Las iglesias cruciformes del siglo VII en la Península Ibérica. Novedades y problemas cronológicos y morfológicos de un tipo arquitectónico

July 16, 2017 | Autor: M. Utrero Agudo | Categoría: Arqueología De La Arquitectura, Arqueologia Medieval, Arquitectura Eclesiástica
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LAS IGLESIAS CRUCIFORMES DEL SIGLO VII EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. NOVEDADES Y PROBLEMAS CRONOLÓGICOS Y MORFOLÓGICOS DE UN TIPO ARQUITECTÓNICO POR

MARÍA DE LOS ÁNGELES UTRERO AGUDO1 CCHS, CSIC. Madrid

«In fact, in the absence of archaeological evidence, sometimes artifacts were initially positioned next to each other in sequences or distributions on the basis of morphological similarity, making possible, by definition alone, a coherent stylistic description with a satisfyingly regular structure». (Davis, 1990: 23)2

RESUMEN Las iglesias de planta cruciforme de la Península Ibérica forman parte de un grupo tradicionalmente adscrito a la segunda mitad de la séptima centuria. Sin embargo, el desarrollo de los planteamientos históricos y metodológicos así como la constatación de nuevos edificios que se ajustan al mismo tipo han planteado nuevos interrogantes que invitan a revisar la coherencia de este conjunto arquitectónico. SUMMARY Cruciform churches of the Iberian peninsula belong to a group traditionally thought to be dated to the second half of the seventh century. However, the development of the historical and methodological models and the discovery of new buildings close to this type have settled new questions which lead to revise the coherence of this architectonical group. PALABRAS CLAVE: Tardoantigüedad, Altomedievo, tipología arquitectónica, influencias arquitectónicas, estratigrafía. KEY WORDS: Late Antiquity, Early Middle Ages, architectural typology, architectural influences, stratigraphy.

1 Grupo de Investigación ArqueoArquit, Instituto de Historia, CSIC. 2 «En realidad, ante la ausencia de evidencia arqueológica, algunas veces los objetos fueron inicialmente agrupados en secuencias o distribuciones de acuerdo a una base morfológica, haciendo posible, sólo por definición, una descripción estilística coherente con una estructura regular satisfactoria», traducción de la autora.

1. RAZONES PARA UNA REVISIÓN Las iglesias de planta cruciforme han jugado y juegan un papel principal en el proceso de caracterización del conjunto de arquitectura eclesiástica tardoantigua y altomedieval de la Península Ibérica, el cual ha sido entendido y, consecuentemente, analizado como un grupo homogéneo con unos atributos arquitectónicos comunes. Características como la técnica de sillería y la presencia de cubiertas abovedadas se han sumado a la planta cruciforme para argumentar una cronología avanzada en el siglo VII. Sin embargo, la revisión de la cultura material de estas épocas llevada a cabo durante los últimos años a raíz del planteamiento de un nuevo modelo explicativo, de la implantación de una nueva metodología arqueológica y del incremento del número conocido de edificios de fisonomía cruciforme justifican la revisión de un grupo confeccionado por la investigación de mediados del siglo XX y vigente en la actualidad. El surgimiento de un nuevo marco explicativo ha afectado notablemente al conjunto cruciforme, cuyas peculiares características le eximían de pertenecer tanto a la arquitectura del siglo VI como a la del siglo X, ambas centurias abundantes en modelos basilicales, aunque con soluciones estructurales muy distintas y otras tantas excepciones planimétricas. El modelo tradicional (Palol, 1967 y Schlunk y Haus-

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child, 1978, entre otros) defendía la presencia de una arquitectura de época visigoda (siglos VI-VII) de ascendencia romana, enriquecida notablemente en su última etapa por las aportaciones bizantino-orientales3 y cuyos caracteres principales llegarían hasta la cultura arquitectónica del siglo X, afectando así a los grupos conocidos como asturiano, mozárabe y andalusí. Las iglesias cruciformes, con su planta, escultura decorativa y soluciones arquitectónicas serían el máximo exponente de esa influencia bizantina, características que las separarían de las formas basilicales del siglo VI y las situarían en la segunda mitad del siglo VII. Frente a esta explicación, el modelo expuesto hace más de una década por otros investigadores (Caballero, 1994/95 y Real, 1995) también apuesta por una arquitectura basilical de época visigoda, cuya cronología se extiende sin embargo a lo largo de los siglos VI y VII. Al contrario que el anterior, esta propuesta no reconoce las influencias bizantinas como revitalizadoras del último arte adscrito a la segunda mitad del siglo VII, sino que culpa a la ocupación islámica de la Península de los significativos cambios de una cultura arquitectónica que, consecuentemente, retrasa sus cronologías a momentos posteriores al año 711. De nuevo, las características del grupo cruciforme ocupan un lugar singular en esta explicación, siendo el reflejo del cambio cultural acontecido a inicios de la octava centuria. A la vista de lo expuesto, las nuevas propuestas explicativas y consecuentes cronologías son la primera razón para llevar a cabo la revisión de este conjunto arquitectónico. Desde un punto de vista metodológico, la introducción de la estratigrafía arqueológica como herramienta de análisis del suelo y de los alzados construidos ha modificado el conocimiento de la cultura material tardoantigua y altomedieval con la paulatina creación de series cerámicas, fósil director tradicional pero mal conocido para estas épocas hasta fechas recientes (Caballero, Mateos y Retuerce, 2003), y de estratigrafías murarias que han ido desplazando y/o enfrentándose a los cuadros tipológico-estilísticos de carácter cronológico prestados de la Historia del Arte. El tradicional hermanamiento entre fuentes documentales y epigráficas con los criterios estilísticos como medio para construir una historia de la arquitectura se somete ahora a una revisión y calibración que parte del registro material. La obtención de secuencias constructivo/destructivas ordenadas temporalmente relativiza las clasificaciones tipológicas tradicionales. La construcción 3 Más bien centro mediterráneas si atendemos a los principales paralelos manejados, los cuales repasamos más adelante.

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se entiende ahora como el resultado final de distintas actividades edilicias y refacciones efectuadas a lo largo del tiempo que pueden ser identificadas e individualizadas gracias a la lectura estratigráfica. Por lo tanto, si la construcción no es resultado de un único momento, tanto sus espacios como sus elementos arquitectónicos y decorativos tampoco lo son. En otras palabras, las plantas cruciformes que aquí pretendemos estudiar pueden encerrar diversas actuaciones edilicias diacrónicas que sean las verdaderas culpables de su forma actual y, al mismo tiempo, de una clasificación tipológica errónea. Sólo una vez identificado estratigráficamente el edificio original, podremos elaborar tipologías. Finalmente, el corpus arquitectónico se ha beneficiado de la constatación de otras iglesias que no sólo lo incrementan cuantitativamente, sino que además introducen una serie de variables que dificultan la homogeneidad del grupo cruciforme. Así deben entenderse los resultados de las excavaciones en los edificios portugueses de Mosteiros (Portel; Alfenim y Lima, 1995) y Montinho das Laranjeiras (Alcoutim; Maciel, 1996) o de San Vicente (Valencia; Roselló y Soriano, 1998), entre otros, o las revisiones de las iglesias de Santa María de Melque (Toledo; Caballero y Fernández Mier, 1999), Santa Comba de Bande (Orense; Caballero, Arce y Utrero, 2004) o San Pedro de La Nave (Zamora; Caballero y Arce, 1997). Las características mencionadas más arriba se diluyen debido a la variedad de técnicas paramentales, de soluciones formales y materiales de cubiertas y de plantas, entre otras, que se observan en estas iglesias y que impiden, por tanto, mantener la relación de homogeneidad y considerar, cuando menos, las cronologías de este extenso grupo, bien particularmente, bien de manera conjunta.

2. ¿CÓMO Y CUÁNDO SURGE EL GRUPO CRUCIFORME? La aparente convivencia de edificios de planta basilical y cruciforme no ha escapado al entendimiento de la mayoría de los investigadores que se han ocupado de la arquitectura tardoantigua y altomedieval hispánica desde principios del siglo pasado. Tuvo lugar así desde un inicio una clara separación formal y cronológica entre el «tipo latino», deudor de una tradición romana occidental y al que corresponderían las formas basilicales, y el «tipo bizantino», resultado de la convergencia de elementos bizantinos y orientales y que englobaría las basílicas compartimentadas y las plantas cruciformes, ambos tipos abovedados. Esta

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propuesta se observa ya en Lampérez (1908) y se rastrea posteriormente en Camps Cazorla (1929 y 1940), Torres Balbás (1934) o Camón Aznar (1963). A lo largo de estos años, algunos trabajos se evidencian como claves o especialmente relevantes en la consolidación del grupo iglesias de planta cruciforme. Las Iglesias Mozárabes. Arte Español de los Siglos IX al XI de Gómez Moreno (1919) aportó una clara caracterización de los grupos arquitectónicos altomedievales de la Península. Gómez Moreno aunó la arquitectura mozárabe del siglo X de tradición basilical localizada en el Noroeste peninsular y la tesis despoblacionista, lo que le llevó en consecuencia a un planteamiento de exclusión: el despoblamiento del Noroeste le impedía pensar en una actividad artística durante los siglos VIII y IX, por lo que las primeras iglesias construidas en esta zona no podían datarse antes del siglo X y, por el mismo motivo, aquellas que no eran basilicales4 o que no respondían a las influencias islámicas5 debían ser de época visigoda (siglo VII). Este grupo se componía entonces por San Pedro de La Nave (Zamora6), Santa Comba de Bande (Orense), San Fructuoso de Montélios (Braga, Portugal) y San Pedro de La Mata (Toledo). Para Gómez Moreno, la planta típicamente hispana era la cruciforme inscrita en un rectángulo, modelo al que correspondían los ejemplos mencionados de La Nave, Bande y La Mata, y cuya pervivencia únicamente identificó en las iglesias de Sant Perè de les Puelles (Barcelona, crucero atribuido a la consagración del 9457) y Santa María de Melque (segunda mitad del siglo IX, 862-930). En su opinión, este tipo inscrito no tendría, sin embargo, continuación y sería relegado por la introducción de plantas centralizadas con un «cerco» bajo, en las que incluye, por ejemplo, a San Miguel de Terrassa (Barcelona), Santa María de Wamba (Valladolid) o Santa María de Lebeña (Santander). Posteriormente, Schlunk (1939) empleó las fuentes escritas y epigráficas como instrumentos cronológicos para crear una tipología de arquitectura visi-

4 Como la reconocida en San Miguel de Escalada (León) o San Cebrián de Mazote (Valladolid). 5 Como serían las bóvedas de gallones y los motivos decorativos de Santiago de Peñalba (León). 6 Respecto a la cual no deja, sin embargo, de expresar sus dudas (Gómez Moreno, 1919: XVI): «Especialmente el esfuerzo ha sido grande respecto de San Pedro de La Nave, edificio que, por su anticlasicismo, cuadra mejor dentro del periodo de Reconquista; más aún resuelto así, tendríamos que dejarlo aparte, como supervivencia extraña y sin conexiones con lo mozárabe reconocido». 7 Atribución basada en las fuentes documentales, puesta en duda por Boto (2006: 187).

