Las ‘invenciones y letras’ de Luis de Torres, poeta giennense del \'Cancionero general\'

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Descripción

Los reinos peninsulares en el siglo XV. De lo vivido a lo narrado. Encuentro de investigadores

En recuerdo a Enrique Toral Peñaranda y Manuel Urbano Pérez Ortega Andújar 20 y 21 de marzo de 2015 Dirección: Cristina Moya García Universidad de Sevilla

Secretaría: M. Ángeles Expósito López Ayuntamiento de Andújar Organiza: Asociación Cultural Enrique Toral y Pilar Soler Excmo. Ayuntamiento de Andújar Colabora: Academia Andaluza de la Historia

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Los reinos peninsulares en el siglo XV. De lo vivido a lo narrado. Encuentro de investigadores

En homenaje a Michel García Al cuidado de Francisco Toro Ceballos

andújar

Ayuntamiento Asociación Cultural Enrique Toral y Pilar Soler ∙ MMXV ∙ 5

© Asociación Cultural Enrique Toral y Pilar Soler © Ayuntamiento de Andújar © Autores de los artículos Pedidos: Ayuntamiento de Andújar I.S.B.N. 978-84-89014-74-9 D.L. J-215-2015 Impresión: Tres Impresores Sur, S.L. 953 58 43 94

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Nuestro agradecimiento a Nieves Párraga Bravo, viuda de Manuel Urbano, por su generosidad.

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Tabla Michel García, un medievalista en tierras de Jaén Cristina Moya García

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Viajes españoles del siglo XV José María Bellido Morillas

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La imagen de Alfonso X en torno a finales del XV. La visión de Diego Rodríguez de Almela Elena Caetano Álvarez

35

Beatriz Pacheco, Alhama y el duque de Medina Sidonia Juan Luis Carriazo Rubio

43

La Andújar de Pedro de Escavias Juan Vicente Córcoles de la Vega

53

Aproximación al estudio de la obra sentimental a través de Cárcel de amor de Diego San Pedro Zouaoui Chuocha

61

La hermosura jaenera en la literatura árabe Abdelkhalek Derrar

67

El Condestable Miguel Lucas en Andújar (1470) Michel García

75

La comicidad híbrida de las Coplas de la Panadera Miguel García-Bermejo Giner

87

El tratado de la adivinanza de Lope de Barrientos en el contexto europeo Folke Gernert

101

Disputas territoriales entre el concejo de Jaén y la Orden de Calatrava en el siglo XV. Un problema enquistado José Carlos Gutiérrez Pérez

111

Andújar en el siglo XV. Una aproximación Enrique Gómez Martínez

119

Pérfidos malhechores y leales capitanes: la piratería y el corsarismo en el guerra naval castellana de finales del s. XV a través de los cronistas Jesús Hernández Sande

129

Las primeras inquisiciones en Guadalupe Manuel Herrera Vázquez

137

El rescate de cautivos según la ley dada por Enrique IV en las Cortes de Toledo de 1463 Carmen Juan Lovera – María Teresa Murcia Cano 159 9

Un clérigo sepulvedano escritor, Clemente Sánchez: estado de la cuestión Antonio Linage Conde

163

¿San Miguel o San Lucas? La primacía de devociones por intereses políticos en el Jaén del siglo XV Pablo Jesús Lorite Cruz 177 Lucha en la frontera jiennense durante el siglo XV: Aspectos técnicos en la crónica del Condestable Miguel Lucas Manuel Ángel Martín Vera 191 Aproximación al XV alcalaíno Domingo Murcia Rosales

199

El Reino de Granada (1492-1500): De una coexistencia difícil a la más feroz de las confrontaciones bélicas Lorenzo Luis Padilla Mellado 209 Sanlúcar de Barrameda en la encrucijada. Notas sobre los siglos XIV y XV Manuel J. Parodi Álvarez - Jesús Rodríguez Mellado

221

Dos familias, dos tendencias narrativas: visiones del poder nazarí a través de los textos sobre Abencerrajes y Nayares del siglo XV Antonio Peláez Rovira

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Las invenciones y letras de Luis de Torres, poeta giennense del Cancionero General Óscar Perea Rodríguez

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La Quinta Angustia o Piedad en el entorno isabelino como reflejo de una nueva religiosidad. Fuentes literarias e iconográficas Cristina Pérez Pérez

255

El Arcedianato de Andújar José Rodríguez Molina

265

La hora de contar cuentos. Cuando el tiempo pasa en la obra de arte Irene Romo Poderós

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Alcalá la Real, siglo XV, en la novela histórica Ricardo San Martín Vadillo

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Las monjas de Jesús María de Andújar. Primer convento femenino de San Francisco de Paula Cristina Segura Graiño

287

La iglesia del Convento de Santa Cruz, panteón de los Marqueses de Moya (Carboneras de Guadazaón, Cuenca) Consuelo Vara Izquierdo – José Martínez Peñarroya

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El relato cronístico en la reconstrucción de las relaciones lusocastellanas en el siglo XV: posibilidades, problemáticas y límites de la fuente narrativa Néstor Vigil Montes

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Las invenciones y letras de Luis de Torres, poeta giennense del Cancionero general1 Óscar Perea Rodríguez Lancaster University

