LAS INDUSTRIAS CULTURALES EN ANDALUCIA : UNA APUESTA DE FUTURO

June 14, 2017 | Autor: Miguel de Aguilera | Categoría: Cultural Industries
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Descripción

LAS INDUSTRIAS CULTURALES EN ANDALUCIA : UNA APUESTA DE FUTURO.
Miguel de Aguilera


Al finalizar el año 1998, en el marco de una comparecencia ante los
informadores, un miembro del Gobierno andaluz -cuya Consejería acumula
el mayor número de las dispersas competencias administrativas sobre la
materia- declaraba el propósito de nuestra Administración autonómica
de convertir Andalucía en el referente audiovisual del sur de Europa.
En efecto, desde que Andalucía dispuso de esa posibilidad -en virtud
de la aprobación de la Constitución de 1978 y de la promulgación del
Estatuto de Autonomía- hasta la fecha actual, diversas personas y
entidades de nuestra Comunidad han dado una serie de pasos que pueden
conducir hacia el logro del propósito político que el Consejero
andaluz enunciaba en esta ocasión. En ese sentido debe sin duda
destacarse la creación de la Radio Televisión de Andalucía, nuestro
servicio de radiodifusión público que en una década se ha consolidado
como organización y ocupado una posición determinada en nuestro
sistema comunicativo, manteniendo asimismo otra serie de actuaciones
que pueden contribuir a la consecución de aquel objetivo político
-aunque, al mismo tiempo, todavía adolezca de un nivel de
frecuentación y consumo por parte de los ciudadanos andaluces sin duda
insuficiente respecto de sus posibilidades y deje, por otro lado,
bastante que desear el grado de cumplimiento de algunas de las
misiones que se le asignaron a esa entidad. Desde luego, la
RadioTelevisión de Andalucía ha desempeñado un papel de especial
protagonismo en el desarrollo de ciertos segmentos de la industria
cultural de nuestra Comunidad ; sobre todo, el sector audiovisual, del
que algunas fuentes han estimado que cuenta en la actualidad con más
de 500 empresas, cuya facturación superaría los cuarenta mil millones
de pesetas al año y proporcionarían empleo a más de 5000 trabajadores.


Estos datos podrían llevar a contemplar las cosas con un moderado
optimismo, pues son un resultado positivo de los esfuerzos
desarrollados, básicamente en dos lustros, por una serie de actores
situados en las esferas pública y privada de nuestra vida social. Así,
y por más que evidencien un presente de dimensiones aún muy limitadas,
ilustran sin embargo un porvenir esperanzador para uno de los sectores
de nuestra industria cultural : el audiovisual-definido por el Grupo
de Alto Nivel de Política Audiovisual, de la Unión Europea[1], como la
industria cultural por excelencia[2]. Pero sobre el desarrollo de este
sector en nuestra Comunidad se cierne una serie de importantes
carencias y graves dificultades, que amenazan su futuro. Entre otras,
cabe mencionar a título de ejemplo la misma inexistencia de
instrumentos que permitan a las autoridades públicas medir y controlar
con precisión la situación de este sector. Lo que, a su vez, no deja
de ilustrar cómo han pensado las administraciones andaluzas este
sector industrial, en el que no han mantenido una línea de actuación
global, que permitiese estructurarlo y potenciar su desarrollo. De
modo que las diferentes administraciones andaluzas han actuado, con
mayor o menor intensidad, en alguno de los ámbitos que comprenden
estas industrias, pero también han desatendido prácticamente otros;
aunque sobre todo haya que resaltar que esas actuaciones han carecido
de principios organizadores comunes, que orientasen los esfuerzos
singulares hacia la consecución de un sector estructurado y
floreciente.


Las características especiales que presentan las diversas industrias
culturales -las del ámbito de la lectoescritura, del audio o de los
soportes físicos, a falta de posteriores precisiones taxonómicas-
hacen muy difícil establecer un diagnóstico común para todas ellas. De
aquí que la situación de la que hemos apuntado con los ejemplos
traídos a colación, referidos al audiovisual, no pueda establecerse en
términos idénticos para todas ellas ; aunque si presenten fuertes
coincidencias en numerosos aspectos. No obstante, con intención
generalizadora cabría apuntar asimismo que una de las dificultades más
importantes que encuentran estas industrias para su desarrollo radica
en la debilidad y en la atomización de que en general adolece el
sector privado. Pues, ciertamente, hay algún ámbito de actividad que
cuenta con un empresariado andaluz capaz de organizar empresas sólidas
con presencia importante en el mercado -la exhibición cinematográfica
es un ejemplo destacado- ; pero, aún en el mejor de los casos, la
dimensión de estas empresas es insuficiente para mantener la debida
competitividad con los grandes grupos nacionales y multinacionales.
Incluso, en la mayoría de los sectores de la industria cultural el
empresariado andaluz no está, siquiera, en condiciones de organizarse
para cubrir con su actividad la totalidad del territorio de nuestra
Comunidad. Así, en términos generales, el sector privado andaluz está
compuesto básicamente por numerosas empresas de pequeñas o medianas
dimensiones (PYMEs), además de por delegaciones de empresas nacionales
o internacionales interesadas por los mercados andaluces que, en unos
casos, producen ciertos contenidos de vocación regional o local y, en
otros casos, solamente se interesan por la mera explotación de sus
productos -concebidos para mercados más amplios, casi siempre
globales- en el contexto andaluz.


