Las lesbianas no somos mujeres ¿o sí?

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Descripción

Las lesbianas no somos mujeres1 (¿o sí?)

Nadia Rosso2

¿O sí? ¿Usted es mujer? ¿usted es una quimera, un unicornio, un dragón? ¿Qué es ser mujer? Quizá todas las presentes tendrán una respuesta en la punta de los labios. Los feminismos han intentado construir respuestas a esta pregunta desde que existen. El problema para definirlo ha sido siempre el mismo: la construcción del ser mujer es a partir de la construcción del ser hombre. Como cualquier otra otredad construida a partir de un centro, las contradicciones y obstáculos para la construcción de una identidad asignada e impuesta son varios. Si en algo nos hemos puesto de acuerdo –en cierta medida- los feminismos, es que ser mujer definitivamente no es una condición biológica. Dicho de modo más llano, no depende ni de genitales, ni de hormonas. ¿Y entonces? Es una contrucción social, gritaban las locas feministas ante unos oídos sangrantes y cabezas explotadas de una sociedad poco acostumbrada a cuestionar discursos naturalizados. Que las mujeres son inferiores por naturaleza, nos dijo por siglos la respetable ciencia

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Ponencia presentada para el II Coloquio de Letras Diversas de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, marzo de 2016. 2 Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, maestra en Antropología Social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, DF.

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médica. Que las mujeres tienen un cerebro diferente a los hombres, nos dijo por siglos la respetable neurología. Que las mujeres tienen incapacidades racionales derivadas de su útero, nos dijo por años la respetable ciencia psiquiátrica. Pues bien, si se puede decir que una mujer es más que otra, o que en algún momento ya se hizo mujer, es claro que no se trata de una condición de nacimiento. Lo que pasa en nuestro nacimiento es que nos asignan un género. Es decir, nacemos y lx médicx nos mira los genitales y dice: ¡Felicidades! Es niña. En esa declaración se imprime con tinta que se pretende indeleble, todo nuestro destino. Que usaremos mameluco rosa, que nos tratarán con más delicadeza, que no nos enseñarán a pelear ni a jugar fútbol, que no insistirán en que seamos buenas en matemáticas pero sí en que seamos excelentes bailarinas. Que no nos dirán campeonas, pero sí princesas, que nos vestirán con ropa que nos dificulte trepar en los árboles sin que otros nos digan ¡se te ven los calzones! Y sepamos de inmediato que debemos cuidar que no se nos vean, por siempre. También nos dirán desde antes de que entendamos qué significa, que nos gusta un niño, que tendremos un novio. Que nos preguntarán hasta que sucumbamos, con una respuesta falsa que de tanto repetirla se convertirá en verdadera, diciendo que nos gusta un fulano. Que aprenderemos a avergonzarnos de nuestro cuerpo, a que no podemos tocar ciertas partes y a que, no sabemos por qué, debemos cuidarnos de no salir solas de noche. Que aprendamos, con dolor y humillación, que los tipos tienen derecho a evaluar nuestro cuerpo y que debemos escuchar su opinión sobre nosotras, que somos objetos sexuales que andan caminando por la calle para ser cazadas por ellos. Que somos nosotras las que debemos cuidarnos, porque ellos siempre van a agredir. Que debemos bajar la mirada si nos ven lascivamente, callar si nos tocan sin nuestro consentimiento, avergonzarnos si nos gritan insultos en la calle. Que debemos vivir y existir para gustarle a los hombres, que nuestra meta es encontrar a uno bueno que quiera casarse o juntarse con nosotras. Que seremos mujeres completamente hasta que seamos madres. 2

