Las momias de España

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Lunes, 3 de abril de 2017

Las momias de España
Por José Manuel Pedrosa
El espectáculo de la muerte y la contemplación de los restos de los muertos ha provocado, desde tiempo inmemorial, pasiones, emociones, expresiones de magia, de religiosidad, de superstición o de arte muy variopintas. Y también el florecimiento (es un decir) de tribus urbanas como la de los góticos; de fiestas como la cada año más globalizada de Halloween; y de modalidades de comercio y de turismo diseñadas de manera muy concreta para consumidores y voyeristas necrófilos. Largas colas de curiosos visitan cada día los templos católicos hechos a base de huesos de Évora, Faro, Hallstatt, Sedlec, Křtiny, Czermna, París, Milán, Niš o Lima. Aviones y autobuses cargados de viajeros ansiosos de encontrarse cara a cara (es otro decir) con las momias de Egipto, de Perú o de Guanajuato recorren cada día los mapas. Y países como México han hecho del culto a los muertos, y de la celebración de sus emblemas y representaciones, una de sus señas de identidad primordiales.
España no ha quedado al margen de tales rituales, y puede aportar a su elenco hitos muy singulares, desde las representaciones de vanitas pictóricas de los Siglos de Oro hasta los dulcísimos huesos de santo (o huesos de san Expedito, etc.) que son consumidos tradicionalmente en la festividad de Todos los Santos, pasando por las momias de los dos duques y de la duquesa de Frías que se conservan, desde los siglos xvi y xvii, en el convento de Santa Clara de Medina de Pomar, en Burgos; o por las del abad don Pedro Analso de Miranda (quien murió en 1731) y su padre el marqués de Valdecarzana, que se exhiben en la remota Colegiata de San Pedro de Teverga, en Asturias. En el pueblo zaragozano de Ateca está el llamado Paso de la Muerte, que es (dicen) un esqueleto humano engarzado con alambre que se exhibe o pasea en fechas litúrgicas señaladas, desde el año 1631. A las tres momias que hoy se guardan en un armario-vitrina en la iglesia de Santiago de Utrera les dedicaremos, por méritos propios, un rinconete aparte.
Lo cierto es que casi nadie sabe que hubo, en la España de tiempos pasados, todo un surtido de momias halladas, exhibidas, trasladadas, compradas, vendidas, extraviadas o arrojadas a basureros, que hubieran merecido mejor trato y más señal que la muy escasa que han dejado en nuestra historia. Fijémonos, para empezar a seguir sus pasos, en esta noticia que dio el periódico madrileño El Católico (Madrid) el 17 de mayo de 1853 (p. 7):

Dicen de Santander el día 8: «Según nos informó una persona de esta ciudad que pocos días ha regresó de Alar del Rey [Palencia], también se han encontrado en nuestro país a la excavación de la línea del ferro-carril de Isabel 2.ª y punto de Congosto, cuatro momias, una piedra con estas inscripciones: Filius (lo demás está borrado) VLXXXllI; y algunas monedas.
Según cuentan algunos ancianos, existió allí mismo la ciudad de Oliva en tiempo de los romanos; y no es de extrañar, atendida la longitud topográfica que estas antigüedades parece ocupan.
No sería malo se hiciese un examen de este descubrimiento».

Es un misterio el lugar al que irían a dar con sus huesos aquellas frágiles momias palentinas, puesto que monografías arqueológicas eruditísimas pero más modernas, que han corroborado la antigüedad de la ciudad desaparecida de Oliva, ni siquiera las mencionan.1 Indicio, seguramente, de que aquellos desdichados restos no estarían a la espera de ningún destino confortable, y de que no tardarían en volver, y bien deprisa, al polvo que casi eran.
Tampoco parece que a las momias andaluzas de las que se hacía eco El Clamor Público del 1 de marzo de 1850 (p. 3) les estuviese aguardando ningún refugio demasiado incitante:

Momias colosales. Escriben de Andalucía que haciendo una excavación en Sierra Morena, han sido halladas dos momias de una estatura tan colosal que han quedado admirados cuantos las han visto hasta ahora. Parece que la una de ellas pasa de seis pies, teniendo solo la otra algunas líneas menos. Los excavadores las han recogido y trasladado a la casa de uno de ellos; esperan, sin duda, las proposiciones de algún gabinete de medicina para pasar a su venta.