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goda y asturiana.8 En el primer grupo, entendido como continuador de lo paleocristiano y lo bizantino y caracterizado por la técnica de sillería, incluyó Baños y La Mata. Aunque manifestó sus dudas a la hora de clasificar Bande y Montélios, su asimilación con las anteriores, con modelos bizantinos de Asia Menor y, en concreto, con «las iglesias» sicilianas de Santa Croce Camerina/Bagno di Mare, le llevaron a incluirlas en el grupo datado entre los años 650 y 680 por el epígrafe de fundación de Baños. Este planteamiento fue desarrollado completamente en trabajos posteriores (1945, 1947 e Id. y Hauschild, 1978), en los cuales La Nave y Quintanilla, omitidas significativamente en su primer intento de clasificación (Schlunk, 1939), se dan ya como visigodas. Bande, La Mata y La Nave se unifican además por una función conventual que sería la determinante de la ubicación de los vanos de acceso (Schlunk, 1947: 289). Palol (1956: 96) reconoce que el grupo de arquitectura adscrito a la segunda mitad del siglo VII «es el único núcleo del Mediterráneo que conserva la presencia del crucero». En su opinión, este tipo «desaparece en la arquitectura paleocristiana desde el siglo VI y es característico de las formas renacientes carolingias desde el siglo IX, existiendo una solución de continuidad que comprendería los siglos VII y VIII». Pero en su Arqueología Cristiana de la España Romana (Palol, 1967) identifica un grupo de iglesias «de transición», pieza clave para entender la evolución de la arquitectura de los siglos V al VII. Este conjunto se entiende como un amplio campo tipológico de experimentación que explicaría la significativa transformación durante este periodo de la arquitectura al reunir plantas basilicales, cruciformes, centrales (funerarias) y contraabsidiadas, todas ellas modelos intermedios entre lo paleocristiano del siglo V y lo visigodo de la segunda mitad del siglo VII. Durante este proceso, los resultados de los trabajos efectuados en el mausoleo cruciforme de La Cocosa (Badajoz), datado por Serra (1953) en los siglos VI-VII,9 y Valdecebadar (Badajoz), adscrita por Ulbert (1973) a mediados del siglo VII, se suman a la lista y suponen un nuevo argumento para extender el bizantinismo hasta la costa occidental al unirse al

8 Planteamiento similar al de Frischauer (1930), quien distinguió tipos basilicales, centrales (cruciformes y radiales) y mixtos. Melque y La Nave se incluyen en los cruciformes, ambas con dudas de una fecha anterior al 711 o posterior a la victoria cristiana del siglo IX (1930: 39 y 48), y Bande, en la que todavía no se conocen las habitaciones occidentales. 9 De una fecha notablemente anterior para Palol (1967: 143), quien la fecha en la primera mitad del V.

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ejemplo ya conocido de Montélios. La síntesis de Gómez Moreno (1966: 136) reafirma el empleo de la sillería, la planta cruciforme y los abovedamientos de la «arquitectura goda», frente a los mampuestos, plantas basilicales de épocas previas y el abovedamiento «perfecto» del prerrománico asturiano. La publicación de las primeras excavaciones de Santa María de Melque (Toledo) por Caballero Zoreda (1980) supuso un afianzamiento de este modelo al recuperar la iglesia toledana para el «bando visigodo». El análisis comparativo establecido con Bande y La Mata fue un importante argumento de cohesión para el grupo arquitectónico de la segunda mitad del siglo VII, el cual desarrolla ahora una tipología basada en una estratigrafía arqueológica. El descubrimiento de escultura decorativa, desconocida por Gómez Moreno (1919), y su consideración visigoda son, sin embargo, determinantes en la adscripción final a esta época del conjunto y de los edificios análogos comparados. A diferencia de Gómez Moreno, Caballero clasifica este grupo de Bande, La Mata y Melque como plantas cruciformes exentas, grupo que reserva exclusivamente para La Nave y Quintanilla (1986). La iglesia extremeña de Valdecebadar se agrupa con las portuguesas de Montélios y Nazaré por la supuesta presencia de arquerías de separación en el transepto. La tipología cruciforme empieza así a tener sus variantes. Por lo tanto, Caballero crea un grupo uniforme y modifica además su carácter. Estas iglesias, hasta entonces definidas por plantas cruciformes inscritas, pasan a ser exentas. Al mismo tiempo, propone una tipología de ábside en herradura al interior, siguiendo el modelo de Melque, que fuerza a identificar fases previas en La Mata y Bande, las cuales se habrían caracterizado por una misma cabecera. Montélios encaja perfectamente en este grupo: se trata de una cruz exenta con brazos rematados al interior en forma de herradura. Para Caballero (1981: 79), Bande, La Mata y Melque «Forman un grupo bastante claro de plantas cruciformes libres con Montelios, bien fechada, aunque muy mal conocida». Esta propuesta reflejaría igualmente la intención de crear grupos homogéneos cronológicos de acuerdo a su fisonomía: si Bande y La Mata, ambas carentes de trabajos arqueológicos, son iguales a Melque, todas ellas deben pertenecer a un mismo momento cultural. La decoración, que no la estratigrafía, las lleva a la segunda mitad del VII. En mayor o menor medida, todos estos trabajos fueron decisivos para definir y plantear una evolución tipológica y genealógica. El planteamiento general era el siguiente. De la planta puramente cruci-

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forme exenta de Montélios se evolucionaría a la cruciforme rodeada por habitaciones de Bande y de La Mata. De ésta se pasaría a La Nave y, finalmente, a Quintanilla. El carácter intermedio o mixto de planta cruciforme basilical de La Nave sería el resultado del cierre de las habitaciones laterales orientales y de la interpretación de las naves del aula separadas por medio de arquerías como evolución de las habitaciones laterales occidentales de los ejemplos anteriores de Bande y La Mata. En Quintanilla, al menos las naves laterales se abovedarían, lo que justifica su posición como última de la evolución. El grupo de transición definido por Palol (1967, cruciformes encerradas en un rectángulo) introducía un subconjunto de templos con transepto (Segóbriga,10 Cuenca; Recópolis, Guadalajara; Fraga,11 Huesca, y San Pedro de Mérida, Badajoz) adscritos a un amplio periodo comprendido entre inicios del siglo V (segunda fase de Fraga, primera como iglesia, Palol, 1991: 297-298) hasta la segunda mitad del VI (Recópolis) y que allana el camino hacia la arquitectura de la segunda mitad del siglo VII. Pero el protagonismo del grupo de iglesias con planta cruciforme no sólo ha residido en su particular forma, sino también en las relaciones establecidas con la arquitectura bizantina a partir de las similitudes planimétricas. Como veremos más adelante, esta vinculación se potenció mediante el reconocimiento de algunas iglesias situadas en el Mediterráneo central como los eslabones que unían la arquitectura bizantina oriental y la cruciforme de la segunda mitad del siglo VII de la Península, siendo Schlunk (1945) el principal creador de esta propuesta. La influencia bizantina se manifestaría especialmente en este tipo de planta, argumento que adquiere fuerza ante la ausencia de los alzados y/o de los abovedamiento en algunos ejemplos. La aparición de nuevas iglesias con plantas cruciformes, como las que revisamos a continuación, no ha provocado alteración alguna en este planteamiento, es más, ha venido a afianzarlo, como demuestran las reflexiones de Maciel (1998), quien se adhiere a la propuesta inicial de Schlunk (1945) a raíz de sus trabajos en Montinho, o los paralelos propuestos en cada caso, como veremos más adelante.

10 Cuya reciente lectura de paramentos pone en tela de juicio la forma y cronología tradicionalmente aceptadas (Utrero, 2007). 11 Recópolis y Fraga, con diferentes propuestas de evolución, sintetizadas en Utrero (2006: 524-526 y 450-451, respectivamente).

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3. IGLESIAS CRUCIFORMES EN LA PENÍNSULA Considerando este marco, se hace necesario el análisis de los edificios que formaron inicialmente este conjunto y de aquellos que lo han ampliado a lo largo de estos años. La síntesis que exponemos no pretende ser un examen exhaustivo de cada uno de los ejemplos, para lo que remetimos a las monografías correspondientes, sino un intento de reconocer su problemática morfológica, lo que afecta principalmente a su concepción original y posterior, y cronológica, para proceder así a su entendimiento dentro del estudio del conjunto de iglesias cruciformes.

