Las historias de las Revoluciones mexicanas

September 9, 2017 | Autor: E. Jacobo Bernal | Categoría: Historiografía, Revolución Mexicana
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Descripción

La(s) historia(s) de la(s) Revolución(es) Mexicana (s) José Eduardo Jacobo Bernal1

Hablar de la historiografía concerniente a la Revolución mexicana, es adentrarse en un verdadero “mar de papel”. Este fenómeno político-social ha despertado el interés de multitud de historiadores –nacionales o extranjeros, ortodoxos o revisionistas, marxistas o de derecha –, quienes lo han abordado desde múltiples y muy variadas perspectivas.2 La Revolución mexicana, entendida como fenómeno social, duró más de treinta años, pues comprende no sólo el período bélico, sino la etapa en la que se consolidaron las instituciones emanadas de este movimiento. Es por ello que nuestro objetivo es darnos una idea no de cuánto o de quién, sino de cómo se ha escrito acerca de la revolución. Más allá de lo escrito en Zacatecas, hemos optado por una mirada general que nos permita ubicarnos dentro de un contexto historiográfico nacional; sin pretender conocer todo el material al respecto, pero identificando las líneas generales sin caer en anacronismos y dar un punto de vista acorde al avance que existe en la materia. La historia de la Revolución mexicana no ha sido lineal y ascendente, sino llena de contradicciones, enfrentamientos y luchas. Ha pasado desde un

1 Miembro de la Asociación de historiadores Elías Amador A.C., Docente-investigador de la Unidad Académica de Historia de la UAZ. 2 Un agradecimiento especial para mis alumnos de Historiografía Contemporánea de México, quienes leyeron el texto e hicieron interesantes sugerencias. Siempre he creído que el que más aprende en esa aula soy yo.

entusiasmo eufórico hasta el pesimismo más acentuado; el reformismo social resultante de la revolución ha sido proclamado como uno de los mayores éxitos del movimiento o como un rotundo fracaso de participación popular, todo de acuerdo a quién escribe y en qué momento histórico lo hace. Aquí no se pretende hacer un recuento exhaustivo de todos y cada uno de los historiadores que han escrito al respecto, sino sólo de analizar las posturas ideológicas o corrientes historiográficas más relevantes que han abordado este tema. Para lo anterior se hará una división en tres categorías o momentos historiográficos, a saber: a) la visión “triunfalista”, representada, principalmente, por quienes fueron contemporáneos al suceso, y que en general caracterizaron a la Revolución como un movimiento popular y de justicia social; b) la ola revisionista, que aparece en la década de 1960, y que vino a plantear severos cuestionamientos respecto a los resultados de la revolución; y finalmente c) los enfoques regionales, que tanto han ayudado a clarificar las particularidades del proceso revolucionario.

La historia del “triunfo revolucionario” Los primeros autores que se ocuparon del tema fueron observadores y a la vez partícipes del proceso revolucionario; políticos, militares, y hasta quienes se desempeñaron como ideólogos de alguna facción; entre ellos se destacan: Pastor Rouaix, Luis Cabrera, Andrés Molina Enríquez, Antonio Díaz Soto y Gama Isidro Fabela, Miguel Alessio Robles, José Puig Casauranc y Jesús Silva Herzog. 3

3 Rico Moreno, Pasado, 2000, p. 91.

La primera interpretación de estos hombres le dio un sentido triunfalista al movimiento revolucionario, considerándolo nacionalista y popular; las causas de la revolución eran –según estos historiadores– los “males del porfiriato”, y se presumía de una ruptura con el pasado antidemocrático y el gobierno oligárquico heredados de la Colonia. En esta época de legitimación del nuevo régimen, autores como Andrés Molina Enríquez o el norteamericano Frank Tannenbaum, 4 contribuyeron a crear la imagen de una revolución popular, campesina, agrarista y nacionalista;5 de donde se desprendió el adjetivo de “primer revolución socialista del mundo” –calificativo que más tarde sería severamente rebatido– para el movimiento armado que se llevó a cabo de 1910 a 1917 en México. Las obras historiográficas de este período se caracterizaron por desarrollar el tema de manera abstracta o teórica, pues hacían un estudio retrospectivo que criticaba las antiguas formas de distribución de la tierra y juzgaban las reformas constitucionales como el remedio a la desigualdad y al atraso económico en que se encontraba el país, aunque sin hacer una investigación de la aplicación de dichas disposiciones y sin conocer los verdaderos resultados de esta política. Un pilar fundamental sobre el que se apoyó esta visión legitimadora vino del extranjero, y lo dio Frank Tanembaum, quien veía en la inauguración del régimen obregonista, el 1° de diciembre de 1920, el momento en que la Constitución de

4 Frank Tannenbaum, Peace by Revolution, New York, Columbia University Press, 1933; y Andrés Molina Enríquez, La revolución agraria mexicana, prólogo y notas de Marte R. Gómez, México, editado por la revista “Problemas agrícolas e industriales de México”, México, Gráfica panamericana, 1952. 5 Florescano, El nuevo, 1991, p.72.