Y es que el consumo de determinados productos de las industrias
culturales no ha cesado de crecer en Andalucía : sobre todo, en los
sectores audiovisual y auditivo, además de la electrónica de consumo,
pero no tanto en los sectores de la lectoescritura. Este aumento en el
nivel de gasto de los hogares andaluces en bienes y servicios
culturales, sin embargo, no ha sido acompañado por un incremento
suficiente de la oferta de estos bienes y servicios producidos en
Andalucía. De aquí que la gran mayoría de ese gasto destinado por los
andaluces a la adquisición de productos de las industrias culturales
se aplique a productos elaborados fuera de nuestra Comunidad,
perdiéndose en este sentido la posible generación de riqueza y de
puestos de trabajo en Andalucía -la UE estima que, en los próximos
años, solo el sector audiovisual generará más de un millón de empleos
en la Europa comunitaria.


Pero es que, además, las industrias culturales no son unas industrias
cualquiera : pues operan con cultura, con signos y símbolos de diversa
índole articulados en lenguajes, que sirven para la comunicación de
ideas entre la población. De modo que las mencionadas carencias y
dificultades de nuestras industrias culturales no tienen, tan sólo,
consecuencias de índole de económica, sino también otras, igualmente
negativas, en niveles diferentes. Así, resultan por ejemplo más
reducidas las posibilidades de tener presentes en el imaginario
colectivo elementos simbólicos que integren y vertebren una realidad
dispersa y hasta cierto punto heterogénea, como es la andaluza, así
como la configuración de una opinión pública centrada en torno de los
asuntos que conciernan colectivamente a los andaluces -esto es, a los
integrantes de una comunidad que, a su vez, se integra en ámbitos
sociales más amplios. Estas debilidades de nuestra industria cultural
hacen más difícil, pues, que los andaluces puedan conocer e
interpretar la realidad -más próxima o más lejana- en la que se
encuentran inmersos apoyándose en las claves culturales propias de las
circunstancias de vida que se dan, y se han dado, en Andalucía ; que
puedan apoyarse en su bagaje cultural para elaborar una versión de si
mismos que les permita reconocerse -y que los demás les reconozcan-
debidamente con las señas de identidad propias. Empleando expresiones
más clásicas en el estudio comunicacional, la falta de una industria
cultural con las dimensiones apropiadas hace que Andalucía tenga una
participación muy limitada en los flujos -nacionales, internacionales
e, incluso, regionales- de la información y la cultura ; lo que, dada
la incidencia de estos productos en lo que vemos, sentimos y creemos,
podría producir una ciudadanía parcialmente alienada de su propio
contexto cultural e histórico[3].


Así, una comunidad con tanta riqueza cultural como la andaluza -con
una cultura de raices milenarias, enriquecida por numerosos mestizajes
e hibridaciones, que no cesa de manifestar sus frutos creativos y su
aptitud para expresar y, al mismo tiempo, dar sentido a determinadas
condiciones de vida- tiene una presencia en esos flujos informativos y
culturales limitada, reducida a poco más de lo que fijan ciertas
representaciones estereotipadas de su realidad ; y es que los
esfuerzos hasta ahora realizados por actores públicos y privados de
Andalucía resultan a todas luces insuficientes para el crecimiento de
esta actividad industrial, que por varias razones desempeña un papel
de primera importancia en la sociedad de nuestros días.


La postura manifestada ahora por el Gobierno andaluz parece, sin
embargo, descansar en una perspectiva decidida, acorde con las
imperativas exigencias de nuestro medio social actual, que puede
imprimir un cambio de rumbo a las actuaciones administrativas si son
guiadas por una política que oriente el despliegue de las industrias
culturales. Política que, desde luego, ha de apoyarse en la situación
en que se encuentra la sociedad andaluza, en particular, su industria
cultural ; y partir, por otra parte, del reconocimiento del papel
capital que hoy desempeñan los medios de comunicación que, además,
están viviendo en la actualidad un proceso de profundas
transformaciones -que los expertos califican globalmente como
revolución digital. Política, entonces, que permita a Andalucía
incorporarse a esta línea básica del desarrollo, estableciendo
igualmente los grados y modos de participación en ella. Dicho en
términos coloquiales : está pasando un tren por delante de Andalucía,
cuya locomotora es la revolución digital que modifica en medida muy
notable el ecosistema comunicativo -para ser más precisos, habría que
apuntar hacia los cambios profundos que conoce nuestra sociedad, que
afectan a las formas de relacionarse, a los modos de manifestarse y
concebir la cultura, ..., de los que la revolución digital no sería
más que un agente destacado y, al mismo tiempo, una consecuencia
importante- ; parece que nuestras administraciones han decidido ya
subirse a él, aunque falte aún establecer en qué vagón y el modo de
abordarlo. Eso exige, entre otras cuestiones, conocer debidamente
tanto las características de las mudanzas comunicacionales y, más en
general, sociales que están atravesándonos, cuanto la situación de
partida en la que, a estos efectos, se encuentra Andalucía.


Es bien sabido que el sistema de comunicaciones de que se han dotado
nuestras sociedades desempeña en ellas, desde hace décadas, una serie
de cometidos de gran importancia, tales como el de mantener a los
ciudadanos informados de aquello que les resulta pertinente y
relevante, proporcionar el soporte necesario para que se produzca el
debate público, participar en la formación de sistemas de creencias,
valores, conocimientos e, incluso de lenguajes, que los ciudadanos
emplean para comprender, dar sentido e interpretar el medio en el que
se encuentran inmersos, entretener los momentos crecientes de ocio,
constituir uno de los cauces para acercar la oferta y la demanda de
bienes y servicios, ... Aunque este sistema de comunicaciones esté
adquiriendo en su evolución reciente una configuración inédita y con
nuevas dimensiones, entre las que cabe destacar la intensificación de
su labor de mediación tecnológica en la obtención de conocimientos, de
creación y difusión cultural, así como de soporte básico de muchas
actividades económicas, interviniendo en una parte creciente y
significativa de las acciones humanas.


