Las relaciones comerciales entre el Reino de Granada y el Reino de Murcia en la Edad Moderna

July 27, 2017 | Autor: Vicente Montojo | Categoría: Early Modern History, Spain (History)
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Descripción

LAS RELACIONES COMERCIALES ENTRE EL REINO DE GRANADA Y EL REINO DE MURCIA EN LA EDAD MODERNA VICENTE MONTOJO MONTOJO FEDERICO MAESTRE DE SAN JUAN PELEGRÍN [Publicado en: La historia del Reino de Granada a debate. Viejos y nuevos temas. Perspectivas de estudio. Manuel Barrios Aguilera y Ángel Galán Sánchez (Eds.). Centro de Ediciones de la Diputación Provincial de Málaga. Málaga, 2004. P. 281-299.] En abril de 1572 Juan Andrea Doria comunicaba a la Señoría de Génova que se dirigía a Cartagena a recoger dinero1. Según Braudel, que es quien aporta este dato, los genoveses preferían por estos años embarcar su dinero por Cartagena a realizarlo por Barcelona, de acceso más inseguro desde Madrid a causa del bandolerismo2. A la seguridad del camino desde la Corte hasta Madrid podemos añadir la protección que ofrecían los montes al puerto de Cartagena, haciendo abrigada su ensenada, que además era amplia, por lo que los puertos de Alicante y Cartagena no eran tan atractivos, aunque todos ellos estuvieran amenazados por el corsarismo argelino, que fue recreciéndose desde 1574, en que los turcos recuperaron Túnez. No sabemos si Juan Andrea Doria sería consciente, en 1572, de los problemas internos que se avecinaban en Génova, su ciudad de origen; pero lo que sí podemos saber ahora es que a estos problemas, de carácter político y social, se añadirían los financieros para los asentistas genoveses (banqueros, comerciantes) que proporcionaban dinero y suministros al gobierno español, originados estos últimos problemas por la suspensión de pagos que decretó el gobierno de la Monarquía hispánica en 15753. 1. La coyuntura política y socioeconómica entre 1575 y 1600 en relación a los reinos de Granada y Murcia De 1575 son precisamente dos textos que tienen relación con la crisis financiera y con el tema que queremos tratar. El primero es parte de un acuerdo del Ayuntamiento o Concejo de Cartagena, de 22 de enero de 1575, declarando que [281] Esta ciudad (Cartagena) ha observado que por cuanto ha recibido por vecinos genoveses y otros extranjeros de estos reinos, los cuales se entiende que son factores de otros mercaderes que residen en Génova y en Nápoles y en otras partes fuera de estos reinos, y atento que venden francamente gran cantidad de ropa y mercancías de los extraños en gran daño y perjuicio de las rentas reales4. Muy relacionada con esta declaración podemos señalar otra, pero esta última de una real provisión de Felipe II, dirigida al ayuntamiento de Granada, datada el 5 de abril de 1574: 1

Queremos agradecer a don Manuel Barrios Aguilera, don Ángel Galán Sánchez, don Valeriano Sánchez Ramos, don Antonio Muñoz Buendía y don Javier Castillo Fernández la amabilidad que han tenido con nosotros en facilitar que este trabajo saliera publicado en este libro, y más teniendo en cuenta que, por circunstancias diversa, no pudimos acudir a Berja a exponerlo. 2 F. Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 1, México, 1976, p. 648. 3 A. Pacini, “El ‘padre’ y la ‘república perfecta’: Génova y la Monarquía española en 1575”, en J. Bravo (editor), Espacios de Poder: Cortes, Ciudades y Villas (s. XVI-XVIII), 2, 2002, pp. 119-132. 4 V. Montojo Montojo, Cartagena en la época de Carlos V, Murcia, 1987, pp. 127-128.

Como [los genoveses] han visto y entendido lo del encabezamiento general de estos reinos [la Corona de Castilla] y saben que esa dicha ciudad [Granada] es libre y franca de alcabalas en lo de su labranza y crianza, andan haciendo negociaciones y diligencias por ser recibidos por vecinos en la dicha ciudad, por gozar de la dicha libertad y franqueza, y so color de esto venden libre y francamente sus mercancías y las de sus compañeros, parientes y amigos5. El recelo hacia la instalación de los genoveses era común en Cartagena y Granada, como muestran estas declaraciones, aunque las circunstancias fueran distintas en un sitio y en otro, pero queremos hacer observan que en este año de 1575, quizá ya anteriormente, se notaba en ambas poblaciones la reciente y creciente inmigración genovesa6. Desde hace algunos años los autores que suscriben este artículo nos hemos dedicado al estudio de la actividad económica y de las relaciones sociales de los mercaderes de Cartagena durante los siglos XVI al XVIII en relación al Reino de Granada7. Hoy sí podemos decir que Cartagena constituyó un puerto principalísimo de salida y de intermediación para determinadas zonas (obispados de Almería, Baza y Guadix) y producciones del Reino de Granada (lana, aceite, azúcar), como lo fue también para el Reino de Toledo8. Así lo fue, por ejemplo, para la lana, tanto a lo largo de los siglos XVI y XVII, como aún durante gran parte del siglo XVIII9. Pero volviendo a los años 1575 y 1578 (en este último se volvió a un nuevo encabezamiento general de las alcabalas de la Corona de Castilla, una “relación y [282] carta de pago que dio Juan de Matallana de ciertas obligaciones y dineros que recibió de Cristóbal de Almazán, de lo procedido de la dicha cuenta (la del nuevo derecho de las lanas) de este año de 1578”, recoge 32 obligaciones de pago del nuevo impuesto, de las cuales algunas fueron reconocidas por mercaderes castellanos (Diego López de Castro, doña María de Prado, Miguel Mejía, Pedro de Mejía Tovar, Francisco de Maluenda, vecino de Burgos, Pedro de Segovia, Alonso Roldán, Juan de Vega, el bachiller Juan Ruiz); pero la mayoría procedió de comerciantes italianos, sobre todo genoveses 5

M. Garzón Pareja, La industria sedera en España, Granada, 1972, p. 72. V. Montojo Montojo, El Siglo de Oro en Cartagena (1480-1640): Evolución económica y social de una ciudad portuaria del Sureste español y su comarca, Murcia, 1993, pp. 252-265. 7 V. Montojo Montojo, “El comercio con Andalucía Oriental: la actividad de los mercaderes de Cartagena”, Crónica Nova: Revista de Historia Moderna de la Universidad de Granada, 24 (1997), pp. 237-252; V. Montojo Montojo/F. Maestre de San Juan Pelegrín, “La actividad de los mercaderes de Cartagena en el Reino de Granada a finales del siglo XVII”, en V. Sánchez Ramos (editor), El Reino de Granada en el siglo XVII, Almería, 2000, pp. 111-120. Ver también: F. Velasco Hernández, Comercio y actividad portuaria en Cartagena (1570-1620), Cartagena, 1989. F. Velasco Hernández, “La cabaña de Huéscar-Granada: La exportación de lana del Reino de Granada a través del puerto de Cartagena (15701620)”, en V. Sánchez Ramos (editor), El Reino de Granada en el siglo XVII, Almería, 2000, pp. 213220. F. Velasco Hernández, Auge y estancamiento de un enclave mercantil en la periferia: El nuevo resurgir de Cartagena entre 1540 y 1676, Cartagena, 2001, pp. 283-284. 8 V. Montojo Montojo y J.J. Ruiz Ibáñez, “Le comunita mercantili di Genova e Saint Malo a Cartagine, porta della Castiglia”, en G. Motta, Mercanti e viaggiatori per le vie del mondo, Milano, 2000, pp. 75-90. 9 C. Parrón Salas, “El tráfico marítimo a través de Cartagena”, en J. Mas García (director), Historia de Cartagena, Murcia, 2002, pp. 189-212. 6

