Las razones eternas versus Stephen Hawking (una lectura agustiniana de El gran diseño)

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LAS RAZONES ETERNAS VERSUS STEPHEN HAWKING (UNA LECTURA AGUSTINIANA DE EL GRAN DISEÑO) Por Fedosy Santaella

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En El gran diseño, Steven Hawking y Leonard Mlodinow explican el origen del universo según la visión de dos físicos modernos. Se trata, eso sí, de un libro sin grandes complicaciones técnicas o académicas que intenta adentrar al lector lego en las complejas tierras de la física cuántica. Apenas en las primeras páginas, los autores despechan, en dos platos, a la filosofía y, sin más, dictaminan su muerte. El argumento: el estado de la física actual es tal que ya la filosofía está imposibilitada de pensar cosmologías. Con todo, no quedan satisfechos con tamaño bocado y van por más. Así, más adelante, atestiguamos cómo se almuerzan una mina de mayor envergadura al negar en un par de ocasiones la inexistencia o la desechabilidad, si se me permite el término, de Dios. Hawking y Mlodinow se valen de la física cuántica para explicar el origen del universo según la teoría de la suma sobre historias de Feynman. También desde la física cuántica nos presentan la idea dimensional del tiempo en el universo primitivo. En este banquete didáctico, abordan, por lo menos en dos momentos, el tema de Dios y ponen en tela de juicio su existencia, aunque nunca lo niegan totalmente. Resulta interesante, a la luz de estas ideas, pensar en la cosmología de San Agustín, en sus conceptos del tiempo, y lanzar preguntas al aire que posiblemente se queden sin respuestas. Tal como ya fue dicho, la base de las ideas de Hawking y Mlodinow se encuentra en el enfoque de suma sobre historias de Feynman. Richard Feynman hizo sus postulados basándose en un experimento realizado en 1927 por los científicos

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Clinton Davisson y Lester Germer, quienes lanzaron una serie de moléculas de carbono en forma de balón contra una barrera de níquel. La barrera, en una parte del experimento tuvo una rendija, luego dos. La observación singular con respecto al experimento surge con la segunda rendija. Los científicos encontraron «un aumento del número de moléculas que llegaban a algunos puntos de la pantalla, pero una disminución del número de moléculas que llegaban a otros puntos»1. Esto, según las leyes de la física tradicional, resultaba absolutamente extraño, pues se esperaba que, sin mayor misterio, las moléculas se agruparan en dos puntos específicos al otro lado de la barrera. En el caso de las dos rendijas, no se daba el pronóstico. Se sabe que la física cuántica no funciona con las mismas leyes de la física tradicional, y de allí, la dificultad de crear un teoría del todo. Hasta el momento, el hombre no ha logrado unificar las teorías que explican el mundo, entre ellas la física cuántica con las teorías de la gravedad, tanto la de Newton como la de Einstein. Hawking y Mlodinow explican en el libro las diferencias. Hablan de la dualidad partícula/onda, es decir, de esa cualidad de las partículas de la materia de comportarse como ondas, y hablan también del principio de incertidumbre, formulado por Heisenberg en 1926. El principio de incertidumbre argumenta la dificultad de medir ciertas magnitudes, lo cual podría entenderse por medio del siguiente ejemplo: mientras es más precisa la mediación de la velocidad de una partícula, más difícil resulta calcular la posición de la misma. «La física cuántica nos dice que nada está localizado en un punto definido porque, si lo estuviera, la incertidumbre en su

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Stephen Hawking y Leonard Mlodinow. El gran diseño. (Barcelona: Planeta, 2011), 76.

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cantidad de movimiento sería infinita»2. Los autores, yéndose hacia el experimento de las rendijas, nos aportan un poco más: De hecho, según la física cuántica, cada partícula tiene una cierta probabilidad de ser hallada en cualquier punto del universo. Así pues, incluso si las probabilidades de hallar un electrón dado dentro del aparato de doble rendija son muy elevadas, siempre habrá una cierta probabilidad de que pueda ser hallado, por ejemplo, más allá de la estrella Alfa Centauri o en el pastel de carne de la cafetería de la oficina.3 Estamos viendo pues que las probabilidades en la física cuántica son muy distintas a las de física tradicional. Y justamente, dentro del tema de las probabilidades, es donde aparece Feynman, quien en la década de 1940 se intrigó por los resultados del experimento de las rendijas. Para Feynman, el modelo cuántico resuelve el misterio de la posición final de las partículas. Si bien bajo el esquema newtoniano las partículas siguen un camino definido, en el modelo cuántico la partícula no tiene posición definida durante el tiempo que transcurre entre su posición inicial y su posición final. Para Feynman esto significó, con respecto al experimento, que las partículas no habían seguido un camino específico que las llevó a una determinada dirección, sino que habían tomado todos los caminos posibles entre ambas rendijas. A partir de esta idea Feynman formuló una expresión matemática conocida como la suma sobre historias de Feynman. Al final, una partícula es la suma de sus distintos recorridos, de sus distintas historias.

