LAS ORGANIZACIONES DESDE LOS DISCURSOS MODERNOS, POSMODERNOS E INSTITUCIONALISTA

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Descripción

Nota Técnica

Abad A. et al., Las organizaciones desde los discursos modernos

LAS ORGANIZACIONES DESDE LOS DISCURSOS MODERNOS, POSMODERNOS E INSTITUCIONALISTA Andrés Abad1, Fernando López-Parra2 y Fabricio Guevara-Viejo3 1 Escuela Politécnica Nacional, Ecuador. Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. 3 Universidad Estatal de Milagro, Ecuador.

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Recibido (15/06/2016), aceptado (03/09/2016)

Resumen: Este artículo aborda los discursos y miradas que se han elaborado sobre la organización, particularmente desde las dimensiones epistemológicas: moderna, posmoderna e institucional. En este contexto, se articulan las teorías sociales con las teorías organizacionales, con el objeto de auscultar alternativas que permitan trascender el funcionalismo hegemónico en administración. Se analizan la posmodernidad como un período histórico que sucedería al de la modernidad y el posmodernismo como el análisis que aplica una filosofía en contraposición a la supuesta objetividad de los estudios sobre las organizaciones. Se describe, además, la teoría institucionalista y neoinstitucionalista en el que se desenvuelven algunas organizaciones, donde los cambios, después de haber doblegado la resistencia, empiezan a hacerse visibles. Palabras Clave: teoría organizacional, modernidad, posmodernidad, institucionalismo, neoinstitucionalismo.

I. INTRODUCCIÓN Este artículo, de carácter teórico, reflexiona sobre la teoría organizacional que no está exenta de la influencia que proviene del entorno social en la que se la concibe, y una mirada alternativa al paradigma funcionalista –que es el hegemónico– sitúa en relieve las nuevas miradas del fenómeno a partir de la reflexión del tiempo histórico. Desde la perspectiva crítica, es factible mirar la teoría organizacional dentro de una dialéctica entre modernidad y posmodernidad. Las perspectivas modernas en la teoría organizacional, que se vinculan con el positivismo y el funcionalismo, se sustentan en el concepto de “racionalidad” que se consolidó en la Ilustración. La modernidad se presenta como una cadena de acontecimientos tanto culturales y sociales, como económicos y tecnológicos, como bien señala Sztajnszrajber [1, p. 4]: “parecerían reflejar una transformación radical en el modo en que se hallaba estructurada la realidad del occidente europeo. Hay un cambio, es evidente. La cuestión es analizar la profundidad del mismo”. El institucionalismo, como campo de las ciencias sociales, interpreta la sociedad a partir de las instituciones y los procedimientos preestablecidos como reglas y significados que proyectan un modelo a seguir. El institucionalismo señala el proceso para alcanzar ese modelo, aplicable a todo sistema social en sus funciones políticas, económicas y culturales que las operacionaliza a través de un conjunto de instituciones que regulan el comportamiento de los individuos; el nuevo institucionalismo se perfila en grupos de sujetos

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organizacionales unidos por elementos estandarizados y flexibles. Estas categorías expuestas se tratarán en el presente texto, colocando en perspectiva a la teoría organizacional, con el objeto de aportar en el debate de la comprensión teórica de las organizaciones.

II. METODOLOGÍA Por tratarse de una investigación de carácter teórico, la metodología empleada es el análisis bibliográfico y de contenidos sobre los temas relacionados a la teoría organizacional no funcionalista; para ello se recurrió a una recopilación de las principales fuentes teóricas que relacionan los Estudios Organizacionales con las Ciencias Sociales. Adicionalmente se consultaron documentos científicos sobre el objeto de estudio en las bases de datos digitales disponibles. Al tratarse de un tema que se contrapone con la corriente principal en el estudio de las organizaciones, se adoptó una postura crítica en el manejo de la documentación señalada, lo que llevó a establecer conclusiones de carácter general, omitiendo las referencias a estudios de casos específicos, sino más bien al manejo conceptual de las categorías organizacionales.

