá por su situación material concreta y por su ser percibido (Escoriza, Óp. Cit.), de manera tal que las representaciones figurativas jugarán un papel importantísimo como formas que manipulan o promueven un cierto tipo de percepciones al resto de la sociedad. De esta forma, estos objetos nos pueden informar tanto sobre los mecanismos que una sociedad implementa para transmitir, difundir, actualizar y perpetuar determinadas ideas, como de la cantidad de trabajo invertido en el proceso productivo que les dio vida, su gestión y su uso social. De esta manera visto, el orden al que refieren las representaciones figurativas, será distinto de aquellos materiales que emanan de las prácticas económicas. Efectivamente, la producción de representaciones figurativas es distinta de la que se vincula con los productos básicos y de sostenimiento, en la que podríamos distinguir específicamente actividades económicas. Actividades que serán diferentes de las político-ideológicas: constituyen dominios distintos, aun cuando, como sucede generalmente, puedan estar ambas representadas en el registro arqueológico. De esta forma, entenderemos por prácticas económicas, las tareas integradas en la producción de objetos y sujetos sociales y también en su mantenimiento. En esta definición, las actividades destinadas a “mantener” útil un objeto quedarán englobadas en estas prácticas. Limpiar la casa, reparar la vajilla doméstica o afilar un cuchillo son prácticas económicas, en cuanto a que contribuyen a mantener en funcionamiento determinados productos. Pero también lo es el trabajo destinado a la producción y mantenimiento de mujeres y hombres, incluyendo tanto la gestación y el parto, como los cuidados y atenciones que se orientan a la alimentación-salud/higiene de los sujetos (desde la niñez hasta la vejez). De esta manera entendida, la esfera de las prácticas económicas incluye la producción y mantenimiento de las condiciones materiales producidas (Castro, Escoriza & Sanahuja

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2002; Escoriza 2006). Las representaciones figurativas, aun cuando son producidas, su proceso productivo interesa porque no se relaciona con actividades económicas, sino, como hemos señalado, con prácticas político-ideológicas. Las prácticas o actividades político-ideológicas, se diferenciaran de las actividades propiamente económicas, en la medida que constituyen acuerdos, imposiciones o mediaciones que están destinados a establecer las “formas” políticas que gestionan la materialidad social y las “formas” ideológicas que legitiman (o deslegitiman) dicha gestión. Desde este punto de vista, las prácticas político-ideológicas afectarán al marco de las prácticas económicas, tanto domésticas como extradomésticas, de lo que se desprende que las distintas producciones están íntimamente relacionadas con las “formas” político-ideológicas que surgen en una sociedad. Una vez diferenciado al dominio de prácticas sociales con la se relacionarían las representaciones figurativas, convendría volver al aspecto que comparten con el resto de materialidad social, y que constituye una entrada para comprenderlas como materia socialmente transformada, es decir, como productos. El vínculo que une a las representaciones figurativas, en consecuencia, con todo objeto arqueológico, será el punto de partida, que nos permitirá contextualizarlas con el resto de materialidad social y sus condiciones de producción. Por lo tanto, un primer acercamiento a dichos objetos estará en relación con los indicadores que atañen exclusivamente a la materialidad del artefacto en sí, como segmento de la naturaleza apropiado y transformado mediante el trabajo de mujeres y hombres. Con esto se llama la atención acerca de la necesidad de analizarlos también como productos finales, resultado de un proceso de trabajo y de una actividad económica determinada. Algo que generalmente en este tipo de objetos no es muy usual hacer. En este marco, sería interesante poder evaluar la cuestión del valor del trabajo invertido en comparación con otras producciones, tomando en cuenta la inversión de trabajo en el objeto mismo, y en el trabajo históricamente acumulado. Aun cuando, metodológicamente esta cuestión resulta compleja desarrollarla arqueológicamente, es importante mantenerla en mente como un importante indicador que refiere a la inversión real de trabajo que una sociedad involucra en la producción de artefactos para prácticas políticas-ideológicas.

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2. Algunos

criterios

para

una

formalización

del

estudio

de

las

representaciones figurativas Como hemos señalado, siguiendo fundamentalmente los planteamientos de Escoriza, el sentido del estudio de las representaciones figurativas, al igual que cualquier otro material, debe buscarse en las condiciones materiales de su producción, entendiendo que esas condiciones abarcan también su uso social. Sin embargo, no sólo es necesario dar cuenta de cómo es que interrogamos la materialidad, sino cómo llega a producirse una “representación” del pasado a través del estudio de las condiciones materiales de su producción. Esto supone un intento de formalización, que sistematice y explicite la manera en la que pensamos puede hacerse más posible llegar a dar con dicho conocimiento, lo que implica clarificar la naturaleza del proceso de interpretación en relación con la materialidad a abordar. Se ocupa aquí el término “representación” del pasado, como oposición crítica a los planteamientos que argumentan que en el proceso de interpretación/explicación del pasado de los grupos sociales, hay un acto de “construcción”. En efecto, cuando desde el presente percibimos un signo, o conjuntos de ellos, toda vez que están producidos sobre distintos soportes materiales, notamos que constituyen la expresión de diversas ideas, pensamientos o hechos sucedidos o imaginados por determinado grupo o individuo en sociedad. De tal manera que el significado no se encuentra en el signo, el que sólo se limita a indicar, sino en el símbolo. En algunas ocasiones, el símbolo tiene la ventaja de poseer una referencia empírica (en nuestro caso el objeto material que proyectamos estudiar) que nos permitirá establecer un puente irremplazable para su análisis. Siguiendo a Wittgenstein (1973:61), definiremos el signo como la parte perceptible (por los sentidos) del símbolo, por lo tanto, con una gran riqueza, pero al mismo tiempo, contenedor infranqueable de una notable ambigüedad. Los símbolos, a su vez, tendrán una doble dimensión: por una parte pueden ser definidos como condensadores de significados, pero por otra, como medios imprescindibles para su realización a través de los signos. A partir de la arqueología prehistórica, por lo tanto, sólo podemos abordar los signos, o sea, aquellos esquemas formales que se encuentran materializados mediante figuraciones. En consecuencia, desde la arqueología no podemos acceder a los símbolos, pues carecemos de referentes empíricos en nuestra realidad para interpretarlos. Este punto es crítico, pues plantea el límite que supone la posibilidad de estudio de las representaciones figurativas desde la arqueología y la formalización dependerá de las 11   

preguntas pertinentes de acuerdo a dichos límites explícitamente fundados. En este sentido, será más pertinente decir que desde el presente hacemos “representaciones” de la realidad social pasada mediante el uso de los signos que se materializan en soportes físicos determinados. Esto refuerza la idea de que sólo podemos acercarnos a “lo representado” mediante el signo que es el que posee referencia material. Sin embargo, conviene clarificar un tanto más a qué hace referencia el término “representación” cuando se alude a la interpretación/explicación de la realidad social. Diremos, de acuerdo a los planteamientos de Escoriza (2002:27) y Lull (2007:83), que hacemos representación del pasado por la imposibilidad lógica y espacial que plantea la utilización de otros términos como reconstrucción o aproximación. En consecuencia, la representación no se entiende al modo en que algunos/as de los/as representantes de los enfoques post de arqueología anglosajona refirieron en el sentido de “coreografía escénica”. Por el contrario, pone de manifiesto la imposibilidad de conocer mediante la figura representada (signo) el pensamiento que la trasciende o que manifestó. El gran límite de la investigación arqueológica de las representaciones figurativas, se impone aquí con toda la fuerza de la frontera lógica que supone, en la medida que aunque sabemos que hay un pensamiento anterior a la representación figurativa que le da vida, la imposibilidad lógica de acceder a dicho pensamiento determina insalvablemente la forma en que podemos acceder a ella. De esta manera, la figura representada que se nos muestra, jamás nos mostrará la lógica de los acontecimientos acaecidos que intervinieron o condicionaros su ordenamiento. La figura lógica, siguiendo el argumento de Wittgenstein (1973), es el pensamiento, y éste a su vez, contiene la posibilidad en potencia del estado de cosas que piensa. El pensamiento, sería aquí la proposición que significa; un pensamiento al que no tenemos ninguna vía de acceso. En síntesis, si concordamos en que si es el pensamiento el que significa, para poder interpretarlo requeriríamos de los significados. Por el contrario, para reconstruir sólo se precisa hallar las claves de relación que se establecen en un espacio y una temporalidad acotada (Escoriza Op.cit). Parafraseando a Wittgenstein, Escoriza destaca: “Lo mismo que no es posible pensar objetos espaciales fuera del espacio y objetos temporales fuera del tiempo, así no podemos pensar ningún objeto fuera de la posibilidad de su conexión con otros (Wittgenstein 1973:37)” (en Escoriza Op.cit: 29). Esto se esclarece cuando diferenciamos entre el espacio y el tiempo medible que posee el signo, y que el 12   

símbolo adolece, siendo irrecuperable desde disciplinas como la arqueología prehistórica, en donde además, carecemos de un vector indispensable para ello: el lenguaje, aun cuando éste tampoco se encuentra exento de ambigüedad. Así planteada la problematización del estudio de las representaciones figurativas desde la arqueología prehistórica, podríamos sintetizar que: a. Las representaciones figurativas se expresan mediante esquemas formales de signos que configuran grupos representativos que poseen contenido simbólico organizado, materializados en diversos soportes físicos que nos informan acerca de su transformación en objetos sociales. b. Los signos no ofrecen explicación de la materia simbolizada, sólo nos sugieren ciertos aspectos. c. Signo y significación refieren a dos conceptos distintos: el significado NO es representado por el signo, éste sólo se limita a indicar, no a significar. La significación es un proceso psíquico que ocurre al interior de la mente de los sujetos sociales, por lo tanto, si no hay comunicación gestual o verbal, es inabordable. d. No hay vías de comunicación entre los pensamientos de las mujeres y los hombres del pasado y el presente nuestro. e. El objeto figurado no se pone en cuestión, porque podemos constatar su presencia física. Sin embargo, su conocimiento implica un proceso de investigación donde el sujeto enfrentado a diversas realidades materiales, conoce provisto de diversas y múltiples herramientas que entran en juego, como la observación, la percepción y la intuición. f.

Las anteriores herramientas son siempre selectivas, así como también lo es lo que a posteriori interpretamos: nada es espontáneo, siempre hay una selección y una intencionalidad que requiere ser formalizada para minimizar un valor de autoridad.

En conclusión lo que nos interesa estudiar en las representaciones figurativas, y particularmente de las cabezas clavas, no es su significado (que en todo caso siempre se referencia sobre la base de una realidad conocida), sino la historia de vida del signo, lo cual sólo es posible conociendo su uso y su función social. Esto será posible en la medida que seamos capaces de identificar su contexto arqueológico, es decir, sus 13   

relaciones con otros planos de materialidad social. Únicamente partiendo de esta premisa será posible definir los diferentes lugares sociales en los que participan las representaciones figurativas documentadas.

3. El caso de las cabezas clava del sitio Chavín de Huántar en el Formativo de los Andes Centrales: una propuesta de formalización. Las representaciones figurativas que buscamos estudiar, constituyen un conjunto concreto y específico de litoesculturas, con forma de cabezas antropomorfas o zoomorfas, que iban empotradas en los muros de grandes edificios de un sitio con arquitectura monumental al que se le denomina por el pueblo actual en el que administrativamente se localiza: Chavín de Huántar. Lo que nos interesa conocer de dichas representaciones figurativas, como hemos señalado, es la historia de vida como objetos en tanto productos vinculados con ciertas prácticas sociales. En consecuencia, nuestra pregunta principal es: ¿Cuál fue el uso y función social de las litoesculturas denominadas cabezas clavas en la sociedad Chavín?. Para poder llegar a una respuesta satisfactoria de la pregunta central, en este sentido, será necesaria la formulación de otras preguntas secundarias, que en conjunto podrán reforzar la posibilidad de dar cuenta de la interrogante inicial. Hemos desglosado algunas preguntas subsecuentes, que buscan abordar de manera contextual las representaciones figurativas como productos y como signos. •

¿Qué son? Esta pregunta de tipo identificatoria busca exponer claramente al tipo de material social que abordaremos en el estudio, su circunscripción como representación figurativa y su particularidad artefactual.



¿Dónde? Se persigue identificar los lugares en los que se encuentran insertas, su espacio más cercano, en el que deberíamos delimitar los espacios sociales con los que se vincula. Esta pregunta es central, porque será sobre la base de esta identificación a distintos niveles, en donde podremos circunscribir las prácticas sociales llevadas a cabo en esos espacios, y, al mismo tiempo, contrastar distintos horizontes de espacialidad que nos permitan definir el grado de singularidad de un espacio con respecto a su contenedor y viceversa. 14 

 



¿Cuándo? En la pregunta por el cuándo estamos aludiendo al tiempo de las relaciones sociales que le dieron uso y función a estas representaciones figurativas. Partimos de la premisa de que toda relación social sólo es posible si comparte un tiempo, por lo tanto, buscamos la situación histórica en la que se inscribe la producción y vigencia de estas litoesculturas. El cuándo estará respondido, toda vez que seamos capaces de posicionar en términos absolutos un inicio de la producción, que se correlacionará probablemente con la construcción de los edificios, un momento de uso, y un último de abandono. Estos tres momentos serán los aspectos temporales mínimos que será necesario definir para contar con un sentido real de la situación histórica.



¿Con que están hechas? Aquí procuramos clarificar la cuestión composicional de la materia socialmente transformada. Hace referencia a qué porción de la materia base disponible se recurre para la producción de las cabezas clavas. En esta pregunta están contenidos aspectos de relevancia que se vinculan tanto con la producción como con los aspectos del signo que están representados. En el primer caso, será interesante observar el problema de la disponibilidad de materias primas, el acceso a ellas y el grado de dificultad para su tratamiento como materia base para la producción escultórica (dureza, exfoliación, etc.). En el segundo, algún correlato entre “lo representado” y la elección de un tipo u otro de roca.



¿Cómo se hicieron? Mediante esta pregunta se persigue definir el proceso productivo. Constituye, en consecuencia, una interrogante imprescindible si lo que buscamos es acercarnos a las claves de su producción. Esta propuesta, en primera instancia, deberá partir del objeto como producto final, ya que, en principio, adolecemos de datos que se relacionen con espacios de producción como talleres que eventualmente nos puedan remitir al grado de especialización de actividades de producción en un lugar determinado.



¿Cuánto trabajo se invirtió?

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Si bien la resolución de esta pregunta es problemática de realizar desde la arqueología, por la dificultad que conlleva un cálculo certero del tiempo y energía invertidos en la producción de cierto producto, en la medida que deberíamos contar con la inversión del trabajo en el producto mismo, su espacio contiguo y el conocimiento históricamente acumulado; es un pregunta que hay que tener presente en referencia a otras actividades productivas (para actividades económicas y político-ideológicas) y el peso que unas y otras tienen en el registro arqueológico. •

¿Con qué otros materiales se relaciona? Esta pregunta, también de tipo asociativo, busca responder a la cuestión esencial por el contexto. En definitiva, serán los materiales con los que se vincula los que permitirán definir las prácticas sociales que llevaban a cabo en un lugar.



¿Cómo se uso? Aquí será necesario responder a la pregunta por su uso social. Un uso que será colectivo en la medida que las representaciones figurativas son por definición mecanismos de comunicación. Sin embargo, se persigue acá circunscribir el uso que tuvo en la medida que lo relacionamos con las prácticas sociales que le dieron sentido.



¿Cómo se amortizaron? Aquí se persigue detectar en qué condiciones sociales las cabezas clavas pierden vigencia, son amortizadas. En este caso, como las cabezas clavas no son en su producción artefactos en sí mismos, sino que forman parte de la producción del edificio, o sea de la arquitectura, esta pregunta sólo tendrá coherencia mientras conozcamos cómo se abandona el edificio que las contiene y las prácticas sociales con las que se relaciona.



¿Cuál es su morfología? Aquí pasamos a la pregunta que se refiere propiamente a la estructura representacional que se le imprime a la figuración. Busca determinar el grado de estandarización de los esquemas de ordenamiento en este caso morfológicos,

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así como su variabilidad. Se trata de una pregunta por el signo, en la medida que como señalara, es el referente físico que tenemos como vía para su estudio. •

¿Cómo se relaciona con otras representaciones? La intención en este caso es responder a la pregunta de cómo se insertan estas representaciones con el universo figurativo con el que se relaciona, ya que en el sitio hay una gran variedad de representaciones sobre piedra con una gran riqueza figurativa. La idea es, en consecuencia, poder visibilizar aquello que comparte con otros esquemas de representación y aquello que las particulariza.

En conclusión, las preguntas formuladas, buscan formalizar de la manera más precisa posible, todo el ámbito de la investigación en lo referido al estudio de las cabezas clavas como producto y como representación, y por lo tanto, relacionadas en distintos contextos de análisis. Estos contextos, no están separados en el registro arqueológico, y, en consecuencia, se trata de un tratamiento analítico que mediante la diferenciación de los aspectos con los que se vinculan las representaciones figurativas, pretende dar cuenta de su totalidad como materia social, y en definitiva de su uso y función social en una realidad histórica concreta. Es posible, que existan varias preguntas más que sea necesario ir formalizando en la medida que vamos dibujando el proceso investigativo, sin embargo, como punto de partida, hemos focalizado nuestra atención en un tratamiento contextual, evitando caer en las clásicas descripciones de la representaciones figurativas como realidades sublimes y ajenas a la realidad social que le dio sentido y existencia.

4. En torno a la conceptualización de lo Chavín. “Así como sucede con cualquier otro objeto material, el sentido de las representaciones figurativas ha de basarse en el conocimiento de las condiciones materiales de su producción, entendiendo que dichas condiciones abarcan también su uso social. En este sentido, necesitamos que este tipo de objetos tengan cabida dentro de una teoría arqueológica que los contemple como un trazo más de materialidad social.” (Escoriza 2002:24).

Dentro de la prehistoria andina existen ciertos momentos que han sido erigidos como grandes torres explicativas que se han convertido en bloques en los que se incluye a un sinfín de manifestaciones y realidades sociales en un tiempo y en un espacio difuso, medido fundamentalmente por las claves del estilo. Uno de esos grandes 17   

momentos, es el que recibe el nombre de Horizonte, Cultura o Estado Chavín, y que pese a la diferencia de los términos que acompañan a lo que se dice por Chavín, se ha convertido en un referente fuerte y monolítico que describe un primer momento en el que se observa lo que tradicionalmente se define como “lo andino”. Este concepto idealista plantea la existencia de una forma de estar y ser en el mundo, una manera de ver las cosas y de reproducirlas, que se dispersa por una gran área de Sudamérica integrada por la cordillera de los Andes, con diferentes núcleos de integración en distintos momentos de su historia, pero que plantea de manera esencialista la permanencia de un continuum espacial y una unidad de pensamiento que se ve reflejada en ciertas materialidades y en ciertos relatos en los que se observa, por semejanza, la reiteración de ciertos parecidos en la manera de representar al mundo. Dentro de estos bloques, lo singular o lo distinto, se entiende como una manifestación de “lo local”, o marginal, siempre haciendo referencia a un núcleo que plantea las verdades del mundo. Así, en este gran marco de referencia, con fronteras conceptuales básicamente consensuadas, subyace la invisibilización anticipada de la realidad social. Una clausura pre-establecida, que ha oscurecido la diversidad bajo el hálito de la unidad hacia afuera. Un blanqueamiento de la historia que homogeniza las existencias, estandariza los significados e inmoviliza el tiempo, y que bajo los preceptos que señalan un Nuevo Mundo definido por oposición a un Viejo Mundo, que se autorepresenta como lo civilizado, desarrollado y referente del verdadero esplendor humano, aplasta la historia social en un colonialismo de nuevo tipo. La recurrencia de fórmulas explicativas que creen dar cuenta de culturas ancestrales, remotas en el tiempo y en el espacio, es la expresión de esta forma tan común en arqueología de anteceder el término y la palabra a la realidad de la materialidad social que llega en fragmentos y, la mayor de las veces de manera forzada, a nuestros días. Efectivamente, cuando abordamos por primera vez la tarea de iniciarnos en el estudio de las representaciones figurativas de Chavín, nos encontramos con una avalancha de trabajos que ya habían bautizado en adjetivos su existencia, invisibilizando la realidad que las había producido y que les había dado uso. En parte, como trataremos de dar cuenta en este trabajo, esta adjetivación anticipada se desprendía del problema que le antecedía, es decir, una adjetivación de la que también era fruto el sitio. De manera que la única forma de romper el nombre que daba forma de antemano a la materialidad, era delimitar desde el objeto, entendido como materialidad social. Una delimitación que comenzaría a dibujarse, ahí cuando fuéramos capaces de situarla en un tiempo y un 18   

espacio concreto: sin la tiranía de las palabras aprendidas. Cuando cobrara significado en su producción y sentido en su uso. a. La cuestión de la delimitación El problema de la delimitación del objeto de estudio en arqueología, y especialmente para Chavín, suele ser, o bien un presupuesto que asume definiciones previas sin cuestionar la validez o la coherencia interna de las delimitaciones tradicionales en el ámbito de estudio, o bien soslayada, evitando la complejización en los argumentos explicativos que fundamenten los límites de la investigación y del problema de estudio. No es poco frecuente en nuestra práctica disciplinaria encontrarnos con problemáticas de estudio “pre-armadas”, asumidas como “verdades” científicas sólo por el peso de la tradición e instaladas más por la legitimación de la autoridad de ciertos investigadores por parte de la propia comunidad, que por razones de índole de validez teórica. En consecuencia, se suelen generar “pre-supuestos” que señalan de antemano las demarcaciones correspondientes a la hora de plantear problemas de investigación y la delimitación del objeto de estudio en cada caso; una cuestión que ciertamente ha caracterizado la historia de la investigación en Chavín. Esta situación suele verse aún más acrecentada, en lugares donde la investigación arqueológica de larga data ha cristalizado conceptos, escasamente explicitados, pero que se encuentran arraigados tanto por el peso de la tradición, como por la escasez de visibilidad de voces críticas que cuestionen la operatividad y capacidad explicativa de dichos conceptos. En estricto rigor, la historia de la arqueología, y quizá de toda práctica que se autodefine como científica, y más aún que se asume como ciencia social, nos ha enseñado que allí donde en algún momento hubo disidencia teórica y se generaron quiebres paradigmáticos, una vez que la voz crítica se instala como teoría hegemónica, sus conceptos y propuestas teóricas, se convierten en un lenguaje-guía que es validado más por la estética de las palabras que por la capacidad de integrar en las propuestas teóricas los datos de la realidad. Esto pone de manifiesto, la necesidad de hacer explícitas las consecuencias y las herramientas con las que contamos a la hora de tomar una decisión en lo que se refiere a la delimitación de nuestro objeto de estudio, en base a los problemas planteados y la historia de la investigación. En el caso que me convoca, particularmente, resulta necesario una clarificación en torno a las preguntas de lo que por lo general no se 19   

cuestiona, o que se muestra como una acumulación de prácticas que mantienen en vigencia la utilización de “de-marcadores conceptuales” cuando se hace referencia a ciertas sociedades, a ciertos espacios y a ciertos tiempos. Por otra parte, estos presupuestos que delimitan de antemano lo que se intenta estudiar, una vez que se intenta aprehender una realidad social en una situación histórica determinada, suelen aportar más confusiones que soluciones al registro arqueológico, en la medida, que establecen “cajas” en la realidad, limitando las posibilidades de generar preguntas. En último término, la recurrencia y la tradición en la utilización de ciertos conceptos muy arraigados en la práctica arqueológica tradicional1, han provocado un silenciamiento y un oscurantismo en la realidad social, generando bloques de explicaciones tautológicas e invisibilización de las prácticas sociales en categorías y nociones predeterminadas del pasado, y, al mismo tiempo, en unidades arbitrarias de observación (Scatollin 2006; Castro, Lull & Micó 1996). En efecto, el espacio y cronología en los que se inserta nuestra realidad de estudio, contiene una enorme carga de tradicionalismos en el uso de ciertos conceptos sustentados en marcos teóricos que han planteado grandes afirmaciones de una realidad social escasamente conocida, pero enormemente difundida y cimentada en epítetos que definen aspectos como tipo de sociedad, estadio cultural, forma de organización sociopolítica, período/era, Horizonte estilístico, y varias otras denominaciones que inauguran discursivamente una sociedad imaginaria, fruto de las propias necesidades y proyecciones que desde el presente intentan “fundar” la presencia del alma civilizada en la prehistoria andina. En consecuencia, hablar de prehistoria del área andina, y en un mayor grado aún, de lo Chavín, supone traer irremediablemente la carga conceptual que se ancla en el edificio mal calculado del fenómeno de civilización, incluyendo todos los preceptos que éste implica, tales como estado, urbanismo, sedentarismo, comercio, etc. Lo que supone al mismo tiempo también, contar con la interpretación de registros arqueológicos que tienden a invisibilizar otros aspectos, tan o más importantes, como, por ejemplo, las prácticas sociales de una comunidad que no esté necesariamente en el centro mismo de un sitio monumental, o en la misma medida soslayar las actividades que se realizaron en sitios con arquitectura monumental y que sólo por el hecho de tener “grandes dimensiones” son concebidos en sí mismos centros ceremoniales o centros                                                              1

Conceptos como áreas culturales, fases, horizonte, tipo, estilo, etc.

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cívicos/rituales, sin antes haber conocido en detalle qué es efectivamente lo que se realizaba allí. En suma, hablar de prehistoria andina y de Chavín en particular, supone hacer frente a una gran construcción discursiva, reproducida durante casi un siglo por la mayoría de los arqueólogos locales2 y extranjeros, convertido en paradigma y referente de uno de los 7 centros de generación independiente de civilización, como se le suele denominar a los Andes centrales. Es entonces necesario generar preguntas que se guíen por el interés particular de la investigación, y que tomen de lo anterior sólo aquello que verdaderamente recoge de manera coherente la integración empírica con la conceptualización; sólo de esta manera será posible comenzar a dibujar una delimitación de la realidad de estudio que haga frente ante todo al conocimiento de los datos disponibles de realidad social.

b. De qué se habla cuando se habla de Chavín? Cuando nos enfrentamos a la delimitación de nuestro objeto de estudio, como señalara (supra), nos enfrentamos en primera instancia, por lo tanto, en áreas como los Andes centrales, a una carga histórica que la práctica de la investigación científica en la zona ha cristalizado en demarcadores que poco o nada nos dicen de la sociedad que vivió en un tiempo y en un espacio determinado. En la aparente polisemia que contiene la palabra Chavín, subyacen escasas miradas que apunten a una clarificación explícita de lo que significa socialmente dicho término, y en la diversidad de denominaciones se puede contar, por el contrario, una escasa heterogeneidad en las propuestas que den explicación a una manifestación social concreta y real, más allá de los distintos adjetivos que pueden acompañar a lo “Chavín”. Para abordar esta problemática, se precisa una perspectiva clara de la historia de la investigación que trace la trayectoria, divergente o no entre las propuestas generadas, tanto de cómo se ha abordado teóricamente el registro arqueológico y cómo, a su vez éste, ha servido para sustentar “modelos” de interpretación que recursivamente                                                              2

Cabe destacar esfuerzos como los de L.G. Lumbreras que ciertamente han dado un enfoque distinto a los estudios de “complejidad” en los Andes, y han sido capaces de abordar desde un punto de vista mucho más político las formaciones sociales más allá de las visiones estáticas de la vieja escuela históricocultural. O por ejemplo, los intentos de T. Patterson por identificar en el conflicto social expresado en sintonía con un concepto amplio de lucha de clases, las claves explicativas de desigualdad social en la costa de los Andes Centrales. Y también, algunos aislados pero importantes aportes de Patricia Lyon (1978), para abordar por primera vez una visión que denunciara la invisibilización de las mujeres en la prehistoria andina, a través del estudio de la recurrencia de imágenes femeninas de relevancia en la iconografía estatal andina.

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vuelven al punto de partida. Al mismo tiempo, la visualización de esta trayectoria debería ser capaz de dar cuenta de los fundamentos teóricos generales que expresan las conceptualizaciones acerca del fenómeno Chavín, y evaluar de esta manera, cuan operativas en términos metodológicos, y cuan explicativas en términos teóricos, resultan para nuestro propio enfoque de la realidad de estudio a delimitar, y, a esta misma escala entonces, poder valorar consistentemente la distancia a la que nos encontramos teóricamente de una u otra perspectiva teórica en la interpretación. Subyace en este sentido, también, la posibilidad de generar las hipótesis correspondientes, en base al registro arqueológico disponible. El desarrollo de la elaboración de esta trayectoria, es el objetivo central de la investigación en curso3, por lo que en el presente escrito sólo me remitiré a trazar en líneas muy generales una caracterización de qué es lo que se entiende por “Chavín” en términos arqueológicos, para luego desarrollar una breve propuesta de delimitación a nuestro problema y objeto de estudio. Pues bien, que es lo que se dice en el discurso arqueológico cuando se hace referencia a lo Chavín?. Evidentemente, para abordar esta pregunta es necesario retrotraerse a los inicios de la investigación arqueológica en el sitio arqueológico de Chavín de Huántar, no por una mera cuestión historiográfica, sino porque es ahí donde encontramos aquellos conceptos que sin duda han marcado la pauta en las posteriores investigaciones y nomenclaturas que han delimitado esta “parte” de la prehistoria de los Andes Centrales, y que constituyen, al mismo tiempo, un lastre conceptual al que hay que hacer frente para abordar el problema de estudio. El presente trabajo, en consecuencia, busca poner de manifiesto la trayectoria, que ha abordado el problema de la conceptualización de lo Chavín. En las siguientes páginas intentaremos dar cuenta tanto de la historia de la investigación como de las bases teóricas que sustentan las explicaciones de Chavín y su coherencia con la base empírica. Veremos cuál es el estado de la cuestión en lo referido fundamentalmente al sitio, e intentaremos evaluar el registro y calidad del conjunto de evidencias arqueológicas disponibles para la formulación de hipótesis. Haremos una descripción del material de estudio y de su contextualización arqueológica, para revisar con cierta pormenorización los principales conceptos que se han vinculado con el estudio de Chavín y la iconografía del sitio y sus fuentes de                                                              3

Trabajo en preparación para la Tesis Doctoral en Arqueología Prehistórica de la UAB.  

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inspiración teórica. Finalmente haremos una síntesis crítica de las principales propuesta que explican la realidad social en el sitio de Chavín de Huántar, y de esa manera intentaremos evaluar cuales son aquellas explicaciones que mantienen una coherencia en la integración conceptual con la base empírica. En el último apartado haremos una propuesta para las formulación de hipótesis que permitan trabajar sobe el registro arqueológico disponible, y ampliar las posibilidades de contrastación de la investigación en curso.

 

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II. El sitio arqueológico de Chavín de Huántar 1. Ubicación geográfica. El sitio arqueológico de Chavín se encuentra emplazado el inicio del Callejón de Conchucos, un estrecho valle formado por el río Mosna que en dirección sur a norte recibe los deshielos de la Cordillera Blanca, que flanquea la parte oeste del Callejón, y que desemboca en el río Marañón, un importante tributario del Amazonas (Fig. 1). Sin embargo, aun cuando forma parte del sistema de drenaje del Puckcha, formados por los ríos Mosna y Huari, su destino último en el Amazonas no se vislumbra aún en la cota del sitio, el que constituye un emplazamiento característicamente serrano. A 3.180 m.s.n.m. y en pleno Andes centrales, el sitio se ubica en la terraza aluvial formada por el río antes mencionado, y por un tributario menor pero turbulento que baja abruptamente desde la puna de la Cordillera Blanca, en el actual Parque Nacional Huascarán: el río Wacheqsa (o, Huachecsa). Las montañas de la Cordillera Blanca exceden los 5500 m de altitud y se encuentran bajo la permanente influencia de glaciares. El Callejón de Conchucos corre de sur a norte en el actual departamento de Ancash, de manera paralela al Callejón de Huaylas, y es separado por dos cadenas montañosas del mar, la Cordillera Negra4 y la Cordillera Blanca, en tanto que dos cadenas también lo separan de la selva amazónica: la Cordillera Central (que se levanta entre las cuencas del Marañón y el Huallaga) y la Cordillera Oriental, que flanquea, de esta manera, la saliente en el Callejón, y que establece la división entre el Huallaga y el Ucayali. La barrera natural que presenta este cordón montañoso, no llega a impedir que la humedad proveniente de las tierras bajas de la Amazonía influya hacia el occidente. De esta manera, el área que circunda a Chavín de Huántar cuenta con una pluviosidad generosa y estable, que ronda los 800 mm, un factor que la posiciona como un lugar propicio para el cultivo de secano, y que la hace conocida como una zona de de cosechas “regulares”. Por el contrario, el área de Chavín de Huántar constituye un sector escasamente apropiado para la irrigación, y sólo un 5% de la tierra cultivable es encuentra actualmente vinculada con sistemas de control de agua (Burger 1998:23), a pesar de las                                                              Recibe este nombre, porque a pesar de poseer más de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, carece de nieves. 4

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ventajas que proporciona los sistemas de riego para estimular las siembras tempranas. Esto ocurre porque los sectores que pueden beneficiarse de este sistema son escasos: sólo es posible en el fondo del valle y en la parte baja de las laderas, ya que en las partes altas las heladas ponen en riesgo una potencial segunda cosecha anual. El fondo del valle del río Mosna, espacio en el que se emplaza el sitio, es muy angosto. Aun cuando la terraza sobre la que se ubica el sitio podría ser considerada una de las secciones más amplias del valle, esta no supera los 0,5 Km. de anchura. Actualmente en esta parte se pueden encontrar campos con sistemas de irrigación que alberga cultivos de maíz, alfalfa y huertas de uso doméstico. Cabe destacar, que si bien la mayor parte de las tierras cultivables se encuentran actualmente en la parte baja de las laderas, éstas no son usadas para el maíz puesto que esta planta tolera escasamente las heladas. Por el contrario, son espacios que pueden ser usados para el cultivo de tubérculos, como la papa, factor que ha popularizado al callejón de Conchucos como uno de los lugares con las mejores fuentes de papas de la sierra norte, mientras que la porción septentrional del Callejón de Huaylas, al oeste, es conocido por su prolífica producción de maíz. En consecuencia, se puede observar que la gran parte de la tierra de uso agrícola que se encuentra en las inmediaciones del sitio de Chavín de Huántar es apropiada para los cultivos oriundos de los Andes como los tubérculos papa (Solanum tuberosum), oca (Oxalis tuberosa), olluco (Ullucus tuberosus), mashua o isaño (Tropaeolum tuberosum), cereales altoandinos como la quínoa (Chenopodium quinoa) o la Kiwicha5 (Amaranthus caudatus Linnaeus), y leguminosas como el Tarwi (Lupinus mutabilis). Entre los 3900-4000 y hasta los 5000 m.s.n.m. existen amplias extensiones de pastos sobre el nivel agrícola actual, tanto en las elevaciones de la Cordillera Blanca, como en la Cordillera Oriental. A diferencia de los sistemas de pastizales de los Andes CentroSur, los pastos de la región del Conchucos y Huaylas, se encuentran húmedos todo el año, aun en temporada de sequía (mayo a diciembre), y son capaces de sostener rebaños sin necesidad de trashumancia. En términos demográficos, la abundancia de buena tierra agrícola y el adecuado suministro de agua, sostiene a una abundante población contemporánea que es relativamente numerosa en el área. La población de los distritos de Chavín, San Marcos y Huántar hasta hace poco contaba con una población de 22.030 habitantes,                                                              5

Puede encontrarse en la literatura relacionada con el nombre aymara de achis.

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con un elevado porcentaje (84%) que reside fuera de los poblados que hacen las veces de capitales distritales. En este contexto, la mayor parte de la producción agrícola actual se exporta a Huaraz (Callejón de Huaylas, capital Departamental) y a la costa. Eventualmente, por lo tanto, el área de Chavín de Huántar podría mantener a una población mucho más numerosa sólo con sus propios recursos (Burger Op.cit.)6. Otro rasgo característico de la geografía de Chavín de Huántar es la proximidad a sus zonas de producción. Un campesino o una campesina pueden caminar desde el fondo irrigado del valle (zona quechua), cruzar sus campos de papa en las laderas superiores (zona suni) y alcanzar el sector donde se encuentran los rebaños en el pastizal alto (zona puna) en tan sólo dos o tres horas de camino. A pesar de eso, Chavín no tiene acceso conveniente a las áreas que se localizan por debajo de la zona quechua hacia el oriente. Para alcanzar los ambientes cálidos del valle, en los que se cultiva frutos tropicales, es menester recorrer siete horas a lo largo del Mosna, hasta llegar a la comunidad de Huaytuna (2500 m.s.n.m.). Así, los sectores más bajos del bosque tropical están aún más distantes, con travesías que pueden alcanzar entre 6 y 8 días a pie. Aún así, la ubicación intermedia de Chavín de Huántar a medio camino entre la costa y la selva tropical del Amazonas, y la existencia de un sinfín de caminos prehispánicos, que unían ambas regiones, sugirió a Lumbreras que el sitio se encontraba en una suerte de “nudo de caminos” de “una muy extensa región, que cubre fundamentalmente los departamentos de Ancash, Huánuco y Lima” (Lumbreras 1989:13). Sin embargo, la distribución de las zonas alrededor de Chavín de Huántar difiere de la distribución extendida de la puna de Junín o el altiplano de Puno en los Andes centrosur, así como también es diferente a la distribución “comprimida” descrita para Uchucmarca en Cajamarca o Q’eros en Cuzco. Burger ocupa la tipología de Brush (en Burger 1998:26) para definir a la región de Chavín como una zona que poseería una disposición de tipo “archipiélago”, en donde existiría una amplia separación entre las zonas de sierra, estrechamente espaciadas, y las zonas de montaña, yunga y templada. Aún así, estas áreas más bajas pero distantes, fueron, probablemente, una porción integrante del sistema agrícola tradicional andino (Murra 1972). En este sentido, el actual aislamiento de las principales corrientes de la sociedad peruana en la zona de Chavín, debido fundamentalmente, al inadecuado sistema de transporte y al bajo valor de los productos agrícolas que se producen en el lugar, contrasta con la información etnohistórica que refleja para tiempos del incario la presencia de un camino “real” que                                                              Esta observación será uno de los refuerzos argumentativos de Burger para proponer a Chavín de Huántar como el representante de un urbanismo sincorítico e incipiente.   6

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pasaba sobre el lado oriental de la Cordillera Blanca, es decir, sobre el Callejón de Conchucos, construido de sur a norte (Kauffmann 1964). Asimismo, según Burger (Op.cit), el área de Chavín de Huántar fue más importante aún durante el Horizonte Temprano, teniendo en cuenta el gran número de sitios arqueológicos que se relacionan con el sitio en el drenaje del Puckcha, y además por la “influencia” de Chavín de Huántar sobre una zona muy extensa en los Andes Centrales.

2. El sitio Chavín de Huántar es sin duda alguna uno de los sitios más importantes para la prehistoria del Perú. Esta importancia se debe principalmente al papel que jugó este sitio para el debate de los orígenes de la civilización en los Andes, pero no es menos cierto que constituye un sitio que alberga un valor histórico innegable. Su importancia aparentemente, estuvo presente en la larga historia de los pueblos del Callejón de Conchucos, y los primeros cronistas señalan que se tenía noticias de estos edificios en varias partes de los Andes Centrales. No cabe la menor duda de que el sitio, tanto por su envergadura, como por su configuración, debe haber sido el resultado de un proyecto “planificado”. Hay criterios estándares tanto en lo que se refiere a ciertas escalas de medida, como a la técnica constructiva que requieren de una minuciosa planificación. En consecuencia, lo primero que se desprende de la revisión de las características del sitio, es que el aparataje que implica la construcción de un conjunto de edificios de naturaleza monumental y que dispone de recursos arquitectónicos singulares, entre otras varias implementaciones arquitectónicas, requiere de los conocimientos necesarios para hacer viable tanto su diseño, implementación y mantenimiento. En efecto, sus componentes son particularmente costosos y muy bien elaborados, tanto así que en necesario presentarlos por separado (Lumbreras 1993:56). Un breve recuento de las principales intervenciones en el sitio, pueden dar cuenta del estado de conocimiento actual tanto de sus estructuras como de los materiales asociados. Profundizaremos en estos aspectos en el apartado III, sin embargo, conviene hacer un pequeño recuento de la historia de dichas intervenciones, porque son estas excavaciones y trabajos en el sitio los que proporcionan las fuentes empíricas disponibles para una descripción genérica del sitio. Cabe destacar, en este sentido, que hay amplios sectores reconocidos superficialmente que no han sido excavados tanto en la parte monumental como en el sector del pueblo y otros lugares aledaños, y por lo 27   

tanto, aun después de 100 años de investigación en el sitio es más lo que se desconoce de él, que lo que se asume como la totalidad arqueológica del sitio. Asimismo, propuestas provenientes de algunas excavaciones, han sido absolutamente desechadas con nuevas intervenciones, de manera tal que es pertinente para muchas de las descripciones que llevaremos a cabo, especialmente para lo que dice relación con la cronología, que se tengan como descripciones aun preliminares. 2.1 Breve historia de las intervenciones arqueológicas en Chavín El sitio de Chavín se conocía en la zona desde siempre; aún cuando a principios del siglo XX se viera muy poco por la depositación aluviónica y la vegetación que había crecido sobre los edificios, la monumentalidad del sitio todavía podía verse en uno de los muros del denominado “Castillo” por los pobladores locales. No obstante, su estudio científico se fecha con las intervenciones de Julio C Tello, a partir de 1919, quien en varias temporadas de excavaciones y reconocimiento logra recuperar un importante cuerpo de datos que posibilita el salto del sitio a los debates de la prehistoria andina. Con una publicación en 1943 da a conocer sus principales hipótesis y los materiales recuperados; en 1960 se publica su obra póstuma de Chavín en la que plantea la idea de Cultura Matriz de la Civilización Andina, es decir, a Chavín como el foco civilizador del que emanarían todas las expresiones posteriores reconocidas como propiamente andinas: para Tello la civilización se origina en la sierra. Sus planteamientos, los basa en la triada monumentalidad, arte lítico y estilos cerámicos. Sus aportes fundamentales, dejando a una lado las cuestiones idiosincráticas, fueron que con sus trabajos se incentivó la investigación arqueológica del sitio, haciendo con ello, visible la variabilidad material que ostentaba el yacimiento bajo sus ruinas. Con el afán de contrastar las propuestas de Tello, se realizan excavaciones “sistemáticas” llevadas a cabo por Bennett (1942, 1944, 1946), de la Universidad de California (Berkeley). En dos o tres temporadas de campo, Bennett logra identificar la primera secuencia estratigráfica del sitio, confirmando las propuestas de gran antigüedad

que

Tello

atribuía

a

Chavín.