3.1. EL GRUPO TRADICIONAL A REVISIÓN Llamamos grupo tradicional cruciforme (Fig. 1) al compuesto por algunos edificios considerados visigodos y por otros que, como consecuencia de la supuesta evolución de los primeros, se adscriben ya a época mozárabe. Más de dos siglos separan a ambos conjuntos de acuerdo al modelo explicativo tradicional, que situaba a los primeros en la segunda mitad del siglo VII. La propuesta mozarabista pretende eliminar este espacio de tiempo desplazando los primeros al siglo IX y acercándolos así al mozárabe clásico de la décima centuria. La iglesia de Santa Comba de Bande (Santa Comba, Orense, fig. 1) fue una de las primeras en entrar en escena y convertirse, por ese motivo, en prototipo de las iglesias cruciformes que irán apareciendo posteriormente. Si primero la conocimos como una iglesia de planta de cruz exenta (Lampérez, 1908), los trabajos de excavación superficial efectuados bajo el mando de Gómez Moreno (1943/44) descubrieron una serie de muros que la convirtieron en una cruz inscrita, planta que fue aceptada mayoritariamente (reproducida por Schlunk y Hauschild, 1978: 219, Abb. 128). Con la intención de entender el carácter asturiano de los elementos decorativos y dentro del sistema creado junto a Melque y La Mata, Caballero (1980: 561) defendió la originalidad visigoda de los muros norte y sur del anteábside y de la nave y de las naves y los ángulos del crucero, llevando a una fase ulterior, ya asturiana, el ábside, el pórtico y las habitaciones de los ángulos. La iglesia original sería entonces una cruz exenta. Sin embargo, la posterior lectura de paramentos (Caballero, Arce y Utrero, 2004) modificó de nuevo su aspecto al reconocer un edificio original cruciforme exento, pero que, a diferencia de la propuesta anterior (Caballero, 1980), consideró ori-

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ginales el ábside recto y el pórtico. La estratigrafía demuestra que la planta actual es el resultado de, al menos, dos obras. Primero, se construyó una iglesia cruciforme exenta con un ábside rectangular y, poco después, se le añadió una cámara en el ángulo noreste. Los restos de los muros exhumados por Gómez Moreno (1943/44) pertenecieron a unas estancias añadidas en un momento posterior, las cuales, a diferencia de la iglesia original abovedada, estaban cubiertas en madera. Por lo tanto, la Bande primitiva poseía una planta cruciforme exenta que corresponde, con excepción de la sacristía noreste, al edificio actual. Las propuestas en torno a su cronología son ya de sobra conocidas. De acuerdo a la interpretación del documento de época de Alfonso III (866-910) fechado en el 872, en el que se menciona la restauración de una iglesia de más de doscientos años de antigüedad,12 Schlunk (1947; y Hauschild, 1978: 218-220) y Gómez Moreno (1966), entre otros, defendieron una cronología de la segunda mitad del VII y sumaron a la argumentación características como la fábrica de sillería, la planta cruciforme y el abovedamiento completo, elementos que compararon con la cercana Montélios. Otro sector propuso una datación bastante más tardía, de la segunda mitad del IX, según la lectura del mismo documento (Puig, 1961: 137), los motivos decorativos (Camón, 1963: 214) y los paralelos con Montélios y Lourosa (Ferreira, 1986: 115). Una última hipótesis defendía una fundación en época visigoda y una fuerte restauración en el siglo IX, momento al que pertenecería o el ábside (Sales, 1900: 248 y Kingsley, 1980: 186) o los muros y las bóvedas (Núñez, 1978: 320 y Palol, 1991: 386). La constatación de la unidad de la iglesia desde los cimientos hasta las bóvedas y desde el ábside al pórtico fuerza a descartar la tercera propuesta. La originalidad de los elementos decorativos, entre ellos una pareja de capiteles de «tipología asturiana» que fecharían el edificio primitivo en el siglo IX, se enfrenta a la termoluminiscencia de los ladrillos, con resultados circunscritos al siglo VII (Caballero, Arce y Utrero, 2004). Aunque la imagen tradicional de São Fructuoso de Montélios (Braga, Portugal) dibuja una planta cruciforme con brazos ultrasemicirculares al interior y rectos al exterior, con excepción del brazo occidental, recto al interior y al exterior, las reformas históricas y las reconstrucciones efectuadas a finales del siglo XIX y en los años 30 de la siguiente centuria impiden tanto identificar su forma original con certeza como esta12 Al análisis sobre la naturaleza de este documento (Caballero y otros, 2004: 305-308) se pueden sumar las recientes referencias de D’Emilio (2005), con bibliografía al respecto.

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Fig. 1. Santa Comba de Bande (Caballero, Arce y Utrero, 2004), San Fructuoso de Montélios (Moura, 1955), San Pedro de La Mata (Schlunk y Hauschild, 1978), Santa María de Melque (Caballero, 1980), Santiago de Peñalba (Gómez Moreno, 1919) y Palaz del Rey (Miguel, 1996)

blecer una posible secuencia de fases constructivas y cronológicas. Como ha demostrado la revisión historiográfica elaborada por Brito (2001), el modelo interpretativo que defendía una iglesia visigoda determinó notablemente su reconstrucción. Ya en el siglo XVIII, las obras de acceso al coro alto de la nueva iglesia alzada al oeste implicaron la destrucción de su brazo sur. En las restauraciones iniciadas en los años 30 a cargo de S. J. Moura y, posteriormente, por A. Azevedo, tuvo lugar

el desmonte de los muros adosados y de los paramentos originales, la eliminación de unos elementos y la recomposición de otros de acuerdo a algunas partes constatadas y consideradas como originales y a unos principios arquitectónicos idealizados.13 La documentación gráfica de los trabajos permite confirmar la in-

13 Como demuestran las continuas referencias a Viollet-leDuc (Brito, 2001: 230).

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troducción del arcosolio en el paramento norte de la capilla oriental por Moura (Brito, 2001: 244), de acuerdo con la idea de un mausoleo funerario de carácter martirial (San Fructuoso). Este elemento no está representado en las plantas previas del edificio realizadas por Aguiar (1919) o por J. Vilaça (reproducida por Camps, 1940: 660, fig. 431). Como ya mencionaron Schlunk y Hauschild (1978: 211) y como demuestran las fotografías publicadas por Camps (1940: 662, figs. 433-435) y Brito (2001: 238, fot. 1), tampoco existía entonces ninguna arquería triple de entrada al brazo este. Para Montélios, las cronologías se han movido en los mismos márgenes que en Bande. Las referencias documentales del obispo San Fructuoso (656-665), las características constructivas, la planta cruciforme, la decoración muraria de arcos ciegos y los paralelos bizantinos de tradición romana de estos elementos han llevado a un gran número de investigadores (Aguiar, 1919; Lacerda, 1942; Schlunk, 1947; Almeida, 1962 y 1967 y Gómez Moreno, 1966) a defender la cronología visigoda para un edificio interpretado como mausoleo funerario. Por el contrario, han sido excepcionales las propuestas de una cronología mozárabe (Monteiro, 1939, siglo XI; Ferreira, 1986, finales del siglo IX y comienzos del X). Un tercer grupo de autores propuso una fundación en época visigoda y una restauración en el siglo XI, con posterioridad a las campañas de Almanzor en la zona (997). Da Silva (1958-59, fundación en la segunda mitad del siglo VII, reconstrucción en el siglo XI), Azevedo (1965, primitiva construcción visigoda con uso bautismal, transformada en el siglo XI en un mausoleo con un túmulo interior), Kingsley (1980, forma básica del VII, restauración a finales del XI o principios del XII), Dodds (1990) y Real (1995) formarían parte de este grupo. Por lo tanto, la ausencia de trabajos arqueológicos y el peso de las referencias documentales a San Fructuoso han condicionado la comprensión y cronología de Montélios. San Pedro de La Mata (Casalgordo, Toledo), situada en las proximidades de Melque, corresponde a una iglesia cruciforme con un ábside exento rectangular. Su planta se complica por la presencia de unas cámaras en los ángulos orientales y una nave lateral meridional, sin correspondiente septentrional. Carente de intervenciones arqueológicas y en avanzado estado de ruina, es difícil concluir una reconstrucción de su posible forma original. Es evidente la pertenencia a sucesivos esfuerzos constructivos de los distintos espacios. Entre ellos, cabe destacar la adicción en un momento posterior indeterminado del ábside (Caballero, 1980), así como de las cámaras an-

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gulares y de la nave sur. La transformación del sector occidental hace dudar de la originalidad de los muros conservados en esta zona y de su fidelidad con los primitivos. De nuevo, planta cruciforme (Schlunk y Hauschild, 1978: 221-223 y Caballero, 1980), tipología decorativa (Palol, 1991: 385) y la noticia sobre sus orígenes en época de Wamba (672-681), según una inscripción perdida, transmitida en una descripción del siglo XVII (Schlunk, 1947: 285), se reunieron para ofrecer una fecha del siglo VII. Sólo Puig (1961: 137), como en los casos anteriores, situó La Mata a finales del siglo IX y principios del X. Aquí, la propuesta intermedia fue de Caballero (1980: 501-503). En su opinión, la iglesia del siglo VII sufriría una fuerte destrucción y sería reconstruida con un ábside rectangular y una cubierta de madera. Gran parte de los muros actuales serían de este momento. En una tercera fase, se añadirían las tres habitaciones de los ángulos. Esta propuesta sustituiría de nuevo la idea de una iglesia cruciforme inscrita por una exenta, aunque, a diferencia de Bande, su forma original está aún por confirmar. Caracterizada por una discusión similar en torno a su fecha, Santa María de Melque (San Martín de Montalbán, Toledo) es una iglesia cruciforme con ábside de herradura al interior y recto al exterior. Su eje principal se prolonga gracias a un pórtico occidental y los ángulos exteriores, a excepción del sur occidental, se completan con unas estancias rectangulares que, a pesar de mostrar relaciones de adosamiento en los muros, son coetáneas al núcleo cruciforme, como confirma la continuidad de los cimientos exhumados durante las labores de excavación (Caballero, 2004: 350). Muros y cimientos de la habitación sureste mencionada se adosan a los de la iglesia, lo que la haría pertenecer a un momento posterior, bien cronológico, bien como etapa de obra, como Caballero (2004) tiende a suponer. Este planteamiento cambia la propuesta inicial de Caballero (1980) en torno a una iglesia primitiva cruciforme de planta exenta y muestra una planta parcialmente inscrita. A diferencia de los ejemplos previos, Melque comenzó siendo una iglesia de la segunda mitad del siglo IX (862-930) en base a los argumentos tipológicos (ausencia escultura decorativa) e históricos (independencia frente a Toledo) aportados por Gómez Moreno (1919). Schlunk (1947), Kingsley (1980) y Palol (1991) respetaron esta explicación. Las excavaciones de la iglesia dieron pie a Caballero (1980) a defender una fecha de la segunda mitad del siglo VII basada en la tipología escultórica y su analogía estructural con La Mata y Bande. La propuesta de Garen (1992), ba-