Si bien deba precisarse, en puridad, que la labor de mediación
tecnológica llevada a cabo en la adquisición de conocimientos, en
actividades económicas y en diversas acciones humanas no es, ni mucho
menos, nueva. Antes bien, todo grupo humano ha dispuesto de un sistema
de comunicación adaptado a su concreto contexto, esto es, de una gama
de tecnologías auxiliares de la comunicación humana y, por ende, de
numerosas acciones sociales. Estos sistemas han comportado siempre,
combinados en una u otra medida y entre otros factores, tanto ciertos
instrumentos técnicos como una serie de representaciones de las
experiencias individuales y grupales, que dan sentido a las
circunstancias contextuales y contribuyen a guiar los actos humanos.
Así, por ejemplo, la palabra hablada -que destacan, entre otros
estudiosos, los biólogos del conocimiento como una ventaja selectiva
esencial- o el alfabeto[4], pero también, en otro sentido, las redes
de comunicación de personas, cosas e ideas -calzadas romanas,
ferrocarriles, telégrafo, internet, .... En todo caso, esos sistemas
comunicativos han sido desarrollados por cada sociedad para llevar a
cabo acciones socialmente establecidas e institucionalmente
condicionadas.


La consideración de esos procedimientos de comunicación diversos será
más fácil, y cabal, al adoptar una perspectiva que cabría calificar
como sistémica[5] : tanto para integrarlos en sistemas sociales
determinados, en cuyo marco interactúan con otros elementos suyos
(políticos, culturales, tecnológicos, económicos, ...), cuanto para
contemplar globalmente los procesos de comunicación (los diferentes
medios que coexisten, los distintos ámbitos de comunicación que
constituyen, ....). Y estos criterios generales pueden, desde luego,
predicarse del sistema de comunicaciones que se configura en la
actualidad. Pues está constituido por una intrincada malla de medios
que forman parte de un tipo concreto de sociedad -en la que adquieren
un protagonismo cada vez mayor. Que, como es bien sabido, está
sometida a numerosos cambios, muy intensos y acelerados
-revolucionarios, por lo tanto-, descritos en una literatura extensa.
Uno de los autores que se ha ocupado de ellos con más acierto es
Manuel Castells, calificado por otros autores como el "Max Weber de la
sociedad de la información" -por la magnitud y profundidad de su obra.
Este sociólogo español, destacando precisamente la importancia del
actual sistema de comunicaciones, llega a denominar la sociedad que
está configurándose la sociedad red, ya que se caracteriza sobre todo
"por la globalización de las actividades económicas decisivas desde el
punto de vista estratégico, por su forma de organización en redes, por
la flexibilidad e inestabilidad del trabajo y su individualización,
por una cultura de la virtualidad real construida mediante un sistema
de medios de comunicación omnipresente, interconectados y
diversificados, y por la transformación de los cimientos materiales de
la vida, el espacio y el tiempo, mediante la constitución de un
espacio de flujos y del tiempo atemporal, como expresión de las
actividades dominantes y de las élites gobernantes"[6] -en afortunado
resumen de sus características. Y es en esa gran red, mediadora de la
vida social, donde se produce el valor, se decide el poder y se crean
los códigos culturales -sentándose, pues, asimismo el poder simbólico
y el poder cultural del que se han ocupado algunos estudiosos, como el
francés Pierre Bourdieu o el norteamericano James Lull. En todo caso,
un rasgo bien acusado de esa sociedad consiste en una doble y paralela
tendencia, tenida en cuenta por muchos autores bajo varias
denominaciones, como las siguientes : concentración-dispersión, unidad-
diversidad, global-local. Tendencias que también destaca el mencionado
Manuel Castells -y que le permiten llegar a establecer, como tesis
central de su obra, que nuestra sociedad se encuentra entre la red y
el yo-, y afectan a las diversas esferas de la vida social, entre
otras, la comunicacional -de lo que nosotros mismos nos hemos ocupado
en nuestra obra anterior.


Entre las manifestaciones más destacadas de la serie de mudanzas que
lleva aparejada la implantación de la sociedad red -si aceptamos la
metáfora que nos propone Manuel Castells- muchos estudiosos han
convenido en resaltar la transformación, incluso quiebra, de los
elementos tradicionalmente más importantes en la estructuración del
sentido de nuestras experiencias y de su articulación en biografías :
el espacio y el tiempo. Y es que, a lo largo de los siglos, los
diferentes estímulos que concurrían en las experiencias humanas han
obedecido a una sucesión temporal y a una ubicación espacial
coherentes, ordenadas y previsibles, haciendo pues posible que la
cultura de la que formase parte cada individuo diese sentido a esas
experiencias y confiriese orden a las biografías -tanto a las
personales cuanto a las colectivas. En nuestros días, sin embargo, no
siempre ocurre así, ya que una sencilla operación -que podríamos
glosar aludiendo a hacer clic con el ratón- nos permite acceder a casi
cualquier producto de la cultura humana, elaborado en cualquier lugar
del planeta y en cualquier época, pudiendo incluso elegir nosotros el
mismo momento de acceso a los estímulos -aunque no siempre podamos
apropiarnos de ellos en las situaciones contextuales para las que
fueron concebidos. Y ello requiere cumplir muy pocos, aunque
importantes, requisitos : primero, que el producto cultural se
encuentre en la red (internet, disco compacto, televisión, ...) y
segundo, que el usuario disponga de la capacidad cultural, tecnológica
y económica para acceder a ello. Pero es que, además, todos esos
estímulos se nos presentan básicamente a través de una misma fuente
mediadora : la pantalla electrónica, que integra textos, imágenes,
sonidos y otros símbolos y los exhibe empleando códigos semejantes. Y
es que nuestra sociedad ha constituido un gigantesco depósito
cultural, un supertexto multimedia e interactivo, que recoge y acumula
buena parte de los productos de cultura humana, de los estímulos
simbólicos, de las experiencias.


