Las parroquias de los pueblos azucareros de la diócesis de Tucumán durante los años treinta

September 2, 2017 | Autor: Lucia Santos Lepera | Categoría: Historia Regional y Local, Iglesia Católica, Catolicismo
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Descripción

LAS PARROQUIAS DE LOS PUEBLOS AZUCAREROS DE LA DIOCESIS DE TUCUMAN DURANTE LOS AÑOS TREINTA

Publicado en Caretta Gabriela y Zacca Isabel (Comp.), Derroteros en la construcción de Religiosidades. Sujetos, instituciones y poder en Sudamérica, siglos XVII al XX. CEPIHA, UNSTA, CONICET, 2012, pp. 181-195

Desde su asunción como Obispo en 1931, Agustín Barrere desplegó una serie de estrategias dirigidas a fortalecer la institución eclesiástica y profundizar su influencia en el conjunto de la sociedad. En el marco de este proyecto, el Obispo tucumano procuró el crecimiento parroquial en orden a expandir la estructura eclesiástica en el territorio provincial y se preocupó por imponer, a partir del II Sínodo Diocesano, un sentido de disciplina y orden entre el clero diocesano. Asimismo, los problemas económicos y sociales de la provincia constituyeron un tema de interés central en su prédica. Las preocupaciones que atravesaron su gestión estaban vinculadas a los conflictos que asediaban a la industria azucarera -principal actividad económica de la provincia-, las pujas entre el capital y el trabajo y el temor frente a una potencial difusión del “peligro comunista”. En este escenario, Barrere consideraba imperiosa la consolidación de los postulados del catolicismo entre la clase trabajadora como una forma de evitar que la influencia del comunismo y el socialismo, “ideas disolventes de la paz social”, ganaran arraigo entre este sector de la población. El presente trabajo intenta analizar las estrategias dirigidas a catolizar la población de los ingenios azucareros desplegadas por la jerarquía eclesiástica durante el obispado de Agustín Barrere. En un contexto de crisis económica y conflictividad social creciente, tales jurisdicciones despertaron la preocupación del Obispo tucumano quien procuró establecer lazos con los empresarios azucareros que compartían su interés por conducir a los trabajadores en el “seguro camino del catolicismo”. En segundo lugar, el análisis avanza en la reflexión sobre la vida parroquial en los pueblos de ingenios y las percepciones que tenía la Iglesia católica de la religiosidad y las prácticas de los obreros azucareros. En este sentido, me interesa avanzar en el estudio de la dinámica de funcionamiento parroquial, del rol que ejercían los curas párrocos en estas jurisdicciones y, de este modo, vislumbrar las singularidades que imprimió la presencia de la industria azucarera en la Iglesia católica tucumana. 1

1.- “Por la paz social”: la gestión pastoral de Agustín Barrere La crisis de 1930 impactó en la economía azucarera a través de la abrupta caída de los salarios reales de los trabajadores del sector y del consumo nacional de azúcar, agudizando los problemas que afectaban a la agroindustria local (Correa Deza, Campi, 2010). La industria azucarera conformaba un mundo complejo integrado por distintos sectores cuyos intereses contrapuestos configuraban un escenario altamente conflictivo. En ese sentido, la producción tucumana se caracterizó por la presencia del sector cañero, conformado por campesinos propietarios o arrendatarios de extensiones variables de tierra que se dedicaban al cultivo de la caña de azúcar para luego venderla a los ingenios. Los problemas recurrentes por el precio de la materia prima, la puja de intereses entre los cañeros y los industriales y la persistente crisis de superproducción que caracterizó a la agroindustria desde los años ’20, convirtieron a la provincia en una suerte de “laboratorio social” donde, a través de la acción del Estado, se intentaron ensayar diversas respuestas para atenuar las tensiones y los enfrentamientos sectoriales (Bravo y Gutiérrez, 2009). En la escala más baja de la estructura productiva se ubicaban los obreros azucareros, actor heterogéneo que contemplaba una multiplicidad de niveles y ocupaciones que iba desde los peones del surco hasta los empleados jerárquicos de la fábrica1. Durante los años ´30, sus reclamos fueron escasamente contemplados en las concertaciones sectoriales y sus demandas tuvieron un peso menor en la política local, panorama que contribuyó a profundizar un escenario de pobreza alarmante en el que la explotación y coerción por parte de los patrones era moneda corriente (Ullivarri, 2008). Con la crisis que dio inicio a la década de 1930, el debate salarial y el clima de conflictividad ascendiente entre los sectores obreros ocuparon el centro de la escena 2. En el marco de esta situación, el clima de efervescencia social abonaba la percepción del acecho de “ideas disolventes” como el comunismo y el “socialismo rojo” que nutrían una caracterización deslegitimadora de las incipientes organizaciones obreras,

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El mundo del trabajo en la industria azucarera se caracterizaba por su complejidad y heterogeneidad: en un radio reducido convivían propietarios, empleados jerárquicos, obreros calificados, obreros de fábrica, peones, trabajadores del surco, etc. Una escala de jerarquías muy compleja donde los propios trabajadores se dividían según su pertenencia étnica, calificación laboral o condición de “permanentes” y “transitorios”. (Campi, 1999). 2 Sobre la situación de la industria azucarera en los primeros años de la década del treinta ver Campi y Kindgard, 2002; Parra, 2007, Correa Deza y Campi, 2010. Sobre la situación de los sectores trabajadores del azúcar: Ullivarri, 2008.