Sus

intervenciones

realizadas

fundamentalmente, en las plataformas laterales de la Plaza cuadrangular hundida, dieron a conocer un conjunto más diverso de lo que se conocía hasta ese momento, y a las descripciones litoescultóricas realizadas por Tello, se sumaron ahora las identificaciones de una mayor variabilidad de material en depósito.

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Durante la década de los años 50, cuando Chavín se consolidaba como un sitio protagonista de los procesos civilizatorios de la prehistoria andina, hubo pocas intervenciones en el sitio, salvo unas cuantas excavaciones llevadas a cabo en el atrio de la Plaza Cuadrangular, bajo la dirección de Jorge Muelle de la UNMSM; durante esas excavaciones Lumbreras participó como estudiante. A fines de 1950 y fundamentalmente durante la primera mitad de la siguiente, se realizan intervenciones a cargo de John Rowe (1962, 1967, 1977), de la Universidad de California, orientadas a clarificar las fases constructivas del sitio con la litoescultura asociada a la arquitectura. Las excavaciones de Rowe fueron pequeñas, se limitaron a pozos de sondeo en la base de los edificios mayores y a una descripción detallada de la asociación de las representaciones figurativas sobre piedras con dichos edificios: así fue como propuso una secuencia relativa que vinculaba los estilos litoescultóricos con la construcción de los principales edificios en una secuencia de cuatro fases. Sin embargo, no es hasta finales de la década de los años ’60 y principios de los ’70 que se llevarán cabo en el sitio excavaciones extensivas orientadas a resolver problemas arqueológicos concretos y explícitos. A partir de 1966, un equipo de la UNMSM, bajo la dirección de Luis Guillermo Lumbreras y Hernán Amat (Lumbreras 1969, 1977, 1987, 1989, 1993, 2003; Lumbreras y Amat 1969; Lumbreras, González, et. al 1967), llevará a cabo excavaciones en el atrio de lo que se conocía, desde las intervenciones de Rowe, como Templo Antiguo. Gracias a estas intervenciones se pudo tener una noción más clara de las técnicas constructivas de algunos edificios, incluyendo tanto la albañilería de los muros como la preparación de los estabilizados de los cimientos y los rellenos de los edificios, en un terreno con una considerable pendiente. Asimismo, fue posible dar con la Plaza circular de dicho atrio, que hasta ese momento se encontraba sepultada por 2000 años de depósitos naturales y antrópicos. Se reconocieron, además varias Galerías, entre ellas, la mayormente estudiada fue la de la Galería de las Ofrendas, y pudo correlacionarse los espacios de ocupación con los materiales que contenían. Al mismo tiempo, se llevaron a cabo excavaciones en el frontis del llamado Templo antiguo, uno de los edificios de mayor envergadura del sitio, y el que se encontraba mayormente visible. En esa oportunidad, las excavaciones dieron a conocer parte de un dintel voladizo, que se supuso parte integrante del Portal de las Falcónidas, y que fue reconstruida en esa ocasión, reconstrucción que permanece hasta la actualidad, y que ha sido bastante cuestionada. Durante las intervenciones en este sector, también, se hicieron visibles varias Galerías, que constituían en verdad, desagües de grandes dimensiones, que ayudaban a evacuar las aguas lluvia del sitio en 29   

la temporada húmeda. Este sistema de desagües, y ductos de ventilación, haría proponer a Lumbreras, junto a otros investigadores, que Chavín tuvo una “función hidráulica”, esto es, que existió una planificación del manejo de las aguas con fines claramente funcionales de desagüe, pero también de provocar una atmosfera sonora (1976). A finales de la década de los 70’ y principio de los ’80, se dará un vuelco en la forma en que habían venido haciéndose las excavaciones en Chavín, con las intervenciones en el pueblo actual, y en otras aldeas cercanas, por un equipo de la Pontificia Universidad Católica del Perú, bajo la dirección de Richard Burger de la Universidad de California (1978, 1981, 1984a, 1989a, 1992, 1996, 1998)7. Por primera vez se planifican estudios en zonas no monumentales que pudieran dar cuenta de la verdadera naturaleza de la ocupación asociada a Chavín. Fue así como se realizaron excavaciones en distintos puntos del actual pueblo, dando lugar a un interesante, aunque muy preliminar cuerpo de evidencias, que mostraban la presencia de espacios residenciales (viviendas), otras obras públicas (muros megalíticos), gran variabilidad artefactual y áreas de actividad (talleres). A partir de estas excavaciones, Burger estableció una secuencia cerámica de tres fases, que asoció a tres momentos en que la ocupación de lo que él denominó “el asentamiento antiguo”, varió en tamaño y naturaleza, desde una pequeña aldea concentrada en la porción norte de Chavín, hacia un asentamiento nucleado, en el que observó la presencia de urbanismo incipiente. Después de las excavaciones de Burger, no habrá intervenciones en Chavín hasta mediados de la década de 1990, con las excavaciones y relevamiento arquitectónico en 3D, llevados a cabo por un equipo de la Universidad de Stanford, liderado por John Rick, que realiza trabajos en el sitio hasta el día de hoy. El trabajo de este grupo se ha focalizado en varias partes del sitio, y puede ser considerado más que un proyecto un verdadero programa de investigación, orientado a relevar información arquitectónica, en depósito y en áreas no monumentales, así como el control del estado de conservación de las estructuras de los principales edificios junto con el Instituto Nacional de Cultura de Perú8. El equipo dirigido por Rick (2005), hasta la actualidad ha dado a conocer interesantes datos tanto de la naturaleza crono-constructiva, mediante un estudio que definió 15 fases de construcción y no sólo dos (Kembel 2001), como de la distribución de algunos materiales y las secuencias ocupacionales. Se han                                                              Ver figura 27 en Anexos. Bajo el auspicio de Global Heritage Fund, Minera Antamina S.A. (Xstrata Plc., BHP Billiton Plc., Teck-Cominco Limited y Mitsubishi Cop.), Asociación Ancash (brazo de “responsabilidad social” que despliega Antamina) y LAN Chile (del político y empresario chileno Sebastián Piñera).

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llevado cabo, excavaciones extensivas en la Plaza circular, en la Galería de las Caracolas, en la Plaza Cuadrangular, en la Galería de las Rocas, en la terraza sur del Huacheqsa, casi en la confluencia con el Mosna; en un sector conocido como La Banda, correspondiente a la terraza oriental del Mosna, justo frente al monumento. Al mismo tiempo se han hecho excavaciones en el pueblo de Chavín, y junto con el equipo permanente del sitio del INC, han supervisado diversas obras civiles en las que se han detectado distintas ocupaciones, algunas de las cuales han sido adscritas al tiempo de Chavín. La última etapa de intervenciones en el sitio de Chavín, coinciden con la inauguración de un museo de sitio, que mediante fondos del Gobierno Japonés, hizo posible un proyecto que venía modelándose desde finales de los años ’90. Hasta la actualidad, en Chavín, habían existido dos museos de sitio, el primero que era una capilla abandonada que se encontraba en la cima del Templo Antiguo, y que improvisadamente fue aprovechada por Julio Tello, como depósito para exhibir temporalmente las piezas que iba recuperando en sus campañas. Este espontáneo “museo” encontró su fin con un aluvión que en 1945 azotó el valle bajo del Conchucos, y que cambió profundamente la topografía del sitio. Años de trabajo de despeje, en concordancia con las excavaciones de la UNMSM y de de la PUCP, hicieron posible un segundo museo de sitio, de pequeña envergadura, y destinado fundamentalmente a la exhibición de algunas piezas y cuadros explicativos para el turismo que desde 1990 visita el complejo arqueológico. Varios depósitos de materiales, satisfacían hasta hace unos cuantos meses los requerimientos de almacenaje de un sinfín de piezas, sin un mínimo estándar para la conservación, clasificación y rotulación de los materiales. En ese contexto, realizamos el primer registro sistemático de cabezas clavas, el cual, entre otras cosas, buscó también sentar un antecedente metodológico para el tratamiento del resto del material litoescultórico con miras al nuevo museo de sitio que se proyectaba construir, y que implicaba el traslado de miles de piezas que no estaban correctamente registradas. Ahora, con la construcción del nuevo museo, de diseño coherente con la envergadura de los procesos sociales que presenta el sitio, se inicia probablemente una nueva posibilidad para el estudio y clasificación de las materiales, porque el museo implica también la construcción de un centro de investigación y conservación.

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2.2 La Arquitectura Chavín de Huántar es un conjunto de edificios que presenta lo que podría definirse como arquitectura monumental. Aún cuando no hemos encontrado criterios estándares en la literatura arqueológica correspondiente, de lo que se entiende por monumental, podría asumirse en principio y preliminarmente, que se definen como monumentales los edificios de una gran envergadura, que superan los esfuerzos de una unidad doméstica, y que requieren de gran inversión de fuerza de trabajo, sustentada en una o varias comunidades. Chavín está integrado por diversos edificios piramidales, plazas, portadas, plataformas y escalinatas que comunican distintos sectores y niveles (Fig. 2, fig. 3, fig. 23.). En apariencia formal, rememora una tradición arquitectónica muy recurrente en la costa central y norte del Perú que consiste en disponer de un edificio a modo de bloque piramidal truncado, con plataformas laterales, generando lo que se ha denominado patrón en “U”; si bien esto en parte se reproduce en el esquema espacial de Chavín, se integran recursos arquitectónicos de los cuales no se tienen registros hasta la actualidad, fundamentalmente en lo referido a la técnica constructiva por rellenos que es capaz de generar espacios internos a modo de galerías (Fig. 6 y 5). Los edificios están construidos con grandes rellenos de piedra y tierra; rellenos que eran depositados entre los muros que cumplían una función medianera de contención. Estos muros eran de mampostería irregular hechos con piedras muy parecidas a la de los rellenos (con los que en algunas ocasiones se confunden), estaban unidos por una arcilla muy similar también a la que se usó para los rellenos. Los muros de contención se construían dentro de un régimen regular, en retículas de dimensión variable. 2.2.1 Las Galerías De esta forma algunos espacios por rellenar eran dejados libres, colocando grandes piedras sobre los muros vecinos, a modo de vigas, técnica con la que se formaron recintos angostos, de dimensión variable de acuerdo a los requerimientos de la construcción: ductos de ventilación, pasadizos y galerías fueron construidos de esta manera. Las paredes de estos espacios eran revestidas con piedras seleccionadas o cubiertos con una gruesa capa de revoque, que otorgó la apariencia de una superficie suave y homogénea. Las vigas, por su parte, eran hechas con piedras anchas y gruesas, generalmente de 80 o más cm. más largas que el ancho del pasaje. Según los restos de estuco identificado en varias excavaciones todo parece indicar que estas vigas, que 32   

hacían las veces de techo de las galerías, estuvieron también revestidas. De esta manera, las galerías formadas se convirtieron en un elemento relevante de los edificios, logrando con ellas responder a varias funciones: desde canales de drenaje para evacuar las aguas lluvia, hasta escondrijos, ductos acústicos (Lumbreras, González & Liater 1976), respiraderos/ventiladores, y, probablemente, almacenes y depósitos de ofrendas. No existen registros que indiquen que estos espacios fueron usados como lugares de vivienda. En consecuencia, su altura (más que su anchura) varió de acuerdo a su función; en algunos casos es de un alto superior a 1,80 m, pero en otros es menos que 50 cm. Para Lumbreras (1989, 1993) el ancho de las galerías obedece a la técnica con la que fueron construidas, más que a la funcionalidad buscada. Resulta importante destacar que el elemento “Galería” es un rasgo poco frecuente en otros lugares y asimismo en otros tiempos, en el contexto arquitectónico andino. Si bien es cierto, algunos procedimientos similares se aprecian en unos pocos edificios de este mismo período en la sierra, y en la costa norte, cuando aparecen lo hacen de forma extraordinaria y aislada. En algunos momentos históricos posteriores, como en lo que se ha denominado cultura Recuay, se aprecian “soterrados” similares, pero frecuentemente se usan como cámaras mortuorias (mausoleos) o como pequeños depósitos para almacenaje de granos. 2.2.2 Generalidades de los exteriores La parte exterior de los edificios fueron enchapados con piedras labradas con caras paramentales planas. Hay lugares en donde este enchape es “cara-vista” (Lumbreras 1989, 1993) y las piedras tienen un acabado muy fino, con las caras pulidas y los ángulos acabados en ángulo de escuadra; otros enchapes más rudimentarios sirvieron para acabados enlucidos, que como lo han mostrado las excavaciones en el atrio del Templo Antiguo, eran de arcillas que estaban pintadas de colores crema y rojo (Lumbreras y Amat 1969). Sin embargo, fueran cara-plana pulida o no, lo cierto es que los paramentos exteriores son impresionantes por el volumen y calidad del material utilizado (Fig. 7). Se trata de enchapes megalíticos, que al mismo tiempo que otorgaban solidez a los rellenos que conforman el núcleo de la construcción, constituyeron en sí mismos una sólida edificación, gracias a la combinación formal y normativa de un “aparejo concertado”, que se hacía a partir de grandes bloques combinados con unos más pequeños, cimentados con un mortero de arcillas de alto nivel de cohesión. 33   

Algunas de las piedras del paramento poseen 3 o 4 m de largo; no obstante, el promedio es de 1,50 m con un ancho modular que hace posible su alineamiento en hileras de grosor alterno. Así, en el Templo Antiguo, es recurrente encontrar la fórmula de alternancia 1-2-1, o sea, una hilada de ancho simple por una de ancho doble. Mientras que en el Templo Nuevo, domina la combinación 1-1-2-1-1, consistente en dos hileras de ancho simple por una de ancho doble. Esta diferencia aparentemente cronológica, sin embargo, no está comprobada como un indicador confiable entre ambas fases constructivas, como técnicas exclusivas de una y otra. Los edificios mayores o más grandes comúnmente denominados Templos, y que se conciben en general en la literatura arqueológica como en el centro de la “función ceremonial” del sitio, tenían una serie de edificios o construcciones de menor envergadura pero asociados a éstos como construcciones anexas, tales como plataformas, plazas y terrazas a distinto nivel, conectadas entre una y otra con senderos y escalinatas (Figs. 3 y 4). Según Kauffmann (1993) los constructores de Chavín de Huántar levantaban sus paredes preferentemente mediante un patrón constante, en el que unido a la alternancia, se usaron rocas graníticas de gran dureza en las esquinas que flanquean los accesos a las escalinatas. Sin embargo, el resto de los muros están hechos con rocas de diverso tipo, lo que tiene como corolario, que mientras las graníticas resistieron los embates del tiempo, otras se conservan muy mal por la intemperización. Con fines claramente de ser vistos públicamente, tradicionalmente interpretados como implementos para el culto y el rito, los edificios contaban con una compleja implementación formada por columnas, cornisas, dinteles, lápidas, obeliscos y esculturas que se añadían a los muros o plazas, agregando sin duda al espacio externo una riqueza simbólica en un complejo, o mejor dicho, recargado sistema de representaciones figurativas. Haremos una descripción más pormenorizada en este mismo escrito, pero no hay que dejar de destacar aquí que la tan conocida litoescultura chaviniense no puede dejar de separarse del espacio con el que encuentra su contexto inmediato: la arquitectura. Es sólo en este contexto, en el que debe comenzar toda descripción, y su estudio no puede dejar de referirse al contenedor del cual forma parte y que le proporciona realidad. He querido destacar aquí brevemente esta cuestión, porque en la gran cantidad de descripciones del sitio suele dejarse a la litoescultura en un acápite separado y sólo nominalmente conjugado con la arquitectura y sus características técnicas y morfométricas. Huelga decir entonces, que la separación que

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haré para su descripción sólo tiene una razón pragmática-analítica, y en ningún caso desconecta su existencia del contexto de participación real. Será menester, en trabajos de carácter explicativo, contar con una descripción del sitio que integre definitivamente este ámbito dentro de las características arquitectónicas y de los recursos de implementación, que desde el punto de vista de los procesos de producción de los edificios, den cuenta de cómo es que las representaciones figurativas forman parte de dicho proceso; sin embargo, será preciso aclarar los procesos de trabajo involucrados en la producción de los edificios para lograr realizar esa integración más definitiva dentro de nuestra propia representación arqueológica de Chavín. Por el momento, nos quedaremos al nivel de la explicitación y de la excusa. Con respecto a la condición de las estructuras destinadas a satisfacer las necesidades de vivienda, es poco lo que se sabe. Salvo los aportes de las excavaciones de Burger en el pueblo actual de Chavín de Huántar que revelaron una ocupación Chavín asociada al área templaria, no se sabe a ciencia cierta la naturaleza de dicha ocupación, la envergadura, y las diferenciación de áreas de actividad, así como tampoco las diferencias o no que pudieran existir internamente. Sin embargo, gracias a esas excavaciones hoy días sabemos que la cerámica y otros productos hallados en las viviendas, no diferían aparentemente de los que se usaban en los edificios mayores, para fines que generalmente se han interpretado como rituales. Aún así, es muchísimo más lo que queda por responder que lo que está resuelto en materia de explicación de la condiciones de existencia de la población que vivió en los tiempos en los que los edificios monumentales de Chavín estuvieron vigentes. 2.2.3

El Templo Antiguo o Sector B

Constituye el primer gran proyecto constructivo del sitio9. Sin embargo, debido a que fue la fase más tardíamente definida en la historia de la investigación, después de las excavaciones de Lumbreras y Amat (Lumbreras y Amat 1969, Lumbreras 1993), su conocimiento aún constituye un corpus preliminar, aunque no por eso menos valioso. Está solo conocida a cabalidad la plataforma central en forma de “U”10 con la litoescultura estatuaria de una gran imagen conocida como Lanzón (Fig. 10) en su interior, algunas de sus galerías y un atrio que en el centro contiene una plaza circular

                                                             Para una nueva interpretación de las fases constructivas del sitio ver Kembel 2001. Forma arquitectónica monumental con antecedentes tempranos en el Precerámico Tardío en la costa norte y central y en la Sierra central.

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(Fig. 4). Del resto de las instalaciones y edificios sólo se tienen indicios e investigaciones aisladas. De acuerdo a la data disponible, además del edificio en forma de pirámide trunca que contiene a la litoescultura en su interior, el conjunto tiene dos plataformas anexas: una al norte, muy cercana al ala izquierda, que algunos autores denominan “templo norte” o sector “D” (Lumbreras 1989), y una al sur, más larga y alejada que corresponde al sector “F” del conjunto arquitectónico. Ambas plataformas no estaban aparentemente asociadas a esta fase, sino que más bien forman parte del segundo proyecto: el Templo Nuevo. El Templo Antiguo, tuvo una serie de modificaciones entre las cuales se encuentran varios agregados o complementos, lo que hizo variar la forma del proyecto inicial. De esta forma, la plaza circular inscrita en el atrio, constituye una parte de una plataforma agregada sobre la versión original del atrio. Esta plataforma agregada, cuenta con lápidas finamente talladas y grabadas, con las Galerías Las Ofrendas, Las Caracolas y El Campamento (Fig. 5), y constituye una unidad muy característica de tratamiento arquitectónico, de litoescultura y de conjunto cerámico, que aparentemente corresponde a la última fase del Viejo Templo del Lanzón Monolítico. A esta parte agregada se le suman dos complementos arquitectónicos laterales en las alas, entre las que es muy notable y más definida en el ala sur, en la que se encuentran Galerías como la de las “Vigas Ornamentales”, donde se han encontrado dos vigas con figuras grabadas de animales (aparentemente de peces y crustáceos). Otras evidencias aisladas, como la de una inmensa columna de roca negra, con algunos diseños que no son típicos de Chavín, que estaba fragmentada y enterrada, son indicadores de estructuras hasta ahora desconocidas. Una mención especial merece el muro que circunda por el interior la plaza circular, en cuyo frente occidental, hay una procesión de personajes grabados en lápidas de piedra labrada cuadrangularmente; debajo de ellos, formando una especie de zócalo de piedras de un color más oscuro, una hilera de figuras de jaguares los suceden(Fig. 8-9). En la plataforma que la rodea, se construyó la Galería de Las Ofrendas, uno de los espacios mejor conocidos de Chavín, y en el que se encontraron una innumerable cantidad de restos de vasijas, gran parte de ellas completas, restos óseos de animales y humanos, y otros restos de comida. Otra Galería excavada recientemente por el equipo de la Universidad de Stanford, alojó ofrendas de material malacológico del Pacífico, 36   

fundamentalmente unas conchas que son muy cotizadas en los Andes: Spondylus11 y Strombus12. La plaza circular, enlosada con piedras amarillas, tiene dos escalinatas alineadas en un eje este-oeste; luego de cruzarla hacia el oeste, se accede a una terraza donde había tres vanos, desde donde se podía subir a las instalaciones de la nave central del edificio mayor (Sector B). La escalinata central, asciende directamente hacia la cima del Templo, donde había un recinto a modo de Galería, pero que desapareció con un aluvión en 1945. La escalinata sur, conducía, por su parte, al conjunto de galerías que están asociadas al “crucero” donde se encuentra El Lanzón. La tercera escalinata, la del norte, aun se encuentra cubierta por depositaciones posteriores y sólo se sabe de ella por el examen de un ducto que hizo Lumbreras (1993) en 1972. Esta escalinata conduciría a un tercer conjunto de galerías que en apariencia están debajo del Lanzón. Todas las escalinatas estaban entre muros, de modo que lo que se observaba desde el atrio era sólo una o dos entradas. 2.2.4 El Templo Nuevo o sector A El Templo Nuevo es el resultado de nuevas ampliaciones hechas sobre el Templo Viejo, incluyendo el cambio del eje central, y la inclusión de nuevos recursos representacionales y arquitectónicos. Si bien tiene una organización del espacio que sigue el mismo eje este-oeste del templo Viejo, mirando hacia el oriente, que en este caso coincide con el curso del río Mosna, se trata de un proyecto distinto, en donde las instalaciones anteriores pasaron a un nivel subsidiario o fueron cubiertas o destruidas (Fig. 2 y 3). Este nuevo complejo ceremonial tiene su núcleo central en una inmensa plataforma tronco-piramidal, la cual se formó a partir de un nuevo agregado al ala derecha del Templo de la Gran Imagen. Este gran edificio estaba rodeado por una cornisa de piedras que tenían imágenes de aves, serpientes y felinos grabados en sus lados expuestos los cuales estaban inmediatamente por sobre de las cabezas clavas, a unos 12 m encima del nivel del piso (Fig. 12A). Al parecer a unos 4 metros por debajo de la cornisa, el exterior del edificio                                                              11

 Esta concha de bivalvo, asociada a corrientes cálidas, no se encuentra disponible en las costas peruanas influenciadas por la corriente fría de Humboldt, salvo cuando se documenta períodos de El Niño; por lo que su intercambio involucra relaciones con territorios del Norte de Perú y Ecuador, desde Tumbes hacia al norte. 12 Concha de Gastrópodo de dimensiones importantes, fue hallada en gran cantidad en esta galería. Tallada su superficie con motivos típicos de la iconografía Chavín, es usada hasta la actualidad, y tal como lo documentan varios personajes de la plaza circular del atrio, como instrumento de viento. Posee un gran alcance sonoro.

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estaba enlucido, lo que se confirma por varios hallazgos de fragmentos de barro y porque los diez metros inferiores de los muros estaban hechos con piedras más toscas que aparentemente no eran cara-vista. En el tercio inferior de los paramentos de este edificio, en la zona asociada a una especie de zócalos, se han ubicado lápidas, columnas, pórticos y voladizos que también tenían representaciones en sus caras visibles (Fig. 12B, 13 A y B). En la parte frontal del edificio, en su cara este, había un pórtico al que se accedía mediante una secuencia de escalinatas que venían prácticamente desde el río. El pórtico, que se conoce como Portal Blanco y Negro o Portal de las Falcónidas, estaba constituido por dos columnas de piedras negras, cilíndricas y grabadas con imágenes de águilas antropomorfizadas, que sostenían un dintel voladizo formado por tres losas, que llevaban grabadas las imágenes de unas falcónidas de perfil: 7 de un lado y 7 convergiendo desde el lado opuesto (12B). El pórtico estaba flanqueado por una especie de zócalo de aproximadamente 2 metros de alto, realizado con losas de piedra blanquecina hacia el sur y una piedra grisácea oscura hacia el norte. Constituía, además el asiento de un muro que resguardaba las escalinatas que del pórtico ascendían hacia la parte más alta del edificio, en donde se ubicaban dos recintos cuadrangulares y el acceso a varias de las galerías de éste (Fig. 13A). Al frente del pórtico se ubicaba un pequeño atrio rectangular, cuyo muro perimetral estaba también cubierto por losas grabadas con varios personajes “sobrenaturales”. Hacia el este, se ubica una gran plaza cuadrangular hundida de unos 50 m de lado, con una escalinata central en cada uno de ellos, donde aparentemente hubo adornos también en lápidas que no se conservan. La plaza tiene dos plataformas laterales, una al norte y otra al sur, con lo que se obtiene, nuevamente, una versión del conjunto de edificios en forma de “U”. Aun cuando hoy no se conservan, Tello describió antes del aluvión de 1945, la presencia de una serie de recintos rectangulares en el extremo oriental del eje N-S que cruza el centro de la pirámide y la plaza. Otras estructuras o restos de ellas, como terrazas, galerías, canales y otros restos arquitectónicos son aun reconocibles en los alrededores del conjunto central. Un aspecto interesante de algunos recientes hallazgos, es que la implementación del complejo en general, pero de la plaza cuadrangular en particular involucró, obras de una envergadura considerable, tan o más costosas que la de los mismos edificios monumentales. Así por ejemplo, excavaciones en el centro de esta plaza han dado cuenta, que fue necesario modificar el curso del río Mosna, más de 100 metros hacia el 38   

este, y rellenar la terraza artificial; esto fue posible gracias a un estabilizado de tierra y rocas de dimensiones imponentes (Rick 2005), que subieron más de 4 metros la superficie original de la terraza fluvial, obteniendo un terraplén llano en el que se construyó la plaza y las plataformas laterales, así como otros recintos arrastrados en el tiempo por las subidas del río Mosna (Fig. 23). 2.2.5 El puente del Huacheqsa Antes del gran aluvión de enero de 1945, existía un puente que cruzaba el río Huacheqsa, y que fue descrito detalladamente por Tello (1960. Fig. 15). El puente de piedra fue el canal de comunicación que unió ambos sectores del poblado (sur y norte) por más de 2000 años. Se piensa que el puente fue construido durante la fase más temprana del sitio, es decir, en la fase Urabarriu (Burger 1998), ya que se han encontrado materiales en las inmediaciones asociadas a este período, y varias de las técnicas constructivas así como los recursos arquitectónicos de Chavín fueron características de esta construcción. Sin embargo, no es descartable que el puente haya sido construido durante las fases posteriores Chakinani o Janabarriu. En primer término, se canalizó el río que, turbulento y profundo, baja a gran velocidad desde la cordillera Blanca y está sometido a sucesivos desbordes, y se le añadió un canal de drenaje para el control de las crecidas anuales. Con el objetivo de proteger la estabilidad de los soportes del puente y las ocupaciones aledañas a las riberas, la canalización del río se hizo a través de la construcción de magnos muros de contención. Los cimientos de los muros fueron realizados usando sendas piedras trabajadas y rellenadas con otras no trabajadas y de tamaño menor. Del puente, Espejo Núñez describe que: “Estaba construido con piedras largas, labradas y seleccionadas ex profeso, las mismas que cruzaban de orilla a orilla, de tal manera que los extremos se asentaban sobre sólidas bases de piedra dispuestas a manera de pilastras o de estribos arquitectónicos” (Espejo Núñez 1958:63. En Lumbreras 1989:19). El mismo autor, destaca las descripciones que hiciera el cronista Cieza de León, y quienes desde luego después visitaron el sitio como Marino de Rivero, Antonio Raimondi, Wiener, Middendorf y José Toribio Polo. Interesante resulta para nuestro estudio la presencia de cabezas clavas empotradas en las columnas o pilones superiores del puente en ambos extremos. Dos de las cabezas descritas por Tello, la escultura 67 y 72, fueron relevadas in situ en 1919 en el puente. Sin embargo, fueron mandadas a trasladar por el alcalde de la época a la plaza de armas del actual pueblo. Los moldes en yeso de estas litoesculturas deberían conservarse en el Museo de Arqueología y Antropología de Lima. 39   

2.3 Materiales asociados Los materiales asociados a los espacios que se conocen del sitio provienen de las excavaciones que se han llevado a cabo en distintos proyectos de investigación a lo largo de varias décadas. Influyen en su registro, por lo tanto, cuestiones relacionadas con los métodos de recuperación diferenciales utilizados en estos proyectos, que distanciados en el tiempo, y en el mismo espacio de Chavín, otorgan sólo una visión fragmentada y desigual de un espacio aparentemente continuo de ocupación. Esto pone de manifiesto que hay una serie de aspectos que se relacionan con la calidad del registro disponible, y que pone a muchos de ellos en una situación problemática en lo que a confiabilidad de la recuperación se refiere. Con todo, a mi juicio, son las excavaciones sistemáticas de la Universidad Mayor Nacional de San Marcos, que se llevaron a cabo a fines de los 60’ y principio de los 70’, las que mejor reflejan un trabajo fino en lo referido a métodos de excavación, recuperación y análisis del material. Otro proyecto de la misma categoría, pero que trataremos en un apartado especial, por constituir un corpus que define una propuesta que se sostiene a partir de estos materiales, fueron las excavaciones realizadas por Richard Burger a finales de los 70’ e inicios de los años 80’, en la parte del poblado actual de Chavín, las que posibilitaron obtener una noción, aunque muy preliminar, de las características de la ocupación del asentamiento antiguo que constituía Chavín de Huántar. Otro cuerpo de datos, interesantes y confiable, es el que ha presentado la Universidad de Stanford, tanto en el pueblo actual, como en atrio del templo viejo y otros sectores del sitio. En general, el resto de las excavaciones, si bien algunas poseen registros detallados de ciertos materiales recuperados, como los de Tello y Bennett, suelen ser problemáticas en lo que se refiere al principio de asociación, a la precisión del tratamiento estratigráfico, a las características de los materiales recuperados (que suelen ser piezas enteras) y a los indicadores cronológicos. En la mayor parte de los casos, los ejemplos de las primeras excavaciones en Chavín han sido comparados con otros materiales utilizando criterios estilísticos y acaso uno que otro indicador estratigráfico, nunca más preciso que “más arriba o más debajo de”, y en consecuencia su utilidad como materiales contenidos por ciertos espacios, se restringe, en principio, a una cuestión de parecidos “aparentes” y de referencia espacial relativa. Es así como varios autores (Burger 1998; Lumbreras 1989; Lumbreras y Amat 1969; entre otros) se han servido de estas comparaciones para ampliar sus propuestas a otros espacios no excavados por

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ellos, confirmando por la vía de la semejanza, la inclusión o exclusión de esos artefactos en sus conjuntos de datos sobre las que basan sus propuestas de corte explicativo. Otro problema de la recuperación de los materiales asociados en el sitio, lo constituyen los factores post-depositacionales. La situación geográfica en la que se encuentra Chavín, sobre un cono de deyección, y en la confluencia de dos ríos cordilleranos, receptores de deshielos y aluviones (huaycos) (Figs. 1 y 22), ha generado grandes masas de tierra que se han depositado sobre la ocupación y que, junto con los eventos violentos de arrastre de material, sin duda han alterado la secuencia estratigráfica en la que se encuentra el sitio. En muchas ocasiones, este problema resulta central para poder dilucidar la pertenencia o no de ciertos materiales a un mismo nivel ocupacional, cuestión ciertamente problemática en gran parte de los depósitos aluvionales que por más de 2000 años han sepultado y alterado el sitio. Testimonio de esta situación fueron las excavaciones controladas de la Universidad Mayor Nacional de San Marcos en el atrio del Templo Antiguo, durante las cuales fue posible segregar distintos eventos violentos de huaycos a través del tiempo, y de esta manera diferenciar los materiales que se ubicaban allí sólo por arrastre, de los que se localizaban aparentemente in situ en las capas de depositación antrópica. Asimismo las labores de limpieza llevadas a cabo por Marino Gonzáles, después del catastrófico aluvión de 1945, permitieron comprender la magnitud de este tipo de eventos, a la vez que se recuperó parte del material originalmente descrito por Tello. Experiencias semejantes, que han sido capaces de segregar las capas de relleno aluvional de las culturales, han sido las que fundamentalmente se documentan en las excavaciones de la Galería Las Rocas (Rick 2005). Pero si estos eventos han alterado definitivamente la naturaleza y disposición de las depositaciones y han mezclado y alterado la tafonomía de la materialidad social de los distintos espacios, así como provocado el colapso y derrumbe de una gran cantidad de las estructuras, la presencia de espacios cerrados, protegidos en parte de los avatares violentos son los que sin duda entregan la mayor información de los espacios con materiales. En efecto, son las galerías subterráneas o internas, las que permiten una más clara identificación tanto de los conjuntos que contienen como de su cronología. Esto es cierto, sin embargo, para aquellas que se mantuvieron selladas por las mismas características constructivas o por los derrumbes que las cerraron posteriormente, pero no sucede lo mismo con aquellas que fueron concebidas para drenaje, las que muestran rellenos sucesivos, mezclados intencionalmente o provocados por la intrusión de

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material producto de los aluviones. Esto es lo que ocurre con la recientemente excavada Galería de Las Rocas (Rick 2005), que a pesar de mostrar una infinidad de material y de ser un gran aporte para la comprensión del complejo sistema de drenaje con el que contó el sitio, el material revuelto por eventos antrópicos intencionales de ocupaciones post-Chavín, así como la intrusión de material aluviónico que arrastró artefactos de distinto período, complejizan la segregación del conjunto material recuperado, y hacen problemática su discusión y la adscripción de las muestras sometidas a análisis cronométricos de radiocarbono. En síntesis, sería posible diferenciar en Chavín de Huántar distintos espacios en relación a las características post-depositacionales a las que han estado sometidos y poder, de esta manera, evaluar las características diferenciales del registro arqueológico disponible. Un primer espacio lo constituirían los espacios abiertos: plazas, plataformas, exteriores de los principales edificios, escalinatas, vías de circulación externa, entre otros, serían aquellos espacios más problemáticos ya que son los que han estado más expuestos a los eventos violentos y al mismo tiempo han sufrido de una mayor modificación post-Chavín. Constituye un punto problemático para nuestra investigación, ya que las cabezas clavas, y en general, gran parte del trabajo de representaciones figurativas fueron dispuestas en la parte externa de los edificios, aparentemente para ser expuestas, y en consecuencia los materiales allí recuperados deberán ser evaluados con precisión. No es poco probable, que la definición de las prácticas sociales en estos espacios, y en consecuencia su función, sean mejormente definidos a partir de las características y la relación entre los espacios, que con los materiales, que depositados inmediatamente cercanos a ellos podamos asociar. En este caso, será necesario poder distinguir, a lo menos, espacios de circulación y de reunión. Con todo, los datos con los que contamos para la identificación de materiales en estos espacios, es problemática, fragmentaria, y sólo se refiere, fundamentalmente, a las ocupaciones posteriores que se han descrito en Chavín de Huántar o a los materiales de tipologías Chavín que se han encontrado mezclados con materiales de periodos posteriores. De esta manera, Lumbreras y Amat (1969), Lumbreras (1993) y Rick (2005), en sus excavaciones en el atrio del Templo Antiguo, describen la situación mencionada y destacan la presencia de estructuras de habitación del periodo Huarás (post-Chavín, Fig. 24) sobre la plaza circular. Señalan también la presencia de material de tipos Chavín, como cerámica y fragmentos de litoesculturas (entre ellas varias cabezas

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clavas, algunas completas), desechos de talla, restos de animales, etc.13, todo lo cual indica un momento de abandono, al construirse sobre un suelo compactado y tratado con guijarros y lajas que habría sido parte del nivel ocupacional que construyó, ocupó y también mantuvo el primer edificio. Lo interesante de estos datos, es que esto significaría que las litoesculturas (cabezas clavas) dispuestas en esta capa, provendrían de desprendimientos de los muros del edificio y no de arrastre de material aluviónico, que se encuentra bien diferenciado en esta excavación, y en consecuencia, sería la única fuente con la que contamos de circunscripción estratigráfica asociadas a fechas absolutas. Un segundo tipo de contextos, lo relacionamos con los espacios cerrados, que están representados por las galerías, hayan sido éstas tapadas intencionalmente o no, y en este último caso, su sello debería haber sido provocado por derrumbes del mismo edificio o por arrastre de material aluviónico. Cualquiera que sea la situación que provocó el sello definitivo, lo cierto es que hay varios de estos lugares en el sitio, que desde su abandono, o en el transcurso de la historia de sus distintas ocupaciones, vieron conservados sus materiales, y la historia ocupacional de sus espacios. Aunque extraordinarios en conservación, por ser espacios relativamente secos y frescos, son escasos y claramente son sólo una manifestación de la variabilidad funcional que deben haber contenido los distintos espacios que existen en Chavín de Huántar. A pesar de ello, por constituir, como si fueran entierros “contextos cerrados”, proporcionan una buena idea acerca de materiales, prácticas y cronologías. Quizá el ejemplo más productivo en lo que a materiales recuperados y cronologías se refiere, son las excavaciones realizadas en la Galería de Las Ofrendas en el Templo Antiguo. Aquí se recuperó una gran cantidad de material, representado por vasijas completas y fragmentadas, desechos de alimentos, entre los que se cuentan restos óseos de animales y humanos, material malacológico y otros artefactos hechos en piedra, hueso y minerales diversos. Mediante una segregación del grado de fragmentación de los materiales, los que se encontraban más completos hacia los bordes de la galería y más fragmentados en el centro, fue posible identificar un espacio de circulación (en el centro) y otro de depositación (en los extremos y cámaras adyacentes), que posteriormente se ha postulado como la sucesión de diferentes eventos de ofrendas (Burger 1998), y no como perteneciente a una única situación depositacional. Esta excavación, ha permitido conocer la envergadura del uso de ciertas galerías,                                                              Estos materiales fueron encontrados en la capa H de la excavación del Atrio del Templo Antiguo (Lumbreras 1989:147).