Este camino es marcado social y culturalmente para las mujeres. Nadie nace mujer: llegamos a serlo. Esto quiere decir que no nos lo enseña sólo nuestra madre con su comportamiento y correcciones explícitas de cómo habla, se sienta y se comporta una señorita. También nuestro padre, hermano, tío y abuelo en la forma en que nos trataban, que era diferente a los hombres. También nuestra maestra en la escuela y nuestras amigas. También la televisión. También las canciones que nos indican que se sufre y muere por amor a un hombre. También las leyes. También la forma en que desconocidos nos tratan y tratan a otras. Esto es un sistema que está en todos lados, siempre. Pues bien, entonces, ser mujer es algo que aprendemos desde que nacemos. Se basa, sí, en un diagnóstico médico, pero se constituye por todo lo que deriva de ese diagnóstico. Y como diría la teoría lesbofeminista, ese diagnóstico no tendría sentido alguno si no sirviera a algo en el sistema: en este caso, diagnosticar -y así construir- dos géneros, asignarles papeles rígidos y subordinar uno al otro, sirve para sustentar el poder -sobre todo económico, pero no únicamente-. ¿Cómo? Pues enajenando los cuerpos de las mujeres en tanto reproductoras de mano de obra. Enajenando los cuerpos de las mujeres en tanto satisfactoras de los hombres. En tanto servidoras, esclavas de éstos. El trabajo no remunerado de las mujeres, sabemos, sirve para que los hombres -sobre todo los más precarizados, pero no únicamente- trabajen jornadas explotadoras en el sistema capitalista y puedan tener sueldos miserables. Actualmente y desde hace varias décadas, además del trabajo no remunerado “en el hogar”, el trabajo mal remunerado y precarizado de las mujeres sigue sustentando un sistema económico que sólo puede sostenerse mediante la explotación. Y entonces ¿cuáles elementos culturales constituyen, de manera más central, a una mujer? La maternidad, claro. Una mujer llega a la total realización mujeril (y eso significa, a su realización como persona, cuando es madre). Seguramente lo han escuchado múltiples veces. Bajo este supuesto, todas 3

las mujeres deben ser madres. Pero antes de la maternidad ¿qué hay? El matrimonio, claro. Porque ésta es la única forma válida de ejercer y vivir la maternidad. Toda mujer debe aspirar al matrimonio. Pero ¿antes del matrimonio? La pareja, heterosexual, claro. La heterosexualidad: toda mujer debe ser heterosexual. Ser heterosexual implica, a su vez, como decía Marcela Lagarde, ser para los otros. Para los hombres. Ser atractiva para ellos, ser agradable para ellos, ser femenina, para ellos… ser para ellos, siempre para ellos. Esto nos devuelve al punto inicial: la identidad femenina es construida a partir de las necesidades y deseos de los otros. Para constituirnos como mujeres debemos cumplir de buena gana dichos mandatos que giran en torno, siempre, a dar servicios no remunerados y vitalicios a los hombres ¿qué servicios? Servicios de reproducción de seres humanos/mano de obra (mandato regulado mediante la penalización del aborto y la restricción de los métodos anticonceptivos, lo cual evita que las mujeres decidan sobre su maternidad); servicios sexuales no remunerados (que se develan en la presencia del “débito conyugal” así como la obligatoriedad del coito heterosexual mitificado como la única forma de ejercer la sexualidad); servicios de trabajo doméstico no remunerados (todas las mujeres, trabajen fuera del hogar o no, son las depositarias de las obligaciones del trabajo doméstico, y sin paga); servicios de cuidado y afectivos (son las mujeres siempre quienes cuidan a lxs hijxs, así como –por amor- cuidan a personas enfermas y ancianas en las familias). Esta forma de organización social incuestionada, se deriva de la historia de la familia patriarcal. La construcción de la mujer está ligada intrínsecamente a la heterosexualidad. Y esa heterosexualidad está ligada intrínsecamente a la construcción del núcleo familiar como núcleo del sistema económico capitalista, como decía Engels:

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Con la familia patriarcal y la familia individual la mujer se convirtió en una primera criada, alejada de la participación en la producción social [y, como consecuencia] la familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica confesada o disimulada de la mujer3.

Dicho de otro modo: no es que la familia existiera como un orden natural, sino que la organización del sistema político-económico crea a la familia nuclear heterosexual como una forma de asegurarse de que el sistema funcione como funciona. En realidad es esta organización social familiar en torno al matrimonio heterosexual monógamo es lo que determina las vivencias y los sentires, interiorizados e incuestionados, sobre la pareja, el amor, la familia y los lazos de parentesco. En este sentido, naturalizar la familia, el matrimonio y el amor –con todo lo que vinculamos con éste-, evita que se cuestione el orden establecido. En lo que concierne específicamente al matrimonio, Levi-Strauss sostiene que: […] la relación global que constituye el matrimonio no queda establecida entre un hombre y una mujer, cada uno de ellos dando o recibiendo alguna cosa a cambio, sino entre dos grupos de hombres: la mujer queda comprendida entre los objetos de intercambio”4.