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Ibíd., 84 Ibíd.

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Basados en Feynman, Hawking y Mlodinow postulan entonces su teoría de la creación del universo. Los autores parten de la idea del big bang, y postulan que al ocurrir el gran estallido no se produjo un solo universo que recorrió infinitos caminos, sino que, al inicio, se produjeron infinita cantidad de universos que reocrrieron infinita cantidad de posibilidades. O para decirlo mejor con las palabras de los autores: «En esa perspectiva, el universo apareció espontáneamente, empezando en todos los estados posibles, la mayoría de los cuales corresponden a otros universos» 4. Esta breve cita implica muchísimo desde el punto de vista religioso, o de Dios, para ser más específicos. Los autores lo saben y más adelante declaran la posibilidad de un universo sin Dios. Pero veamos primero lo que ellos quieren expresar. Lo que Hawking y Mlodinow están diciendo acá es que, a partir de la configuración que ellos plantean del bing bang, nuestro universo es uno de los tantos universos que fueron creados. Esto, para los autores elimina toda factibilidad de una intervención divina singular en la creación de nuestro universo. En el capítulo «El milagro aparente» hacen un recorrido minucioso por toda la compleja mecánica de momentos excepcionales que se conjugaron para que el planeta Tierra llegase a existir. La historia de este camino milagroso se remonta, tal como lo explican los autores, al mismo big bang. Un valor alterado mínimamente en el transcurso de la creación del universo, hubiera producido el despedazamiento del mismo. Dicen Hawking y Mlodinow: «A mucha gente le gustaría que utilizáramos esas coincidencias como evidencia de Dios».5 Pero evidentemente, esto no es lo que pretenden. Para ellos, nuestro universo es uno entre muchos donde se ensayaron infinitas combinaciones. 4 5

Ibíd., 156. Ibíd., 184.

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En nuestro universo, según los autores, fue donde se dio esta vida, luego de que en miles de otros universos esa maravilla no se diera. No se trata de un gran diseño creado por Dios, sino de una posibilidad entre una gran cantidad de posibilidades. Así, el concepto de multiverso «puede explicar el ajuste fino de las leyes físicas sin necesidad de un Creador benévolo que hiciera el universo para nuestro provecho»6. Acá podemos comenzar a pensar en la cosmología de San Agustín y hacernos algunas preguntas. Pero antes de introducir a San Agustín, cabe formular una pregunta propia. Hawking y Mlodinow rechazan la idea de Dios, porque dicen que este universo, nuestro universo, es producto natural del multiverso. Nosotros acá podríamos preguntarnos por qué los autores colocan a Dios en nuestro universo, y sólo lo piensan desde nuestro universo. Los autores parecieran identificar el movimiento que da origen al universo —a nuestro universo— con Dios y también, ya lo veremos, identifican a Dios con el tiempo, como un tiempo que algo inicia, entiéndase, el universo. Ambas concepciones, desde el punto de vista de san Agustín, son erróneas. San Agustín realiza una distinción entre el tiempo y Dios al establecer que el principio es el Verbo. No es el tiempo ni mucho menos el movimiento, sino el Verbo, que no es otra cosa que la Sabiduría, la verdad misma. El Verbo, dice Agustín, no es «el sonido de la voz, ni el pensamiento de los sonidos en el transcurso de los tiempos, sino aquello que es coeterno con el generador de la sabiduría de sí mismo a sí mismo…»7 José F. Vericat Nuñez en «La idea de creación en san Agustín», señala que el Verbo es de Deo, es decir, «ha sido engendrado por el Padre, coeterno a él y, por lo 6

Ibíd., 187. De Genesi ad litt. I 4, 9: «Neque sono vocis neque cogitatione tempora sonorum volvente, sed coaeterna sibi luce a se genitae Sapientiae (…)». 7