III. RESULTADOS Y DISCUSIÓN 3.1 La teoría organizacional entre la modernidad y la posmodernidad Al comenzar este artículo se hizo una breve alusión a la discusión ontológica de la modernidad; en este sentido,

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Urbano [2] señala la necesaria clarificación de los conceptos de modernidad, modernización, modernismo y vanguardismo, pues no son sinónimos sino que cada uno enmarca su propia definición. La modernización está relacionada con el aumento de la productividad debido, especialmente, a la innovación tecnológica. La modernización, el modernismo y el vanguardismo no expresan la idea crítica que el concepto de modernidad lleva consigo. En cambio, la modernidad, como problema filosófico, se configura en torno al discurso planteado por Habermas, que de alguna manera se injerta en las definiciones que Weber había extraído de su propia lectura de la cultura occidental [2]. La complejidad del emergente tiempo en que vive la humanidad requiere de una mayor comprensión para entender las diversas posturas de la sociedad y la organización, pues el mismo concepto de racionalidad se ha puesto en crisis. En este contexto, se articula la teoría social con la teoría organizacional, por ser esta última parte de las ciencias sociales, para auscultar alternativas que permitan trascender el funcionalismo hegemónico. La comprensión recae en la reflexión filosófica sobre la modernidad, como discurso que se ha agotado. Ya en el ámbito de la organización, según Sisto Campos [3, p. 16], la comprensión de lo posmoderno pasa por el tamiz de dos definiciones que están interrelacionadas entre sí, la primera describe una época caracterizada por la inestabilidad y la incertidumbre que reclama nuevas comprensiones y prácticas; la segunda, el desarrollo de una teoría sobre una nueva base ontológica y epistemológica, que proviene de la propia descripción del posmodernismo como época. En consecuencia, se entiende la posmodernidad como un período histórico que sucedería al de la modernidad; y el posmodernismo se lo concibe como el análisis que aplica una filosofía antipositivista que, en la esfera de la gestión, se traduce en una respuesta a las nociones de objetividad y neutralidad que asumen los estudios organizacionales. Se puede decir, entonces, que hay dos acepciones del término posmodernismo, una relacionada con un nuevo tiempo histórico que ha provocado cambios culturales en la sociedad y el arte, y por tanto con implicaciones en las organizaciones; y la otra, con relación a una actitud filosófica o una manera particular de pensar. La primera se denomina también posmodernidad. Vattimo [4] enfrenta las invectivas en torno a los discursos contradictorios sobre la posmodernidad, en el sentido de que si esta cuestiona la idea de progreso o de superación del pensamiento occidental, se asume la idea de que se vive una etapa ulterior a la modernidad. Para ello, este filósofo italiano, sustenta que no se trata

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de una novedad, sino de una verdadera disolución de la categoría de lo nuevo, un “cambio en la condiciones –de existencia, de pensamiento– que se indican como posmodernas, respecto de los rasgos generales de la modernidad” [4, p. 12]. Díaz [5, p. 17] señala que la “posmodernidad, capitalismo tardío, época posindustrial, edad digital o cualquier otro de los calificativos que pretenden significar que los ideales modernos se están resquebrajando de manera alarmante (o tranquilizante según se mire)”, y que no es posible referirse a ella sin entender el proyecto moderno (este último, evidentemente, no alude al connotación de lo “actual” sino a un movimiento histórico-cultural que aparece en Occidente desde el siglo XVI hasta el XX). En esta medida, es menester referirse primero a la modernidad para abordar luego la posmodernidad.

3.2. Crisis de la modernidad El proceso de la evolución del período histórico que se ha denominado modernidad se dio a partir del siglo XVII, por un desarrollo intensivo del conocimiento, especialmente en las ciencias de la naturaleza, y se constituyó en discurso de una nueva ciencia emergente con autoridad epistémica, basada en las ciencias naturales y la razón. Esto permitió un extensivo crecimiento del discurso de lo moderno hacia tres esferas fundamentales: la científica, la moral y la estética, en un conjunto denominado “mundo de la vida”, que marca una brecha entre la forma en la que se vive y la manera en la que se conoce la realidad [6]. Los teóricos que pertenecen a la Escuela Crítica de Fráncfort (que aparece en 1923) desarrollaron sus premisas de la modernidad sobre la base de una “dialéctica de la Ilustración” [7], que señala que el concepto de modernidad se alejó de la utopía de la emancipación que aspiraba el ser humano, luego de haber superado una faceta civilizatoria caracterizada por la ignorancia, la superstición y el mito. El triunfo de la razón se proyectaba como una esperanza en el advenimiento de una utopía posible, donde la centralidad del sujeto podía comandar otras facetas de la vida. Esta visión corrobora la negación del ideal mítico de progreso hacia una aparente solidez de la razón; que luego habría de generar, sin embargo, un nuevo mito aún más radicalizado: la razón instrumental, que creó situaciones que lejos de ser emancipadoras produjeron la edificación de su propia crisis y de la supervivencia de la especie. Lo marcadamente contradictorio recae en la afirmación de que la Ilustración “se vuelve ella misma mitología, ya que por medio de los procesos