(Vicencio y Domingo Fornillo, Julián Ambrosio Florentín, Juan Florentín asociado a Gregorio Moreno, Pedro de Gamarri, Pelegro de Mayoli, Francisco y Bartolomé Beneroso, Pedro Casta, Esteban Imperial) y en especial de Cartagena: Sinivaldo Lavaji, Pelegro Cruz, Iusepe Blanquete, Jerónimo Calvo, Alejandro María y Bartolomé Chatino, aunque también algún milanés, como Francisco Bozo, con tres obligaciones. En otras ocasiones hemos hecho notar que algunos mercaderes genoveses adquirían y hacían lavar grandes cantidades de lana en Huéscar, en el periodo 15201555. Desde esta ciudad, aunque también desde otras villas cercanas como Caravaca de la Cruz, se realizaba una notable actividad que daba salida a los vellones que proporcionaban grandes y pequeños ganaderos de comarcas muy distintas y distantes, como los señoríos del duque de Alba (Huéscar, la Puebla de don Fadrique), los señoríos del marqués de los Vélez (la Cuenca del Almanzora), las encomiendas santiaguistas de Segura de la Sierra, Caravaca y Moratalla; el marquesado de Villena (Jumilla, Villena) y los corregimientos de Chinchilla, Murcia-Cartagena y Lorca, estos últimos caracterizados por sus extensos términos10. Huéscar era la ciudad que mayor número de comerciantes genoveses de Cartagena atrajo, algunos muy destacados, como, entre otros, los Digueris a finales del siglo XVI y los Pelerán y los Prebe durante todo el XVII, cuya radicación en la zona les condujo a participar en algunos repartimientos de casas y tierras (Tomás Digueri en Galera), a constituir patrimonios importantes (los Pelaranes y Digerís en Huéscar) y, en el caso de los herederos del genovés Juan Bautista Prebe, a adquirir la jurisdicción señorial y las alcabalas de Cúllar-Baza (Granada). En este comercio lanero, por otra parte, participó asimismo algún milanés (Francisco Bozo) y algún florentino (Luis Coboni) en la segunda mitad del XVI, pero también lo hicieron en el de otros productos11. La instalación de los genoveses en Huéscar, Caravaca de la Cruz, Alicante y Cartagena se dio muy pronto, ya en la Baja Edad Media12, pero se intensificó a lo largo del siglo XVI, en consonancia con determinados acontecimientos políticos y económicos. Señalemos entre los primeros, los de carácter político, tres de los cuales marcaron la centuria del Quinientos, con repercusión a largo plazo, es decir, para casi toda la Edad Moderna. El primero de estos acontecimientos fue la que podríamos llamar alianza de Carlos V con determinados financieros genoveses, precisamente con motivo de su elección imperial, en 1519. El recurso a estos genoveses daría lugar a una confirmación de privilegios a la “nación” genovesa, que echaría tierra a asuntos tan espinosos como el 10

V. Montojo Montojo, “Mercaderes y actividad comercial a través del puerto de Cartagena en los reinados de los Reyes Católicos y Carlos V (1474-1555)”, Miscelánea Medieval Murciana, XVIII (19931994), pp. 109-140, cfr. 116-120; y V. Montojo Montojo, “Señorialización y remodelación jurisdiccional y económica en el Reino de Murcia: los señoríos de Hoya Morena y Cúllar-Baza (s. XVII)” 11 V. Montojo Montojo, “Hombres y animales: La ganadería de paso por Caravaca de la Cruz bajo Carlos V”, en J.P. Díaz López y A. Muñoz Buendía (editores), Herbajes, trashumantes y estantes: Actas del Coloquio sobre ganadería en la Península Ibérica (Almería, 1999), Almería, 2002, pp. 159-168. 12 E. Pérez Boyero, Moriscos y cristianos en los señoríos del Reino de Granada (1490-1568), Granada, 1997, p. 255.

bombardeo de Cartagena por una flota genovesa en 1516, en el principio mismo de su reinado en España. Las necesidades económicas de Carlos I de España para convertirse en emperador de Alemania le obligaron a recurrir a los préstamos de determinados genoveses, lo que redundaría en beneficio de sus compatriotas13. El segundo hecho de importancia que queremos destacar sería también protagonizado por Carlos V. Su alianza con la Señoría de Génova, que se inclinó tanto en 1516 como en 1527 a favor de Francia, no fue estable hasta 1528, en que Andrea Doria y la nobleza vieja genovesa abandonaron la liga antiespañola (Francia, la Santa Sede, Venecia) y se pasaron al bando imperial. Una de las derivaciones concretas y más palpables de esta alianza serían los servicios militares y financieros, tan onerosos por otra parte, de determinados representantes de la nobleza vieja genovesa, ya mediante los asientos, como los de las galeras puestas al servicio del Emperador y después al de Felipe II por Andrea Doria y Juan Andrea Doria, ya mediante la mediación política y diplomática de éste último, como en la cuestión del Finale14. Y otra derivación fue finalmente el crecimiento del comercio genovés en los puertos del Sureste español. En Alicante, según Figueras Pacheco, un documento (cuya localización desconocemos) hacía constar que, “refiriéndose a los derechos percibidos sobre las lanas exportadas por los mercaderes de Alicante, con arreglo a un antiguo convenio, el rey asegura haberse pagado y cobrado los dichos derechos desde el año veintinueve en muy grandes sumas15. De este primer grupo de asentistas genoveses (los Espínola, Fiesco), algunos arraigados desde mucho tiempo antes en Sevilla, Jerez de la Frontera, Cádiz, hay que señalar que invirtió no sólo en las finanzas del Emperador, sino en otros negocios como los del alumbre y la lana de los reinos de Granada y Murcia. Pero, además, lo hicieron en otros, quizá no tan conocidos, como el comercio triguero. En 1530, por ejemplo, Pelegro Casanova, un italiano recién instalado en Cartagena, intervino por comisión de Mafeo de Tasis, Enrique Ingarte y otros, en el envío de trigo para el abastecimiento de Siena. En este mismo año el concejo de Cartagena hacía abastecer la ciudad con trigo procedente de Huéscar, y once años más tarde, en 1541, los proveedores de armadas abastecieron a la flota que se preparaba contra Argel, que fracasó a pesar de la presencia de Carlos V en la expedición, con trigo de Huéscar y en competencia con algún genovés de allí, como Ganducio. Los apellidos de quienes se instalaron en Cartagena, generalmente de forma temporal (Otován Fiesco, Hilario Espínola, Bartolomé Usodemar), nos recuerdan inevitablemente a los asentistas de la Corte, con quienes debieron sostener corresponsalías y comisiones. El marco político en que se inscribió el periodo de crecimiento comercial de Cartagena y de otros puertos del Sureste español a partir de 1570 fue no sólo el de la rebelión de las Provincias Unidas de Holanda y Zelanda, en el Flandes español (15661612), sino también el de la crisis genovesa de 1575, vigilada tan de cerca desde la

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R. Carande, Carlos V y sus banqueros, 2, Barcelona, 1983, pp. 9-20. J. L. Cano Gardoqui, La incorporación del marquesado del Finale (1602), Valladolid, 1955, pp. 11 y 33-35. 15 F. Figueras Pacheco, El Consulado Marítimo y Terrestre de Alicante y Pueblos del Obispado de Orihuela, Alicante, 1957, p. 33. 14

Corte y también desde Milán desde algunos años antes en que se venía larvando, podríamos decir que desde la muerte de Andrea Doria en 1560. La vigilancia que sobre la convulsionada Génova, ya en 1563, pudieran realizar los gobernantes del Estado de Milán, considerado éste por el duque de Sessa como “muro y aparejo” de Italia, es decir, escudo militar y religioso de los territorios italianos del rey católico16, no pudo evitar el desenlace de lacrisis de 1575, en que la nobleza nueva se sublevó contra la nobleza vieja (“los Viejos”), llegándose finalmente a un acuerdo de compromiso entre ambas partes: las “Leges Novae” de 1576, en vigor durante dos siglos. A esta crisis política hay que unir las crisis financieras de la Corona, tanto la de 1557, en tiempos de guerra con Francia, como la suspensión de pagos de 1575 y el acuerdo al que se llegó con los genoveses en 1577, el llamado “Medio general”. Ya en 1564 se habían elevado numerosas contribuciones fiscales, entre ellas las alcabalas, y se instituyó el derecho nuevo sobre las exportaciones de lanas, como resultado de las dificultades mencionadas, subsiguientes a la batalla de San Quintín y a la paz de Cateau Cambresis; pero en 1575 se volvió al recurso fiscal de elevar de nuevo las alcabalas (hasta exigir el 10% de las transacciones), aunque la medida se atenuó en 157717. En medio de este marasmo político y fiscal algunas poblaciones presentaban incentivos diversos, como la posición en zonas estratégicas y las exenciones fiscales. Éste es el caso de Alicante, Cartagena, Málaga y Granada, por la proximidad de estas ciudades a una cierta variedad de recursos económicos de gran potencial comercial, como la sal, la lana, el alumbre, la almagra, la barrilla, el vino, el aceite y el azúcar. En este contexto de crisis política y de crecimiento demográfico en Génova, que expulsaba a elementos muy activos de su común y de la nobleza nueva, y del recrecido [285] interés o atractivo de determinadas ciudades por sus exenciones fiscales y la variedad de posibilidades de negocios, que además debieron aumentar sus atractivos las dificultades de la navegación y el comercio entre España y Holanda e Inglaterra, se comprende la fuerza de la emigración de los genoveses a Cartagena y Granada. De hecho, es en el primer cuarto del siglo XVII cuando se dio la mayor concentración de la emigración genovesa a Cartagena18 y pensamos que también pudo suceder algo muy parecido en el Reino de Granada. Tanto genoveses, como franceses católicos (únicos aceptados en los años finales del XVI, de guerra entre España y Francia), en definitiva grupos mercantiles católicos (de aquí el protagonismo y la singularidad de los bretones en Cartagena) protagonizaron el comercio de los reinos de Murcia y Granada, dentro de una Europa dividida confesionalmente, y se decantaron, a la hora de su instalación, por ciudades que ofrecían mayores ventajas fiscales y geoestratégicas, en el caso de estas últimas tanto regionales, 16

