Las posiciones de Freud: 1910/1926/1937

July 11, 2017 | Autor: Sofia Winitzky | Categoría: Psychoanalysis
Share Embed


Descripción

LAS POSICIONES DE FREUD: 1910/1926/1937


Alrededor del año 1871, un Sigmund Freud quinceañero y que todavía se
llamaba Sigismund, funda, junto con su amigo Eduard Silberstein, una
Sociedad Secreta de dos, a la que llaman Academia Española.

La Academia tiene su sello, su código secreto, y entre sus propósitos se
encuentra el aprendizaje y la práctica del idioma español, utilizado
especialmente para la comunicación de asuntos íntimos: hablar de libros
pero también de mujeres, de aquellas por las que se sienten atraídos, a las
que llaman sugestivamente principios, y con las que el joven Freud comienza
a ejercitarse en las variadas notas del placer-displacer.

Los dos miembros de la Logia se comprometen a hablar de estos asuntos con
total franqueza, como lo hacían Cipión y Berganza, los personajes del
Coloquio de los perros de Cervantes, de donde toman sus apodos, con los
que, al menos Freud, firmará las cartas que le enviará a Silberstein
durante los diez años que duró esta amistad apasionada.

Es en el transcurso de esta amistad que Sigismund se convertirá en Sigmund
y pondrá en práctica el temprano amor por la verdad que lo llevó a inventar
el psicoanálisis y del que, seguramente, nunca pudo desprenderse del todo.

Don Cipión, perro en el Hospital de Sevilla y miembro de la Honorable
Academia Española, y su querido Berganza eligen el marco de la Secta
Secreta para su amistad y sus aficiones comunes, y así dibuja Freud, sin
saberlo, el borrador de futuras amistades y futuras sectas que constituirán
la historia institucional del psicoanálisis.

En 1902, cuando ya era Sigmund Freud y había publicado La interpretación de
los sueños, y cuando aún penaba por la pérdida de otra amistad apasionada,
la que mantuvo con Wilhelm Fliess, otro Wilhelm, esta vez Stekel, le acerca
a Freud una propuesta: la de comenzar a reunirse, junto con otros colegas,
con el propósito de aprender, practicar y difundir el psicoanálisis. Freud
acepta de inmediato e invita a participar a Max Kahane, Rudolf Reitler y
Alfred Adler, constituyendo así la Sociedad Psicológica de los Miércoles y
poniendo fin a una época, la del espléndido aislamiento, que Freud
recordará luego, no sin nostalgia.

De este modo, estos cuatro jóvenes médicos judíos vieneses, arrogantes y
peleadores, talentosos y neuróticos, convierten a Sigmund Freud en el más
uno del cartel inaugural o quizá en el profeta de una nueva religión
secular.

Estos primeros apóstoles laicos son trabajadores incansables por la Causa:
están decididos a conquistar, de la mano de Herr Professor, un campo nuevo
y extraño, una tierra prometida, y, para ello, cumplen con el mandato de
Freud: aprenden, practican, difunden.

En 1906, los peculiares, soñadores, sensitivos ya son diecisiete.

Cuando años más tarde se refieran a estos tiempos heroicos, no nos
ahorrarán las metáforas religiosas y místicas. El grandilocuente Stekel se
verá a sí mismo como el apóstol de Freud, que era su Cristo; del mismo modo
Federn se identificará al apóstol Pablo, en tanto que Max Graf, el padre de
Juanito, comparará la atmósfera del salón de Freud con la de los inicios de
una religión nueva.

Tampoco el padre del psicoanálisis fue ajeno a estas metáforas: en 1910, en
una carta probablemente dirigida a Rickman, un psicoanalista inglés, Freud
se llama a sí mismo un Menschenfischer, un pescador de hombres. "Venid en
pos de mí y os haré pescadores de hombres" dice el Evangelio.

Cuando el ortodoxo y fanático Ernest Jones consideró que debía defender al
psicoanálisis de las acusaciones de constituir un movimiento religioso, no
se privó, sin embargo, de reconocer el "pequeño elemento de verdad"
presente en estas críticas. Galés entre ingleses, goy entre judíos, Jones
sabía de la posición marginal que conviene tener para "soportar la
indiferencia hostil de los círculos científicos e ilustrados".