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de racionalización y desencantamiento, reintroduce el dominio en la sociedad, que se expresa en la dependencia humana respecto de la naturaleza trasladándose luego a formas de control social que ubican a los individuos en situaciones de dependencia frente a los poderes constituidos” [8, p. 36]. Para los que afirman que se vive una posmodernidad, como la postura de Urbano [2, p. xii], reconvienen a Habermas de “caer en el prejuicio totalizante de la razón”, puesto que este referente teórico habla precisamente del agotamiento de la razón, y de la “decadencia del modernismo”, para el advenimiento de una “razón local” con un planteamiento de “múltiples lenguajes y de legitimaciones fragmentarias”. Esta última reflexión se inspira en La condición postmoderna de Lyotard [9], obra que se convirtió en punto de referencia para quienes asumen que se vive una “pos-modernidad”. Ulrich Beck en 1999 acuñó a estos tiempos como los de una segunda modernidad, como una modernidad que se ha vertido hacia sí misma, y en esa media habría cinco pilares básicos para el análisis de la condición humana: emancipación, individualidad, tiempo/espacio, trabajo, comunidad [10].

3.3. La posmodernidad como ruptura histórica La posmodernidad, considerada desde la visión histórica, tiene relación con la sociedad posindustrial sobre la base de las teorías de Bell [11], cuyo planteamiento fue incorporar el discurso del cambio desde un modelo sustentado en una economía de producción de mercancías a una de servicios, “no se trata de cualquier servicio, sino de servicios relacionados con ámbitos específicos: educación, investigación y gobierno”, estos sin duda “involucran un nuevo tipo de tecnología y una nueva intelectualidad” [12, p. 12]. Sobre el dilema de si se vive o no en una posmodernidad, este artículo asume, fundamentalmente, lo señalado por Díaz [5, pp. 16-20], que menciona que la modernidad se habría agotado a mediados del siglo XX y que se vive, efectivamente, una posmodernidad donde “los enclaves modernos que aún persisten serían como el brillo de una estrella apagada, cuyos reflejos seguimos viendo más allá de su extinción”. Esta postura, en todo caso, está cercana a lo que Bauman [10] definiría como “modernidad líquida”, por la movilidad y fragilidad social, que son pilares en la tarea de construir un nuevo orden basado en la metáfora de la fluidez que impone cambios radicales a la condición humana. Para Díaz [5, p. 16], la posmodernidad trata fundamentalmente de ahondar la crítica a la modernidad, aun cuando esta se encuentra “en las entrañas mismas ISSN 1316-4821

de la modernidad”. En la misma dirección, Giddens [13, p. 15] se refiere a que la humanidad se encuentra frente a una nueva era que trasciende la misma modernidad, entendida esta como “los modos de vida u organización social que surgieron en Europa desde alrededor del siglo XVII”; señala que este nuevo sistema social toma el nombre, de acuerdo con las diversas posiciones, como sociedad de la información o sociedad de consumo; y mira en la perspectiva de que el estado de las cosas ha llegado al cierre del ciclo humano, situación que ha vertido las nociones de posmodernidad, poscapitalismo, posindustrialismo, entre otras. Jameson [14] considera que la posmodernidad no sería sino una “lógica cultural del capitalismo tardío”, y que junto con la globalización configuran una realidad de doble cara. En suma, la posmodernidad es la manifestación cultural de los fenómenos globales en los que se insertan los temas económicos, comerciales y, especialmente, los informacionales; por ello considera que “el posmodernismo es poco más que una nueva etapa del modernismo” [14, p. 19]. Giddens [13] dice que es necesario volver la mirada sobre la naturaleza de la misma modernidad que no ha sido suficientemente comprendida en el ámbito de las ciencias sociales, y que en lugar de hablar de un período posmoderno nos encontraríamos con el advenimiento de una modernidad radicalizada, con una vertiente “posmoderna” pero distinta a la condición expresada por Lyotard [9], puesto que la historia de la humanidad estaría marcada por “discontinuidades” influenciadas por las teoría del evolucionismo social. La “condición posmoderna”, a la que se refiere Lyotard [9, p. 9], se centra en un análisis del saber en las sociedades denominadas como “desarrolladas” que incluye la “crisis de los relatos”, y que designa “el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX”.