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defendiendo que se trata de depósitos de ofrendas, y caracterizar la procedencia de muchos de estos materiales, como artefactos no locales (cerámica, obsidiana y conchas, principalmente) que dan cuenta de las relaciones de larga distancia que mantenían las personas que ocuparon el sitio, ya sea de manera indirecta o no. Un tercer espacio, es el que podemos caracterizar como espacios cerrados pero intervenidos, tanto por ocupaciones posteriores, como por intrusiones de material aluviónico. Son por lo común, galerías que fueron proyectadas como ductos de drenaje y que han estado sometidas a la continua acción de las aguas. Estos espacios, quizá claros en una primera función de drenaje, son algunos de los cuales aportan más cantidad de material dentro del contexto de los conjuntos recuperados en el sitio, sin embargo, la situación disturbada de sus contextos y la permanente exposición al agua, hacen muy infructífero su uso asociativo y cronológico. Uno de estos ductos o galerías de drenaje es el de la Galería Las Rocas excavado inicialmente por Lumbreras y Amat, y vuelto a trabajar últimamente en las excavaciones de la Universidad de Stanford dirigidas por John Rick (2005). En esta Galería que atraviesa el sitio desde el Templo Antiguo, pasando por la plaza cuadrangular hundida y hasta el Mosna, se ha caracterizado una de las funciones de drenaje de aguas lluvia que evitó que el sitio se inundara, y que constituye sin duda alguna, uno de los ejemplos mejor conocidos de la técnica hidráulica empleada en la construcción y mantenimiento del complejo monumental. Se han tomado una serie de fechas radiocarbónicas sobre restos óseos y carbones vegetales, pero han sido puestos en entredicho por el efecto reservorio que provocó la permanente filtración acuífera (Burger 1998). Los materiales recuperados incluyen toda clase de restos de desperdicios depositados luego del abandono por distintas ocupaciones del sitio y por las irrupciones de material aluviónico, de manera que se pueden encontrar allí una mezcla de materiales de todos los tipos y de todas las épocas. Sin embargo, un material que llama la atención, lo constituye la presencia de restos óseos humanos, que a juicio de John Rick fueron depositados sin ritual alguno, y expresa un evento probablemente ligado a una guerra masiva. Entre 20 y 30 individuos, de diferentes sexos y edades, fueron depositados en el canal, y fueron recuperados de las capas más altas, de ahí su adscripción cronológica post-Chavín. Otros tantos en un sector inferior en el declive que sigue el camino de la galería hacia el río, fueron encontrados en las capas más bajas y asociados a material de tipos Chavín, los que han sido interpretados como el producto, de una depositación intencional, que con escasas ofrendas, eran finalmente

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desarticulados y “lavados” por el arrastre del agua. Con todo, y con la gran longitud de 300 a 400 metros que recorre el canal/galería, es posible pensar que algunas de sus porciones no se encuentren intervenidas. Si es así, constituiría una nueva interesante fuente de información, acerca de la variabilidad funcional que puede contener un mismo espacio. Por el contrario, si no se clarifica con precisión las secciones que están intervenidas post-depositacionalmente de las que se encuentran “selladas” o con una menor afección, no será posible evaluar el conjunto de los materiales recuperados, y, en consecuencia, el valor de los objetos recuperados sólo tendrán un alcance de colección. En suma, la historia de los métodos de excavación y, sobre todo, las características propias del lugar en el que se emplaza Chavín en combinación con sus propiedades arquitectónicas, configuran una situación sensible en lo que a materiales asociados a distintos espacios se refiere. Ciertos espacios muestran un mayor potencial que otros a la hora de evaluar la calidad del registro disponible, pero no es menos cierto, que ahí donde se han sucedido los más violentos eventos aluvionales, ha sido posible segregar estratigráficamente el material mezclado en las capas que los representan de las otras que se han conservado y que dan cuenta de la historia ocupacional y funcional del sitio, o, más concretamente, de ciertos espacios. En consecuencia, es posible en varios casos contar con una historia de la dinámica de formación de sitio que documente aquellos eventos de alteración, y segregar, de esta manera, distintas situaciones históricas y sincronía entre ciertos espacios. 2.4 La Litoescultura Como he reseñado más arriba (supra), no es posible referirse a la litoescultura de Chavín sin aludir de manera pormenorizada al continente que las alberga, y sobre el cual se insertaron de diferentes formas, como recursos simbólicos para ser expuestos en las paredes externas, o escondidas en los aparejos internos de algunas Galerías. La litoescultura de Chavín no puede ser concebida en sí misma, si es que queremos abordarla arqueológicamente, no sólo por una cuestión de enfoque, sino porque el conjunto en general no constituye un conjunto mueble. La litoescultura de Chavín, salvo tres casos, aislados y bien conocidos14, no constituye estatuaria, ni huancas15, y pueden ser consideradas como una de las fases del proceso productivo arquitectónico, en donde el producto final es el edificio y no la litoescultura. En consecuencia, y hecha                                                              El Lanzón monolítico del Templo Antiguo (Fig. 10), El Obelisco Tello (Fig. 11) y la Estela Raimondi (Fig. 17). 15 Nombre que se le da en quechua a ciertos monolitos utilizados como indicadores rituales. También se conoce con este nombre a un grupo étnico.   14

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esta aclaración, conviene hacer notar que la tipología conocida del trabajo “escultórico” en piedra en el sitio de Chavín de Huántar muchas veces se ha establecido sin conocer el origen estructural de las piezas recuperadas, y por lo tanto, su adscripción a ciertas partes del templo, y su nominación, suelen ser muy especulativas. A pesar de ser ésta una cuestión evidente, la historia de la investigación arqueológica y no arqueológica, se ha empeñado por erigir sobre la litoescultura de Chavín toda clase de explicaciones, algunas ancladas sobre bases empíricas como veremos con los aportes de Rowe (1962) y otras que creen ver toda clase de relatos míticos y las bases de la cosmología y el pensamiento andino y amazónico. Pero más allá de estas cuestiones, sobre las que profundizaremos más adelante, es enteramente cierto que la popularidad del sitio se debe a lo prolífico de su producción litoescultórica, y a los diseños figurativos ciertamente complejos que se plasmaron en ellas. Siguiendo a Lumbreras (1977, 1989, 1993) conviene destacar que las manifestaciones litoescultóricas no son muy frecuentes en la prehistoria andina. Si bien se observa una amplia trayectoria en el manejo de grandes construcciones en piedra, las que incluyen desde edificios monumentales públicos, obras de regadío, caminos, puentes, etc. y que se remonta desde el Precerámico tardío hasta el Inca, no parece existir un referente arqueológico andino para el trabajo litoescultórico con el detalle y aparente especialización que se llevó a cabo en Chavín. Esto supone cuestiones interesantes, porque si aceptamos en principio la hipótesis de que su producción fue una manifestación de actividades especializadas, que implican de alguna manera un conocimiento histórico acumulado, habremos de aceptar también que en periodos postChavín esta práctica fue abandonada, y con ella su conocimiento. Si bien se conocen otras manifestaciones litoescultóricas para periodos que suceden a la etapa Chavín en los Andes Centrales, como las asociadas a lo que se ha denominado cultura Recuay, en el Callejón de Huaylas, éstas están hechas con técnicas completamente distintas, y sus temas e inserciones son ciertamente más modestos que las llevadas a cabo en el sitio. Otras, como las que se hicieron en el altiplano circum-titicaca, primero con Pukara y luego con Tiwanaku, dieron lugar a una prolífica producción, pero que no poseen las características del manejo volumétrico y de contornos que se observa en Chavín. 2.4.1 Tipos de representaciones figurativas sobre piedra Hemos hablado de litoescultura Chavín, término que se corresponde a las piezas de piedra que poseen algún diseño de representación figurativa, esto es válido hasta que 46   

definamos de manera más restringida lo que constituye una litoescultura. Si nos ceñimos al manejo volumétrico que implica el término “escultura”, habría que decir que gran parte de las piezas trabajadas sobre piedra y asociadas a la arquitectura de Chavín no son escultóricas. En efecto, el gran conjunto lo componen piezas trabajadas sobre caras planas, que resultan de un añadido de talla o grabado sobre las lajas labradas de los enchapes megalíticos. En estricto rigor, las representaciones realizadas sobre estos enchapes, constituyen un aprovechamiento de la superficie de los muros algunos edificios, en donde se utiliza la superficie, dejada por una primera etapa de producción, para producir imágenes16. Un proceso productivo, en consecuencia, que le añade valor a un largo proceso de trabajo previo. Distinto es lo que ocurre con las cabezas clavas, que aun cuando comparten con el resto de las piedras trabajadas para la representación figurativa un contexto arquitectónico, constituyen un manejo completamente independiente y distinto de la piedra, un proceso que sí acaba en la elaboración de una litoescultura, aun cuando el proceso productivo no concluya en ella. En otro lugar hemos propuesto, tres grandes categorías en la litoescultura o trabajo sobre piedra con representación figurativa para Chavín (González 2005, 2007) en lo que se refiere al manejo de las superficies, integrando variables de participación en asociación con la arquitectura y el carácter técnico genérico que produce la representación figurativa, una propuesta que conforme avanza la investigación, actualmente se ha ampliado a cuatro grandes grupos: (1) Aquellas trabajadas en superficies planas que se presentan de manera independiente a las estructuras arquitectónicas, y que según Rowe (1973) constituirían ídolos autónomos en cuanto al culto y su conceptualización. Entre éstas se encuentran piezas muy conocidas, como la Estela Raimondi, el Obelisco Tello, la Estela Yauya, entre otras. (2) Aquellas que presentan un trabajo volumétrico de sus superficies y contornos, y que, en ese marco, pueden ser definidas como litoesculturas, pero que son independientes de la arquitectura estructuralmente. Tal es el caso del Lanzón

                                                             16

 Es posible que el empleo de lajas planas en el revestimiento de algunos muros haya tenido la función de obtener paneles que sirvieran como base para la producción de imágenes; sin embargo, la presencia de una recurrencia de lajas de cara plana sin ningún tipo de intervención de tallado o grabado, hace dudosa dicha suposición. A pesar de ello, resulta interesante tenerlo en cuenta porque dichas superficies planas podrían haber soportado representaciones figurativas no realizadas sobre la piedra (por ejemplo, como se ha propuesto para la funcionalidad de los paneles textiles Carhua-Callango). 

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Monolítico17, del Templo Antiguo, y varios otros objetos muebles hechos en piedra (morteros, batanes, entre otros18). (3) Las que presentando un trabajo sobre superficies planas, forman parte de las estructuras y las adornan, como las lápidas, columnas, dinteles y cornisas. Entre éstas conviene destacar las que presentan las figuras en un plano bidimensional pero extendido, y otro grupo conformado por imágenes bidimensionales pero que recubren columnas; un aspecto fundamental desde el punto de vista de la facilidad de la percepción de la imagen. (4) Aquellas que aún cuando forman parte de la estructura arquitectónica, poseen un manejo escultórico de la superficie, tal como sucede con el caso de las cabezas clavas; un conjunto amplio de objetos que completan esta categoría. En otras palabras, los únicos objetos que se producen como litoesculturas y que se insertan en los muros son cabezas de piedra. Una segunda clasificación en lo que se refiere al trabajo de representaciones figurativas realizadas sobre piedras, se refiere al diferencial lugar que en la arquitectura ocupan (González 2007); una clasificación que cobra relevancia si tomamos en cuenta dos grandes tipos de espacios que promueve la arquitectura en Chavín: espacios interiores y espacios exteriores, y que consecuentemente, sería esperable que se vinculen con prácticas sociales distintas. Las representaciones en el primer caso, son las menos frecuentes, y sólo contamos con dos casos bien conocidos. El primero es el Lanzón monolítico, y el segundo una cornisa grabada con imágenes de felinos que se encontró en una galería del Templo Viejo. El segundo caso, como es de esperar, posee muchísimos ejemplos, ya que prácticamente todos los espacios arquitectónicos “exteriores” poseen algún tipo de representación                                                              Generalmente se asume que el Lanzón Monolítico, o la Gran Imagen, que se encuentra en el interior de una de las galerías del Templo Antiguo, es una pieza asociada a la arquitectura. Si bien esto es cierto, lo es sólo si diferenciamos que no comparte el mismo tratamiento que el resto de los materiales con representaciones figurativas trabajados en piedra que se encuentran “estructuralmente” asociados a ésta. En efecto, el Lanzón se colocó en el lugar, cuando se realizaban las labores de construcción del edificio del cual forma parte, pero es independiente de él. Otra alternativa, es que haya sido esculpido una vez construido el edificio, situación en la que de todas formas se hubiera requerido contar con la piedra labrada e instalada en su lugar definitivo antes del cierre de la galería (techo). Con todo, aun cuando se puede asociar este objeto a la arquitectura, es independiente de ella si lo comparamos con las otras piezas que forman parte de los muros, y debido a que posee un claro manejo escultórico, se diferencia en la situación con el resto de litoesculturas comparables a un nivel técnico. 18   Conocidos comúnmente como “morteros rituales”; hacemos referencia aquí, a objetos de piedra que presentan un trabajo volumétrico tanto para su forma como objeto de funcionalidad reconocible, como para la elaboración de representaciones figurativas. El sentido de incluirlos en esta categoría, hace referencia al segundo aspecto, y no a que el trabajo sobre morteros, batanes o vasos de piedra sea trabajo escultórico. Para mayor claridad ver Fig. 26. 17

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figurativa realizada sobre piedra19. Aquí, se incluyen los muros que llevaban cabezas clavas, cornisas, dinteles, lápidas y columnas. Sin embargo, también otros espacios exteriores fueron aprovechados para realizar representaciones, y no es poco frecuente localizar en la cara vertical de las escalinatas, por ejemplo, imágenes talladas20. Otro espacio externo, que reporta especial interés para nuestra investigación, es el reporte de la presencia de cabezas clavas en un puente, un espacio externo, vinculado con el sitio, pero con una funcionalidad mucho más evidente (conectividad/circulación). Con todo, esta primera aproximación pone el acento en aspectos técnicos, que en principio pueden desprenderse de las representaciones figurativas hechas sobre piedra, y su localización. Sin embargo, hay una organización más fina, que de manera preliminar se intuye, y que será preciso en su momento dilucidar, como por ejemplo, la diferenciación entre los espacios externos. En este sentido, no será lo mismo una litoescultura o un diseño trabajado sobre piedra asociado estructuralmente con la arquitectura, que se encuentre en un lugar que podamos definir como “central”, en la medida que sea un espacio que “reúna”, que las que se encuentren en espacios de tránsito/circulación. Todas estas materias forman parte de la presente investigación en curso. 2.4.2 Aspectos generales de la Iconografía Chavín La litoescultura o lapidaria chavinense fue y es el paradigma del estilo llamado "Chavín", y de esta forma lo reseña Lumbreras (1989, 1993); lamentablemente hay pocos objetos iguales en otras partes. Esto determinó que los términos de comparación con la cerámica u otros materiales, fueran sumamente arbitrarios, de modo que se produjeron muchas interpretaciones confusas y se concedió al estilo una extensión mayor de la que tiene. Eso favoreció a que se construyeran hipótesis tan ambiciosas como la de considerar a Chavín como la "capital" de un imperio, con un ámbito muy vasto de dominio. Todavía hoy, el llamado "Horizonte Temprano", es confundido como la etapa de expansión de la cultura Chavín a nivel pan-peruano. La iconografía chaviniense es muy distintiva, a pesar de que su dispersión, sus orígenes y alcances suelen ser difusos y problemáticos de evaluar. Si nos ceñimos a la iconografía del sitio tipo, que es lo que en esta ocasión nos convoca, habría que partir                                                              Cabe hacer mención acá a las representaciones sobre el enlucido de barro que llevaban en su tercio inferior algunos edificios, los que pueden haber incluido, aparentemente, figuras en relieve modelado e imágenes pintadas (frisos) (Lumbreras 1989, 1993; Lumbreras y Amat, 1969; Kauffmann 1993). 20 En las escaleras en las que se han localizado representaciones, son siempre cuerpos y cabezas ofidias. 19

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diciendo que fue en base a ésta sobre la cual se generaron los modelos de estilo de Horizonte (Willey 1945), en donde su dispersión en el territorio de los Andes Centrales se definía por criterios de semejanza a los esquemas figurativos que aparecían en la litoescultura de Chavín de Huántar. En consecuencia, fueron estos esquemas los que marcaron la pauta de lo que se incluía en el Horizonte estilístico. Estas nociones llevaron a encerrar un sinfín de materialidades de una amplia zona, que presentaban ciertos rasgos, sólo en base a criterios de similaridad, tan arbitrarios como observadores habían, lo que tuvo como consecuencia incluir en una misma categoría, tiempos y espacios que en estricto rigor no estaban relacionados. Sin embargo, más allá de las consecuencias que ha tenido en la investigación arqueológica las distintas propuestas de ordenamiento iconográfico, lo cierto es que la iconografía del sitio, constituye un corpus de imágenes y motivos, que reiterados y organizados en un esquema de representación, caracterizan las representaciones figurativas. En primer lugar, hay que destacar que la iconografía Chavín se caracteriza, por lo común por una especie de horror vacuo, un aspecto que por lo general hace que los esquemas de representaciones estén muy cargados de motivos y personajes en una única composición. Dentro de lo que se ha definido como una especie de barroquismo en la iconografía Chavín, hay que destacar la reiterada representación de personajes con posiciones antropomorfas pero con atributos de animales. Si bien existe una amplia gama de atributos zoomorfos en los distintos esquemas, se puede decir que la gran recurrencia la presentan animales de tierras bajas cálidas y no-domésticos, tales como jaguares,

falcónidas/rapaces,

ofidios

y

aligátores.

Es

extraño

encontrar,

representaciones de llamas o cuyes, animales de primer orden en la dieta chaviniense, como se ha confirmado en numerosos estudios (Burger 1993). El resto del universo zoomorfo de las representaciones suele representarse en su propia constitución anatómica, pero con convenciones que son reiteradas en patas y caras de prácticamente todo personaje, sea éste antropomorfo o enteramente zoomorfo. Dentro de este universo, son relevantes las figuras de ofidios, caracolas (Strombus), aves menores, mariposas, peces y murciélagos. Existe una tendencia, que conforma en apariencia una “convención”, en la trayectoria de la iconografía Chavín, que se expresa en las distintas fases de la construcción del sitio, y que consiste en representar, como hemos mencionado, tanto a seres antropomorfos como a zoomorfos, con una apariencia híbrida. Así por ejemplo, patas o manos son representadas con garras de felino o rapaz, y las caras por lo común son una mezcla de ojos con pupilas excéntricas de falcónidos con bocas agnáticas (con poca o 50   

sin mandíbula) de colmillos felínicos/aligátores, y narices antropomorfas retrotraídas. Existe una serie de instancias accesorias de motivos en las que se utilizan una gran variedad de recursos representacionales, tales como volutas, roscas, círculos concéntricos, entre otros recursos de apariencia geométrica que no poseen una apariencia figurativa clara. Sin embargo, otros motivos si son recurrentes cuando se dibujan orejas, cuerpos, tocados etc. Otra característica de los esquemas figurativos de Chavín es la disposición en la que se ordenan ciertos atributos. Generalmente se recurre a la especularidad de un atributo, a la secuencialidad lateral, a bandas modulares y a la reducción o simplificación de algunos motivos. Se puede definir a la iconografía Chavín, como representaciones figurativas, porque somos capaces de identificar formas de la naturaleza. Sin embargo, su ordenamiento y disposición, es materia de discusión, y, por supuesto, han sido fruto de las más variopintas explicaciones. Por el momento, y a un nivel puramente descriptivo, es necesario resaltar: -

Una aparente complejidad composicional en los esquemas figurativos.

-

La presencia de ciertas convenciones: lo que se confirma a primera vista con la reiteración de ciertos motivos como recurso figurativo.

-

Una aparente estandarización del esquema figurativo, a lo menos en el sitio.

-

Una diferenciación representacional según sea el soporte sobre el que se realiza, y el emplazamiento que se utiliza.

-

No se representan escenas de la vida doméstica, ni de ningún tipo. Sólo personajes.

-

Las representaciones contemplan esquemas de figuraciones con temas que desconocemos, pero en los que se destacan los atributos de animales salvajes, muy por sobre los animales domésticos.

-

Las representaciones “naturalistas” son muy escasas, y sólo las hemos observado sobre cabezas clavas antropomorfas.

2.4.3 Las cabezas clavas Como hemos dejado entrever en partes de este trabajo, las cabezas clavas, son prácticamente el único conjunto que a un nivel técnico posee un trabajo escultórico de su superficie. Constituyen cabezas antropomorfas, zoomorfas y antropozoomorfas (Fig. 18) de una dimensión promedio de 80 a 100 cm de diámetro con una proyección en su

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porción apical de forma de paralelepípedo conocida como “clava”; esta proyección es la que iba empotrada en la fachada de los principales edificios de Chavín de Huántar, dejando expuesta sólo la cabeza. Actualmente, sólo queda una cabeza clava entera in situ, y una segunda al costado de ésta que sólo expone parte de la clava fracturada, en la esquina SO del Templo Nuevo (Fig. 19). Existe un número total actual de 136 cabezas clavas conocidas y registradas, compuestas por un registro pionero que llevamos a cabo en el sitio en 2004, compuesto por 90 piezas; las que recuperó Lumbreras en sus excavaciones del Templo Viejo; y las que registró Tello en sus excavaciones de 1919, de las cuales sólo se conserva una, y del resto se desconoce su paradero, luego que fueran arrastradas y enterradas por el aluvión de 1945 que azotó el sitio (González 2005). Se sabe a ciencia cierta, que las cabezas clavas se ubicaron en los laterales y en la trastienda (pared oeste) del Templo Nuevo y en los pilones del puente Chavín que se llevó el huayco aludido. Lumbreras ha dado algunas evidencias para suponer que hubo cabezas clavas también en el Templo Antiguo, ya que se han ubicado cabezas clavas enteras y fracturadas en una capa de depósito natural que se ha definido como el abandono del Templo Antiguo. Si fuera así, las cabezas clavas serían el tipo de representación figurativa con la más amplia vigencia en el sitio, y sería pertinente poder realizar una segregación estilística asociada con la arquitectura de ambas fases, y con la nueva secuencia arquitectónica propuesta por Kembel (2001). En cualquier caso, las oquedades cuadrangulares a espacios equidistantes en los aparejos de los muros del Templo Nuevo, confirman, que a lo menos, las cabezas clavas fueron un recurso que se usó en la época de máxima ampliación del sitio, y en la que se ha descrito el “apogeo” de éste. Esta época, es la que coincide también, con la más amplia dispersión de los atributos de la iconografía Chavín; iconografía que se llegó a observar en paneles textiles en la costa sur del Perú (Fig. 21). Sin embargo, han sido en su mayoría encontradas en contextos disturbados, por los múltiples huaycos o aluviones que han afectado la geomorfología del sector, así como por las sucesivas reocupaciones que experimentó el sitio -hasta momentos subactuales-, desde su decaimiento hacia fines del Horizonte Temprano (50021/40022/20023 a.C.). Lumbreras y el equipo de la UMNSM, en sus excavaciones de 1968, 1970 y 1972 (Lumbreras, 1989: figs. 38-43, 1977: figs. 43, 63, 70-74), registraron el hallazgo de                                                              En la cronología Rick & Kembel (1998, 2001, 2005). Lumbreras (1989, 1993) 23 Burger (1992, 1998) 21 22

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varias cabezas clavas depositadas estratigráficamente (prácticamente la totalidad de ellas forma parte de nuestro registro), las que se pudieron segregar siguiendo la depositación definida para cada capa. De esta manera, varias se encontraron en la capa G, una capa depositada sobre la capa H, de abandono del templo, y que corresponde al derrumbe de las paredes del principal edificio del Templo Antiguo y las paredes de la plataforma que circunscribía el atrio. Este es el antecedente que le hace proponer, que algunas cabezas encontradas en esta capa pudieron haberse desprendido de las paredes de la gran plataforma que rodeaba a la plaza circular en el momento de su derrumbe, y, en consecuencia, estas cabezas formarían parte del primer proyecto constructivo. Sin embargo, el resto de las cabezas fueron localizadas en capas superiores de relleno aluviónico o de las ocupaciones Huarás y Callejón, siendo reutilizadas como cabezas clavas que se empotraron en muros rústicos, o como material constructivo24. Con todo, la localización en la que se han encontrado las cabezas clavas es sumamente problemática, y cualquier segregación estilística con la arquitectura, puede ser muy confusa y poco productiva. Los vínculos, con otras representaciones figurativas sobre piedra más conocida, tratan otros temas, y motivos que se han descrito como característicos de una fase temprana, aparecen en las cabezas adscritas al Templo Nuevo, y viceversa. Es por eso, que más que una segregación estilística asociada a la arquitectura, nos interesa conocer el ámbito espacial que ocuparon las cabezas, como material genérico. Lamentablemente no contamos con datos acerca de la ubicación de cada una de ellas, que pudieran acercarnos a indagar en un posible “orden” en la disposición de cada pieza, y poder asociar una con otra. Algo muy cercano a esta línea ha propuesto Burger (1993), quien “interpreta” el significado de estas representaciones como una voluntad por querer representar la transformación o viaje chamánico, en donde el estado más antropomorfo serían los primeros momentos de la experiencia alucinógena, y cada una de las distintas cabezas serían un estado más de conversión hacia un ser con poderes y características sobre humanas, facilitadas gracias al consumo de la mezcalina contenida en el cactus San Pedro (Trichocereus pachanoi). Una propuesta que se basa en la documentación etnográfica de algunas sociedades amazónicas peruanas descritas por Roe (1974, 1982), pero que no tiene ninguna posibilidad de ser contrastada, como todo intento de buscar el significado “oculto” de las representaciones figurativas.                                                              Otros materiales Chavín también fueron ocupados en algunas construcciones del periodo Huaraz, que construyó algunas viviendas sobre la plaza circular del atrio del Templo Antiguo: Lumbreras destaca que muchas lápidas y cabezas clavas fueron usadas como recursos primarios de algunos muros pero dispuestos al revés, tal y como se ha observado en algunas prácticas andinas en las que invirtiendo el objeto, se logra su muerte o negación simbólica.

24

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Con todo, sólo en términos descriptivos conviene resumir que: (1) Las cabezas clavas son las únicas representaciones figurativas trabajadas escultóricamente que participaron estructuralmente de los edificios. (2) Constituyen un conjunto de representación independiente del resto de los esquemas figurativos de piezas trabajadas en piedras. (3) A pesar de lo anterior, se repiten en ellas varias de algunas aparentes convenciones que promueve la representación figurativa en Chavín. (4) Podemos identificar rasgos antropomorfos y zoomorfos en ellas, la mayor de las veces combinados. (5) La única instancia de representación en la que se hacen figuras de caras humanas naturalistas en Chavín de Huántar es en un subconjunto de cabezas clavas. (6) Ocuparon parte de las instalaciones de los edificios del Templo Nuevo y el Templo Antiguo, y por esa razón serían el recurso de representación figurativa asociada a la arquitectura con más vigencia que cualquier otro. (7) No ocuparon, en primera instancia, lugares de reunión, sino que se asociaron con espacios exteriores vinculados con áreas de circulación o trastienda y laterales de edificios principales. (8) No se pueden segregar mediante una cronología relativa como sí se ha propuesto con otras representaciones hechas sobre piedra.

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3. Cronología

Para las primeras investigaciones en Chavín, el sitio constituía un único gran bloque temporal. Sin embargo, a medida que se profundizó en el conocimiento de los materiales del sitio, se fue haciendo necesario la generación de secuencias relativas que dieran cuenta de las aparentes diferencias tipológicas que en lo referido al estilo se observaban en las distintas fases constructivas de los edificios de Chavín. John H. Rowe (1962), logró hacer una segregación cronológica de las litoesculturas de Chavín, utilizando su asociación con las diversas fases constructivas del centro ceremonial y algunos rasgos estilísticos derivados de la secuencia que él y Lawrence Dawson, habían construido para la cerámica Paracas-Ocucaje del valle de Ica (ver cuadro 2). De acuerdo con las fechas obtenidas mediante el Carbono 14, y su calibración dendrocronológica la época más antigua del templo es de alrededor de 1350-1250 cal. ANE, puesto que únicamente una muestra de huesos (SI-1211) se remonta a.c. 1700 cal. ANE y sería preciso confirmar se en Chavín existían edificaciones entre 1100-800 cal. ANE, y su declive hacia 700-500 cal. ANE. Algún tiempo después de su construcción y abandono, el sitio fue reocupado por campesinos que construyeron sus casa encima de los escombros, primero por grupos portadores de la cerámica Huaraz, más tarde por los que usaban la cerámica Mariash (Recuay) y, finalmente, durante varios siglos, hasta la época Colonial, por grupos portadores de las varias fases de la cerámica llamada Callejón.

La mayor parte de las muestras son de vida larga (carbón vegetal) y las adscripciones a las fases estilísticas de la cerámica sugieren problemas de contextualización o de seriación cronotipológica de los estilos cerámicos. Por ello, será preciso un análisis más detallado de los contextos y de las muestras para establecer más ajustadamente las implicaciones cronológicas de las dataciones de radiocarbono en Chavín. Esta tarea se desarrollará para nuestra Tesis Doctoral. En el siguiente cuadro se resumen todas las fechas disponibles en la literatura arqueológica, que corresponden a las excavaciones hechas por Lumbreras y la

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UNMSM, por Burger y la PUCP, y, últimamente, por las realizadas por el equipo de Stanford. Cuadro 1. Mediciones radiocarbónicas en Chavín de Huántar Nombre Muestra

Fase secuencia relativa

Procedencia

Material

Años AP (antes 1950)

Años Calibrados. (IntCal04)

Referencia

SI-1211

RocasJanabarriu ? RocasJanabarriu ? ?

Galería de las Rocas, piso de colector de desagüe del templo.

Huesos

3370±80

2204(1701)1212 Cal ANE

Lumbreras 1989:114

Galería de las Rocas, piso de colector de desagüe del templo.

Huesos

3077±?

1405(1356)1313 Cal ANE

Lumbreras 1989:114

?

?

3050±80

Burger 1998

Galería de las Rocas, piso de colector de desagüe del templo.

Huesos

3025±80

1605(1277)938 Cal ANE 1442(1260)1026 Cal ANE

Área asentamiento B5ampliación, No 12 en la fig. 10 Galería de las Rocas, piso de colector de desagüe del templo.

Carbón vegetal Huesos

2900±150

1446(1120)802 Cal ANE 1395(1106)826 Cal ANE

Burger 1993

Área asentamiento B5-ee, No.16 en la fig. 10. Atrio Templo Antiguo. 8D-XI1-3 Área asentamiento B5ampliación, No 12 en la fig. 10 PIRCA, Galería de las Ofrendas Edificio A, Cara Este, Zócalo Blanco y Negro, Ala Norte (AE-1) Edificio A, Cara Este, Zócalo Blanco y Negro, Ala Norte (AE-1) Entierro 7. PIRA-S5W1010G-T7 Área asentamiento B5-e, No. 12en la fig. 10 Área asentamiento D1-bb, No. 12 en la fig. 8 PIRA-S4W12. Sobre piso de casa periodo Huarás. Edificio A, Cara Oeste, Ala Sur (A-W-1) Área asentamiento D1-11, No. 17 en la fig. 8 Atrio Plaza Circular Nivel H

Carbón vegetal Carbón vegetal Carbón vegetal Carbón vegetal ?

1122(944)801 Cal ANE 1251(917)595 Cal ANE 1193(898)552 Cal ANE 1118(877)595 Cal ANE 976(864)789 Cal ANE

Burger 1993

Carbón vegetal ?

2400±100

Templo Antiguo. Pl-RCA-S4Wl1-9H. Atrio Templo Antiguo. 8D-XI1-3 ?

Carbón vegetal Carbón vegetal ?

2380±70

Área asentamiento Dl-vv, No. 17en la fig. 8 Atrio Plaza Circular

Carbón vegetal ?

2350±100

GX-1127 TK-18 SI-1210 ISGS-493*

RocasJanabarriu ? Urabarriu

ISGS-486

RocasJanabarriu ? Urabarriu

GIF-1078

Callejón

UCR-694*

Urabarriu

GX-1128

Ofrendas

CdHCS-12

?

CdHCS-11

?

HAR-1104

Huarás

UCR-705

Urabarriu

ISGS·506

Janabarriu

HAR-1109

Huarás

CdHCS-29

?

ISGS-507

Chakinani

CdHCS-33

?

HAR-1105

Janabarriu

GIF-1077

Callejón

SI-1213

?

UCR-693

Chakinani

CdHCS-32

?

ISGS-510

Urabarriu

Área asentamiento 82-c, No.6 en la fig. 9

Carbón vegetal

2190±210

GIF-1079

Huarás

Atrio Templo Antiguo. 8D-XI5

Carbón vegetal

2100±100

UCR-747

Janabarriu Janabarriu

Carbón vegetal Carbón vegetal

1775±100

UCR-748

Área asentamiento D2-f2, 100 a 115 cm. de prof. Área asentamiento E1-rr, No. 8 en la fig. 7

SI-1212

2890±125 2770±75 2730±100 2715±100 2700±85 2695±55

Lumbreras 1989:114

Lumbreras 1989:114

Lumbreras 1993:113 Burger 1993 Lumbreras 1989:113 Kembel 2001

?

2640 ±55

926(812)571 Cal ANE

Kembel 2001

Carbón vegetal Carbón vegetal Carbón vegetal Carbón vegetal ?

2640±70

975(797)544 Cal ANE 906(684)411 Cal ANE 828(628)401 Cal ANE 778(605)411 Cal ANE 763(588)408 Cal ANE 794(541)231 Cal ANE 753(533)389 Cal ANE 766(524)260 Cal ANE 778(506)207 Cal ANE 772(492)204 Cal ANE 766(476)203 Cal ANE 405(300)193 Cal ANE 790 Cal ANE (265 Cal ANE) 218 Cal NE 383 Cal ANE (144 Cal ANE) 70 Cal NE 23(252)532 Cal NE 140(406)619 Cal NE

Lumbreras 1989:113 Burger 1993

2580±100 2520±100 2480 ±70 2455 ±55

2395 ±55

2370±100 2360 ±100

2260 ±55

1635±100

Burger 1993 Lumbreras 1989:113 Kembel 2001 Burger 1993 Kembel 2001 Lumbreras 1993: 417 Lumbreras 1989:113 Lumbreras 1989:113 Burger 1993 Kembel 2001 Burger 1993 Lumbreras 1993:112 Burger 1993 Burger 1993

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III. Genealogía para un estado de la cuestión. El estudio y las propuestas arqueológicas en Chavín El presente apartado presenta la trayectoria de las principales propuestas, que durante más de 100 años de investigación sistemática en el sitio se han realizado por distintos equipos de investigación. Como he señalado en el principio de este trabajo, constituye una revisión necesaria para poder evaluar el valor de las propuestas y su capacidad de integración con el registro disponible. Esta presentación por razones de pertinencia y operatividad para nuestros propios propósitos investigativos no toma todos los investigadores que han abordado el problema Chavín, sino sólo las propuestas y debates que cuentan con mayor proyección dentro de la prehistoria andina; conviene hacer la salvedad, porque la relevancia de este sitio, ha dado a luz innumerables trabajos relacionados con las distintas materialidades y problemas que se desprenden tanto desde el sitio como de su participación en la escena de la prehistoria regional. Por otra parte, si bien el material que presentamos a continuación, tiene en apariencia una organización histórica, lo cierto es que planteamientos de los primeros trabajos y los siguientes, o partes de ellos, siguieron vigentes en conceptualizaciones del problema posteriores, y, en consecuencia, se mezclan criterios en todo momento.

1. El Registro Etnohistórico y el “Re-descubrimiento” de las Ruinas de Chavín de Huántar: de Vásquez de Espinoza a Middendorf (S XVII-XIX)

Si bien es posible determinar que Chavín de Huántar fue ocupado por primera vez hacia finales del segundo mileno antes de nuestra era, fue un lugar con una continua ocupación y, aparentemente, conocido en la prehistoria en un amplio territorio. Así por lo menos lo atestiguan los registros etnohistóricos, que afirman que Chavín era visitado por pobladores de una amplia zona que venían a rendirle “culto”. En estricto rigor, Chavín de Huántar no fue “descubierto” ni por occidente, ni por la ciencia, ya que siempre se tuvo noticias de sus ruinas. Cuando llegaron los colonialistas ibéricos, el sitio, ya cubierto por dos mil años de reocupaciones múltiples, mantenía plenamente vigente el “aprecio” de la población del mundo andino (Lumbreras 1993: 48). En 1616 el visitador carmelita Fray Antonio Vázquez de Espinoza, recogió en Chavín algunas referencias que escribió como: “Junto a este pueblo de Chabin ay un gran edificio de piedras mui labradas de notable grandeza; era guaca, y santuario de los más famosos gentiles, como entre nosotros son Roma y Jerusalem adonde venían los indios a ofrecer, y hazer sus sacrificios” (Vázquez de Espinoza 1948: 458. En Lumbreras 1993:48). 58   

Es interesante notar que esta idea de centro ceremonial, al modo occidental, reflejada en los primeros escritos ibéricos de Chavín, en los que se conceptualiza la idea de un centro religioso de peregrinación al más puro estilo cristiano y musulmán, haya quedado incrustado en las posteriores investigaciones que, supuestamente de manera científica, abordaron la tarea de definir la naturaleza de las actividades que se llevaban a cabo en este sitio. Este escrito, que hoy aparece en la entrada donde se compran los tickets para que el turismo “entre” a este hoy famoso centro ceremonial andino de la antigüedad recóndita, y reconocido en 1985 por la UNESCO como patrimonio cultural de la humanidad, no hace sino confirmar este criterio de verdad que se le otorga a estas primeras palabras que se escribieron desde occidente acerca de Chavín. Un criterio de verdad, que no sólo se usa para mostrar cómo fue que los viajeros españoles se impresionaron con la envergadura del sitio, sino para sustentar las explicaciones de la realidad social que ocurrió en él. Incluso en palabras de Lumbreras, se señala que “la arqueología ha verificado que también es cierto lo que cuenta el fraile visitador, pues entre los escombros de los que fueron los ostentosos templos de Chavín, aparecen ofrendas depositadas por pueblos de existencia muy posterior a su abandono, incluidos los incas de los siglos 16 y 17” (Lumbreras Op.cit: 49, el destacado es nuestro). Sin embargo, lo cierto es que cuando llegaron los evangelizadores españoles era más la leyenda que circulaba en el pueblo y en las aldeas cercanas, de lo que realmente se podía ver. Una vez más la imaginería se encargó de dejar plasmadas en escritos sus fantasías e intuiciones acerca de la naturaleza del sitio: “ay deuajo de tierra grandes salas, y aposentos, tanto que hay cierta noticia que pasan debajo del Río, que pasa junto a la Guaca, o Santuario Antiguo (…) Tienen noticia que en ella ay gran riqueza, y tesoro de oro, y plata y otras piedras preciosas y aunque muchos an intentado bvscar este tesoro por justos juicios de Dios, no an dado con el, por ser grandísima la maquina del edificio, y sus ruinas y las muchas puertas que tiene, y grande laberinto debajo de tierra, y cierta hazia donde esta el tesoro, cae sobre el rio al oriente, disimulada por una puerta con una loza, o peña y hasta oy no lo an podido descubrir” (Óp. Cit.). Y claro, algunas de las intuiciones del carmelita eran correctas, efectivamente había debajo de la tierra grandes recintos, que a primera vista pueden parecer laberínticos. La fantasía sin embargo, se encargó de colaborar en la destrucción y alteración del sitio, en donde los buscadores de aquel supuesto tesoro intentando dar con él, removieron los escombros y destruyeron parte de los edificios en toda la historia posterior a la primera visita documentada en escritos. Como bien señala Lumbreras, hay pocos sitios en los Andes, exceptuando Pachacamac y Tiwanaku, que hayan conservado tanta fama e importancia como la que poseía 59   

Chavín. Eso colaboró a que fuera necesariamente visitado por quienes se encargaron de recorrer el territorio peruano en los tiempos de la ocupación ibérica. En tiempos republicanos, antes de que los arqueólogos se interesaran por él, pese a las dificultades en el acceso, también hubo un interés por integrarlo a la nueva construcción de la identidad del estado nación emergente, y el primer libro escrito sobre las antigüedades peruanas, por Eduardo de Rivera y Ustariz, en 1841, se ocupa de ellas. Algo similar ocurre con la visita del naturalista italiano Antonio Raimondi en 1873, el viajero francés Charles Wiener en 1880, el alemán Ernst Middendorf en 1893-95 y José Toribio Polo en 1900. Son de especial interés, las descripciones realizadas por Middendorf, quien estableció la existencia de cierta coherencia entre el sitio y otros que él observó en la costa de Ancash, proponiendo que todos ellos debían considerarse parte de una misma formación preincaica de carácter regional: “Con ocasión de la descripción del Templo de Mojeque hicimos notar que en la construcción de un edificio de esta naturaleza, el acarreo y colocación de tan enormes piedras hubiera sido imposible para el reducido número de habitantes de un solo valle, y lo mismo rige con respecto al conjunto arquitectónico de Chavín. Estas obras sólo podrían haberse realizado en el curso de muchos años y con el trabajo de cientos de hombres, lo que supone la existencia de un pueblo numeroso, con un alto nivel de desarrollo cultural. Esto nos induce a relacionar las tumbas tan peculiares en las alturas de Sipa, en Andamayo (…) con las construcciones de Chavín, y a sostener que en tiempos muy remotos, mucho antes que los Incas extendieran su dominio sobre esta región, debe haber vivido entre ambas cordilleras y el curso superior del Marañón, en los valles que en conjunto se denominan Conchucos, y posiblemente, aún más hacia el Norte, un pueblo de elevada cultura, cuya estrecha relación con los pueblos de los valles costaneros es muy probable, si bien no ha sido todavía comprobada. Chavín era uno de los reinos de los señores de este reino, pero no la capital, pues el valle en este lugar demasiado estrecho y carece del espacio necesario para una ciudad” (Middendorf 1974 [1895]; vol. III: 75 ss. En Lumbreras 1989:40). Antes de cualquier explicación arqueológica de Chavín de Huántar, se encuentran en las descripciones y propuestas de Middendorf, algunos conceptos interesantes, que posteriormente serán revisados y constituirían el centro de los debates acerca de la naturaleza de Chavín. Es interesante notar, primero una lucidez con respecto a la adscripción de Chavín como una formación social preinkaica, una propuesta que años 60   

más tarde será sistematizada por Max Uhle pero con relación a los materiales arqueológicos de la costa sur, y las cercanías de Cuzco y Tiwanaku. En efecto, esta descripción hasta cierto punto prístina en su consideración de Chavín, hace de las observaciones de Middendorf, una interesante fuente en donde rastrear aquellos primeros conceptos que dieron forma a la sociedad constructora y ocupante de Chavín, y que, posteriormente, serán reiterados en distintos esquemas explicativos que abordan la discusión del fenómeno social. En primer lugar, Middendorf advierte, explicitando la carencia en ese momento de referencia empírica, la relación que deben haber mantenido las gentes de los valles intermontanos de altura, con las poblaciones de los valles costeros. Una advertencia que propone como substancialmente necesario un vínculo entre ambas zonas, y que se ha confirmado ampliamente. Una relación histórica permanente e ineludible, así como complementaria y conflictiva, pero sobre todo constantemente existente. En segundo lugar, destacan las apreciaciones como “alta cultura” en las que define a Chavín; apreciaciones que posiblemente desligadas de las posteriores concepciones relativistas culturales de la escuela particularista-histórica y su fuerte influencia en los esquemas explicativos en la prehistoria peruana, será parte de los discursos que permitirán incluir a Chavín dentro del fenómeno civilizatorio; un fenómeno que tendrá consecuencias tanto a nivel puramente académico, como en la construcción de la identidad del estado nación, que siente en este término la prueba de sus raíces como un pueblo antiguo, civilizado, unitario y prístino. A estas consideraciones, se le sumarán cuestiones, como las que señala en su descripción, en torno a conceptos de reinos, señores y pueblos, algunos de los cuales formarán parte de los descriptores conceptuales más frecuentes de Chavín, que con distintos énfasis, y hasta la actualidad, consideran al sitio como el exponente ceremonial que centraliza a un pueblo, una cultura y un territorio. Con todo, es interesante notar en estas primeras descripciones, las manifestaciones inaugurales de conceptos que se cristalizarán en gran parte de las explicaciones que dieron forma al sitio en lo referido a su definición dentro de la prehistoria peruana, y que por sobre todo, vieron en ciertos indicadores de monumentalidad, el testimonio empírico de sus marcos teóricos.

