LAS IDEAS Y LAS CREENCIAS. Las religiones y sus liturgias

September 12, 2017 | Autor: S. Rodríguez-Becerra | Categoría: Anthropology of Religion
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Publicado en Museo Etnográfico. Castilla y León. Zamora, VV. AA., pp. 20-25. Junta de Castilla y León. Madrid, 2004

LAS IDEAS Y LAS CREENCIAS Las religiones y sus liturgias

Salvador Rodríguez Becerra Universidad de Sevilla

Las religiones han estado presentes en todas las sociedades; todas ellas han tenido y tienen un conjunto de creencias acerca de lo sobrenatural, unas prácticas litúrgicas o rituales, además de unos criterios, normas y prohibiciones que inducen o prohíben ciertos comportamientos, y unas personas especializadas en estas funciones, frecuentemente organizadas en instituciones. Ello no quiere decir que todos los individuos o grupos sociales hayan creído en todos sus contenidos y participado de ellas. Todos estos componentes son constitutivos de lo que llamamos religión, y se presentan en una enorme variedad de combinaciones que no son del todo aleatorias, pues existe una estrecha relación entre el tipo de religión y el estadio evolutivo de cada sociedad. Por otra parte, no se da una absoluta superación de unas formas por otras sino que con frecuencia conviven, aunque se de el predomino de algunas. Así mismo, los componentes de toda religión: creencias, rituales e instituciones son igualmente importantes, aunque algunas que hacen hincapié más en unos que en otros. Una definición breve y muy amplia porque abarcaría todas las formas posibles de religión, aunque incompleta como todas, podría ser la del antropólogo Anthony Wallace: “creencias y ritual relacionados con seres, poderes y fuerzas sobrenaturales” (1966), porque aunque algunos pretenden incluir bajo este concepto ciertas ideologías y rituales cívicos, la religión presupone la existencia de un mundo no natural diferenciado con el que el hombre se relaciona con actitudes religiosas y/o mágicas, o lo que es lo mismo, de sumisión en el primer caso y de intento de control en el segundo. Las religiones se hacen realidad cuando se encarnan en una determinada sociedad o sociedades con sus respectivas culturas y dejan de ser tales religiones cuando desaparece la sociedad que le dio soporte. La religión de la que participaban los habitantes del antiguo Egipto faraónico, por ejemplo, es mera arqueología, porque ninguna sociedad la considera suya; los descendientes de aquellos, en el que supuesto que haya existido continuidad biológica en este territorio, son musulmanes desde hace siglos. De otra suerte, podría decirse que cada sociedad y cultura tiene su propia religión. Esta afirmación aunque pueda parecer un poco exagerada, no lo es tanto porque, las llamadas sociedades primitivas que constituían y en algunos casos todavía constituyen universos culturales completos, cada una de ellas poseía su propia religión, las que indebidamente 1