A. Álvarez-Ossorio Alvariño, Milán y el legado de Felipe II: Gobernadores y corte provincial en la Lombardía de los Austrias, Madrid, 2001, pp. 32-34. 17 M. Ulloa, La Hacienda Real de Castilla en el reinado de Felipe II, Madrid, 1977, pp. 125-178. R. Canosa, Banchieri genovesi e sobran spagnoli tra Cinquecento e Seicento, Roma, 1998, pp. 30-145. 18 R. Torres Sánchez, “La colonia genovesa en Cartagena durante la Edad Moderna”, en Rapporti Genova-Mediterraneo-Atlantico nell età moderna (Tai del IV Congresso Internazionale), Génova, 1990, pp. 553-581. R. Torres Sánchez, Ciudad y población. El desarrollo demográfico de Cartagena durante la Edad Moderna, Cartagena, 1998, pp. 277-289.

es decir, su situación privilegiada por la cercanía a determinadas producciones (en el caso de Alicante y Cartagena, por ejemplo, a las salinas de Ibiza, La Mata, o las del Reino de Murcia; en el de Cartagena y Málaga a los mencionados azúcares, lanas, alumbres, barrillas, etcétera), como de largo recorrido ultramarino. En este último podríamos considerar tanto la “carrera de Orán” (corta, pero peligrosa y atractiva por lo elevado de los seguros con que había de proteger la navegación), como la “carrera de Indias”, u otras rutas más transitadas, como la de las islas en el Mediterráneo: del Sur español hasta Génova, Venecia y otros territorios italianos. Pero también otras que se dirigían hacia el Atlántico, como la del Portugal de la Monarquía española, las grandes pesquerías del Atlántico Norte (Terranova) o las provincias católicas del Norte y Hamburgo, ya en el Mar Báltico19. 2.1. Las relaciones entre el Reino de Murcia y el de Granada en el periodo 1575-1640 El contexto político y social de este periodo, que consideramos el de mayor fuerza del comercio cartagenero, estuvo compuesto de varios elementos a considerar. Por una parte la repoblación del Reino de Granada, tras la guerra de las Alpujarras (1568-1571)20 en la que participaron numerosas personas procedentes del Reino de Murcia. Por otra, la inmigración genovesa hacia ambos reinos, que se intensificó en este periodo en el que varias juntas de Población desarrollaron diferentes proyectos: no sólo de repoblación del Reino de Granada, sino también de irrigación de tierras en el Reino de Murcia. [286] Además, entenderemos mejor la inmigración genovesa si tenemos en cuenta que la actividad económica y la promoción social de los genoveses no siempre fue bien acogida, como bien sabemos21, puesto que la Señoría de Génova no fue en realidad un aliado firme de España, sobre todo desde que el común y parte de la nobleza nueva de Génova mostraron en 1574-1576 su inclinación antiespañola, por lo que el rey católico trató de evitar, siempre que pudo, el monopolio de Génova sobre el acceso a Milán y al Camino español de Flandes, tal como sucedió a finales del reinado de Felipe II y a principios del de Felipe III, entre 1598 y 1602, con la cuestión del marquesado del Finale, que en la última fecha fue incorporado. Casos concretos de la inmigración genovesa a Cartagena en los que nos vamos a detener fueron los de Tomás Digueri, avecindado en 1583, y el de Juan Bautista Prebe, que se avecindó en Cartagena hacia 1610, como tantos otros en seguimiento de otros connacionales que se habían instalado anteriormente, sobre todo de algún familiar.

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V. Montojo Montojo, “Las relaciones comerciales entre el Sureste español y América a finales del siglo XVI y principios del XVII: el ejemplo de Cartagena”, en Murcia y América. VII Curso de aproximación a la España Contemporánea (febrero-marzo, 1991), Juan Bta. Vilar ed., Murcia, 1992, pp. 79-106. 20 M. Barrios Aguilera y F. Andujar Castillo (editores), Hombre y territorio en el Reino de Granada (1570-1630). Estudios sobre repoblación, Almería, 1995. A. Muñoz Buendía, “La repoblación del Reino de Granada a finales del Quinientos: las instrucciones particulares de 1595. I. Estudio”, Chonica Nova, 20 (1992), pp. 253-297. 21 J.J. Ruiz Ibáñez y V. Montojo Montojo, Entre el lucro y la defensa: las relaciones entre la monarquía y la sociedad mercantil cartagenera (comerciantes y corsarios en el siglo XVII), Murcia, 1998, pp. 44-5 y 78-81.

En realidad, muy pronto se hizo patente que Juan Bautista Prebe se incorporaba a la actividad de una compañía mercantil formada en 1611 por Tomás Diguero y Juan Agustín Pelerán, avecindados en Huéscar, y Franco Diguero, que en Cartagena habría de hacer embarcar la lana y el azúcar que le harían llegar los dos primeros desde Huéscar, en el caso de la lana, y desde Granada, Motril, Salobreña u otras poblaciones del Reino de Granada, gestionando y consignando estos productos a favor de Juan Bautista Diguero, vecino de Génova, de quién recibirían las comisiones o correspondencias para adquirir y remitir lanas y azúcares. Juan Bautista Prebe, cuya actividad como exportador de lana por cuenta propia se documenta ya en 1610, en unión con Agustín Prebe y por cuenta propia, casó en Cartagena con doña Aurelia Digueri, el 15 de abril de 1613, año en el que formó una compañía con Vicente Imperial y Juan Agustín Pelerán, junto con el que exportaba lana en 1615. En fecha posterior a 1613 Juan Bautista Prebe se instaló en Granada, donde debieron ser bautizados sus hijos Agustín Ignacio, Ana, Jacinto Antonio, Andrés y Tomasa, mientras que Ginesa Antonia y Juan Bautista fueron bautizados en Cartagena. Juan Agustín Pelerán casó en Cartagena con doña Juana Digueri el mismo día en que lo hizo Juan Bautista Prebe, su cuñado. Sus hijos fueron bautizados en Huéscar: Teresa, Alejandro Tomás, Aurelia y Francisca. Vicente Imperial, en cambio, era natural de Alicante, aunque originario de Génova, y cuando se trasladó a Cartagena ya había casado con doña Incolaza Digueri. Sus hijos [287] fueron bautizados en Cartagena: Margarita, María, Andrés, Ambrosio, Tomás, Inés, Vicente Buenaventura, Francisco, María y José22. Como en el caso de Juan Bautista Prebe, su actividad comercial fue anterior a la constitución de la compañía en 1613 y tuvo relación con Málaga, de donde se hacía traer aceite, quizá destinado a su jabonería de Cartagena, y en donde hacía comprar bacalao en 1610, precisamente a un genovés residente en Huéscar, Juan Agustín Langeto23, y con Huéscar, disponiendo que desde dicha ciudad se remitiese lana a Alicante, a Francisco Imperial, su hermano. De hecho la vinculación de los Imperial con Alicante fue importante (don Francisco Imperial, hermano de don Vicente Imperial padre, fue gobernador de Alicante), y larga, pues aún posteriormente a la desaparición de los hermanos Imperial mencionados (Francisco y Vicente), en 1644, don Francisco Imperial (sobrino del mencionado anteriormente), en calidad de marido de doña Tomasa Prebe, dio poder a su hermano don Vicente Imperial Jobardo para que en su nombre pudiera llegar a cualquier acuerdo que le pareciere con don Andrés Prebe y doña Josefa Imperial, su mujer, en razón de la heredad de Rabasa, en la ciudad de Alicante, donde vivían estos últimos. Si observamos los matrimonios de estos comerciantes y sus hijos se puede deducir la gran relación endogámica existente entre las familias Prebe, Pelerán, Imperial y Digueri, es decir, las de quienes compusieron las mencionadas compañías mercantiles formadas en 1611 y 1613, a partir de la actividad comercial iniciada por Tomás Digueri treinta años antes, en 1583, de exportación de lanas por cuenta de Pelegro y Vicencio 22