1917 era puesta realmente en vigor. Este autor norteamericano daba legitimidad al nuevo Estado post-revolucionario al decir que “la revolución, que abarca un período de 10 años y se extendió sobre México como un mar turbulento, sin plan fijo, al parecer, y sin ninguna fórmula ideológica, ha cristalizado al fin en un orden constitucional” al referirse a los gobiernos sonorenses y su labor pacificadora.6 Tannenbaum es considerado como el primer intérprete extranjero de la Revolución mexicana, su monografía The mexican agrarian revolution fue el primer análisis sistemático y detallado del sistema agrario mexicano y de las reformas planteadas por la Constitución de 1917; por lo que sus planteamientos respecto al carácter de la revolución podrán ser refutados o apoyados, pero nunca ignorados.7 A partir de esta investigación concluiría que la Revolución mexicana había sido la obra anónima de un pueblo, sin ningún partido o intelectual destacado que dictara algún programa de acción. Para Tannenbaum el movimiento revolucionario era la respuesta espontánea de un pueblo a una situación de explotación, y el gobierno surgido de dicho movimiento no podía sino responder a las demandas de justicia social.8 Sin embargo cabe hacer notar que aquí, como en cualquier otro trabajo historiográfico, es peligroso generalizar. Puesto que no podemos hablar de un conjunto totalmente homogéneo en el campo de la historiografía que trata de la Revolución mexicana, ya que no todas las obras giran alrededor del mismo eje temático, ni están todas de acuerdo en la manera de interpretar el fenómeno; 6 Tannenbaum, Peace, 1933, p. 67 7 Hale, “Frank Tannenbaum”, 1991 pp. 127-128. 8 Ibíd., pp. 149-162.

por lo que es necesario mencionar algunos autores que no compartían esta visión, aunque tal vez sean la excepción que confirma la regla. Entre ellos sobresale José Covarrubias quien ya en 1922 decía: Hace un siglo que la mayor parte de los letrados que han intervenido en la América española, han sido abogados, y esto explica porqué las soluciones que se han dado a los problemas sociales han sido siempre de carácter político; nunca han dejado, después de cada revolución, de hacer expedir una ley cada vez que quieren suprimir un vicio o establecer un progreso. Se verifican de esta manera importantes progresos políticos; pero aquellas deficiencias de la máquina social que tienen por causa fenómenos del orden económico o social, que los caudillos no perciben o no se atreven a tocar, permanecen en pie, a pesar de las guerras y de las actividades de patriotas y políticos reformistas. 9

Y ni que decir de la furiosa crítica de Antonio Díaz Soto y Gama, quien había sido secretario y consejero de Zapata, además de fundador del Partido Nacional Agrarista en 1920, pues para él Calles y los hombres que lo seguían representaban “la neoreacción [...] los nuevos enriquecidos [...] creados canallesca y bandolerescamente a la sombra de la Revolución.”10 Otros personajes del ámbito político, conforme avanzaba el tiempo y se modificaban las circunstancias, iban alterando sus propias ideas. Uno de ellos fue Andrés Molina Enríquez quien en 1933, en su obra La revolución agraria en México,

recordaba

la

necesidad

de

aplicar

cabalmente

los

preceptos

constitucionales, pues para él la desigualdad social sólo podía ser solucionada mediante un reparto justo de las tierras, las que originariamente pertenecían a la 9 José Covarrubias, La trascendencia política de la reforma agraria, México, Imprenta de Murguía, 1922, pp. 34-35. 10 Discursos pronunciados por Juan Ramón Solís, José R. Saucedo, Antonio Díaz Soto y Gama, Diego Arenas Guzmán y Antonio I. Villareal en el Mitin con que el Partido Antirreelecionista, la Confederación Revolucionaria de Partidos Independientes y otras agrupaciones políticas celebraron el XXIII Aniversario de la revolución Mexicana; México, Ediciones El Hombre Libre, 1933, pp. 9-10.

nación; y para este autor, al igual que para Luis Cabrera,11 el movimiento revolucionario, al menos para ese momento, no había cumplido con las expectativas que había creado.

Aún después del gobierno cardenista, que se caracterizó por ser el más radical de los gobiernos post-revolucionarios en materia de reformismo social y el que más tierras repartió, autores como Daniel Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog mostraban su desacuerdo con las políticas sociales, debido al giro político de centro-derecha dado por Manuel Ávila Camacho, sucesor de Cárdenas. Al finalizar la década de los cuarenta apareció en el periódico Excélsior un ensayo titulado “La crisis de México”, donde Cosío Villegas decía con un tono bastante crudo: “las metas de la Revolución se han agotado, al grado de que el término mismo carece ya de sentido.”12 Este autor denunciaba la falta de capacidad constructiva del gobierno, pues si bien el movimiento revolucionario había logrado destruir al “antiguo régimen” no había podido crear las vías de un desarrollo nacional. Crítico y agudo como pocos, Silva Herzog veía en el problema de la tierra la causa fundamental del movimiento revolucionario, y gracias al análisis de la reforma agraria podía concluir que la revolución no le “había hecho justicia” plenamente a la nación. Precursor directo de la crítica revisionista, este autor

11 Luis Cabrera, Veinte años después: El balance de la revolución, México, 1934. 12 Daniel Cosío Villegas, La Crisis en México, México, Clío/Colegio Nacional, 1997. Originalmente este ensayo apareció publicado en Cuadernos Americanos, año VI, 6, marzo de 1947.