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cuyas acciones eran interpretadas como fruto de la infiltración de “agitadores profesionales”3. Tal era el clima político y social al producirse la asunción de Barrere al frente de la diócesis de Tucumán en 1930. Desde el momento en que se hizo cargo de sus funciones, el Obispo siguió con atención los vaivenes de la agroindustria local: dedicó su primera carta pastoral a reflexionar sobre los problemas que la acuciaban, sentando de ese modo los lineamientos de la Iglesia en torno a la “cuestión social”. Asimismo, en sus primeros escritos ya aparecía enunciado “el peligro comunista” como una amenaza inminente que podía diseminarse entre la población obrera, sector factible de cautivar por esa “falsa ideología”4. De acuerdo a este diagnóstico, las estrategias del nuevo Obispo estuvieron dirigidas a fortalecer la institución eclesiástica con miras a consolidar la “catolización de la sociedad” como un “seguro camino de paz social”. Desde la perspectiva de Barrere, la fortaleza de la Iglesia residía en su crecimiento institucional: debía aumentarse la cantidad de parroquias, curas y recursos materiales. En primera instancia, la Iglesia local debía estar bien establecida, ordenada, y sus miembros debían asimilar y respetar las jerarquías de la institución5. En consecuencia, a través de la promulgación del II Sínodo Diocesano en 1931 se impartieron las directivas que reglamentaban minuciosamente la forma de organización de la institución: sus alcances abarcaban desde las obligaciones referidas a la Curia eclesiástica y a los clérigos seculares y regulares hasta las costumbres de los fieles católicos6. Paralelamente, el Obispo procuró el crecimiento parroquial con el fin de expandir la estructura eclesiástica en el territorio provincial. En efecto, Barrere otorgó un lugar privilegiado a la parroquia como célula básica para asegurar la presencia de la Iglesia dentro de la sociedad. Esto lo llevaba a afirmar en 1942 que “uno de nuestros logros es haber subrayado gráficamente entre propios y extraños el papel insustituible 3

Hasta los años treinta las estructuras organizacionales de los obreros azucareros habían sido débiles y se caracterizaron por su intermitencia. No obstante, desde mediados de la década de 1930, comenzaron a conformarse entidades sindicales más estables y no estrictamente asociadas a la irrupción de un conflicto. (Ullivarri, 2008). 4 Archivo del Arzobispado de Tucumán (en adelante AAT), “Carta pastoral del Excmo. Sr. Obispo Diocesano” en Boletín Oficial de la Diócesis de Tucumán (en adelante BODT), 3.8.1930. Ver también “Carta Circular sobre la solución de un pleito sindical por la Sagrada Congregación del Concilio”, BODT, 5.1.1930. 5 Resulta importante señalar que Barrere se formó bajo los parámetros de la disciplina vaticana a lo largo de sus siete años de estudio en la Universidad Gregoriana, donde se graduó con el doble título de Dr. en Filosofía y Teología en 1891. 6 Segundo Sínodo Diocesano de Tucumán. Escuela tipográfica del Colegio Salesiano Tulio García Fernández, 1931. El Sínodo se celebró en la iglesia catedral entre los días 14 y 18 de abril de 1931.

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de la parroquia, centro de la organización actual de la Iglesia en orden a la vida cristiana y por ende a la salvación de las almas”7. La evolución cuantitativa de las parroquias era un indicador de la influencia concreta de la institución eclesiástica en la sociedad, por lo que los esfuerzos estuvieron dirigidos a aumentar su número y a moralizar a las poblaciones más proclives a caer en “desgracia”, es decir, los trabajadores del azúcar. Los industriales azucareros también reflejaron una preocupación creciente por las condiciones de vida de los obreros, preocupación que derivó en obras de asistencia y acción benefactora en sus ingenios a través de labores educativas, sanitarias, fomento del deporte y del culto católico. Entre ellos despuntaba el ejemplo del industrial Alfredo Guzmán, quien representaba el modelo de “buen patrón católico” y de “benefactor” de la Iglesia cuya “vida ejemplar” el Obispo destacó en muchas oportunidades 8. En un sentido similar debe observarse el caso del ingenio San Pablo, cuyas autoridades consideraron desde los años ´20 a la asistencia social de sus trabajadores como un elemento positivo, noción forjada al calor del pensamiento social cristiano. Aunque algunos ingenios ofrecieron servicios como viviendas, visitas médicas, seguro de trabajo y algún tipo de jubilación, sus propietarios no aceptaban que estas mejoras fueran respaldadas por una legislación de cumplimiento obligatorio. Sólo admitían los servicios sociales a título de concesiones, manifestación de un paternalismo asistencialista que se había convertido en un rasgo común desde los orígenes de la industria azucarera, asociado en muchos casos a la Doctrina Social de la Iglesia suscripta por algunos empresarios azucareros (Landaburu, 2008). Desde esta perspectiva, los industriales habían acumulado experiencia en proporcionar respuestas a la cuestión social en clave católica a partir de la fundación de Círculos de obreros y la formación de asociaciones de carácter mutualista. Como ha sido señalado, este acercamiento a la clase trabajadora intentaba encauzar a los obreros en el camino del catolicismo como una forma de contrarrestar la difusión de las ideas socialistas. La preocupación de Barrere por difundir los postulados sociales del catolicismo entre la población obrera de la provincia lo llevó a vincularse con los empresarios azucareros, quienes aceptaron costear la construcción de nuevos templos y sustentar económicamente a los curas párrocos. Subyacía en el acuerdo entablado entre Barrere y 7

AAT, “La Acción Católica en nuestro país: saldo de su primer decenio” en BODT, 23 de mayo de 1942. El industrial azucarero Alfredo Guzmán fue uno de los principales “benefactores” de la Iglesia católica local. Entre las obras que costeó se cuentan la construcción de la actual Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, la Sala Cuna (fundada en 1904), el Colegio Guillermina (1937), el hogar San José para ancianos (1942) y el hogar San Roque para ancianas (1945). Asimismo, pagaba los estudios de los seminaristas menores cuyas familias no podían costearlos. 8