V. Montojo Montojo, “Matrimonio y patrimonio en la oligarquía de Cartagena (ss. XVI-XVII)”, en Familia, grupos sociales y mujer en España (s. XV-XIX), F. Chacón Jiménez, J. Hernández Franco y A. Peñafiel Ramón (editores), Murcia, 1991, pp. 49-93, cfr. 69-72. 23 V. Montojo Montojo, “Mercados y estrategias mercantiles en torno a Cartagena en el siglo XVI y primera mitad del XVII: un microanálisis”, Cuadernos del Estero, 7-10 (1992-1995), pp. 143-202, cfr. 166.

Mayoli, genoveses vecinos de Granada, siendo la familia de Tomás Digueri la que aglutinó a las otras, ya que tres hijas suyas (Incolaza, Aurelia y Juana) casaron respectivamente con Vicente Imperial, Juan Bautista Prebe y Juan Agustín Pelerán. Una vez realizados los tres matrimonios se produjo una reubicación inversa. Vicente Imperial, que estaba en Alicante, se quedó definitivamente en Cartagena, mientras que Juan Bautista Prebe y Juan Agustín Pelerán una vez casados marcharon fuera de Cartagena: el primero a Granada y el segundo a Huéscar. Pero, fallecido Juan Agustín Pelerán en el año 1625, Juan Bautista Prebe volvió a Cartagena en 1629, bautizando en ella a dos de sus hijos. Mientras que Juan Agustín Pelerán permaneció normalmente en Huéscar, aunque era simultáneamente vecino de Cartagena, Juan Bautista Prebe se trasladaba desde Granada a la costa del reino, a Huéscar, Caravaca y Cartagena, movimientos que respondían a las posiciones que cada uno de ellos tenía en la distribución de los negocios comunes que llevaban: los lavaderos de lanas de Huéscar por parte de Juan Agustín Pelerán; la adquisición y envío de lanas y azúcares por Juan Bautista Prebe. Pero por encima de toda esta intensa actividad estaba el patronazgo de Juan [288] Bautista Diguero, vecino de Génova, hermano de Tomás y Franco Digueri, quien les realizaba numerosos encargos (“correspondencias” eran llamados en los documentos) de envíos de lanas y azúcares, remitiéndoles en sentido contrario productos italianos para que los vendieran en España. Este patronazgo de Juan Bautista Diguero debió articularse en la década final del siglo XVI, tal como se observa en la actividad relativa a Italia de otro gran comerciante de Cartagena, Julián Jonchée, un bretón procedente de Saint Maló. Una relación, ésta del patronazgo, que no ha de entenderse exclusivamente en términos de jerarquía, sino de familiaridad, la que se daba entre hermanos relacionados por sus negocios, es decir, también horizontal, y por otra parte común entre otras familias genovesas de Cartagena, como se aprecia asimismo entre los Corvari, los Baldasano o los Tacón, pues en 1612 Franco Diguero, genovés vecino de Cartagena y al mismo tiempo regidor en Murcia, y Iacome Corvari, también genovés vecino de Cartagena, facultaban a sus respectivos hermanos, Juan Bautista Digueri y Juan Andrea Corvari, vecinos de Génova, para pedir la devolución del navío San Esteban y San Diego al virrey, regentes, jueces de rota y cónsules de Nápoles, pues allí había sido embargado. El poder político de estos genoveses había llegado a ser tal, como lo demuestra su acceso a los concejos y sobre todo su presencia en algunos órganos hacendísticos de la Corte, como la Comisión de Millones, donde podían presionar para evitar que el servicio de millones gravara excesivamente sus actividades24, que el Consejo de Hacienda intentó desavecindarlos de algunas poblaciones castellanas, como Cartagena, en 1612, sin conseguirlo. Se entiende que cuando, diez años más tarde, el conde duque de Olivares se hiciera con el valimiento de Felipe IV, pretendiera prescindir de los

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J.I. Fortea, “Reino y Cortes: El servicio de millones y la reestructuración del espacio fiscal en la Corona de Castilla (1601-1621)”, en Política y Hacienda en el Antiguo Régimen (II Reunión Científica de la Asociación Española de Historia Moderna), 1, J.I. Fortea y C.M. Cremades Griñán (coords.), Murcia, 1993, pp. 53-82.

asentistas genoveses y lo fuese haciendo en la medida en que le fue posible, con el recurso a los judíos sefardíes25. Fue precisamente en este nuevo reinado, el de Felipe IV (1621-1665), en el que a partir de 1625-1630, fallecidos Juan Bautista Diguero en Génova y Juan Agustín Pelerán en Huéscar, hubo un cambio en las relaciones profesionales de Juan Bautista Prebe, que se diversificaron hacia otras ciudades, en especial hacia Venecia, donde hizo grandes negocios con Juan Bautista Cajón y Francisco Tallacarne, caballeros genoveses instalados en Venecia, el último hermano de Antonio Tallacarne. De Venecia llegaban tradicionalmente a Cartagena diversos productos suntuarios, dirigidos a los genoveses instalados en ella, como los famosos espejos venecianos (a Vicencio Nano en 1590) o, además de espejos, acero (en 1601 a Octavio Corvari y Octavio Mayoli, que los hicieron transportar a Toledo); o acero y cera blanca: en 1630 para Bartolomé Baldasano y Juan Francisco Tacón, con destino final en Londres [289] y Madrid, respectivamente. En contrapartida, el comerciante bretón Julián Jonchée había llegado a enviar palo de Brasil a Venecia, hacia 1600, pero lo característico de las décadas centrales del siglo XVII fue el envío de grandes cantidades de barrilla a Venecia. La siguiente generación de los Digueri, Imperial, Pelerán y Prebe fue pródiga en uniones matrimoniales entre estas mismas familias. Por una parte, don Francisco Imperial y doña Margarita Imperial, hijos de Vicente Imperial y de doña Nicolasa Digueri, casaron respectivamente con doña Tomasa Prebe y Juan Antonio Digueri, mientras que don Andrés Prebe lo hizo con doña Josefa Imperial, hija de don Francisco Imperial, el que fuera vecino y gobernador de la ciudad de Alicante. Por otra, don Agustín Ignacio Prebe contrajo matrimonio con doña Teresa Pelerán Digueri, su prima. En parte la causa última de estos matrimonios entre parientes próximos respondía a la búsqueda de la conservación del patrimonio y en definitiva del poder dentro de este reducido grupo de familias, lo que se manifestó claramente en 1640, cuando los tutores de don Agustín Ignacio Prebe otorgaron promesa matrimonial de este último a favor de doña Teresa Pelerán, argumentando que la causa que les movía a ello era que ambos eran huérfanos de padre y madre, menores de edad, primos hermanos y ‘que han quedado con alguna hacienda y ésta está en diferentes partes, donde sus padres tenían trato [léase comercio] y es necesario persona de partes y muy inteligente, … por la inteligencia de dicho don Ignacio para cobrarle y administrar su hacienda, la cual tiene (doña Teresa) en la ciudad de Granada, Córdoba, Génova, Venecia, Madrid y otras partes fuera de estos reinos, y seguir sus pleitos, y si esto corriese por otra mano verá muy disminuida su hacienda’. La paulatina acumulación de beneficios económicos movió a estos poderosos mercaderes a destinar parte de las ganancias a la adquisición de oficios públicos. Buscaban poder y encumbramiento social, como ya se ha mencionado en otras publicaciones. Vicente Imperial padre compró al gobierno del conde-duque de Olivares la vara de alguacil mayor de Cartagena, mediante el pago de 3.000 ducados, la tercera parte en plata. En contrapartida recibió la facultad del primer voto en el cabildo, inmediato a la Justicia, preferente sobre el de los regidores preeminentes, además de 25