Esa quiebra de la base material de la experiencia humana, de su
ordenación temporal y espacial, así como la continua presentación de
estímulos diversos, contribuyen de forma notable a producir crisis de
sentido subjetivas e intersubjetivas[7], entre los individuos y los
grupos que, deseando obtener seguridad mediante el control subjetivo
de sus acciones, se ven empujados a buscar razón y coherencia a las
experiencias que constituyan sus biografías, a conferirles identidad.
Para ello, han de efectuar una continua labor de búsqueda, selección y
estructuración de elementos culturales, hibridándolos o mestizándolos
al relacionarlos con aquellos fundamentos propios de los escenarios
cotidianos en los que anclamos nuestras existencias ; y, así,
construir sus identidades.


Como es obvio, en esas crisis de sentido inciden también otros
elementos, tales como la pluralidad de formas de interpretarnos
nosotros mismos y cuanto nos rodee que en la actualidad proponen
numerosas fuentes de sentido, o como la pérdida de funcionalidad de
muchas de las instancias tradicionalmente encargadas de proveer de
sentido y otorgar coherencia a nuestras vidas. De nuevo, el español
Manuel Castells se ocupa de algunas de las razones que explican estos
fenómenos al señalar que la gradual implantación de la sociedad red ha
venido de la mano de una grave crisis en la que se encuentran sumidas
las principales instituciones de la era industrial, a saber : el
estado-nación, el contrato social (capital-trabajo-estado), el
movimiento obrero, las iglesias mayoritarias, el patriarcado y la
familia patriarcal. Por nuestra parte añadimos que, en todo caso, la
lógica del proceso de cambios intenso que hoy en día conocemos afecta
a las diversas sociedades, aunque en cada una de ellas conozca
desarrollos diferentes -y desiguales en el seno de cada sociedad-,
condicionados por las concretas circunstancias de cada contexto
social. En esas sociedades, los cambios afectan a las variadas esferas
de la vida social, así como a los diversos ámbitos de sociabilidad -es
decir, a los diferentes tipos de contexto en los que los actores
sociales llevan sus interacciones a cabo. Así, por ejemplo, inciden en
la recomposición de los ámbitos sociales máximos (en el marco de la
crisis del estado-nación se proponen otras modalidades de sociedad
global) e intermedios (pérdida de funcionalidad de instituciones
proveedoras de sentido, creación de nuevos marcos grupales, como las
comunidades virtuales), imponiendo en el ámbito del yo una permanente
labor de construcción de la identidad[8].


Buena parte de esos cambios tienen como escenario principal el sistema
comunicativo, esa gran red constituida en un gigantesco depósito de
cultura -multimedia e interactivo, con una presentación de la cultura
en forma de mosaico produciendo un efecto collage-, que permite en
consecuencia la construcción de sentido así como de las identidades
culturales[9] ; proceso que, por cierto, no está exento de trampas y
dificultades, como con todo acierto establece Gustavo Bueno[10] -y de
lo que yo mismo me pude ocupar en obra anterior[11].


No hace falta insistir en el hecho de que las fuerzas transformadoras
que atraviesan la sociedad de nuestros días -alguno de cuyos rasgos
acabamos de apuntar brevemente- afectan a Andalucía, ni es oportuno
entrar tampoco en un comentario detallado del modo en que esas
tendencias de cambio se matizan y concretan al encontrarse con los
rasgos singulares del marco contextual de nuestra comunidad
-tradiciones y prácticas culturales, procesos de inmigración
permanente o estacional, situación económica, redes de sociabilidad,
grado de implantación de las tecnologías y destrezas para su
operación, y un largo etcétera de factores y elementos diversos que
configuran el contexto social andaluz. Aunque sí parezca conveniente,
en cambio, subrayar la necesidad de establecer en Andalucía unos
espacios culturales y comunicacionales específicos. Lo que no entraña,
desde luego, oposición ni exclusión de ningún otro espacio propio de
ámbitos sociales diferentes -iberoamericanos, mediterráneos, europeos,
locales, ...- ; sino, tan sólo, adición y perfeccionamiento. Esto es,
intervención en unos procesos culturales y comunicativos más amplios,
insertos en un contexto global[12], con los que cada actor social de
Andalucía entra en relación a menudo con diferentes fines, pero
también con diversas posibilidades de aprovechamiento. Participación,
por lo tanto, que contemple el preciso desarrollo de nuestra industria
cultural, complementado las políticas establecidas en Europa y en
España -así como en otros ámbitos-, que han desatendido el espacio
regional. Que permita, entonces, a Andalucía tener la debida presencia
en los espacios y flujos globales en los que se produce la cultura y
la información, apoyándose en las claves y frutos de una cultura con
raices milenarias si bien siempre renovada. De forma que se
contribuya a hacer más fácil la desterritorialización de los estímulos
culturales y su reterritorialización[13] posterior gracias a los
anclajes del conocimiento presentes en Andalucía, a la búsqueda de
estímulos y construcción de nuestras identidades. Participación, en
fin, que contribuya a articular y organizar el tratamiento de los
asuntos que conciernan como colectividad a los andaluces ; que sirva,
pues, a la vertebración de Andalucía, a la configuración de su opinión
pública, a la interpretación del mundo en que vivimos desde las claves
de nuestro conocimiento, a satisfacer nuestras necesidades formativas,
etcétera.