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los empresarios un mismo ideario: el de catolizar a los obreros con el fin de contrarrestar la influencia del comunismo y el socialismo. 2.- Las parroquias: centros para la “cura de almas” A.- Los aportes de los industriales azucareros al desarrollo de la red parroquial El entramado parroquial de la diócesis de Tucumán conformaba un conjunto heterogéneo que englobaba parroquias muy dispares en cuanto a extensión, cantidad de población, perfil socioeconómico, etc. Al asumir Barrere en 1931, existían en la diócesis 19 parroquias, de las cuales sólo 4 estaban ubicadas en San Miguel de Tucumán. En el marco de tales jurisdicciones, el cuidado pastoral de la comunidad de fieles se ejercía a través de la administración de sacramentos y de la acción espiritual general ejercida por los curas (Gregorio de Tejada, 1993:299). La iniciativa de crear una parroquia -a partir de la subdivisión de las existenteso de edificar nuevos templos podía surgir de la decisión del Obispo o de un pedido específico de la población. En ese caso, debían contemplarse distintas variables: la disponibilidad de recursos materiales, casi siempre obtenidos de la colaboración de los fieles (comisiones pro templo) o de aportes del gobierno provincial o nacional, y la existencia de sacerdotes que los administren. Asimismo, debía tenerse en cuenta si la población de la jurisdicción había aumentado y si tenía un nivel adquisitivo suficiente para hacer los aportes correspondientes al mantenimiento de la nueva parroquia y de sus curas. Este último aspecto era de importancia central ya que las rentas con las que vivían los párrocos procedían principalmente de los derechos de estola por la administración de sacramentos o servicios litúrgicos -que se regulaban a partir de un canon arancelario diocesano- y de alguna contribución especial de los fieles. En virtud de lo expuesto, no sorprende que el entramado de parroquias variara entre parroquias ricas y codiciadas y parroquias pobres. Entre las parroquias más codiciadas por los curas párrocos figuraban las que estaban bajo la zona de influencia de algún ingenio azucarero. En gran medida, los empresarios colaboraron con la expansión de la red parroquial de la diócesis. Los curas que lograban poseer estos “beneficios eclesiásticos” que eran las parroquias de ingenios gozaban de un sueldo pagado por los industriales, ofrecían sus servicios religiosos en iglesias “de material” bien construidas y con los ornamentos reglamentarios -también

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provistos por el establecimiento fabril- y disfrutaban de la vida social que transcurría en los chalets de quienes conformaban la elite económica y social de la provincia. La parroquia era el centro de atracción y control de la feligresía y junto a la fábrica impulsaban la vida asociativa del pueblo (Centurión, 2000). Tal realidad distaba mucho de las penurias que pasaban, por ejemplo, los curas de las parroquias de los departamentos de Trancas, Graneros, Leales y Burruyacu. Se trataba de parroquias alejadas y con escasos recursos, cuyos curas párrocos interpretaban su estadía en las mismas como una especie de “castigo” eclesiástico. Estos departamentos se caracterizaban por su gran extensión y su escasa densidad demográfica: los cuatro representaban un 50% de la superficie provincial y reunían sólo el 14% de la población. Estos distritos carecían de centros urbanos y establecimientos azucareros, a excepción del ingenio Leales ubicado en el departamento homónimo9. Eran parroquias de “curas gitanos” donde la vida del sacerdote transcurría en las misiones que se llevaban a cabo con el objeto de recorrer todo el territorio para entrar en contacto con las pequeñas poblaciones diseminadas10. Los curas no sólo vivían en déficit sino que habitaban en templos muy precarios en los que no se hacía ningún tipo de mantenimiento. Algunas de estas parroquias, junto con sus capillas, obtenían un subsidio provincial que constituía la base de los ingresos parroquiales. Consciente de este panorama, Barrere se valió de la colaboración de algunos empresarios azucareros para extender la red parroquial responsabilizándolos de la congrua, es decir, el sustento de las nuevas parroquias y de sus curas. Durante su gestión se erigieron las parroquias de Río Seco, Los Ralos, Santa Ana, Aguilares, Bella Vista y, al cabo de su muerte, las de San Pablo y Santa Lucía 11. A continuación exploraremos el proceso a través del cual se erigieron las cuatro parroquias fundadas a lo largo de la década de 1930: parroquia Inmaculada Concepción de Rio Seco en 1931, San Antonio de Padua de Los Ralos en 1932, parroquia de Santa Ana en 1934 y finalmente Nuestra Señora del Carmen de Aguilares en 193912. 9

Un análisis de estas circunscripciones y su influencia en las instancias electorales en Lichtmajer, 2007. Testimonio del párroco de Burruyacu. Archivo de Acción Católica Tucumana, Carpeta con correspondencia de parroquias y Juntas Parroquiales, Carta del padre Gomez Aragón a la Junta Diocesana de Acción Católica, 20 mayo de 1943. 11 En total, durante el obispado de Barrere se erigieron 11 parroquias, entre ellas 4 en la ciudad capital. 12 Cabe destacar que los empresarios azucareros también participaron en el proceso de erección de las parroquias de Bella Vista (1945), San Pablo (1954) y Santa Lucía (1954) pero no son abordadas en este trabajo ya que forman parte de un proceso posterior. Tales parroquias fueron erigidas en las capillas de estos ingenios que ya existían previamente. En el caso de la capilla de Santa Lucía, ésta fue erigida en 1937 a partir de la colaboración de los dueños del ingenio homónimo. 10

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En general, muchos de los ingenios de la provincia tenían en sus inmediaciones una capilla donde se ofrecían los servicios religiosos a la población. Hasta el ingenio La Corona disponía de estos servicios más allá de su estigma de “ingenio protestante y anticatólico”13. Sin embargo, las diferencias entre una capilla y una parroquia eran sustanciales: al designar a una iglesia en calidad de parroquia se aseguraba la atención de un sacerdote de forma permanente con todas las prerrogativas necesarias para impartir sacramentos, celebrar misa en días festivos y organizar las asociaciones de laicos. A través de la correspondencia de Barrere con los dueños y administradores de los ingenios es posible dar cuenta de los intereses que subyacían a las negociaciones entre ambos actores, de qué forma se establecieron las contribuciones y cuáles eran los límites de la intervención del Obispo en estas jurisdicciones. En el caso de la parroquia de Santa Ana, erigida en 1934 en los alrededores del ingenio homónimo, Barrere solicitó a Clemente Zavaleta, Director del Banco de la Nación -entidad propietaria del ingenio- la donación al obispado de un terreno de dos hectáreas sobre una calle principal para que la edificación del nuevo templo -también a cargo del Banco- sea de fácil acceso para la población. Según Barrere, el Sr. Zavaleta era “conocido por su sentimiento cristiano y su amor al terruño” y comprendería la urgencia de erigir la parroquia, caso contrario “bien pronto se verá a toda esa gente trabajadora de los ingenios pasar al socialismo más rojo con todos los trastornos sociales y ruinas que ha de acarrear al país” y agregaba: “tratándose de centros industriales y obreros, como es el ingenio Santa Ana, de densa población trabajadora, no puede negarse que por sus mismas condiciones de vida son campo propicio para la siembra de ideas disolventes como lo son también para la buena semilla. Un vicario cooperador no tendrá las facultades que necesita para la cura de almas, necesitan una parroquia ahí”14.