–cuya obra es esencial para entender el período revolucionario– logra distinguir los logros y fracasos del régimen de una manera clara y sin cortapisas.13 Pero al decir que la Revolución mexicana estaba en crisis, Silva Herzog no ponía en duda el valor de la empresa en sí misma, sino que criticaba a los hombres encargados de llevarla a cabo, la corruptela política en que había degenerado –según este autor– el partido de la “familia revolucionaria” debía de “enderezar el camino” y reformar la propia reforma agraria.14 Autores como los recién mencionados estaban convencidos de la inauguración de un “tiempo nuevo”, pero no lo veían de manera ingenua, pues al incluir en sus obras una crítica concienzuda a su presente, mostraban una historia aún por concluir, un futuro sin definir.15 Sin embargo, a pesar de las críticas, trabajos como estos reconocían aún el carácter fundacional de la Revolución mexicana. El mito unificador del partido fundado por Calles, según el cual las diversas corrientes revolucionarias se congregaban en un solo proyecto, no pudo ser disminuido por estos detractores de la política gubernamental, los que eran tachados de agitadores en busca de algún puesto público. Así fue como las críticas quedaron sepultadas ante la fuerza del discurso oficial y el poder creciente del régimen, el cual se encargó de difundir una historia que coincidía en calificar a

13 Jesús Silva Herzog, Breve Historia de la Revolución Mexicana, 2 vols., México, FCE, 1960. 14 Jesús Silva Herzog, “La Revolución mexicana en crisis” en Cuadernos Americanos, México, 1944, p. 45 Otra crítica de este autor al sentido de la Revolución, mediante el estudio de la reforma agraria, la encontramos en su obra: El agrarismo mexicano y la reforma agraria: exposición y crítica, México, 1959. 15 Javier Rico Moreno, Op. cit., p. 125.

la Revolución mexicana como el suceso que “enderezó” la historia económica y política moderna de México, y que rompía totalmente con las tradiciones del “antiguo régimen” para dar paso al “verdadero nacimiento de un pueblo nuevo, con su propio lugar y su propia influencia en el mundo.”16 Un ejemplo sobresaliente de lo que se pensaba de la revolución en esta época viene del hombre encargado de la redacción del artículo 27: Pastor Rouaix. Quien se sentía lleno de satisfacción “al ver que la obra que contribuimos a formar, ha sido grande, ha sido útil y ha sido buena.”17 La Revolución mexicana, fue considerada entonces, como el parteaguas histórico donde se dio una confrontación entre campesinos y terratenientes, gracias a la cual el “pueblo” destruyó al antiguo régimen. El porfiriato se convirtió instantáneamente en un símbolo de opresión, autoritarismo y apertura a los intereses extranjeros, lo que impidió un análisis de los aspectos positivos de la dictadura. Se hacía ver a los gobiernos post-revolucionarios como los continuadores de los anhelos y promesas hechas al pueblo.18 Este discurso fue una de las principales herramientas que le dieron la tan buscada legitimidad al régimen y permitieron, entre otras cosas, la continuidad del partido oficial en el poder por más de setenta años.

16 Citado de Frank Tannenbaum en Enrique Florescano, Op. cit., p. 95. 17 Pastor Ruoaix, Génesis de los artículos 27 y 123 de la Constitución política de 1917, México, INEHRM, 1959. Originalmente este libro se publicó en 1945. 18 Alan Knight, “Interpretaciones recientes de la Revolución mexicana”, México, Instituto Mora, Enero-abril, 1989, pp. 23-43.