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2. Chavín en los Albores de la Arqueología Peruana: La Cultura

Matriz y el surgimiento del Estilo de Horizonte Con las excavaciones de Julio C. Tello puede decirse que comienza la historia de la investigación científica en Chavín. Una historia que viene a integrarse a lo que por esos años se planteaba en torno a la naturaleza de las poblaciones prehispánicas y pre-incas que habitaron el territorio andino. Hacer una breve descripción de las circunstancias en que Tello comienza a trabajar en Chavín, y a proponer sus primeros planteamientos, constituye la contextualización necesaria de donde toman sentido muchos de los conceptos que estarán en disputa tanto en lo referido a la configuración social Chavín, como a los desarrollos sociales más generales de la prehistoria andina. En primer lugar, hay que decir que en la época que Tello llega a excavar a Chavín, existían dos principales investigadores que habían dado forma al conocimiento del pasado andino precolombino, y que aun en construcción, en muchas partes geográficas, ya se contaba con una idea potente y armada de la naturaleza de ciertos procesos. El primero de ellos era el alemán Max Uhle, formado en museología y en el Kulturkreise alemán; pero finalmente vinculado a la Universidad de California, que fue la institución que financió parte de sus proyectos en la costa norte peruana. Sus propuestas, basadas fundamentalmente en la costa y en crónicas que reseñaban el imperio del Tawantinsuyu, consistieron en establecer una secuencia de épocas anteriores a la existencia del Imperio Inca, que hasta su momento era la única forma social reconocida, y que aparecía antecedida por una difusa época pre-incaica, “más bien mítica que histórica” (Lumbreras 1989:41). En esta época de nebulosas, eran incluidos todos aquellos restos arqueológicos que se estimaban diferentes a los de los Incas. Así fue como Uhle, suponía que Chavín era una cultura derivada de Nasca y probablemente, contemporánea con Tiwanaku. En ese contexto, Philip Ainsworth Means, aún cuando criticó la propuesta de periodificación del sinólogo alemán (1931:138 ss. En Lumbreras 1989:42), sostenía que las esculturas de Chavín y el sitio mismo, así como su cerámica debían considerarse en la época definida por Uhle como Tiwanaku II, que según su creador, representaba una etapa de expansión de lo que en aquel entonces se conocía bajo el término “Imperio Megalítico” pre-Incaico, el cual consideraba a Tiwanaku I, como una fase “arcaica” de las culturas del altiplano, y a su vez contemporáneas con las “protoides” costeñas. Fue Uhle, en este intento de buscar cierta ubicuidad de sincronía entre determinados estilos, quien por primera vez acuña para la prehistoria andina el concepto de 62   

“Horizonte cronológico”. Éste le sirvió para organizar el material hallado durante sus excavaciones por el territorio andino. Entre 1899 y 1900, con el apoyo de la Universidad de California, trabajó en los valles de Ica y Nazca en el sur y de Moche en el norte. Así ratificó su propuesta y ubicó los estilos Proto Nazca y Proto Chimú antes de Tiahuanaco. Finalmente identificó poblaciones de «pescadores incultos» en distintas zonas de la costa, caracterizadas por la presencia de conchales. Todo esto permitió a Uhle (1970 [1910]) contar con un sustento para su primera propuesta de periodificación: o Imperio Incaico o Estilos Epigonales de Tiahuanaco o Cultura Tiahuanaco o Culturas Protoides (Proto Chimú, Proto Nazca) o Pescadores primitivos del litoral Estas ideas tomaron fuerza con el trabajo de A. Kroeber, quien se avocó a la tarea de juntar más evidencias empíricas para confirmar las hipótesis de Uhle. Sobre la base de un refinamiento de la cronología relativa de Uhle, Kroeber define, a partir de su trabajo en el valle de Moche, el estilo de Horizonte, el que utiliza como una herramienta metodológica para el ordenamiento del material arqueológico. Proponiendo de esta manera una nueva secuencia: o Horizonte Tardío o Incaico o Horizonte Medio o Tiwanaku o Horizonte Temprano o Chavín. Este esquema, utilizado, en cierta medida, hasta el día de hoy, y profundizado en su momento, por Willey y Rowe, coloca en un primer orden el recurso a la semejanza estilística. Tello propone un origen y un desarrollo completamente distinto a lo propuesto hasta ese momento para Chavín. Aun cuando utiliza el concepto de estilo de Horizonte, lo hace en referencia a una dinámica de la “permanencia”: el concepto de Horizonte será el referente de la unificación andina. Hizo sus primeras excavaciones en el sitio en el año de 1919, le siguieron varias campañas, y hasta 1940, fue configurando lo que sería su

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planteamiento definitivo, y que causaría más debates, fundamentalmente, entre los arqueólogos estadounidenses seguidores de los planteamientos de Uhle. En el marco del XXVII Congreso de Americanistas realizado en 1939 en Lima, Tello da a conocer parte de las propuestas más controvertidas en su momento. En esta reunión sostiene a Chavín como la primera gran civilización andina, y, en consecuencia, originaria de todas las formas culturales posteriores. Una civilización que se había desarrollado independientemente en la sierra central de Perú, y que, por lo tanto, refutaba las propuestas que Uhle había hecho con respecto a un origen mesoamericano de Chavín. Incluía en su lista de más 50 sitios Chavín, sitios tan distintos como Cerro Negro en Ecuador, Pucara en el Altiplano peruano e inclusive sitios de la cultura Barreal en el NOA. A pesar de las notables diferencias entre los sitios enumerados en la reunión, afirmó que: “Es digno de ser notado que este arte Chavín es uniforme y típico en su estilo, en sus múltiples y varias manifestaciones en sitios lejanos de sus centros de mayor desarrollo, manteniendo las características de una producción madura, elaborada en base a normas fijas sin las modificaciones substanciales tan comunes en otras artes que se han propagado lejos de su centro u origen. Consideradas rigurosamente, no hay diferencias fundamentales entre una pieza de cerámica encontrada en Chavín y otra en la costa, a lo largo del Huallaga o en el sur de Ecuador” (Tello 1943:149) La tesis autoctonista, ponía en tela de juicio todos los planteamientos contemporáneos que, o concebían a Chavín como un fenómeno derivado de desarrollos sureños, o que lo localizaban como una difusión de los influjos culturales Olmecas. A raíz de la propuesta de Tello, otros investigadores intentaron resolver la discusión de los orígenes de Chavín, mediante la contrastación empírica. Efectivamente, las pruebas de Tello eran insuficientes. Por esta razón, gran parte de la discusión en torno a Chavín estuvo substancialmente relacionada al estilo que se conocía a partir de la litoescultura, más precisamente la lapidaria, rescatada entre los escombros del sitio. Debido a esto, el debate sobre las ideas de Tello y sobre Chavín en sí mismo se hizo tremendamente confuso; en primer lugar porque las litoesculturas y lápidas estaban consideradas como una unidad, sin discriminaciones que permitieran una tipología estilística asociada a una cronología relativa, y en segundo lugar, porque muy pocos ejemplos comparables a nivel de ese soporte material existían en la arqueología peruana, de tal manera que las analogías con otros sitios se hacían sobre la base de atributos enormemente generales, 64   

hechos sobre cerámica, textiles o huesos labrados (Lumbreras 1993). Esto propició un fácil retorno a la explicación aloctonista de Uhle25, lo que, no obstante, debido al marco de referencia enormemente general sobre el que se definía el estilo de “arte” Chavín, en que cabía todo tipo de interpretaciones, terminó por derrumbarse por la propia debilidad de los argumentos, que quedaron caducos hacia mediados de la década de 1950. Sin embargo, algunos investigadores se interesaron por abordar una contrastación de las ideas de Tello, con datos de la realidad. Fue así como Wendell Bennett, en 1938 decidió llevar a cabo un proyecto de excavación en el sitio de Chavín de Huántar, orientado a la recuperación de material arqueológico que diera cuenta de la propuesta de Tello, o la descartara (Bennett 1944). Las excavaciones de Bennett, se efectuaron con la técnica de excavación de moda, que consistía en recuperar objetos superpuestos dentro de capas arbitrarias: los niveles artificiales de Chavín fueron de 50 cm de espesor y la gran mayoría de ellos se realizaron sobre los edificios mayores del complejo monumental. En 26 días Bennett excavó 16 pozos en distintas partes del sitio. En todos ellos ubicó la presencia de restos arquitectónicos, rellenos, restos de edificaciones post-Chavín, y en contadas ocasiones con depósitos que definió como basura chaviniense. Muchas de sus descripciones fueron utilizadas por Lumbreras y Burger, para incrementar las fases cerámicas por ellos propuestas. Sin embargo, la descripción de Bennett se limita a una descripción del conjunto recuperado sin hacer una segregación de éstos por unidades de excavación. De esta manera, concluye confirmando la asociación de cerámica Chavín con el Templo que había presentado Tello algunos años antes: “Todo indica que Chavín es definitivamente temprano en función de los períodos andinos conocidos” (Bennett 1944:95). Y en otro trabajo señala: “El sitio arqueológico de Chavín no parece representar a un pueblo. Las galerías interiores y habitaciones pequeñas del castillo no habrían servido como viviendas, y se han encontrado cerca muy pocos sitios habitacionales. Asimismo, el sitio arqueológico no es una fortaleza, puesto que ninguno de los edificios se construyó con fines de defensa.

                                                             25

  Dentro de las explicaciones aloctonistas que revivieron, se cuentan interesantes reconstrucciones durante la década de los ’30, que, rozando con la ficción literaria, veían en el estilo Chavín la influencia Olmeca, concebido éste último como estado expansionista, y único capaz de producir tales obras líticas (Coe 1962). Otras, más alucinantes aún, llegaron a ver la expansión transoceánica del mismísimo Imperio Chino.

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En cambio, como muchos arqueólogos han sugerido, Chavín probablemente fue un centro religioso”. (Bennett 1946: 82-83). Luego de otros trabajos recopilatorios en la costa norte (Cupisnique), Bennett finalmente acepta la existencia de un Horizonte Chavín que, en su esquema, iría desde Piura, en la costa norte peruana, hasta Paracas. Por otra parte, Kroeber no estaba de acuerdo ni con las conclusiones de Tello ni con las de Bennett. Un viaje que realizó en 1942 tuvo un especial carácter de “evaluación crítica”. Sus cuestionamientos, se basaron fundamentalmente en un alegato acerca de la ausencia de las publicaciones del material con el que se estaba comparando Chavín (cerámica que se decía proveniente de Ancón y Supe) y en la idea acerca de que la existencia de una cultura Chavín ya había sido enunciada por Middendorf. Con todo, el antropólogo estadounidense reconocía que el sitio Chavín era susceptible de ser comprendido como una unidad coherente, y que aparentemente todo indicaba que la gran antigüedad de Chavín era innegable (Kroeber 1944, 1945). Fue en este marco, cuando propuso que un real entendimiento de la “cultura” Chavín debía hacerse a la luz de un examen acucioso del sitio tipo, a propósito de lo cual señala: “Chavín, habiendo llegado a ser bastante proteico, es una etiqueta descriptiva insatisfactoria para cualquier cultura particular y distintiva, excepto en Chavín mismo. Chavín designa propiamente un horizonte o una influencia que se encuentra en varias culturas. Este es, obviamente, el sentido en que Tello, quien desarrolló el concepto, utiliza el término” (Kroeber 1944:43) Kroeber reunió y examinó gran parte de los antecedentes materiales arqueológicos que se conocían en ese entonces para Perú, incluyendo lo que él denominó un estudio de la “escultura clásica de Chavín”. Sus objeciones principales se situaban sobre la supuesta expansión o “área de desarrollo cultural” de Chavín, de tal manera que una parte importante de su trabajo de revisión consistió en examinar los estilos o complejos que Tello atribuía a Chavín o a un origen chavinense. La sistematización del estilo litoescultórico de Chavín realizada por Kroeber, viene a constituir el primer intento de estudio formal, aun cuando Tello y Bennett habían publicado amplios catálogos con descripciones. A partir de este estudio abandona algunas propuestas que había formulado en los años ’20, acerca del origen maya de algunos de los diseños de las esculturas de Chavín. En su nueva propuesta, enuncia el 66   

concepto de “Horizonte de Estilo”, que hemos mencionado, y que más tarde se convertirá en la herramienta de cronología relativa más usada en la prehistoria peruana. Kroeber entendía el Horizonte de Estilo como: “…uno que muestra rasgos definidamente distintos, algunos de los cuales se extienden sobre una gran área, de modo que sus relaciones con otros estilos más locales sirven para ubicarlos a éstos en una posición temporal relativa.” (Kroeber 1994:108). Desde esta definición Chavín pasó a ocupar un sitial distinto. Sería entendido en adelante como un Horizonte pan-peruano, similar a los definidos Tiwanaku e Inca. Es interesante notar, que aún cuando Tello ya había organizado la historia “antigua del Perú” bajo un esquema muy parecido, sólo se populariza y acepta el término por la comunidad científica internacional, cuando Kroeber, de la Universidad de Berkeley, acuña el concepto. Pero si para Tello, el concepto de Horizonte venía a reflejar una permanencia de los valores y principios andinos, y el testimonio del origen serrano de la civilización en los Andes, para Kroeber el concepto aludía a una cuestión sobre todo cultural, sincrónica y estilística. En apariencia de herramienta metodológica, el término estilo de Horizonte de Kroeber, vino a reflejar en arqueología los instrumentos conceptuales que la antropología norteamericana proponía entonces. Así, y compartiendo el concepto de área cultural propuesto por Wissler, Kroeber sintetiza en arqueología las propuestas teóricas del particularismo histórico aprendido de Franz Boas. La hipótesis de área cultural sostenía que las diversidades culturales indígenas (materialidades, lengua y adaptaciones) formaban agrupaciones discreteas identificables en un mapa, fueran éstas etnográficas o prehistóricas. Dentro de esa idea, Chavín pasaba a ser parte ya no sólo de un estilo particular, sino el testimonio de valores compartidos en un área territorial definida e identificable gracias a la semejanza en ciertos atributos; lo que suponía, también, la existencia de un continuum cultural. De manera que la proposición metodológica e instrumental que Kroeber propuso para Chavín, y que fue aceptada y utilizada como descriptor cronológico de los grandes periodos de la prehistoria andina, contenía en sí misma la fuente teórica que identificaba a una cultura, más que con un tiempo, con un espacio (medido por la dispersión del estilo). A medida que se configuraba y plasmaba la propuesta de estilo de Horizonte de Kroeber, se iban complementando algunos antecedentes. Rafael Larco Hoyle, ingeniero y terrateniente peruano, fue uno de los pocos contemporáneos de Tello, ligado al ala 67   

estadounidense, que llevó a cabo una comparación de un grupo de materiales del en ese entonces llamado “Chavín costeño” con los de Chavín de Huántar. Larco excavó en el cementerio de Barbacoa en el valle de Chicama y ubicó docenas de tumbas; en base a los objetos encontrados en estos entierros, Larco concluyó que el sitio era más o menos contemporáneo a Chavín. No obstante, sostuvo que este material representaba una cultura local, que denominó “Cupisnique”, y que aparentemente no constituía una irradiación de Chavín. A partir de este estudio cuestionó todo el marco de Tello: “Si analizamos cuidadosamente las diferentes culturas que se supone están incluidas en la llamada civilización Chavín, llegamos a la conclusión de que si en realidad tienen elementos en común, tienen otros en aun mayor cantidad que nos permiten diferenciar una cultura de otra. (…) Las características en común se deben al intercambio que existió de elementos culturales sin significar que los pueblos abandonaran su propio modo cultural” (Larco 1948:16) De esta forma, si Tello sostenía que los rasgos culturales Chavín identificados por todo el Perú eran virtualmente los mismos que los de Chavín de Huántar, con variaciones marginales debidas a adaptaciones locales o a retraso de tiempo, Larco, en el otro extremo, argumentaba que las culturas locales caracterizaron este periodo de tiempo y que la propagación de unos cuantos rasgos visibles no oscurecía su apreciación. Sin embargo, las diferencias, aparentemente extremas, se debían a cuestiones de énfasis: ambos investigadores estaban de acuerdo en que los rasgos eran comunes en una extensa área y que estos elementos indicaban contemporaneidad (Burger 1989:46). A pesar de esta cuestión de énfasis, lo cierto es que estaban en juego grandes diferencias teóricas y políticas. En el caso de Tello se veían claras influencias del modelo difusionista de Childe, en tanto que el énfasis de Larco en los procesos evolutivos in situ da cuenta de su cercanía teórica con los escritos de Julian Steward sobre evolución multilineal y la ecología cultural. De todas maneras, se podría decir que hacia el año 1942 los arqueólogos estadounidenses, habían llegado a aceptar los argumentos de Tello respecto a que los materiales de Chavín eran de una considerable antigüedad y que justificaban la adición de un tercer horizonte pan-peruano a la secuencia que Uhle había propuesto. No obstante, se puede decir también, que no fue hasta 1951, cuando apareció el artículo de Willey “El problema de Chavín: examen y critica”, en el que realizó una definitiva y mas sistemática evaluación de todo el espectro de los argumentos de Tello, con miras a delinear este ya aceptado horizonte, cuando se integró el concepto. Así, el estilo de 68   

horizonte Chavín fue definido por Willey como idéntico o muy parecido a los diseños de las piedras esculpidas de Chavín de Huántar. Sin embargo, la escasa evidencia disponible obligaba a Willey recurrentemente a realizar comparaciones con otras clases de objetos, fundamentalmente con el estilo cerámico. En este contexto, no sorprendió que gran parte de los 50 sitios enumerados por Tello como Chavinos no calificaran dentro de la definición de Willey. A pesar de ello, según este autor (Willey 1951:135) 17 sitios correspondían a este horizonte, ya que mostraban una innegable evidencia de estilo Chavín. Aun cuando la desigual calidad y confusa distribución de estos casos era evidente, en su momento los criterios estilísticos se concibieron como suficientes para reafirmar el valor heurístico del concepto de horizonte Chavín como un marcador cronológico. En este sentido, comenta Burger: “con Tello, Kroeber, Bennett y Willey de acuerdo se logró un consenso y el concepto de Horizonte Chavín fue incorporado no sólo a la síntesis de la historia de la cultura peruana, sino a los sistemas cronológicos básicos usados para organizar y hablar sobre la prehistoria peruana” (Burger 1989: 546) Un concepto, que con distintas modificaciones, y bajo distintas perspectivas, así como cuestionado, se mantiene hasta cierto punto vigente. Este primer período de la investigación en Chavín de Huántar, cimienta definitivamente cuestiones conceptuales básicas y que perdurarán hasta el día de hoy. En las investigaciones y planteamientos posteriores se verán modificaciones a estos términos, pero el esquema básico seguirá siendo incluido dentro de las propuestas clasificatorias. Esto es muy notorio, en las investigaciones que se darán a partir de los años ‘50 y ’60, en donde la incuestionable aceptación de un horizonte Chavín estará implícita en la definición de Rowe de un Horizonte Temprano y en la división tripartita que propuso Lumbreras del Formativo. En general, se puede caracterizar a este periodo por la existencia de intereses bastante definidos en lo que se refiere al estudio del sitio Chavín; focos de atención, que se verán modificados en las investigaciones de las décadas subsecuentes, pero que en lo medular, plantearan cuestiones teóricas bastante similares. En efecto, si bien las primeras investigaciones en Chavín estuvieron centradas en caracterizar el sitio y definir sus relaciones estilísticas más significativas, así como sus orígenes, para de esa forma poder definir una “cultura” y su situación cronológica dentro del esquema temporal genérico de la prehistoria andina, las propuestas que le sucederán posteriormente, estarán 69   

interesadas en dar cuenta del fenómeno “sociocultural” que caracteriza la materialidad presente en el sitio. Cuestiones relacionadas ciertamente con la emergencia de la civilización, el estado y la ciudad, serán los focos de atención más comunes en los siguientes investigadores que abordarán el problema Chavín, tanto en el sitio mismo, como en la esfera regional. A pesar de ello, y considerando los distintos planteamientos que comienzan a gestarse entre los nuevos investigadores de Chavín, lo medular continuará debatiéndose en torno a cuestiones estilísticas26.

3. Chavín como parte del Horizonte Temprano Con los datos y debates recuperados desde la década del ‘20 y hasta los escritos de Willey en 1951, hemos visto que se logró generar un primer acuerdo en torno a la naturaleza pan-peruana que representaba Chavín definido por el estilo como un marcador temporal relativo. Durante los años 50’, los trabajos en Chavín no fueron muy prolíficos en lo que se refiere a la recuperación de nuevos datos que se sumaran a los que ya habían recopilado y publicado Tello y Bennett. Durante esta década, es interesante notar que el foco de interés de autores como Engel y Lanning, entre muchos otros, estuvieron orientados en caracterizar sectores vinculados con Chavín pero de los cuales se tenían más dudas que propuestas coherentes al esquema de Horizonte de estilo finalmente delimitado y sacramentado por Willey. De esta forma, se aumentó información de los sitios serranos y costeros, lo que permitió establecer una secuencia evolutiva de la ocupación prehistórica en estos lugares. Esto a su vez, posibilitó el comienzo de una serie de debates en torno a la definición de la participación regional del sitio y del Horizonte Chavín. Sin embargo, los datos empíricos que apoyaban o rechazaban ciertos planteamientos acerca de la naturaleza del fenómeno Chavín continuaban siendo prácticamente los mismos que los aportados por Tello y Bennett. De esta forma, se dibujó una conceptualización confusa que problematizaba la referencia a lo Chavín. Cultura, Horizonte, Estado e Imperio, serían conceptos la mayor parte de las veces utilizados sin distinción en la referencia al sitio o la inclusión de materiales recuperados en distintas áreas. Si bien el concepto de Horizonte de estilo Chavín hacía referencia a un bloque temporal dentro del cual se incluían a una gran                                                              Para una recopilación pormenorizada de los antecedentes de la investigación en Chavín y su participación en el escenario arqueológico regional, ver Lumbreras 1989.

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cantidad de sitios y objetos que eran considerados como “muy similares” a los esculpidos en los bloques líticos del sitio tipo, nada decía acerca de la consideración social que ese Horizonte implicaba, y los planteamientos en ese sentido fueron sucintos. Así por ejemplo, Willey argumentaba que el grado de homogeneidad estilística característica del horizonte Chavín se debía a la propagación de un sistema común de creencias entre poblaciones culturalmente diferenciadas; lo que explicó funcionalmente, sobre la base de sistemas religiosos: “la difusión del estilo de arte Chavín puede explicarse más fácilmente como la expansión pacifica de conceptos religiosos. Quizás estos conceptos Chavín fueran las sanciones, en un plano espiritual, de la agricultura que daba la vida y las artes sedentarias que sólo recientemente habían sido adoptadas por las poblaciones del Formativo” (Willey 1948:10). Esta explicación continuó siendo dominante en los decenios siguientes, lo que derivó en una aceptación generalizada que conceptualizaba al sitio como un centro ceremonial. Con distintas derivaciones, el sitio de Chavín sería concebido fundamentalmente como el centro cultico que reunía a distintas “culturas” bajo una misma religión. A pesar que se desconocían gran parte de los materiales que caracterizaban al sitio en lo referido a las prácticas sociales que en él se llevaban a cabo, debido a la ausencia de excavaciones extensivas, la opinión arqueológica lo cristalizó como un centro ceremonial sin que se explicitara que era lo que definía a este tipo de lugares. La ausencia, asimismo, de datos de las actividades económicas y de los asentamientos asociados al sitio, lo convertía en una isla de arqueología monumental27 que marcaba la tendencia de los estilos regionales. Ciertos datos se manejaban, a partir de las excavaciones de Tello y Bennett, de la existencia de cerámicas con apariencia costera y de restos malacológicas, que hacían evidente que el “centro ceremonial” mantenía contactos con una amplia zona. Sin embargo, esos escuetos indicadores, hasta ese momento, se entendieron como soporte suficiente para la explicación de Chavín como el centro que producía religión. En este marco de clara tendencia regionalista, la presencia de John Howland Rowe, arqueólogo e historiador de la Universidad de Harvard28, vino a reformar ciertas consideraciones generales que se tenían del fenómeno Chavín. Partiendo de sus trabajos en historia indígena colonial, en Cuzco, comenzó sus primeras incursiones en                                                              Hasta ese momento los sitios costeros con monumentalidad, hoy reconocidos como pre-cerámicos, eran considerados como post-Chavín, asumiendo como premisa que del sitio Chavín se había generado la influencia a la costa. 28 Gran parte de su carrera la desarrolló en la Universidad de Berkeley. 27

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Chavín hacia finales de los años ’50, pero sus aportes a la sistematización del sitio, vieron la luz a partir de la década siguiente. Su formación en arqueología de estudios clásicos, marcaría la tendencia en cómo este investigador abordaría el estudio Chavín, y sus principales aportes, claramente estarán influenciados por los criterios de seriación y la importancia estratigráfica en la definición de cronologías relativas. Para Rowe, un estilo de horizonte no era en sí mismo un marcador temporal lo suficientemente preciso para el estudio del “cambio cultural”. Es así como con en el sistema de Rowe el Horizonte Chavín y los otros dos grandes Horizontes peruanos se subdividen en diversas épocas o fases secuenciales en base al estilo cerámico. Pensaba que esas unidades de tiempo cronológico, más precisas y pequeñas, podían usarse para rastrear el desarrollo, difusión y transformación del estilo de horizonte y los fenómenos culturales asociados. Partiendo de la secuencia que él y Lawrence Dawson habían construido para la cerámica Paracas-Ocucaje del valle de Ica, en la costa sur, logró distinguir las imágenes de la litoesculturas que estaban asociadas a las diversas fases constructivas del sitio y con ello propuso una cronología relativa de las litoesculturas de Chavín (Rowe 1962; 1973:307-312). Este esfuerzo de sistematización, que basado en aspectos estilísticos, define fases secuenciales de tiempo relativo, constituye la primera oportunidad en la investigación de Chavín en que se concibe al sitio como el resultado de distintos periodos de edificación. De esta forma, Chavín deja de ser considerado como un gran bloque temporal, y mediante el reconocimiento de varias fases constructivas, se identifican distintos periodos en la ocupación del sitio. En este mismo contexto, pasa a formar parte como periodo y no como estadio cultural o evolutivo, de la nueva propuesta cronológica para el área Andina planteada por Rowe, y que fue ampliamente aceptada, ya que mas que refutar la anterior, la complementaba con subdivisiones más precisas. La idea de Rowe era que los períodos no aludieran a características culturales, sino que sirvieran como referencia cronológica relativa para organizar el material arqueológico. De esta forma, se podrían realizar distinciones más claras entre estilo y tiempo. Así como lo fue para Chavín, la secuencia general de cronología por periodos reformulada por Rowe, tendría su “secuencia maestra” en el valle de Ica, un sector que mostraba una inusitada minuciosidad y que para Rowe era vinculable a otras áreas por criterios de contemporaneidad absoluta y relativa. En definitiva, se asumían los rasgos “diagnósticos” de la cerámica de esta zona como pauta para establecer una secuencia referencial para clasificar el material del área andina. Así, el esquema se reformulaba en el siguiente orden: 72   



Horizonte Tardío



Intermedio Tardío



Horizonte Medio



Intermedio Temprano



Horizonte Temprano



Periodo Inicial

El Horizonte Temprano se iniciaba cuando las influencias estilísticas Chavín se percibían en el valle de Ica. En la misma forma el Horizonte Tardío comenzaba con las primeras evidencias Inca en el mencionado valle y no con la emergencia del estado Inca en su área de origen. Esta periodificación se restringía a lo cronológico —o mejor dicho, reconocía su valor como paso previo imprescindible— de modo que los horizontes no significaban la generalización de patrones culturales (como en la definición de Kroeber o Willey) sino solo contemporaneidad, para lo cual se proponía una serie de formas de reconocimiento. Más citado que aplicado, desde fines de los cincuenta, el esquema de Rowe se convirtió en el armazón de las diversas investigaciones de arqueología peruana (Jofré 2005). El alcance de los cambios producidos por esta escuela puede calibrarse considerando que no sólo se trató de modificar la zona (del Virú a Ica) sino el concepto de referencia (de una secuencia homotaxial a una secuencia maestra). No fue únicamente una reformulación teórica del método de clasificación (de la tipología a la seriación por parecido, de lo cuantitativo a lo

cualitativo)

sino

de

su

aplicación

y

contrastación

intensiva

durante

aproximadamente dos décadas. Se buscó anular todo sesgo evolucionista que interfiriese el proceso de periodificación/clasificación cultural. En la aplicación del modelo en Chavín, el estilo cerámico fue reemplazado evidentemente por la relación estilística que mantenían las representaciones litoescultóricas asociadas a la arquitectura. En el cuadro siguiente se resumen las principales características que definen las fases propuestas por Rowe para el sitio:

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Fase AB

C

D

EF

Cuadro 2. Fases relativas de Chavín de Rowe Litoescultura Litoesculturas Estructura Periodos principal asociadas constructivos Lanzón Jaguares y Galería del Templo Viejo o Monolítico serpientes Lanzón Antiguo grabadas en una cornisa Obelisco Tello Personajes Plaza circular Templo Antiguo antropomorfos hundida. Atrio y plataformas en lapidaria del del Templo adosadas. Atrio Antiguo Pórtico de Las Aves rapaces Columnas, Templo Nuevo Falcónidas antropomorfas cornisas, dinteles, lápidas Estela Raimondi Staff God ? Templo Nuevo (?)

Fase en Ica 1-2 Ocucaje

2-3 Ocucaje

4-5 Ocucaje

6-8 Ocucaje

En general, la iconografía y la definición de los estilos, consistía para Rowe en un marcador de cultura, que permitía identificar los cambios que se producían en el tiempo. Volveremos sobre la cuestión iconográfica de Rowe más adelante. Sin embargo, conviene hacer notar dos aspectos importantes del trabajo de este autor. El primero, es el trabajo sistemático hecho con la litoescultura en asociación con su contexto espacial de participación que en este caso arqueológico, coincide con la arquitectura. El segundo, y que se deriva del anterior, fue que para poder segregar los estilos, requirió de una demarcación clara de las fases constructivas de los principales edificios. Esto tendrá consecuencias de gran magnitud en la investigación arqueológica de Chavín. Por una parte, Chavín se considerará como una sociedad en transformación, y no como un único gran bloque temporal homogéneo. Pero por otra, posibilitará un nuevo influjo en la investigación más orientado a la búsqueda de explicaciones sociales de su existencia. En este sentido, Rowe plantea una clara diferencia en cómo se concibe al sitio; una explicación que se distancia de la que había popularizado Willey. En un planteamiento similar al que planteara Donald Lathrap -quien sostuvo que el culto Chavín fue difundido por un Estado autoritario estrechamente integrado que podía demandar y lograr que se reprodujera su arte religioso y estatal en el material más durable posible (Lathrap 1974:149-150)- Rowe expresó: “es difícil imaginar tener tal grado de uniformidad o arte religioso como resultado de una libre expansión de ideas religiosas; además existe también influencia de Chavín en la cerámica secular de estas otras áreas. Una posible interpretación, que concuerda con la información disponible, es que Chavín comenzó como un programa de conquista

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militar con una religión oficial asociada, pero que el poder efectivo pronto pasó a manos de los sacerdotes” (1977:10) El trabajo de Rowe (1962, 1967), marcará las nuevas tendencias que se trabajarán en las décadas siguientes. Sin dejar de considerar la gran cantidad de autores que por una parte comienzan a integrar a Chavín dentro de sus estudios, fundamentalmente en un afán comparativo con la arquitectura monumental asociada a las representaciones figurativas de carácter público (Lathrap 1974, Cordy Collins 1977, Roe 1974, Browman 1975, Curatola 1991, Cané 1990, Lothrop 1951), lo cierto es que dos serán los autores que encabezarán las iniciativas que a partir de finales de la década de los años 60, y hasta los ’80, definirán las pautas sobre las que se interpretarán y redefinirá el sitio y sus alcances regionales. Primero, con la presencia de L.G. Lumbreras y la Universidad Mayor Nacional de San Marcos; y luego con los trabajos de Richard Burger con la Pontificia Universidad Católica de Perú y la Universidad de California. Con esta nueva generación de investigadores, se comenzará a excavar el sitio de manera más extensiva, y desde distintas perspectivas, se irán incrementando nuevos datos a las propuestas cronológicas y explicativas planteadas por Rowe. De esta manera, sin disentir demasiado de la propuesta clasificatoria por fases de Rowe, encontramos el comienzo de un interés por caracterizar la organización sociopolítica de Chavín a partir de la excavación en él mismo y los asentamientos inmediatos.

4.

Chavín como Centro Oracular: La Integración ideológica de la revolución neolítica andina de L.G. Lumbreras “Cuando se ingresa al templo de Chavín, se tiene la sensación de entrar en un mausoleo lleno de fantasmas feroces. El silencio es total, pues ni siquiera se escucha el ruido del viento exterior, del que uno está separado por gruesas murallas y un solo techo de piedra. Las galerías son angostas, altas, frías; es fácil perderse en ellas; forman un laberinto cruel para el neófito. Al centro, en medio de una granizada de piedras, hay un cuchillo gigantesco, tallado en piedra, como caído del cielo y clavado en lo profundo de la tierra; le llaman ‘El Lanzón’, tiene más de cuatro metros. Pero no es simplemente la figura de un cuchillo, es más bien la terrible imagen de un dios humanizado, que ávido de sangre muestras las fauces con filudos colmillos curvos. Tiene la mano derecha en alto y las uñas son garras y los cabellos son serpientes. Es impresionante la figura de este dios perdido hoy en el laberinto de un templo destruido por los siglos” (Lumbreras 1977:63) 75 

 

Esta es la descripción con la que Lumbreras iniciara el capítulo sexto “Los dioses de Chavín”, de su libro Los orígenes de la civilización en Perú. Un libro de divulgación masiva, que con tres re-ediciones, tuvo por objeto otorgar al público en general una visión “actualizada” de lo que los arqueólogos venían haciendo en el territorio nacional, y que se concebía a sí mismo como una herramienta contestataria de lo que la historia oficial había instaurado en la instrucción pública, acerca de una imagen “vulgar” y primitiva de la historia precolombina. Era la década en que Lumbreras escribía el libro “Arqueología como Ciencia Social” (1974, 1981) en el que vino a sintetizar la propuesta central inspirada en una arqueología marxista como herramienta teórica para generar crítica sobre la realidad y mejorar nuestras condiciones concretas de existencia a través del conocimiento del pasado (Aguirre-Morales 2001). Un momento en el que se hacía más visible variados planteamientos acerca de la prehistoria peruana –y de Chavín mismo como testimonio de los orígenes de la civilización andina– y que inauguraba, asimismo, el curso de proposiciones más nítidas. La influencia de los planteamientos de Lumbreras en lo referido al problema Chavín, se vincula estrechamente con una larga trayectoria de aportes a la prehistoria peruana, con distintos vectores pragmáticos, pero que constituyen una obra de carácter orgánico. Sintetizar el trabajo de este investigador, supone hacer un corte substantivo en sus propuestas y en los alcances que la propia investigación en Chavín tiene para la arqueología peruana y andina en general. Esta acotación viene al caso porque los planteamientos que el trabajo en el sitio de Chavín de Huántar le permitió formular a Lumbreras, se relacionan tanto con el sitio y el problema arqueológico que de él se desprende, como con la integración en problemas de mayor alcance que dicen relación con tópicos más generales, acerca del origen del estado y la civilización como un problema social universal, y la emergencia de sociedades de clases, entre varias otras. Y no es que Lumbreras inaugure dicha vinculación, es decir, que sea el artífice de la integración de Chavín dentro de los debates más amplios del problema del origen del estado, o de la razón civilizada, ya que el problema de Chavín como uno de los 6 o 7 centros de generación de civilización autónoma en el mundo, venía planteándose hace varios años antes de las principales propuestas de Lumbreras, sino que la aplicación de ciertos conceptos y formas de entender a Chavín dentro de una dinámica historizada y de interés social, toma coherencia dentro de un corpus explicativo organizado y desde la investigación científica local.

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Conviene decir también, que podríamos referirnos a los planteamientos de varios “Lumbreras”, que conforme se iban dando nuevos antecedentes empíricos que, a su vez, permitían refinar las propuestas explicativas, reformulan las primeras aproximaciones de interpretación arqueológica de Chavín, y asimismo, configuran nuevas propuestas cronológicas o de periodificación. Con todo, trataremos en esta parte, de dar cuenta de los principales aportes en lo referido a la calidad de los datos empíricos proporcionados por sus distintos proyectos de excavación en el sitio, así como la propuesta central en relación a cómo explica el sitio y su proceso de conformación histórica, dando cabida a la propuesta que ha tenido mayor proyección dentro de la arqueología peruana. 4.1 Breve historia de la investigación de Lumbreras en Chavín. Lumbreras inicia sus primeras investigaciones en Chavín a finales de la década de los ’50 cuando comenzaba a gestarse la propuesta clasificatoria de Rowe, con quien en un principio estaría de acuerdo, principalmente, porque veía en su propuesta un gran valor arqueológico en la sistematización del material litoescultórico y su asociación arquitectónica, pues parecía coherente con el uso más preciso que este autor le otorgaba al concepto de horizonte. Sin embargo, y fruto principalmente de sus iniciales trabajos en Ayacucho; hacia 1969 discreparía de la propuesta clasificatoria de Rowe por considerarla destructiva de la utilidad instrumental de valor cronológico que suponía, y consideraría que el planteamiento del arqueólogo estadounidense carecía de contenido histórico. En “De los Pueblos, las culturas y las artes del antiguo Perú”, publicado en 1969, daría a conocer su primera propuesta de periodificación, que al día de hoy ha sido ampliamente debatida, por tener un fuerte componente evolucionista, un debate del que el propio Lumbreras ha sido promotor29. Conviene mencionar este libro, pues éste se escribe al calor de uno de los proyectos más prolíficos en lo que a material y propuestas arqueológicas se refiere en el sitio, y contextualiza la posición con la que Lumbreras aborda, en principio, el trabajo en Chavín de Huántar.                                                              Lumbreras presenta en este libro un Cuadro Cronológico del desarrollo de la civilización andina, que explica así: “En general, reconocemos tres grandes divisiones: Recolectores, Agricultores Aldeanos e Industriales Urbanos, tomando como base un criterio económico-social que está explicado en el desarrollo del libro y la síntesis final. Las Sociedades de Recolectores que son las más antiguas, tienen dos períodos, a los que hemos denominado Lítico y Arcaico, siguiendo para esto la terminología propuesta por los arqueólogos Gordon R. Willey y P. Phillips para las culturas de cazadores-recolectores y de horticultores americanos. Con frecuencia ambas son conocidas simplemente con la denominación de Pre-cerámico. Las Sociedades Agrícolas Aldeanas siguen en el tiempo a las de Recolectores y para ellas se reconocen también dos períodos llamado Formativo y Desarrollos Regionales, que se diferencian, el uno del otro, especialmente por el grado de afianzamiento en la economía agrícola, que es menor en el Formativo (p. 27)”. Al referirse al período Formativo (1,200 a.C.--100 d.C.), propone una división en Formativo Inferior, Formativo Medio y Formativo Superior. A lo cual Bueno Mendoza alude: “Dos años antes, el mismo autor había publicado el artículo La Alimentación Vegetal en los Orígenes de la Civilización Andina (Revista Perú Indígena, Lima, 1967, pp. 254-273), utilizando allí el esquema de salvajismo, barbarie y civilización, de claros antecedentes evolucionistas” (Bueno Mendoza http://cf.geocities.com/arqueologia_andina/el_formativo_andino.htm). 29

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En Julio del año 1966, Lumbreras y Amat iniciaron un trabajo de investigación en el Templo de Chavín30. Las tareas de excavación continuaron hasta el año 1972 y dieron a luz hallazgos de una importantísima magnitud. Dentro de los objetivos iniciales del proyecto, se buscó desarrollar una visión histórica de la ocupación del sitio, mediante la subdivisión de dicha ocupación en unidades absolutas y secuenciales de tiempo. Como hemos señalado (supra), los investigadores que los precedieron (Tello 1960, Bennett 1944) habían considerado los materiales de Chavín como perteneciendo a un único y gran bloque temporal sin diferenciaciones internas. Si bien Rowe había comenzado a trazar un enfoque diacrónico mediante la secuencia que relacionaba la arquitectura con los diseños de la escultura lítica asociada a los edificios del templo (Rowe 1962), no se sustentaba en excavaciones extensivas, ya que en el único pozo de sondeo que él realizó en el sector sur de éste sólo se encontraron fragmentos adscribibles a la fase Janabarriu de Burger (Burger 1998:162), impidiendo la elaboración de una secuencia cerámica que le permitiera establecer una comparación cronológica relativa con los materiales de la propuesta basada en la litoescultura y la arquitectura. Al contrario, las excavaciones extensas de Lumbreras y Amat (1969) obtuvieron una muestra de materiales abundante y heterogénea de cerámica Chavín, factor que llevó a formular varias secuencias relativas de la alfarería del sitio, que se resumen en el siguiente cuadro. Cuadro 3. SECUENCIAS RELATIVAS DE CERAMICA PROPUESTAS POR LUMBRERAS Lumbreras 1967 Lumbreras y Amat 1969 Lumbreras 1970, 1971 Amat 1971 Lumbreras 1973 Lumbreras 1974 Lumbreras 1974 Amat 1976 Lumbreras 1977 Lumbreras 1993

Temprano Rocas Rocas Rocas

Transición Transición

Ofrendas Ofrendas

Transición

Ofrendas

Rocas Rocas

Tardío Mosna Mosna

Ofrendas Ofrendas

Ofrendas

Rocas Rocas

Ofrendas (fase 4)

Transición (fase 1 ó 2)

Rocas (fase 3)

Huántar Kotosh

Rocas (I-III)

Ofrendas

Ofrendas Kotosh

Raku Huacheqsa

Mosna Rocas

Kotosh-Urabarriu

Ofrendas-Chakinani

Rocas-Janabarriu

Mosna Raku-Wacheqsa Raku Chavinoide osible componente Huaras) Raku Capa H

                                                             30

Lumbreras fue el director del proyecto y Hernán Amat el arqueólogo residente.