En el bien conocido Romance de Durandarte (ID 0882, 11CG-465 fol. 137r: “Durandarte, Durandarte”)2, una de las más famosas y bien estudiadas piezas de nuestro romancero medieval (Dumanoir), su anónimo autor se atrevió a poner una amarga queja en boca de la dama declamante de los versos. Antes servida y amada mas ahora despechada, nuestra quejumbrosa dueña reclama una urgente aclaración a su antiguo enamorado. La tensión narrativa se establece en los motivos que llevaron a Durandarte a aparentar que no conocía a la dama en el momento en que ambos se reencontraron: Durandarte, Durandarte, buen cavallero provado, yo te ruego que hablemos en aquel tiempo passado, y dime si se te acuerda quando fuste enamorado, quando en galas y envinciones publicavas tu cuidado, quando venciste a los moros en campo por mí aplazado. Agora, desconoscido, di, ¿por qué me has olvidado? (11CG f. 137r) Durandarte se defenderá de esta acusación de olvidadizo motejando a la dama de infiel, pues durante su ausencia ella se enamoró de Gaiferos, otro de los famosos caballeros del ciclo carolingio de romances (Armistead 133-134). No le den más vueltas, caros lectores: por mucho que el texto tenga más de quinientos años, estamos ni más ni menos que ante una discusión de pareja. Así pues, por mucho barniz de la lírica amorosa medieval con que esté edulcorada, no entraremos más en ella, ni mucho menos a solventar cuál de los dos contendientes tiene razón, cosa ésta imposible de determinar para nadie, ni siquiera para los propios implicados, como es notorio a cualquiera que haya pasado por similar trance. 1 Este trabajo forma parte del proyecto de investigación Identidades, contactos, afinidades: la espiritualidad en la península ibérica (siglos XII-XV), financiado por la DIGICYT (HAR2013-45199-R) y dirigido por la Dra. Isabel Beceiro Pita (CCHS-CSIC). 2 Como es preceptivo, para la localización de fuentes y de poemas utilizo el sistema de ID diseñado por Dutton (1990-91). Las composiciones cancioneriles citadas aparecerán según el orden definido por Tato y Perea Rodríguez 93-94.

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Para nuestro propósito en estas líneas, que no es otro sino homenajear a Michel García, gran maestro de todos cuantos nos dedicamos al medievalismo hispánico, observemos con detalle una parte del discurso de la dama, en concreto aquella en que le recuerda a su antiguo amante que, en el tiempo en que estaba enamorado de ella, el caballero “publicava su cuidado en galas y envinciones”. Es decir, Durandarte alardeaba de su amor y de su sacrificio por la dama en las conocidas celebraciones cortesanas medievales, las galas, utilizando lo que en aquella época se llamaban invenciones. Aunque las definiremos con mayor precisión más adelante, establezcamos desde ya una primera característica esencial: su absoluta ligazón con el universo de fiestas amorosas, de galanteo cortesano, componente a su vez básico de la propagación de la poesía cancioneril (Botta 13). De esta importancia cardinal nos da buena prueba quien quizá fuera el poeta medieval por antonomasia: Jorge Manrique, uno de los más representativos autores de lírica cancioneril en su vertiente amorosa. Para su desgracia, el también poeta y crítico literario Pedro Salinas descalificó las estrofitas con las que don Jorge quiso participar en estos juegos de ingenio áulico, pues eran, a su parecer, “fútiles y vanas” (Salinas 84), sobre todo en comparación a las sobrecogedoras Coplas a la muerte de su padre, el maestre Rodrigo Manrique. Sin embargo, incluso en aquellas, a la vez que Manrique comienza a manejar a la perfección el tan querido tópico medieval del Ubi sunt? para certificar el fin de una época, el tan temido por la crítica literaria fantasma de las invenciones y letras vuelve a aparecer. Así, mientras nuestro poeta se preguntaba a sí mismo, a modo de amarga lamentación, dónde habían ido a parar todas aquellas cosas agradables vividas, todo aquello que con la muerte desaparece (Salinas 169-171), don Jorge volvía a destacar como elemento caracterizador de la época medieval en que vivió a aquellas mismas invenciones que servían a los galanes para publicar su amor, como veíamos en el Romance de Durandarte. Semejante lectura es la que puede extraerse, sin duda, de la sobradamente conocida estrofa XVI de las Coplas manriqueñas: ¿Qué se hizo el rey don Juan?; los Infantes de Aragón, ¿qué se hizieron?; ¿qué fue de tanto galán?, ¿qué fue de tanta invención como traxieron? Las justas y los torneos, paramentos, bordaduras y cimeras ¿fueron sino devaneos?; ¿qué fueron sino verduras de las heras? (Manrique 226). En realidad, en el análisis de Salinas sobre la poesía menor de Manrique continuaban confluyendo el descrédito literario y la repugnancia estética que durante siglos acompañaron a estos poemitas. Es curioso que además estas críticas surgieran casi de forma contemporánea al apogeo de este subgénero literario. Por ejemplo, el protonotario Luis de Lucena, en su Diálogo de vita beata, compuesto hacia 1463 y convertido en verdadero corolario de las costumbres castellanas del siglo XV (Conde López 12), ya 242