3.4 La esfera institucional y neoinstitucional El institucionalismo se presenta como el continente abarcador de las normas de juego que rigen la sociedad en su conjunto, aquellas exigencias necesarias para la toma de decisiones en el contexto de las organizaciones, toda vez que es una categoría en movimiento. Es decir, las organizaciones se encuentran en procesos dinámicos de institucionalización, o no. Así, la visión de las teorías con tinte modernista se colocan en franca tensión con la incertidumbre de lo posmoderno organizacional. La suposición de que las organizaciones modernas buscan institucionalizarse en escenarios dinámicos hace

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que los discursos sobre lo moderno sean insuficientes. El institucionalismo, además de continente es contenido, registrado en un conjunto de reglas y procedimientos institucionalizados como normas básicas a las que deben sujetarse los miembros de la sociedad en su conjunto. Su objeto de estudio son las instituciones. Selznick [15] diferencia instituciones de organizaciones, conceptúa a estas últimas como la expresión estructural de la acción racional, como mecanismos diseñados para alcanzar objetivos específicos, como sistemas orgánicos adaptativos afectados por las características sociales y culturales de los actores, así como por una variedad de presiones impuestas por el ambiente y momento en el que interactúan [15, p. 67]. La teoría institucional requiere de elementos que configuren un discurso ampliado, por lo que se requiere de un análisis que contemple los discursos posmodernos. Así se incluye en lo posmoderno un escenario simbólico e imaginario de las organizaciones. En este sentido, componentes como los valores de la las organizaciones configuran estadios dinámicos no perceptibles por los discursos organizacionales tradicionales y fijos. El estudio de los valores ocupa un lugar protagónico en la teoría de las instituciones por cuanto permite identificar aquellos valores que lograron imponerse en un contexto determinado, y cómo se construyeron y posicionaron en la estructura de una organización y de qué manera, en ciertos casos, se debilitaron, se derribaron o se fortalecieron. Al adoptar un conjunto distintivo de valores, las organizaciones se convierten en estructuras con carácter, cuyos rasgos peculiares son el sustento de su identidad [16]. Identidad que da cuerpo a la organización, la hace sustentable, en suma, le convierte en institución. Bajo estos argumentos se define a la categoría institucionalización como “la emergencia de un modelo ordenado, estable, socialmente integrado alejado de actividades inestables, y libremente organizadas” [16, p. 238]. El tratamiento y análisis crítico de las teorías expuestas por Selznick [17] , Jepperson [18] y otros institucionalistas, con sus categorías de análisis, presentan una visión sociológica de las organizaciones, lo que a su vez permite el relacionamiento con los planteamientos de las miradas organizacionales desde la modernidad y la posmodernidad. Así, el mantenimiento de las organizaciones no es mero ejercicio de supervivencia, es la lucha por preservar ese conjunto de valores únicos a los que se ha referido Selznick [15, p. 72]. Para el estudio de la relación organización con el ambiente, el institucionalismo plantea tres teorías:

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la de la dependencia de recursos, que considera el punto de vista de las organizaciones; la ecológica, que analiza su diversidad; y, la teoría institucional que evalúa la igualdad en las organizaciones a partir de una perspectiva ambiental y del entorno cultural [19, 20]. Para Selznick, las “organizaciones se transforman en instituciones [es decir, se institucionalizan] cuando son infundidas de valores, cuando dejan de ser vistas como simples instrumentos, y pasan a ser fuentes de gratificación personal directa y vehículos de integridad de un grupo”, cuya infusión produce una identidad distinta para la organización [21, p. 19]. La institucionalización, es definida por Selznick [22] como el proceso mediante el cual las organizaciones desarrollan estructuras de carácter distintivo que imprimen “patrones de integración, socialmente ordenados y estables” [22, p. 21]. El alcance de esta definición rescata las categorías mencionadas, la identidad y los valores, como características particulares del paradigma institucional, y abre nuevos planteamientos para su análisis. Lima Bandeira [21, p. 25] define institucionalización como “el proceso mediante el cual las instituciones se construyen, con el fin de alcanzar un estado o propiedad deseada”. Para Scott [23], es un proceso de adaptación a valores que se infunden por interacción social. Debido a su vigencia y liderazgo en los sistemas y su incidencia en temas políticos y económicos, autores como Selznick [22] o Cruz Kronfly [24] han incorporado la esfera institucional a realidades de la vida académica mediante el estudio de los postulados (del hecho institucional) que plantean sus principales vertientes con enfoques desde la economía, la historia, la ciencia política y las relaciones internacionales. Lo señalado abre una vasta agenda de investigación que eleva al institucionalismo como nueva corriente contemporánea en las ciencias sociales, y por supuesto, atinente a la teoría organizacional, indispensable para la comprensión de las interacciones que se crean a partir de la institucionalización. La institucionalización conlleva procesos mediante los cuales la praxis social y las obligaciones llegan a adoptar el estatus de reglas que orientan el pensamiento y la acción tanto de personas como de instituciones. El “nuevo institucionalismo”, en contraste, sigue prestando especial atención a las instituciones sociales, políticas y económicas que rigen la vida cotidiana y que “se han expandido, se han vuelto considerablemente más complejas y cuentan con más recursos […] para la vida colectiva”, buscando explicación a los hechos en los objetivos, planes y decisiones tanto de individuos como de colectivos comprendidos dentro de conceptos como

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cultura empresarial, política empresarial o memoria organizativa, solo que en el nuevo institucionalismo estos conceptos son el objeto a explicar, no la causa explicativa [25, p. 734]. A partir de la efervescencia de las organizaciones, Lima Bandeira [21] coincide con otros institucionalistas como Selznick [22] o Schein [26], en que el estudio de las organizaciones se entiende mejor si son consideradas como múltiples racionalidades que se constituyen con fronteras permeables donde la falta de atención de los sistemas sociales en la organización puede subestimar la importancia de la cultura en los procesos y prácticas organizacionales, y como tal el institucionalismo viene a rescatar esos aspectos [21, p. 10]. El institucionalismo, desde su carácter de disciplina social, acude al rescate de estos aspectos, como sostiene Lima Bandeira [21]. Con Perrow [19], la teoría institucional toca tres puntos básicos para el análisis organizacional: las organizaciones vistas como entes con vida propia, los objetivos organizacionales de las entidades en su conjunto; y tres el contexto medioambiental organizacional. La génesis del nuevo institucionalismo, como procedimiento ontológico para la comprensión de la sociedad a partir de las instituciones, coincide con la publicación de John Meyer en 1977, referida a los efectos de la institución en la educación. Es que a partir de la división “viejo” y “nuevo” institucionalismo, han ido apareciendo tantos institucionalismos como disciplinas han habido en las ciencias sociales. Para el neoinstitucionalismo, en cualquiera de sus variantes, el marco institucional es un contrapeso importante frente a la dinámica de los cambios propuestos, cambios que serán protagonizados por los actores. No obstante, cada uno de sus aportes teóricos muestra presupuestos diferentes a cerca de la capacidad de acción de los actores y de la influencia de las instituciones en los resultados. Los postulados de Selznick dentro de la teoría institucional, introducen una visión de la organización, no solo inserta en un entorno, sino en una interacción efectiva con el medio ambiente, llena de símbolos y valores que deben tenerse en cuenta si la organización busca encontrar su legitimidad y supervivencia. Por su lado, la teoría neoinstitucional ha respondido a ciertas anomalías en la práctica organizacional. March y Olsen [25, p. 27] sostienen que “lo que observamos en el mundo es incongruente con la forma en que las teorías contemporáneas nos piden que hablemos”. Powell y DiMaggio [27] están de acuerdo que el institucionalismo, enfocado a la sociología, rechace esta orientación por cuanto los individuos no eligen ISSN 1316-4821