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Dentro de la colección cerámica proveniente de distintos lugares del sitio, Lumbreras y Amat distinguieron dos conjuntos diferenciados. El primero de ellos provenía de la denominada Galería de las Rocas, situada inmediatamente al este de la Antigua Ala Sur; mientras que el segundo fue caracterizado a partir de los hallazgos de la Galería de las Ofrendas. Junto con una gran cantidad de material recuperado en distintas excavaciones efectuadas en el área pública (plazas) de las inmediaciones del Templo, es decir, fuera de las galerías, Lumbreras y Amat, en diversas publicaciones plantearon diez propuestas de seriación cerámica, que según Burger (1998), algunas de ellas podían considerarse compatibles entre sí, y otras mutuamente excluyentes. En la publicación de la excavación y análisis de los materiales recuperados en la Galería de las Ofrendas, Lumbreras (1993) incorpora la secuencia propuesta por el equipo de Burger (1978, 1984) incluyendo una fase intermedia entre Urabarriu y Chakinani: la fase Ofrendas. Una incorporación que Burger (1998), por cierto, discute. En la monografía que Lumbreras publicó en 1993 de las excavaciones en la Galería de las Ofrendas, reporta la presencia de 681 piezas cerámicas, las cuales se plantea habrían sido transportadas al interior de la Galería conteniendo alimentos y líquidos, y depositadas como ofrendas. Esto se desprende de la gran cantidad de comestible recuperado, entre los que predomina la presencia de restos humanos, camélidos domésticos y restos malacológicos del Pacífico. Además se reportó la presencia ocasional de huesos de animales no domésticos, como zorro, vizcacha, aves y venados (taruca) y de especies domésticas de tamaño pequeño como el cuy. Se sospecha que los abundantes cántaros y botellas encontrados en la Galería, contenían líquidos, fundamentalmente chicha. Esta presunción cobra fundamento en las representaciones figurativas de maíz en tres de las botellas recuperadas de este contexto31 (Lumbreras 1993: lám. 74). Mención especial merece la presencia de restos óseos humanos, reportados en número de 233 fragmentos y correspondiente a un NMI de 30. Estos restos encontrados junto con los desperdicios de otros animales, presentan además trazas de cortes y signos de exposición al fuego32. Este hecho ha hecho postular a Lumbreras, que en las ceremonias rituales realizadas en la Galería de las Ofrendas, se practicó antropofagia.                                                              Algunos estudios de análisis químicos de restos óseos humanos parecen apoyar esta propuesta (Burger y van der Merwe 1990, 1993). 32   Los análisis bioantropológicos de estos restos muestran que “los huesos fueron desarticulados y fragmentados deliberadamente, con el uso de instrumentos contundentes y con evidencias de cortes y aserruchado y que los efectos visibles de contacto con el fuego señalan que fueron afectados cuando tenían tejidos blandos cubriéndolos de modo que eran cocidos o asados para cocinar las partes blandas y no para convertir los huesos en cenizas [como podría esperarse de una práctica crematoria]” (Lumbreras 1993: 281 ). 31

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Una práctica que se encuentra documentada para tiempos prehispánicos, pero que habría sido reprimida por el Tawantinsuyu; así por lo menos lo atestiguan varios escritos coloniales. Para Lumbreras la antropofagia que sugieren los restos recuperados de la Galería de las Ofrendas, sin embargo, no constituye la práctica exclusiva de consumo alimenticio, sino que comparte, junto con otros animales un patrón de consumo ritual. Así, sin ser la protagonista del consumo de carne en circunstancias “rituales”, comparte junto con los restos de camélidos jóvenes, el interés por ser incluidos en estos eventos “especiales” y extradomésticos. Al respecto, en un amplio estudio de los restos de camélidos encontrados en los asentamientos que se han planteado como domésticos, realizado por parte del equipo de Burger, se ha propuesto que la mayor parte del consumo doméstico de camélidos correspondía a especímenes adultos y/o seniles. Una práctica, que es coherente con la dinámica actual en la que se privilegia el consumo de individuos de edad avanzada, para la producción de charqui (carne seca y salada), mientras que los individuos juveniles son conservados para la reproducción del grupo, transporte y lana, y sólo son sacrificados para ser consumidos en ceremonias específicas. En un patrón muy similar, Burger destacó que la presencia de individuos viejos como parte de la dieta de la población del asentamiento asociado a los sectores monumentales, se diferenciaba, sobre todo para su fase Janabarriu, de otras partes del asentamiento y en el mismo monumento, en donde los individuos consumidos por lo general correspondían a especímenes jóvenes. Una pauta que Lumbreras también identifica en la Galería de las Ofrendas, y que le induce a plantear que la antropofagia se practicaba como una más dentro de otras alternativas de consumos alimenticios “especiales” en contextos rituales, como la mencionada presencia de camélidos juveniles, no sólo en Chavín de Huántar, sino en todo el Formativo de la sierra y la costa (Ibídem: 291). Para Lumbreras la distribución irregular de las vasijas y otras ofrendas (vasijas de piedra y artefactos óseos tallados) en el pasadizo central y en las nueve celdas de la Galería, así como el agrupamiento de vasijas en pares o en grupos de tres, se desprendería de la intencionalidad simbólica del ritual, de lo que concluye que, sin considerar las intrusiones tardías, los depósitos de la Galería de las Ofrendas darían cuenta de la expresión material de un único evento. De esta manera, los estilos cerámicos presentes en este contexto tendrían que ser considerados como contemporáneos, y en consecuencia, podrían ser útiles para definir una unidad temporal (fase).

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Durante la ejecución de este proyecto, fue posible identificar además la presencia de la plataforma y la plaza circular hundida del Templo Antiguo. En estricto rigor, son estas excavaciones las que permitieron proponer esta primera fase de construcción del complejo monumental, en la que se distinguieron un primer momento constituido por la construcción del Templo mayor que alberga la Galería del Lanzón y el propio monolito, y el atrio representado por la plataforma adyacente al templo. La plaza circular con sus cuatro escalinatas, y toda la implementación de lapidaria con representaciones figurativas, se habría hecho con posterioridad, pero probablemente dentro de un mismo proyecto arquitectónico. Se define también por primera vez de manera exhaustiva, las técnicas constructivas que caracterizan la mayor parte de las edificaciones monumentales, incidiendo en una preocupación por relevar las particularidades de la albañilería de los muros y los rellenos, como por ejemplo el empleo de pachilla33 entre los bloques y dentro del mortero. Interesante para nuestros propósitos, resulta las excavaciones en el atrio del templo, ya que se recuperan e identifican cabezas-clavas en su contexto estratigráfico original, producto del desprendimiento y del colapso de los muros del templo, así como siendo reutilizadas en las construcciones de periodos ocupacionales post-Chavín: “En este segmento semicircular o plazoleta [se refiere al sector de uso público de la capa F y G en la esquina SE del atrio correspondiente a la ocupación Huaylas] ubicaron una cabeza-clava de estilo Chavín, recogida de cualquier lugar del sitio, incrustándola en uno de los muros del lado sur. Es interesante anotar que varias cabezas-clava cayeron junto con el derrumbe del templo, que fragmentos de ellas fueron usados en los rellenos del derrumbe y, finalmente, algunas cabezas-clava aparecen en la capa G caídas al lado de las casas o, como en este caso, utilizadas en el ornamento de un lugar al parecer público. Hernán Amat al excavar la plaza hundida cuadrangular del Templo Nuevo, encontró también un muro tardío en donde habían sido ubicadas dos cabezas-clava.(…) En esta época se reutilizaron también lozas labradas y grabadas de estilo Chavín en la construcción de los muros (que es costumbre también más tarde); el detalle interesante de tres casos verificados es que la imagen grabada es puesta siempre de cabeza, con la figura invertida. Son raras las piedras enteras usadas de este modo, pero ocurre con todos los casos conocidos” (Lumbreras 1977: 8).                                                              33

 Recibe este término la técnica según la cual los constructores insertan, a modo de cuña, pequeñas piedras entre las oquedades de los bloques mayores.

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La proyección de las excavaciones dirigidas por Lumbreras entre 1966 y 1972, así como algunas intervenciones posteriores, basan su interés fundamentalmente en las evidencias que hemos destacado. Un grueso cuerpo de datos ha sido publicado, con mayor o menor aceptación, pero claramente forma un referente central para cualquier investigación de Chavín. El valor elemental de las evidencias presentadas en extenso en diversas publicaciones (1969, 1976, 1977, 1981, 1989, 1993), se basan en lo que podríamos resumir como: -

Materiales recuperados de excavaciones sistemáticas extensivas.

-

El descubrimiento de la plaza circular.

-

La clarificación del periodo temprano al que corresponde el Templo Antiguo.

-

La identificación pormenorizada, aun cuando fragmentaria, de la secuencia ocupacional de una parte del sitio.

-

La propuesta de una secuencia cerámica.

-

La delimitación de espacios y prácticas sociales con la excavación de la Galería de las Ofrendas.

-

La generación de un cuadro cronológico absoluto.

-

El hallazgo de material en contextos estratigráficos controlados (como las cabezas-clavas).

-

Un estudio de la función hidráulica del sitio como hipótesis para la definición de algunas características espaciales y fundacionales del sitio (ver infra).

4.2 Lumbreras y su concepción de Chavín Como es de esperar, las contribuciones de los diversos autores que han adoptado una posición materialista histórica o marxista tratan sobre una amplia gama de temas (teóricos, metodológicos, técnicos, interpretaciones de la historia concreta a nivel local, regional o continental, etc.). Estos aportes son, desde luego, desiguales en calidad y, sobre todo, han estado desarrollándose y cambiando permanentemente (Bate1989). Por ello, no resulta extraño que muchas de las afirmaciones o propuestas realizadas recientemente por Lumbreras, no sean exactamente las mismas que aquellas que se publicaron en un principio. Sin embargo, aquí trataremos la que quizá ha tenido más proyección, especialmente en lo referido al sitio mismo y su participación regional e histórica. Para entender el planteamiento de Lumbreras con respecto a Chavín es preciso tener en cuenta las fuentes teóricas que son la clave explicativa de cómo integra Lumbreras las bases empíricas con las que trabaja. Si bien puede decirse que en un primer momento, recibe 82   

de Emilio Choy la inspiración Childeana, su incursión en el materialismo histórico, imbricado en el marxismo latinoamericanista de los años ’60 y ’70, termina siendo, a mi juicio, su propuesta central. Para Lumbreras, Chavín se inserta en el periodo Formativo tardío. Al Formativo, lo concibe como la etapa del neolítico que se caracteriza por contener las más tempranas expresiones de cerámica; en el caso de los Andes Centrales representaría además el período de descomposición de la Formación Neolítica o Tribal (o aldeana). De esta forma, el tercer milenio habría sido la época de afirmación revolucionaria del neolítico, el segundo milenio se constituiría en una época de desarrollo neolítico desbordante, con una óptima explotación de los recursos naturales, la generación de excedentes agrícolas, marinos, etc., y la posibilidad de destinar fuerza de trabajo a obras públicas de gran envergadura. En esta época, todos los valles fueron ocupados y aquí culminó la tarea de domesticación de plantas y animales en los Andes; lo que vino después fue su mejoramiento, readaptación y todas aquellas tareas de desarrollo agronómico y zootécnico concomitantes, todo lo cual comienza para Lumbreras a afianzarse hacia el Formativo tardío. Según su planteamiento, la precondición para el proceso es la revolución neolítica que "tendió a avanzar en todas direcciones, desarrollando y creciendo"; de forma tal, que en "donde la agricultura pudo ser exitosa", se generó un incremento demográfico y en la producción. En algunos casos, esto condujo al incentivo de redes de intercambio y la complejización de procesos productivos y distributivos, lo que a su vez llevó a la aparición de sociedades jerarquizadas. En otros momentos, Lumbreras parece estar convencido de que este tipo de sociedades no son el antecedente del Estado (Gándara 2006). Pero parece que es en situaciones más adversas al cultivo en donde se darán las condiciones para el cambio, mediante el desarrollo de nuevas tecnologías que requieren de especialistas, y que permitirían la intensificación agrícola: entre ellos, los especialistas en riego y en el calendario. Estos especialistas requieren una dedicación de tiempo que los separa del proceso productivo directo, lo que genera una primera división social del trabajo. Así, la sociedad se escindirá en clases sociales, desvinculadas por una distinta participación en el proceso productivo, y, asimismo, con relaciones desiguales de producción y consumo (Lumbreras 2005). Sin embargo, esto solamente ocurrirá en (a) condiciones en las que no es factible depender de otros recursos alternativos (como la caza y la pesca) como condiciones principales de la reproducción; o (b) en los que no se requiera de procesos técnicos 83   

progresivamente más complejos; estas condiciones explicarían por qué el proceso de revolución neolítica no se dio, por ejemplo, en la Amazonia. El proceso conducirá a que las instalaciones requeridas por los especialistas se constituyan en el núcleo de los futuros centros urbanos, dado que los procesos productivos ahora podrán realizarse no solamente en el campo (como sucedería con los talleres asociados a templos), fenómeno cuya intensidad variará con la importancia de los especialistas en este proceso (Gándara 2006). La aparición de un aparato de control, a favor de una clase, agilizó el desarrollo de esta nueva infraestructura, por lo que para Lumbreras, "las clases sociales, la ciudad y el Estado aparecen, pues, juntos como consecuencia de una misma causa originaria" (Lumbreras 2005: 271). El crecimiento de estos primeros estados llevó, en condiciones de circunscripción y bajo un continuo aumento demográfico, a que algunos de estos estados que él llama "primarios" se hicieran expansivos, tomando a la guerra como mecanismo para la extensión de su poder, y finalmente llevando a un segundo tipo de estado que él llama "Arcaico". Este proceso se dio en los Andes entre los años 500 a.C. y 500 d.C. Este segundo tipo de estado depende de un nuevo especialista, el especialista en la guerra, cuyo estamento finalmente domina al conjunto del estado. Chavín viene a constituir entonces, para Lumbreras lo que define como estado primario, situación problemática debido a que las características de aumento demográfico que describe no se observan precisamente en Chavín. En un artículo de 1976, intenta resolver esta cuestión, preguntándose por el origen y los factores causales de los edificios de Chavín y del sitio escogido, en donde postula: “la hipótesis que el templo de Chavín de Huántar tenía un sistema acústico de origen hidráulico y que la búsqueda de este sistema fue una de las causas por las que el centro ceremonial fue construido en el lugar donde está, aparte de otra causa de origen astrológico-calendárico y otra de carácter estrictamente geográfico-económico” (Lumbreras, González y Lietaer 1976: 4) Para Lumbreras la razón definitoria por la que se escogió el lugar en donde se instalaría Chavín, fue la construcción de un edificio acústico, ligado a su función “mágico-religiosa y/o política-represiva” (Ibíd.: 9). Para los autores, un edificio tronante, sonoro, es mucho más impresionante para los peregrinos que un “oráculo” silencioso:

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“además, la causa del sonido, escondido bajo el edificio, sólo conocida por los sacerdotes o los iniciados, es parte del ‘misterio’ necesario para una liturgia con dioses feroces y gruñentes. El ‘dios hablador’ o ‘rugiente’ es un excelente complemento para el éxito religioso (y económico) de ídolos como el ‘Lanzón’ de Chavín. El prestigio del sitio podría estar ligado a la precisión de los ‘oráculos’ (por astronomía) y a la parafernalia litúrgica del templo”. Así considerada la situación, de las condiciones del surgimiento de Chavín, se explica entonces porqué en todos los lugares de la sociedad formativa fueron apareciendo factores que permitieron un ascenso progresivo de la capacidad productiva de los campesinos, lo que permitió, además de crecimiento demográfico y de mejoramiento en las condiciones de vida, el mantenimiento de especialistas y de servicios de complejidad creciente. Los emergentes especialistas espirituales (sacerdotes) habrían fusionado sus conocimientos con la habilidad de los artesanos y ambos, en alianza de clase, planificaron la edificación en piedra, en barro, en hueso o en tela, de dioses severos, feroces y represivos dueños de todos los poderes y acreedores de todos los hombres y de su trabajo. Precisamente, los habitantes permanentes de Chavín habrían sido, para Lumbreras, unos pocos sacerdotes y sus auxiliares de servicio, mientras que la mayor parte de sus usuarios eran una suerte de “peregrinos” que iban al lugar en busca de “oráculos” portando ofrendas de diverso tipo, pudiendo permanecer en el “centro ceremonial” por periodos largos. Una buena referencia histórica para el funcionamiento de este tipo de asentamientos, es la descripción que hicieron algunos cronistas de la ciudad de Pachacamac. (Lumbreras 1993:58, Burger 1987, 1998) En cualquier caso, la idea de Lumbreras es que la población de apoyo no debió ser numerosa. Define al yacimiento como un centro pequeño pero de gran significación religiosa, de vital importancia arquitectónica y escultórica para las poblaciones de la sierra. En definitiva, sostiene que Chavín no es la capital de un gran estado que somete a un territorio, tampoco es un foco civilizador originario; es el resultado de un largo proceso de neolitización en los Andes Centrales donde convergen “los logros” tecnológicos, económicos y sociales de la costa, la sierra y la selva. Es un “gran oráculo” que tuvo muy probablemente fines astronómicos de inmediata aplicación a la agricultura. Como tal, no fue el único, aunque sí el que más prestigio tuvo en esa época; no obstante, sí fue el que habría conseguido expandirse por los Andes Centrales, de ahí

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que pudiera desarrollar un estilo que fue la expresión simbólica de una “ideología religiosa”.

5. Chavín como centro ceremonial de una Ciudad Incipiente: las

excavaciones de Richard Burger Formando parte del equipo liderado por Rowe, quien será su maestro y la guía conceptual que de alguna manera marcará la tendencia de todo su trabajo en la sierra central y centro-sur de los Andes, Richard Burger arqueólogo doctorado por la Universidad de California, comienza sus investigaciones en Chavín de Huántar en la década de los 70’. Es por eso, que claramente el trabajo de Burger se puede definir como una continuación de las propuestas llevadas a cabo inicialmente por este autor (1962, 1967) en lo referido a la elaboración, por una parte, de una secuencia que diferenciara las distintas ocupaciones del sitio, y que por otra, permitiera una definición para la organización social que contenía éste. Así como Rowe, Burger se interesó no sólo en el sitio tipo de Chavín, sino por diferentes sitios de la sierra y costa central, así como del centro-sur, aun cuando seguramente para ambos, Chavín sigue constituyendo el foco principal de sus aportes empíricos y conceptuales. Pero si Rowe fue capaz de proponer una secuencia cronológica que vinculaba los diseños iconográficos pertenecientes a las litoesculturas del sitio con las distintas fases constructivas de los principales edificios, Burger se avocó a la tarea de elaborar una tipología cerámica capaz de segregar fases temporales que estilísticamente definían distintos momentos ocupacionales del asentamiento asociado a las construcciones monumentales. Esta tarea vino a complementar los objetivos que tenía Rowe: el identificar el asentamiento que acompañaba al “centro ceremonial” y definir una secuencia cerámica clara que pudiera integrarse con las fases definidas para la escultura lítica y la arquitectura. El trabajo de Burger es pionero en la realización de excavaciones fuera del área monumental (Fig. 27), cuestión que sienta un precedente en la investigación, en la medida que sorprendentemente, por primera vez se hace explícita y urgente la necesidad arqueológica por contar con datos de primera mano que hicieran visible la población y la naturaleza de la ocupación vinculada directamente con el llamado centro ceremonial. Hasta ese momento las excavaciones habían estado centradas sólo en ciertas partes del área monumental, y sobre la base de esas investigaciones se había establecido toda clase de explicaciones, pero que finalmente llevaban a un punto ciego: 86   

un sitio arqueológico monumental, pero sin habitantes; un centro ceremonial vacío como lo definiera críticamente Burger. Todos los investigadores estaban de acuerdo, en alguna medida, en que los sectores residenciales debían encontrarse en alguna parte cercana o por debajo el poblado actual (Tello 1943, 1960; Bennett 1944, 1946; Rowe 1962, 1967; Lumbreras 1969, 1993, 1989), sin embargo, ninguno conocía a ciencia cierta la realidad de dicha ocupación. En segundo término, la secuencia cerámica de Burger constituye, junto con la de Lumbreras, el criterio de clasificación más aceptado y usado por los estudios de los Andes Centrales, y este hecho no hace más que confirmar la vigencia que los principios histórico culturales siguen teniendo en la investigación arqueológica en el área andina. Un hecho particularmente interesante, pues los debates en torno a la propuesta de la secuencia de Burger nunca han estado relacionados con un cuestionamiento de la validez del método o la capacidad explicativa de la realidad social y cronológica, sino con cuestiones periféricas que se ciñen estrictamente a criterios formales de estilo. Una de estas, quizá la más relevante en el estado actual de la investigación, fue el debate con la secuencia cerámica definida por Lumbreras y Amat (Lumbreras y Amat 1969, Lumbreras 1989, 1993) a partir de sus excavaciones hechas en la Galería de las Ofrendas del Templo Antiguo. Probablemente, de aquí se pueda desprender una tercera cuestión que posiciona en un lugar de relevancia las propuestas de Burger, y que es la relacionada con los recursos radiométricos para reforzar la secuencia cerámica. En este marco, es potencialmente Burger quien ha presentado un mayor interés, junto con Lumbreras pero en contextos arqueológicos y para propósitos investigativos distintos, en apoyarse en fechados de C14 para sostener la propuesta tipológica (Burger 1981). Efectivamente, Burger ve en sus fechados radiocarbónicos un fuerte refuerzo empírico para considerar como una realidad cronológica la propuesta diacrónica en la variación los asentamientos propuestos, y de esta manera levantar todas las explicaciones que postula sobre una separación que considera como válida. Las excavaciones realizadas por Burger y el equipo de la Universidad Católica de Perú a fines de la década del ‘70 y principio de los ’80 buscaron estudiar los patrones de la antigua ocupación de Chavín de Huántar y su economía de subsistencia (1978, 1992, 1998). La idea era poder relacionar Chavín con otros sitios arqueológicos, y estudiar los cambios producidos dentro de los “asentamientos antiguos”, para lo cual se 87   

requería, en palabras de Burger, de una detallada secuencia cerámica. De esta forma, uno de los criterios para excavar las zonas externas de la “arquitectura religiosa”, es decir el sitio tipo, fue la de rescatar una secuencia estratigráfica de cerámica que hiciera posible la definición de una más clara demarcación cronológica de los estilos. Esto porque el propio centro ceremonial, y los sitios de altura reconocidos como relativamente contemporáneos a Chavín de Huántar, se encontraban sepultados, y en consecuencia el reconocimiento puramente superficial era insuficiente. Por otra parte, la cerámica recogida del sitio arqueológico de Chavín de Huántar se veía como útil para realizar comparaciones con los sitios distantes que interactuaron con él, a diferencia de la cerámica recuperada de las aldeas que se encuentran en los alrededores de Chavín. En consecuencia, y debido a que la excavación completa de los recintos de las aldeas resultaba una tarea extremadamente larga, el proyecto priorizó la recuperación de una muestra de un número de sectores del asentamiento antiguo, para, de esa forma, poder identificar

los posibles cambios en el tamaño, estructura y

organización económica de Chavín (Burger 1998). El cuadro 4 sintetiza la secuencia cerámica de Burger con los principales atributos observados. Una secuencia, vale la pena decir, que estuvo siempre en disputa con la definida por Lumbreras. 34 5.1 Acerca del tamaño y carácter del asentamiento antiguo de Chavín Una de las preocupaciones de las excavaciones en el pueblo moderno de Chavín de Huántar del equipo de Burger era poder identificar las ocupaciones del Periodo Inicial y el Horizonte Temprano que permitieran vincular el sitio con una continuidad habitacional en el asentamiento, y de esta manera intentar desestimar las apreciaciones que plateaban a Chavín de Huántar como un centro ceremonial vacío. Recoge de Rowe la apreciación acerca de que Chavín constituía una gran ciudad, lo que significaba que habrían albergado a más de 2000 habitantes. Para Rowe, Chavín de Huántar no sólo había ocupado el área del Templo que describió Bennett, sino también las zonas donde actualmente se halla la moderna localidad, los campos aledaños y los terrenos que se ubican al frente del Templo en la ribera oriental del Mosna (Rowe 1962: 5). Así, calculó que el tamaño de la antigua comunidad fue de 1 x 0,5 Km., o 50 hectáreas, estimación que hizo gracias a los comentarios de Marino Gonzáles, el arqueólogo                                                              34

  Para una detallada revisión del debate de la secuencias cerámicas de ambos, ver Burger 1998, y Lumbreras 1993)

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residente en el sitio, acerca de la presencia de materiales Chavín debajo de la localidad y en otras áreas exteriores al Templo. Estimulado por esta hipótesis de urbanismo temprano, Burger diseñó la realización de excavaciones a pequeña escala y reconocimientos de superficie en las inmediaciones del templo, en la moderna localidad y en otros poblados circundantes. Un primer problema con el que se encontraron al iniciar las investigaciones, fue la ausencia de un esquema cronológico preciso que le permitiera posicionar las ocupaciones, problema que decidieron resolver con la propuesta de las tres fases cerámicas descritas. A juicio de Burger, la definición de esta propuesta cronológica les permitió tener un enfoque diacrónico para el estudio del asentamiento, en la medida que les posibilitaba observar los cambios en su tamaño y naturaleza. El análisis del asentamiento antiguo de Chavín de Huántar se basó en: a) los resultados de sus excavaciones; b) datos de las investigaciones de otros investigadores; c) materiales arqueológicos recuperados en una supervisión de los trabajos de construcción civil realizados por el equipo de Burger; d) información que personas, a su juicio confiables, le facilitaban; e) colecciones y observaciones de exploraciones de superficie (Burger 1998:208). El cuadro 5 sintetiza los principales hallazgos detectados en las zonas excavadas, incluyendo aspectos como gravitatorios de la explicación del autor.

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Cuadro 4. LA SECUENCIA CERÁMICA DE BURGER FASES DE ESTILO CHAVIN

Urabarriu (890-490 a.C.)

TEMPRANA

Chakinani (460-390 a.C.) MEDIA

Janabarriu (390-200 a.C.) TARDÍA

FORMAS

TÉCNICAS DECORATIVAS

TECNOLOGÍA

Cuencos, vasos, botellas (1 gollete, estribo), cántaros, ollas sin cuello, discos cerámicos.

Incisos, punteados, cortes, modelado, texturado, pulimento/pintura (pintura con engobes de color, pintura post-cocción).

Se agregan o desaparecen formas a las ya existentes. Ingresa categoría “plato”

Engobes rojos Cerámica negra, ahumada y muy pulida. Énfasis de la decoración en cuencos abiertos Punteado Más y variados modelados “Peinado” Excisión o impresión de sellos

Pastas con inclusiones antiplásticas (99%) Arcillas locales Presencia núcleos oscuros (oxidación incompleta) Uso de redes como recurso para levantar la vasija Mejoramiento y estandarización en las condiciones de cocción. Alta frecuencia de engobe rojo, ahumado, pulido, bruñido, engobe grafito y engobe grafito sobre rojo total.

Existe continuidad en formas y decoración con Chakinani, pero una gran diferencia con la fase siguiente Huarás.

Se complementan decoraciones previas con: Labios decorados Incisiones post-cocción o grabado. Proliferan estampados y sellos Acanalado Tiras aplicadas Hemisferios aplicados y hundidos Bandas aplicadas Modelado tridimensional

Se mantienen buenas condiciones en la cocción. Las pastas son fundamentalmente locales. Gran esfuerzo en el mejoramiento técnico de la decoración (actividad especializada)

CERÁMICAS FORÁNEAS

ESPECIFICACIONES ESTRATIGRÁFICAS U OTRAS

Cerámica Curayacu (costa central) Kotosh (sierra central) Barbacoa/Cupisnique (costa norte)

Solo fue posible segregarla estratigráficamente en las excavaciones del asentamiento.

Los estilos parecidos al Mosna, definido por Lumbreras (1993) Algunos parecidos a los de la sierra norte.

Escasa segregación. Baja representatividad de la muestra.

Recurrentes ollas sin cuello parecidas al estilo Torrecitas de la sierra norte. Vasijas engobadas rojo con grabado post-cocción, se adscriben a tradiciones de la sierra norte Piezas “únicas” que se adscribieron a tradiciones de Huancavelica (Paturpampa), Ayacucho (Wichqana), Casma (Pallka), entre otras con paralelos de pasta o estilístico no conocidos, pero claramente no locales

Superpuesta en niveles con Chakinani. Superpuesta en niveles con Urabarriu. Muestra procedentes de excavaciones en el sitio, en el asentamiento y de otras aldeas cercanas a Chavín

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En suma, para Burger existirían fundamentos para sugerir que “la organización política de Chavín controló un gran potencial humano, por lo menos el suficiente como para emprender proyectos de obras públicas a gran escala fuera de la construcción del Templo en sí durante la fase Janabarriu. Tales actividades incluyeron la construcción de terraplenes, sistemas de drenaje y galerías sobre ambas márgenes del Huachecsa. Los muros que canalizaron los dos ríos habrían requerido una atención constante; por eso el abandono del han sido objeto ha dado como resultado su casi completa desaparición” (Burger 1998:225). Siguiendo los criterios definidos por Rowe, el estilo escultórico de la fase D habría sido contemporáneo con la construcción del Portal Blanco y Negro, el que debe haber sido posterior a la edificación de la segunda parte sur agregada al Templo o contemporánea con la misma. A su vez, la plaza rectangular hundida está alineada con el Portal, y muy probablemente fue contemporánea o posterior a ella. En consecuencia, para Burger, la fase D parecería ser la fase importante durante la cual el acento se trasladó hacia el sur de la ocupación. Constituye, asimismo, el momento en el que se produjo la mayor cantidad de escultura Chavín, y en el que se dio la mayor parte de la construcción del Templo Nuevo. En este sentido, Burger plantea la posibilidad, basado en el hallazgo de cerámica Janabarriu en el estrato correspondiente a la fase de abandono por Lumbreras (1977), que la fase Janabarriu probablemente incluye tanto la fase EF y D de Rowe; o, que la escultura EF sea “artísticamente avanzada pero cronológicamente contemporánea con las piezas D (…) Futuras investigaciones deberían permitir efectuar la subdivisión de la fase Janabarriu, lo que posibilitaría una correlación más detallada con la escultura tardía” (Burger 1998:227). Resulta importante, precisar brevemente las incursiones que realiza el investigador en un cálculo aproximado de la población que albergó Chavín de Huántar en sus distintas fases. Efectivamente, y tal como lo propone Burger, por lo menos en términos del asentamiento, no se conocen ni siquiera el número de recintos que contuvo el asentamiento en sus distintos momentos definidos cronológicamente por sus tres fases cerámica, esta carencia potencia el desconocimiento, por cierto, de una mínima estimación del número de habitantes y la naturaleza de las transformaciones

demográficas

entre

una

fase

y

otra,

mediante

las

metodologías

paleodemográficas tradicionales. Aun así, y tomando en consideración todos los riesgos especulativos que eso implica, Burger se aventura en una estimación de la población de cada una de las fases sobre la base de los antecedentes que le proporciona el censo de 1972 hecho sobre la actual localidad de Chavín de Huántar. Un corpus de datos, que a su juicio, puede servir de referente mínimo para dibujar una idea cercana al potencial de habitantes que pudo contener Chavín de Huántar en el Horizonte Temprano. 90   

Cuadro 5. EL ASENTAMIENTO ANTIGUO DE CHAVIN DE HUÁNTAR FASES

Sector

Urabarriu

Ambos márgenes del Huacheqsa

Asentamiento más antiguo. Sin fase previa

Barrio Superior (sur) a. Área del Templo Antiguo b. Ribera N del Huacheqsa

Barrio Inferior (norte) a. Estructuras domésticas b. Muro megalítico N con dirección E-O

Estructuras asociadas Puente de piedra (Tello)

Materiales o técnicas constructivas Lajas de piedra, cortadas pulidas (7x3m)

Principales materiales recuperados Material constructivo cabezas clavas

Principales actividades propuestas

Explicación asociada

Control de acceso y circulación al área monumental.

Poder político y económico

Sin correlación de estructuras Depositación 1ª y 2ª

Galerías, templos, plazas

Cerámica Raku

Ceremonial, ritual

basural

Cerámica Urabarriu, desperdicios

Uso esporádico, mantenimiento o construcción de estructuras.

Cerámica, vegetales, huesos, lítico, etc.

Domésticas/productivas (talleres de trabajo en hueso)

Centro ceremonial

Vida diaria asociada a actividades especializadas

Plataforma baja c/estruct. Recinto tipo galería de S-N

Pircado, relleno Cantos rodados locales de 2,1 x 1,3 x 1,3 m. relleno de mortero de tierra y pachilla

Tiestos Urabarriu y KotoshKotosh, punta de proyectil (35 cm debajo del muro)

Restricción/regulación acceso, control/tributo, almacenamiento peregrinos/viajeros. Pertrechos/armas

Monumental posiblemente residencial (?) Cimientos de viviendas en piedra canteada.

Cerámica Chakinani e importada

Nucleamiento alrededor del templo (?). Organización centralizada

Centralización del poder

-Restos líticos (chert fino, obsidiana, cuarcita, sílex, entre otros) -Variada colección cerámica, muchas formas (aptas para cocinar, servir/almacenar) -Artefactos de adorno personal (espejos, orejeras y cuentas -Spondylus sp. terminados y sus desechos. -Alimentos importados (pescado seco), -Joyas (Oro martillado) -Artículos esotéricos (fósiles malacológicos/amonites)

Talla lítica/procesamiento pieles Actividades de la vida doméstica

Población residente artesana35.

Artesanía especializada (bienes exóticos y suntuarios)

Población especializada de elite

Elevación del terreno, para diferenciar actividades distintas

Diversificación y estratificación social creciente.

Chakinani

Riberas del Huacheqsa

Ala sur del templo Antiguo

Janabarriu

Sector A (Ribera sur y norte del Huacheqsa)

Estructuras rústicas

Piedras locales escasamente trabajada de tamaño medio a menor

Sector D (laderas adyacentes al Templo Nuevo) Más cerca que el anterior de la zona monumental

Familias encargadas de mantenimiento del puente y su control

Estructuras domésticas mejor acabadas, aun cuando no con la técnica del área monumental

Pisos escasamente compactados Piedras locales de piedra canteada de tamaño medio Pisos de arcilla compacta

Muros y terraplenes piedras dos veces más grandes que las domesticas)

Urbanismo incipiente control del valle

                                                             35

 Para Burger la producción de objetos en las viviendas o en lugares cercanos a éstas, en vez de talleres especializados, constituye una norma ampliamente extendida en sociedades pre industriales y no industriales.  

91   

Burger proyecta, que una comunidad de 43 hectáreas, de aproximadamente la misma densidad, habría tenido una población de 4100 habitantes. Sin embargo, tomando en cuenta que la zona de edificios “ceremoniales” ocupaba una zona de 5 hectáreas, y que el área de 12 hectáreas situada al sur del templo parece haber tenido una densidad mucho más baja, propone que la población Janabarriu debió contar con una población aproximada de 2800 personas; una estimación que redondea en una estimación final de 2000 a 3000 individuos. En el sitio, el asentamiento Janabarriu, sería aproximadamente cuatro veces mayor que la Urabarriu, tres veces más que la Chakinani; en consecuencia, con 42 hectáreas, Burger considera que sería uno de los centros más grandes del Nuevo Mundo36. De acuerdo a este cálculo, Burger sostiene que el asentamiento Janabarriu de Chavín habría sido una “ciudad grande”. Usando el mismo método proyecta en la fase de ocupación Urabarriu, una cantidad de habitantes cercana a los 100 residentes en el sector B, un tamaño muy parecido al de un poblado tradicional moderno del distrito de Chavín. Este tamaño se habría incrementado en la fase Chakinani, ocupación que con un área de 15 hectáreas indica que, aun cuando la población abandona el núcleo norte ocupacional de la fase previa, su población se incrementó y centralizó en las zonas más cercanas al “centro ceremonial”37. Aún así, esta población no habría alcanzado a las mil personas. Sólo es durante la fase Janabarriu, cuando, en palabras de Burger, se puede comenzar a hablar de una “ciudad grande”, una característica que según Rowe no parece ser común en los Andes Centrales, pero que siguiendo las propuestas de Wheatley (1971:225. En Burger 1998:229), resulta coherente para el autor, con el argumento según el cual la transformación de los centros ceremoniales a centros urbanos constituye una norma fundamental y repetitiva en las sociedades antiguas. Con todo, Burger cree que la población residente en Chavín de Huántar nunca habría sido lo suficientemente grande como para otorgar el “potencial” humano necesario para edificar el Templo y mantener a los especialistas que tuvieron que ver con él (sacerdotes, escultores, etc.). De esta manera, una parte del excedente agrícola y laboral requerido debió conseguirse de aldeas y pueblos contemporáneos en la región más cercana a Chavín. Es posible, para Burger, que muchos de estos estuvieran                                                              36

  Vincula esta consideración a las apreciaciones establecidas para el Formativo Mesoamericano realizado por Joyce Marcus (1976. En Burger 1998:219). 37 Relaciona este proceso de centralización producido en la fase Chakinani, con las excavaciones hechas por Hernán Amat al este del pórtico del Templo Nuevo en las que se detectó estructuras rústicas rectangulares de fecha anterior a las construcciones monumentales subsiguientes.