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tanto, como éste, existe desde antes de todos los tiempos, antes de que se hicieran todas las cosas»8. Dios no actúa en el tiempo, y allí, en el Verbo de Dios residen las razones eternas e inmutables de la creación, como nos explica el mismo Vericat Nuñez. Estas razones no han sido hechas sino engendradas, es decir son de Deo. ¿Qué son estas razones eternas? La razones eternas son el conocimiento de la creación antes de ser hecha, pues «todas las cosas fueron hechas por Él, Él las sabía antes de ser hechas»9. Este conocimiento de las cosas no está la naturaleza de las cosas, sino en su palabra, en su Verbo, donde las cosas pueden llegar a ser y serán. El Verbo determina lo que serán las cosas sin estar el Verbo en el tiempo, y es, tal como se dijo, Sabiduría, pues incluye toda la creación. Vericat Nuñez lo resume así: el Verbo «lo contiene todo». Esa contención de todo en el Verbo, no es sólo lo que Dios dice, sino también lo que hace. Es decir, tenemos una relación del ser en el interior del Verbo. Leemos en Confesiones que gracias al Verbo todas «las cosas son dichas a la vez y eternamente»10. Vericat Nuñez llama a esto simultaneidad de eficacia. «La eternidad tal como nos lo presenta esta estructura del verbo, es la simultaneidad del todo»11. ¿A qué nos lleva esta idea del Verbo, sus razones y la sumultaneidad? Pues nos lleva a las siguientes preguntas: ¿Considerando la dicho por Hawking y Mlodinow. no resulta acaso muy cómodo ubicar a Dios en uno solo de los multiversos y así identificarlo con el movimiento y el tiempo? ¿Debemos dejar a un lado esta idea 8

José F. Vericat Nuñez. «La idea de creación en San Agustín», en Revista Augustinus XV, (Madrid: 1970), 151. 9 De Genesi ad litt. V 14, 31: «Quia omnia quae per ipsum facta sunt, noverat antequam fierent (…)» 10 11

Conf. XI 7, 9. Vericat Nuñez. «La idea de creación en San Agustín», 154.

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agustiniana de Dios como ser fuera del tiempo que además contiene dentro de sí el Verbo de la creación donde ya todo las cosas están simultáneamente contenidas? Si Dios es un ser eterno fuera del tiempo, ¿por qué Hawking y Mlodinow lo colocan en nuestro universo, uno de los tantos universos creados a partir del big bang? ¿Dios, como ser fuera del tiempo, no debería acaso estar allí desde el big bang? ¿Y si el Verbo de Dios lo contiene todo, y en ello todo está simultáneamente engendrado de Deo, no debería también Dios haber creado los multiversos? ¿Si Dios creó los multiversos, no previó entonces, dentro de esa simultaneadad de eficacia, que de uno de los universos creados surgiría nuestra galaxia, el planea Tierra y el ser humano? Me parece que estamos acá ante un asunto de perspectiva en la que los autores de El gran diseño le dan a la figura del creador, de Dios, un momento temporal y espacial que no es el adecuado, considerando que Dios es el que es, todo él ser en sí mismo, sin relación de tiempo ni espacio. Acuden también los autores a la teoría de la relatividad general entrelazada con la cuántica para explicar que en esta teoría el tiempo y el espacio se deforman. Por supuesto, se adentran en las complejidades de las teorías de cuerdas, la super gravedad y la teoría-M. Al final, nos llevan a la idea clara de que el tiempo y el espacio están imbricados entre sí, «de manera que sus alargamientos y acortamientos también implican una cierta mezcla entre ellos».12 A nivel cuántico, la separación espaciotemporal que estableció Einstein en su teoría de la relatividad general (es decir, el tiempo todavía es diferente al espacio en relatividad general), ya está, digamos, libre de toda atadura en este caso, pues la deformación (recordemos que el big bang es una 12

Hawking y Mlodinow. El gran diseño, 153.

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singularidad) puede llegar a ser tan grande que el tiempo termina comportándose como una dimensión espacial. En el universo primitivo —cuando el universo era tan pequeño que era regido tanto por la relatividad general como por la teoría cuántica— había efectivamente cuatro dimensiones del espacio y ninguna del tiempo13. Luego los autores pasan a decir que no se puede hablar del inicio (temporal) del universo cuando el universo era muy primitivo porque el tiempo se comportaba como una dirección más del espacio. De este modo, argumentan ellos que, al librarnos del problema del asunto del inicio temporal del universo, nos libramos de Dios. Leamos a Hawking y a Mlodinow: La observación de que el tiempo se comporta como el espacio presenta una nueva alternativa. Elimina la objeción inmemorial a que el universo tuviera un inicio y significa, además que el inicio del universo fue regido por las leyes de la ciencia y que no hay necesidad de que sea puesto en marcha por algún Dios.14 Si bien para los griegos, tal como dicen los mismos autores, el asunto de la creación del universo nunca fue un problema, pues ellos asumían que el universo existía desde siempre y por lo tanto nunca tuvo creador, no podemos decir lo mismo con respecto a nuestro universo, y los mismos autores en la cita anterior parecen confirmarlo. Aun suponiendo que el universo primitivo existiera desde siempre, nuestro universo actual, aquel que surgió de los multiversos, tuvo un inicio que fundó