Esos judíos malditos, segregados de la cultura oficial de una Viena
prejuiciosa, sin una reputación que perder, tuvieron la suficiente
irreverencia hacia lo instituido como para dejarse seducir por un nuevo
discurso encarnado en la persona de Sigmund Freud.

1902 no fue sólo el año de finalización del espléndido aislamiento.
También fue el año en que Freud obtuvo su título de Catedrático en la
Universidad de Viena. Había sido nombrado Privatdozent, una especie de
docente adscripto, en 1885. Este era un puesto de prestigio aunque esos
docentes no formaran parte del claustro permanente ni percibieran sueldo.
Por otro lado, era el primer peldaño en lo que prometía ser una brillante
carrera académica.

Sin embargo, a lo largo de diecisiete años, un Freud estancado en su puesto
de Privatdozent iba viendo cómo sus compañeros de camada ascendían sin
demasiada dificultad en la jerarquía universitaria.

La increíble demora se debió un poco a la extravagancia de sus ideas, otro
poco a los prejuicios antisemitas pero, fundamentalmente, a que Freud no
quiso, o no pudo, entrar en el mundo de las relaciones necesarias, llamadas
Protektion, sin las cuales no había promoción posible en el imperio austro-
húngaro.

Ese año de 1902, un Freud conquistador y decidido resuelve "romper con la
severa virtud y dar pasos acordes, como los dan otros hijos del hombre"[1],
según le escribe a Fliess en la que sería la última carta cordial.

El Privatdozent Sigmund Freud se vale del soborno como cualquier hijo de
vecino y envía a dos de sus pacientes (mujeres, por supuesto) a pulsar las
teclas adecuadas, que incluyeron el obsequio de una pintura moderna al
ministro de Instrucción Pública. "Es evidente que he vuelto a ser
honorable, los admiradores más tímidos me saludan en la calle a la
distancia". "Qué no puede semejante título honorífico"[2] dice un Freud
resignado e irónico.

Indudablemente Herr Professor se sentía mucho más a gusto con su grupo de
los miércoles, con su pequeña Armada Brancaleone (si se me permite citar a
Rodrigué) que en el ámbito de la oficialidad universitaria. Sin embargo,
no desdeñaba el saber expuesto ante la comunidad y concurría todos los
sábados por la tarde, de cinco a siete, a dar sus conferencias en el
Hospital General Universitario.

Dicen que era un orador maravilloso y que lograba, sin dificultad, fascinar
a su platea formada por estudiantes de Medicina, de Filosofía y, por
supuesto, también curiosos.

Pero no todo eran rosas en la Sociedad de los Miércoles. Al Profesor le
inquietaban muy especialmente la falta de la armonía que hubiera sido
esperable en gente empeñada en una misma tarea y las disputas incesantes
por la prioridad intelectual, fenómenos de grupo que no dejaron de hacerse
oír desde los primeros tiempos de esta cofradía original.

Fue entonces que, de golpe, todo cambió. 1907 marca un punto de inflexión
en esta historia: la expansión del psicoanálisis, anhelada por Freud, era
posible, y las esperanzas estuvieron puestas en el huracán Jung.

El psicoanálisis emprende vuelo, se difunde por países lejanos y, de este
modo, sobresalta a los psiquiatras y se hace escuchar "también por los
legos cultos y los trabajadores de otros ámbitos de la ciencia" [3]según
nos cuenta un Freud triunfalista en su Contribución a la historia del
movimiento psicoanalítico.

Son los tiempos de gloria pero también de la certeza freudiana de que es
necesario para el psicoanálisis tomar la forma de una asociación oficial
que pueda garantizar qué es y qué no es psicoanálisis. Sin embargo, un
Freud consternado advierte que la Asociación Internacional no se deja
conducir por los caminos que él pretende marcarle.

Es así que sobrevienen, primero, la excomunión de Adler, quien termina
renunciando junto con Stekel, y, luego, el asunto Jung, con el final
tormentoso y a toda orquesta del matrimonio mixto que no pudo ser.