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sada en los paralelos orientales de la escultura y de los pilares en los ángulos interiores del crucero, situó a Melque en el siglo VIII, fecha asumida por Caballero en su propuesta mozarabista (1994/95). Los últimos datos derivados de las analíticas de C14, los cuales ofrecen una fecha de construcción comprendida entre los años 680 y 770 (Caballero y Fernández Mier, 1999), termoluminiscencia y por las últimas excavaciones (cerámicas, Caballero, Retuerce y Sáez, 2003) parecen consolidar una fecha de construcción de mediados del siglo VIII. El grupo tradicional de iglesias cruciformes se completa con otros ejemplos adscritos al mozárabe clásico del siglo X. Entendidos como resultado de la evolución de los edificios hasta ahora revisados datados en la segunda mitad del siglo VII, su lista se reduce a Santiago de Peñalba y San Salvador de Palaz del Rey, ambos en la provincia de León. En Santiago de Peñalba, las recientes excavaciones (Escudero y otros, 2004) no revelan datos significativos para la comprensión del edificio original ni para su cronología, situada en los primeros decenios del siglo X de acuerdo a la coincidencia de distintas fuentes documentales. La planta cruciforme se forma gracias a una nave rematada con ábsides rectos al exterior, el oriental en forma de herradura al interior y el occidental en medio punto peraltado. La nave se divide en dos tramos. El oriental actúa como un crucero flanqueado por dos capillas laterales más bajas, cuyas cimentaciones son comunes a las de la nave, siendo por ello originales. Se documentan además dos pórticos simétricos en los lados norte y sur de la nave central, los cuales debieron construirse en un momento próximo a la iglesia original y en los que se hallaron las tumbas más antiguas (Escudero y otros, 2004: 27-28). En San Salvador de Palaz del Rey (León), los resultados de las excavaciones (Miguel, 1996)14 modifican su imagen tradicional. Si la planta típica (Gómez Moreno, 1919) reproducía un edificio cruciforme con un ábside occidental, dos brazos (norte y sur) en herradura inscrita en un cuerpo cuadrado y un crucero de la misma forma, las últimas excavaciones documentan un espacio oriental inédito análogo al ábside occidental. De esta forma, la idea de una cruz latina original con un ábside atípico orientado a Occidente, motivo por el que Gómez Moreno había sugerido ya intuitivamente la posibilidad de una estructura de contraábside similar a las citadas Las excavaciones realizadas por el arquitecto Torbado en el año 1910 permanecieron inéditas, a excepción de las notas recogidas por Gómez Moreno (1919: 254-256). 14

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de Mazote o Peñalba (1919: 256), queda desestimada por la confirmación de una planta de cruz griega fruto, además, de dos momentos constructivos. El edificio primitivo se compondría de un ábside oriental con bóveda de gallones y dos cámaras laterales y un cierre occidental desconocido. En un segundo momento, se ejecuta un crucero con bóveda de gallones y se introduce el brazo occidental conocido hasta ahora. Tratamos con una cruz griega con el ábside y el contraábside en herradura interior, pero con los brazos norte y sur rectos, como sucede en la cercana Peñalba (aunque aparentemente sin contrafuertes). A diferencia de la anterior, su hallazgo a nivel de cimientos, no permite confirmar si la comunicación entre crucero y capillas laterales se efectuaba por arcos o vanos, elementos que diferencian los brazos de las habitaciones en este tipo de plantas, tema al que más adelante volveremos. Gómez Moreno (1919: 253) atribuyó esta iglesia a la obra del rey asturiano Ramiro II (931-951) de acuerdo a la información contenida en la Crónica de Sampiro (982). Las últimas excavaciones parten de esta adscripción tradicional, pero Miguel (1996: 139) identifica dos fases como resultado del análisis de los restos arquitectónicos conservados. El ábside oriental y los brazos datarían de la época de Ramiro II (931951), mientras el contraábside (o ábside occidental) y la bóveda gallonada del crucero pertenecerían a la obra de su hija Elvira (966-975). El edificio final es, por lo tanto, el resultado de dos obras, una ejecutada en la primera mitad del siglo X y otra en la segunda mitad de la misma centuria. Las dudas ofrecidas por el mismo arqueólogo (Miguel, 1996: 139) hacen ser, sin embargo, cautos ante esta evolución. La analogía con Santiago de Peñalba parece también buscarse en el intento de ver en la segunda obra una adecuación al uso funerario con la construcción de un nuevo contraábside, como Bango sugiere (1994: 208)15 para el ejemplo anterior. Arqueológicamente, la continuidad de las cimentaciones podría ser un firme argumento para considerar todos los espacios del edificio de un único momento, pero la disposición fuera de la línea de contrarresto, originada por las capillas o brazos laterales, del arco de acceso al ábside oeste y de sus cimientos podría interpretarse como un dato de posterioridad, aunque la primera característica también se puede observar en el ábside oriental ahora descubierto.

15 Basada en la adscripción del ábside oeste a un segundo momento, posterior a la muerte del fundador del monasterio, el monje Genadio, en el 937. Hecho que, sin embargo, no se constata en la fábrica.

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3.2. NUEVOS COMPAÑEROS DE VIAJE A este grupo que hemos denominado como tradicional y cuyas revisiones actuales revelan en algunos casos contradicciones formales y cronológicas, hemos de sumar una serie de edificios excavados a lo largo de los últimos años y cuyo acoplamiento dentro de ese grupo inicial requiere cierta atención (Fig. 2). Si el modelo visigotista ha asumido estos edificios sin problemas en el conjunto cruciforme del siglo VII, con leves matices cronológicos, el mozarabista se ha mostrado más crítico en su interpretación. La iglesia de Valdecebadar (Olivenza, Badajoz) fue una de las primeras en ampliar el grupo. Las habitaciones situadas en los ángulos exteriores se hallan separadas del cuerpo principal de la iglesia por unos estrechos pasillos de función desconocida. A pesar de esta anómala planta, la originalidad de los vanos (el espacio noreste con acceso al tramo norte del brazo del crucero y el sureste a la nave central) confirma que estas estancias fueron concebidas en la obra inicial. El adosamiento de los muros del ábside, de forma semicircular ultrapasada, a los longitudinales de la nave central y la diferencia de grosor de sus muros hicieron pensar que la cabecera perteneciese a un segundo momento (Schlunk y Hauschild, 1978: 88). Sin embargo, como afirman Ulbert y Egger (2006: 224), la identidad de la fábrica parece unificar ábside y cuerpo de la iglesia. La fecha de mediados del siglo VII propuesta por Ulbert (1973: 212-213) era fruto de la comparación tipológica de la planta. Sin embargo, según la propuesta de Schlunk (1947) sobre las iglesias conventuales, la presencia de baptisterio16 la distanciaba de Bande, La Mata o Melque, carentes de este espacio (Ulbert, 1973: 214). Este dato le llevó probablemente a adelantar la cronología a finales del siglo VI o comienzos del VII (Ulbert, 1978: 148).17 Los últimos trabajos no suman argumentos arqueológicos a la cronología, afirmando su construcción en el siglo VI y su uso a lo largo del siglo VII (Ulbert y Egger, 2006). En Mosteiros (Portel, Portugal), las excavaciones de Alfenim y Lima (1995) han identificado una iglesia de planta cruciforme con un ábside en herradura. Los trabajos clandestinos en los años 80 alteraron notablemente el yacimiento, el cual se encontraba ya fuertemente arrasado. A pesar de estas circunstancias, parece confirmarse la posterioridad del narthex, en

16 Con una segunda pila documentada en las últimas excavaciones (Ulbert y Egger 2006: 229). 17 Palol y Ripoll (1988: 147) defendieron esta misma fecha de acuerdo a la analogía con Montélios.

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base a la diferencia de cota y de tipo de pavimento (Eid, 1995: 466). Los mausoleos se adosan a los lados este y oeste del brazo sur, el cual también desempeña una función sepulcral. Los pavimentos de ladrillo de los mausoleos y del narthex argumentarían su pertenencia conjunta a un segundo momento. Alfenim y Lima (1995: 467) fechan la construcción original en el siglo VI, aunque subrayan la ausencia de argumentos arqueológicos para esta datación. La comparación tipológica con la planta de la iglesia de Recópolis (segunda mitad del VI) es una razón añadida para sostener esta fecha. En su opinión, es un modelo sencillo que difícilmente se puede comparar con ejemplos como Bande y Melque. Aunque Valdecebadar y Mosteiros puedan asemejarse por su planta, argumento principal de cronología en ambos casos, debemos subrayar que mientras la iglesia extremeña parece responder a un único momento constructivo inicial, Mosteiros es el resultado de dos obras sucesivas. En Montinho das Laranjeiras (Alcoutim, Portugal), las primeras excavaciones de finales del XIX, las labores agrícolas y su situación inmediata en la orilla del río Guadiana han alterado por completo la estratigrafía del yacimiento, del cual se han perdido algunas zonas. Los nuevos trabajos dirigidos por Maciel (1996 y 1998) identifican una iglesia cruciforme con un ábside cuadrado al que se le añade, en una segunda etapa, otro menor de planta trapezoidal. La tipología de la planta es el argumento manejado por Hauschild (1986: 169) y Maciel (1998: 747) para datar la primera obra con pila bautismal a finales del siglo VI o principios del VII. Como subrayaron Real (1995: 50) y el mismo Maciel (1996: 93), la ausencia de una estratigrafía original impide establecer una cronología fiable. Los paralelos tipológicos de la arquitectura, los elementos decorativos y la musivaria son los únicos argumentos cronológicos. La segunda etapa (ábside menor y sepulturas del interior) se sitúa en época mozárabe por el hallazgo de cerámica califal (Coutinho, 1993 y Catarino 2005-06: 123). Por los mismos criterios, Bowes (2001: 327-328) adscribe la iglesia a los siglos IV-V, de acuerdo a la probable pertenencia de algunos de sus muros a la villa, a los paralelos de los mosaicos constatados en la cámara funeraria (tumbas de la fase 2 de Maciel), a los hallazgos numismáticos en una de sus tumbas, a la fecha de la cerámica sigillata y a su posible interpretación como edificio en uso por la comunidad de la villa. Por lo tanto, aunque la forma y evolución de la planta parece clara, las hipótesis cronológicas se mueven en un amplio abanico que va desde el siglo IV al VII, repitiéndose el modelo de adscripción de un se-