y por desconocimiento englobamos en la categoría de animistas; las sociedades colonizadas, y bajo este epígrafe puede situarse la mayor parte de las sociedades, han adoptado alguna de las religiones proselitistas y expansivas y el resultado ha sido una nueva religión síntesis de las aportaciones de la religión dominante y la dominada, es decir un sincretismo. Algunas pocas religiones vehiculadas por sociedades expansionistas han impuesto a grandes zonas del ancho mundo su propia concepción religiosa, tal fue a grandes rasgos el caso del politeísmo romano primero y el cristianismo después por el Mediterráneo, de éste por toda América, del budismo en Asia y del Islam en África y parte de Asia. Como consecuencia de este expansionismo por conquista y colonización, la mayoría de los pueblos, en un largo y continuo proceso de aculturación y sincretismo, han devenido en unas pocas religiones, aunque con fuerte matices diferenciales. De esta suerte, todas las religiones son sincréticas, ya sea como consecuencia de sincretismo y aculturación, procesos que corren paralelos pero no simultáneos, o también, como consecuencia de la imposición por sutil que esta parezca, de la religión de la religión de la sociedad dominante o de políticas proselitistas enviando misioneros. Tanto en un caso como en otro, la recepción de la doctrina que se impone no es nunca igual ni con los mismos contenidos dogmáticos ni rituales. Las religiones tienen grados muy diversos de organización y complejidad y disponen de personas o grupos especializados, fundamentalmente hombres, pero también mujeres, erigidos en intermediarios entre los poderes sobrenaturales y los miembros de la sociedad. Esta mediación les proporciona poder y permite dirigir, orientar, establecer normas y ejercer dominio sobre ellos. En función del tipo de sociedad, desarrollo y complejidad, existen especialistas a tiempo parcial o tiempo completo entre los que podemos distinguir: sacerdotes, frailes, monjes, chamanes, adivinos, brujos, hechiceros, profetas, organizados en iglesias, sectas, denominaciones, con diverso grado de institucionalización, centralismo y carisma en sus líderes, pero también, formando parte de grupos sociales más o menos definidos e institucionalizados como tribus, castas o familias. Recordemos, que entre las iglesias más centralizadas se encuentran la Católica Romana y la Budista Tibetana, frente a las anglicanas, episcopalianas, luteranas y evangélicas en las que la autoridad de los líderes esta muy condicionada por la comunidad de creyentes, que en el mundo judío veterotestamentario a la tribu de Leví se le adjudican funciones sacerdotales y que en la sociedad hindú, la casta de los brahmanes son los sacerdotes. Para muchos la religión es sobre todo doctrina y en este sentido las historias y etnografías de las religiones son con frecuencia un catálogo organizado de creencias y principios; pocos de estos textos reflejan las acciones institucionalizadas: rituales, culto o liturgias. Parece pertinente la distinción que establece Bernard Lang entre culto, ritual y rito: “Se entiende por culto el conjunto de la vida ritual de una religión determinada y, en consecuencia, se habla del culto de la antigua 2

religión romana, del culto de la iglesia católica, etc. Un ritual es un complejo de acciones rituales, que se practica por unas circunstancias muy precisas como, por ejemplo, la misa católica o el bautismo cristiano. Como rito se designan los componentes de un ritual como, por ejemplo, la triple aspersión con agua del neófito o la muestra de la hostia después de la consagración en la misa católica” (Citado por Duch, 2001: 184). Esta minusvaloración de los rituales, como si fueran cosa secundaria, no responde a los hechos, pues los rituales son el principal medio de comunicación con lo sobrenatural, tienen una gran capacidad de transformación, reducen la ansiedad y el temor, refuerzan la solidaridad del grupo y confirman los estatus. E incluso aunque pudiera parecer lo contrario, algunos antropólogos consideran más permanentes los rituales que la propia doctrina ¿Por qué tienen tanta fuerza la fuerza determinados ritos de paso como el bautismo, la boda y los funerales? Estos ritos son universales pues responden a hechos fundamentales de la vida: nacimiento, matrimonio y muerte, y han sido sacralizados en la mayoría de las sociedades. Entre cristianos tienen carácter de sacramentos, lo que los eleva a la máxima categoría de lo sagrado. Otra tendencia muy extendida por influencia del mundo occidental es la parcelación y compartimentación de lo religioso como algo separado de los demás aspectos de la cultura: religión, política, economía, poder, trabajo, sentimientos, y, en suma, toda la vida del hombre, entre las cuales existe una estrecha relación de interdependencia, disociación a la que son ajenas la mayor parte de las sociedades universales. La bendición de los campos y las ofrendas a seres sobrenaturales relacionados con la tierra y la fertilidad y, por tanto, encargados de su tutela en las sociedades agrícolas tradicionales era tan necesario para el éxito de las cosechas como sembrar las semillas, limpiar de malas hierbas, esperar la lluvia y recolectar en los momentos oportunos.