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Archivo de la Diócesis de Concepción (en adelante ADC), Carpeta Parroquia de Concepción, Carta del cura párroco a Barrere, 15 abril de 1939. En efecto el ingenio La Corona era propiedad de David Methven, protestante, quien la incorporó como sociedad anónima en sociedad con sus hijos, formando la compañía azucarera argentina. El ingenio funcionó por años en la villa de concepción. (Schleh, 1944). 14 ADC, Carpeta Parroquia de Santa Ana, Carta de Barrere a Clemente Zavaleta, 30 diciembre de 1933.

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Hasta tanto la nueva iglesia fuese edificada en el terreno donado por el Banco, la parroquia tuvo su sede en la capilla del ingenio15. Por su parte, el arrendatario del establecimiento fabril pagaba un sueldo de 150 pesos mensuales al cura párroco, tal como habían acordado previamente con Barrere16. El Obispo arregló con el directorio del Banco las dimensiones y los detalles de la iglesia parroquial, cuyos planos y presupuesto fueron diseñados por el equipo de arquitectura de la institución bancaria. Finalmente, el Banco autorizó las partidas para la construcción del templo a principios de los años ´40, en el marco del “plan orgánico de asistencia social” diseñado por el entonces administrador del ingenio, José Padilla. Tal proyecto contempló la construcción de un hospital que estuvo a cargo de una comunidad de religiosas provista por el Obispo, un estadio de deportes y la reorganización del club de obreros del ingenio que ofreció a sus asociados “ventajas y mutualidad”. Una vez más Barrere resaltaba que estas obras eran necesarias para dar “la paz social al medio con el equilibrio económico que se propende [ya que] el centro industrial necesita escaparse de todo principio subversivo”17. Esta breve descripción del caso de Santa Ana sirve de ejemplo para ilustrar los postulados que animaron a Barrere a solicitar de los ingenios el apoyo financiero para erigir las nuevas parroquias en esas jurisdicciones. En un contexto de crisis económica, la necesidad de consolidar a la Iglesia y al catolicismo entre las poblaciones obreras frente al temor de una posible influencia de “ideas disolventes” era un postulado compartido por los empresarios. Hacia fines de los años ´30 el Obispo tucumano podía complacerse ya que “son 10 los ingenios que han edificado iglesias y tengo la promesa de otros que lo van a realizar” en tanto habían comprendido la obligación que tenían respecto de la vida moral y religiosa de sus empleados y obreros18. En realidad, la experiencia de Santa Ana y la facilidad con la que el Obispo obtuvo la donación de un terreno ubicado en una zona privilegiada junto con la construcción de la nueva iglesia (con las escrituras en propiedad del Obispado) no

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De esta forma, con el traslado de la parroquia fuera del complejo fabril Barrere también evitaba la dependencia directa del ingenio ya que temía futuras dificultades en el caso de que, “por bueno y cristiano que fuere”, apareciera un comprador eventual de la fábrica. 16 Los sueldos que pagaban los empresarios azucareros variaban entre 100 y 150 pesos. ADC, Carpetas de las Parroquias de Concepción, Aguilares, Río Seco, Santa Ana, Santa Lucía y San Pablo. 17 ADC, Carpeta Parroquia Santa Ana, carta del directorio del Banco a Barrere, 15 de junio de 1942 y Carta de Barrere al presidente Ramón Castillo agradeciéndole lo que hacía el Banco de la Nación en el ingenio, Noviembre de 1942. 18 ADC, Carpeta Parroquia Santa Ana, Carta de Barrere al Presidente del Directorio del Banco de la Nación, Dr. Jorge Santamarina, 21 octubre de 1937.

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resulta un ejemplo que pueda generalizarse19. En los casos de las parroquias de Rio Seco y Los Ralos el problema de la donación del terreno y las escrituras de la propiedad de la iglesia conllevó arduas negociaciones. La “Sociedad Anónima Córdoba del Tucumán” propietaria del ingenio La Providencia se hizo cargo de la construcción de la iglesia de Rio Seco y de la casa parroquial, ofreciendo también una mensualidad al cura. La compañía realizó la obra en calidad de “donación” y escrituraron la propiedad a nombre del Obispado. Sin embargo, a pesar de las gestiones realizadas por Barrere, la iglesia y casa parroquial construidas por la firma Avellaneda y Terán quedaron como propiedad del ingenio Los Ralos. Aunque era incentivado por el Obispo, el rol activo de los industriales en este proceso generaba algunas rispideces. En ese sentido, al hacerse cargo de los sueldos los dueños de ingenios podían atribuirse el derecho de elegir qué sacerdote asumiría al frente de su iglesia, una designación que teóricamente correspondía a Barrere. Aunque fue evidente que el Obispo y los empresarios no siempre coincidieron en esta instancia, sus discrepancias podían zanjarse por vías diferentes: hubo casos en que el Obispo sostuvo una serie de entrevistas con los industriales para “acordar” la designación del párroco y otros en los que Barrere, en calidad de “sugerencia”, proponía algunos nombres de posibles párrocos y los patrones decidían en última instancia20. Por otro lado, los industriales se resguardaban el derecho de restringir su colaboración en el momento en que lo consideraran oportuno. Ciertamente, las contribuciones eran resultado de la “buena voluntad” de los patrones, más allá que el Obispo recalcara siempre el sentido de “obligación” que tales aportes implicaban. Así lo dejó en claro el dueño del ingenio Aguilares, Simón Padrós, cuando ante el pedido de Barrere de una suba de sueldo al cura párroco le contestó afirmativamente al tiempo que le recordaba

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Cabe señalar que la situación de Santa Ana se destacaba por poseer una “capacidad financiera que supera ampliamente la de otras empresas” ya que pertenecía al Banco de la Nación. ADC, Carpeta con documentación de la Parroquia Santa Ana, Carta de Barrere a Jorge Santamarina, presidente del directorio del banco, 21 de octubre de 1937. En realidad, no todos los ingenios eran como el Santa Ana desde el punto de vista de la planificación de sus asentamientos. Se trataba de un gran complejo industrial cuya población trabajadora se asentaba en sus inmediaciones conformando un poblamiento apartado de los otros centros de población. Las características excepcionales del Santa Ana en Paterlini de Koch, 1987. 20 Tal fue el caso que se dio en la parroquia de Rio Seco con los dueños del Ingenio La Providencia, después de una serie de reuniones que sostuvo el Obispo con el gerente, el directorio del ingenio envió una carta a Barrere aprobando la designación de Francisco Scrocchi al frente de la parroquia. ADC, Carpeta Parroquia de Río Seco, 26 marzo de 1931.