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localizados varios cientos de metros sobre el fondo del valle, y debajo del área de transición entre las regiones suni y puna. El estudio de tres ejemplos arqueológicos de aldeas en las alturas realizado por el equipo de Burger (Pojoc, Waman Wain, Alajpuquio) arrojaron una ocupación Chavín profundamente enterrada luego de sucesivos asentamientos mas tardíos. Estos sitios, no excedían las 3 o 4 hectáreas, y son notablemente parecidos a las actuales aldeas de altura. Es por estos motivos, que la propuesta de Burger señala, junto con la terminología de Rowe, que el asentamiento antiguo de Chavín podría llamarse sincorítico38. Burger finaliza su propuesta señalando: “Chavín de Huántar fue un gran centro dentro de su propio contexto histórico. Fue sustancialmente más grande que cualquier otro sitio conocido y contemporáneo de la sierra central, y pudo haber sido en su época uno de los sitios más grande del Perú. La evolución de un gran asentamiento sincorítico en Chavín durante el Horizonte Temprano es un evento muy importante en la historia de la cultura de la sierra. La transformación del sitio entre las fases Urabarriu y Janabarriu, implica que su desarrollo fue un fenómeno local en vez de uno introducido o impuesto desde algún otro lugar. (…) el asentamiento Janabarriu proto-urbano en Chavín de Huántar no logró transformarse en un centro urbano completamente desarrollado. En efecto, el valle del Mosna se puede enorgullecer de sólo unas cuantas aldeas nucleadas y pueblos durante los dos milenios siguientes” (Burger 1998:230-231. El destacado es mío)

6. Chavín como escenario de la evolución del poder y la autoridad: Los trabajos y propuestas del equipo de la Universidad de Stanford A mediados de la década de los 90’ hace ingreso un nuevo equipo de investigación que de alguna manera vendrá a revitalizar tanto el interés en el sitio y su proceso, como la materialidad misma abandonada de intervención arqueológica inmediata. Chavín había sido declarado en el año 1985 Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, y a pesar del interés del INC por desarrollar programas                                                              Burger establece su propuesta a partir de los criterios de urbanismo definidos por Rowe quien no le da mucha importancia a criterios formales, demográficos y de organización espacial para la definición de ciudad (como sí lo habían hecho en su momento Collier y Schaedel). Según él, la distribución nuclear (cuando un asentamiento extenso está rodeado por otros de tamaño mucho menor) no es por sí sólo diagnóstica para los sistemas urbanos, puesto que se conocen tipos de organización acorítica (con asentamientos grandes y distanciados entre sí) y sincorítica (nuclear), en zonas mayormente rurales durante la antigüedad clásica. Así Chavín sería definida como una ciudad nucleada (sincorítica), que unifica en ciertos momentos una población dispersa, pero asociada, y que define la residencia permanente de un aparato sacerdotal y burocrático (Makowski 2003) establecido en un Centro ceremonial.    38

93   

de conservación en el sitio, lo cierto es que a mediados de los noventa la apariencia de éste no reflejaba la historia de la investigación de la cual formaba parte. A esas alturas también, se consolidaba el ingreso de Chavín dentro de los circuitos turísticos de Ancash que incluían la visita al sitio y otras “atracciones” naturales del entorno andino, por lo tanto, también empezaba a hacerse más visible el problema relacionado con la conservación del yacimiento y sus materiales, su inserción dentro de los planes de manejo patrimonial y la cuestión acerca de la naturaleza de su vínculo con la comunidad local, de la cual había sido separado por un muro que definió las fronteras entre un mundo prehispánico glorioso, civilizado y patrimonio nacional, y otro pauperizado, indígena, marginal y “atrasado”. Sin embargo, fuera de todas las aristas que se comienzan a configurar en torno al fenómeno de Chavín de Huántar, lo cierto es que la desatención de programas de conservación y excavación durante los años 80’ se explica claramente por la “amenaza” que se veía en el movimiento revolucionario Sendero Luminoso. Este factor, hizo que no pudiera excavarse con programas de largo aliento, como lo habían sido las excavaciones de Lumbreras y Burger, y el cambio de esta situación se vio como posible sólo cuando la influencia y control de Sendero Luminoso en la zona de Ancash había sido reprimida por agentes militares del estado peruano. Esto concuerda, con la entrada de la Universidad de Stanford, que se instala en Chavín, para desarrollar prácticamente una escuela de campo, y con un programa definido a largo plazo que continúa hasta la actualidad. Con la dirección de John Rick, uno de los principales objetivos del proyecto fue el de explorar las influencias de las características de Chavín de Huántar en la evolución del poder y la autoridad a lo largo de diferentes sitios del Período Inicial y el Horizonte Temprano (1300-600 a.C.). Colocarían particular atención en la relación de los conceptos de poder/autoridad y los sistemas de creencias religiosas, así como los factores intrínsecos que, según ellos, podrían haber determinado las características del sitio con el desarrollo de un sistema que, mediante el convencimiento de las poblaciones, incrementaría la aceptación de la dominación a través un liderazgo sacerdotal. Conforme avanzaban sus estudios, plantearían que estas características no sólo serían el resultado de autoridades emergentes en Chavín, excepcionalmente creativas en la manipulación de la mente humana a través de la tierra, la arquitectura, las imágenes, el sonido, la luz y el uso de drogas psicoactivas, sino que también su aparente altamente planificado contexto ritual demostraría una intencionalidad muy marcada y estrategias conscientes empleadas en la transformación de la organización 94   

político-ideológica temprana de la que derivaría. A continuación, mostraremos brevemente los aportes empíricos y los avances que se han logrado en el conocimiento del sitio con las intervenciones de este equipo, para luego exponer lo medular de la propuesta explicativa, y sus principales fuentes de inspiración teórica. 6.1 Las intervenciones arqueológicas de la Universidad de Stanford en Chavín de Huántar Las investigaciones focalizadas en el corazón ceremonial se concentraron en mapear, modelar, y en menor medida, en desarrollar estrategias de excavación para revelar algunos detalles de las claves arquitectónicas y para recuperar muestras de fechados. Estos trabajos han tenido como resultado una serie de escritos en que se plantean algunas conclusiones acerca de la edad del sitio, la cronología de su arquitectura y las estrategias representativas del crecimiento del monumento. Para detallar las complejas relaciones entre las fechas radiocarbónicas y la arquitectura del centro monumental, puede verse el sistemático trabajo de Kembel. La investigadora llevó a cabo un análisis de las galerías en relación con la arquitectura exterior, mostrando que Chavín aumentó mediante numerosas y complejas adiciones sobre muchos siglos y en patrones definitivamente diferentes de la simple diferenciación viejo/nuevo templo, que había sido el estándar para entender el sitio hasta ahora. Combinando la evidencia arquitectónica y las fechas radiocarbónicas, se ha colocado a numerosas estructuras en una nueva posición cronológica, incluyendo una situación temporal tardía para la Plaza Circular y su “arte” asociado (Rick 2005). De manera más notable aún, ha podido demostrar que el fin de la construcción monumental, puede ser bastante más temprano de lo que se había creído (que Kembel sitúa en un rango de 600 a.C.). De esta forma, la parte tardía del Horizonte Temprano, no antes que el 500 a.C. hacia adelante, parece no ser el período de crecimiento del gran templo como había sido generalmente pensado, sino más bien un tiempo de baja inversión arquitectónica y probablemente de abandono de las actividades rituales del sitio. En este sentido, es posible decir que por alrededor del 500-400 cal. ANE, las más importantes locaciones rituales de Chavín, tales como la Plaza Circular, son atestadas con arquitectura residencial relativamente poco elaborada, que incorporaron a su decoración piedras que fueron originalmente del contexto del templo, y que se colocaron en una situación muy “secular e informal”.

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El estudio de Kembel fue capaz de discriminar, fundamentalmente mediante modelos de reconstrucción 3D, 15 fases constructivas, entre las que destacaron no sólo las modificaciones y adiciones de las construcciones externas (edificios, plataformas y plazas), sino de manera notable, una diferencia en el patrón de construcción de Galerías. Las 15 fases fueron agrupadas dentro de etapas más grandes, comenzando con la Etapa del Montículo Separado¸ la Etapa Expansiva, la Etapa de Consolidación, la Etapa Negro y Blanco y la Etapa de Construcción de Mantenimiento (Kembel 2001: 256). Así, por ejemplo, uno de los resultados interesantes de este estudio 3D de la secuencia constructiva, consiste en la demostración que sectores que tradicionalmente fueron considerados tempranos por la investigación arqueológica (p.e. Lumbreras 1989, 1993, entre otros) son en realidad tardíos, o mantuvieron una vigencia mucho más larga de lo que se había contemplado. De este modo, se postula que parte del área del Templo Antiguo fue construida en una etapa final de los estadios monumentales propuestos. Esto se basa en que asociaciones de fechas radiocarbónicas tomadas de áreas clave de estos sectores dan como resultado momentos considerados tardíos para la secuencia del complejo monumental (750 a.C.). Asimismo, las evidencias que testifican un mayor esfuerzo en el mantenimiento estructural de la arquitectura existente, rondarían los 700-500 cal ANE, y el desuso y colapso físico del Atrio de la Plaza Circular se encontraría en la tardía fecha (para la plaza circular, temprana para el sitio en general) de 500-400 cal ANE. Junto con otras asociaciones arquitectónicas y fechados radiocarbónicos, finalmente Kembel propone que la secuencia arquitectónica demuestra que el estadio de construcción monumental en Chavín de Huántar fue completado hacia el 750 a.C. (o sea, hacia 900-800 cal ANE): todo lo que vino después fue mantenimiento estructural, desuso y colapso. Las siguientes construcciones no pertenecerán a un proyecto de construcción monumental, y la función y uso del sitio cambian completamente (cuadro 6). Evidentemente el trabajo de Kembel, en el marco del programa de investigaciones de la Universidad de Stanford, tiene importantes consecuencias a un nivel cronológico y de las relaciones históricas de Chavín que por razones de pertinencia no podemos detallar. Sin embargo, conviene recordar que los indicadores cronológicos que se habían establecido tradicionalmente en la investigación arqueológica de Chavín, en lo referido a la ampliación de la esfera de interacción, quedan dentro de la secuencia de Kembel, siendo contemporáneas con el desuso y colapso físico del complejo monumental, momento que coincide o se solapa con nuevas construcciones y con una 96   

nueva aparente función del sitio. La importancia de esta situación, tiene serias implicaciones con aquellos lugares que presentan estrechas relaciones económicas e iconográficas con Chavín “centro”, como Paracas en la costa sur de Perú, o Lambayeque en la costa norte. Si las afirmaciones de Rick y Kembel son ciertas, sería necesario revisar y posiblemente actualizar, secuencias cronológicas absolutas que se dan como verdaderas, y que han sido sobre las que se han establecido las relaciones más significativas de Chavín; secuencias, que a juicio de los autores, ponen de manifiesto, además, que Chavín fue sólo uno más de los muchos centros que hubo en el Periodo Inicial Tardío y en el Horizonte Temprano, y que aun cuando singular, participó así como muchos otros de una amplia esfera de influencia pan-regional, que tiende a disgregarse más o menos contemporáneamente favoreciendo desarrollos locales independientes. Quizá, aunque con una menor escala, diversos proyectos de menor aliento han proporcionado interesantes datos en el conocimiento del sitio. Tanto en la Galería Rocas, recientemente excavada, como en la de Las Caracolas, así como intervenciones en la Plaza cuadrangular hundida y en el Atrio de la Plaza circular, han ido engordando, con nuevos materiales, una idea que ciertamente problematiza las visiones tradicionales del sitio como un “claro” centro oracular originario, o como una ciudad incipiente dirigida por un gobierno teocrático. Varios y puntuales hallazgos, con sus respectivas fechas han proporcionado, de esta manera, un nuevo corpus de datos que recién comienza a integrarse dentro de las explicaciones del equipo, y que ciertamente otorgan valiosos datos a nuestra propia investigación en el sitio.

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RADIOCARBON DATES ASSOCIATED WITH MONUMENTAL ARCHITECTURE AT CHAVIN DE HUANTAR SAMPLE

PROVENANCE

UNCALIBRATE D DATES

CdHCS32

Circular Plaza Atrium Level H

2260 +/- 55 B.P. (310 B.C.)

HAR1105

Circular Plaza Atrium Level H

2380+/-70 B.P. (430 B.C.)

CdHCS33

Circular Plaza Atrium Level H

2395 +/- 55 B.P. (445 B.C.)

REVISED ARCHITECTURAL SEQUENCE FOR CHAVIN DE HUANTAR GROUPED PHASES

HIGH-LEVEL PATTERN

POSTMONUMENTAL

CONSTRUCTION SUPPORT

CdHCS29

CdHCS11 CdHCS12 GX1128 TK18

Building A West Face South Seam (A-W-1) Building A East Face Black & White Zócalo North Seam (A-E-1) Building A East Face Black & White Zócalo North Seam (A-E1)Ofrendas Gallery Ofrendas Gallery

2455 +/-55 B.P. (505 B.C.) 2640 +/-55 B.P. (690 B.C.) 2695 +/-55 B.P. (745 B.C.) 2700+/-85 B.P. (750 B.C.) 3050+/-120 B.P. (1100 B.C.)

CONSTRUCTION STAGE

BLACK & WHITE STAGE

CONSOLIDATION STAGE

MONUMENTAL CONSTRUCTION

EXPANSION STAGE

SEPARATE MOUND STAGE

Cuadro 6. Resumen de la revisión de la secuencia constructiva asociada a fechas radiocarbónicas (En Kembel 2001: 310)

En el canal Rocas, por ejemplo, que era conocido desde hace décadas por diversos investigadores (Tello 1962, Lumbreras y Amat 1969), fue recientemente con la intervención del equipo dirigido por Rick, cuando se comprende su complejidad, dimensión y múltiples funciones. En casi toda su extensión, el canal, señala Rick, era lo 98   

suficientemente largo como para ir de “abajo hacia arriba” (Rick en revista electrónica Rumbos Nº4539), comenzando desde el área de la Plaza Circular y alcanzando, “en una tortuosa ruta” hasta llegar muy probablemente a desaguar al río Mosna (es decir un recorrido de 300 a 400 metros). En primera instancia, se verificó que una de las funciones principales del canal fue, mediante una numerosa cantidad de canales de alimentación, recoger el agua de lluvia de todo el sitio. Recubierto, techado y de cauce empedrado, el canal adquiere a lo largo de su recorrido y dentro de un mismo muro, una gran variedad de formas y tipos de materiales adicionales, adaptados para propósitos específicos de su construcción. Sin embargo, y de manera adicional, varios hallazgos complejizaron la pura identificación de drenaje del canal. Primero en 1998, y luego en 2004, se detectaron numerosos restos humanos, pertenecientes a 30 individuos, que de acuerdo a fechas y materiales asociados, así como a su posición estratigráfica han sido adscritos a un momento postChavín, según Rick cuando “alguna gente, apresuradamente, habría abierto la galería y depositado, sin ceremonia alguna, entre veinte y treinta cuerpos de individuos de diversas edades y sexos. Es posible que haya acontecido algún tipo de guerra sucia, y que este hallazgo sea el resultado de ese tipo de violencia masiva.” (Ibíd.). Otros hallazgos de la época Chavín fueron identificados en capas inferiores, interpretándose que en esos tiempos algunos muertos eran depositados en el canal, y que las aguas al pasar por los canales se los arrastraban consigo en parte o totalmente. Finalmente, parte de este acceso a la galería Las Rocas era en realidad un conducto, es decir, un paso para aguas y quizás hasta cadáveres; pero sobre todo para que ingresaran personas vivientes. Hubo hasta cuatro accesos importantes a la galería Las Rocas a lo largo de su recorrido, que parecen haber sido reservados para entrar o salir de áreas rituales, como las plazas o las escaleras ceremoniales. Señalan que sistemas como este, formaron parte no sólo del complejo sistema de diseño e ingeniería del sitio, sino también fueron ingredientes importantes dentro de los sistemas de persuasión que líderes emergentes utilizaron conscientemente en la manipulación de rituales dramáticos, orientados a una política de convencimiento (Rick 2005).

                                                             39

 http://www.rumbosdelperu.com/ultimaedicion45_ancash_chavin.htm 

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Una síntesis de los principales objetivos puede ser ilustrativa del carácter y fruto de la intervención de la Universidad de Stanford en Chavín:

Cuadro 7. Síntesis de las intervenciones de la US en Chavín Excavación sector Huacheqsa

Ubicación extremo norte del sitio

Objetivos Identificar la presencia de talleres y viviendas asociadas a Chavín Ladera adyacente al Parque Clarificación de la sector Este del sitio Huascarán extensión y naturaleza del sitio rivera oeste del río Mosna detectar arquitectura de sector este del sitio contención y encausamiento prehistórico del agua, evaluar los riesgos geológicos y entender los procesos que se originan a partir de dichos riesgos Plaza Circular Hundida y la Caracterizar la cronología Atrio Este entrada al Lanzón. del atrio y la naturaleza de las ocupaciones posteriores encontrar nuevos accesos a vivienda de Marino NE del sitio galerías subterráneas Gonzáles comprender los Este del sitio sector La Banda asentamientos no monumentales ya conocidos a raíz de la construcción de la carretera alterna al oeste del pueblo de Chavín comprender los sucesivos sector sur aludes de tierra y lodo que azotaron el monumento Limpiar los sedimentos Canal subterráneo acumulados por aluviones Rocas consecutivos, drenar futuras inundaciones. Gran parte de los resultados de estos trabajos aun no han sido publicados, y hemos accedido a ellos por breves comunicaciones o reportes. El primero de ellos, es el que más nos interesa, pues la ubicación de talleres y espacios de especialización es ciertamente una deuda que existe en Chavín, y que probablemente aportaría interesantes datos no sólo de algunos procesos productivos sino también de eventuales evidencias de la naturaleza de la división social del trabajo en el sitio. 100   

6.2 Las propuestas de John Rick Con una fuerte influencia neo-funcionalista basada fundamentalmente en los conceptos de poder y autoridad de Lukes (1978. En Rick 2005) y anclada en la idea de sistemas de creencias de la sociología de Max Weber, John Rick plantea una interesante, pero confusa propuesta acerca de la naturaleza política de la que da cuenta el sitio de Chavín. Tomando como base la secuencia cronológica, eje central del programa de investigación de Stanford en Chavín, desarrollada por Kembel, Rick proporciona una visión que plantea como una antítesis de las propuestas de Chavín como estado teocrático; pero que, a mi juicio, viene a enriquecerlas y, probablemente, a actualizarlas con conceptos renovados y “aptos” para la discusión arqueológica postprocesual, aun cuando su estrecha cercanía conceptual y metodológica con Flannery (1972), tienden a colocarlo en un estado transicional entre los enfoques vinculados con la New Archaeology y propuestas derivadas del interés por el poder y la “agency” de los individuos y actores sociales de algunos planteamientos post en arqueología. Para el autor, la evidente inversión, planificación y mantenimiento que significó en términos de trabajo, así como una sumatoria de rasgos particulares y novedosos que presenta el sitio, tales como la delimitación de espacios abiertos/cerrados, la construcción a distintos niveles, la impresionante parafernalia iconográfica, la evidencia de manejo de sistemas sonoros (galerías), la presencia de instrumentos para provocar fuertes sonidos (Strombus), y el consumo “ritual” de drogas psicoactivas, entre varios otros, serían la evidencia de que en Chavín de Huántar existió una tradición basada en un sistema de creencias manipuladas por un grupo de personas para el convencimiento de la población. Para Rick, Chavín fue inicialmente un proyecto substancial derivado de varias tradiciones locales previas de fuerte liderazgo sociopolítico. Asume que el sitio refleja una “tradición de convencimiento”, que hizo posible legitimizar el poder, pero sobre todo la autoridad de aquellos líderes locales a una amplia población, mediante el manejo y modificación de los sistemas de creencia. Es decir, habría sido el manejo/convencimiento el que habría hecho posible justificar una especie de poder emergente que fue incrementando su influencia a medida que implementaba más y eficaces mecanismos de persuasión. En contra de lo que considera una motivación sínica de cierto grupo de líderes según él planteada como eje del concepto de poder en el planteamiento marxista, sostiene que estos líderes no habrían tenido más motivación que el incremento del estatus que 101   

proporciona el poder de manejar, lo que él denomina, los sistemas de creencias, y la subsecuente apropiación, beneficio material o acumulación de riqueza sería, en estricto rigor, una consecuencia de un proceso que se inicia en la asimetría social mucho antes y con razones ajenas al ámbito económico, o por lo menos, no explicado por las condiciones materiales de la sociedad, sino en la transformación de dichos sistemas de creencias. En este sentido, y contrario a las posturas que plantean a Chavín como foco civilizador emergente, Rick defiende la idea de que aún no siendo Chavín el centro de la diferenciación política y económica, es un lugar que posee un amplio registro que muestra significativos cambios en esta materia. De esta forma, sin ser un núcleo de diferenciación inicial, Chavín contiene una dinámica de transformaciones que, según Rick, permitiría observar parte de la trayectoria histórica que configura la emergencia del poder, y en uno de sus principales escritos al respecto, planteará que la evolución de la autoridad resulta de una consciente estrategia políticamente calculada en lo referido a los diseños de los edificios, utilizados como foco de dicha estrategia. Al respecto, toma la diferencia conceptual que Lukes (1978, en Rick 2005) propone para la definición de poder. Para este autor existiría un poder que define asimetría, cuando poder es la habilidad de un subconjunto de un grupo de llevar a cabo su voluntad, a menudo para su propio beneficio, algo parecido y congruente con la proposición weberiana de “poder sobre”. Sin embargo, también existe un poder colectivo en donde el poder es la suma de habilidades del grupo total para llevar sus acciones. Para Rick, aun cuando en Chavín podrían combinarse ambos tipos de poderes, la magnitud de la empresa y la energía involucrada requerirían una preeminencia del tipo de “poder sobre”. Sin embargo, sostiene que el concepto de poder, materializado en acciones como las que vemos en arqueología, y coherente con el modelo de la singularidad arquitectónica tanto espacial como histórica que presenta Chavín, constituye un elemento más bien contingente en términos históricos, y sería poco operativo para observar el proceso que conlleva a las circunstancias de formación de poder y autoridad en un largo plazo. En otras palabras, piensa que el concepto de poder reflejado en la construcción del complejo monumental, puede confundir el evento, que necesitó ciertamente una organización asimétrica para planificarlo y construirlo, con el proceso de formación de un grupo que de manera emergente comenzó a perpetuar este poder. Es por este argumento que acude al concepto de autoridad, el cual llegaría a ser importante para ayudar a circunscribir los procesos a largo plazo en los que Rick dice 102   

interesarse. Autoridad, para el investigador de Stanford, es la legitimización e institucionalización del poder en la cual la idea de algún individuo (os) manteniendo el poder llega a ser aceptable a través de la tradición de una “expectativa”. Es a través de la autoridad que el ejercicio del poder es naturalizado, al punto que la carencia de autoridad, y el ejercicio del poder, son vistos como una patología cultural (Rick 2005: 75-76). La autoridad alude así, a una situación en la que el mando y la toma de decisiones están sistemáticamente adscritas a ciertos individuos, y en la que el juicio acerca de la obediencia a ese mando está basada en la “posición percibida” del tomador de decisiones más que sobre la razón (Lukes 1978. En Rick Óp. cit.: 77); para Rick, en consecuencia, será más importante la posición percibida que el ejercicio de dicha autoridad. La razón por la cual tales autoridades califican para dicho rol la define ciertas características que son típicamente distinguidas; y citando a Hobbes señala: “marcas sobre las que un hombre puede discernir en qué hombres o conjuntos de hombres el poder soberano se ubica y reside” (Rick Ibíd.: 76). Para Rick, es precisamente, el proceso de establecer la autoridad y las características de lo “legal o poder de derecho” lo que considera más relevante al estudiar el registro sociopolítico temprano de los Andes. Para justificar cómo surgen los conceptos sobre los cuales se basó la autoridad, recurre a la relación que observa entre lo que denomina “sistemas de creencias” y el establecimiento de autoridad. Para Rick, la cuestión de obtener poder requiere, para establecerse, de una creencia que lo sostenga y le dé sentido, y cree que la ausencia de dicha creencia siempre llevará a una implantación del poder mediante la fuerza; situación que parece no suceder en Chavín donde existiría una cuestión abierta acerca del grado en el que el uso de la fuerza estuvo presente en el acto de establecimiento de la autoridad. Con todo, retoma la distinción realizada por Flannery (1972) entre los “sistema de servicios” y las “motivaciones de sistemas de servicios”. Siendo probablemente más riguroso con la definición de lo que tradicionalmente se planteó como sistemas de liderazgos basados en el poder religioso que confiere la teocracia, Rick sostiene que la autoridad basada en la conexión divina, en cualquiera de sus formas, es posible gracias a un sistema de creencia que legitima dicha conexión, y plantea que el liderazgo de las autoridades religiosas puede ser visto más operativamente en sus extremos, planteando un modelo que define en un extremo una forma “cohesiva devocional v/s una manipulativa”, en el otro. En el primero, las autoridades participan en una devoción común con el resto de la sociedad en una religión que es ampliamente compartida entre distintos roles y estatus. Esta 103   

perspectiva está cercanamente relacionada a las ideas de Durkheim en las que la religión sirve para crear comunidades y cohesión social, y en donde el liderazgo religioso es un sistema que hace posible una sociedad más coherente. El

segundo

implica sobrepasar la voluntad independiente de los individuos y estaría vinculado a la idea de Weber de “poder sobre”, en que los servicios rituales estarían orientados al beneficios de un grupo. En otras palabras, el primero es “religión para el bien de la religión”, mientras que el segundo es “religión para el bien del líder” (Rick Op.cit.: 79). En consecuencia, Rick asume que las estructuras religiosas y autoridades divergen desde ser puramente devocional en carácter y origen, a tener un carácter eminentemente manipulativo, tal y como si fueran dos etapas sucesivas; en el caso de Chavín para el autor además de intentar distinguir dicha transición, se debe perseguir el tema de posibles motivos relacionados al poder de las autoridades “emergentes” y que no existían en las antiguas formas tradicionales. Al respecto, Rick señala que un sistema de autoridad naturalizado está basado en un sistema de creencias, pero probablemente uno diferente al de sus antecedentes. Así, debería esperarse que un sistema de creencias juegue un rol substancial en la evolución del incremento de la autoridad, no simplemente acomodando cambios representados por otros medios, sino probablemente creando nuevos elementos. Al mismo tiempo, un sistema de creencias configurado en un aparato religioso tiende por esencia a naturalizar la realidad, resistiéndose en consecuencia al cambio, lo que constituye una tensión con las antiguas formas que se reformulan. Esta tensión que genera la contradicción entre un sistema de creencias rígido y la formulación de elementos innovadores con respeto a su antecedente, caracterizaría al periodo Formativo según Rick. En Chavín, las autoridades tempranas fueron construyendo contextos cargados con símbolos y poblados de “rituales” que, canalizados por la tradición, se rellenaron por la creatividad auto-promotora, y estuvieron dirigidos a desarrollar los caminos a la autoridad y el poder. Así hubo un milenio para la experimentación con acciones, contextos, ruidos, imágenes y otros fenómenos para aprender cómo producir el efecto deseado en observadores y participantes (Rick 2005: 86). En este marco, Chavín, por supuesto, no estuvo solo en el periodo Formativo y plantea que hubo una competitiva y mutuamente reforzante esfera de interacción de centros y autoridades en evolución que podrían haber formado un mayor contexto para el desarrollo de los crecientes efectivos medios de manipulación de las creencias (Ibíd.). Si miramos a los tiempos post-Chavín, 104   

señala Rick, “las instituciones sociales, como el sistema de creencias pueden llegar a ser más conservadores una vez que la autoridad existe por su propio derecho, esto deja al Formativo como un momento fascinante de contradicciones inherentes, en el que la comprensión de las credibilidades humanas y los potenciales de las acciones actuando sobre ellas deben haber seleccionado a las estrategias más originales, creativas y sensibles a la tradición entre aquellas emergentes en posiciones de poder” (Rick Op.cit.: 87). Para finalizar, conviene decir que para el autor, Chavín testimonia el uso de sistemas de creencias en las transiciones de un cambio social que propone como altamente consciente y planificado, lo que tiene como consecuencia que la sofisticación vista en Chavín plantea la primacía del modelo manipulativo de formación teocrática, al menos en este punto histórico de la evolución de la desigualdad en los Andes. En los variados mensajes usados o transformados en Chavín (paisaje, arquitectura, decoración, luz, sonido, drogas) Rick encuentra evidencias de manipulación finamente ejecutada de parte de los planeadores, ejecutores y orquestadores del sitio, todo lo cual parece constituir un intento por promover una visión del mundo en discordia con la experiencia previa; un mundo de humanos diferenciados de cualidades intrínsecamente diferentes, entre ellas, la autoridad. Esta reconstrucción del mundo sociopolítico, debe haber estado basada en el engaño, en algún nivel, en algunos momentos y para algunos individuos. En síntesis, para Rick, Chavín expresa: “La conjunción de los medios, roles, e intencionalidades (…) [es] un sistema de convencimiento, y creo que tal complejo diseño para convencer implica un proceso consciente de desarrollo, quizás planificación, experimentación, y observación de la eficacia del esfuerzo. Sitios como Chavín pueden ser clave para nuestra comprensión de este tiempo crítico, cuando los ambientes, objetos y conducta organizada apuntaron a crear una declaración creíble de poder diferencial a través de la autoridad legitimada” (Rick 2005:87). 7.

Entre el estilo y la semiótica: el problema de los estudios iconográficos en Chavín. He dejado un espacio especial para tratar los estudios iconográficos, por

agruparlos en una denominación común, porque para la prehistoria andina, y muy particularmente para el caso Chavín han sido, por una parte, los más prolíficos en

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cuanto a producción de cantidad de escritos y autores que lo abordan y, por otra, porque, como hemos mencionado, fueron durante largo tiempo el ancla sobre la que se organizó todo el material arqueológico del sitio, y sobre la base que se hicieron la mayor parte de las interpretaciones. Efectivamente, como hemos visto a lo largo de este escrito, es quizá la cuestión tipológica, estilística y de seriación por parecidos, la que aun predomina en los discursos que abordan o que dan cuenta del fenómeno Chavín. En primera instancia, esto tiene que ver con una cuestión material concreta, que es que el sitio presenta una espectacular producción de representaciones sobre piedra, que al estar sobre los muros monumentales son la clave para interpretar todo con cuestiones iconográficas. En segundo lugar, es que, como la historia de la investigación lo ha puesto de manifiesto, la dispersión de representaciones muy semejantes en una gran área espacial en un momento relativamente concreto, coloca al llamado sitio tipo de Chavín de Huántar en una posición de primacía por ser el que, aparentemente, presenta más y complejas imágenes, de las que se piensa por lo común, derivan todo el resto que se observan diseminadas pero recurrentes en lo que algunos arqueólogos (as) denominan Periodo Inicial Tardío y Horizonte Temprano. Demás está decir que para nuestros propósitos constituye una revisión imprescindible, pero quizá, y trataremos de dar cuenta de aquello, la primacía de enfoques basados en el concepto de estilo, por una parte, y la desbordante producción de escritos ciertamente inútiles al interés social de las representaciones figurativas, que sólo refieren a cuestiones “artísticas” (tratando una pieza como una obra de arte), no hacen sino dar cuenta de los escasos aportes con los que contamos a la hora de hacer un recuento del aporte conceptual, que haya sido capaz de integrar en una explicación/interpretación coherente las representaciones figurativas y su realidad de producción y uso/consumo. Huelga decir también, que todos los autores que hemos tratado han integrado de alguna manera las representaciones figurativas de Chavín dentro de sus explicaciones de corte social de lo que ocurría en el sitio, y lo cierto es que con mayor o menor éxito en la integración de este material en dichas explicaciones, generalmente, se han servido de criterios puramente idiosincráticos para concebir las representaciones de Chavín. Desde los distintos enfoques que han abordado el problema, las representaciones figurativas han servido para presentar la justificación material relacionada con el pensamiento del pueblo, el manejo político de una elite, la familiaridad con animales amazónicos, o el poder chamánico, entre los más divertidos y otros no tan imaginativos ni fantasiosos. Cualquiera sea el caso, la 106   

interpretación y las formas metodológicas de abordar el problema del estudio de las representaciones figurativas en Chavín, se han basado en cuestiones de sentido común que de manera sorprendente aplican los propios marcos de reconocimiento de las imágenes40, en algunas ocasiones basados en el background del registro etnográfico y etnohistórico, pero en ningún caso formando parte programas de investigación sistemáticos integrados de manera coherente con la investigación arqueológica. En el presente apartado, intentaremos dar cuenta de la manera más descriptiva posible los principales aportes al estudio de las representaciones figurativas de Chavín. Daré especial atención, por supuesto, a su asociación con el material arquitectónico del sitio, que en general, y como uno de los antecedentes de la relevancia del estudio que llevamos a cabo, ha sido abordado muy genéricamente dentro de un universo comúnmente concebido con escasas diferenciaciones internas. Creo que es posible, luego de más de cien años de investigación arqueológica en el sitio, proponer una suerte de clasificación que agrupe ciertos tipos de investigación iconográfica en Chavín, que dan cuenta tanto de metodologías compartidas como de fuentes de inspiración para la interpretación del universo representacional que aparece en el sitio y en lugares que se manifiestan ciertos parecidos. Un primer grupo lo constituye claramente todos aquellos investigadores de la primera época de investigación científica en Chavín, que levantaron las cuestiones relativas al concepto de estilo de Horizonte, y que ya hemos reseñado con más detención. Con las diferencias de cada caso, tanto Tello, como Kroeber, Willey y Bennett, se sirvieron de los criterios tipológicos y funcionales para organizar las representaciones del sitio dentro de un esquema regional que daba cuenta, mediante dicho estilo, de un pensamiento y códigos cosmológicos compartidos en un tiempo relativo y en un gran espacio. Las representaciones de Chavín fueron concebidas como un gran conjunto de expresión de ideas que enunciaban una religión compartida con un centro promotor de su difusión en un área que se limitaba a reproducir los códigos impuestos por este núcleo de poder teocrático. El tratamiento metodológico común a estos investigadores fue la definición de un estilo de arte, característico de los enfoques más afines a la                                                              Esto ha hecho cristalizar serias caricaturas de la naturaleza representacional en las figuras de Chavín, denominándolas como monstruosas, agresivas, demonios, dioses, y una serie de epítetos que además de no dar cuenta de las representaciones y su contexto, le imponen una innecesaria carga conceptual fruto de los propios esquemas perceptivos de los arqueólogos, que no hacen más que oscurecer la realidad social de la cual formaron parte.

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arqueología clásica, que consideraban que un estilo era el reflejo de un momento, un pensamiento, y en definitiva, definía cultura. Quien hablaba de estilo, hablaba también de artes plásticas, y por lo tanto un estilo prolífico y elaborado como el que veían en Chavín sirvió para definir la existencia de una alta cultura, propia de los desarrollos civilizados avanzados. Sin hacer distinciones formales internas, más allá de ciertas identificaciones de diferencias entre ciertos soportes materiales de representación, puede considerarse a esta forma de tratamiento de las imágenes constituyentes de estilo, como una tendencia pre-iconográfica, es decir, que no aborda el problema de la simbolización en el esquema representacional, su significado y contexto de aparición, sino que el estilo se define por una sumatoria de rasgos presentes o ausentes, que caracterizan la semejanza mayor o menor al estilo definido en un sitio tipo. En una misma línea que el concepto de fósil director, utilizado en la prehistoria europea, el estilo identificable, en los denominados materiales diagnósticos, fue la clave de la interpretación social, que aun cuando tuvo explícitamente un objetivo puramente clasificatorio del registro arqueológico, hizo de él, el eje que articuló realidades social e históricamente estáticas y homogéneas. Un segundo grupo en el estudio de las representaciones figurativas de Chavín, lo constituye un variado grupo de investigadores encabezados por Rowe, como promotor de una secuencia cronológica estilística asociada a la arquitectura, que ya hemos descrito. Dejamos pendiente para este apartado las consideraciones específicamente referidas a las representaciones figurativas de Rowe, porque así como su propuesta de fases constructivas de los principales edificios de Chavín conformó una transformación en la manera de concebir al sitio y su historia, los aportes hechos en materia de estudio de dichas representaciones, lo sitúa como un precedente de la primera sistematización formal de los diseños de la litoescultura. Podría en consecuencia decirse que con Rowe se inauguran los estudios propiamente iconográficos –de la forma en que lo propuso Panofski–, aún cuando su clasificación de las representaciones se basa en el método por seriación. El valor del estudio de Rowe, es que por primera vez se trabaja con las representaciones de manera sistemática, intentando dar cuenta tanto de la configuración particular del esquema representativo, como de su vinculación con sus contextos materiales y espaciales de participación. En primer lugar, Rowe reconoció que la iconografía chavinense era particularmente figurativa, es decir, que las 108   

representaciones se pueden identificar con figuras reconocibles en la naturaleza (Rowe 1973: 317), entre éstas las de felinos, falcónidas y ofidios en Chavín, serían, a su juicio, las más recurrentes. Sin embargo, a pesar de ser una iconografía expresamente figurativa, las representaciones se articulan con tal complejidad que se configuran convenciones que hacen que la identificación figurativa con animales, personas o plantas no baste al análisis de las representaciones en su totalidad. Es lo que él denomina los kennings de Chavín, una metáfora tomada de la poesía nórdica y que hace referencia a una acción metafórica poética en donde la comparación por sustitución se funda en una convención arbitraria y compleja que juega un rol de primer orden en la trasmisión oral de conocimiento a cargo de los poetas. Estas metáforas no funcionan por una comparación que establece una analogía entre dos términos disímiles a los que se atribuye algún rasgo semántico común, sino que sustituyen al signo a través de una suerte de perífrasis determinada por un contexto de referencia muy específico: los relatos míticos. Rowe propone entender como kinning los motivos iconográficos que, a su juicio, en las imágenes de Chavín funcionan por sustitución: por ejemplo, las bocas felínicas en lugar de la boca de cualquier tipo de personaje. Sostiene que la explicación del significado de estas imágenes muy probablemente estuviese en la tradición mítica oral, a la cual evidentemente no tenemos acceso. Propone ciertas alternativas mediante los escritos etnohistóricos como forma de acercamiento formal, pero en ningún caso los concibe como la fuente de explicación en sí misma; un aspecto que la mayoría de sus seguidores no tomaron en cuenta. El siguiente cuadro puede resumir, las principales convenciones que observó Rowe en la iconografía Chavín. Convenciones, que posteriormente han sido discutidas en relación al animal que hacen referencia, más que a su operacionalidad como propuesta para un análisis formal de las representaciones en Chavín.

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Cuadro 8. Convenciones de la Iconografía Chavín según Rowe (1972/3) Convención Característica Resultado en la Apreciaciones Piezas o imágenes principal imagen particulares representativas Divide cuerpos o Obelisco Tello Simetría bilateral Muchos casos simetría presentan campos de bilateral simetría con composición en un componentes eje vertical diferenciales, particularizando dos representaciones Reiteración de Arbitrariedad en Apariencia de -Cabezas/fauces repetición ciertos íconos en las mascaras felino ciertas posiciones representaciones -serpientes -Garras de felino -Ojos excéntricos. -Vegetales -Cetros -Colmillos -Diseños Simetría bilateral barroquismo bandas geométricos modulares -Líneas rectas o curvas (Fase EF) Permite evocar -espirales -Motas de jaguar. reducción de Abstracción de rasgos de un en una -colmillos como -Colmillos de las figuras animal composición triángulos o Caimán aserramientos.