Óscar Perea Rodríguez

puso en boca del sabio ateniense Solón una frase que parece desacreditar estos pequeños poemas: “los palancianos del tiempo loan el motejar y el gramatejar desloan; aquello corona y esto les es vituperio” (Paz y Melia 199). Dos siglos más tarde aproximadamente, el doctor Diego de Villegas, procurador inquisitorial, decía respecto a la poesía medieval que “en nuestras coplas de amores se han dicho muchas agudezas y también muchas liviandades e impertinencias” (Castellanos de Losada 20). Finalmente, eruditos de la talla de Menéndez y Pelayo o Menéndez Pidal recogieron este testigo y, a la postre, contribuyeron de manera profunda a las críticas exacerdabas recibidas por las invenciones y letras de justadores. El santanderino las consideró no solo obra de “versificadores débiles y amanerados”, sino también “triviales e insulsas galanterías [...]; fárrago de versos, muchas veces medianías [...]; agudezas de sarao palaciego [...] más bien un entretenimiento de sociedad que un género poético” (Menéndez y Pelayo 3: 127; 3: 210-211). Por su parte, el coruñés no se quedó atrás, calificando a todo el Cancionero general de “balumba de versos insignificantes” (recogido por Gerli 27), entre otras cosas por la presencia de estos breves poemas denominados invenciones. ¿Qué tiene, pues, esta modalidad literaria que tanto molestaba y por qué ha sido tan incomprendida siempre por los críticos e historiadores de la literatura? En principio, el concepto de invención se corresponde en términos verbales con el de mote, es decir, una frase corta, más o menos ingeniosa, en la que la ambigüedad de los vocablos y el contexto en que se dice pretende explicar de forma concisa una idea muchísimo más amplia (De Nigris 285). Los motes están muy de cerca emparentados con los lemas heráldicos, que tanta importancia tendrían en la sociedad tardomedieval y, principalmente, a lo largo de toda la Edad Moderna (Ledda 34). Uno de los ejemplos más ilustrativos de esta realidad es el famoso mote del Marqués de Santillana, Dios e vos, que Íñigo López de Mendoza usaba como divisa caballeresca (Santillana 61). Mediante esta clarísima, y posteriormente denostada y prohibida hipérbole sagrada (Lida de Malkiel), Santillana daba a entender que igualaba su creencia en la fe católica –Dios– con el amor que profesaba a su amada –vos–, dentro del tan querido concepto medieval de la religión de amor (Alonso 22-23). Aún a finales de siglo XV, Fernando de Rojas, en el auto primero de su inmortal Celestina, reproduciría el famoso diálogo en el que Sempronio y su señor dirimen acerca de creencias religiosas, conversación que dará pie a la famosa respuesta de Calisto: “Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo” (Rojas 50). Esta equiparación de Calisto entre la fe que profesaba y el amor que sentía por Melibea es, en efecto, la misma que hemos visto hacer al Marqués de Santillana con su Dios e vos, lo que demuestra la vigencia y el éxito que estas imágenes sacrílegas tenían en la literatura de la época y, a la vez, es elemento clave para explicar el concepto del amor cortés tal como se entendía en el tránsito entre el Cuatrocientos y el Quinientos. Los motes no tenían que ser necesariamente sacrílegos, pero, al menos por los testimonios que conservamos, casi todos ellos sí tenían, cómo no, en el componente amoroso su punto capital, su esencia, su gracia y su razón de ser (Macpherson 1998, 2122). Por ello, no es de extrañar que en el Cancionero general encontremos un apartado específico a los motes, acompañados de sus correspondientes glosas (Macpherson 2004). Si una glosa siempre tiende a explicar el concepto inicial, en las glosas de los motes del cancionero de Castillo desde luego que puede observarse con claridad meridiana que el contexto en el que deben inscribirse casi todos los motes es en el amoroso, en el galanteo 243

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cortesano, en el erotismo festivo de las veladas lúdicas o en el amor sincero, bucólico y ciceroniano, que los galanes enamorados profesaban a sus damas, que contaban con las invenciones como requisito ceremonial obligado (Scudieri Ruggieri 301-302). Pero que las invenciones y letras de justadores estén emparentadas con los motes no significa que sean exactamente lo mismo. La diferencia estriba en que las primeras, además de un mote, acompañando a la frase ingeniosa, hay asociada siempre una imagen, que es la que en teoría explica –o enrevesa más, según el gusto del autor– lo que se quiere decir. Como distinguió Rico (190), una invención tiene ‘cuerpo’ y ‘alma’, de modo que la unión del motivo gráfico –el mote escrito– y del motivo icónico –la imagen que acompaña al texto– es lo que da lugar a la invención propiamente dicha. El ejemplo clásico de la invención de la noria (ID 0933, 11CG-516 f. 141r: “Aquestos y mis enojos”), paternidad de Jorge Manrique, nos ayudará mejor a entender el concepto que pretendemos explicar: Don Jorge Manrique sacó por cimera una añoria, con sus arcaduces llenos, y dixo: Aquéstos y mis enojos tienen esta condición: que suben del coraçón las lágrimas a los ojos (Manrique 182)3.