libremente entre instituciones establecidas per se, sino que se ven obligados a tal elección por cuanto les vienen impuestas, instituidas o sancionadas social y culturalmente (una persona no puede decidir divorciarse de manera diferente a la que ordena el registro civil, un jugador no puede cambiar las reglas del ajedrez, o un ciudadano optar por no pagar impuestos). Cuando el cambio organizacional ocurre, es probable que sea episódico y dramático, en vez de incremental, gradual y aceptado sin resistencia. El cambio ocurre en condiciones en las que los acuerdos sociales que han sostenido los regímenes institucionales repentinamente parecen problemáticos. En este tema, los economistas ofrecen explicaciones funcionales a las formas en que las instituciones representan soluciones eficientes a los problemas por ejemplo de gobernanza, “los sociólogos rechazan las explicaciones funcionales y se concentran, en cambio, en las formas en que las instituciones complican y constituyen las vías por las que se buscan las soluciones” [27, p. 47]. La teoría institucional viene a revelar el orden establecido en el que se desenvuelven algunas organizaciones perennes, donde los cambios, después de haber doblegado la resistencia, empiezan a hacerse visibles en los campos o ambientes en que actúan y que de pronto se ven afectados y ya no pueden evadir el proceso de cambio y mudanza [28]. En contrapunto, el neoinstitucionalismo allana los campos, ambientes o áreas que, además de ser cooptados por las organizaciones, las penetran. Esto se comprueba durante el proceso, donde lo que se institucionaliza son las reglas y formas organizacionales, no las organizaciones específicas, menos el engranaje social. Aquí la cooptación es fundamental, entendida como el proceso de “absorción de nuevos elementos en la determinación de […] la estructura de una organización, como un medio para tratar de evitar las amenazas a su estabilidad o existencia” [29, p. 10]. El nuevo institucionalismo se basa en la teoría de la acción práctica: “ese conjunto de principios orientadores de la reproducción continua y necesaria de la estructura social mediante agentes ‘conocedores’ de la vida diaria” y “la catalogación recíproca de sus acciones para confortar tipificaciones compartidas en la supervisión reflexiva de la conducta en la continuidad de la vida social diaria” [30, p. 44]. Para Selznick [22, p. 273], el nuevo institucionalismo ha contribuido con “una nueva visión e interesantes cambios de enfoque […] pero las continuidades subyacentes son fuertes porque tanto el ‘viejo’ y ‘nuevo’ reflejan una sensibilidad sociológica profundamente interiorizada”. El nuevo institucionalismo en lugar de alinearse con

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marcos de referencia esencialmente moral, declara que “la institucionalización es fundamentalmente un proceso cognoscitivo” a partir de explicaciones coherentes y legítimas [31, p. 25]. El neoinstitucionalismo hace hincapié en la homogeneidad de las organizaciones y la estabilidad de sus componentes. El viejo hace hincapié en la relación adaptativa de la organización con su ambiente, donde las formas cognoscitivas dominantes están constituidas por los valores, las normas y las actitudes; aquí los recién llegados a una institución pasaría por un periodo de socialización organizacional.

IV. CONCLUSIONES Es en el interjuego entre modernidad y posmodernidad en el que se insertan las nuevas miradas organizacionales. Y desde esta perspectiva se pueden abordar los fenómenos organizacionales de manera distinta a la ortodoxia moderna y hegemónica, y el abordaje del estudio de los discursos que se han vertido en torno a la organización. El centro de la dialéctica modernidad/posmodernidad radica, según varios autores, en comprender si la posmodernidad concebida como un ciclo en el tiempo representa algo realmente nuevo o es simplemente una extensión de la modernidad. Entonces, ¿existe realmente una posmodernidad? Si algo que se critica está en crisis, esto debe suplantarse y no seguir reflexionando bajo su sombra. Sin embargo, una ruptura total con la época anterior se torna difícil. Por otra parte, institucionalismo clásico considera a las organizaciones como un todo orgánico, el nuevo institucionalismo, en contraste, concibe a las organizaciones como grupos unidos por elementos estandarizados y flexibles; mientras la institucionalización antigua establece un carácter organizacional único, cristalizado mediante la preservación de las costumbres, para la institucionalización nueva los componentes estandarizados de la organización solo se vinculan débilmente y con frecuencia muestran una integración funcional mínima. En suma, analizadas tendencias sobre el institucionalismo, se nota la importancia del vínculo existente entre revolución cognoscitiva y la teoría sociológica, y este artículo propone optar por una teoría multidimensional en vez de una teoría unilateral cognoscitiva, por cuanto una teoría multidimensional de la organización, al complementar las corrientes racionalista y culturalista, ampliaría el universo del discurso en el paisaje de la teoría organizacional y, dentro de este contexto, las miradas en el marco de una dialéctica entre la modernidad y la posmodernidad.

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