Efectivamente, la identificación de convenciones en la iconografía Chavín ha permitido a numerosos investigadores de esta expresión, hacer una suerte de orden en el análisis particularmente de las litoesculturas (Curatola: 1991, Latrhap:1985), pero también de otros soportes materiales en donde la estructura iconográfica pareciera presentarse de manera muy semejante; tal como ocurre con los textiles Paracas, especialmente los Karwa (Carhua), de la costa sur peruana (Wallace 1991; Cordy Collins: 1999). Es interesante notar, que durante largo tiempo los estudios iconográficos y de seriación de Rowe, han marcado la hoja de ruta tanto de la adscripción cronológica como de la configuración de las representaciones figurativas que se han vinculado con Chavín. Varios estudios, relacionados con esta propuesta, se produjeron en las décadas siguientes, fundamentalmente en el marco de otros soportes, o como análisis de piezas únicas. En el primer caso destacan los trabajos de Allana Cordy Collins en la década de los ’70, realizados sobre la iconografía de los textiles Carhua-Callango en Paracas. Estos textiles, recuperados de sitios disturbados por huaqueos permanentes, dieron a conocer la presencia de una iconografía no local y muy vinculada con la que Rowe había identificado como la fase D, correspondiente al Portal Blanco y Negro, o el 110   

Pórtico de las Falcónidas. En el trabajo de Cordy Collins, se asume como válida la secuencia de cronología relativa propuesta por Rowe, para la asociación de litoesculturas con las fases constructivas del sitio tipo, y 25% de los textiles son adscritos a la iconografía Chavín, pero destacándose como una producción local. La propuesta de Cordy Collins, plantea que la existencia de este porcentaje de textiles de representaciones chavinienses dentro del conjunto de representaciones locales, con, además una producción local, son el resultado de una suerte de “catequismo” que un grupo de personas que se estaban contactando con el centro oracular intentaba introducir en las tradiciones locales de la costa sur. El interés, por su parte de Chavín de

tomar

contacto

con

poblaciones

sureñas

se

basaría

en

un

objetivo

económico/religioso, materializado en la alta calidad y productividad del algodón y prendas asociadas al cultivo de dicha planta; de esta manera los sacerdotes de Chavín habrían visto una utilidad en la tela para comunicar el discurso de su ideología religiosa, ya que el textil, a diferencia de la piedra, es liviano y no se rompe (Cordy Collins 1976, 1999). Un segundo caso se vincula con varios intentos por intentar dar una “lectura” a ciertas piezas de importancia que se han encontrado en Chavín y que se derivan claramente de la distinción que hizo Rowe entre el carácter de uso que tendrían las piezas únicas (huacas) y las que se encuentran insertadas en los muros y asociadas por completo a la arquitectura. Para él, por ejemplo, las figuras que aparecen en las columnas del Portal Blanco y Negro, en las cornisas, las losas y las cabezas clavas mismas, como categoría de representación, carecen de una razón para el culto, aún cuando puedan estar representando a divinidades, no son divinidades en sí mismas, como sí debe haber ocurrido con las representaciones escultóricas independientes, como el Obelisco Tello, la Estela Raimondi o la Gran Imagen, que deben haber representado directamente a la divinidad, por lo que posiblemente pudieron haber estado llanamente relacionadas al culto y al ritual (Rowe 1967:319). Así, todas las figuras de la primera categoría serían evocativas, mientras que las segundas serían la manifestación en piedra de alguna deidad, una identificación que Rowe claramente hizo debido a su familiaridad con la etnohistoria incaica, en la que se ha descrito que las huacas encarnaban la divinidad

111   

misma41, una visión por cierto simplista y estereotipada de la ideología andina (González 2003). Pues bien, como he planteado en otra oportunidad (González 2007) creo que esta distinción, de una fuerte inspiración etnohistórica, provocó que gran parte de los trabajos derivados de Rowe, más que profundizar en la estructura de los esquemas de representación y su organización, se focalizaran en hacer descripciones analíticas de piezas

únicas,

ciertamente

complejas

e

interesantes,

pero

absolutamente

descontextualizadas de su realidad arqueológica. Gran cantidad de trabajos, por ejemplo, se dedicaron a atender al Obelisco Tello, llegando a inusitadas discusiones bizantinas acerca de si la pata era de caimán o de felino, o si la planta representada era Achira o cualquier otra, o si el maní que presentaba el denominado personaje B en el mapa del Obelisco de Rowe era un pene o una voluta, etc. En general, estos supuestos análisis iconográficos, no fueron tales, y más bien fueron intentos fallidos, aun cuando famosos, de experimentar respuestas al significado de las imágenes. En este marco, conviene recordar El Dios de los Grandes Colmillos de Curatola (1991), quien interpreta al Obelisco con un mito recogido por fuentes etnográficas en un valle cercano a Chavín, y por supuesto propone que esta pieza es el testimonio de la larga data de dicho mito (que por lo demás es igual al de Hansel y Gretel). En un ejercicio de semejante semblanza, podemos situar los trabajos de Lathrap (1974) y Peter Roe (1974, 1982), que mencionamos juntos porque han sido quienes desde la arqueología y la antropología, en el segundo caso, se han empeñado en demostrar el origen amazónico de la iconografía Chavín, a través de analogías estilísticas y oportunistas explicaciones míticas que succionan del registro etnográfico. Sin extenderme en estas apreciaciones de la iconografía Chavín, lo cierto es que han formado parte de los debates de lo que se ha propuesto como la fuente de pensamiento originario andino, y sin proponer más que

cuestiones de corte especulativo, han otorgado un criterio de

validez a los argumentos que rechazan el estudio arqueológico de las representaciones figurativas. Existe un tercer cuerpo de estudios que vinculados a la historia del arte, y en general disidentes de cómo se trata en arqueología el material iconográfico, han reclamado un                                                              Con justo criterio, varios investigadores han cuestionado la distinción hecha por los cronistas de esta práctica andina, y que fue la justificación ideológica para el largo proceso de Extirpación de Idolatrías en el S XVII.

41

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espacio en lo que denominan el estudio del arte precolombino. Dentro de este contexto, vale la pena rescatar un estudio, que a mi juicio constituye un esfuerzo de sistematización conceptual, que con mayor o menor éxito, ha logrado hacer una integración empírica del material arqueológico y su interpretación social. Ha sido elaborado por María Alba Bovisio, historiadora del arte de la UBA, quien probablemente en una línea en apariencia muy parecida a la de Rick, propone al conjunto de representaciones iconográficas de Chavín como una herramienta social de poder asociada a una estrategia de ocultamiento (Bovisio 2004). Partiendo de la propuesta de Renfrew y Bahn (1993) acerca de que el estudio iconográfico de cualquier sistema religioso maduro constituye una tarea especializada en sí misma,

plantea que en el marco de lo que se ha denominado arqueología

cognitiva debe integrarse a los especialistas vinculados con la historia del arte. Al mismo tiempo, discrepa de ciertos puntos de vistas arqueológicos que dejan a la producción plástica fuera de lo que la concierne: el lenguaje visual. En este marco, plantea que las obras se usan en arqueología como meras fuentes de información sociopolítica, olvidándose que son realidades expresivas, es decir, comunicativas, con una lógica propia. Partiendo de esta crítica retoma de Francastel (1970) la idea de que las sociedades materializan para sí mismas y para el exterior los principios que orientan sus acciones en el mundo, mediante un modo específico de lenguaje que se funda en un tipo particular de pensamiento: el pensamiento plástico. En contra de la tensión arqueología v/s historia del arte, plantea querer “contribuir” a superar dicha oposición, introduciendo en el estudio del campo de la imagen prehispánica la cuestión de “la eficacia simbólica de las imágenes del arte religioso”. Parte de la base que en toda sociedad la imagen sagrada cumple un rol ligado a lo ideológico, en tanto mecanismo de explicación del mundo natural y supra-natural, y de legitimación de la organización social. Siguiendo a Godelier (1989), plantea que las imágenes pertenecerían al campo de las realidades ideales. Estas realidades no tienen, solo una existencia mental, sino que se materializan en diversas prácticas de producción simbólica entre las que se encuentra la producción de lo que denomina “textos icónicos”, los cuales se originan siempre a partir de un proceso perceptivo. Así, las imágenes no se parecen al objeto referente sino al precepto de objeto, o sea, a la forma convencional que se conforma en la percepción del objeto. Retomando esto último de Eco (1977), agrega que es por eso que en el icono se combina el principio de 113   

isomorfismo perceptivo y las aportaciones intelectuales propias de cada cultura. En consecuencia, plantea que la constitución de sistemas icónicos es un modo de conceptualizar la realidad; de organizarla a partir de determinadas operaciones de sentido. En este contexto, se sirve del concepto de arte propuesto por Francastel (1970), para referirse con este término a la producción se sistemas icónicos en el mundo prehispánico, en donde “arte” se definiría como la “realidad figurativa”, no porque copie la realidad externa, sino porque proporciona a la sociedad un instrumento particular para explorar el universo sensible y el pensamiento. Plantea pensar a la imagen religiosa como el resultado de dos operaciones: reconocimiento de lo real natural (animal, humano, vegetal, etc.), -traducción de éste al sistema icónico- y construcción de una entidad supranatural por medio del lenguaje plástico. De esta forma, agrega, en el reconocimiento de aquella imagen por parte del fiel se ponen en juego, tanto las creencias religiosas, como la participación específica en “la visión de mundo”. Postula, siguiendo una idea de Gubern de los dos tipos de imágenes que dominan la producción en Occidente (1996. En Bovisio Óp. Cit.): las que funcionan como simulacro e imitación realista, y las que se fundan en una voluntad de ocultamiento, conceptualidad o de lo que llama “criptosimbolismo”. Estas últimas muestran y ocultan, en la medida que su significado es simbólico, es decir, que dependen de una convención específica que no está ligada a lo que denotan los iconos, y cuya comprensión implica una iniciación especifica. Con estos elementos de base, observa que en la tradición prehispánica ocurren estos dos tipos de imagen: en la sociedad Mochica se darían fundamentalmente las primeras, mientras que en el grueso de la producción plástica de otras sociedades la segunda seria la característica. Bovisio hace un ejercicio de explicitación conceptual que me parece interesante referir brevemente, ya que son elementos con los que aborda el estudio de la iconografía Chavín, y que de alguna manera constituyen los ejes de su propuesta. En primer término, define iconografía, sin evocar a Panofski, como lo que parece “representado” con una frecuencia tal que evidencia la presencia de ciertos temas o motivos que responden a algún tipo de convención. En segundo lugar, define la materialidad, con respecto a la imagen, no como algo que la sostiene, sino a la imagen como una entidad material misma; así no consideraría la imagen de los textiles, sino que imágenes textiles,

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líticas o cerámicas42. Por último, define lo que denomina contexto de circulación, que se refiere no al contexto inmediato de participación de la imagen (cultico, domestico, etc.), sino al emplazamiento de las imágenes en relación a su tamaño, características platicoformales, etc. (es decir, ¿quienes las veían?; ¿dónde?; ¿cómo?). La integración de estos tres aspectos, constituyen para la autora, la “sacralidad” de las imágenes, ya que su capacidad connotativa, denotativa y simbólica no radica sólo en el registro iconográfico sino en el “texto icónico”, o sea, en un objeto figurativo: producido a partir de ciertos materiales, mediante ciertas técnicas, que lleva y que constituye él mismo una imagen, y al que le corresponde un determinado contexto. Aun cuando concibe a Chavín como un sistema basado en la teocracia, lo hace con la idea que sostiene Godelier, en la que las relaciones religiosas funcionan como relaciones de producción; así, la dinámica de ocultamiento/restricción de la imagen religiosa se articularía con los mecanismos ideológicos de consolidación y reproducción social. En este sentido, la dinámica de ocultamiento/restricción se vería en Chavín en la presencia de imágenes públicas (monolitos, esculturas de bultos en los muros, plazas, etc.) vinculadas pero no iguales, iconográfica y materialmente a las que se ocultan; estableciéndose de esa forma una circulación desigual de los mensajes religiosos, coherente con una organización jerarquizada y elitista. En este sentido, plantea, que la eficacia de estos textos icónicos ocultos no radicaría en la interpelación directa, sino en su presencia (el saber/que se diga, que están ahí). Al mismo tiempo, Bovisio sostiene que los motivos Chavín, son además de metafóricos, metonímicos; ya que cada uno de los motivos representados está, a su juicio, representando a un animal y funcionando como una “metonimia” de la parte por el todo. Sin embargo, argumenta que la particularidad que observa en el carácter metonímico de las imágenes de Chavín, es que se integran a una metáfora, o sea, que la parte alude a lo animal o a lo humano, los que al mismo tiempo, estarían funcionando como representación simbólica de una determinada cualidad, rol o valor que se le atribuye “significativamente”. Esta atribución, y siguiendo de alguna manera los planteamientos de Rowe, tendrían su origen en el discurso mítico-religioso, ya que según entiende, el contexto de producción y circulación de la iconografía Chavín es                                                              Sin embargo distingue en las artes bidimensionales, como la pintura y el relieve, en que existe el soporte como tal diferenciado de la imagen pintada o grabada, en donde considera que deberían ser concebidos con una doble materialidad: los que les da la técnica y la de su propio soporte.

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“claramente” ceremonial en un centro político-religioso. Destaca, sin embargo, siguiendo un planteamiento de Burger (1992) en este caso, que la presencia de lo que se ha identificado como la más temprana representación de la cruz andina (chakana), no formaría parte de los híbridos metonímicos/metafóricos, sino que al no corresponder al ámbito de los seres vivos, constituiría un símbolo en sí mismo43. Por otra parte, y vinculándose muy estrechamente con las contradicciones que planteaba Rick que se daban en el Formativo andino, Bovisio sostiene -en coherencia con su propuesta de la doble dimensión que posee el texto icónico (cognitiva e ideológica)- que estos textos debían ser comprendidos y aprehendidos por el grupo social de manera diferencial y en distintos niveles. Cree que las operaciones analógicas (cognitivas) responden a formas de pensamiento comunes a toda la comunidad Chavín; sin embargo, la “de-codificación” del sentido generado mediante las imágenes metafóricas variarían de acuerdo al conocimiento de los contenidos mítico-religiosos. Según esto, las imágenes religiosas de Chavín, funcionarían como una herramienta de poder y control, al mismo tiempo que de consolidación de una cosmovisión compartida. El alto grado de convencionalismo y formalización de los términos metafóricos y metonímicos evidencian que este discurso estaba rígidamente pautado y controlado por unos pocos. Al mismo tiempo, la circulación de las imágenes no sólo se restringiría por su carácter (lítico, monumental, ofrendas), sino por su emplazamiento específico en el centro ceremonial, es decir, por la dinámica de ocultamiento/restricción.

                                                             Símbolo que adscribe equívocamente al concepto andino etnohistórico de taypi, centro de donde se integran los opuestos, lugar de equilibrio necesario para mantener un orden cósmico vital. 43

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CUADRO SINÓPTICO DE LA HISTORIA DE LA INVESTIGACION DEL SITIO CHAVIN DE HUÁNTAR PRINCIPALES AUTORES/INVESTIGADOR ES (AS) S XVII- ‐ Fray Antonio Vásquez de Espinoza XIX ‐ Eduardo de Rivera y Ustariz ‐ Antonio Raimondi ‐ Charles Wiener ‐ Ernst Middendorf 1900-1940 ‐ Max Uhle ‐ Julio C. Tello ‐ Bendel Bennett ‐ Alfred Kroeber ‐ Gordon Willey 1950-1970 ‐ John Rowe ‐ Donald Lathrap PERIODO

1960-1970

1970-1980

1990-hasta la actualidad

‐ Luis Guillermo Lumbreras ‐ Hernán Amat

‐ Richard Burger

‐ John Rick ‐ Silvia Rodríguez Kembel

AREA DE INTERVENCION EN EL SITIO

PRINCIPALES TRABAJADOS

Ninguna

Arquitectura, Litoescultura

‐ El Castillo ‐ Plataformas ‐ Plaza cuadrangular

‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐

‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐

Nuevo y viejo Templo. Plaza cuadrangular Galería del Lanzón Atrio del Templo Antiguo Plaza Circular Galería de Las Ofrendas Galería de Las Rocas Otras Galerías Plaza cuadrangular Depósitos del Pueblo actual Sondeos en cercanías del sitio Terrazas superiores del sitio

Atrio del Templo Antiguo Galería Las Rocas Plaza cuadrangular Asentamiento La Banda Ribera Huacheqsa

MATERIALES

CONCEPTOS DEL SITIO

Descripción visual, crónicas.

‐ ‐ ‐ ‐

CENTRALES

Centro Peregrinaje (Meca) Alta Cultura Incaica Centro de un reino.

‐ ‐

Arquitectura Litoescultura

‐ Tipologías estilísticas ‐ Cultura Matriz de la civilización andina. ‐ Excavación por niveles artificiales. ‐ Estilo de Horizonte Chavín.

‐ ‐

Arquitectura Litoescultura

‐ ‐ ‐ ‐

‐ Arquitectura ‐ Cerámica ‐ Litoescultura

‐ ‐ ‐ ‐

METODOLOGÍAS

Arquitectura residencial Cerámica Hueso Lítico tallado

‐ Arquitectura ‐ Lítico tallado

‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐

Seriación tipológica Cronologías relativas Analogías etnográficas Excavaciones sistemáticas. Fechados radiocarbónicos Seriaciones tipológicas Análisis iconográfico Excavaciones sistemáticas Fechados radiocarbónicos Análisis composicionales Analogías etnográficas Excavaciones sistemáticas Reconstrucción 3D

‐ Estado expansionista ‐ Ciudad ‐ Centro Ceremonial Oracular ‐ Religión de Estado ‐ Estado centralizado y prístino

‐ Centro Ceremonial ‐ Urbanismo Incipiente

‐ Centro ceremonial ‐ Evolución de la autoridad y el poder.

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IV. SINTESIS CRÍTICA DEL ESTADO DE LA CUESTION. Como hemos reseñado en este escrito, Chavín se conocía en la zona desde siempre, un factor que presumiblemente colaboró en acrecentar cierta fama desde los primeros momentos en que éste se integró al estudio arqueológico de la prehistoria andina. Aún cuando a principios del siglo XX se viera muy poco debido a la depositación aluviónica y la vegetación que había crecido sobre los edificios, la monumentalidad del sitio todavía podía verse en uno de los muros del denominado “Castillo” por los pobladores locales. Chavín debe haber estado muchos siglos tal y como lo describieron los primeros investigadores en intentar estudiarlo como “ruina prehispánica”: en el contexto de la vida cotidiana de las personas del pueblo como un lugar especial; pero especial no significaba que estuviera exento de actividades cotidianas, y a veces servía como espacio para ciertas ceremonias, a veces de escondrijos para juegos infantiles, -en algún momento fue refugio para un esquizofrénico44-, pero también sirvió para las casas de algunos grupos campesinos, desde el abandono del Monumento del período homónimo, hasta poco antes de su declaración como Patrimonio cultural de la Humanidad en 1985; y también sirvió para una capilla que se construyó justo en la parte más alta del Templo Nuevo, en fin, el sitio, aún cuando su vigencia le sobrepasaba por más de 2000 años, siguió estando en la vida de las personas del Callejón de Conchucos. La idea que escribiera Vásquez de Espinoza en el siglo XVII, siguió presente en las propuestas de numerosos investigadores, que tratarían de reproducir modelos sociales aprendidos de otros hemisferios; y desde ese momento se cimienta la representación de Chavín como Centro y Núcleo de peregrinaje oracular, y todos los trabajos que traten de lo Chavín harán una continua vuelta a esta cita, como para otorgar un criterio de verdad a la crónica. Hemos intentado dar cuenta en este trabajo, de un estado de la cuestión que muestra una larga trayectoria de investigación y de producción escrita; una síntesis de los principales aportes en materia de conocimiento empírico y la integración con propuestas explicativas, en donde, a pesar de la inmensa producción e investigadores e investigadoras involucrados, subyacen escasos planteamientos contundentes. Las más substanciales cuestiones de debate, se refieren la mayor parte de las veces a temas de índole formal, sobre las que muy probablemente se esconden                                                              La oralidad pueblerina comenta que vivió un hombre al que le denominaban El Loco; una de las Galerías actualmente lleva ese nombre.

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importantes diferencias teórico-ontológicas de entender la realidad, pero que muy pocas veces son explicitadas. A pesar de ello, he intentado abordar el problema de la inspiración teórica de los autores, porque evidentemente la historia explicativa del sitio, se basa en las claves con las que han sido miradas ciertas evidencias, y ciertamente la popularidad de éste, dependió en gran medida con cuanta fuerza era integrado dentro de los cuadros regionales de la prehistoria andina por los enfoques dominantes de turno. El hecho no menor, que desde prácticamente sus comienzos Chavín fuera considerado como uno de los focos de civilización independiente, dentro de lo que se conoció como estados prístinos, sin duda catapultó al yacimiento mucho más allá de lo que de su realidad se conocía; y, haciendo una evaluación general del estado actual de dicho conocimiento, lo cierto es la realidad social de este sitio sigue siendo invisibilizada por la estereotipificación de los adjetivos que lo acompañan, y efectivamente, sabemos más por la publicidad que se ha generado con su nombre, que por los datos reales que se han aportado. Las primeras intervenciones arqueológicas en el sitio, personificadas en Tello y Bennett, contienen interesantes descripciones que comenzarán a perfilar la abundancia y diversidad material del mismo, que junto con el despeje y limpieza de varios de los edificios mayores más visibles, constituirán la base material para comenzar una definición de este sitio en sí mismo, y un posicionamiento en la cronología andina de la época, así como también el establecimiento de las relaciones con otros sitios conocidos y mayormente definidos. Sin embargo, la insistencia desde estos primeros tiempos en buscar las claves del estilo, desatendió espacios y relaciones materiales, y los datos fundamentales con los que hoy contamos del tiempo de estos autores, poseen un valor más de coleccionismo que de registro arqueológico. Aún siendo así, estas descripciones han sido usadas por la mayoría de los investigadores e investigadoras para engordar la listas de sus propias clasificaciones, con criterios basados en formalismos marginales, pero sin la necesaria contextualización del espacio de las relaciones sociales que los involucran. Rowe, Lumbreras y Burger, entre otros, se sirvieron de estos primeros registros detallados, para incrementar las muestras con las que contaban en la formulación de sus secuencias relativas, y lo cierto es que no se han integrado con el filtro crítico que este proceso requiere. En nuestro trabajo, incluimos las descripciones de cabezas clavas hechas por Tello, intentando guardar la distancia con respecto a ellas, fundamentalmente, porque dichas 119   

piezas se han perdido, y porque las descripciones realizadas por el autor, en muy contadas ocasiones cuentan con una referencia clara en cuanto a espacios u a otros criterios asociativos se refiere. Una importante excepción, que además constituye la única fuente de información de esa naturaleza, es la que describe Tello con respecto a las cabezas clavas que iban empotradas en los pilones del puente Chavín que cruzaba el Huacheqsa, un espacio distinto del que comúnmente han estado asociadas y que propone interesantes hipótesis de trabajo. Sin embargo, es quizá más importante la cuestión por los conceptos introducidos en esta primera época la que tuvo mayor consecuencia dentro del debate de Chavín. Efectivamente, la temprana inclusión del término estilo de Horizonte, tanto como un marcador cronológico como de cultura, provocó una clausura definitiva en lo que a realidad social en el sitio se refiere, y la discusión se selló en torno al problema de los parecidos. Justamente, esta cuestión de las semejanzas en las representaciones figurativas, que define el estilo, que iguala a una cultura o a un tiempo con cierta producción o formas de hacer las cosas, hizo que la visión que se tuviera del problema Chavín, estuviera enfocada a cuestiones absolutamente formalistas, que no dan cuenta ni de lo social, ni del proceso histórico. Con Willey a la cabeza, y seguido por Kroeber, se instala esta forma del particularismo histórico, que trascenderá mucho más allá en el tiempo de lo que la vigencia de sus planteamientos han tenido en otros ámbitos, tanto así, que aún hoy tenemos que referirnos a Chavín como la formación social que corresponde al Horizonte Temprano. Al mismo tiempo, si bien en las primeras décadas de la investigación en el sitio, el objetivo fundamental fue el de “situarlo” en un tiempo relativo, y ver cuán antiguo era, de acuerdo al método tipológico, lo cierto es que la consideración general acerca de que se trataba de un centro ceremonial que reunía a un gran área “cultural”, también marcó el germen inicial en donde los posteriores planteamientos irían incrementando argumentos en esa línea: como estado teocrático, centro oracular, centro ceremonial de una ciudad incipiente, y como centro de las actividades de convencimiento de un sistemas de creencias; Chavín de Huántar nunca ha visto cuestionada su naturaleza religiosa. Más allá de las actividades que puedan desprenderse de sus espacios, la organización monumental y las interpretaciones de los sistemas de representación figurativa, han sido las fórmulas con la que todos los enfoques sacramentan a este lugar como un espacio dispuesto para el rito de actividades cultistas. No obstante, un 120   

problema común a todo este conjunto de propuestas, que asumen la naturaleza ritual de las actividades del sitio y de la religión como base de la organización en Chavín, es que no se establecen con claridad los criterios que definen tales ámbitos. El adjetivo ritual de las acciones, el ceremonial del espacio y el religioso de la organización social, se convierten, en consecuencia, en conceptos aplicados de manera indiscriminada, generando conceptos normativos, que muchas veces pueden estar refiriendo a realidades sociales distintas. En efecto, esta especie de convencionalismo en la referencia terminológica termina encapsulando en el adjetivo, parcelas aparentes de realidad, que integran criterios nunca dichos, pero que tácitamente se edifican sobre una sumatoria de rasgos. De esta manera, los factores monumentales, espacios abiertos limpios, y la recurrencia de representaciones figurativas de esquemas simbólicos, son en definitiva formulas repetitivas, que pierden en el nombre la capacidad explicativa, y reducen la realidad a una palabra que por la tradición disciplinaria genera “sentido”. Una vez instalada y aceptada la importancia arqueológica de Chavín en tanto centro cultico de una religión, los estudios posteriores a esta primera generación que definiera Horizonte, se avocó a la realización de estudios orientados a establecer los límites de la dispersión espacial de dicho estilo; estos límites establecerían las fronteras entre un área nuclear y áreas marginales45, y por lo tanto, la definición de un territorio, que compartiría ciertos “códigos” de pensamiento que quedarían impresos en los estilos, una especie de mentalidad general que se caracterizaría por un centro (Chavín) ubicado en la sierra que traza sus vectores de influencia desde la costa norte hasta la costa sur y en toda la longitud de la Sierra hasta Ayacucho. En esta línea se inscribirán los trabajos de periodificación relativa entre la arquitectura del sitio y los estilos iconográficos asociados a los edificios, de Rowe (1962). A él se le sumaron los estudios en técnica (Wallace 1961) e iconografía textil Paracas (Cordy Collins 1977) -de los sitios Carhua y Callango- que confirmaron el planteamiento de la presencia civilizatoria en la costa sur peruana del que se comenzaba a perfilar como Estado teocrático Chavín. En estos trabajos y su idea de “catequismo”, se trasluce uno de los principales fundamentos que definieron a Chavín ya no sólo como el centro difusor de donde emanaba toda la influencia estilística que definía al Horizonte, sino como un Estado, es decir, ya no sólo como un incierto aglutinador de un Área cultural                                                              45

No me refiero a la aplicación de la teoría centro-periferia, este será un enfoque mucho más tardío en la historia de la investigación. Sino al concepto de Área nuclear, áreas intermedias y áreas marginales de desarrollo que despliega la escuela particularista histórica paralelamente, y en conjunto, con el concepto de Áreas culturales (Willey 1961).  

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internamente difusa y definida más por los arqueólogos que por la propia realidad empírica, sino como una organización socio-política con carácter centralizado. Chavín como Estado teocrático, vino además a confirmar el alma civilizada e independiente de la sierra andina reclamada por Tello, pero ahora con una visión más histórica; una mirada desde el historicismo cultural de Childe, encarnada en la figura de Luis Guillermo Lumbreras. Sin embargo, si la influencia de las áreas culturales, bajo la forma de horizontes estilísticos, construía una realidad homogénea en un gran espacio a partir de un único sitio, la idea de Chavín como estado volvió la mirada al sitio en particular y a una consideración del proceso histórico y la organización política que se desprendía de él y sus relaciones observables en los materiales que mostraban vínculos con distintas áreas del “mundo” andino. Si bien con la distancia del tiempo, se puede realizar una revisión crítica de los primeros planteamientos de Lumbreras, fue él quien por primera vez intentó plantear una explicación de la vida social que podía proponerse a través de los materiales del propio sitio, entendiéndolo a éste como la base material indispensable para proponer respuestas acerca de su carácter sociopolítico. En este sentido, el estilo pasó de ser una mera cuestión de formalismos artísticos a entrelazarse con la historia ocupacional del sitio, y las delimitaciones se posicionaron en un espacio acotado y a un tiempo de cronologías absolutas. Esto es sintomático, en relación al potencial de datos generados durante el programa de investigación llevado a finales de los ‘60 y principio de los ‘70 por la UMNSM, que fue la primera instancia en producir un cuerpo de evidencias recuperadas sistemáticamente, que otorgaran valor de realidad a las proposiciones. Efectivamente, podemos encontrar en estos trabajos las primeras fuentes reales, que más allá de las consideraciones interpretativas de sus propios autores (por ejemplo Lumbreras y Amat), son útiles a toda investigación que se interese en abordar la historia social del sitio. Aunque evidentemente fragmentos de realidad, como toda intervención arqueológica, y sobre todo en un sitio de la envergadura espacial y de densidad de Chavín, la base empírica presentada por estas intervenciones pueden seguir siendo consideradas fuentes de calidad en lo referido a la información arqueológica de Chavín. Aspectos tales como la definición precisa y sistemáticamente detallada de espacios cerrados, como la excavación en la Galería de las Ofrendas, y la reconstrucción de la historia post-abandono del atrio del tradicionalmente considerado Templo Antiguo, constituyen antecedentes que en todos los casos han sido complementados con nuevas investigaciones; y su debate, en general 122   

ha sido establecido en torno a cuestiones menores y formales, por lo que el grueso de la información puede seguir considerándose utilizable. Así, por ejemplo, las descripciones pormenorizadas de la historia post-depositacional en el atrio del Templo antiguo, nos han servido para tener un alto grado de confianza en que parte de esta plataforma que antecedía el hoy cuestionado Templo, tuvo en sus muros cabezas clavas; un aspecto que se vincula con los espacios en los que se insertaron estas litoesculturas, y que hoy se encuentran invisibilizados debido a los derrumbes de los principales edificios de ésta área del sitio. Efectivamente, gran parte del material recuperado en las capas E-H, tanto del derrumbe de los muros como de las construcciones post-Chavín que usaron las litoesculturas y el material lítico de esta parte del sitio, constituyen hasta el momento, prácticamente la única fuente estratigráfica sobre la que es posible reconstruir asociaciones significativas tanto con el material representacional con el que se vincularon algunas de estas litoesculturas, como con los espacios que contuvieron ciertas actividades sociales y no otras. Ya he señalado que quizá el valor más trascendental del aporte de Lumbreras, es, además de su atención permanente a la continuación de la investigación en el sitio, la preocupación por las características sociopolíticas que configuró la población del Formativo en la sierra central. Sin salir del esquema que configura la aproximación tipológica al material arqueológico, que caracteriza una faceta histórico-cultural en Lumbreras, lo cierto es que de alguna manera, fue posible comenzar a visibilizar realidad social en sus propuestas. El estudio experimental de las características acústicas del sitio en 1976, junto con la interpretación de las prácticas sociales, bien definidas, que se llevaron a cabo en la Galería de las Ofrendas y en el atrio del Templo Antiguo, le dan a sus propuestas de “centro oracular” una fuente material interesante. En alguna medida, esta impresión, hoy ampliamente aceptada, de que Chavín fue un lugar en el que se manejó conscientemente la “experiencia perceptiva” de las personas que lo visitaban, se debe claramente a los trabajos de este autor. Sin embargo, la idea de una clase de elite, personificada en sacerdotes (o guías espirituales/especialistas en el culto), seguida en jerarquía por una suerte de gremios de técnicos y profesionales especializados en diseño, construcción y “arte lítico”, sigue siendo más fruto de deducciones basadas en realidades conocidas en otros tiempos y lugares que se replican a la realidad de los Andes en la época del sitio, que de un registro empírico concreto. Las fuentes materiales de desigualdad/asimetría/explotación siguen siendo demasiado indirectas y fragmentarias para proponer esquemas de organización social; y en 123   

general, todas estas propuestas siguen estando basadas en criterios que suponen que las construcciones de monumentalidad y de “obras públicas” sólo son posibles mediante la explotación y el manejo político-ideológico de la población, una perspectiva, que no siendo exclusiva de Lumbreras, ciertamente naturaliza la historia social, y genera realidades estáticas. Aún cuando las propuestas de Lumbreras pueden ser ciertas, sobre todo en relación al esquema de organización observado en otros momentos en los Andes, la verdad es que se requieren por una parte de más antecedentes, pero sobre todo de un enfoque que sea capaz de visibilizar a las mujeres y hombres que levantaron dicha realidad. En principio, el problema de Chavín puede comenzar a caracterizarse, en ese sentido, más que por la ausencia de evidencias materiales, por la carencia de objetivos de estudio que intenten dar cuenta de las prácticas reales efectivas que se llevaron a cabo en el sitio; un problema que Lumbreras resolvió en parte de éste, pero que fue leído en la clave descrita. En una línea más procesalista, los trabajos de Burger y la PUCP, de alguna manera continuaron la visión particularista del sitio y sus relaciones más cercanas, interesándose en la situación de las áreas habitacionales que circundaban al yacimiento y en las secuencias ocupacionales que permitirían delimitar más acotadamente y en términos absolutos las fases inicialmente propuestas por Lumbreras y sus colaboradores. Se cristaliza la idea del sitio como Centro Ceremonial, lugar privilegiado de actividades rituales y de peregrinaje (por los materiales foráneos) pero se le arranca el carácter de isla que había cobrado durante toda la historia de investigaciones arqueológicas y se le sitúa en una realidad concreta e inmediata espacialmente. En el mismo sentido, se destaca la naturaleza local en la generación de los procesos de “complejidad” que exponía el sitio y se particulariza la evolución propia, más allá de los contactos extra-locales. En síntesis, tanto las propuestas de Lumbreras como las Burger, aunque con distintos significados, intentan dar contenido histórico al sitio, se visibiliza de alguna manera los “actores sociales” (al plantearse la existencia de especialistas) y se habla de desigualdad social. Sin embargo, a pesar de este avance en términos del arranque de una propuesta de teoría social aplicada al análisis del sitio, aun los conceptos siguen precediendo a la realidad social, y se observa en el material solo lo que se quiere ver. Por cierto, que queda un potencial enorme por dilucidar en torno a las características particulares de Chavín en lo referido a las prácticas sociales que se desarrollaron en sus distintas dependencias y ver si es posible observar la realidad social de las personas que de él participaron, ya que efectivamente, aun la 124   

mayoría de las delimitaciones conceptuales del sitio y su realidad siguen describiendo bloques homogéneos y escasamente cambiantes. En la propuesta de Burger, interesada fundamentalmente en conocer las características del asentamiento, la base económica y la secuencia cerámica, se buscaba complementar el trabajo de Rowe realizado mediante la asociación del material litoescultórico con las fases constructivas de los principales edificios del sitio, e integrar cronológicamente lo que se veía en el asentamiento supuestamente residencial con lo que ocurría en la parte monumental. Una integración que nunca llegó a ocurrir. Efectivamente, Burger define la secuencia cerámica esperada y diferentes fases de ocupación del asentamiento antiguo; una tipología que fue incapaz de ser sometida a contrastación con la tipología hecha para la litoescultura y sus consecuentes fases arquitectónicas asociadas. De alguna manera, la propuesta metodológica de California encuentra aquí su fracaso más grande: la incompatibilidad de sus proposiciones tipologistas, que basa toda la historia social de un asentamiento en criterios puramente estilísticos en donde toda información es leída en función de dicha clave explicativa, y se ve infructuosa a la hora de integrar los dos grandes proyectos; todo lo cual finalmente derivó en explicaciones aisladas, que dieron cuenta sólo formalmente de la secuencia con la que aparecen los diseños en los tiestos cerámicos o en las lajas de piedra, y cómo es que el “resto del material no-cerámico” se relaciona con esa variación estilística. Ciertamente, Chavín podría ser un ejemplo muy ilustrativo, de la incapacidad explicativa que generan los modelos tipologistas, tanto en la definición de situaciones históricas concretas, como en la capacidad de ser materia para explicar procesos y transformaciones sociales: el cambio cultural buscado por esta tendencia, queda sin ser respondido. Así como débil se muestran los criterios de tipologías, también lo son la enunciación y los criterios formales para la definición urbana que propone Burger; posiblemente estimulado por los deseos de encontrar un asentamiento asociado con el “centro ceremonial” de Rowe, y el “descubrimiento” de los primeros indicadores de urbanismo andino, lo cierto es que las características sincoríticas, pueden ser vistas en cualquier parte donde se encuentren materiales provenientes desde áreas distantes, y dicha característica no hace más que describir un aspecto del sitio, que no explica por sí misma, ni la naturaleza de su ocupación, ni menos un tipo de asentamiento urbano. Esto se confirma, además, con el recurso para la reconstrucción paleodemográfica: un censo actual. No es necesario, aquí dar cuenta de la debilidad del criterio de estimación 125   

poblacional que esta herramienta conlleva, una debilidad que incluso el mismo Burger pone de manifiesto, y que la propone como la única forma que encuentra para hacer una estimación que haga posible encajar su intención de proponer urbanismo. Sin embargo, y haciendo una evaluación aséptica del trabajo de Burger, lo cierto es que sus intervenciones en el área de Chavín dieron a conocer numerosas fuentes materiales confiables, que ciertamente amplían los horizontes sociales con los que podemos entender a Chavín. Por una parte, está el estudio del asentamiento, que hemos descrito en el apartado III. 5, pero también la necesidad de contar con una secuencia de fechados radiocarbónicos que posicionen de manera absoluta la evolución del sitio. Asimismo, podríamos considerar su trabajo con las fuentes de abastecimiento de la obsidiana que aparece con cierta frecuencia en Chavín, y que, junto con otra gran cantidad de materiales, confirma la amplia red de circulación de productos en la que estuvo involucrada. Algo similar puede aportarnos su trabajo con los restos zooarqueológicos del asentamiento y colecciones del área monumental, que dan cuenta que la dieta de la población Chavín del asentamiento, basada en el consumo de camélidos domésticos, fue de menor calidad que la que se encuentra en la parte monumental o en recintos domésticos asociados a ella. A estos aportes centrales y novedosos, se suman varios otros que pueden ser mencionados, como el estudio composicional de los restos de artefactos auríferos, el estudio de los procesos de trabajo del Spondylus, los análisis de pasta de los fragmentos de cerámica, así como la reconstrucción de los procesos de elaboración técnica y todas sus variaciones locales y extra-locales, la reconstrucción de un taller lítico para el trabajo en pieles de camélidos, y un interés por hacer estudios (aunque con poco éxito por problemas de conservación) arqueobotánicos, fundamentalmente carpológicos y palinológicos. Con todo, Burger es el investigador que más iniciativas de investigación fuera del área monumental ha abordado, y ciertamente sus estudios han dado lugar a numerosas reevaluaciones del sitio y su naturaleza, y en consecuencia la debilidad conceptual sobre la que se apoya su propuesta de urbanismo incipiente, no le quita valor al registro en sí mismo. En este sentido, los últimos trabajos en el sitio (Rick 2005, Kembel 2001) aún cuando no cuestionan los principales conceptos asociados a éste, han introducido nuevos enfoques. Como mencionáramos en el apartado III.6, la propuesta de Rick, basada en la 126   

compleja secuencia constructiva que dio a conocer Kembel, coloca a Chavín en una nueva situación regional que ciertamente se relaciona con el trasladado de la mayoría de los estudios en el área andina a otros centros con monumentalidad, razón por la cual Chavín ha perdido su categoría del más antiguo, el más monumental y el más complejo centro de desarrollo andino civilizado (sólo basta ver el fenómeno Caral). Es interesante, en este sentido, comparar la situación en la que se encontraba Chavín hasta la década de los ’80, que lo colocaba como el eje y principio de la complejización social, y la que ocupa hoy día, que comienza a situarlo en una evolución histórica compartida, con una larga trayectoria de experiencias sociales asociadas a la monumentalidad, y, en consecuencia, que lo relativiza como la evidencia extrema y centralista que la carga de la investigación arqueológica había investido sobre él. Esta nueva posición que ocupa Chavín en la historia regional, pone de manifiesto por supuesto nuevos enfoques, pero también un cuerpo muy acrecentado de nuevas evidencias, que ciertamente han revolucionado la forma en la que mirábamos y abordábamos a este yacimiento. Sin ser ahora, el más antiguo, ni el más grande, ni tampoco el que más representaciones figurativas contiene, se presenta la posibilidad de comenzar a abordarlo sin la carga que los conceptos de la tradición le habían impuesto. A pesar de eso, el planteamiento de Rick, continúa siendo un ejemplo de cómo se replican fórmulas terminológicas para abordar el problema social en Chavín de Huántar. Efectivamente, el interés de este investigador, por atender a cuestiones “perceptivas”, una vez más oculta la realidad social, en el intento falaz de ver en el registro arqueológico lo que la teoría, en este caso de la evolución del poder y la autoridad, impone. Aunque merece ser destacado el ejercicio de explicitación conceptual que Rick realiza para proponer su explicación de Chavín, así como su atención a un cuerpo de rasgos contundentes que pone sobre la mesa para la discusión del fenómeno del poder en el sitio, lo cierto es que en su propuesta vemos fieles hipnotizados por la parafernalia escénica que implementa en el sitio un grupo de personas que con el tiempo se han hecho conscientes de su poder y han legitimado su autoridad mediante un sistema de creencias cohesivo. Aquí, toda la realidad de las personas, tanto las que creyeron en el proyecto como las que no, son oscurecidas por el conjunto de ideas que se manifiesta en un sistema de creencias, en donde el registro arqueológico, es la excusa explicativa más que la causa material que da cuenta de su realidad.