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Fig. 2. Valdecebadar (Ulbert, 1973), Mosteiros (Alfenim y Lima, 1995), Montinho das Laranjeiras (fase II, Maciel, 1996), San Vicente de Valencia (Roselló y Soriano, 1998), Barcelona (Bonnet y Beltrán, 2000a) y Santa Clara de Córdoba (Marfil, 1996)

gundo momento al periodo de reconquista. En este caso, la interpretación del yacimiento, villa romana (Maciel, 1992 y Bowes, 2001), monasterio (Hauschild, 1986: 165 y Maciel, 2000) o asentamiento califal o post califal (Real 1995: 51, siglos X-XI18 y Cata-

18 El asentamiento perduraría y respetaría la existencia de la iglesia previa.

rino 2005-06: 122-124, segundo ábside como mihrab) repercute notablemente en la adscripción cronológica del edificio cruciforme. Aunque el hallazgo de un cancel en el entorno en 1925 (Vicent, 1954: 330) indicaba la posible existencia de un conjunto eclesiástico en el lugar, San Vicente de Valencia no fue excavada hasta finales de los ochenta. Se trata de un edificio cruciforme de ábside recto cubierto con una bóveda de medio cañón de

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toba al igual que los brazos (sólo se conserva la norte). Los pilares interiores de la nave igualan el espacio a cubrir con el del ábside, apuntando por ello a una misma solución de cubierta. Aunque el crucero también carece de cubierta, parece lógica la construcción de una estructura abovedada contrarrestada por brazos abovedados. Identificada con la legendaria Cárcel de San Vicente, Soriano (1995: 135) propuso en un principio varias fases. El edificio se habría fundado en el siglo V, dado que su zanja de cimentación corta un muro de opus africanum tardoantiguo. En época visigoda, habría tenido lugar la elevación del pavimento y la inserción de las tumbas monumentales en los ángulos exteriores. Sin embargo, Roselló y Soriano (1998: 46) afirmaron, como resultado del estudio del material procedente de la zanja y del nivel bajo el pavimento, que se construyó con posterioridad a la mitad del siglo VI, a lo que se sumaron los análisis de C14 de la tumba hallada en el crucero, los cuales ofrecen una fecha de mediados de la misma centuria (Eid., 1998: 49). Posteriormente, Albiach (y otros, 2000: 78) fecharon el edificio, junto a otras construcciones, en el siglo VII. Más recientemente, Ribera (2005: 224) lo ha devuelto al siglo VI, de acuerdo con los análisis de C14, y lo ha enmarcado en un modo de hacer común en todo el Mediterráneo tardoantiguo, en el que destaca el Mausoleo de Gala Placidia (segunda mitad del siglo V). La conversión del edificio en un baño mediante la instalación de un horno junto al testero tendría lugar, según Roselló y Soriano (1998), en los siglos IX-X o, según Ribera (2005: 223), en un momento anterior dentro de la segunda mitad del VIII. Por lo tanto, nos encontramos ante un abanico de cronologías que se mueven entre los siglos V y VII. La zanja de cimentación fija el límite inferior y la transformación islámica, en la segunda mitad del VIII o ya en el siglo IX, el superior. Los resultados de la reexcavación del conjunto hoy conservado bajo el Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona han llevado a proponer la existencia de una iglesia cruciforme con una cabecera rectangular perteneciente a un amplio conjunto episcopal. Lourenço, Roca y Alves (2000), de acuerdo al estudio de cargas, proponen o un abovedamiento completo con bóvedas de cañón en piedra y arcos diafragmas o, por el contrario, un abovedamiento parcial con el crucero cubierto con un tejado de madera y los brazos con bóvedas de crucería. La presencia de grandes sillares en los cimientos, de zapatas corridas, de columnas incluidas en los muros y de otras ubicadas como apoyos intermedios (unas constatadas y otras planteadas por simetría), reforzaría la primera hipótesis, dando lugar a un edificio que podría llegar a los 19 m de altura.

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Esta reconstrucción, aceptada por Bonnet y Beltrán (2000a: 136), encierra, a nuestro parecer, ciertos problemas. La propuesta se basa en una estructura obtenida mediante el empleo de arcos diafragmas que unen los soportes independientes y los muros continuos. Este elemento arquitectónico no parece constatarse en fechas tardoantiguas y, de hecho, los arquitectos aportan paralelos del siglo X (San Philibert de Tournus, Francia, 950-1120), convirtiendo al ejemplo catalán en un precedente.19 A ello hay que sumar la improbable altura de 19 metros y la incertidumbre sobre la disposición de algunos de los muros planteados por simetría. Bonnet y Beltrán (2000b: 222) datan el edificio a finales del siglo VI,20 cuando parece tener lugar la monumentalización del conjunto episcopal con la construcción conjunta de un nuevo palacio episcopal (ambos afines de acuerdo a los niveles de uso y la técnica constructiva, Eid., 2000c: 481) y la remodelación del baptisterio. La fecha ha sido reforzada por el estudio detallado de los materiales arqueológicos, la cronología de las estructuras anteriores y los análisis de C14 en los morteros de cal (Eid., 2001: 80). Otro edificio de cuya funcionalidad como iglesia dudamos corresponde a los restos conservados en la iglesia de Santa Catalina del Convento de Santa Clara de Córdoba. Marfil (1996: 35 y 2000: 130-134) describe una iglesia de planta cruciforme inscrita en un rectángulo con tres ábsides semicirculares. En su opinión (1996: 41), el edificio se habría construido durante el periodo de ocupación bizantina de Córdoba, concretamente entre los años 554 y 572. La iconografía de los mosaicos y sus paralelos han sido los argumentos adicionales. El estudio de la cerámica proveniente del estrato de demolición de los muros con alzado de tapial confirmaría esta cronología de segunda mitad del siglo VI (Penco, 2000). De los tres ábsides mencionados, los cuales se orientarían hacia el Suroeste, no se halló ningún vestigio. Los mosaicos han sido cortados por los muros adscritos a la iglesia, lo que es difícil de entender si ambos elementos fueron coetáneos. Sus orientaciones son además distintas, como muestra el plano publicado (Marfil, 1996: fig. 6). Los pilares identificados en el espacio central no pudieron ser los soportes de unas arquerías triples, como Marfil (2000: 132) sugiere, porque no están alineados. Por último, a excepción de los muros sur orientales, los únicos hallados

19 Hay que sumar la discutida interpretación del fragmento de fuste como pie de altar (Duval, 1998: 408). 20 Entre la cabecera y el brazo norte, se halla la necrópolis excavada en los años 30 con cronología de finales del VI y primera mitad del VII.

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en excavación, los restantes fueron reconstruidos de acuerdo a un criterio simétrico. Por lo tanto, no hay argumentos ni para defender una planta de tipo cruciforme ni una función eclesiástica del lugar, para la cual carecemos además de elementos litúrgicos. Sumándonos a las opiniones de Ramallo (2000: 176, quien afirma que sería «el primer y único ejemplo que tenemos de una arquitectura monumental durante los 75 años de presencia bizantina»)21 o Hidalgo (2005: 407-408) y retomando la propuesta de Olmo,22 responsable de las primeras excavaciones arqueológicas en el lugar, creemos que se puede tratar de un conjunto doméstico del siglo VI, cuyas anomalías sólo pueden explicarse considerando la posible reutilización continua de varias estructuras pertenecientes a distintos momentos histórico constructivos. Tanto en Barcelona como en Santa Clara, no estamos ante un problema de fechas, sino de reconstrucción debido a la pobreza de los vestigios arqueológicos conservados. En ambos yacimientos, hay motivos fundados para argüir una importante ocupación en época tardoantigua, pero este hecho no fuerza la necesaria existencia de una iglesia cruciforme, cuya identificación crearía además dos tipos inéditos o únicos.

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Junto a estos ejemplos, tradicionales y nuevos, debemos mencionar brevemente un conjunto de iglesias que o bien han sido incluidas en la explicación de manera secundaria o han pasado desapercibidas (Fig. 3). Los motivos pueden residir en un mayor desconocimiento de estos ejemplos (Ampurias), en la constatación de varios momentos edilicios (Obiols, Marquet) o en su datación en momentos ya del siglo VIII en adelante. En algunos de ellos, enlazando con el planteamiento tradicional, se ha querido ver una etapa visigoda del siglo VII identificada con una planta cruciforme. Este es el caso de la iglesia de Sant Vicenç de Obiols (Obiols, Barcelona), formada por una única nave, un ábside rectangular y unos brazos ligeramente salientes, cuyo adosamiento a unos arcos23

previos en el lado este, de los que conservamos los arranques, implica la existencia de una fase intermedia entre el ábside original y la anexión de los brazos y la nave. Pallás (1962: 63, hallazgo de una moneda de Egica, 687-702) y Fontaine (1978: 281-282), entre otros, afirmaron la existencia de una iglesia visigoda transformada en una basílica mediante la adicción de naves laterales y la introducción de los arcos de herradura en el siglo X (documento 977). Sin embargo, no hay vestigios materiales que permitan confirmar este tipo de edificio. Pallás considera que la primera iglesia sería de única nave y ábside trapezoidal. Fontaine, por el contrario y sin aportar argumentos, la identifica como un tipo cruciforme. Aunque la secuencia está aún por descifrar, se evidencia que la iglesia actual es el resultado final al menos de dos actuaciones. Lo mismo se puede afirmar de Santa María de Marquet 24 (Pont de Vilomara i Rocafort, Barcelona), en la que los recientes trabajos de lectura de paramentos y de excavación (López Mullor y otros, 2007) confirman la secuencia tradicionalmente intuida y las cronologías propuestas para sus fases.25 Entre finales del IX y comienzos del X (documento del 955), se construiría el edificio basilical, del cual se conserva el ábside cuadrado exento y el crucero flanqueado por dos capillas (la norte completa, vestigios de la sur). El aula26 basilical fue sustituida en el siglo XI por una nave, como delata la relación de adosamiento y el hecho de que esté fuera de eje. De este modo, la forma actual de la iglesia es el fruto de dos obras distintas. Por el mismo motivo, la planta resultante no es cruciforme en tanto y cuanto el edificio contaba originalmente con un aula cuyas capillas pasaron a ser los brazos del «nuevo transepto». La planta cruciforme de la iglesia de Santa Magdalena de Ampurias (Gerona) es también, como Marquet, el resultado de distintas empresas edilicias y no un conjunto unitario (Barral, 1981: 202, segunda mitad del siglo X). La revisión de Nolla (y otros, 1996) distingue varias etapas constructivas y cronológicas. Un primer mausoleo del siglo V, incluido en un recinto

Opinión recogida en la primera mesa redonda de Visigodos y Omeyas, Un debate entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media, L. Caballero y P. Mateos (eds.), Madrid, 2000. 22 Olmo Enciso, L. 1981: Informe preliminar de las excavaciones realizadas en el antiguo. Convento de Santa Clara en Córdoba. Id. (1993): Informe actualizado de la excavación arqueológica en la antigua iglesia de Santa Clara de Córdoba. Ambos manuscritos inéditos citados por Marfil (1996: 35). 23 Estos arcos podrían ser los accesos de unas capillas laterales al ábside, aunque la ausencia de sus enjarjes implicaría

una relación de adosamiento forzada para explicar los arcos como tales. 24 También mencionada como Santa María de Matadars. 25 Camón (1963: 213) la incluyó en su grupo de repoblación de la primera mitad del siglo X. Puig (1928: 14), Barral (1981: 230) y Junyent (1983: 125) dataron la nave actual en los siglos XI-XII. 26 De la cual se documentaron en unas excavaciones de los años 30 los cimientos y los pilares cuadrados internos, según Junyent (1983: 125), y el muro norte, según López Mullor (y otros, 2007: 682).