El establecimiento de esos espacios culturales y comunicacionales
específicos requiere que la sociedad andaluza se dote a sí misma de
una política cultural adecuada[14]. Es decir, de una política cultural
que, aún anclándose en algunos de los principios básicos que la
modernidad le confiriera[15], sin embargo, no se limite a las líneas
de desarrollo más frecuentes en las últimas décadas[16]. Puesto que la
cultura ya no puede confinarse, tan sólo, a los escenarios del Arte o
la Docencia, ni la política cultural limitarse a potenciar la cultura
de élite o determinados aspectos de la cultura popular. Porque hoy la
cultura ha ensanchado ampliamente sus dominios, acogiendo también a
"las industrias culturales de masa y a sus productos con la cultura
mediática en su centro, a la cultura cotidiana, a los nuevos
territorios de la cultura -cultura de la paz, cultura de la
naturaleza, cultura y turismo, cultura y ciencia, cultura de la
solidaridad, etcétera- y obviamente a la alta cultura -las Artes, las
Letras, la Música, la Danza-, que sigue inspirando y presidiendo a
todas las demás. Sin olvidar la más importante, la cultura como
universo simbólico y estructura de valores, como productora de sentido
en las sociedades contemporáneas"[17].


Las numerosas dimensiones de la cultura contemporánea que la cita
anterior ilustra, su vinculación con diversos escenarios de nuestras
vidas -aunque el más destacado y característico sea el representado
por la red-, le otorgan una posición muy destacada en la sociedad
actual. Lo que incluye su esfera económica, pues la cultura -que desde
los último lustros del siglo pasado comenzó a obedecer a la lógica
capitalista, en tendencia que no ha hecho sino acentuarse de forma
cada vez más pronunciada- ha sido el sector económico con mayor índice
de crecimiento en las dos últimas décadas -con un incremento en el
nivel de empleo generado que entre 1987 y 1997 supera en España en más
de 20 puntos el índice medio de empleo global-, convirtiéndose en las
sociedades desarrolladas en uno de los primeros sectores industriales
y de servicios y manteniendo en los próximos años un muy elevado
potencial de crecimiento -en el sector audiovisual se prevé que
alcance el 70%, en cinco años, en Europa[18]. Pero, como ya se ha
apuntado antes, por más que operen en el mercado la cultura y los
productos culturales no son una mera mercancía, ni limitan su
condición a la que descansa en la economía. Entre otras razones,
porque la economía del audiovisual no se basa tanto en la oferta como
en la demanda -es decir, que los productos culturales son susceptibles
de obedecer, tan sólo, a cierto grado de estandarización, respondiendo
más a las demandas de los receptores, esto es, actores sociales
insertos en redes y sujetos a tendencias determinadas-; pero también,
atendiendo a un punto de vista más general, porque las condiciones que
impone la postmodernidad -o, quizá, la modernidad tardía que
identifica Giddens- exigen a la cultura asumir un papel destacado en
el establecimiento de ciertos vínculos básicos de la comunidad : en
especial, constituir el soporte principal de las identidades
colectivas[19].


De cuanto se lleva expuesto, aunque sea de forma general, cabe deducir
la importancia de establecer en Andalucía unos espacios culturales y
comunicativos específicos, apoyados en una política cultural que
contemple las características actuales de la cultura y enfrente sus
retos más destacados. Una política cultural, pues, que tenga en cuenta
los principales ámbitos donde se produce nuestro acontecer social (el
continuo Europa-España-Andalucía-localidades[20]), definiendo los
modos de participación en la división del trabajo -transnacional,
nacional e, incluso, regional- ; y, por supuesto, que incluya en lugar
destacado el desarrollo debido de las industrias de la cultura.


Es de toda evidencia que el establecimiento de esa política que apoye
el despegue de nuestra industria cultural requiere, entre otras
cuestiones, un preciso conocimiento de la serie de factores, elementos
y circunstancias que puedan intervenir positiva o negativamente en su
progreso. En primer lugar y con carácter más general, los contextos
sociales, de diferente amplitud, en que esas industrias se hayan de
insertar, así como los factores -políticos, tecnológicos, económicos,
...- que, en su interacción, configuran dichos contextos. En segundo
lugar, los ecosistemas comunicativos, también de diferentes
dimensiones y composición, de los que formen parte estas industrias,
además de las políticas sectoriales que en los mencionados contextos
se hayan elaborado para cada sector. Así, por ejemplo, la política
audiovisual europea -tanto en sus primeras etapas, cuanto en la
actual, en que se sientan nuevos criterios revisando las líneas
políticas anteriores- que, entre otros rasgos diversos, busca
potenciar la concentración empresarial para la creación de grandes
grupos europeos que puedan competir en mercados más amplios, pero
contempla al mismo tiempo cierto espacio para el crecimiento de
empresas de tamaño pequeño y mediano, indispensables para el buen
funcionamiento del mercado global así como para la cobertura de
ciertos segmentos específicos -sobre todo, vinculados con los
contenidos de proximidad. En términos similares cabría aludir al caso
español, cuya industria audiovisual ha llegado en la actualidad a
presentar una situación con luces y sombras : si bien siguen sin
resolverse buena parte de sus males estructurales, de sus deficiencias
tradicionales, sin embargo, puede observarse cierta tendencia hacia
una evolución positiva, sobre todo, en algunos de sus subsectores[21].
Por más que la industria cultural siga manteniendo en España una
tendencia -incluso acentuada en el último periodo- hacia la
concentración geográfica en Madrid y Cataluña, sin embargo, al mismo
tiempo cabe observar la consolidación gradual de otros focos de
producción industrial en determinadas comunidades autónomas. Lo que se
debe en parte, en la mayoría de esos casos, al apoyo prestado por las
administraciones de aquellas comunidades al desarrollo de una
industria que pueda concurrir en cierta medida en flujos más amplios
de comunicación y, por otro lado, contribuir a la configuración de la
identidad colectiva de su población -proceso en el que, por cierto, el
cine representa un papel destacado, dada su condición emblemática
respecto de las industrias culturales e, incluso, de las culturas
contemporáneas- además de participar en el mercado específico de la
comunicación regional. Pues se ha comprobado ya, en distintos
contextos, la pronunciada preferencia de los públicos y audiencias por
los contenidos que algunos autores califican como de proximidad, esto
es, aquellos que dan cuenta de los acontecimientos diversos ocurridos
en un entorno más o menos inmediato, que ofrecen mensajes ludo-
educativos adaptados a las necesidades formativas y culturales
específicas, que construyen sus narraciones de ficción en consonancia
con las tendencias culturales y estilos narrativos propios.