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que se reservaban el “derecho de suprimir parcial o totalmente en cualquier momento la ayuda que vienen prestando a favor del culto”21. Las contribuciones a la difusión del catolicismo en los ingenios podían provenir de aportes directos para el sostenimiento del culto o de las gestiones que hacían los industriales que, desde sus cargos políticos, tramitaban subsidios estatales a favor de la Iglesia22. Tal fue el caso de la parroquia de Monteros, donde gracias a la representación parlamentaria de Juan Simón Padrós y la intervención de Ernesto Padilla, fueron asignados para la reconstrucción del templo un subsidio provincial de 15.000 pesos y uno del gobierno nacional de 40.000. Asimismo, desde hacía unos años la parroquia contaba con un subsidio mensual de 1.300 pesos de la Municipalidad23. En síntesis, a lo largo de los años treinta la Iglesia intensificó las gestiones en dirección a expandir la red parroquial de la diócesis, como parte de un proceso de consolidación institucional. Barrere estableció vínculos con los industriales azucareros para asegurar la atención religiosa a los trabajadores de los establecimientos fabriles y, de esta forma, garantizar un “camino de paz social”. Desde esta perspectiva, la promoción del culto católico iba de la mano del desarrollo de obras sociales que fomentaban el asociacionismo y la recreación “sana”, instancias que propendían a “civilizar” y “moralizar” a los sectores trabajadores. Por entonces, los ejemplos destacados por la Iglesia fueron los ingenios Concepción y San Pablo, establecimientos que, desde la perspectiva del Obispo, brindaban la atención religiosa y moral que la población requería. Asimismo, la administración del ingenio Santa Ana aspiraba a convertirse en un ejemplo elocuente del catolicismo social tal como lo predicaba la Iglesia. Ahora bien, estas observaciones nos permiten avanzar en otro orden de consideraciones: el rol de las parroquias de los pueblos azucareros y de sus curas párrocos. En los últimos años, la historiografía sobre la Iglesia católica en Argentina comenzó a incorporar estudios que se focalizaron en la dinámica del funcionamiento 21

ADC, Carpeta Parroquia de Aguilares, Carta de Simón Padrós a Barrere, 9 de mayo de 1940. La parroquia se encontraba en el pueblo de Aguilares bajo la zona de influencia de los ingenios Santa Bárbara de la compañía azucarera Juan Manuel Terán y Aguilares de la Sociedad Simón Padrós y Cia. Ambos colaboraban con el sueldo del párroco. 22 En los casos analizados las “comisiones pro templo”, si bien existieron, no tuvieron un rol central como en otras parroquias. Por ejemplo en el caso de Santa Ana, el arrendatario junto con un cura enviado desde el obispado designaron una comisión formada por Señoras y niñas del pueblo. Esta comisión se encargaría de recolectar los fondos necesarios que permitirían ornamentar la capilla de forma correspondiente para que pueda ser elevada al rango de parroquia. 23 ADC, Carpeta Parroquia de Monteros. Juan Simón Padrós fue diputado nacional por el Partido Demócrata Nacional durante tres períodos de 1932 a 1943.

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parroquial, en el comportamiento de los curas párrocos y su vinculación con las feligresías24. En línea con estas preocupaciones, me interesa proyectar tal perspectiva al análisis de las parroquias de ingenios de la diócesis de Tucumán. Más allá de los intentos comunes de la jerarquía eclesiástica y de los industriales por fortalecer la parroquia como centro de moralización y disciplinamiento, cabe preguntarse por la figura de los párrocos. En definitiva, estos eran el nexo con las poblaciones en su calidad de mediadores y de transmisores de la religión. Paralelamente, eran los responsables de la vitalidad parroquial, del acercamiento de los fieles al templo, y del “éxito” de la difusión de los postulados del catolicismo.

B.- Los curas párrocos: entre el Obispo y los fieles

Como ha sido señalado, las parroquias de los pueblos azucareros figuraban entre las más codiciadas dado el sustento que le aseguraban las subvenciones de las fábricas y los aportes de los fieles. Sin embargo, ser cura párroco en estas jurisdicciones no era tarea fácil. Las parroquias se planteaban como un centro de atracción y control de la feligresía, tarea en la cual el rol de los párrocos era central: de su carisma y capacidad de gestión dependía el buen funcionamiento de la vida parroquial. Como observaremos a continuación para llevar a cabo sus estrategias y proyectar la catolización a través del ámbito parroquial, el Obispo buscó disciplinar a un clero cuyo comportamiento no se adaptaba del todo a la disciplina vaticana plasmada en el Sínodo Diocesano. Barrere aspiraba a un perfil de sacerdote más “profesional”, es decir que se diferenciara del resto de la población no solo por su vestimenta y por la tonsura sino por sus actitudes y comportamientos25. De esta forma, las disposiciones del Sínodo vinieron a llenar un vacío estatutario que sirvió de sustento a los llamados de atención y a las sanciones que el Obispo inició contra los sacerdotes díscolos. Sin embargo, desde la

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María Elena Barral, 2007; Valentina Ayrolo, 2006; Diego Mauro, 2010; Miranda Lida, 2005, entre otros. Los estudios desarrollados en torno a la vida cotidiana, la cultura y la sociabilidad en los ingenios azucareros resultan escasos. Cabe destacar el artículo sugerente de Campi, 1999 y la tesis de Centurión, 2000. 25 La reforma del clero formó parte del proceso más general de romanización en el que se vio inserta la Iglesia argentina desde fines del siglo XIX. Conjuntamente, el proyecto Vaticano comportaba el fortalecimiento de la parroquia como un espacio privilegiado de difusión de la doctrina católica, de institucionalización de las devociones populares y de formación del laicado. Como vimos, aspecto central de la gestión pastoral del Obispo Barrere. (Di Stefano y Zanatta 2000: 332).