Como se ve, el matrimonio heterosexual es una institución creada desde un sistema económico que buscaba asegurar la transmisión de propiedades y además necesitaba de la esclavitud de las mujeres, entendidas como clase social, tanto para reproducir la mano de obra como para que los hombres pudiesen trabajar largas jornadas y contribuir al sistema económico. La subordinación y explotación de las mujeres en este contexto es evidente, pero la forma más útil de perpetuarla ha sido, por un lado, la naturalización de la heterosexualidad, y por otro, su romantización, en palabras de Leonor Silvestri “poetizando aquello que es una imposición”, mostrándola como deseable para las mujeres. Dicho de otro modo: el sistema hace que deseemos e incluso defendamos nuestra propia esclavitud, de modo que seamos engranes perfectos para que el sistema siga existiendo. Pero, como en todo, los sistemas tienen fugas, y no todas las mujeres aprendimos al pie de la letra nuestra función social y de hecho muchas se han negado rotundamente a cumplirla. Una vez

Engels, F., L’origine de la famille, de la propriété privée et de l’etat, 1884, Hottingen-Zürich, pp. 72-73, citado en: Michel, Andreé, Sociología de la familia y del matrimonio, Ediciones Península, 1974, Barcelona, p. 78. 3

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Michel, Andreé, Sociología de la familia y del matrimonio, ediciones península, 1974, Barcelona, p. 46.

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revisadas a grandes rasgos estas características constitutivas de la heterosexualidad obligatoria5, como la llama Adriane Rich, comprendemos las dimensiones políticas de la lesbiandad –que no la homosexualidad entendida como una orientación sexual únicamente-. En palabras de Yan María Yaoyólotl Castro: Cuando las mujeres aceptamos y vivimos nuestro lesbianismo, lo que estamos haciendo es rebelarnos o negarnos a aceptar las imposiciones del Estado, imposiciones que se establecen a través de sus Instituciones de Estado, la familia, la escuela, la religión, medios de información, la cultura, etc.6

Ahora bien, la lesbiandad implica una rebeldía a la asignación sociocultural del ser mujer que, como ya dijimos, se relaciona con ser-para-los hombres, es decir, ser heterosexual. Esa rebeldía no se reduce, pues, a acostarse con mujeres, sino a quebrar con la hetrosexualidad en todas sus implicaciones: asociarnos con mujeres, formar redes afectivas, negarnos a concebir otras mujeres como rivales, y también, claro está, negarnos a asumir la ilusoria dependencia psico-emocionalsexual-económica hacia los hombres, así como el mandato de servirles de forma gratuita y vitalicia. Si las lesbianas no cumplimos con los mandatos asignados a las mujeres y no damos servicios gratuitos vitalicios a los hombres, institucionalizados mediante la heterosexualidad, entonces ¿por qué seríamos mujeres, si no le servimos al sistema económico heterosexual?. El sistema tiene también mecanismos para castigar a quienes no le sirven, en este caso: la lesbofobia. Esa violencia desplegada contra las lesbianas en todos los espacios, desde la invisibilización –que nos ha borrado de la historia y nos sigue borrando del presente, ahora con discursos posmodernos cuir donde ser lesbiana se muestra como arcaico y es mejor englobarnos en un arcoíris gay o más progre y colonialmente, cuir. Pero la lesbiandad como postura política es consciente de esta resistencia al sistema patriarcal heterosexual y se vive desde ahí: lesbianas que niegan al coito obligatorio, a dar servicios no remunerados a los hombres, a ser esposas y madres: a la heterosexualidad obligatoria. El lesbianismo, ejercido de esta manera es una resistencia política que se vive desde lo más íntimo, desde la Rich, Adrienne, “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, en: Revista d'Estudis Feministes, núm. 10, Barcelona, 1996, pp. 17. 6 Castro G., Yan María y Alma Oceguera R., El lesbianismo como una cuestión política, Primer encuentro de lesbianas feministas latinoamericanas y caribeñas, México, 1987, p.5. 5