La viabilidad económica de esos mercados regionales y locales se ha
contrastado ya en medida suficiente, estableciéndose igualmente las
posibilidades que brindan las actuales transformaciones del sistema de
comunicaciones -surgimiento de la neotelevisión, ... De aquí que
puedan aprovecharse estas oportunidades orientando y potenciando el
sector con unas actuaciones que, entre otros aspectos, comporten una
debida cualificación de sus componentes. Es decir, que se apoyen en un
capital humano capaz de detectar cuáles son las matrices
culturales[22] y tradiciones narrativas específicas de sus públicos o
audiencias y competente, asimismo, para articular con eficacia esas
tendencias en textos escritos, auditivos, audiovisuales o
multimedia[23]. Pero la política cultural que se elabore, como antes
señalamos, debe descansar en un debido y preciso conocimiento de la
situación de partida en que se encuentre el sector[24] y apoyarse,
además, en la común conveniencia, en la conciliación de intereses[25]
de los diferentes actores que intervengan en el sector.


Entre los actores que participan en este sector, con fines tipológicos
cabe distinguir, en primer lugar, las distintas administraciones
públicas : el Estado central, la Junta de Andalucía, las diputaciones
provinciales, los ayuntamientos e, incluso, la administración europea
-la Media Bussiness School, con sede en Ronda, entre otros elementos
de su intervención. Las formas de actuación de estas administraciones
en el campo de la cultura y la comunicación se concretan en la
regulación general y la fijación de políticas de actuación -sobre
todo, hasta ahora, en Europa y España-, la propiedad y gestión directa
de empresas y organismos y las subvenciones que concedan. Dependiendo
de ellas se encuentran una serie de entidades, que podrían agruparse,
por un lado, en instituciones culturales de élite -universidades,
bibliotecas, museos, ...- y, por otro lado, en instituciones dedicadas
a la producción y comercialización de cultura y comunicación de masas
-RTVE, RTVA, ...-. En segundo lugar, puede distinguirse igualmente un
sector privado -de carácter transnacional, nacional, andaluz-, en
muchos casos íntimamente relacionados con la administración y con
entidades de otros sectores de la economía, y que operan tanto en el
nivel de la cultura de élite -fundaciones, galerías de arte, compañías
de teatro, ópera y danza, industrias editorial y fonográfica- cuanto
en el de la cultura de masas. Entre estas entidades cabe diferenciar
las dedicadas a la producción y comercialización de contenidos
impresos -periodística, editorial-, audiovisuales -televisiva,
cinematográfica, videográfica, fonográfica, radiofónica- y mixtos
-publicitaria- ; asimismo, ciertos sectores estrechamente vinculados
con los anteriores, dedicados fundamentalmente a la producción de
soportes físicos para la comunicación, tales como las industrias
papelera , química, informática y, en especial, las de artes gráficas
y electrónica de consumo[26].


Como es evidente, cada uno de esos actores generales que hemos
mencionado está, a su vez, dividido en una serie de subsectores, con
frecuencia muy relacionados entre sí -incluso, en el seno de las
mismas empresas-, con grados diferentes de penetración de los
capitales nacionales, internacionales o regionales, con niveles de
desarrollo distintos. Pero aquí no nos interesa tanto profundizar en
lo anterior, cuanto subrayar que cada uno de esos actores sociales
-sectores y subsectores, empresas, personas integradas en esas
entidades- persiguen en muchos casos fines diferentes, estableciendo
estrategias diversas para alcanzarlos, partiendo de visiones del
sector y culturas empresariales variadas, etcétera ; es decir, que en
el campo de las industrias culturales -como en cualquier otro-
concurren distintos actores sociales que responden a lógicas
diferentes. Y será una labor de quienes impulsen el establecimiento de
una política cultural conciliar esas lógicas e intereses variados
tomando en cuenta dialéctamente esos pareceres diversos. De aquí que
resulte necesario desarrollar los cauces y mecanismos precisos para
integrar los distintos actores sociales -entidades de iniciativa
pública y privada, sociedad civil organizada- a la hora de establecer
esa política cultural, así como para evaluar su desarrollo.
En todo caso, nosotros entendemos que Andalucía debe establecer unas
directrices de política cultural que potencien el establecimiento de
un específico espacio cultural y comunicativo, así como las industrias
que lo soporten y sustenten ; directrices que, a su vez, habrían de
desarrollarse en políticas concretas para cada sector. Así, por
ejemplo, en el caso del audiovisual, una política que, teniendo
presente el carácter emblemático de la cinematografía, ordene y
fomente, en general, el sector privado -permitiendo el florecimiento
de grupos empresariales con entidad suficiente, potenciando una
producción audiovisual de calidad, interviniendo en los límites que se
fijen en el mercado-, que coordine los intereses territoriales y de
los diferentes actores y que sirva servicios comunicacionales a todos
los sectores sociales andaluces. En esta política audiovisual la
RadioTelevisión pública andaluza deberá incrementar aún más su
protagonismo, apoyando la producción independiente, promoviendo las
diversas manifestaciones culturales de Andalucía -tanto las más
tradicionales, cuanto otras, más modernas y, con frecuencia, asentadas
en el ámbitos urbano-, garantizando el acceso social a la comunicación
pública así como el pluralismo informativo y de opinión, ofreciendo un
entretenimiento de calidad e, incluso, liderando la evolución del
sector hacia la implantación de nuevas tecnologías y hacia la apertura
a nuevos mercados.