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perspectiva del clero la situación era más compleja: si bien los sacerdotes que ejercían el ministerio parroquial le debían obediencia al Obispo -la autoridad máxima de la Diócesis- también debían equilibrar su gestión entre las directivas del Obispado y las reglas que les imponía la propia dinámica de funcionamiento de la parroquia. Los párrocos se encontraban en el difícil lugar intermedio entre la jerarquía y los fieles. Un repaso por las “circulares confidenciales” enviadas a los párrocos y las sanciones que dispuso Barrere a lo largo de su gestión dan cuenta de la mayor o menor flexibilidad con la que el Obispo intervino en la conducta de los curas. El mayor problema radicaba en que numerosos párrocos se “extralimitaban” de sus funciones. Por lo general, los curas de parroquia no sólo actuaban como “administradores del culto” sino que se involucraban en la vida económica, social y política de la comunidad de las formas más variadas. Si bien esta situación no afectaba solamente a los curas de ingenio, los problemas parecían complicarse para ellos dada la complejidad de la vida parroquial en los pueblos azucareros y la heterogeneidad de los actores involucrados, motivo por el cual Barrere puso especial énfasis en disciplinar a los curas que ejercían funciones en estas jurisdicciones. El enfrentamiento entre cañeros e industriales se proyectaba de distintas formas en la vida de la Iglesia y sus aristas debieron ser tenidas en cuenta en el ejercicio del ministerio pastoral. En este sentido, resulta interesante seguir la historia del Pbro. Soldati, quien tuvo un itinerario frustrado como párroco26. Alberto Soldati se desempeñaba como vicario cooperador en la parroquia de Simoca, pueblo que lo vio nacer y crecer en el seno de una familia de pequeños propietarios cañeros. Sus padres, que no podían afrontar los gastos que implicaban los estudios de su hijo, consideraron oportuno enviarlo al seminario menor de la diócesis donde Soldati obtuvo una beca de estudios. Una vez presbiterado volvió a su pueblo natal como vicario cooperador de la parroquia de Simoca. Sin embargo, en poco tiempo el cura se vio tironeado entre la observancia de las reglas de la Iglesia y su identificación con la causa cañera. Soldati había recibido por años una formación como sacerdote en el seminario mayor de Catamarca, pero embebido de una tradición familiar de propietarios cañeros, pronto se vio involucrado en la defensa de los intereses de los agricultores de la zona. Aún más, el vicario cooperador no sólo desafiaba el poder de los industriales, sino también el del gobierno. En 1938, junto con el párroco de Concepción,

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AAT, Legajo Alberto Soldati.

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celebraron una misa en conmemoración a los cañeros reprimidos por la policía en Gastona en 1932. Según el Fiscal eclesiástico de la diócesis, César Padilla, se trataba de una “conmemoración en carácter de protesta contra la actitud del gobierno de entonces y en contra de la policía”. Pero Soldati recibió un llamado de atención especial por su compromiso en la “defensa de una agremiación de cañeros”, lo que según Padilla también “revestía un carácter político”27. Las amonestaciones implementadas a Soldati se debieron a su participación en un mitín organizado por la Unión Agraria Provincial en la plaza Mitre de Concepción. Lo interesante es el desenlace de esta historia: cansado de las presiones y los llamados de atención del Obispo, pero sobre todo de su imposibilidad de acceder a las parroquias de ingenio dada su condición de hijo de cañeros, Soldati decidió postularse para ser capellán del Ejército y de ese modo asegurarse el sustento. Así lo explicaba el propio sacerdote: “Considerando que mi anterior participación en el movimiento cañero, para mí justo y razonable en sus exigencias, me coloca en situación difícil y obstaculiza el ejercicio en el apostolado sacerdotal, pues, en las parroquias subvencionadas por las fábricas azucareras no resultaría persona grata y en las otras, los dirigentes agrarios, validos de que mi familia tiene fundos con cañaverales, trataría de arrastrarme tras ellos sin comprender los superiores intereses de orden sobrenatural que me imposibilitan acompañarlos para evitar que el ejercicio de mi ministerio se torne ineficaz; agregando que no sería raro piensen que intereses materiales y mezquinos han provocado mi cambio de opinión y alejamiento, lo que podría originar intencionadas calumnias que perjudiquen a la religión; pienso y creo que la mejor forma de obviar estas dificultades es ingresar al Ejército para trabajar entre los soldados, procurando el mayor bien de las almas y servir mejor a la Santa Iglesia”28. 27

ADC, Carpeta Parroquia de Concepción, Carta del secretario del Obispado al párroco interino de Concepción, 14 junio de 1938 y carta al Vicario Cooperador de Simoca, 14 junio 1938. A pesar de las amonestaciones, el cura Soldati siguió comprometido en la defensa de los cañeros. En 1939 fue uno de los principales oradores, en calidad de “miembro” de la seccional de cañeros de Simoca, en el acto organizado en Monteros bajo el patrocinio del Centro Cañero de Tucumán y de la Unión Agraria provincial. Diario La Nación, “Una concentración de cañeros hubo ayer en Tucumán”, 29 abril 1939. 28 AAT, Legajo Alberto Soldati, carta a Mons. Barrere, 5 de abril de 1942.

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No sirvieron de nada las cartas que envió su padre a Barrere rogando que comprenda la “situación particular” en la que se encontraba su hijo: “Yo le ruego a Ud. de su regreso, pero también espero la mejoría en su posición, que no sea ayudante ni que sea destinado en lugares desiertos que por el mero hecho de que tenga un poco de caña de azúcar y que sea amigo de dirigentes cañeros, sea destinado en zona que no haya caña, que para su actuación en donde estubo (sic); y por las simpatías que se consiguió en todo en donde estubo, le ruego, Sr. Obispo lo tenga en consideración de favorecerle un buen puesto en Tucumán”29.