Cuando hablamos de religión usamos universalmente dos términos casi sinónimos, religión y religiosidad, y aunque no lo son, la mayoría le da al primero un significado de teoría o cuerpo de doctrina de una religión al primero y de práctica de la misma al segundo. Otros, explícitamente, hablan de religión oficial y religión popular. Desde esta perspectiva, implícitamente, se da a entender que la doctrina es más permanente y ortodoxa, mientras que la religiosidad es la puesta en práctica de esa doctrina y por tanto es más variada, circunstancial e incluso, para algunos, llena de adherencias y “supersticiones” que hay que procurar eliminar. Esta concepción es científicamente errónea y nace de una concepción exclusivista y excluyente de la religión, pues, como ya apuntábamos anteriormente, la religión o es vivida o no es nada sino mero documento arqueológico o histórico. Y la religión al ser vivida y encarnada por una sociedad queda impregnada de su modo de concebir el mundo y de sus valores culturales, nacidos de la interacción entre el medio geográfico, las vicisitudes históricas y la tradición en un proceso nunca acabado del todo, y con frecuencia, es entendida como única verdadera, a las que las religiones del libro añaden el de haber sido reveladas por Dios. 3

Ello hace que una misma religión difundida entre pueblos diferentes e incluso entre grupos sociales de una misma sociedad sea recibida y por tanto pensada y vivida de forma distinta. Podrá argüirse que es cuestión de matices y que la diversidad no afecta a lo fundamental, que se trata sólo de diferencias de menor cuantía, propias de la religiosidad popular; esta afirmación no se sustenta, pues algunas diferencias afectan a la concepción doctrinal considerada básica y esencial. Dicho de otra manera, las diferencias no son solo de expresión ritual sino de contenidos teológicos profundos, aunque estas diferencias se despachen motejándolas de Asupersticiosas@ y en todo caso de heréticas. Estas actitudes están más interesadas en los resultados estadísticas acerca del número de fieles que se consideran miembros de la institución y en principios de autoridad que en el deseo de conocer realmente los contenidos de las creencias y rituales de los creyentes. Dicho de otra manera parecen preferir los fieles a los creyentes, y no es ningún juego de palabras.

Los eclesiásticos parten con frecuencia del supuesto equivocado de que una vez fijada la doctrina por los teólogos y hecha norma por la autoridad, ésta se transmite mediante sermones y catequesis al pueblo, que la acepta o la terminará aceptando sin más, porque creen que se trata solo una cuestión de educación y adoctrinamiento. Este mecanismo falla por su base pues, aunque el mensaje trasmitido fuera único, y esto no siempre ocurre, el acogimiento por la sociedad receptora, esta sometido a tamización e interpretación que lo hace diverso y a veces contradictorio, bien porque ciertos misterios resultan ininteligibles o inaceptables por no tener antecedentes en la propia cultura, porque choque con valores y prioridades en la sociedad recipiendaria, le repugne a su propia concepción de lo sobrenatural o simplemente no los considere de interés para sus vidas. El fenómeno contrario también se da, es decir, la plena acepción de ciertos principios por darse la situación inversa. En nuestra sociedad actual, por ejemplo, hay un rechazo muy generalizado a la existencia del demonio y el infierno, según han puesto hace décadas serias encuestas y puede comprobarse casi a diario. Una sociedad como la nuestra, que ha dejado de ser maniquea y por tanto admite muchas gradaciones de la verdad, que ha abolido la pena de muerte como máximo castigo y que preconiza la igualdad de derechos y solidaridad entre todos los seres humanos, no puede aceptar principios tan rigurosos como el castigo eterno del infierno, de ahí que no pueda siquiera concebirlo y consecuentemente lo niegue. No obstante, la religiosidad en nuestro país esta penetrada, orientada e informada por la doctrina y las instituciones eclesiásticas que durante siglos han sido también una forma de poder, más efectivo si cabe que el del estado. Ello significó un control de los comportamientos y de las conciencias a través de la confesión, el temor al infierno y al purgatorio, sin olvidar los preceptos dominicales y pascuales y un largo etcétera. Estas circunstancias históricas han provocado en la 4