Incomprendidas momias españolas, que no tenían el pedrigí egipcio, ni la hoja de servicios londinense, ni el precio aristocrático de aquellas momias de las que dio noticia, aderezado con una buena dosis de humor negro, el diario La Dinastía del 13 de septiembre de 1901 (p. 3):

Tres jóvenes en venta. En una subasta recientemente celebrada en Londres se ha adjudicado a uno de los postores una bordadora por el precio de 500 francos. Otra señorita alcanzó la suma de 710 francos, y otra joven, más afortunada aún que sus compañeras, cambió de dueño mediante la suma de 920 francos. Conviene advertir que las tres desgraciadas muchachas objeto de tal acto mercantil eran tres momias, admirablemente conservadas, por cierto, y que, procedentes de la tierra de los Faraones, van ahora a servir de adorno en el palacio de un rico y caprichoso yanqui.

Tampoco creemos que las momias que fueron localizadas en el cuartel militar que antes había sido convento en Segovia lograran alcanzar una mínimamente digna reubicación. El Heraldo del 11 de junio de 1854 (p. 3) publicaba esta noticia que solo puede dar pábulo a pesimismos:

Hallazgo de momias. Escriben de Segovia: «Al ir a tapar dos agujeros que había en el sitio destinado a picadero en el convento de San Diego, que hoy ocupa el regimiento del Rey, los soldados advirtieron que comunicaban con un subterráneo; movidos de la curiosidad entraron en él, y encontraron dos momias perfectamente conservadas, de hombre la una y de mujer la otra, vestido aquel en traje de chambergo y ropilla de gro negro con flecos de seda en los hombros, vueltas en las mangas, y bordada sobre el pecho la cruz de Santiago, calzón negro de punto, calzoncillos negros debajo y una espuela dorada en el pie derecho, todo en el mejor estado.
En una sala encima del subterráneo se encontraron otras cuatro que pueden inferirse fuesen de la misma familia, por llevar una de ellas el hábito de Santiago y las otras tres cruces de esta orden. Luego que el coronel del regimiento citado tuvo noticia de este hecho, dio parte a la autoridad eclesiástica para que se diese sepultura a dichas momias; pero no habiéndose verificado, no sabemos por culpa de quién, han sido extraídas, según se cree, por un boquete abierto ex profeso en la iglesia del convento no comprendida en el cuartel del regimiento del Rey.
Ignoramos si sobre este hecho se tomará alguna determinación, y también a qué familia pertenecerían esos ilustres restos».

Momias que, sobre lo que ya tenían, acabaron padeciendo el desahucio y quién sabe si la infamia del estercolero. Provoca escalofríos leer noticias como estas, que son solo la punta del iceberg del catálogo de la destrucción del patrimonio histórico y cultural que tantas pérdidas ha causado, y a lo largo de tantos siglos. ¿Habrá algún día un elenco o mapa de las momias que han sido halladas, zarandeadas y perdidas en España? Si algún día lo alcanzamos, no dejará de tener grandes huecos, pues de su gran mayoría no quedó ni polvo, ni recuerdo, ni epitafio, ni esquela en la prensa.


(1) Véanse Fidel Fita, «El monte Cildad y la ciudad de Oliva. Bula de Honorio III ilustrada con documentos inéditos», Boletín de la Real Academia de la Historia, 18 (1891), pp. 441-458; y, sobre todo, José María Gamarra Caballero, «El alto valle del Pisuerga en época romana», Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, 59 (1988), pp. 241-296. volver


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