Evidentemente, las perspectivas de Soldati como párroco en la diócesis de Tucumán no eran muy favorables: en las iglesias subvencionadas por las fábricas azucareras (las “mas codiciadas”) nunca sería bienvenido, en las zonas ajenas al cultivo de la caña viviría una existencia pobre, casi como un “castigo eclesiástico”, y en los pueblos donde el movimiento cañero era importante, como en Simoca, su rol demandaba un compromiso político con la defensa de los agricultores. Y durante la gestión de Barrere, quien puso especial énfasis en controlar cada vez más los comportamientos que vincularon al clero con aspectos “políticos”, era muy difícil que un sacerdote como Soldati pudiera desempeñarse sin problemas en la diócesis. En ese sentido, el capítulo del Sínodo dedicado a la conducta del clero prohibía terminantemente la participación en política. Los sacerdotes se veían obligados a “mantenerse fuera y por encima de todos los partidos, condición imprescindible para el éxito de su ministerio”, y debían mantener una relación de “paz y armonía” con las autoridades civiles, siendo “condescendientes en todo lo que no afecte a las leyes de la Iglesia y el decoro sacerdotal”30. No obstante, el oficio de misas que se vinculaban a algún “pedido político” resultaba una práctica extendida entre los curas párrocos. Pero mientras estas celebraciones tendían a conservar la paz y la armonía y no implicaban desafíos a las autoridades políticas o patronales, el Obispo no las reprendía. Por el contrario, cuando los curas se involucraban en la defensa y la reivindicación de algún

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AAT, Legajo Alberto Soldati, Carta de Enrique Soldati a Barrere, 5 septiembre de 1941. “Del Clero y las Autoridades y leyes civiles”, Segundo Sínodo Diocesano de Tucumán. Escuela tipográfica del Colegio Salesiano Tulio García Fernández, 1931. 30

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sector que implicara el cuestionamiento al statu quo, entonces se activaban los mecanismos de disciplinamiento como las sanciones eclesiásticas. ¿Qué significaba entonces ser un “buen párroco” en los pueblos azucareros? ¿Cómo era concebido este rol desde la perspectiva de la población parroquial, más allá de las pautas impuestas por el Obispo? A juzgar por la cantidad de cartas enviadas en favor de la permanencia del cura párroco de Santa Ana -ante la solicitud de traslado que hizo Barrere- podría pensarse que en su zona de influencia era considerado un “buen párroco”. El Pbro. Breppe había llevado adelante una ardua tarea entre la población del ingenio: era tesorero del club de obreros, organizó a la juventud y a la niñez a través de la fundación de una agrupación de Boy Scouts con su banda de música “muy reconocida”, estableció una biblioteca popular, gestionó la construcción de las canchas de deportes de la parroquia y organizó las ramas de Acción Católica y de la Juventud Obrera Católica31. Por esta razón se consideraba al cura párroco eficiente y preocupado por la población: era un sacerdote que entendía a su comunidad. El problema era que muchas de las conductas que convertían a los párrocos en figuras representativas y generaban el afecto de la población entraban en tensión con el modelo de sacerdote delineado por las disposiciones del Sínodo. Por ejemplo, el rol de los curas en las asociaciones de laicos fue un aspecto que no dejó de ser fuente de tensiones. Comúnmente, las funciones de los párrocos eran requeridas en las Comisiones Directivas de los clubes de obreros del ingenio o de alguna otra asociación, ya que su figura simbolizaba la transparencia y comportaba la confianza de todos. Basado en el Sínodo, Barrere prohibió explícitamente este tipo de participación y obligó a renunciar a todos los que estaban involucrados en algún cargo directivo. Ni siquiera la intervención de los industriales logró convencer al Obispo de que se trataba de un rol que era necesario preservar32. Asimismo, Barrere llamó recurrentemente la atención de los curas que participaban de las fiestas y bailes populares, que “jugaban cartas” y tomaban alcohol, que asistían a espectáculos públicos, que no dormían en la casa parroquial, que comían en confiterías, que andaban en bicicleta, etc 33. En definitiva, lo 31

ADC, Carpeta Parroquia de Santa Ana, 13 agosto 1946. ADC, Carpeta Parroquia Santa Ana, cartas enviadas al obispado, diciembre 1941. 33 AAT, Carpeta con Circulares al Clero Secular y Regular y Comunidades Religiosas 1930-1952. El Sínodo hacía referencia explícitamente a la obligación que tenían los párrocos de residir en la casa parroquial y no ausentarse sin la debida autorización del Obispo diocesano. En el Capítulo V del Sínodo titulado “De Los Párrocos”, el artículo III hacía referencia a sus “derechos y obligaciones”. Asimismo se dedicó un punto a regular las “costumbres sociales” de los curas párrocos. En general, las disposiciones 32

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que buscaba el Obispo era transformar las costumbres y las formas que tenían los sacerdotes de establecer vínculos con la población parroquial. En las antípodas de Breppe podría situarse al párroco de Río Seco, el Pbro. Scrocchi, quien se había ganado la enemistad de la mayor parte de sus fieles. Barrere recibió varias denuncias de habitantes de poblaciones que dependían de la parroquia, que se quejaban porque al cura no le importaban “los pobres” debido a que lo único que le interesaba era “la plata”. Aparentemente, el Pbro. Scrocchi era demasiado atento con los patrones del ingenio La Providencia y, según las denuncias, demasiado “complaciente con la gente distinguida”34. Scrocchi era el párroco que había elegido el directorio de la sociedad anónima Córdoba del Tucumán, propietaria del ingenio La Providencia y la que le pagaba el sueldo al cura. En síntesis, lo que Barrere esperaba de los párrocos de la diócesis era que actúen de acuerdo a las disposiciones del Sínodo diocesano, lo que en términos generales significaba ser respetuosos de las autoridades establecidas, no “extralimitarse” de las funciones del ministerio parroquial, no involucrarse en actividades mundanas y sobre todo “vigilar las costumbres públicas”, es decir, que trabajaran por moralizar y disciplinar las costumbres de la población35. Este modelo de párroco entraba muchas veces en tensión con las expectativas que los feligreses depositaban en el cura párroco. Finalmente, resulta interesante reparar en la figura del párroco como vigilante y moralizador de las “costumbres públicas”. Barrere puso especial énfasis en este aspecto, ya que consideraba que “a causa de la ignorancia y malas costumbres que cunden en todas las clases sociales la fe se ha debilitado en muchos y los deberes y prácticas de la vida cristiana son cada vez mas descuidados”36. En este sentido, ¿qué es lo que preocupaba tanto a la Iglesia de los comportamientos de los parroquianos? No eran sólo las “ideas disolventes” que parecían diseminarse entre los obreros azucareros y que era necesario extirpar a través de la prédica de los curas, de la prensa católica y de la “sociabilidad sana”; sino otros problemas que eran comunes a todas las poblaciones de los ingenios: el alcoholismo, la criminalidad, la violencia, los bailes y fiestas populares

sobre las conductas de los párrocos fueron reforzadas con decretos del Obispo donde especificaba las prohibiciones de andar en bicicleta, concurrir a espectáculos públicos, etc.: AAT, Carpeta con Decretos del Obispado 1930-1952. 34 ADC, Carpeta parroquia de Río Seco, Carta de un vecino de Villa Quinteros a Barrere, 11 julio 1943. 35 “Sobre las Costumbres Sociales”, Segundo Sínodo Diocesano de Tucumán. Escuela tipográfica del Colegio Salesiano Tulio García Fernández, 1931, pág. 34. 36 “Sobre la Predicación”, Segundo Sínodo Diocesano de Tucumán. Escuela tipográfica del Colegio Salesiano Tulio García Fernández, 1931, pág. 38.