Es entonces que Ernest Jones tuvo lo que, según Peter Gay, fue "una de esas
ideas que hicieron historia psicoanalítica": propone crear un grupo secreto
de psicoanalistas confiables que rodeen a Freud como una guardia
pretoriana. En realidad a Jones la idea le surge cuando Ferenczi le
comenta que a él le gustaría que un pequeño grupo de hombres fuera
analizado por Freud personalmente para que representaran la teoría pura, no
adulterada por complejos personales, y pudieran así formar a los nuevos
analistas. Jones supone la idea impracticable y propone como alternativa
la creación del Comité Secreto.

Freud compra, y le responde a Jones en agosto de 1912: "Lo que
inmediatamente ocupó mi fantasía fue la idea de un Concilio Secreto, que se
compondría de nuestra mejor y más confiable gente, cuyo deber sería
preocuparse por el avance del psicoanálisis y defender la Causa contra
personalidades y conflictos cuando yo ya no esté. ... Quisiera decir que me
aliviaría el vivir y el morir si supiera que existe una tal comunidad en
defensa de mi creación"[4]

Integran el Comité Jones, Ferenczi, Abraham, Rank y Sachs. Unos años
después se agregaría Max Eitingon. Seis judíos y un galés, secta mística
que sabría proteger la Causa de cualquier peligro interno o externo y que
no permitiría ninguna desviación del dogma.

Freud sella el pacto regalando a cada miembro un anillo de oro semejante
al que él mismo usaría.

Los Señores del Anillo, gerentes informales del movimiento psicoanalítico,
moverán desde las sombras, y por más de doce años, los hilos de la
Asociación Internacional.


¿Por qué privilegia Freud el modo de la Secta para fundar la autoridad
analítica?

En 1928 le escribe al pastor Pfister: "No sé si ha percibido Ud. el vínculo
secreto que existe entre el análisis laico y el porvenir de una ilusión. En
el primero deseo proteger al análisis contra los médicos, en el otro contra
los sacerdotes. Querría asignarle un estatuto que no existe todavía, el
estatuto de pastor de almas laico, que no tendría necesidad de ser médico
ni derecho de ser sacerdote."[5]

Es evidente que para Freud la cuestión del análisis laico es la cuestión
misma del análisis y el movimiento contra los analistas legos, un residuo
de las resistencias contra el psicoanálisis en general.

Como señala Germán García, la palabra Laien, laicos, "designa por
aproximación una figura que se parecía al seglar, al hijo del siglo que se
sustrae a una tradición. Una función nueva para un nuevo discurso, el
analítico".[6]

Pero entonces, ¿cómo saber quién es y quién no es este pastor de almas
laico que no necesita ser médico ni tiene derecho a ser sacerdote?

En 1910, en El psicoanálisis silvestre, la respuesta freudiana es simple:
psicoanalistas son aquellos que yo conozco, los que pertenecen a la
Asociacion Psicoanalítica Internacional, "que hace publicar los nombres de
sus miembros, para poder rechazar toda responsabilidad derivada de la
actuación de aquellos que no pertenecen a nuestro grupo y dan, sin embargo,
a sus procedimientos médicos, el nombre de psicoanálisis".[7]

De este modo, Freud define ese campo nuevo y extraño como diferente de
cualquier práctica ya instituida y prescindente de las instituciones
oficiales como la Universidad, intentando preservar así la independencia
del psicoanálisis con respecto tanto a los médicos como a los filósofos.

Por otra parte, este seglar, nuevo hijo del siglo, este personaje
profundamente amoral que inventa Freud, no podría, de ningún modo, ser
sacerdote. Así, le escribe Freud al pastor Pfister: "Su análisis sufre del
vicio hereditario de la virtud. Es el trabajo de un hombre excesivamente
decente. ... Hay que volverse una mala persona, violar las reglas,
sacrificarse, traicionar y comportarse como el artista que compra pinturas
con los ahorros de la mujer o quema los muebles para calentar el taller
para su modelo. Sin alguna de estas acciones criminales, no se puede
llevar nada a cabo correctamente"[8] .