3.3. ¿IGLESIAS CRUCIFORMES?

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Fig. 3. Sant Vicenç de Obiols (Barral, 1981), Santa Maria de Marquet (Barral, 1981), Santa Magdalena de Ampurias (fase III, Nolla y otros, 1996), Santa María de Ventas Blancas (Schlunk y Hauschild, 1978) y San Felices de Oca (Uranga e Iñiguez, 1971)

funerario cerrado aproximadamente cuadrado, es amortizado en el siglo VI por la construcción de una iglesia rectangular de nave única con un ábside oriental diferenciado por un muro interior y una habitación o sacristía en su lado meridional. En época altomedieval, se añade un nuevo ábside oriental que rompe el perímetro del recinto original y una cámara funeraria norte, misma función que adopta la cámara meridional previa. En el siglo X, se refuerzan los muros del espacio correspondiente al ábside de la segunda fase (transepto de la tercera) para alzar sobre él una torre campanario. A mediados o finales de este siglo, se amplían los espacios anexos funerarios en torno a la iglesia. De acuerdo a esta evolución, la iglesia cruciforme surge en la etapa III o periodo altomedieval (sin concretar fecha), como resultado de la adición de varios espacios y pervive en la siguiente. Los brazos son, en realidad, capillas o habitaciones única-

mente comunicadas con la nave central por pequeños vanos de acceso. Excavada en los años 70, los resultados obtenidos en Santa María de Ventas Blancas (Logroño) fueron publicados en una breve nota (Martín Bueno, 1973) y, de hecho, la primera planta se debe a Schlunk y Hauschild (1978: 228, Abb. 134). El edificio estaba formado por un ábside cuadrado y una nave rectangular a la que se abrían dos capillas laterales. Un pórtico occidental y otro meridional completan su planta. Únicamente Heras y Núñez (1983: 27)27 y Palol (1991: 377)28 han intentado entender los distintos espacios que la forman. 27 Atribuye el ábside, la nave, las capillas y el atrio a una fase original y considera las naves laterales como adiciones posteriores al siglo XIII. 28 Defiende que todos los espacios con coetáneos, califica las capillas como transepto saliente y otorga a las cámaras oeste y sur una función funeraria.

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La iglesia de San Felices de Oca (Villafranca de Montes de Oca, Burgos), según testimonio recogido por Uranga e Íñiguez (1971: 37, nave conservada en 1925) y las últimas excavaciones (Sacristán, 1994: 256, algunas notas, pero inéditas), poseería una nave, de la cual se ha identificado el muro oeste, y cuyos enjarjes en las esquinas oeste del ábside prueban que era más amplia que éste. Independientemente de la secuencia de sus espacios, el tipo de abovedamiento propuesto para la nave y la existencia de cámaras laterales29 darían lugar de nuevo a estancias independientes que no originan un crucero diferenciado ni en planta ni en alzado, del mismo modo que sucede en Ventas Blancas, de confirmarse su originalidad, y en Santa Magdalena de Ampurias. Junto con las restantes iglesias pertenecientes al grupo riojano/burgalés definido por Caballero (2001), Ventas Blancas y Oca se hallan en el punto de mira de la revisión cronológica que apuesta por una datación de finales del siglo IX y comienzos del X30 para un conjunto homogéneo formal y tecnológicamente y que desestima la tradicional fecha de la segunda mitad del siglo VII.31 En ambos ejemplos, carecemos de datos arqueológicos para el suelo y sus alzados, por lo que ignoramos la forma de la obra primitiva y las modificaciones posteriores. Como en otros ejemplos, la planta original y su evolución están aún por definir. Recapitulando hasta ahora, podemos decir que Oca, Ventas Blancas y Ampurias (III) se caracterizarían por poseer una nave rematada en un ábside recto flanqueada por capillas laterales individuales comunicadas únicamente con vanos. En ninguna de ellas, se desarrolla el concepto de transepto. Esta misma forma se percibe en Santiago de Peñalba, aunque con soluciones de abovedamiento distintas, y no sabemos si en Palaz, cuyo hallazgo a nivel de cimentación impide confirmar si el crucero se rodeaba de arcos o de vanos de comunicación con los brazos. Tanto Obiols como 29 Según testimonio de P. Anguiano recogido por Uranga e Íñiguez (1971: 37), la nave estaría abovedada en toba. Los mismos autores (1971: 38) afirman que «Las cámaras laterales tenían huellas de arranque de sus bóvedas de cañón del mismo material, y no quedaba el menor resto de la cornisa». No se han documentado restos de estas estancias. 30 Con la excepción previa de Huidobro (1928-29: 367), quien había identificado San Felices con el monasterio fundado en el lugar en la segunda mitad del siglo IX. 31 Para Ventas Blancas, fecha defendida por Martín Bueno (1973: 199, sin argumentar), Schlunk y Hauschild (1978: 228, afinidad con Quintanilla, modelo bizantino de la cúpula) y Heras y Núñez (1983: 27, planta similar a Las Tapias, La Rioja). Para San Felices, la identificación del vocablo Oca con la sede episcopal visigoda de Auca (Sacristán, 1994: 256), la técnica de sillería, la afinidad de la planta con Recópolis y de la cúpula con las de Quintanilla y Ventas Blancas (Uranga e Íñiguez, 1971: 39).

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Marquet son productos más tardíos, ya entrados en época románica, y su morfología anterior no parece responder al tipo cruciforme, aunque se haya intentado ver de este modo.32 Por lo tanto, a diferencia del grupo tradicional de iglesias de fisonomía cruciforme, sea exenta o inscrita, estos edificios responden a una «falsa» planta cruciforme, resultado en realidad de una concepción ajena cuya forma final es fruto de la adicción de distintos espacios a un núcleo construido primitivo distinto, en ningún caso de tipología cruciforme.

4. RESULTADOS DE LA REVISIÓN DE LOS PRIMEROS, ACOPLAMIENTO DE LOS SEGUNDOS La revisión desde una perspectiva arqueológica de los ejemplos comparados y los consecuentes cambios en la tipología arquitectónica rompen la serie evolutiva trazada por la historiografía tradicional: Montélios → Bande y La Mata → La Nave → Quintanilla.33 La lectura de los alzados de Bande demuestra que ni las habitaciones occidentales ni las orientales pertenecen al proyecto original, sino que son añadidas en fases posteriores (Caballero, Arce y Utrero, 2004). Por ello, estas habitaciones no pueden ser consideradas como «precedentes» de las naves del aula de San Pedro de La Nave, a la cual debemos también sumar la aparición de un espacio occidental al aula en las últimas excavaciones (Caballero y otros, 1997).34 Esta

32 Propuesta de Fontaine (1978: 281-282) para Obiols. Caballero (1981: 79) incluye, con sus dudas, a Santa María de Terrassa (Barcelona) en el grupo de cruciformes del siglo VII. Formada actualmente por un ábside semicircular ultrapasado al interior y recto al exterior, la nave, como la de su compañera Sant Perè, pertenecerían a las reformas románicas efectuadas en el conjunto de Terrassa (Moro, 1987). 33 Junto a este grupo estrictamente definido como cruciforme, se debe hacer una breve mención a San Juan de Baños (Palencia), datada en la segunda mitad del siglo VII de acuerdo al epígrafe fundacional, y Santa Lucía del Trampal (Cáceres), asimilada con la anterior (Palol y Ripoll, 1988: 145-146 y Caballero, 1989: 115) por la cabecera tripartita, el transepto y el aula basilical. Sin embargo, la lectura de paramentos de Baños confirma que el transepto no existió como un espacio definido, sino que dos habitaciones laterales unirían los ábsides correspondientes con el aula (Caballero y Feijoo, 1998: 219 y 232233). Trampal, por el contrario, desarrolla un transepto continuo articulado en tramos para facilitar su cubierta y acompaña el aula con una serie de habitaciones anexas que contribuyen a su estabilidad (Caballero y Sáez, 1999). Ambos edificios se datan ahora, en base a distintos argumentos en un momento posterior al 711 (Caballero y Feijoo, 1988 y Caballero y Sáez, 1999, respectivamente). 34 Interpretaciones y nuevos datos sobre San Pedro de La Nave recogidos en Caballero (coord. 2004).