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Ibíd., 155. Ibíd.

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tiempo. Que este inicio «fue regido por las leyes de la ciencia», pues no cabe duda. Como tampoco nunca se ha puesto en duda —ni los mismos autores lo hacen— que nuestro universo, nuestro planeta, nosotros mismos existimos gracias a una cantidad de procesos constituidos por leyes naturales, y esto en ningún momento ha servido de argumento para negar la posibilidad de Dios. Ahora, yendo hacia san Agustín, este tiempo surgido del gran estallido, podría entenderse como una dispersión en el espacio, como una distentio, tal como piensa san Agustín el tiempo: una extensión que se relaciona por un lado con el movimiento de todas las cosas (la relación de todas las cosas en movimiento permite la medida), y por otro, ya en el alma humana, como un distentio animi. En Vericat Nuñez leemos que en el tiempo del distentio animi «el pasado, el presente y el futuro no es más que el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro». El alma así es un espacio donde se acumulan (en la memoria) las cosas que ya no son, que son y que serán. Con esto podemos notar que, a pesar de que estamos hablando del tiempo del alma y no el del universo primitivo, san Agustín no estaba alejado de esa idea del tiempo como un espacio, como una dimensión donde conviven los tres tiempos. Con respecto a ese universo primitivo, podemos volver a la idea de san Agustín sobre la naturaleza de la eternidad de Dios. En Confesiones, dice que quien tuviere la fortuna de atisbar «un relámpago de eternidad» vería claro que en la eternidad todo es presente, y que «todo lo que ya pasó y lo que va a pasar, es creado y fluye por obra

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de Aquél que es un Eterno Presente» 15. Dios no está en el tiempo, pero es un eterno presente y, como tal, el tiempo está concebido en él desde esa eternidad. Por otro lado, san Agustín argumenta que Dios toma de la nada la materia informe, de la cual surgen las formas. Esta materia informe, según Agustín, ha surgido ex nihilo, y —anótese— no está sometida al cambio, no está sometida al tiempo, es, tal como la llama Vericat Nuñez, «absolutamente nada» 16, pero ella misma es la base del cambio, la mutabilidad misma, capaz de recibir las diversas formas. «Por ello ha sido creada antes de todo tiempo», dice Vericat Nuñez, «porque, aunque ella misma no es propiamente tiempo, está presupuesta por éste»17. ¿A dónde quiero llegar con todo esto? Pues de nuevo a las preguntas: ¿Acaso la simultaneidad de las razones eternas de Dios, la idea espacial de la distentio animi y la creación de la materia informe como, precisamente, una materia creada fuera del tiempo que produce las formas, no apuntan con una clara dirección hacia ese universo primitivo donde el tiempo se comportaba como dimensión espacial? San Agustín no ha podido hablar en su momento, obviamente, de un universo primitivo donde la ley de la relatividad general y las leyes cuánticas se unan y creen una dimensión temporal que sea a la vez un espacio, pero en él, desde su visión cosmológica que busca las justificaciones de Dios, ya habló de manera evidente de un tiempo espacial (distentio animi), de una materia informe anterior y de las razones eternas de Dios, lo que, según lo veo, desplazó el dilema eternidad-tiempo a la idea de simultaneidad de las razones de Dios en torno a todo lo creado. 15

Conf. XI 13. Vericat Nuñez. «La idea de creación en San Agustín», 160. 17 Ibíd. 16

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Sin duda, la existencia de este tiempo espacial planteado por Hawking y Mlodinow le crea problemas a cualquiera que quiera meter a Dios dentro de las ecuaciones de la creación. No obstante, traer a san Agustín a la discusión pareciera servir por lo menos para pensar algunos aspectos tratados por los autores, dudar un poco, sopesar y hacerse preguntas, vana ilusión quizás de quien piensa que todavía la filosofía no ha muerto.

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