En 1926, la cuestión del análisis laico insiste. Theodor Reik había sido
acusado de charlatanismo por practicar el psicoanálisis sin poseer título
de médico, y denunciado, probablemente, por el ex-apóstol Stekel. Es
entonces que Freud escribe y publica La cuestión del análisis lego, sin
duda en defensa de Reik pero, fundamentalmente, para evitar que la Medicina
"se trague al psicoanálisis".

Las denuncias contra Reik fueron desestimadas pero la cuestión del análisis
laico se convirtió en tema permanente. Nunca, hasta ese momento, había
tenido Freud que enfrentar tal oposición desde dentro de sus propias filas.
En una carta a Eitingon, Freud se resigna a la derrota: su lucha por el
análisis lego fue "un golpe en el agua". "Fui, por así decirlo, un general
sin ejército"[9].

Ese mismo año, el Comité Secreto se reúne por última vez, agotado por las
peleas internas. Un Freud desesperanzado y enfermo de cáncer ya lo había
advertido dos años antes, cuando le escribe a Ferenczi: "Sé que lo que
pasó, pasó y lo perdido, perdido está. He sobrevivido al Comité que habría
de ser mi heredero, a lo mejor sobrevivo todavía a la Asociación
Internacional. Espero que el psicoanálisis me sobreviva a mí".[10]

Ironía no le faltaba al Conquistador.

En 1937, poco antes de morir, en su Análisis terminable e interminable,
Freud evalúa su propia práctica, se pregunta sobre qué significa estar
analizado, en particular para el caso del análisis de analistas, y plantea
dos posiciones sin atreverse a formular una decisión. La primera tesis es
que el neurótico analizado sólo consigue lo que el sano obtuvo
espontáneamente. La segunda es que el análisis produce un estado que nunca
existió antes, una posición que no es la simple normalidad, una alteración
profunda de la persona que constituye la diferencia esencial entre el
hombre analizado y el no analizado.

Sin embargo, cuando echa una mirada sobre los analistas, constata que ellos
no han alcanzado en su propia personalidad, la medida de normalidad
psíquica en que pretenden educar a sus pacientes.

Sus laicos no existen todavía.

En Política Lacaniana, Jacques-Alain Miller subraya la hipótesis de Lacan:
Freud habría querido una sociedad psicoanalítica dominada por el formalismo
y los ritos para proteger al psicoanálisis de los psicoanalistas mismos,
para preservar, incluso desconocido, el real en juego en el psicoanálisis.

La Escuela en el sentido de Lacan es una experiencia inaugural porque Lacan
decidió arreglárselas con el grupo analítico en forma diferente a la de
Freud.

Sin embargo, si pensamos hoy en la decisión de Lacan, ¿podemos afirmar que
se ha logrado atravesar el estilo de secta que, una y otra vez, se impone
en la Escuela de los analistas?


-----------------------
[1] Carta de Freud a Fliess del 11 de marzo de 1902. Sigmund Freud, Cartas
a Wilhelm Fliess (1887-1904), Bs. As., Amorrortu, 1994, p. 501.
[2] Ibíd.
[3] Sigmund Freud, Contribución a la historia del movimiento
psicoanalítico, en Obras Completas XIV, Bs. As., Amorrortu, 1986, p. 29.
[4] Carta de Freud a Jones del 1 de agosto de 1912, Ernest Jones, La vida y
la obra de Sigmund Freud, II.
[5] Carta de Freud a Pfister del 25 de noviembre de 1928, Correspondance de
Sigmund Freud avec le pasteur Pfister, París, Gallimard, 1967, p.183.
[6] Germán García, Oscar Masotta y el análisis laico.
[7] Sigmund Freud, El psicoanálisis silvestre, en Obras Completas, Bs. As.,
Amorrortu, 1986.
[8] Carta de Freud a Pfister del 5 de junio de 1910, op. cit.
[9] Carta de Freud a Eitingon del 3 de abril de 1928, citada en Peter Gay,
Freud, una vida de nuestro tiempo, Bs. As., Paidós, 1989, p. 554.
[10] Carta de Freud a Ferenczi del 20 de marzo de 1924, citada en Ernest
Jones, La vida y la obra de Sigmund Freud.
Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.