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En el siglo X, de acuerdo principalmente a la documentación escrita y al formato gallonado de sus bóvedas, entre otros elementos, se situarían Palaz del Rey y Santiago de Peñalba, en la cual se prescinde de un crucero abierto a los brazos por arcos y se opta por una nave flanqueada por capillas de reducida altura comunicadas con pequeños vanos. El crucero se destaca en alzado, pero no en planta. Santa Magdalena de Ampurias (III), Ventas Blancas y San Felices de Oca responderían a un modelo similar, aunque las distintas soluciones de cubiertas introducen una nueva variable tipológica.

estancia y un posible baptisterio adosado a su lado noroeste no aparecen en ninguna de las iglesias mencionadas. Lo mismo parece suceder en La Mata, en la que todas las habitaciones pertenecen a momentos posteriores, sin que podamos siquiera definir su forma original y su secuencia. Melque sufre el proceso inverso: de una planta exenta pasamos a una planta «parcialmente» inscrita, al considerarse las habitaciones de los ángulos coetáneas a la iglesia primitiva. La última iglesia de la cadena, Quintanilla, tampoco es ajena a los problemas de definición de su forma original como consecuencia de las excavaciones y reconstrucciones de su planta por Íñiguez (1955), las cuales han dado pie a una lista de propuestas al respecto aún sin conciliar.35 Aunque la estratigrafía invalida la secuencia evolutiva, los nuevos edificios no han variado notablemente el grupo tradicional, el cual ha permanecido intacto y ha funcionado como referencia cronológica y tipológica de los primeros. El fuerte nivel de arrasamiento de los ejemplos de Mosteiros, Montinho o Valdecebadar ha condicionado la consecución de escasos datos estratigráficos fiables y se han situado, grosso modo, en el inicio de esta evolución debido a su sencillez planimétrica respecto al grupo tradicional. Refuerzan así el grupo transicional y rellenan, sin olvidar las distintas propuestas en la mayoría de ellos, el siglo VI: Valencia, siglo VI; Mosteiros, segunda mitad del VI; Valdecebadar, Montinho, Barcelona, Sta. Clara, finales del siglo VI comienzos del VII. En Santa Clara, la preconcepción de una «iglesia bizantina cruciforme» ha obviado la incoherencia de los vestigios materiales documentados en las excavaciones. En Barcelona, la combinación de los datos pertenecientes a excavaciones anteriores con las actuales ha dado como resultado la identificación de un edificio que se enfrenta con numerosos problemas estructurales y morfológicos y cuya forma, en nuestra opinión, sería inaudita. Del mismo modo, la tipología se vuelve ahora más compleja al introducirse nuevas variaciones de los distintos elementos arquitectónicos. Por ejemplo, la presencia de ábsides de distinta forma: en herradura al interior y al exterior (Mosteiros, Valdecebadar); de herradura al interior y rectos al exterior (Melque, Montélios, Peñalba, Palaz); rectos al interior y al exterior (Bande, Montinho, Valencia).

El estudio de la arquitectura tardoantigua y altomedieval mediterránea nos revela cómo la forma de analizar y comprender las iglesias de planta cruciforme hispánicas no revierte ninguna singularidad en el panorama científico. Como evidencian los trabajos sobre la arquitectura bizantina de Lange (1986) y Schmuck (1995a), la elección de un tipo arquitectónico primitivo ha determinado las distintas propuestas de evolución sobre las iglesias cruciformes, todas ellas elaboradas de acuerdo a un método formal36 y comparativo que ha fosilizado un problema que permanece abierto.37 A diferencia del caso hispano, la historiografía bizantina cuenta a sus espaldas con un amplio número de trabajos sobre la definición y evolución de este tipo arquitectónico. De ellos se concluye que la iglesia cruciforme bizantina se desarrolla principalmente en el siglo IX38 y que se reduce al edificio de planta de cruz inscrita en un rectángulo (Schmuck, 1995a: 356),39 en la que una cúpula soportada por pilares y cuatro bóvedas de cañones radiales cubren la cruz interior, mientras que las habitaciones angulares, originadas por la combinación de la cruz interior y el rectángulo exterior, se cierran con bóvedas menores equivalentes a la central, de aristas o de cañón. La concentración de los empujes gracias al empleo de elementos de transición como las pechinas o las aristas y la ordenación de los soportes permite crear un esquema estructural en el que los muros funcionan en realidad como pantallas de división de los espacios

Habitaciones laterales cerradas e independientes de la nave central (Caballero y Arce, 1997: 263) o arquerías de división del aula en tres naves (Íñiguez, 1955: 80; Gómez Moreno, 1966: 172 y Arbeiter, 2001: 76), con cimentaciones continuas según Camps (1940: 664, n. 4). Hipótesis sobre sus posibles cubiertas sintetizadas en Utrero (2006: 511-512).

36 Referencias en Lange (1986) y Schmuck (1995a y b), comentadas por Utrero (2006: 228). 37 Como subrayan Mango (1991: 43) y Rodley (1994: 66) para la arquitectura bizantina. 38 Rumpler-Schlachter, 1947; Krautheimer, 1965; Buchwald, 1984 o Schmuck, 1995b, entre otros. 39 Con bibliografía anterior al respecto.

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5. ¿QUÉ ES UNA IGLESIA CRUCIFORME?

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internos. Por lo tanto, el modelo bizantino se muestra al exterior como una basílica con un crucero pronunciado en altura. De esta manera, cuesta asimilar este tipo tanto formal como cronológicamente a las iglesias de planta cruciforme de la Península. El aula tripartita, articulada en naves en San Pedro de La Nave o en habitaciones cerradas en Quintanilla, la disposición radial del tramo oriental en torno a una cúpula y el empleo de la bóveda de cañón no permite asemejarlas al modelo bizantino. Tampoco puede relacionarse, como ya sugirió Gómez Moreno (1919), con las plantas basilicales de Santa María de Wamba (Valladolid) o Santa María de Lebeña (Cantabria). El empleo de bóvedas de cañón y la omisión de cúpulas determinan la ejecución de apoyos continuos o muros trabados para combatir los empujes perpendiculares ocasionados por las bóvedas transversales. El tipo de iglesia con planta cruciforme exenta ha pasado más desapercibido a los ojos de la investigación. Los ejemplos conocidos se relacionan con una finalidad funeraria y se ajustan a un planteamiento evolutivo similar al descrito para el modelo anterior.40 De reducido tamaño, con ábside único de medio punto o recto, sin anteábside y normalmente abovedados, estos edificios se sitúan entre los siglos V y VI41 y conviven, mejor dicho, son normalmente anexos de conjuntos basilicales.42 La explicación de la arquitectura cruciforme hispana ha mirado al Mediterráneo para justificar la presencia de un grupo arquitectónico en la segunda mitad del siglo VII. El grupo transicional con transepto definido por Palol (1967) y la influencia bizantina han sido, en nuestra opinión, su base. Sin embargo, esta influencia bizantina ha contado con un escaso repertorio comparativo en el campo arquitectónico, pero muy rico, por el contrario, en el decorativo. Los ejemplos se reducen a los siguientes. Para Bande y La 40 Guyer (1945) identifica el origen de este tipo en Anatolia. En su opinión, en su peregrinar hacia Occidente, los escasos ejemplos documentados reflejarían una pérdida de calidad técnica al adoptar cubiertas de madera, con algunas excepciones (Armenia, siglo VII; y algunos edificios aislados como Gala Placidia), y llegarían hasta época carolingia. Sobre la particularidad de las iglesias armenias del siglo VII y su contextualización histórica, ver Maranci (2006). 41 Guyer (1945: 78) no descarta su aparición ya en el siglo IV. 42 A pesar de su planta cruciforme, algunos ejemplos están abovedados (por ejemplo, Sta. Maria de Formosa, Pola, siglo VI, Cuscito, 2003: 42-43), mientras que otros estuvieron cubiertos con estructuras de madera (respectivos mausoleos de la Basílica Oeste y Basílica Este, Chersonesos, Crimea, siglo VI, Pülz, 1998: 68, n. 134; y memoria a las afueras de la misma ciudad, con dudas sobre una posible cúpula central, Pülz, 1998: 70, n. 148).

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Nave, Gómez Moreno (1906: 367) propuso el paralelo de Santa Cruz de Nona (Istria), ejemplo, sin embargo, atribuido al siglo IX en adelante.43 Las diferencias cronológica, formal y estructural dificultan la asimilación de esta iglesia con los ejemplos citados.44 El modelo cruciforme de Santa Croce Camerina/Bagno di Mare (Sicilia)45 fue ensalzado por Schlunk (1945: 198) como un importante transmisor de las formas bizantinas a la Península, concretamente a las iglesias de La Mata y Bande, en un momento en el que, en su opinión, el influjo bizantino recorrería el Mediterráneo desde Asia Menor a la Península. Maciel (1998) se acogió a esta hipótesis y asumió como prototipos de los edificios portugueses de Dume, Montinho y Montélios los ejemplos de Sicilia y el Norte de África. En este caso, las iglesias sicilianas son, según Caballero (2000: 76), un mismo edificio que forma parte de un complejo termal, por lo que el paralelo es más que incierto tanto en términos cronológicos como formales. Mención especial merece Gala Placidia (Rávena, mediados del siglo V),46 cuya planta cruciforme, la serie de arcos ciegos exteriores y el abovedamiento completo lo aproximarían a Bande, La Mata y, principalmente, Montélios. Ribera (2005: 224) mantiene el ejemplo ravenático para contextualizar San Vicente de Valencia y menciona la popularidad de este tipo en todo el Mediterráneo tardoantiguo.47 En nuestra opinión, Gala Placidia no constituye un paralelo por motivos de anterioridad cronológica, lo que la convertiría en todo caso en un precedente, y de distancia formal y 43 Marasovi´ c (1962: 347) defiende el influjo de la arquitectura ravenática en la zona dálmata, pero adscribe a los siglos IXXI el conjunto de iglesias cruciforme. En Nona, adopta los arcos ciegos de la fachada y la cúpula como indicadores cronológicos. Opinión similar de Goss (1987: 103-104). 44 Su crucero, sin arcos torales, se cubre con una cúpula hemisférica sobre trompas y los brazos, uno de ellos corresponde al ábside flanqueado por dos menores análogos, con cuartos de esfera peraltados. 45 Según Schlunk (1940: 169), la iglesia siciliana tendría sus precedentes en Asia Menor, retornando así a Bizancio. A pesar de la ausencia de tumbas, Carra (1999: 176) otorga al edificio una función martirial. 46 Adscrita a un segundo periodo de la construcción y sucesivas reformas de la iglesia de Santa Croce, a cuyos pies se ubica (Gelichi y Piolanti, 1995). El cambio de técnica constructiva y la variación en la cota de pavimento son los argumentos, junto al clásico de la iconografía de los mosaicos, para sugerir un segundo momento y mantener la cronología tradicional. 47 De acuerdo a trabajos como los de Pülz (1998) y Cuscito (2003), quienes recogen la existencia de mausoleos cruciformes adjuntos a edificios basilicales datados en los siglos V y VI. Ver nota 42. Harris (2003: 123) hace hincapié en esta relación, asumiendo los 200 años de diferencia entre ambos conjuntos y entendiendo Montélios como un «revival of cruciform mausolea» en el siglo VII, reflejo del deseo de adoptar formas arquitectónicas relacionadas con otras poblaciones cristianas.