población el rechazo de ciertas normas y principios, la aceptación de otros y la reinterpretación de la mayoría. En los últimos decenios, sin embargo, se detecta un fuerte incremento de las manifestaciones de religiosidad pública a través de procesiones, hermandades y cofradías. Otros, la mayoría, por contra, aunque participen en estos acontecimientos, no consideran pertinente preguntarse ni ser preguntados sobre sus creencias, que se centran en algunos casos en valores científicos y tecnológicos y en otros muchos en un mundo mágico-religioso de adivinos y profetas de naturaleza espuria. Existen otros grupos minoritarios, que podríamos llamar renovadores, que viven su propia versión de fe cristiana bien diferenciada de la oficial, pero sin oponerse a ella. La religión, entendida desde las ciencias sociales trata de poner al descubierto los modelos que las distintas sociedades utilizan para relacionarse con lo sobrenatural. La fiesta, que tiene un componente religioso notable, se constituyen en una de las más claras y amplias expresiones de la religiosidad y en la mejor ocasión que encuentran los hombres para relacionarse con los seres sobrenaturales en los que se deposita la confianza, a los que se tiene devoción, y, a la vez, expresar y consolidar los lazos familiares y de sociabilidad. La importancia de la fiesta en esta relación, considerada desde la visión de los devotos, es la mejor ocasión para establecer este diálogo, expresado fundamentalmente en las sociedades tradicionales a través de la promesa y el exvoto. Estas expresiones no invalidan otras formas de "experiencia religiosa ordinaria", de carácter privado, tales como la oración y la recepción de sacramentos a los que se concede distinta valoración y significados, pudiendo llegar en algún caso a la inversión del sentido de los mismos, e incluso en la práctica a la exclusión de algunos de estos ritos de sus vidas, como es el caso del sacramento de la Extremaunción u óleo de los enfermos. Actualmente, en que en la mayoría de países libres, la cuestión religiosa ha sido recluida en el nivel de la conciencia individual, pero sobre todo, nadie esta obligado a manifestar sus creencias, si es que las tiene, y por supuesto nadie es perseguido por ello, estamos en las mejores condiciones para conocer en profundidad la actitud de los seres humanos ante lo sagrado, que sigue siendo una característica de las sociedades pero no de todos los hombres. En esa búsqueda de las peculiares formas de sentir, vivir, creer y practicar de lo que comúnmente llamamos religión o religiosidad popular en los términos que genéricamente hemos expuesto, o lo que es lo mismo, desde la perspectiva antropológica e histórica, estamos empeñados desde hace años con una mirada desapasionada, comparando lo propio con lo ajeno y viceversa, sin dogmatismos ni juicios previos, con el distanciamiento que permite la propia personalidad del investigador, la universidad pública y la sociedad española, con respeto por las creencias de las mayorías y minorías, pero sin claudicar ante las sutiles formas de presión de los diversos poderes. Muchos estudiosos desde la historia, la antropología, la sociología y la ciencia política escudriñan, describen y tratan de explicar los comportamientos religiosos de los españoles, aunque todavía son numerosas las 5

visiones acríticas, ideológicas o apologéticas. Referencias bibliográficas Alonso Ponga, J. L. (1996), Religiosidad popular navideña en Castilla y León. Manifestaciones de carácter dramático. Salamanca: Junta de Castilla y León Álvarez, C., Buxó, M.J. y Rodríguez Becerra, S. (1989), Religiosidad popular, 3 vols. Barcelona: Anthropos (Segunda edición, 2003) Díez de Velasco, F. y García Bazán, F. (eds.) (2002), El Estudio de la Religión. Madrid: Trotta Duch, Ll. , (2001), Antropología de la Religión. Barcelona: Herder Fernández Juárez, G. y Martínez Gil, F. (coords.) (2002), La fiesta del Corpus Christi. Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha Fernández de Rota, J. A. (1997), Religión popular. La Coruña: Universidad de la Coruña Filoramo, G. (ed.) (2001), Religiones. Madrid: Akal Resines, L. y otros (2001), La Era del Bien y el Mal. Urueña, Valladolid: Fundación Joaquín Díaz Rodríguez Becerra, S. y Vázquez Soto, J. Mª. (1980). Exvotos de Andalucía. Sevilla: Argantonio Rodríguez Becerra, S. (coord.) (1999), Religión y cultura, 2 vols. Sevilla: Junta de Andalucía Rodríguez Becerra, S. (2002), Religión y fiesta. Sevilla: Signatura

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