Y es que, como señala Miquel de Moragas, "una región sin espacio
audiovisual propio, sin capacidad de producción audiovisual y sin
programas de cooperación intersectorial, se condena a sí misma a la
progresiva pérdida de potencial en el conjunto de su desarrollo"[27].
Desde ese mismo convencimiento pleno en la importancia del sector
audiovisual, de la publicidad, de las industrias de la cultura de la
cultura en general, diversos investigadores andaluces mantenemos desde
hace algunos años una línea de investigación que busca conocer mejor
las claves industriales de estos sectores culturales -en particular,
del audiovisual, la publicidad y las relaciones públicas- con el fin
último de potenciar su debido desarrollo. Línea de investigación que
incluso, entre algunos de los investigadores a los que nos referimos,
se adentra asimismo en el estudio de las culturas -de masas,
andaluzas, ...- atendiendo a la relación que guardan con los medios de
comunicación ; pues, como ya hemos señalado, el desarrollo de la
industria cultural andaluza necesita un capital humano altamente
cualificado, no sólo para operar en el mercado y articular discursos
con eficacia, sino también para conocer y detectar todos los elementos
que precise su desarrollo -incluso, la materia prima con la que se
trabaja, esto es signos, símbolos, lenguajes, imaginarios, ..., en
definitiva, cultura.