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tecnológica.48 Harris (2003: 128) intenta solucionar precisamente esta distancia cronológica con una propuesta común del siglo VI para todos los ejemplos cruciformes peninsulares, de acuerdo al clásico argumento de la presencia bizantina en el sudeste peninsular.49 Los escasos ejemplos recopilados para justificar el bizantinismo de la planta cruciforme han sido reforzados por argumentos adicionales. Los prototipos bizantinos de los relieves decorativos de La Nave atribuidos al segundo maestro y de Quintanilla o el empleo del ladrillo en las bóvedas de Bande y Montélios son algunos de ellos. Sin embargo, la conservación a nivel de cimientos de los últimos conjuntos cruciformes documentados50 se escapa de estas comparativas, por lo que la planta vuelve a ser fundamental en su contextualización.

6. CONCLUSIONES: LA EVOLUCIÓN DE LOS TIPOS COMO CUESTIÓN DE MÉTODO A la vista de lo expuesto, se puede concluir que el grupo de iglesias cruciformes de la Península Ibérica fue creado de acuerdo a unos postulados de carácter continuista que partían de la base de que los métodos arquitectónicos siguen una progresión tipológica y tecnológica nítida.51 Por lo tanto, no estaríamos ante el problema de la identificación de un tipo arquitectónico, en este caso el cruciforme, sino ante un problema metodológico, la evolución como argumento. Las secuencias estratigráficas afectan notablemente a este método evolutivo. Primero, modifican las series de tipología arquitectónica al identificar los distintos edificios encerrados en una construcción otorgando sentido a sus espacios y, en último término, cambiando su explicación funcional al situarlos en el tiempo. De este modo, tanto Mosteiros como Montinho adquieren una función sepulcral en un segundo momento, mientras que Peñalba, por el contrario, la posee desde un inicio. Santa Magdalena de Ampurias

48 Creemos que se trata de un edificio «romano» en términos constructivos, como delata el uso de la cúpula vaída del crucero en ladrillo dispuesto en hiladas concéntricas aligerado por ánforas en el trasdós. 49 Recupera las referencias de Thompson (1969: 320-323) sobre la presencia e influencia bizantina en la segunda mitad del siglo VI en esta zona. Hipótesis y notas actualizadas por Collins (2004: 48-49). Tema revisado por Utrero (2008, en prensa). 50 Epígrafe 3.2. 51 Como evidencian también las propuestas de Hauschild (1982) sobre la evolución de la técnica paramental o de Cerrillo (1994) sobre la de las plantas de las cabeceras.

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es cruciforme únicamente en su tercera fase, Obiols en un momento incierto, mientras que otras lo son originalmente. Del mismo modo, hay tipos cruciformes exentos que se transforman con la adicción de cámaras en sus ángulos exteriores (Bande, La Mata, Mosteiros), otros que no se modifican (o lo hacen de otra manera, adicción de nuevo ábside en Montinho) y otros que desde un inicio están inscritos «parcialmente» (Melque). En segundo lugar, las secuencias estratigráficas afectan a las cronologías. No sólo los edificios afectados directamente por la propuesta de un nuevo modelo explicativo han sufrido una variación cronológica, sino también todos aquellos que han sido excavados y/o reexcavados recientemente y sometidos al escrutinio de la estratigrafía y de las comparaciones. El tipo planimétrico fue el argumento inicial para establecer una cronología basada principalmente en una serie de paralelos más o menos definidos. Este proceso de datación se benefició de diferentes circunstancias. La ausencia de trabajos arqueológicos combinada con la existencia de la documentación escrita en el núcleo cruciforme inicial (Bande, La Mata, Montélios) fue la fórmula para situarlo cronológicamente. Las iglesias exhumadas posteriormente se han acogido a este guión debido a la pobre cantidad de los datos arqueológicos, como los propios excavadores reconocen en algunos de los casos52 y, como novedad frente al primer grupo, a la carencia absoluta de documentación escrita. Fuera del grupo tradicional, tanto Obiols, como Marquet y Santa Magdalena de Ampurias son el resultado de varias obras y la etapa cruciforme parece atribuirse siempre a un momento ya entrado en el siglo X en adelante, al menos confirmado en los trabajos de Ampurias. La ausencia de fuentes documentales y la obtención de datos arqueológicos facilitaron la adscripción cronológica de Melque en un primer momento, introduciendo nuevos argumentos que Gómez Moreno no pudo tener en cuenta (aparición de decoración, Caballero, 1980), y en un segundo, con la introducción de una estratigrafía y de una analítica (Caballero y Fernández Mier, 1999). Todos estos elementos la diferencian del grupo inicial mencionado y la convierten en un ejemplo destacado lleno de singularidades. El método comparativo no favorece ni al modelo visigotista ni al mozarabista. El primero se ha visto condicionado por el peso de la historiografía y a menudo ha intentado resolver sus contradicciones me52 Ulbert, 1973: 212-213 en Valdecebadar; Maciel, 1996: 93 en Montinho das Laranjeiras; o Alfenim y Lima, 1995: 467 en Mosteiros.

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diante la formulación de propuestas intermedias: iglesias visigodas cruciformes restauradas o reconstruidas en época de reconquista.53 El modelo mozarabista ha optado, por su lado, por introducir un método estratigráfico con la intención de obtener nuevos datos, especialmente importante en ejemplos que han sido ya excavados. La secuencia de Bande (Caballero, Arce y Utrero, 2004) ha de entenderse en esta renovación, aunque los resultados siguen enfrentándose al documento escrito, a la tipología (bóvedas, planta, decoración) y a las analíticas. El modelo visigotista acudió a precedentes locales y a paralelos bizantinos para explicar sus iglesias cruciformes y su evolución. La adopción de la planta como base comparativa condujo a la obtención de una reducida (y dudosa) lista que tuvo que ser reforzada con la entrada en juego de la decoración, sujeta a un juego comparativo más rico. El modelo mozarabista no puede acudir a este tipo de comparación de plantas, pues su postura rupturista prescinde de los antecedentes locales y acude al influjo musulmán como paralelo, donde los paralelos planimétricos son inviables. La comparación sólo puede darse sobre la base del análisis de los elementos constructivos y estructurales. Aunque la decoración sigue siendo un argumento importante, se trata ahora de una decoración «estratificada». Por lo tanto, el método comparativo también distancia a ambos modelos. Por último, este método es difícil de sostener ante la ampliación del listado de edificios y, en consecuencia, de los tipos. La tipología comienza a llenarse de singularidades que la invalidan como tal. Del mismo modo, las comparaciones se hacen más complejas al introducirse una serie de variables, las cuales, al mismo tiempo, a menudo ignoramos en el ejemplo elegido como referencia comparativa. Los cambios de cronología, como sucede en Nona, o de interpretación funcional, como en Bagno di Mare, ponen de manifiesto este hecho. Considerando estos datos, la defensa de un tipo cruciforme característico de la segunda mitad del siglo VII ofrece, en nuestra opinión, numerosos problemas. Además de las dudas cronológicas y morfológicas evidenciadas, se trataría de una serie de iglesias de difícil conexión con las basílicas denominadas paleocristianas (siglo VI) y visigodas (primera mitad del VII), pero también con la arquitectura asturiana del si53 Junto a los citados en texto, misma propuesta de Gómez Moreno (1966) para Quintanilla. Ejemplo destacado de la pervivencia de este tipo de explicación, es la propuesta de Arbeiter y Noack (1999: 91) sobre Melque: atribuyen la iglesia al siglo VII o comienzos del VIII, pero datan, con interrogación, la decoración estucada de los arcos torales en los siglos VIII-IX.

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glo IX o mozárabe (basilical del X). Tampoco encontramos símiles en el contexto mediterráneo, motivo por el que sus paralelos se han circunscrito principalmente a la propia Península y a los mausoleos mencionados del siglo VI. Por lo tanto, no tendrían precedentes, pero tampoco consecuentes en términos planimétricos. Del mismo modo, es ciertamente difícil encajar estos edificios entre los modelos bizantinos, para los que los trabajos de Mango (1974) y Lange (1986) ofrecen unas conclusiones similares a las nuestras. Primero, el riesgo de confiar las cronologías a las tipologías sin contar con el análisis arqueológico ha supuesto modificaciones posteriores en las dataciones y formas originales de ejemplos que fueron modelos y, al mismo tiempo, paralelos fiables para otros. Segundo, el siglo VI se caracteriza por la erección de conjuntos basilicales, en los cuales los edificios cruciformes constituyen anexos funerarios, pero no iglesias independientes. Y tercero, el modelo cruciforme inscrito se caracteriza por el uso de cúpulas menores y se desarrolla principalmente a partir del siglo IX. Por lo tanto, ni forma ni cronología avalarían al conjunto hispano. En definitiva, la historiografía muestra un método de estudio que, aunque válido en su momento, ahora no ofrece soluciones. La arquitectura no es capaz de influir ni generar modelos por sí misma (Bloom, 1988: 35-37), este papel le corresponde a sus constructores, los cuales manejan y experimentan con soluciones constructivas cuya combinación resulta en los distintos tipos arquitectónicos, que no planimétricos. De hecho, la planta se ha obviado para explicar, por ejemplo, edificios tan dispares como Escalada y Peñalba, cuya relación se ha establecido gracias a la documentación y a la forma de sus bóvedas. Ejemplos como éste confirman la convivencia de planimetrías distintas y, por el contrario, de un mismo repertorio de elementos y soluciones arquitectónicas. Por todo ello, el «tipo cruciforme» no puede ser una referencia tipológica, porque entonces el intento de enmarcarlo en un proceso histórico y cronológico seguirá siendo imposible.

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