B. López Belinchón, Honra, libertad y hacienda (hombres de negocios y judíos sefardíes), Madrid, 2001.

recibir la mitad de las décimas y la facultad de nombrar la mitad de los alguaciles ordinarios. Por su parte, doña Juana Digueri, viuda de Juan Agustín Pelarán y Deodato Imperial, adquirió el señorío de la villa de Cúllar, su término y alcabalas, por 5.987.400 maravedíes de plata doble, pero después resultó que no pudo hacer efectivo el pago de toda la cantidad, por lo que sus propiedades fueron embargadas por la Hacienda real. Sus hijos (don Alejandro Digueri Pelerán, segundo señor de Cúllar) se vieron obligados a vender el señorío de Cúllar a los hijos menores de Juan Bautista Prebe, sus primos hermanos, en 1641. De aquí que don Agustín Ignacio Prebe se convirtiera en el tercer señor de la villa de Cúllar, pues sus tutores adquirieron esta jurisdicción señorial, [290] pagando lo que los herederos de Juan Agustín Pelerán no habían podido hacer por falta de dinero contante, y además consiguieron comprar las alcabalas de la villa. A todo esto hemos de añadir las adquisiciones de varias regidurías, alguna de ellas de preeminencia, de los concejos de Cartagena, en el caso de los Imperial, y de Murcia, en el de los Digueri26. A pesar de lo que pudiera parecer, la desaparición paulatina de los socios de las compañías de 1611 y 1613: de Franco Digueri en Madrid, hacia 1622-124, de Juan Agustín Pelerán en Huéscar, en 1625 y de Juan Bautista Prebe en Cartagena, en 1634, no impidió la prosecución de los negocios de lanas y azúcares por Vicente Imperial y Deodato Imperial hasta 1640, como tampoco lo hizo la de los hermanos Vicente y Deodato Imperial (Deodato, natural de Alicante, había casado con doña Juana Digueri en 1630 y falleció en 1638; Vicente Imperial murió en 1640), pues en 1636 Francisco Digueri recuperó los negocios de su padre, Franco Digueri, y los de Juan Bautista Prebe fueron continuados a la muerte de Vicente Imperial, su cuñado, por los hijos de este último: Vicente Imperial Jobardo, don Francisco Rocho Sánchez de Montenegro como marido de Margarita Imperial, y por Juan Carlos Tacón, todos ellos sobrinos de Juan Bautista Prebe. Era ésta una estrategia característica de los genoveses, la continuación de su actividad comercial mediante la continua incorporación de familiares, más o menos lejanos en virtud de la mayor o menor supervivencia de herederos directos o indirectos27. Los mencionados Vicente Imperial Jobardo y Juan Carlos Tacón, sobrinos de Juan Bautista Prebe, continuaron parte de su actividad comercial, cosa ardua y difícil, pues era: persona de muchos negocios, tratos y correspondencias en Italia y otras partes, con diferentes personas, con quien(es) ha sido y es necesario ajustar muchas cuentas y acudir a la defensa de muchos pleitos que les han puesto en diferentes tribunales, de que ha sido necesario persona de partes, además de mantener la suya propia.

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V. Montojo Montojo, “La burguesía mercantil en el Sureste español: el ejemplo de Cartagena”, en La burguesía española en la Edad Moderna (Actas del Congreso Internacional celebrado en Madrid y Soria los días 16 a 18 de diciembre de 1991), L.M. Enciso Recio (coordinador), 3, Valladolid, 1996, pp. 659669, cfr. 665. 27 F. Candel Crespo, Familias genovesas en Murcia (Verdín, Ferro, Dardalla, Mayoli y Braco). Siglos XVII al XIX, Murcia, 1979.

En 1642, por ejemplo, Juan Carlos Tacón, regidor de Cartagena, contrató en nombre de los herederos de Juan Bautista Prebe el fletamento de un bergantín, del que era patrón Alonso Oviedo, para viajar de Cartagena a Nerja, costa del Reino de Granada, y cargar azúcar que le entregaría Juan Martínez, factor del ingenio de azúcar de dicha villa, y que había comprado Juan Francisco Tacón, padre de Juan Carlos, por cuenta de éste, para llevarla seguidamente a Cartagena. El comercio con el Reino de Granada era el principal negocio de los Digueri, Imperial, Prebe y Pelerán, aunque en el caso de los Digueri, como en el de los Tacón, [291] que también tuvieron negocios en el Reino de Granada (Pedro Antonio Tacón enviaba papel, espadas y calderas de cobre al genovés residente en Motril Sebastián Canicia, en 1612), su actividad se extendía a Sevilla y Cádiz, en la que participaron otros comerciantes genoveses de Cartagena, interviniendo en el comercio con América. Éste sería concretamente el caso no sólo de los Digueri y de los comerciantes emparentados con ellos (Blanquete, Tacón), sino también de otros genoveses de Cartagena, como los Ansaldo, los Baldasano, los Rato y los Panés. Si en 1630, Agustín Panés, junto con Alejandro Chaparra, genovés como él, enviaba por tierra a Sevilla tejidos de seda suyos y de otros mercaderes de Génova, en 1638 Jácome Rato de Espinosa, vecino y regidor de Cartagena, daba poder a Juan Lorenzo Panés, residente en Cádiz, para que enviase a Indias mercancías por valor de 150.000 reales, a pérdidas y a ganancias. Tanto Jácome Rato de Espinosa, como Juan Lorenzo Rato y Pedro Francisco Rato, sus hermanos, hijos de Tomás Rato, un comerciante que había comenzado como artesano y alcanzó luego una gran fortuna, alcanzaron en 1640 y 1641 un gran protagonismo en la exportación de lanas procedentes del Reino de Granada por Cartagena. Pero, volviendo al comercio entre el Reino de Murcia y el Reino de Granada, Huéscar no era la única población donde los genoveses comerciaban con lanas, aunque sí fuera la más importante, pues en otras poblaciones cercanas, como la Puebla de don Fadrique (señorío del duque de Alba en el Reino de Granada) y Caravaca de la Cruz (encomienda santiaguista en el Reino de Murcia), se instalaron asimismo algunos genoveses, como los Justiniano, o los hermanos Francisco Ferreto y Esteban Ferreto, que hicieron construir un lavador de lanas en la huerta de esta villa, en el río Quípar, extendiendo su actividad desde Caravaca de la Cruz al Reino de Granada. Por otra parte, los genoveses de Granada y Cartagena actuaban asimismo con base sobre esta villa, cabecera de encomienda santiaguista (Caravaca y Cehegín) y de una gobernación o alcaldía mayor y vicaría santiaguistas con un territorio muy amplio, que se extendía a otras encomiendas santiaguistas del Reino de Murcia (Moratalla, Aledo y Pliego, Cieza, Ricote y su valle, Nervio, etcétera). Tomás Digueri, por ejemplo, reconocía en 1606, a través de Juan Despín, de Cehegín, que había recibido y entregado diversas cantidades de lana mayor y añinos de Ginesa Real, Francisco de Henarejos, Pedro y Gaspar Carretero, hermanos, Francisco Pérez, Juan de Orihuela, Juan Navarro, Pedro Flórez, Martín Hernández, Pedro Maestro y Juan Negrete, todos ellos vecinos de Caravaca de la Cruz. Juan Bautista Prebe y Antonio Tallacarne compraron lanas a ganaderos de Caravaca, adelantándoles dinero para ello, como en 1627 reconocía Agustín Muñoz a Pantaleón Calisano, genovés, ambos vecinos de Caravaca, con respecto a Prebe, o en