Secuencia No. 13,

La ola revisionista: la desmitificación. Los conflictos políticos y sociales de la década de los 60’s trajeron consigo una corriente historiográfica más crítica que ponía en duda la “justicia social” de la revolución, resaltaba las continuidades entre la dictadura porfirista y el régimen post-revolucionario, evidenciando el carácter predominantemente político del movimiento. A inicios de dicha década aún no había estudios que buscaran comprobar la efectividad de los supuestos revolucionarios, aunque sí se notaba ya un cierto desencanto y escepticismo por la Revolución de 1910.19 Pero fue en realidad en la década de los 70’s que temas como la participación de las masas y sus supuestos logros fueron puestos en tela de juicio, las “reformas sociales” aparecieron a los ojos de los historiadores como meras herramientas políticas, que tenían como único propósito la consolidación de un nuevo régimen, que heredaba muchas costumbres del anterior. Los logros sociales fueron opacados por los efectos políticos, y la revolución fue vista sólo como la antesala de un nuevo Estado poderoso y centralizado. La cuestión de las continuidades con el antiguo régimen se volvió central en esta nueva forma de abordar la historia, la “ruptura” tan proclamada en un principio aparecía en este momento como una simple fórmula demagógica.20

19 Sólo como ejemplos están las obras de Gilberto Loyo, La Revolución mexicana no ha terminado su tarea, México, Banco Nacional de Comercio Exterior, 1959; Agustín Salvat, Justicia social y Revolución mexicana, México, 1963; y Marte R. Gómez, La Reforma agraria de México. Su crisis durante el período 1928-1934, México, 1964. 20 Algunos títulos representativos son Moisés González Navarro, ¿Ha muerto la Revolución mexicana?, 2 vols., México, SEP, 1970; Fernando Carmona et al., El milagro mexicano, México, Ed. Nuestro Tiempo, 1970; y Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, México, Joaquín Mortiz, 1972. La visión marxista de la historia, que se puso tan en boga a partir de los años sesenta, también se hizo presente en este debate, un trabajo sobresaliente fue el de Michel Gutelman, Capitalismo y reforma agraria en México, México, Era, 1974; y años más tarde el de Roger Bartra, Campesinado y poder político en México, Era, 1984.

Siguiendo con los postulados de la nueva tendencia, estos autores “ampliaron” el período revolucionario, puesto que era necesario incluir en el estudio la época de la institucionalización política, que algunos consideran terminada en 1940;

teniendo así un proceso que integra la mediana y larga

duración, pues incluye transformaciones no sólo económicas o políticas, sino también culturales. Este impulso revisionista –llamado así por su afán de revisar los planteamientos de la historiografía precedente21– fue fomentado también por historiadores extranjeros, quienes veían desde afuera el fenómeno y podían criticar de frente al régimen. John Womack22 y Jean Meyer,23 pioneros de esta tendencia y cuyos trabajos han servido como modelo a seguir, enfocaron desde diferentes perspectivas el problema, pero ambos llegaron a la misma conclusión: la Revolución mexicana no había sido tan revolucionaria como lo predicaba el entonces partido oficial. Womack incluyó en el análisis a nuevos sujetos históricos –los campesinos de Morelos– y dejaría de lado la abstracción del proceso. Su historia mostraba no sólo las aspiraciones revolucionarias, sino las constantes contradicciones en el interior del movimiento, la lucha entre tradición y modernidad, donde ésta última no siempre era sinónimo de revolución. Al incluir en el modelo explicativo a estos nuevos sujetos históricos, Womack incorporaba al estudio nuevas formas de

21 Sería Alan Knight quien acuñara el término y lo pusiera en boga al hacer un comentario sobre la obra de Jean Meyer citada abajo. 22 John Womack, Zapata and the Mexican Revolution, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1969. 23 Jean Meyer, La Revolution Mexicaine, París, Calmann-Levy, 1973.

interacción social, gracias a las que se puede profundizar en fenómenos tan característicos de la etapa post-revolucionaria como el clientelismo político; fenómeno

que

estuvo

casi

intrínsecamente

conectado

al

régimen

postrevolucionario. Así se comprende también la nueva relación caciquil del Estado hacia campesinos y obreros, mediante la cual el primero buscó la legitimidad y consolidación del nuevo régimen.24 Meyer por su parte desmitificó el carácter coyuntural de la revolución, estableciendo las líneas de continuidad entre el nuevo régimen y el Porfiriato; además de señalar que no se trató de una lucha entre los desposeídos y los propietarios, sino de una confrontación por el poder, haciendo a un lado el tan sonado sentido social y dejando al descubierto los fines políticos y económicos que guiaron a las huestes revolucionarias. Sobre los años que gobernó Obregón el autor comenta: “fue una época fascinante, en donde se codearon los agraristas sinceros y los políticos que utilizaron la reforma agraria para enriquecerse y para conquistar, por el chantaje de la tierra, clientelas a la medida de sus ambiciones.” 25 La heterogeneidad y contradicciones internas del proceso post-revolucionario son constantemente enfatizadas por Meyer, quien desmiente la versión de una clase agricultora beneficiada y agradecida en su conjunto por el reparto agrario. En síntesis, para Meyer la revolución perseguía claramente un objetivo político, más que económico o social.26

24 John Womack, Zapata y la Revolución mexicana, México, Siglo XXI, 1985, p. 366 y ss. 25 Jean Meyer, La Revolución mexicana, México, Jus, 1999, p. 237. 26 Ibid. pp. 241-256.