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sexualidad, desde los afectos, desde las relaciones, desde la emancipación del propio cuerpo, pero también del amor, ya no volcado en los opresores. En este sentido, la diferencia entre homosexualidad y lesbianismo, como apuntan los documentos del FHAR, es que: […] la existencia lesbiana “niega ciertas relaciones ideológicas y sociales constitutivas del patriarcado: 1. nosotras, las lesbianas, no nos definimos en función del hombre, sino de las demás mujeres 2. El “nosotras” que creamos en el amor forma parte de nuestra conciencia colectiva de mujeres y no está en contradicción con nuestro porvenir como el “nosotros” de la pareja heterosexual. 3. al rechazar el matrimonio y buscar relaciones privilegiadas entre mujeres, negamos el aislamiento y la rivalidad que sufren las mujeres heterosexuales7. La heterosexualidad, entonces es una institución política, económica y jurídica para la regulación social. Principalmente por sus función en el sistema económico, la heterosexualidad es también en la legitimación más arrasadora de la opresión femenina, incluso más allá de lo evidente como el ser un objeto de intercambio entre hombres, como ya hemos revisado: los servicios no remunerados de reproducción, trabajo doméstico, de cuidado y sexuales. Como en el caso de cualquier discurso hegemónico que sustenta el poder, la heterosexualidad se posiciona como intocable, incuestionable. Por eso las feministas pueden cuestionar que no somos naturalmente sumisas, instinto maternal, pero no el deseo. Ahí sí, hasta las feministas, no cuestionan que la heterosexualidad sea natural. Naturalizar un discurso que sustenta el poder no es un mecanismo nuevo: se ha hecho con el patriarcado –mujeres débiles- el racismo –afros inferiores- etc. El discurso heterosexual, erigido como incuestionable, permite que se siga conservándose el sustento de las sociedades capitalistas modernas: el trabajo no remunerado de las mujeres y su obligación para la reproducción humana; es decir, la heterosexualidad obligatoria.

Así pues, cuando Monique Wittig declaraba ante un atónito público en una de sus ponecias, que las lesbianas no somos mujeres, estaba dando en el clavo a la disidencia política de las lesbianas ante el heteropatriarcado. Sin embargo, dejó de lado un elemento importante: el género no es una decisión 7

Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, Documentos contra la normalidad, Bosch, Barcelona, 1979, p. 118.

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voluntaria, sino una imposición social, de modo que aunque renunciemos a prácticamente todos los mandatos del ser mujer, se nos sigue leyendo como tales, como objetos a disposición de los hombres. Porque los cuerpos importan, sí. Sus compañeras materialistas matizaron esta declaración diciendo que, aunque las lesbianas nos fugamos del sistema abandonando esos mandatos que nos constituyen como mujeres, también hay una apropiación colectiva de las mujeres, principalmente por ser leídas como tales corporalmente y bajo esa lectura se nos asigna un lugar social. Aunque seamos lesbianas, se legisla sobre nuestros cuerpos, somos mano de obra barata, se nos violenta en las calles, se nos puede violar y matar impunemente. Seguimos siendo leídas como mujeres a nivel colectivo, seguimos cumpliendo esas funciones porque el Estado sigue regulando y perpetuando la dicotomía genérica desde las leyes y nos asigna un género al nacer que marca el lugar que hemos de ocupar en esta sociedad. Entonces, las lesbianas ¿somos o no somos mujeres? Aquí entra el tema de la identidad y su no esencialismo, su complejidad. Cuando salgo a la calle con la cabeza rapada, tengo una chamarra floja y pantalones holgados, estoy sentada en un asiento del metro y alguien me dice “joven”, quizá en ese momento no soy mujer. No me leen como tal. Quizá si después me escuchan hablar y me dicen “disculpe, señorita, no sabía…” vuelvo a ser mujer. Y no tanto, porque no cumplo el mandato de feminidad. Cuando no me acosan tres veces al día, como a mi hermana que lleva cabello largo y su feminidad bien trabajada, soy menos mujer. Cuando nunca le he dado servicios sexuales a ningún hombre ni tendré hijes, no soy nada mujer. Cuando voy por la calle en la noche y temo pasar junto a un grupo de machos, soy dolorosamente mujer. Cuando quiero obtener un trabajo y me pagan menos que a un hombre, vuelvo a ser mujer. Cuando salgo a la calle sola y camino sonriente, quizá soy menos lesbiana que cuando me beso con otra mujer y los insultos y agresiones caen sobre nosotras. A veces no soy lesbiana, cuando un macho quiere invitarme una cerveza y piensa que me 8