Hernando del Castillo, recopilador de la más importante colección de poesía medieval en castellano, el Cancionero general (1511), dedicó una sección entera de su antología a estos breves e ingeniosos poemas, entre los folios 140r y 143v (Mapcherson 1998)4. Conforme al esencial valor informativo de estas rúbricas cancioneriles (Tato García; Perea Rodríguez 2012, 291-292), y a pesar de que haya quien piense lo contrario (Kennedy 140), Castillo nos suministra la información que decodifica el mensaje: en la cimera, es decir, en la parte superior del yelmo5, Manrique llevaba un adorno que representaba una noria, con los cangilones llenos de agua. El texto propiamente dicho lo llevaría escrito en dos o tres cintas, de colores claros, que saldrían por debajo de la cimera. Y mediante la unión de ambos componentes, palabras e imágenes, el poeta daba a entender que la noria con los cubos llenos de agua representaba las lágrimas que habían subido de su corazón a los ojos, seguramente por un descalabro amoroso, o por una negativa de la dama de la que el poeta estaba enamorado... o por cualquier otra razón, porque el tercer componente esencial de las invenciones estriba en su calculada ambigüedad, en su carácter casi de acertijo, de adivinanza, de enigma conscientemente provocado por el autor. 3 Gómez Moreno, editor del poema, explica el sentido amoroso a la invención manriqueña de la noria: “los disgustos (amorosos, se supone) son como los arcaduces o cangilones de una noria, pues aquéllos suben las lágrimas desde el corazón (donde radica el sentimiento) hasta los ojos, desde donde se vierten” (ibíd). 4 No es el único, sino que también otros cancioneros, como el conservado en la British Library (LB1) o el Cancioneiro geral de García de REsende (16RE) también poseen apartados con invenciones y letras. Véase Gornall 2005, 160-162. 5 Recuérdese que, según el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (en adelante, DA), la ‘cimera’ es “la parte superior del morrión, que se solía adornar con plumas u otras cosas que se ponían encima” (DA, s.v., 1 acepción). Por extensión, se llamó también ‘cimera’ a “qualquier ornamento que en las armas se pone sobre la cima del yelmo o celada, como una cabeza de perro, un grifo, un castillo, o semejantes figuras” (DA, s.v., 3 acepción).

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En líneas generales, tal como veíamos al comienzo en el Romance de Durandarte, la pretensión de un caballero tanto al escribir como al lucir una invención debía de ser solo una: tratar de impresionar a la dama a la que servía, precisamente mediante la acción de publicar su cuidado pero de forma absolutamente discreta. Por eso se jugaba de manera consciente con la ambigüedad y con una codificación entre imagen y texto que únicamente sería posible descifrar a quien estuviera muy pendiente de los asuntos cortesanos: casi un código secreto solo para los duchos en tales avatares áulicos. A pesar de ello, el gran genealogista y polígrafo madrileño Fernández de Oviedo, en su simpar obra Batallas y Quinquagenas, explicó algunas reglas, convenciones y modas que se solían utilizar en la redacción de estas invenciones, sobre todo las que tenían mayor grado de componente amoroso en sus versos: Lo que la mayor parte de los caualleros vsan, que es quel nombre de la invención comiençe en la primera letra del nombre de su señora, a quien se enderesça (Fernández de Oviedo, 2: 97). Ya os tengo dicho en muchas partes que fue común estilo en nuestra España (y no creo que es de todo punto olvidado), que la imbención ha de ser que la primera letra della sea conforme aquella en que comienza el nombre de la dama a quien se endereza (Fernández de Oviedo, 2: 244-245).

Aquí tenemos, sin ir más lejos, la explicación del famoso emblema heráldico de Fernando II de Aragón, que comenzaba, tal como era moda de la época, con la letra ‘Y’, de su amada Reina Católica, ‘Ysabel’ (Gil 390). Como es lógico pensar, muchas de las invenciones recopiladas por Castillo en el Cancionero general se ajustan a este modelo descrito por Fernández de Oviedo, como por ejemplo la siguiente (ID 0986, 11CG-575 f. 143r: “Diziendo qu’és y de qué”): Otro [galán] sacó una ‘A’ de oro, porque su amiga avía nombre Aldonça, y dixo: Diziendo qu’és y de qué ésta de quien cuyo só, dize lo que hago yo.

Si escribimos “A de oro” al estilo medieval, respetando la aglutinación –hoy se editaría el texto como “A d’oro”–, tendríamos la palabra “adoro”, que es exactamente lo que el galán quería dar a entender luciendo por cimera una letra A dorada: que adoraba a su dama, de quien el resto de los asistentes a la velada sólo sabía que su nombre comenzaba por la letra A. Es fácilmente de imaginar cuáles serían los comentarios ante semejante invención: todos se preguntarían quién sería aquella doncella cuyo nombre comenzaba en A –¿Ana? ¿Alicia? ¿Alejandra? ¡Aldonza!– a la que se refería el caballero. Y así sucesivamente con las demás invenciones de cada uno de los asistentes a la velada. Existían más o menos variantes de estos jueguecitos con el nombre de la amada. El principal de todos ellos era descartar la letra inicial, como marcaba canónicamente Fernández de Oviedo, en beneficio de alguna de las otras letras del nombre, sobre todo si aquella letra tenía alguna relación semántica con el mensaje que el poeta pretendía enviar. Uno de los mejores ejemplos de este tipo de variante lo provee esta ingenionísima invención de Juan de Mendoza (ID 0994, 11CG-577 f. 143r: “Vida es esta”):

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Don Juan de Mendoça traía en el bonete una N de oro, porque su amiga se dezía Ana, y dixo: ¡Vida es ésta: ser, el medio de su nombre, principio de su respuesta!