Así, este tipo de trabajos marcó el inicio de una nueva historiografía en la que se distinguen cinco principales ejes de interpretación:

    

El proceso de creación del Estado mexicano. La integración y definición de nuevos sujetos y relaciones sociales. La dinámica región-centro/centro-región. El carácter relativo de los esquemas de ruptura/continuidad vencedores/vencidos. Identificación de una estructura dual del desarrollo histórico.27

y

de

Gracias a este carácter crítico nació una ola de trabajos que buscaba dar cuenta de cómo la revolución había afectado realmente al país, un libro interesante y representativo de esta tendencia es el de James W. Wilkie,28 donde busca explicar las consecuencias sociales, económicas y políticas que generaron la revolución, estudiando un período que va de 1910 a 1960; este libro aborda la problemática post-revolucionaria cuestionándose por el real cumplimiento de las expectativas que generó el proyecto revolucionario. El autor examina la efectividad de los programas gubernamentales para combatir el atraso que, en el discurso, el nuevo régimen pretendía eliminar. Wilkie se apoya en los censos de población y en indicadores económicos, como el presupuesto federal, para tratar de evaluar los resultados concretos del proceso revolucionario, o como él lo dice: “medir pragmáticamente la ideología de la Revolución Mexicana”.29

27 Javier Rico Moreno, Op. cit., p. 203 28 James W. Wilkie, The Mexican Revolution: Federal expenditure and Social change since 1910, Berkeley, University of Berkeley Press, 1970. 29 James Wilkie, La Revolución Mexicana 1910-1976: gasto federal y cambio social, México, FCE, 1978, p. 24

Según Wilkie, el mayor resultado de la reforma agraria –considerada como una de las consecuencias más tangibles de la revolución– en los estratos campesinos fue de orden psicológico, pues la repartición extensiva de tierras, principalmente en la era cardenista, terminó con la antigua relación amo-peón; y a partir de este momento todos los campesinos podían aspirar a ser dueños de su propia parcela, aun cuando ésta fuera de mala tierra. Pero en términos económicos, la revolución aún no había concluido su tarea, pues los campesinos seguían en la pobreza debido a la falta de financiamiento, pues la tierra por sí sola no mejoró considerablemente los niveles de vida.30 Este interés por las políticas económicas nos lleva a un replanteamiento revisionista de la relación pasado-presente y presente-pasado. La búsqueda de una explicación que diera cuenta de la estabilidad del sistema económico-político nacional se dio en las décadas de los 70’s y de 80’s, pues fue en este período cuando más claramente se notaba el atraso del país y las deficiencias del proyecto económico y social derivado de la revolución se hacían más patentes. En México la vocación revisionista se manifestó con gran fuerza en la obra de Arnaldo Córdova,31 que analizaba la estatolatría del sistema, postura que se difundiera ampliamente en México desde

la década de 1970. Este autor nos

sugiere, dentro de esta misma línea, que la Revolución de 1910 no fue otra cosa que la consolidación del nuevo régimen; un Estado vigoroso que controlaría e 30 James Wilkie, Op. cit., pp. 220-227 y 309-317. 31 Arnaldo Córdova, La formación del poder político en México, México, Era, 1972; otra obra de este autor, aunque posterior pero en la misma línea es La Revolución y el Estado en México, Era, 1989.

institucionalizaría la vida política del país, dirimiendo las diferencias entre el centro y las demás regiones, pasando de ser un Estado garante a un Estado rector. El “reformismo social” implantado por el nuevo régimen fueron –para este autor– políticas encaminadas a la movilización y control de las masas en la lucha política, esto es, la lucha por el poder del Estado. La tesis principal de Córdova es que el Estado adoptó un programa de reformas sociales para cooptar las demandas particulares de los diversos movimientos populares independientes y con ello lograr la consolidación del nuevo régimen, lo cual queda más claramente señalado cuando dice: Para evitar que los trabajadores hicieran por su cuenta la reforma agraria, la Constitución declara que el representante único de la “nación” es el Estado, y dentro del Estado el Poder Ejecutivo, es decir, la Presidencia de la República, a quien encomienda que realice la reforma de la propiedad en el campo. Para ello –lo que no podía ser de otra manera–, la “nación” le confiere el poder absoluto de intervenir en las relaciones de propiedad y, a su nombre, 32 reorganizar todo el sistema de propiedad en el país.

La exaltación con que la historiografía revisionista ha estudiado el proceso de formación del Estado mexicano pone de manifiesto el acercamiento entre la historia y las ciencias sociales, particularmente en relación con las teorías del Estado moderno y los mecanismos de regulación política. Ello ha traído como consecuencia un estudio dual entre el centro y las regiones, ya que el poder político nacional no se dio de manera unidireccional, sino de manera recíproca entre ambas entidades.

32 Arnaldo Córdova, “México revolución burguesa y política de masas” en Interpretaciones de la Revolución mexicana, México, Nueva Imagen, 1979, p. 74.