1648 Diego Ruiz, yerno de Pedro Marín, vecino de Caravaca, con respecto a Tallacarne, pero a través de Juan Bautista Rato, genovés vecino de Cartagena. Y podríamos añadir que, en dirección contraria, los genoveses de Caravaca de la Cruz y Cartagena extendían su actividad a los ganaderos del Reino de Granada. Alonso Gutiérrez de Pinilla y Esteban Bargalli, genovés residente en Caravaca, adquirían lana de vecinos de Puebla de don Fadrique, como Blas Martínez Caballero, en 1631. [292] El lavador situado en Caravaca del genovés Esteban Ferrero, vecino de Cartagena, daba trabajo en 1610 a vecinos de Puebla de don Fadrique, como Diego Martínez Prieto y Iusepe Martínez Prieto, quienes se comprometieron con Juan Jacome Cavela, un genovés que fue agente de los Ferreto en Caravaca de la Cruz, pero Cavela, una vez fallecido Esteban Ferrero, compraba lana por su cuenta (a un vecino de Moratalla, en 1619, a través de Sebastián de Lecuriel, su agente de Caravaca de la Cruz) y también ganado en 162028. Esta intermediación, la adquisición y el lavado de la lana) finalizaba, en lo que se refiere a su trayecto peninsular, con la salida de la producción lanera por los puertos de Alicante y Cartagena. 3. La etapa de crisis de las décadas centrales del siglo XVII (1640-1670) A pesar de que las décadas centrales del siglo XVII fueron negativas en muchos aspectos para la ciudad de Cartagena, determinados sectores de la actividad comercial aún presentaron, en ciertos años, muestras de una cierta pujanza, parecida a la que habían tenido en los años de la época dorada de su crecimiento. Fue el caso de la exportación de lana por el puerto de la ciudad, que procedió en su mayor parte del Reino de Granada. Hemos analizado la embarcación de lanas por el puerto de Cartagena en los periodos 1640-1641 y 1663-1664, es decir, en una etapa considerada por todos como de crisis aguda. En cuanto a las personas que lo realizaban podemos decir que en ambos periodos habían cambiado los mercaderes especializados en su comercialización, pero no así su origen, que siguió siendo Génova. Si entre 1590 y 1640 los exportadores más importantes habían sido los primeros Digueri (Tomás, Jerónimo, Franco), Prebe, Pelerán e Imperial, los Ferrero y otros muchos, en 1640 y 1641 lo fueron la segunda generación de las familias Imperial y Diguero: Francisco Digueri, hijo de Franco Digueri, Juan Carlos Tacón, sobrino de Juan Bautista Prebe, Jácome Rato de Espinosa, Juan Lorenzo Rato y Pedro Francisco Rato, los dos últimos hermanos y todos ellos regidores del ayuntamiento de Cartagena. Su modo de actuar era el de apoderados de otros mercaderes y hombres de negocios genoveses, por lo general vecinos de la ciudad de Granada. Don Francisco Digueri expedía lana de Buscar, suya y de don Juan Bautista Lomelín y don Juan 28

J.M. Cutillas de Mora y V. Montojo Montojo, “La nobleza de Caravaca de la Cruz en la Edad Moderna”, Murgetana, 97 (1998), pp. 39-61.

Bautista Espínola, vecinos de Granada; Juan Lorenzo Rato la registraba en su nombre y en el de Antonio Tallacarne, también vecino de Granada. A pesar de este cuadro tan sombrío, el mundo de los negocios siguió desenvolviendo su actividad. En concreto durante 1641 se continuó embarcando lana por el puerto de Cartagena. En cuanto a las personas que lo realizaban, han cambiado los mercaderes especializados en su exportación, pero no lo ha hecho su origen. Fueron genoveses o descendientes de familias originarias de Génova, que ya se habían naturalizado como españoles. Una de las figuras más significativas, dentro del grupo de hombres de negocios que traficaban con la lana, fue Francisco Digueri, miembro de una importante familia que desde finales del siglo XVI y durante las primeras décadas del XVII tuvo la supremacía en este comercio entre Huéscar y Cartagena, pues fueron ellos los que aglutinaron a otras tres familias de mercaderes genoveses, los más importantes que hubo en Cartagena en dichas décadas, al contraer matrimonio tres hijas de Tomás Digueri con Juan Bautista Prebe, Juan Agustín Pelerán y Vicente Imperial, los tres ya fallecidos en 1641. Otra familia de mercaderes de origen genovés y que desde hacía ya tiempo venía interviniendo activamente en el comercio de la lana fue la de los Rato, en este año representado por Jácomo, Juan Lorenzo y Pedro Francisco, los dos últimos hermanos, y todos, como también Digueri, regidores del Concejo de Cartagena. Ellos actuaron como comisionados en Cartagena de hombres de negocios, también de origen italiano, pero residentes, por lo general, en la ciudad de Granada. Entre estos se contaban Antonio Tallacarne, Juan Bautista Lomelín, Alejandro Chavarino y don Juan Esteban Espínola. Así, Tallacarne fue comitente de Juan Lorenzo Rato, mientras que Francisco Digueri fue comisionado en Cartagena por don Juan Bautista Lomelín, Alejandro Chavarino y por don Juan Esteban Espínola. Era práctica acostumbrada que estos genoveses de Granada o de Huéscar otorgasen una escritura notarial, mediante la cual daban poder suficiente para que el mercader [293] de Cartagena pudiera embarcar por su puerto hasta un número determinado de sacas de lana, al tiempo que el otorgante del poder quedaba en la obligación de pagar todos los derechos e impuestos reales que gravaban sobre el producto a expedir fuera de Castilla. A través de los citados poderes se podía llegar a exportar entre 1.000 ó 1.500 sacas de lana por cada uno, lo que nos da una idea de que el volumen de estas transacciones podía llegar a ser importante, máxime si eran varios los hombres de negocios afincados en Granada que se dedicaban a este tráfico. La relación entre hombres de negocios genoveses afincados en Granada y miembros de las familias Prebe o Pelerán venía de antiguo. En este mismo año de 1641 don Alejandro Pelerán y doña Teresa Pelerán, hermanos, hijos de Juan Agustín Pelerán y de doña Juana Diguero, daban poder a un vecino de Granada para que pudiera ajustar con Antonio Tallacarne el pago de una deuda, ya que el mencionado Antonio Tallacarne había prestado a doña Juana Diguero 3.000 ducados de plata doble para ayuda de la paga de la cantidad en que la susodicha compró el señorío de la villa de Cúllar.

En otras consignaciones participaron vecinos de Cartagena, generalmente regidores del concejo que eran propietarios de ganado lanar: en 1640 don Juan Muñoz Negrete con Juan Lorenzo Rato, y en 1641, en los cargamentos realizados en el navío Nuestra Señora de Gracia y San Pedro, podemos sospechar del posible embarque de lana perteneciente a otros regidores del concejo cartagenero, dueños de rebaños ovinos más o menos grandes, como es el caso de don Juan García de Cáceres, un ganadero que podía exportar la lana de sus propios rebaños, a la que se podía añadir la de otros pequeños propietarios. En el mismo mercante cargaban sus lanas don Juan Muñoz Negrete, don Antonio Calatayud y Jaime Gilabert, este último yerno del mercader de origen francés (bearnés) Juan del Poyo, los tres regidores del concejo y propietarios de ganado. En 1640 la carga fiscal sobre la exportación de lanas se endureció con un nuevo impuesto, el llamado derecho del uno y medio por ciento, que gravaba la extracción de este producto a razón de 32 maravedíes por cada arroba de lana lavada y de 16 maravedíes en la de lana sucia. Esta nueva imposición se añadió a los derechos viejo y nuevo, que ya se venían pagando en cada uno de estos tipos de lana. Por otro lado, en 1641 se impuso definitivamente la exigencia de pagar la totalidad de los derechos en plata, mientras que hasta esa fecha la mitad se había permitido pagar la mitad en moneda de vellón y la otra mitad en la de plata, lo que quizá se pueda explicar porque en este año España estaba en guerra en diferentes frentes y contra diversos enemigos, como Francia, Holanda, los corsarios argelinos, etcétera y la Hacienda real necesitaba de todos los ingresos posibles para realizar levas de tropas, equipar armadas y ejércitos. El transporte de lana era realizado en su gran mayoría por navíos ingleses (4 en 1640 y 7 en 1641), [que habían desplazado a franceses y holandeses por el motivo de la guerra que contra ellos se mantenía,] en los que se embarcó un total de 9.000 arrobas en 1640 y 19.373 arrobas [en 1641], en este último año toda ella limpia, lo que supuso un porcentaje del 66,7 por ciento del total del tonelaje embarcado. En barcos genoveses (1 en 1640 y 2 en 1641) se embarcaron 2.776 y 7.227 arrobas, respectivamente, lo que supuso un 24,9 por [294] ciento, mientras que en un navío de Hamburgo [hanseático] se embarcaron en 1641 2.430 arrobas, lo que representó un 8,4 por ciento del total de la lana. La gran mayoría de la lana exportada en 1640 y 1641 había sido lavada previamente y procedía en su totalidad de los lavaderos de lana de Huéscar. Fueron en 1640 y 1641, respectivamente, 8.148 y 21.221 arrobas de lana lavada, frente a 3.628 y 7.809 de lana sucia, es decir, en 1641 un 73,1 por ciento la primera y un 26,9 la segunda. Ciertamente la lana lavada alcanzaba una mayor demanda y precio de venta, aunque, por otro lado, los impuestos sobre ella eran más elevados que sobre la sucia. Los puertos de destino se dividieron entre Génova, con 7.038 arrobas en 1640 y 17.115 arrobas en 1641 (39,87%), y Venecia, con 4.738 arrobas en 1640 y 9.306 arrobas en 1641 (69,13%).