Como el lector ya habrá podido comprender, muchas esperanzas de alcanzar el éxito amoroso no tendría Juan de Mendoza cuando decidió dejar a las claras que la respuesta de la dama comenzaba con la misma letra que, en el nombre de la doncella, ocupaba el lugar central de Ana, es decir, la ‘n’ de ‘no’. Una vez decodificado el mensaje, tal como se ha explicado anteriormente, comenzarían las risas, los murmullos, los rumores, los corrillos sobre las implicaciones del mensaje. En definitiva, todo el universo de la galantería cortesana del siglo XV surge ante nuestros ojos observando estas pequeñas letrillas, estos poemitas que tanto desagradaban a los eruditos del siglo XIX y principios del XX: las invenciones y letras de justadores. Imaginemos por un momento las escenas que se debían vivir en las cortes regias y nobiliarias: muchos caballeros tocados con diferentes cimeras, adornadas con una imagen a la que aludían en unos pequeños textos, formados por uno, dos, tres, cuatro versos como mucho, intentando ser lo más originales posibles con el fin de demostrar a los asistentes su sensibilidad, su ironía, su sentido del humor, el amor profundo que sentían por su dama... En un mundo tan recurrente y gustoso por todo tipo de imágenes festivas como el de la otoñal Edad Media, la competición entre los caballeros por ver quién llevaba la mejor cimera, o la más bonita, o la más original, estaba servida, añadiendo otro ingrediente esencial a las invenciones: su carácter de entretenimiento y de juego de agudeza (Casas Rigall 100-103). Otro aspecto a explicar es por qué las invenciones también son llamadas letras de justadores y a qué tipo de justas hacen alusión. El escollo principal para clarificar esto es que, con excepciones como el clásico de Riquer o el más reciente de Fallows, no hay demasiados estudios que, desde la perspectiva historiográfica y con el entorno geográfico concreto de la península ibérica, nos provean de evidencias sobre cómo eran las fiestas cortesanas –justas, torneos y pasos de armas–6, espacios físicos en los que las invenciones y letras brillaron con luz propia, como indica Macpherson: These compositions grew naturally and spontaneously from the pageantry of the late Middle Ages in Spain: the tournaments, jousts, pasos de armas and fiestas in which the nobility and their entourage temporarily put aside the cares and responsibilities of military commitments and attendance at court, and indulged, as comrades and rivals, in the luxury of playing war games and word games (Macpherson 1998, 7).

Parece bastante evidente que casi todas las invenciones recopiladas en los cancioneros cuatrocentistas de la España medieval debieron de lucirse en torneos, pasos de armas y justas (Gornall 2005, 160). Asimismo, hay que unir a este cúmulo de deportes medievales aquellos grandes acontecimientos, como por ejemplo las entradas reales en las ciudades (Andrés Díaz; Surtz) y, sobre todo, las bodas de miembros de la realeza, que en aquellos 6 El estudio clásico, y quizá el concebido de forma más universal, es el de Keen. Para el mundo anglosajón y centroeuropeo es excelente el estudio de Barber y Barker, pero, por desgracia, la información de este libro para España no sobrepasa más allá del reinado de Juan II de Castilla, y tampoco se ocupa de la Corona de Aragón.

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tiempos, casi tanto como en los actuales, eran acontecimientos fundamentales en el devenir de un reino. Tampoco conviene dejar de lado a algunas ocasiones inesperadas pero que provocaban la celebración de grandes fastos áulicos. Por poner un ejemplo de estas últimas, piénsese que unas de las más grandes fiestas cortesanas acontecida en época de los Reyes Católicos tuvo lugar en Barcelona durante el año 1493, cuando la Ciudad Condal quiso expresar su alegría porque Fernando II de Aragón se había recuperado satisfactoriamente de las heridas recibidas el año anterior en el brutal atentado que casi le cuesta la vida: Al tiempo quel traidor Juan de Cañamares hirió en Barcelona al Rey Cathólico, como sabés, e estubo Su Alteza en mucho peligro de muerte, así como sanó se hicieron grandes fiestas por su salud e convalescencia, y entre las otras, una justa muy solene, de muchos caballeros e de muy ricos atavíos e paramentos e hermosas cimeras (Fernández de Oviedo, 2: 358).