En esta línea, aparecerían más tarde algunos trabajos orientados a analizar el vínculo entre el Estado y la sociedad, sacando a la luz el carácter de reciprocidad entre las crisis socio-políticas –como lo fue la Revolución mexicana– y la institucionalización y consolidación del poder estatal. Estas obras abundarían sobra la necesidad de analizar las crisis, en sus componentes estructurales –base material o económica– y subjetivos –conciencia ideológica, política y jurídica– y cómo ambos reconfiguran la organización social.33 Reiterando lo dicho en 1970 por Jean Meyer, el también francés François Xavier Guerra, a mediados de la década de los ochenta nos muestra en su obra 34 las continuidades de los gobiernos post-revolucionarios con sus predecesores y la larga duración del proceso de consolidación del Estado. Este autor insiste en que el Porfiriato no fue un antiguo régimen y que los gobiernos revolucionarios mantuvieron la línea política y económica trazada por Díaz. En este sentido la Revolución de 1910 se ve como una interrupción en los procesos centralizadores y de impulso a la economía que se venían dando desde fines del siglo XIX. En esta misma corriente revisionista surgen a finales de la década de 1980 obras como la de Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer, 35 que, dirigidas a un público no especializado con el objetivo de una más amplia difusión, plantearon también, que el movimiento revolucionario, iba más encaminado a un cambio en 33 Ejemplos de esta tendencia son los trabajos de Estela Arredondo, Sociedad, política y estado, México, Centro de Investigación y docencia económicas, 1982; y Thomas Benjamin, El camino a Leviatán, México, CNCA, 1990 34 François Xavier Guerra, Le Mexique: de l’ancien regime a la revolution, París, L’Harmattan, 1985. 35 Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer, A la sombra de la revolución mexicana, México, Cal y Arena, 1989.

las altas esferas del poder que a una verdadera transformación social. Estos autores ponen un marcado acento en lo que se refiere a la heterogeneidad de la “familia revolucionaria”, pues dentro del nuevo grupo en el poder había serias contradicciones respecto a los objetivos y metas de la revolución. De este período lo que más llama la atención de Aguilar Camín y Meyer es la búsqueda de estabilidad y la transmisión pacífica e institucional del poder, aunque reconocen que el triunfo de la revolución no significó un cambio radical y espontáneo. De acuerdo con la visión de esta obra los años veinte fueron “neoporfirianos”, pues continuó el desarrollo capitalista y la hegemonía de los hacendados; el ejido se desarrollaría plenamente hasta la época de Cárdenas, pero no sólo por su afán benefactor, sino como parte de una política aglutinadora alrededor del Partido Nacional Revolucionario, en la búsqueda por institucionalizar la transmisión del poder. La creación de la Confederación Nacional Campesina tenía como finalidad conformar el ala campesina del PNR, dándole legitimidad y una amplia base popular al auto-proclamado nuevo régimen; de este modo la etapa de mayor reparto agrario fue a la vez el período donde se logró integrar al campesinado dentro del nuevo sistema político del país.36 A partir de la década de los sesenta, la experiencia de los historiadores los hizo pasar de la incertidumbre a un estado de desencanto en torno a la retórica de la “familia revolucionaria” en el poder. Sumado a su propia realidad, estaba el contexto internacional en el que el movimiento cultural de 1968 vino a poner de manifiesto que ese presente histórico no era, ni por mucho, la realización de las 36 Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer, A la sombra de la revolución mexicana, México, Cal y Arena, 1989., pp. 164-175.

aspiraciones pasadas, y se constituía más bien como un tiempo abierto, en plena construcción. Antes de concluir este apartado, considero necesario hablar de un autor que bien puede servir como puente hacia una nueva propuesta historiográfica: Alan Knight. Quien se ha dado a la tarea de “revisar al revisionismo”, pues sería el mismo quien empleara por primera vez dicho término para englobar los tan heterogéneos trabajos de esta época y que sólo muestran un denominador común: la crítica a la visión idealizante de la Revolución mexicana. Knight ha demostrado que ningún extremo es saludable; y se plantea la necesidad de una mirada integral, que no sea contaminada por prejuicios historiográficos gratuitos, desde donde el fenómeno revolucionario

pueda ser

analizado mediante una combinación de diversas propuestas teóricas y metodológicas.37 Y predicando con el ejemplo, este autor nos brinda una prueba de esta manera de hacer historia en su obra La revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo orden constitucional,38 donde entrelaza las historias locales con los acontecimientos nacionales mediante múltiples enfoques; interrogando de manera audaz a los documentos, demostrando que las respuestas siempre están ahí, el secreto radica en saber preguntar. 37 Entre las obras más representativas de esta postura están los artículos siguientes: “La Revolución mexicana, ¿burguesa, nacionalista, o simplemente una ‘gran rebelión’?” tomado de Latin American Research, vol. 4, No. 2, Londres, 1985, traducción de Laura Emilia Pacheco; “Interpretaciones recientes de la Revolución mexicana”, en Secuencia No. 13, México, Inst. Mora, Enero-abril, 1989, pp. 23-43; y “Revolutionary Proyect, recalcitrant people: Mexico, 1910-1940” en Jaime Rodríguez (coord.) The revolutionary process in Mexico. Essays on political and social change, 1880-1940, Los Angeles, UCLA Latin American Center Publications, 1990, pp. 227-264. 38 Publicada originalmente como Alan Knight, The Mexican Revolution, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1986.