acostaré con él. A veces soy totalmente lesbiana, cuando me leen en las redes y me desean que me violen para que se me quite lo lesbiana. No estoy conforme con el género que me asignaron porque es una imposición violenta que limita mi actuar en el mundo, pero eso no significa que quiera ser hombre. Porque ser lesbiana escapa de esa absurda dicotomía en la que si no se es mujer, entonces se es hombre. Pero aún así, el género me lo embarran en la piel todos los días, me lo inyectan, tengo que vomitarlo todo el tiempo para vaciarme de él. Pero me lo embarran todos los días, apesto a él y no me puedo quitar sólo por voluntad propia. Porque hay un sistema complejo que opera basándose en ello y que me regresa constantemente a ese lugar donde no quiero estar. Políticamente, en cambio, me posiciono de una manera, que no es sólo una identidad, sino mi postura política desde la cual denuncio un sistema opresivo. Políticamente decido irme arrancando el género que me impusieron, decido luchar contra reproducir esquemas misóginos, decido no darle ningún servicio no remunerado a un hombre. Pero políticamente también me niego a borrar la categoría mujer en tanto siga siendo una categoría que se reproduce en nuestros cuerpos para hacernos engranes funcionales al sistema. Por estrategia política, no renegaré de la categoría subordinada mientras siga existiendo de facto porque, además, siempre ha sido invisibilizada por el sistema como propio mecanismo para ocultar su subordinación. Decido romper con el ser-paraotros y ser para mí, aliarme con mis pares y repartirnos placeres y alegrías, sacudirnos de las violencias que se nos quieren encarnar. No me parece relevante construirme políticamente basándome en con quién me acuesto, o cómo me visto, pero sí basándome en cuál es mi postura ante las opresiones que veo y vivo diariamente. Y precisamente, en este continuum lésbico -que no es identidad de género, ni orientación sexual, ni militancia en un partido político- están las posibilidades de desobediencia a los mandatos 9

heteropatriarcales de heterosexualidad. Las identidades que se basan sólo en corporalidades no me interesan, las identidades hegemónicas que me quieren imponer no me interesan, las categorías coloniales que no tienen sentido en mi contexto no me interesan. Para mí, una identidad política que cuestione la raíz de los sistemas de opresión, incluida la heterosexualidad como el sustento del patriarcado y del capitalismo, es la única que puede transformar mis condiciones de vida. Convivimos con la identidad que nos impusieron y que nos formó y educó desde que nacimos, y con la identidad política que elegimos para escaparnos de esa imposición, por ello, es una identidad inacabada, siempre en construcción, siempre encaminada a escapar de unas cadenas que quieren sujetarnos.

Bilbiolgrafía Castro G., Yan María y Alma Oceguera R., 1987, El lesbianismo como una cuestión política, Primer encuentro de lesbianas feministas latinoamericanas y caribeñas, México. Engels, F., 1974, L’origine de la famille, de la propriété privée et de l’etat, 1884, Hottingen-Zürich, pp. 7273, citado en: Michel, Andreé, Sociología de la familia y del matrimonio, Ediciones Península, Barcelona. Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, 1979, Documentos contra la normalidad, Bosch, Barcelona. Michel, Andreé, 1974, Sociología de la familia y del matrimonio, Ediciones península, Barcelona. Rich, Adrienne, 1996, “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, en: Revista d'Estudis Feministes, núm. 10, Barcelona, pp. 15-42.

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