Si se buscase sistemáticamente en el listado de Alenda y Mira todas las grandes fiestas del siglo XV y de los primeros años del siglo XVI, seguramente podríamos encontrar los centros de producción de todas las invenciones y letras que aparecen no sólo en el Cancionero general, sino en toda la lírica cancioneril (Gornall 2003). Bodas, bautizos, nacimientos de miembros de la familia real, o de algunos destacados nobles, debieron de ser sin duda los acontecimientos que diesen lugar a la composición poética de estas invenciones. Dejando de lado las bodas, regias o nobiliarias, y con respecto a nuestro objetivo principal de análisis, no debemos incidir demasiado en el aspecto puramente religioso de las celebraciones, sino en el propio agent provocateur del prestigio nobiliario y regio, que veía en cualquiera de esos momentos una oportunidad más para demostrar su preeminencia social. Siguiendo el certero análisis de Norbert Elías sobre la sociedad cortesana, podemos establecer como hipótesis cultural que las fiestas cortesanas, y con ellas la profusión de invenciones y letras, fueron elementos básicos en el entramado de relaciones sociales ocurridas en las cortes hispánicas bajomedievales. El fundamento sociológico de aquel mismo entramado fue el aprovechamiento por parte de la aristocracia de aquellas celebraciones lúdicas, fuesen del tipo que fuesen, para mostrar su preeminencia social (Elías 113-114), acaparando así la esencia de la fiesta con el objeto de convertirla en una muestra de su representación como elite de poder. El cambio clave en el desarrollo de esta nueva vida cortesana fue que la guerra, antaño elemento social monopolizado por el estamento social superior, se transformó en juego pergeñado por ese mismo estamento, pero desvistiéndolo de los tintes dramáticos en beneficio de los elementos lúdicos. Y precisamente las invenciones y letras de justadores fueron uno de los elementos más visibles de ese cambio: El señor feudal, el noble levantisco, ve esfumarse sus posibilidades guerreras y turbulentas –es el momento de las monarquías autoritarias–, al mismo tiempo que decae el pedestal en que lo había colocado la Edad Media, el ideal heroico y caballeresco del paladín «desfacedor de entuertos» y protector de viudas y huérfanos. En contraposición, se estabiliza la vida palaciega, y cobra vida y concreción en los espíritus el ideal humanista de hombre integral, de personalidad cabalmente desarrollada. [...] La vida de la corte, que cada vez ejerce una atracción mayor sobre la nobleza, celosa de recobrar sus antiguos privilegios y de conservar los que aún le quedan, es distinta de la del castillo señorial. Van quedando relegados al olvido las 247

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almenas y los puentes levadizos, las banderías, las rivalidades, las correrías y algaras rapaces. [...] En todos los órdenes, la riqueza y la cultura, el mérito intelectual, se convierten en factores claves, decisivos del valor social. Entra en juego entonces el afán de hacer valer los propios recursos personales. La apariencia externa, mediante el lujo desenfrenado y la ostentación; las buenas maneras, con el complicado mecanismo de las leyes cortesanas; el lenguaje bello, para el intercambio de ideas y pensamientos elevados; la inteligencia, el buen gusto y el ingenio, mediante el cultivo de las letras y de las artes... Se desarrolla, en fin, la fastuosa y brillante vida social y cultural renacentista, cuyo centro lo constituye el tipo de hombre ideal que concibe Baltasar de Castiglione en su Cortesano (Gómez Molleda 137-139).

Como hemos visto antes, a una invención también se le conoce con el nombre de letra de justador, o de forma abreviada solo letra, denominación ésta que puede inducir a equívoco, sobre todo respecto al concepto mote que vimos al inicio de estas líneas. Dentro de la poesía de cancionero, cuando se habla de letras, se refiere siempre a las letras de justadores, puesto que, conforme avanzó el tiempo, las invenciones dejaron de ser un motivo de agudeza, un adorno más, que algunos nobles lucían en las fiestas, para convertirse en el motivo principal de las veladas: competir por ver quién era el más ingenioso. Este cambio es muy patente en uno de los discursos más célebres de La Celestina, pese a que algunos de sus editores no lo han entendido bien y han procedido a separar con una coma la enumeración de divertimentos cortesanos que Celestina declama ante Pármeno: “Ande la música, pintemos los motes, cantemos canciones, invenciones, justemos; ¿qué cimera sacaremos o qué letra?” (Rojas 126). Aunque es cierto que las adiciones de imprenta de este párrafo posteriores a la Comedia de 1499 complicaron en exceso la ecdótica de este párrafo, lo correcto, en mi opinión, es editar este texto sin coma, es decir, “invenciones justemos”, puesto que mediante el vocablo justa se está aludiendo no al típico deporte caballeresco medieval, sino a su evolución cortesana de finales de la Edad Media: al concurso áulico en el que se premiaba la originalidad de estas breves y agudas composiciones. La mejor prueba de que, al igual que los motes se pintaban y las canciones se cantaban, asimismo las invenciones se justaban –de ahí que se llamasen también letras de justadores– se encuentra en el Cancionero general, precisamente porque la sección dedicada a estas pequeñas composiciones se abre con un esclarecedor epígrafe: “Aquí comiençan las invenciones y letras de justadores, y tanbién lo que Cartagena dixo a algunas d’ellas, declarando su parescer” (11CG, f. 140r). Esta primera parte de la sección de invenciones y letras es única al presentar un único referente espacial y temporal. Se trata de una celebración a la que concurrieron diversos caballeros: el Rey Católico, Enrique Enríquez, el Conde de Coruña, Antonio Franco, Juan Enríquez, Álvaro de Luna, Diego López de Haro y el ya citado Pedro de Cartagena, que ejerció el papel de juez en la justa poética (Perea Rodríguez 2007, 173-178). Los caballeros presentaron una cimera adornada con unas invenciones y Cartagena evaluó todas ellas mediante la creación de un escueto y agudo juicio poético, emitiendo su veredicto sobre cuál de todas ellas era la mejor. Nos encontramos aquí con una justa de invenciones, un concurso lúdico, un juego cortesano, en el que los competidores pugnaban a través de sus invenciones y letras por llevarse el premio de ser el más original. Los dos elementos, el lenguaje pictórico-literario y la esencia del juego no solo fundamentaron, como dijimos al principio, la literatura emblemática (Mínguez 15), sino que, como vemos, daba esencia ya a las invenciones bajomedievales como las contenidas en el Cancionero general, lo que pone en cuarentena 248