El revisionismo se instaló como la corriente historiográfica predominante y aunque no sigue un único derrotero, ni todas sus tesis tienen son coincidentes, puso de la heterogeneidad del proceso revolucionario y sus múltiples variantes, tanto temáticas como de enfoque. Abriendo las puertas a una tercera etapa historiográfica, la de los estudios regionales, que tendrá como principal objetivo mostrarnos las particularidades de este fenómeno socio-histórico.

La historia regional: la búsqueda de una síntesis. En fechas más recientes los estudios regionales han cobrado gran auge, respondiendo a la necesidad de un estudio más detallado, tratando de dejar atrás las limitantes de pertenecer a la escuela triunfalista o revisionista e intentando encontrar el punto medio entre ambas. A nivel local ha surgido la preocupación por explicar el proceso revolucionario, desde sus antecedentes como en el caso de Wasserman y su estudio de la familia Terrazas, o Aguilar Camín en el caso de Sonora, 39 hasta sus consecuencias tangibles en obras como las de Paul Friedrich y Romana Falcón,40 entre otros. Esta historia regional se ha propuesto como tarea profundizar en un caso concreto en la investigación del período revolucionario y sus años posteriores,

39 Mark Wasserman, Capitalistas, caciques y revolución. La familia Terrazas de Chihuahua, 18541911, México, Grijalbo, 1987; y Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada, Sonora y la Revolución mexicana, México, Siglo XXI, 1977. 40 Paul Friedrich, Agrarian revolt in a mexican village, New Jersey, Prentice Hall, 1970; y Romana Falcón, Revolución y caciquismo. San Luis Potosí, 1910-1938, México, COLMEX, 1984.

para describir los procesos locales y mostrar que la revolución no fue un movimiento homogéneo y que en cada región adquirió matices muy variados, siempre en función de su propia realidad política y socio-económica. Esta historia regional 41 no trata de generalizar, sino que a través de un caso específico, donde se observan las condiciones particulares de una región o un período, explica los procesos que dieron forma al nuevo régimen. Se trata de situar adecuadamente a la “gran historia nacional” mediante la comprensión plena de lo ocurrido en una región bien localizada. Así, podemos ver como estos trabajos ponen énfasis en la heterogeneidad del proceso revolucionario y cómo fue que las circunstancias locales marcaron el rumbo de la política. Estos estudios regionales han permitido una apreciación más clara de los diferentes procesos, cada uno con sus propias características y particularidades, demostrando la necesidad de un estudio minucioso que nos otorgue una comprensión más completa del desarrollo de la Revolución mexicana y de sus consecuencias. Se ha vuelto lugar común decir que debido a la existencia de multi-Méxicos hubo multi-revoluciones, que el proceso revolucionario no fue más que un mosaico irreductiblemente complejo y de gran heterogeneidad. De lo anterior se ha desprendido un debate acerca de dos cuestiones fundamentales, por un lado, la conveniencia de las generalizaciones a partir de un sólo caso, y por otro, la validez

41 Algunos otros ejemplos de investigaciones en esta misma línea son los Ángel Gutiérrez, José Napoleón Guzmán y Gerardo Sánchez en La cuestión agraria: revolución y contrarrevolución en Michoacán (tres ensayos), México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1984; recoge en esta trilogía el desarrollo del reparto agrario en este estado, visto a través de la ideología, las luchas de los campesinos contra las empresas extranjeras y la influencia del movimiento socialista.

de estudios que no explican más que una fracción del fenómeno, sin poder integrar una explicación más amplia.42 Este problema deriva del predominio de una perspectiva historiográfica “provinciana”, llamada así no por su origen geográfico, sino por su visión limitada, puesto que algunos estudios de caso ignoran o desdeñan los rasgos que pudieran tener en común con otras regiones del país: pareciera que no existe nada fuera de las fronteras políticas de la entidad. Pero además de esta perspectiva reduccionista, es necesario dejar testimonio de la escasez de trabajos acerca de la revolución para el estado de Zacatecas, comparada con algunos estados que han tenido para el período revolucionario sus historiadores “exclusivos”, ya sea por la importancia de dichos estados en el desarrollo del movimiento revolucionario o por su representatividad en el contexto nacional, ejemplos de lo anterior son los trabajos de Paul Friedrich respecto a Michoacán, Carlos Martínez Assad para Tabasco, Héctor Aguilar Camín y su investigación sobre Sonora, Beatriz Rojas en Aguascalientes, Romana Falcón con sus estudios de San Luis Potosí, Raymond Buve y su interés por Tlaxcala, Mark Wasserman y su predilección sobre Chihuahua, y Thomas Benjamin y sus publicaciones sobre Chiapas .43 Zacatecas, sin embargo, hasta el momento ha carecido de ello.