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Por su parte, en el apartado de los estudios iconográficos, he recogido, los que ha mi juicio, cuentan con una mayor contundencia teórica y una integración empírica explícita. En general, manteniéndose la clásica tensión entre los estudios arqueológicos y los más vinculados con la historia del arte, en estricto rigor, no contamos con un estudio global que integre el material de la realidad social en el estudio de las representaciones figurativas. Quizá, como mencionamos, el intento más intuitivo, lo realizó Rowe en el experimento por ordenar de manera relativamente sistemática los motivos y recursos figurativos del esquema representacional de Chavín, sin dejar de considerar su estricta relación con la arquitectura. En este primer ordenamiento se evidencia un interés que claramente proviene de una pregunta arqueológica, que es la de posicionar en un espacio real la existencia de dichos esquemas, y no abordarlos de manera aislada ni en sí mismos. En este sentido, es interesante notar que la cuestión de los kinnings propuesta por Rowe, de alguna manera buscando un referente para intentar comprender la forma de organización a la que aludían las representaciones figurativas de Chavín, propone un interesante ejemplo temprano o proto-semiótico, para abordar el estudio de la organización simbólica de las imágenes prehistóricas. De manera muy consciente Rowe supo y propuso claramente, que esta forma de entender la organización icónica de las representaciones de Chavín como recursos probablemente provenientes de tradiciones de mitos orales, no proporcionaban la fuente del conocimiento del significado de esas representaciones, y muy por el contrario esa identificación con la metáfora, y en cierta medida con la metonimia, que aparentemente expresa la organización del sistema icónico en Chavín, sólo hace reconocer el hecho, pero no dar cuenta de su contenido. Este aspecto es muy relevante, porque aparentemente la mayor parte de los autores posteriores que quisieron abordar el problema, no supieron interpretar los propósitos de Rowe, acerca que desde el presente no tenemos acceso a los significados de las imágenes, por una cuestión lógica, y fueron a los escritos míticos recogidos en fuentes etnohistóricas o etnográficas, para tratar de desentrañar en el pensamiento mítico recogido por los antropólogos en lugares relativamente cercanos, pero groseramente distantes en el tiempo de Chavín, el pensamiento que se escondía tras las imágenes que los arqueólogos no podían descifrar. El tan conocido título “Form and meaning in Chavín art” de 1967 de Rowe, fue de esta forma, catapultado como la fuente metodológica para justificar el uso del registro mitológico andino y amazónico, y con ellos la profundidad temporal del pensamiento andino en las representaciones de Chavín. En ese sentido, el intento de formalización realizado por Rowe, quedó como un aspecto marginal de su trabajo, y lo que él pensó 128   

sería probablemente la negación de su uso (los mitos) se erigió como su aporte fundamental; un gran contrasentido, que debe su realidad más a razones ideológicas de los propios arqueólogos, que a un problema de lectura. Como vimos también, existe toda una tendencia dentro de los enfoques asociados a la historia del arte, que se han avocado a reclamar un lugar dentro de la interpretación del pasado andino. En general, y como en todas partes, el problema central de estos enfoques es que son incapaces de renunciar al concepto “arte”; una renuncia que se plantea como necesaria para poder escindirse de las importantes imposiciones actualistas que involucra, tanto desde un punto de vista político, como desde una acción metodológica que aborda sociedades distantes en el tiempo y en el espacio. Sin poder profundizar en este aspecto aquí, lo cierto es que la validez del estudio de las representaciones figurativas arqueológicas como objetos de “arte”, lo es sólo para un estudio de la variabilidad de ciertas formas, pero desde una apreciación estética que viene siempre con la carga que le impone la realidad de ser nosotras y nosotros los sujetos históricos que le damos la venia de ser “obras de arte”, y en consecuencia, no proporcionan ninguna clase de conocimiento social de quienes produjeron, usaron, padecieron y consumieron dichos objetos; mas que la que reconoce lo evidente: que toda sociedad, o grupo dentro de ella, posee valores y cánones propios de percepción sensible. Hemos destacado el trabajo de la historiadora del arte María Alba Bovisio, no por ser un estudio acabado, ni menos global de las representaciones figurativas en Chavín, sino porque aborda de manera consciente este cisma disciplinario, y al mismo tiempo, asume una visión postprocesual desde la arqueología cognitiva, de Renfrew y Bahn. En este caso la explicitación conceptual nos permite tener mayor nivel de contrastación de sus propuestas teóricas. Bovisio es consciente que desde la actualidad no tenemos ninguna posibilidad de acceder al significado de los símbolos de las representaciones de Chavín, y frecuentemente recurre a conceptos como “alude”, “refiere”, “indica” o incluso “connota”, nunca “significa”. Es así como propone esta suerte de hibridismo que con recursos a la metáfora y a la metonimia refieren los esquemas figurativos en Chavín. En este contexto, me parece resaltable su interés por poner de manifiesto la intencionalidad social en la producción figurativa, y la posibilidad de acceder a ella únicamente mediante la asociación espacial y en general contextual de cada imagen.

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No obstante, la producción de representaciones figurativas aun queda en la esfera de lo ideológico y no logra ser asentada sobre la realidad social que la produce. Es por este motivo, que resulta necesario para el estudio de Chavín contar con un estudio que aborde los esquemas figurativos del sitio, no sólo desde un punto de vista iconográfico, sino como parte de una situación histórica primero, y como el resultado de prácticas humanas concretas. Por cierto esto requiere de un examen detallado que formalice dichos esquemas y que den cuenta de su producción, uso y función social: un examen que parte por el conjunto de las cabezas clavas como material delimitado arqueológicamente.

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V. LAS HIPÓTESIS 1. Hacia una propuesta de delimitación de nuestro objeto de estudio: a desalambrar46 Contra todas esas rejas que encierran una parte de la realidad humana Daniel Viglietti

Como he tratado de reseñar, contamos con una carga a la que a mi juicio hay que hacer frente de manera crítica y explícita, más que seguir la corriente de los preceptos de la tradición. El deber ser que impone aquel término, no hace sino encapsular y esclerotizar las potencialidades de un espacio y un tiempo que se presenta particularmente interesante en la historia andina, y que si lo que nos interesa es la historia de la realidad social del pasado prehispánico, constituye un cerco que hay que “des-alambrar” para poder romper con los espacios de autoridad científica que han invisibilizado a las mujeres y hombres que dieron vida a la materialidad social, al producirla, mantenerla, usarla, padecerla y consumirla. Constituye, por lo tanto, y en un mismo sentido, tanto una actitud política, como una necesidad metodológica. El problema de estudio, tiene por propósito abordar, mediante un conjunto material concreto, dos ejes de realidad que expresan las litoesculturas con las que trata la investigación en curso, que ni son excluyentes, ni tampoco las únicas dimensiones que contienen, pero que constituyen la manera más coherente de poder estudiarlas desde la arqueología. La primera de ellas, intenta ver mediante los procesos de producción, en cuanto producto final (la litoescultura) y como parte del proceso de producción (elemento parte de la arquitectura, entendida en este caso esta última como producto final real), el grado de división social del trabajo, y el nivel de especialización del trabajo. La segunda aborda el problema iconográfico, buscando visualizar el grado de estandarización en el diseño de estas piezas litoescultóricas como representaciones figurativas, y las consecuencias que a un nivel político-ideológico se pueden derivar. Con ambos problemas, intentaremos responder a la pregunta de cómo se integran la especialización del trabajo con la esfera político-ideológica en lo referido a la desigualdad social en un tiempo y un espacio, es decir, en una situación histórica concreta. Se trata, por cierto, de un trabajo fundamentalmente deductivo, ya que                                                              Daniel Viglietti, “Canciones para el hombre nuevo”, 1967, EGREM, la Habana. Víctor Jara, “Pongo en tus manos abiertas”, 1969, DICAP, Santiago de Chile.

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partimos del objeto, pero que intenta establecer una lógica dialéctica de análisis, en la medida que somos capaces de ver la realidad social en las relaciones que establecen las prácticas sociales en un espacio-tiempo determinado. En consecuencia, iniciamos nuestra delimitación basándonos en este principio de situación histórica, que establece la base para la identificación de relaciones sociales (Castro 2008: apuntes de cátedra. Cultura y Sociedad en Arqueología47). Relaciones sociales que son posibles sólo si comparten un tiempo; entendemos en este sentido la necesidad primera de “situarnos en un tiempo”. En este caso la delimitación no vendrá dada por un concepto previo, que anteceda a la realidad social. No acudiremos de esta manera a la delimitación temporal ni al concepto de Formativo en el que se ha inscrito a Chavín, ni tampoco al Horizonte estilístico, por las razones que ya hemos mencionado. Por el contrario, el tiempo, intentará ser un marcador preciso, que abarque la vigencia más cercana en la que se produjeron, usaron y amortizaron las cabezas clavas, y que demarque contemporaneidad con otras materialidades relacionadas. 1ª delimitación: tiempo de las relaciones sociales. De esta manera, un primer tiempo48, será el que se acerque a posicionar el momento de la producción, en principio, cuando estas litoesculturas fueron parte de procesos de producción49: es decir, la construcción de los edificios en los que fueron empotradas. En este contexto, cabrá, durante la investigación, dilucidar si existe alguna variación en las estructuras, o bien un cambio interno en la implementación del edificio que lleva cabezas clavas (ampliaciones, modificaciones) y que consecuentemente estén asociadas al material litoescultórico, o un momento constructivo único asociado a la implementación del empotramiento de cabezas clavas. Ambas identificaciones tendrán importantes consecuencias, ya que, por ejemplo, la implementación en un único momento constructivo de cabezas clavas en los muros de las fachadas del edificio principal de Chavín (Templo Nuevo), implica que éstas deben haber estado terminadas

                                                             47

 Del Modulo Teoría y Métodos en Arqueología II, del Máster de Arqueología Prehistórica. UAB.  Cabe recordar que, por el momento, no podemos fechar directamente estas litoesculturas, por lo que su contextualización cronológica, inevitablemente, será indirecta. 49 Por el momento no contamos con antecedentes de registro para proponer la presencia de talleres en los que eventualmente se podría datar la producción de las cabezas clavas como producto final. 48

132   

antes de la fase constructiva necesaria para empotrarlas50; esto si es que se confirma que las cabezas clavas fueron empotradas secuencialmente a medida que se levantaba el edificio51. Un segundo tiempo será el que clarifique el abandono del sitio, es decir, su desuso. Éste nos permitirá delimitar el término de las prácticas que en el sitio se realizaron, y, consecuentemente, la vida activa de las cabezas clavas como parte del material simbólico de las estructuras arquitectónicas. Un tercer momento, se relaciona con una ocupación posterior en el sitio de Chavín, correspondiente a lo que se denomina tradicionalmente como “Cultura Recuay”, de la que se ha reportado la presencia de viviendas construidas sobre la ocupación propiamente Chavín, y en las que utilizaron cabezas clavas como material constructivo. Aquí las cabezas habrían sufrido un proceso de “mutación” como artefactos (Lull 2007), utilizándose con un sentido completamente distinto del significado con el que fueron producidas. Este momento

resulta

particularmente

interesante,

pues

al

parecer

se

utilizan

intencionalmente algunas de las cabezas clavas como material constructivo, amortizando definitivamente su vigencia, y, construyendo nuevas cabezas clavas que han sido adscritas al estilo litoescultórico Recuay52. En síntesis, la delimitación de la situación histórica estaría definida por tres momentos concretos: producción, abandono y amortización-mutación en la siguiente ocupación del sitio. 2ª delimitación: áreas de actividad. Una segunda delimitación es la que define el espacio concreto en el que se insertan las cabezas clavas. Hemos mencionado que iban empotradas en los muros del principal edificio y de un puente, por lo tanto, en un primer nivel, éstos serán sus referentes más directos con los que se podrá establecer una relación de proximidad, y en consecuencia, tendrán sentido en las áreas de actividad en las que se insertan y con las prácticas sociales que en ellas se realizaron. Un segundo nivel espacial, tiene por objetivo contextualizar al sitio en su realidad social, evitando la consideración de espacio en sí mismo. Tiene por objeto, contrastar el grado de singularidad del sitio con las ocupaciones temporalmente sincrónicas inmediatamente adyacentes al sitio, y                                                              La muestra con la que contamos en la actualidad, entre el registro de esta investigación y los antecedentes recopilados, suman un total de 126 piezas, de lo que hay que derivar, por lo tanto, el tiempo y fuerza de trabajo necesarios para su producción como un requisito para erigir parte del edificio del que forman parte. 51 Hay que recordar que algunas cabezas también iban empotradas en un puente Chavín, que cruzaba el río Huacheqsa. 52 La ocupación Recuay en el Departamento de Ancash es fundamentalmente conocida por su cerámica modelada naturalista y por su estatuaria lítica. 50

133   

comparar las prácticas sociales y la existencia de diferencias significativas que permitan efectivamente circunscribir al sitio como un lugar “singular” en el que se llevaban a cabo prácticas político-ideológicas. 3ª delimitación: el territorio y los ámbitos de existencia social Por último, un tercer nivel de espacialidad es el que configura distintos territorios. Entendemos que el territorio en el que se inserta una sociedad no es ni único ni invariable, ya que depende de la esfera con que se vincule. De esta manera, no existe un territorio propiamente dicho, sino varios; y tampoco constituyen el “medio” o el “entorno”, sino los territorios socialmente significativos. Consecuentemente, el territorio que en primera instancia nos interesará delimitar, es a un nivel de otros sitios que estén en la misma situación histórica dentro de un marco espacial amplio y supraasentamiento. Nos interesa también un territorio en el que podamos establecer relaciones a un nivel de las representaciones figurativas. No se trata de volver a los formalismos de los análisis iconográficos tradicionales, ni a la mera descripción detallada de los estilos. Se intenta visualizar la dispersión del grado de estandarización de las representaciones en base a criterios que busquen indagar no en el significado de éstas, sino en el uso y función social: “(…) las representaciones figurativas solo serán relevantes cuando conozcamos el lugar que ocupan dichos objetos en un marco de relación más amplio” (Escoriza 2002:25). A partir de esta delimitación, y en correspondencia con la base empírica disponible y presentada en este trabajo, a continuación ofrecemos un conjunto de hipótesis que buscan modelar explicaciones a contrastar durante nuestra Tesis Doctoral. El conjunto aquí presentado toma en cuenta el registro arqueológico disponible, en lo referido a las excavaciones sistemáticas hechas en el área monumental, pero también tiene como referente los datos que se manejan del asentamiento antiguo asociado al sitio. Para nuestros propósitos, por lo tanto, consideramos como válido el registro arqueológico proporcionado a partir de las excavaciones realizadas por la UMNSM a cargo de Lumbreras, parte del trabajo de Burger y, preliminarmente, los datos publicados de los trabajos de la Universidad de Stanford en el sitio. No tomamos como referencia, los datos proporcionados por las primeras investigaciones, incluyendo los trabajos de Rowe, porque carecen de asociaciones confiables y fechados absolutos. Sin embargo, hemos de incluir algunos datos muy puntuales que se vinculan directamente con 134   

nuestro material de estudio, que está descrito sólo en aquellas investigaciones, y que posteriormente no se han mencionado, porque no forman parte de los objetivos de la investigación de las áreas intervenidas, o porque el material se ha perdido por las distintas razones que ya hemos mencionado. Con todo, las hipótesis que trabajamos buscan enunciarse sobre fuentes conocidas y posibles de contrastar, todas las cuales pueden ubicarse en el presente escrito. Con respecto a la correspondencia empírica de las hipótesis será en la Tesis Doctoral donde deberá quedar claro el tipo de datos que pueden proporcionar las CabezasClavas y la iconografía en relación a las hipótesis, y donde será necesario plantear cuáles serán las evidencias que NO pueden derivarse de esos estudios y ver si es posible analizar de manera más detallada, y orientada a responder a las hipótesis, la información empírica publicada de las investigaciones previas. Es decir, (1) qué datos procedentes del análisis de las Cabezas-Clavas o de la escultura-estatuaria de Chavín servirán para apoyar o descartar cada una de las Hipótesis, y sobre todo (2) de dónde procederá la información necesaria para evaluar las hipótesis, que los estudios de escultura-estatuaria o de iconografías no pueden proporcionar. En consecuencia, las hipótesis aquí formuladas encuentran su origen en el material disponible en las publicaciones de investigaciones previas que hemos presentado en este trabajo. El conjunto de hipótesis que a continuación presentamos, por otra parte, se han formulado en algunas ocasiones a modo de hipótesis alternativas, cuando el material disponible puede proporcionar correspondencia con una u otra explicación posible.

HIPOTESIS I El sitio de Chavín de Huántar fue un espacio en el que tuvo lugar un conjunto de prácticas sociales de manera contemporánea. En consecuencia, el cambio de intensidad en el uso de ciertos espacios a través del tiempo, como lo muestran el análisis de varios momentos constructivos, da cuenta de una dinámica relacionada con la implementación de nuevos espacios, pero producidos para el mismo conjunto de prácticas. De esta manera, Chavín en su historia monumental no modificó su (s) funcionalidad (es), y consecuentemente, a partir de los usos observados de sus espacios, es posible decir que Chavín mantuvo una importante vigencia, en parte, porque se desarrollaron durante un 135   

largo tiempo (1700-1350 cal ANE/700-500 cal ANE) las mismas prácticas asociadas a espacios semejantes, y sólo después del colapso físico de los edificios y del abandono del sitio, es cuando una nueva ocupación transforma los antiguos espacios con una producción arquitectónica asociada a una transformación de las prácticas sociales y de la funcionalidad del yacimiento. Las bases empíricas que permitirían plantear esta hipótesis son: -

Que desde los inicios de la ocupación, con presencia de materiales de tipología Chavín, asociada a las fechas más tempranas recogidas del atrio y galerías del Templo Antiguo, se observa la disposición de: monumentalidad, de espacios abiertos limpios, de espacios cerrados con materiales depositados en lo que podría denominarse “almacenes”, sean o no de ofrendas, de espacios cerrados limpios, de implementación de representaciones figurativas en los exteriores, fundamentalmente en los espacios abiertos de reunión o circulación.

-

Que las características descritas en el párrafo previo, se observan en los edificios de las distintas fases constructivas, o en los espacios que fueron construidos como consecuencia de ampliaciones sucesivas.

-

Que la ampliación en la envergadura de las obras arquitectónicas tanto de edificios nuevos, como de los recursos asociados a ellas, acrecienta el espacio disponible en los primeros tiempos, pero no introduce cambios significativos en el uso de dicho espacio, ya que no se introducen elementos nuevos.

HIPOTESIS II Asimismo, de los anteriores datos se desprenden dos hipótesis alternativas en torno a la naturaleza política-ideológica que hizo posible esta cierta estabilidad en el conjunto de prácticas sociales observables: a) Existió una centralización en las políticas que diseñaron el sitio y su (s) funcionalidad (es), y que se mantuvo vigente durante toda la ocupación Chavín. Por lo tanto, puede decirse, que en Chavín hubo una centralización en las decisiones políticas, que hicieron posible mantener la estabilidad del conjunto de prácticas sociales que se llevaron a cabo en el sitio; centralismo que tuvo, al menos, un alcance en el yacimiento y las comunidades que se vinculaban con él. 136   

El centralismo en las decisiones socio-políticas asociadas a la construcción y mantenimiento de las prácticas llevadas a cabo en el sitio, pueden verse expresadas en lugares como la Galería de las Ofrendas o de las Caracolas, en donde se depositan materiales valiosos a modo de tributo, para un grupo dominante, que es quien probablemente practica el centralismo descrito. b) La estabilidad en el conjunto de prácticas sociales que se llevaron a cabo en el sitio, en una misma situación histórica, y a través del tiempo, fue posible gracias a un fuerte componente de cooperativismo social, sustentado en un sistema de comunidades locales asociadas bajo una ideología común que mantuvo vigente, de manera solidaria, la necesidad de estabilidad en las prácticas sociales que se llevaban a cabo en Chavín, que constituía el espacio en el que se reunían. Esta estabilidad en las prácticas sociales que se llevaban a cabo en Chavín, daba sostenibilidad a un sistema de intercambio económico a larga distancia que estas comunidades locales mantenían con sistemas sociales paritarios. En consecuencia, los objetos de lugares distantes depositados en las Galerías de Chavín y en los depósitos de algunos espacios residenciales en el asentamiento, dan cuenta de objetos con un simbolismo que refleja las relaciones económicas de intercambio y el valor atribuido a ellas. HIPOTESIS III En Chavín se llevaron a cabo ceremonias, pero esto no quiere decir que este tipo actividades sea lo único que se hizo en este lugar. En los párrafos precedentes hemos puesto de manifiesto que existe una estabilidad en el conjunto de prácticas sociales que se observan en este yacimiento, por lo tanto, definir al sitio por una de ellas, hace que se marginen prácticas que pueden haber estado en un mismo nivel de recurrencia e importancia social. En consecuencia, la hipótesis que define a Chavín de Huántar como un centro ceremonial, es insuficiente e imprecisa. Pero, ¿de qué otras prácticas nos informa el registro arqueológico?. Un breve recuento puede ser ilustrativo. -

Los espacios más recurrentes en el sitio, son espacios que muy probablemente sirvieron para hacer reuniones. Más que en cantidad, lo son en envergadura, tan grandes que se modificó el curso del río Mosna, para disponer de una terraza fluvial más amplia que soportara la construcción de una plaza más grande que la anterior (Plaza Circular). 137 

 

-

Los edificios son monumentales hacia fuera, es decir, son grandes construcciones expuestas, y están íntimamente relacionados con estos espacios de reunión.

-

Los espacios internos son oscuros, pequeños y laberínticos, como lo son también sus accesos.

-

Las construcciones asociadas a los edificios monumentales son también enormes: plataformas, escalinatas megalíticas, etc.

-

Las vías de circulación generalmente conducen a estos espacios abiertos que promueven la reunión.

-

Una parte importante de las representaciones figurativas se encuentran explícitamente expuestas en la parte exterior de los muros.

En consecuencia, en Chavín una de las actividades predominantes fue la de reunirse, pudiéndose realizar o no ceremonias. HIPOTESIS IV Pero si una de las actividades predominantes fue la de reunirse, existen espacios internos, las Galerías, que promueven otro tipo de actividades. Así, gran parte de estos espacios, sirvieron para almacenar objetos, por lo que puede decirse, que Chavín también fue un lugar al que ciertos individuos o colectivos llevaron objetos y comidas que fueron depositados en algunas Galerías. Las hipótesis, en consecuencia, de la presencia de estos objetos y comidas pueden ser diversas si es que se las considera como ofrendas: a) Fueron depositadas como ofrendas estrictamente simbólicas, sin un uso posterior y cuya entrega, supuso su amortización. Esto implicaría su destrucción, ya fuera enterrándolas, colocándolas en un lugar que sería sellado, rompiéndolas o quemándolas. Una actividad muy documentada en el mundo andino. b) Ofrendas con un carácter exclusivamente simbólico, pero que se incorporaron a la expresión de algunos signos que configuraban la “escenografía” de los edificios en Chavín. Esto supuso que se colocaron en algún lugar visible: es decir, que eran expuestas; las hornacinas de algunos muros del asentamiento, concordarían con esta posibilidad. 138   

c) Ofrendas, que fueron tributos para un grupo que a través de la ideología que legitimaba los edificios de Chavín, tomaba una riqueza transferida desde otros colectivos. En este caso, esas ofrendas podían “almacenarse”, para un uso posterior (para intercambio u otros usos). Esto podría ser coherente con el registro de la Galería de las Ofrendas, y con el beneficio de un grupo que centraliza las decisiones político-ideológicas de la comunidad relacionada con el sitio. d) Ofrendas que sirvieron para generar almacenes de riqueza colectiva, a disposición de ser usada por aquellos grupos que requirieran de su utilización. Consecuentemente, éstas se almacenarían, y también encajaría con la evidencia de la Galería de las Ofrendas y con la hipótesis de cooperativismo.

HIPOTESIS V Las representaciones figurativas en piedra del sitio, asociadas a la arquitectura, o dispuestas en espacios de reunión, fueron un mecanismo de legitimización del orden político-ideológico existente, pero de manera dual. La primera es un discurso abierto que no plantea problemas de lectura, excepto los que imponen los procesos de socialización básicos, es decir, que un grupo de representaciones figurativas existentes en el sitio, correspondientes a las que se encuentran explícitamente expuestas (lápidas, cabezas clavas, monolitos) pudo haber sido percibida de manera compartida bajo códigos comunes de lectura; de lo que podría considerarse que ese grupo de representaciones figurativas tuvieron un carácter simbólico público. La segunda, es un conjunto que no es explícito, fundamentalmente el que se encuentra asociado a imágenes que revisten columnas, dinteles o que conforman un esquema particular y altamente complejo, como el del Obelisco Tello. Este grupo de recursos simbólicos, requirió de un entrenamiento previo o de un relato hablado o gesticulado para poder ser comprendido, y, en cualquier caso, dice relación con prácticas de entendimiento del mensaje de la imagen, o de la percepción de ella, que no estuvo al alcance del colectivo general, y, en consecuencia, existe la posibilidad que en la sociedad Chavín hubo un grupo que manejó sistemas de saber especializados, a los que la mayor parte de la comunidad no tuvo acceso. Junto a otras evidencias, esta dualidad en el acceso al contenido simbólico de las imágenes, uno abierto y público y otro complejo y oscurecido por la disposición de la imagen o su esquema, puede relacionarse con un 139   

grupo (s) que mediante el manejo de sistemas de saber especializados se encuentren asociados al grupo que practica el centralismo del poder político y simbólico, o que sean el mismo colectivo.

HIPOTESIS VI Las cabezas clavas, así como otras representaciones figurativas sobre piedra asociadas a la arquitectura, en cuanto producto y en cuanto parte del proceso de construcción de los edificios, evidencian una actividad de trabajo especializada, y, en consecuencia, se puede decir que el sitio de Chavín da cuenta de la división del trabajo entre colectivos. Como actividad especializada, y como parte del proceso productivo de los edificios, plantea la presencia de fases de especialización insertas en el proceso general, que construyen el producto final (“edificio”); porque técnicamente no es lo mismo la elaboración del labrado de un bloque megalítico que genera superficies planas, que la obtención de una figura volumétrica a través del tallado, como tampoco lo es el conocimiento necesario para la construcción exitosa de una edificación monumental. En consecuencia, se puede plantear que los edificios y obras monumentales y civiles de Chavín suponen la existencia de una especialización del trabajo. Esto puede apoyarse en el acuerdo unánime en todos los investigadores, en lo referido a las evidencias de la envergadura de trabajo, planificación, conocimiento, y mantenimiento que implica el complejo arqueológico de Chavín, lo que incluye tanto las fases internas de los procesos de edificación y acabados, como de las fases subsiguientes que ampliaron las dependencias del sitio.

HIPOTESIS VII El manejo especializado del trabajo litoescultórico corresponde a un grupo de trabajo, organizado bajo lo que podría denominarse como cuadrillas especializadas, en donde el grupo de talladores o talladoras de representaciones figurativas constituye la expresión de una de las cuadrillas que participó de los procesos de trabajos involucrados en la construcción del complejo monumental. Dentro de esta organización se puede contemplar,

al

menos,

extracción/transporte

una de

serie

de

materias

tareas primas;

necesarias:

diseño/cálculo;

construcción/estucado;

modelado/escultura, tareas de soporte. 140   

HIPOTESIS VIII Algunos de los grupos de tareas especializados no participaron de las actividades de mantenimiento económico, por lo que existió una población de apoyo, por lo menos durante las fases de construcción de los edificios, que suplió las necesidades alimenticias de los/las trabajadores/as. Asimismo, es posible que parte de los/las especialistas se hayan trasladado al área de la obra con parte de su unidad doméstica. Lo que podría explicar desechos de actividades cotidianas efímeras (en las riberas del Huacheqsa). En cualquier caso, al menos durante las obras de construcción, mantenimiento y ampliación del sitio, el grupo o cuadrilla trabajador, no estuvo disponible para actividades de mantenimiento económico.

HIPOTESIS IX La ausencia de evidencias de espacios domésticos vinculados a tareas de talla escultórica lítica, indica que la práctica especializada del tallado fue una actividad exclusiva del sitio, de lo que se derivan tres hipótesis posibles: a) Que quienes realizaron las tareas especializadas de escultura vinieran de distancias lejanas, y vivieran en el sitio mientras duraban las obras. Aun así su requerimiento y cierto reconocimiento de maestría, haría que gozaran de cierta valoración por parte de quienes planificaron la construcción, y en consecuencia, deben haber recibido una retribución de algún tipo. b) Que quienes realizaron las tareas especializadas de escultura vivían en el sitio o en las inmediaciones en las que se han detectado viviendas con mayor riqueza (si por riqueza entendemos la mayor acumulación de material valioso y escaso en otras unidades domésticas: Spondylus, oro, cerámica extranjera fina); y que formaban parte de la clase social dominante. Esto restos se han encontrado en recintos con desperdicios de actividades domésticas que son adscritos por fechados radiocarbónicos y tipologías cerámicas, a la fase Janabarriu de Burger (1998), y por lo tanto contemporáneos con la época de mayor auge que se ha considerado para Chavín.

141   

c) Que quienes realizaron las tareas especializadas de escultura vivían a una distancia media de Chavín y, o no se han encontrado talleres domésticos, o tenían prohibida la práctica del esculpido fuera del área de obras del complejo monumental por algún tipo de sanción social.

HIPOTESIS X En relación a la estandarización o variabilidad de los esquemas representativos de las cabezas clavas sería pertinente plantear dos hipótesis alternativas: a) La estandarización de las representaciones de cabezas clavas forma parte de esquemas figurativos que buscan naturalizar un discurso político ideológico y fueron diseñadas bajo un estricto esquema pre-establecido por unas directrices político-ideológicas centralizadas y exclusivas de una clase dominante; quienes realizaron las tareas de escultura sólo se ciñeron a replicar lo indicado. Esto puede plantearse porque en nuestro registro de cabezas clavas, se observa en principio una fuerte estandarización en la forma de representar ciertos atributos, que escapa a la variabilidad que genera las diferencias individuales entre artesanos. Esto debería aclarase con un fino análisis estadístico que dé cuenta o no de dicha estandarización en los esquemas de representación a un nivel morfológico. b) La alta variabilidad de representaciones de cabezas clavas, así como su dispersión en distintos muros de diferentes fases constructivas, indica que fue una tradición de especialización transmitida de alguna manera, quizá dentro de un sistema de parentesco, que reprodujo un sistema político-ideológico, pero que tuvo un elevado grado de libertad composicional, y que sería coherente con un modelo social de cooperación, en donde la actividad especializada en el esculpido, sería una más dentro de otras actividades valoradas socialmente, que no conducirían a jerarquías sociales. La posibilidad de mayor variabilidad que estandarización debería desprenderse del mismo análisis estadístico.

HIPOTESIS XI

142   

La localización de trastienda y en lugares de circulación en los que se localizan siempre las cabezas clavas, indican que su importancia fue concebida como necesaria, pero en ningún caso fueron representaciones centrales que formaran parte de los lugares públicos y de reunión del sitio. Asimismo no forman parte de las actividades o simbolismos “ocultos” que se observan en las galerías de algunos edificios, ya que ninguna fue puesta en esos lugares.

HIPOTESIS XII Chavín como espacio de reunión, como lugar de almacenamiento de objetos simbólicos traídos por grupos foráneos y como centro de actividades especializadas, expone una sociedad con un sistema político e ideológico centralizado por un grupo de individuos que se beneficia del resto de la población que acude a este lugar y que lo sostiene económicamente. Este grupo viviría permanentemente en el sitio, como lo atestiguan las viviendas cercanas al sitio que presentan una mayor riqueza. Controlaría la producción simbólica de las representaciones figurativas que les servirían como mecanismo de legitimación como clase dominante y escasamente vinculada a labores productivas de mantenimiento económico. La comunidad cercana que reside en viviendas que están a no más de 0,5 km del sitio, también se beneficiaría del control que ejerce esta clase, pero no obtendría en ningún caso los mismos beneficios, y sus labores estarían vinculadas con el control de acceso de diferentes colectivos foráneos que visitan el sitio, aspecto que encajaría con la presencia del muro megalítico. Sin embargo, Chavín no sería un lugar hegemónico en la esfera regional, compartiría la misma situación con sitios como Cerro Sechín en la costa de Ancash y Pacopampa en la Sierra Norte, con quienes establecería relaciones de clase.

143   

En este trabajo hemos puesto de manifiesto la manera en cómo el peso de la tradición en arqueología, particularmente para el caso de los Andes Centrales, ha cristalizado conceptos que presentan una entidad “pura”: una cultura, un territorio, un estilo. Un centro y zonas marginales, y “materiales diagnósticos” (el fósil director) que demarcan la idea de una “unidad”, y que levantan la visión de un pasado civilizado, al amparo de la fórmula de suma de rasgos que la propia realidad arqueológica se ha encargado de cuestionar. En oposición a esta visión que cierra preguntas y limita lo observable, propusimos una delimitación que se basa en el interés explícito por conocer una realidad social concreta y su dinámica histórica. El centro de esta delimitación está en la materia socialmente transformada, y no en su formalismo. Se basa en la particularidad que expresan las representaciones figurativas como trazos de realidad social, al ser producidas y usadas, por mujeres y hombres reales, en el ámbito de las prácticas político-ideológicas que contienen y que dan cuenta de una situación histórica particular.

144   

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153   

VII. ANEXOS  INDICE DE FIGURAS Figura 1 Mapa geográfico de la ubicación del sitio Chavín de Huántar. Figura 2. Plano arquitectura externa del sitio Chavín de Huántar. Figura 3. Vista general sitio. Figura 4. Vista parcial plaza circular. Figura 5. Plano de localización de las Galerías Figura 6. Foto galería de los laberintos, doble ménsula, y formas techumbres galerías. Figura 7. Detalle técnicas constructivas Figura 8. Representaciones figurativas plaza circular del Templo Antiguo. Figura 9 Detalles lápidas Plaza Circular Figura 10. Vistas Lanzón Monolítico Figura 11. Obelisco Tello. Figura 12. Otros soportes líticos trabajados sobre cara plana de representaciones figurativas asociadas a la arquitectura. Figura 13. Portal Blanco y Negro o de las Falcónidas que se encuentra en la fachada del Templo Nuevo Figura 14 Muestra variabilidad de representaciones figurativas. Figura 15. Puente megalítico sobre el Huacheqsa. Figura 16. Principales tipos cerámicos recuperados de la Galería de las Ofrendas. Figura 17. Estela Raimondi Figura 18. Muestra del conjunto de cabezas clavas Figura 19. Croquis de Tello de la pared oeste del Templo nuevo, con la localización original de algunas cabezas clavas. Tello 1960. Figura 20. Única cabeza actualmente in situ. Figura 21. Breve muestra de textiles pintados Carhua Figura 22. Plano general del sitio Figura 23. Excavaciones en la Plaza cuadrangular Figura 24. Plaza Circular con restos de muros de habitaciones del periodo Huaras. Figura 26. Objetos que hemos atribuido al tipo 2 de nuestra clasificacion de representaciones figurativas Figura 27. Mapa elementos y excavaciones en la localidad de Chavín de Huantar.

Pág. 155 156 157 157 158 159 160 161 161 162 162 163 164 165 166 167 168 169 170 170 171 172 172 173 173 174

154   

Figurra 1. Mapaa de la cuen nca del río Mosna y ubicación del sitio Ch havín de Hu uántar. Tom mado de Lum mbreras 1993.

155   

Figura 2. Plano arquitectura externa del sitio Chavín de Huántar. En Rick et. al. 1998: Figura 5; Kembel 2001: Figura 1.3. pág. 263.

156   

Figura 3. Vista general sitio, tomada desde la esquina SE. En primer plano, Templo Nuevo, plataformas de acceso, y esquina SW de la Plaza cuadrangular hundida. Foto Andrea González 2004.

Figura 4. Vista parcial plaza circular, con restos de estructuras post-Chavín y escalinata O. Foto: Jenner Obregoso, Equipo arqueología Universidad Nacional de Trujillo. Julio 2003.

157   

Figura 5. Plano de localización de las Galerías en los edificios A, B, C y en el Atrio de la Plaza Circular. En Kembel 2001: figura 2.11, pág. 265

158   

A

B

C

Figura 6A: Galería de los Laberintos. Foto: Lic. Juan López; Figura 6B: Galería de la Doble Ménsula, Foto: Juan Lopez; Figura 6C: formas constructivas de techumbre de galerías, según Kauffman 1993: figura 20.

159   

Figura 7. Detalle técnicas constructivas muros Templo Nuevo esquina SE. Nótese arriba alternancia 1-1-2-1-1, al medio pachilla, abajo revestimiento con lápidas. Foto tomada de Kauffmann 1993, LAM. VII.

 

 

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Figura 8. Lápidas L con reepresentaciones figurativass de personajes que permaanecen in situ u en la plaza circullar del Tem mplo Antiguo. Las lápidaas superiores llevan grabbadas imágen nes de personajes antropomorfo a B), mientras que q las inferioores exponen figuras felíniicas de s (ver Fig. 9B perfil (ver Fig. F 9A). Foto:: Andrea González, 2004.

Figura 9A A. Lápida coon representaación de felin no, Foto. An ndrea Gonzállez; 9B, lapid da con representaación de persoonaje antropoomorfo de perrfil, Foto tom mada de Rick 22005: fig. 5.13 3, pág. 83.

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Figura 100. Vistas Lanzzón Monolíticco o Gran Im magen del Teemplo Antiguo. El Croquiss de la derecha muestra m el desspliegue de laa imagen que vista de fren nte presenta aapariencia de quilla. Foto y dibbujo por Lizarrdo Tavera; fu uente: http://w www.naya.org g.ar/peru/chaavin2.htm.

Figura 111. Obelisco Tello, T laja laabrada en forrma rectangu ular con la rrepresentación n de un personaje aligátor y mú últiples motivvos internos. El E de la derech ha es la cara q que se ha iden ntificado como A, por p Rowe, mieentras que el de d la izquierd da es la cara B. B Ambas caraas presentan atributos a figurativos diferentes. uente: http://w www.naya.org g.ar/peru/chaavin2.htm. Foto y dibbujo por Lizarrdo Tavera; fu

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A

B

Figura 12. Ejemplo de soportes líticos trabajados sobre cara plana de representaciones figurativas asociadas a la arquitectura. A: Cornisa; B: eventual dintel voladizo del Portal de Las Falcónidas. Fotos: Andrea González 2004.

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A

B

Figura 13. Portal Blanco y Negro o de las Falcónidas que se encuentra en la fachada del Templo Nuevo, nótese la bipartición que genera en la fachada del edificio: hacia el norte piedras volcánicas negras, al sur caliza. A: Vista general portal con columnas y dintel voladizo. B: Izquierda imagen desplegada personaje columna sur; derecha, imagen columna norte. Foto: Jenner Orbegoso; Dibujos: Rowe 1967: fig., 8 y 9.

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a

b

d

c

e

f

g

Figura 14. Muestra de F d la variaabilidad de representacciones fiigurativas. a y c: rapacess de perfil; b y d: antrop pomorfos de perfil; d antropomoorfo hibrido frontal; f: aligátor esp d: pecular; g: feelínico p perfil . A, b, c, d, g: En E Tello 1960; 1 e y f, Foto: An ndrea

G González.

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Figura 15. Puente megalítico o Rumi-chaka, en quechua, sobre el río Wacheksa. Arriba: pilones con cabezas clavas (Foto Wiener 1880); Abajo: partes de las técnicas de superposición de bloques y muro de contención (Foto Palacios 1934). Tomado de Tello 1960:lám. XLVII

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Figura 16. Principales tipos cerámicos recuperados de la Galería de las Ofrendas. Lumbreras 1993: Lámina arriba izquiera B; arriba derecha C; abajo izquierda A; abajo derecha D.

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Figura 17. Estela Raimondi, monolito grabado con imagen de personaje con cetros (Staff God), atributos antropomorfos y zoomorfos. La imagen puede ser vista en ambos sentidos. No posee una contextualización clara, pero Rowe la atribuye a su fase EF. dibujo Tomado de Rowe 1967: Fig. 10.

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Figura 18: Muestra del conjunto de cabezas clavas organizadas según una aparente distribución genérica. La fila de arriba muestra ejemplos de un amplio grupo que presenta tanto características antropomorfas, como zoomorfas; la segunda fila muestra especímenes de un grupo caracterizado por formas antropoides naturalistas; la tercera, piezas que fundamentalmente presentan atributos zoomorfos. Fotos por Andrea González 2004.

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C de Tello dee la pared oeste del Templo nuevo, con n la localización oriiginal de algunas caabezas clavas. Telloo 1960 (también Faauffnann 1993: Fig. 5). Figura 19. Croquis Figura 20. Ún nica cabeza actualm mente in situ. Esquin na SW del Templo. Las flechas rojas indican i las oquedad des equidistantes dee las clavas despren ndidas. Foto Andreaa González.

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Figura 21. Breve muestra de textiles pintados Carhua de Paracas de la costa sur de Perú, Ica. Adscritos a la fase D de Rowe (Cordy Collins 1976). Fotografías tomadas de Cordy-Collins 1990, Lams. 7, 4 y 10, respectivamente.

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Figura 22. Plano general del sitio que muestra la distribución de los principales edificios (A-G) y sus características externas (1: Plaza circular; 2: Plaza cuadrangular; 3: Portal de las Falcónidas) Tomado de Rick 2005: 72.

Figura 23. Excavaciones en la Plaza cuadrangular donde se observa grandes rodados que forman parte de la estabilizacion que hizo posible la ampliacion de la terraza y la modificacion del curso del río Mosna. Tomado de Rick 2005:81.

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ura 24. Plaza Circular C con restos r de muros de habitaciiones del perioodo Huaras. Figu Situacion de despeje hasta la qu ue avanzó el equipo e de la UMNSM U y con la que empeezó los trabajoos el S en 20001. Plano essquemático toomado de la ppágina electróónica equiipo de la Univversidad de Stanford del GEF. G Fuente:  http://www w.globalheritagefund.org/w where/chavin.html

Fig. 26. Obbjetos que hem mos atribuidoo al tipo 2 de nuestra clasifficacion de reppresentacionees figurativas sobre piedra. A la derecha cuenco c litoesccultórico (Mu useo Larco Hooyle. Largo: 31 cm, ancho: 18 cm; alturaa 20, 3 cm, Coolección en lín nea http://cataalogomuseolarrco.peruculturral.org.pe/dettail.asp?NumeeroIngreso=43565). A la Izuierda dibu ujo de morteero litoescultórrico dibujado por p Tello (19960: Fig. 128) de la coleccióón del Pennsyylvania Univeersity Museum m (largo 33 cm, alto 16,5 cm m.).

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Figura 27. Mapa M de de elemen ntos y excavacionees arqueológicas en e Chavín de Huaantar, según Burg ger 1998 (Mapa 1:: 358), que incluyee las in ntervenciones hecchas por Burger y el equipo de la PUCP P

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