Óscar Perea Rodríguez

la originalidad de los emblemas durante la Edad Moderna, quizá no en cuanto a las aportaciones novedosas de figuras y símbolos, pero sí en lo fundamental: en el juego, como componente festivo interior y exterior, así como en la codificación de mensajes determinados mediante la interacción de imágenes y textos. Todo esto es muy anterior, y como mínimo sus raíces se remontan, en la España medieval, hasta el siglo XV. Hasta la recuperación de la poesía de cancionero en el siglo XX, eran las invenciones y letras las depositarias de las críticas más feroces. El descrédito con que los estudiosos las analizaron quizá se basase en la fuerte tensión erótica y galante –en ocasiones muy explícita–, además de la supuesta superficialidad de estos juegos cortesanos en una época estéticamente tan dispar al temprano Renacimiento como fue el siglo XIX y los primeros años del XX, donde el racionalismo triunfante apenas dos siglos atrás gobernaba todo el pensamiento científico. Por suerte, los tiempos actuales dejan más espacio para el análisis de estos fenómenos, por superficiales y vanos que puedan parecer, porque, parafraseando al maestro Johan Huizinga, saber con qué soñaban los hombres de los tiempos pasados es hacer tanta Historia como avanzar en el conocimiento de qué comían, con qué se vestían o dónde dormían (Huizinga 1974, 146). No en vano, el gran historiador holandés fue rotundamente claro respecto al papel que el juego desempeñó como galvanizador de la cultura en las sociedades europeas: No nos fue difícil señalar, en el surgimiento de todas las grandes formas de la vida social, la presencia de un factor lúdico de la mayor eficacia y fecundidad. La competición lúdica, como impulso social, más vieja que la cultura misma, llenaba toda la vida y actuó de levadura de las formas de la cultura arcaica. El culto se despliega en juego sacro. La poesía nace jugando y obtiene su mejor alimento, todavía, de las formas lúdicas. La música y la danza fueron puros juegos. La sabiduría encuentra su expresión verbal en competiciones sagradas. El derecho surge de las costumbres de un juego social. Las reglas de la lucha con armas, las convenciones de la vida aristocrática, se levantan sobre formas lúdicas. La conclusión debe ser que la cultura, en sus fases primordiales, “se juega”. No surge del juego, como un fruto vivo se desprende del seno materno, sino que se desarrolla en el juego y como juego (Huizinga 1972, 205).

Dentro de la Castilla bajomedieval, en todo este universo de juegos áulicos de agudeza, de competiciones cortesanas por ver cuál de los galanes era el más divertido, mordaz, irónico y agudo, hubo un nombre destacadísimo por las sentidas invenciones que compuso: el de Luis de Torres. Nos encontramos aquí con un muy poco conocido poeta castellano que cuenta con dos ingeniosas letras en el Cancionero general de Hernando del Castillo (Macpherson 1998, 74-75), que se deben además al hecho fundamental que conocemos de su vida: su entrada al servicio del príncipe Juan de Trastámara, el malogrado heredero de los Reyes Católicos. Como ya identificó Pérez Priego (36), Luis de Torres fue el único hijo del matrimonio habido entre el famoso Miguel Lucas, Condestable de Castilla, y su mujer, Teresa de Torres (Palencia 120). Instalado su padre en la ciudad andaluza desde 1460 (Carceller Cerviño 27), se puede presuponer que nuestro galán nació en aquella misma urbe de la cual era señor el príncipe Juan por intercesión de su regia madre (Toral y Fernández de Peñaranda 25). Apenas dos años más tarde del triste asesinato de su padre a manos de sus enemigos (Carceller Cerviño 30), Luis de Torres parecía haber heredado semejante posición de preeminencia en la ciudad con respecto a la monarquía castellana. Así, los Reyes Católicos se dirigieron a él en marzo de 1475 para que devolviera al concejo giennense la torre de 249

Las invenciones y letras de Luis de Torres, poeta giennense del Cancionero general

la Fuente del Rey7, que había sido ocupada previamente por él como medida preventiva ante las maniobras de otros nobles andaluces durante la época de guerra civil encubierta que siguió a la proclamación de Isabel y Fernando como monarcas castellanos. El noble obedeció, devolviendo la fortaleza a la autoridad concejil, y los Reyes Católicos lo compensaron con el oficio de alguacil mayor de la ciudad, que nuestro caballero ostentó desde 14778. Aunque existen diversos documentos sobre sus andanzas giennenses9, el momento culminante de la biografía de Luis de Torres fue su entrada en la corte principesca de Castilla. Esto sucedió con certeza en 1484, cuando Isabel I decidió visitar la ciudad de Jaén para comprobar la lealtad de Teresa de Torres. El cronista Alonso de Palencia nos ilustra bien lo sucedido en aquella ocasión, enfatizando sobre todo cómo, a pesar de los maledicentes que pretendían enfrentar a ambas poderosas mujeres, la viuda de Miguel Lucas actuó en todo momento con una rectitud y honorabilidad que habría de fundamentar la recompensa obtenida: En cuanto entró en Jaén [la Reina Católica], la condesa viuda [Teresa de Torres] puso a su disposición las fortalezas y cuanto poseía, y la Reina, ya dispuesta a premiar generosamente los servicios de Doña Teresa, y agradecida a su noble desprendimiento, no sólo la hizo desechar todos sus recelos, sino que la concedió más amplias facultades y nombró a su único hijo, D. Luis de Torres, paje de la Real Cámara (Palencia 120).