Venecia, como puede deducirse de este análisis de la exportación de lana en los años 1640 y 1641, había adquirido desde décadas anteriores una especial relevancia para el comercio de Cartagena, en la que vale la pena detenerse en lo que se refiere a estos años. Así lo confirma, por ejemplo, el estudio de las relaciones profesionales que tenían los Prebe en Italia, pues en 1640 don Vicente Imperial Jobardo, como uno de los tutores de los hijos menores de Juan Bautista Prebe, daba facultad a Juan Lorenzo Panés, residente en Cádiz, para recibir las mercancías que habían remitido Francisco Tallacarne y Juan Francisco Tacón, vecinos de Venecia, pertenecientes a los mencionados hijos. Aunque por este mismo estudio de la administración del patrimonio de los Prebe en 1640, año en el que pasó de don Vicente Imperial a sus hijos don Vicente Imperial Jobardo y doña Margarita Imperial Jobardo, mujer de don Francisco Rocho Sánchez de Montenegro, alcalde mayor de Murcia, se advierte que estas relaciones profesionales se extendían principalmente a “Venecia, Amberes y Milán y otras partes”, que son las ciudades mencionadas en el poder que dio el mencionado don Vicente Imperial Jobardo a Juan Francisco Tacón, residente en Cádiz. Como es lógico, dichas relaciones se extendían a Génova, dentro de un ámbito geográfico amplio, tanto en lo que se refiere a la expedición de mercancías como a su recepción, pues en 1642 el licenciado don Francisco Rocho Sánchez de Montenegro, como tutor de los hijos menores de Juan Bautista Prebe, facultaba a Juan Bautista Canicia de Franquís, vecino de Alicante, de origen genovés, para recibir una caja de tabíes enviada desde Génova por Pedro Antonio Tacón. Los Panés, los Tacón y los Rato participaban muy activamente en este comercio entre Granada, Huéscar, los puertos del Sureste español e Italia. En 1639 Juan Bautista Rato, vecino de Huéscar, acudió a Cartagena con poder de Antonio Tallacarne, vecino de Granada, y recibió lanas y otras mercancías que Agustín Panés había dispuesto en su testamento, lo que hizo por medio de Juan Lorenzo Rato, regidor y capitán de Cartagena, tutor de los hijos menores de Agustín Panés, y entre dichas mercancías figuraban 1.096 sacas de lana lavada en los lavaderos de Huéscar (de ellas 153 sacas remitidas por Juan Pedro Rato, por orden de Antonio Tallacarne, a Agustín Panés), 6 fardos de orchilla, 6 balas de espadas, 3 balas de lino, 2 cajas de vidrieras y una de abolorio, y las entregó a [295] los capitanes Jácome Rato de Espinosa y Juan Lorenzo Rato, hermanos y regidores del Ayuntamiento de Cartagena, quienes declararon haberlas recibido. En 1641 fue característico de la exportación el envío de lana en sucio a Génova (7.809 arrobas, el 100%), y el de la lana limpia, en total 21.221 arrobas, la mayor parte para Venecia (11.915 arrobas, el 56,1%), y otra parte considerable para Génova (9.306 arrobas, el 43,9), de lo que se puede deducir que era más cómodo o económico a sus dueños enviarla a lavar a Huéscar, o no lavarla, ya que a pesar de existir algunos lavaderos en la huerta de Cartagena, zona en la que existían algunos afloramientos de agua, ellos no eran dueños de ninguno de ellos. Si comparamos las cantidades que algunos autores29 dan sobre las exportaciones de lana por el puerto de Cartagena, en las que se muestra una fluctuación entre un 29

H. Lapeyre, El comercio exterior de Castilla a través de las aduanas de Felipe II, Madrid, 1981, pp. 199-200. F. Hernández Velasco, Auge y estancamiento …, p. 282.

máximo de 71.912 arrobas en 1620 y un mínimo de 17.422 en 1623, vemos que las 11.776 arrobas de 1640 y las 29.030 arrobas de 1641 que tuvieron salida por Cartagena se sitúan en un término muy inferior en el año 1640 y en un término medio entre ambas cifras en el caso del año 1641, y que en las cifras totales de lana exportada que dichos autores ofrecen para 35 años entre 1573 y 1626 son superiores las de 20 de ellos a la de 1641, pero son inferiores las de 15, lo que corrobora que la exportación lanera de 1641 por el puerto cartagenero no se vio perjudicada en exceso por las continuas guerras en las que estaba involucrada la Monarquía española, a pesar de que, al ser un puerto de situación estratégica, la ciudad estuvo siempre en continuo temor de que pudiera ser invadida por alguna de las numerosas flotas de enemigos que surcaron el mar en sus proximidades, lo que, a no dudarlo, no dejaría de tener consecuencias negativas en el comercio de la ciudad y, sobre todo, en el marítimo. Veinte años después, en un contexto político y diplomático diferente30, entre el 26 de noviembre de 1663 y el 27 de octubre de 1664, es decir, durante casi un año, los mercaderes exportadores de lanas fueron don Agustín Ignacio Prebe, que había alcanzado la mayoría de edad en 1643, don Jácome Felipón, don Pedro Francisco Rato y don Leandro Corvari, todos regidores del Ayuntamiento y descendientes de genoveses. Don Agustín Ignacio Prebe actuaba por entonces (casi al final del reinado de Felipe IV y de su propia vida, en 1665) en compañía mercantil con Ansaldo Piquinoti, vecino de Madrid, uno de los asentistas de Felipe IV. La justificación de las partidas asentadas por don Agustín Ignacio Prebe, en las cuentas de la administración del derecho de los terceros dos reales sobre la exportación de lana lavada en 1663-1664, fue precisamente el motivo de la retención de las cuentas de este impuesto en la Contaduría Mayor de Cuentas, pues las letras de pago expedidas por Prebe fueron registradas en los libros de la Escribanía Mayor de Rentas, pero hubo algún fallo en la remisión del dinero efectivo a la Tesorería, por lo que el Consejo de Hacienda comisionó a un juez del Tribunal de la mencionada Contaduría en 1665 para que averiguara los errores suscitados en torno a la rendición de cuentas. [296] Jacome Felipe Felipón, regidor y mercader de Cartagena, actuaba tanto por cuenta propia como en nombre de don Benito Lomelín, residente en Madrid. Pedro Francisco Rato, también regidor, el que registraba consignaciones de lana a Génova en 1641, lo hizo en nombre de don Benito Lomelín, de Cristóbal Stopani y Antonio Stopani, todos ellos residentes en Madrid, de Juan Pedro Rato y Juan Bautista Rato, vecinos de Granada, con lana lavada en lavaderos situados en Villanueva de la Fuente y Montiel. Don Leandro Corvari, por otra parte, hacía embarcar la lana por comisión de don Sebastián Cortizos, también residente en Madrid31. 4. Conclusiones Como puede observarse, hemos vuelto sobre un tema ya tratado en publicaciones anteriores, pero centrándonos, en esta ocasión, en un periodo más amplio 30

G. C. Calcagno, “La navigazione convogliata a Génova nella seconda meta’del Seicento”, Miscellanea Storica Ligure, Nueva serie periodica, III (1971), pp. 267-391. C. Bitossi, Il governo dei magnifici. Patriziato e politica fra Cinque e Seicento, Génova, 1990. M. Herrero Sánchez, El acercamiento hispanoneerlandés, 1648-1678, Madrid, 2000. 31 V. Montojo Montojo, El Siglo de oro …, pp. 300-301.