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y las conductas sexuales37. El Sínodo disponía que los párrocos debían ser sumamente cuidadosos en el intento de moralizar a estas poblaciones evitando “reproches y actitudes que lastimen el amor propio y hagan contraproducentes o esterilicen sus piadosos empeños”38. Fue en este aspecto en el que Barrere se mostró mucho más flexible y permisivo. Por ejemplo, era muy difícil que los párrocos se negaran a participar de los festejos patronales y no podían evitar celebrar misa en esas ocasiones, más allá de los posibles desacuerdos con las conductas que incentivaban los días festivos. En efecto, el Obispo y los curas toleraban estas fiestas y sus reprimendas no superaban algunas advertencias generales sobre los comportamientos adecuados que buscaban transmitirse a la población en el marco de la misa o a través del boletín parroquial. En este sentido, cabe traer a cuenta los problemas que se originaron ante la negativa del cura de la parroquia de San José (ubicada en la localidad de Juan Bautista Alberdi, departamento Rio Chico) de oficiar la misa de las fiestas patronales de Jesús Nazareno que tendrían lugar en Villa Belgrano el 20 de octubre de 1940. Al parecer, el enojo del cura radicaba en que “la policía no colabora evitando el despacho de bebidas y se arman unos beberajes y excesos terribles” lo que después ocasionaba la crítica feroz en los diarios. El problema era que esa fiesta, según el párroco, era una “mentira”, un festejo que tenía “capa religiosa” pero que ocultaba el negocio de “algunos que eligieron estratégicamente esa fecha ya que es el día siguiente a los pagos de los jornales de los ingenios azucareros”. El cura denunciaba que eran comerciantes inescrupulosos que explotaban a los obreros “sin dejarles ni un centavo”39. Desde el obispado le insistieron encarecidamente que se dirigiera igual a Villa Belgrano, oficie la misa y se vuelva inmediatamente sin participar de los festejos posteriores. Sin embargo, la negativa del cura se mantuvo sosteniendo el argumento de que la Iglesia no debería avalar ese tipo de festejos.

Consideraciones Finales A través del presente trabajo me propuse reflexionar sobre las estrategias desplegadas por la Iglesia católica tucumana con el fin de catolizar las poblaciones de

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AAT, Visitas Ad Limina, 1931, 1939: “Capítulo XI: Sobre el pueblo fiel”. Segundo Sínodo Diocesano, “Sobre las Costumbres Sociales”, artículo 137, pág. 34. 39 ADC, Carpeta Parroquia de Juan Bautista Alberdi, Carta del párroco Pedro Parra a Barrere, 14 octubre de 1940. 38

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las parroquias de los ingenios azucareros. Tal objetivo supuso, en primer lugar, referirme brevemente a las características generales de la gestión pastoral del obispo tucumano Agustín Barrere, cuyo eje principal radicaba en el fortalecimiento institucional de la Iglesia local a través de la ramificación de las estructuras eclesiásticas -promoviendo a la parroquia como la base de la organización diocesana-. La parroquia era concebida como el centro de atracción y control de la feligresía; era la célula básica para la difusión de los postulados del catolicismo y su cantidad era para Barrere un indicador de la influencia de la Iglesia en la sociedad. El Obispo tucumano buscó que los industriales azucareros colaboraran con la expansión de las estructuras eclesiásticas y el sostenimiento financiero de las parroquias y sus sacerdotes. El compromiso de los empresarios con las aspiraciones de la Iglesia permitió la creación de nuevas parroquias que funcionaron al amparo de los establecimientos fabriles. El acuerdo que primó entre el Obispo y los industriales se basaba en el interés común por conducir a los trabajadores en el “seguro camino del catolicismo”, como una forma de contrarrestar la posible influencia del comunismo y el socialismo, considerados “ideas disolventes” de la paz social. De esta forma, la amenaza comunista fue para la Iglesia un elemento retórico efectivo sobre el que cimentó su alianza con los empresarios azucareros. El disciplinamiento y la moralización articularon un horizonte común que guió sus acciones conjuntas. Sin embargo, al cambiar de perspectiva y focalizarnos en la dinámica de la vida parroquial, estas preocupaciones parecían diluirse en un conjunto de variables más complejas, que concernían a los problemas que día a día surgían entre una población local heterogénea, donde el inconveniente de la amenaza comunista no era el único ni el principal. En ese sentido, a pesar de su carácter aproximativo, la exploración sobre el rol de los curas de parroquia de los pueblos azucareros que ensayamos en este trabajo pone de manifiesto que los intentos de disciplinamiento y moralización se encontraron con un mundo diverso desde el punto de vista social, político y cultural, en el que los intereses enfrentados de los distintos sectores que conformaban el espectro azucarero se proyectaban en las estrategias eclesiásticas y en la vida de la iglesia. Los curas párrocos, a quienes se les asignaba un rol central en el funcionamiento de la vida parroquial como “mediadores”, “impulsores de la religión” y “vigilantes de las costumbres públicas”, se desempeñaron en un escenario complejo. Si bien a través de las leyes sinodales Barrere procuró modelar un perfil de sacerdote cuyos comportamientos se encauzaran en la vía de la disciplina vaticana, esas pautas entraban 18

en tensión con la forma en que los curas entablaban vínculos con las poblaciones locales. El rol propuesto por Barrere fue un modelo difícil de cumplir para los sacerdotes de estas jurisdicciones, donde el “equilibrio” que debían mantener en su carácter de párrocos se diluía a partir de las tensiones surgidas entre las directivas del Obispo, las reglas impuestas por los industriales y las expectativas de la población.

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