De aquí que, conociendo esas líneas de investigación, advirtiendo los
esfuerzos de esos investigadores andaluces volcados en el examen de la
realidad comunicacional, decidimos hace algún tiempo ponerlos en común,
contrastando los datos obtenidos por cada investigador, sus hipótesis e
interpretaciones, y dándolos finalmente a la luz pública en una misma obra.
Así, establecimos unos criterios metodológicos comunes, unos criterios y
elementos de estudio básicos que permitiesen realizar una obra colectiva
sin condicionar, al mismo tiempo, en exceso las peculiaridades analíticas
de cada subsector examinado ni las líneas principales de investigación que
viene manteniendo cada autor. De modo que se ha elaborado una obra
colectiva que, sin el menor ánimo de exhaustividad -en el examen de todos
los sectores de la industria cultural, en el análisis detallado de cada uno
de los campos de actividad comunicacional considerados-, ofrece sin embargo
una visión panorámica, lo que no le impide alcanzar profundidad, de la
industria audiovisual y publicitaria de Andalucía. Esperemos que esta obra,
elaborada por investigadores andaluces que han decidido poner estudios en
común, contribuya modestamente en el conocimiento, la reflexión y el debate
que precisa la industria ultural andaluza para su mejor desarrollo.
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[1] Grupo establecido por el Comisario de la Unión Europa, Marcelino Oreja,
para elaborar un documento de reflexiones que contribuyera a la revisión
general de la política audiovisual de la Unión Europea. "El mercado
audiovisual se encuentra en un momento decisivo de su evolución y el futuro
es complejo y difícil de predecir. Por este motivo decidí que, si la
Comisión debe elaborar unas políticas orientadas hacia la era digital,
debía contar con un Grupo de personalidades procedentes de los distintos
ámbitos del sector audiovisual", señala el Comisario Oreja en la
presentación del Informe de dicho Grupo (La política audiovisual europea.
ECSC-EC-EAEC, Bruselas-Luxemburgo, 1998. P. 5).
[2] Sin ánimo de entrar aquí en mayores precisiones conceptuales o
taxonómicas, cabe convenir con esos expertos europeos que, por diversas
razones de índole histórica -que podría glosar aludiendo otra vez, como en
algún trabajo anterior, a la entronización de la pantalla-, ese sector
desempeña un destacado papel protagonista en el desarrollo de las
comunicaciones publicitarias, informativas, lúdicas y formativas que, en su
conjunto, llevan a cabo las industrias culturales. Este sector comprende
las diversas actividades económicas y culturales que conciernen a la
producción, distribución y explotación de estímulos audiovisuales
susceptibles de ser fijados o reproducidos mediante cualquier soporte.
[3] La política audiovisual europea. Op. cit., p. 19.
[4] Según lo expone Manuel Castells, siguiendo a Eric A. Havelock, " ...
esta tecnología conceptual constituyó el cimiento para el desarrollo de la
filosofía y la ciencia occidentales...", permitiendo que la sociedad
griega alcanzase, en torno del año 700 a.C., la "mente alfabética, que
indujo a la transformación cualitativa de la comunicación humana". Eric A.
Havelock : The Literate Revolution in Greece and its Cultural Consequences.
Princeton University Press. Princeton, 1982. Citado por Manuel Castells,
en : La Era de la Información. Economía, cultura y sociedad. (Volumen 1 :
La sociedad red.). Alianza Editorial, Madrid, 1997. P. 359.
[5] Si la perspectiva sistémica nos sirve sobre todo para simplificar la
compresión y exposición de estos fenómenos, sin embargo, con fines de
análisis sería más apropiado un planteamiento holístico, consecuente con la
complejidad de los hechos y circunstancias que han de examinarse.
[6] Manuel Castells : La era de la información ... (Volumen 2 : El poder de
la identidad). Op. cit., 1998. P. 2.
[7] Examinadas con su profundidad habitual por Peter L. Berger y Thomas
Luckmann en : Modernidad, pluralismo y crisis de sentido. La orientación
del hombre moderno. Paidós, Barcelona, 1997.
[8] Según establece el sociólogo británico Anthony Giddens : Modernidad e
identidad del yo. Península, Barcelona, 1994.
[9] Aunque no quepa suponer que la construcción de identidades sea un
proceso sencillo que resulte tan sólo de los estímulos culturales
difundidos por los medios de comunicación, ya que en él intervienen muchos
otros factores. Así, el antropólogo norteamericano Arjun Appadurai
distingue cinco factores, cinco dimensiones de la cultura global que se
entremezclan y, según él, sostienen y configuran al mismo tiempo la
diversidad cultural propia de cada una de nuestras sociedades actuales : la
etnovista (define el flujo de personas que se desplazan de una parte a otra
del mundo) ; la tecnovista (se refiere al intercambio de tecnología
industrial) ; la finanzvista (transferencias globales de dinero) ; las
mediosvistas (referidas a las tecnologías de los medios masivos mecánicos y
electrónicos, y a las imágenes por ellos creadas) ; las ideovistas
(perfiles ideológicos de la cultura transmitida por los medios).
Resumen de sus ideas elaborado por James Lull : Medios, comunicación,
cultura. Una aproximación global. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1997.
PP. 196-7.
[10] Vid. En especial su obra : El mito de la cultura. Editorial Prensa
Ibérica, Barcelona, 1996.
[11] Miguel de Aguilera : Industria audiovisual e identidad cultural en
Andalucía. En Emelina Fernández Soriano (Coord.) : Identidades regionales y
locales en la era de la comunicación transnacional. Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Málaga, Málaga, 1998. Pp. 7-14.
[12] Aquí cabría traer a colación de nuevo, a efectos de una exposición más
sencilla y cabal, la perspectiva sistémica antes apuntada.
[13] Descritas, entre otros autores, por el británico Anthony Giddens
-aunque con otros términos- y el norteamericano James Lull en sus obras
citadas.
[14] La evolución de las políticas culturales ha sido examinada y evaluada
por numerosos autores, aunque aquí nos parezca interesante destacar -a
nuestros fines actuales- las reflexiones de Gustavo Bueno sobre sus
fundamentos (El mito de la cultura, op. cit.), así como el estudio dirigido
por Ramón Zallo sobre Industrias y políticas culturales en España y País
Vasco (publicado por el Servicio Editorial de la Universidad del País
Vasco, Bilbao, 1995.
[15] Principios tratados por numerosos autores, aunque me parezca de
especial interés, de nuevo, el estudio que sobre ello ofrece el filósofo
español Gustavo Bueno, en diversos capítulos de su obra citada.
[16] También es extensa la literatura que se ocupa de examinar las
principales líneas de política cultural establecidas tanto en nuestro país
cuanto en otros contextos, aunque quepa mencionar la labor que realizan a
estos efectos Ramón Zallo y sus colaboradores en la obra citada
(especialmente, en pp. 33-84, 141-9 y 255-318).
[17] José Vidal Beneyto : La cultura, entre el mercado y la política. En el
diario El País, de 6.3.1998. P. 16.
[18] Ibidem.
[19] Ibidem.
[20] Como es evidente, las localidades constituyen una de las esferas
principales de la actividad cultural, representando en la actualidad la
cultura, entre otras cuestiones, una herramienta destacada en la
competencia desatada entre la ciudades para la captación de mayores
recursos (tecnópolos, festivales de cine y teatro, etc.).
[21] Hoy en días disponemos de un número relativamente abundante de
estudios en los que se aborda con seriedad la industria audiovisual
española, algunos de sus subsectores o las políticas que las orientan.
Entre ellos, un trabajo que describe la situación de la industria
audiovisual española reciente, de interés y difundido en el seno de este
sector en Andalucía es el informe elaborado por Media Research and
Consultancy Spain para la Agencia Española de Cooperación Internacional :
La Industria Audiovisual Iberoamericana 1998 (mimeo).
[22] Def. De Martín Barbero, y remito a él.
[23] Referencia a las administraciones educativas : Facs. Centros FP,
otros. Meto la Lista ?, recalco la necesidad de otros recursos ? y destaco
el papel del doctorado ? MBS en Ronda, Fundación AVA
[24] Atendiendo a datos tales como el número de empresas, sus dimensiones y
el grado de concentración industrial y geográfica. Asimismo, en cada
empresa el número de empleados, tipo de empleo y grado de cualificación,
volúmenes de producción y facturación, sistemas de organización de la
producción, sistemas organizativos y gerenciales, grado de implantación de
tecnologías y de competencia para construir mensajes con ellas, ...
[25] El establecimiento de una política cultural debe contar con las
opiniones y pareceres de los diferentes de los diferentes actores
implicados ; de ahí que deban celebrarse los debates necesarios para
definir los potencialidades y debilidades más importantes del sector, los
objetivos a perseguir, las acciones más aptas para alcanzarlo, ... Pero el
desarrollo de esas políticas, al menos en el sector audiovisual, debe
contar con algún organismo estable -tal como los consejos superiores del
audiovisual implantados en numerosos lugares-, integrado por actores
implicados en el sector, que vigilen el cumplimiento de esa política y el
respeto al marco de normas y acciones -las reglas del juego- en ella
establecida.
[26] Según la tipología establecida por Daniel E. Jones en :
Transformaciones del sistema comunicativo español (1976-1996). En .
Pp. 169-90.
[27] Miquel de Moragas Spá : Espacio audiovisual y regiones en Europa.
Política, cultura, mercado. En la revista Telos, nº 45. Fundesco, Madrid,
1996, p. 52.
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