(1575-1665) y de forma especial en otro distinto, más limitado (1639 a 1643). Hemos partido y finalizado nuestro trabajo recurriendo a la documentación de la Contaduría Mayor de Cuentas, en el Archivo General de Simancas32: por una parte , la ‘relación y carta de pago que dio Juan de Matallana de ciertas obligaciones y dineros que recibió de Cristóbal de Almazán, de lo procedido de la dicha cuenta (la del nuevo derecho de las lanas) de este año de 1578’; por otra la ‘minuta (y los autos o expediente) de la comisión que se le despachó (a don Antonio Salvador de los Cobos) para que cobrase 84.062 maravedíes de plata que estaban debiendo don Agustín Ignacio Prebe, sus hijos y herederos de los derechos que causó de 119 sacas de lana que embarcó por el puerto de Cartagena en los años de 1663 y 1664, de que era administrador don Gonzalo Antonio de Cieza’ (1665). Para el análisis de la exportación de lanas por Cartagena en 1640 y 1641 nos hemos basado en las escrituras de obligaciones de pago de los derechos nuevo y viejo, más ‘el derecho de la nueva imposición de uno y medio por ciento sobre las lanas’ introducido en 1640 y administrado por Francisco Arias33. Estos documentos, con sus informaciones nominativas sobre comerciantes comisionistas y comisionados, los barcos y sus patrones y las indicaciones sobre las cantidades de dinero que hubieron de pagar los mercaderes por diversos impuestos sobre las lanas (el derecho nuevo en 1578; los derechos nuevo, viejo y el del uno por ciento, o el derechos de los terceros dos reales de plata impuestos sobre cada arroba de lana lavada que salía de los reinos de Castilla, en 1663-1664) reflejan, en cualquier caso, el crecimiento de la fiscalización de la exportación de lanas, característica de[297] los reinados de Felipe II y Felipe IV, pero para ninguno de estos años nos ofrecen una información que permita conocer exactamente las cantidades de lanas exportadas, pues se trata siempre de informaciones parciales. Entre 1575 y 1578 se habían sucedido la ‘alteración’ de Génova, la bancarrota de la hacienda castellana de Felipe II, el ‘medio general’ o acuerdo que alcanzó el Consejo de Hacienda con los asentistas genoveses, un nuevo y recrecido encabezamiento general de los reinos de Castilla en lo referente a la renta de las alcabalas y, en Granada y Cartagena, de forma común aunque no directamente relacionada, una mayor afluencia de comerciantes genoveses que, según Felipe II y el Ayuntamiento de Cartagena, acudieron en razón de las exenciones que ofrecían estas ciudades. Se habían instalado diversos grupos de mercaderes italianos desde décadas anteriores, sobre todo en estas ciudades mencionadas, pero también en otras poblaciones de los reinos de Granada y Murcia (Huéscar, Caravaca de la Cruz, pero posiblemente también en otras), que trabajaban y se relacionaban asociados a otros individuos, generalmente parientes, de Málaga, Sevilla, Cádiz, Alicante, Génova, Milán, Venecia. En el caso más analizado aquí, el de las familias Digueri, Imperial, Pelerán y Prebe, es 32

Vicente Montojo quiere expresar aquí su gratitud hacia todo el personal del Archivo General de Simancas, siempre tan atento con todos, en recuerdo de sus estancias de investigación, en 1991, 2000, etc. 33 Archivo Histórico Provincial de Murcia, Protocolos notariales de Lucas Moreno, nn. 5332-5334. Fuentes que nos han servido para este trabajo han sido los Protocolos notariales de Cartagena de Blas de Castro, Lucas de la Fuente Pallarés, Andrés Jiménez de Santa Cruz, Gabriel Martínez, Alonso de Miras, Lucas Moreno, Francisco Ortega de Carrión, Juan Pérez Pica, Pascual Segado y Cosme Soldevila; los protocolos notariales de Caravaca de Cristóbal López Muñoz, Francisco del Moral, Pedro del Portillo, Diego de Raya y Antonio Salmerón.

indudable que a pesar de la oposición de determinadas instituciones (los ayuntamientos, el Consejo de Hacienda), estas familias arraigaron y se naturalizaron (también otras, en las que no nos hemos querido detener más: los Corvari, Ferrero, Ansaldo, Baldasano, Rato, Tacón, Panés, Pereti), prosperando económica y socialmente. A una primera generación muy activa sucedieron otras que mantuvieron gran parte de las relaciones y de las actividades de sus progenitores, por lo menos hasta mediados del siglo XVII y en algún caso hasta finales del mismo. Relaciones humanas recurrentes (familiares, pero también socio-profesionales) obtuvieron, mediante la venalidad la merced y la gracia del rey34, el patronazgo cortesano (en el que hay que incluir a los factores del Consejo de Hacienda, entre los cuales se encontraban algunos genoveses) y la mediación que les permitían sus posiciones sociales y políticas, y mantuvieron (por medio de mayorazgos, de capellanías35, o del accidente, como la muerte repentina o el agotamiento biológico unas actividades (económicas, pero también sociales y jurisdiccionales) que unían a las personas, los grupos (familiares, profesionales o hermanados por una devoción religiosa, como [298] fue el caso de las cofradías genovesas de San Jorge) y también a los territorios: los reinos de Murcia y Granada, pero también a otros, que podían ser extraños a los reinos de Castilla (las naciones catalana, genovesa, veneciana…), pero no enemigos de la Monarquía hispánica o de España. Las relaciones personales son las que construyen en realidad las relaciones entre territorios, a las que coadyuva la cercanía geográfica y la proximidad política, social y religiosa, y de estas relaciones personales se deriva una remodelación o reestructuración jurisdiccional y económica, de tal forma que los privilegios (las exenciones fiscales) y las posiciones geoestratégicas de ciudades, villas, lugares y reinos, como la proximidad de determinados espacios a recursos naturales valiosos (el agua para los lavaderos, las principales encrucijadas de los caminos, o los puertos de mar como puntos intermedios de rutas terrestres y marítimas) y económicos (las albuferas salineras, los agostaderos e invernaderos de los ganados lanares, los campos salitrosos o barrilleros, los montes con minerales, como el alumbre, la almagra y la plata). Las necesidades políticas (la acogida para el exilio, por ejemplo), las sociales (las oportunidades de promoción profesional y social), las económicas (la oferta y la demanda de los productos, como las manufacturas procedentes de Italia, los abastos requeridos por los ayuntamientos o los suministros a fábricas, a tiendas, a instituciones y corporaciones civiles y eclesiásticas, a personas concretas), las artísticas (la demanda de obras de arte) y las religiosas (las peticiones de bulas papales con indulgencias para iglesias, conventos, ermitas y cofradías, o de dispensas de consanguinidad para realizar matrimonios entre parientes próximos) forjan también unas estrechas relaciones entre todos estos territorios. Pensamos que todas estas puntualizaciones, a las que se podrían añadir otras, que ahora se nos escapan, son aplicables a las relaciones entre los reinos de Granada y 34

J. Bravo Lozano, “Gracia y merced en épocas de desgracias. Cámara y vida cotidiana en el reinado de Carlos II”, en Espacios de Poder: Cortes, Ciudades y Villas (ss. XVI-XVIII), J. Bravo (editor), 1, Madrid, 2002, pp. 101-121. 35 E. Soria Mesa, “Las capellanías en la Castilla moderna: familia y ascenso social”, en Familia, transmisión y perpetuación (siglos XVI-XIX), A. Irigoyen y A. L. Pérez Ortiz (editores), Murcia, 2002, pp. 135-148.

Murcia, a los que unieron, por otra parte, las necesidades y también las oportunidades de las repoblaciones respectivas, por lo que los comerciantes, grupo profesional en el que nos hemos centrado, encontraron en estos dos reinos (ha sido estudiado el asentamiento de genoveses en Huéscar y Adra36) un amplio espacio capaz de satisfacer sus requerimientos de trabajo y de negocios, como asimismo de promoción política y social.

36

V. Sánchez Ramos, “La colonia genovesa de Adra (s. XVI-XVIII)”, Boletín de Estudios Almerienses, 13 (1994), pp. 181-198.

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