Así pues, durante más de una década, desde 1484 hasta la triste muerte del Príncipe Juan en octubre de 1497 (Pérez Priego 47), Luis de Torres debió de gozar de todos los encantos de la vida áulica en la corte de los Reyes Católicos, precisamente en la época de mayor producción de invenciones y letras, si tomamos al pie de la letra lo dicho por Fernández de Oviedo acerca de que estos años fueron cuando “más alegres tiempos y más regozijos vieron en [la] corte, e más encumbrada anduvo la gala e las fiestas e seruiçios de galanes e damas” (2, 151). No obstante, no descuidó Luis de Torres sus intereses en Jaén, incrementados sobre todo a partir de que fuera nombrado Veinticuatro –es decir, regidor– de la urbe giennense el 26 de abril de 149410. La corte y Jaén fundamentaron, pues, la vida este caballero–poeta. Aunque es de suponer que compusiera muchas más que no han llegado a nuestros días, las invenciones y letras a las que debe su fama Luis de Torres podrían haber tenido como inspiración máxima precisamente a aquel luctuoso suceso que tanto oscureció el futuro de la monarquía de los Reyes Católicos. La primera de ellas (ID 0941, 11CG-536 f. 142r) dice así: Don Luis de Torres traía en una capa bordadas muchas estrellas, y dixo, por el Norte: Si el remedio de perdella ha de ser ver otra tal, ¡quán sin él está mi mal! (Macpherson 1998, 74). 7 El documento se puede consultar en el Archivo General de Simancas (en adelante, AGS), Registro General del Sello (en adelante, RGS), leg. 147503, 227, 2. 8 AGS, RGS, leg. 147703, 425. 9 Sobre todo en el RGS, entre los años 1477 y 1500. 10 AGS, RGS, leg. 149404, 57.

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Debió de ser una invención muy conocida, pues otro poeta de la época, Garci Sánchez de Badajoz, la puso en boca del mismo Luis de Torres cuando quiso retratar a éste en su galería de cortesanos enamorados11, un poema típico del galanteo cortesano que asimismo recogería Castillo en su recopilación poética de 1511 (ID 0662, 11CG-274 f. 120r-121v: “Caminando en las honduras”). No es Garci Sánchez el único trovador coetáneo al caballero giennense que lo menciona como galán, sino que también el desconocido Tapia, poeta asimismo presente en el Cancionero general (Perea Rodríguez 2007, 34-35), hace recaer en Luis de Torres una pequeña estrofa (ID 0787, 11CG-841 f. 176v: “A mí de nuevo en la tierra”), en la que supuestamente el caballero recita unos versos compuestos por el mismo Tapia a raíz de la tristeza en que todos ellos cayeron por la partida de una dama de la corte, Mencía de Sandoval (Perea Rodríguez 2007, 35-36). Al margen de todas estas menciones como galán cortesano, el segundo de los pequeños poemas de Luis de Torres (ID 0942, 11CG-537 f. 142r) que figura entre las invenciones y letras recopiladas por el mismo Castillo dice así: Del mismo porque salló vestido de negro yendo a unas fiestas: A las cosas del plazer voy qual sé qu’é de volver (Macpherson 1998, 75).

En este caso, el color negro, asociado desde tiempo inmemorial con la tristeza, simboliza las escasas esperanzas del galán de alcanzar alegría en el festejo cortesano al que iba, al igual que la pérdida de alguien importante, simbolizado por la estrella del Norte en la anterior invención, incidía de nuevo en una visión pesimista de la vida cortesana. Por tales motivos, ya desde el veterano análisis del Duque de Maura respecto a estas invenciones se ha hecho primar su contenido moral sobre el amoroso, notando que la estrella del Norte a la que Luis de Torres se refería podía haber sido, ni más ni menos, el propio Príncipe Juan: Pudo evidentemente referirse la alegoría a irreductible esquivez de alguna dama, tan sin par, que su cortejador la juzga irreemplazable; pero el verso suena más bien a desesperada amargura por la pérdida de algún norte, y se debió de escribir después de la muerte del Príncipe, poco antes de profesar en religión el entristecido rimador” (Maura 209).

Se ha venido manteniendo desde entonces que, una vez fallecido el Príncipe Juan, Luis de Torres siguió al pie de la letra el tópico guevariano y renacentista del menosprecio de la corte, en tanto que abandonó la vida en el siglo para profesar hábitos franciscanos. Pero se trata de uno más de los muchos enigmas que plantea la vida y la obra de este casi desconocido poeta castellano, sobresaliente adalid del que fuera género poético cortesano por antonomasia en el siglo XV peninsular, por mucho que los críticos hasta bien poco no lo hayan entendido así. Ojalá este breve esbozo de la problemática de ambos, autor y género, ofrecida en homenaje al maestro Michel García, pueda estimular en el futuro un mejor conocimiento de todos los componentes que hicieron de la poesía de cancionero la más alta producción lírica de cualquier lengua romance en los años de tránsito entre el Medievo y el Renacimiento. 11

“Don Luis de Torres vi / en el Norte estar mirando” (Gallagher 102). 251

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