42 Alan Knight, Interpretaciones recientes..., Op. cit., p. 27 43 Paul Friedrich, Op. cit.; Carlos Martínez Assad, El laboratorio de la Revolución, el Tabasco garridista, México, Siglo XXI, 1979; Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada, Sonora y la Revolución mexicana, México, Siglo XXI, 1977; Beatriz Rojas, La destrucción de la hacienda en Aguascalientes, 1910-1931, México, El Colegio de Michoacán, 1981; Romana Falcón, Op. cit.; Raymond Buvé, La Revolución mexicana: el caso de Tláxcala; Mark Wasserman, Op. cit.; y Thomas Benjamin, El camino a Leviatán: Chiapas y el estado mexicano. 1891-1947, México, CNCA, 1990.

Para concluir, es necesario aclarar que la visión historiográfica acerca de la Revolución mexicana es amplia y muy variada, como el fenómeno mismo, y los puntos de vista que han prevalecido en distintas épocas –el “oficial”, que encumbró al movimiento como el inicio de una era de cambios sociales, el ”revisionista”, que vino a hablar sobre la escasa participación popular y lo corto que se quedaron las reformas sociales, y el “regional”, que trata de desentrañar los detalles del proceso para lograr más que una explicación, la comprensión de lo sucedido– deben, en cierta medida, complementarse. Ya que si bien hay una continuidad respecto al proyecto porfiriano en los gobiernos post-revolucionarios, no podemos decir que se dé una progresión lineal, pues la incursión de las masas en el movimiento le dio un nuevo giro a lo que era una lucha por el poder entre las clases medias y altas. La reforma agraria avanzó lentamente, como una lucha continua, donde el cambio no fue dado por la política oficial de manera vertical, sino como resultado de la constante interacción entre políticos y campesinos.44 Esta complejidad no permite una mirada unidireccional, sino que exige un análisis desde diferentes perspectivas: nacional, regional, política, económica, cultural, etc. Y a pesar de la cantidad de trabajos escritos al respecto, nunca estará de más una nueva mirada que nos pueda despejar más dudas y ayudarnos a construir una más completa explicación de procesos tan importante como la Revolución mexicana. 44 Alan Knight, Interpretaciones recientes..., Op. cit , p. 38.

FUENTES Javier Rico Moreno, Pasado y futuro en la historiografía de la Revolución mexicana, México, UAMCONACULTA-INAH, 2000. Enrique Florescano, El nuevo pasado mexicano, México, Cal y Arena, 1991. Frank Tannenbaum, Peace by Revolution, New York, Columbia University Press, 1933. Andrés Molina Enríquez, La revolución agraria mexicana, prólogo y notas de Marte R. Gómez, México, editado por la revista “Problemas agrícolas e industriales de México”, México, Gráfica panamericana, 1952. Charles A. Hale, “Frank Tannenbaum y la Revolución mexicana”, en Secuencia Núm. 39, México, Instituto Mora, 1991. José Covarrubias, La trascendencia política de la reforma agraria, México, Imprenta de Murguía, 1922. Discursos pronunciados por Juan Ramón Solís, José R. Saucedo, Antonio Díaz Soto y Gama, Diego Arenas Guzmán y Antonio I. Villareal en el Mitin con que el Partido Antirreelecionista, la Confederación Revolucionaria de Partidos Independientes y otras agrupaciones políticas celebraron el XXIII Aniversario de la revolución Mexicana; México, Ediciones El Hombre Libre, 1933. Luis Cabrera, Veinte años después: El balance de la revolución, México, 1934. Daniel Cosío Villegas, La Crisis en México, México, Clío/Colegio Nacional, 1997. Jesús Silva Herzog, Breve Historia de la Revolución Mexicana, 2 vols., México, FCE, 1960. Jesús Silva Herzog, “La Revolución mexicana en crisis” en Cuadernos Americanos, México, 1944. Pastor Ruoaix, Génesis de los artículos 27 y 123 de la Constitución política de 1917, México, INEHRM, 1959. Alan Knight, “Interpretaciones recientes de la Revolución mexicana”, Secuencia No. 13, México, Instituto Mora, Enero-abril, 1989. John Womack, Zapata and the Mexican Revolution, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1969. John Womack, Zapata y la Revolución mexicana, México, Siglo XXI, 1985. Jean Meyer, La Revolución mexicana, México, Jus, 1999, p. 237. James Wilkie, La Revolución Mexicana 1910-1976: gasto federal y cambio social, México, FCE, 1978. Arnaldo Córdova, La formación del poder político en México, México, Era, 1972. Arnaldo Córdova, “México revolución burguesa y política de masas” en Interpretaciones de la Revolución mexicana, México, Nueva Imagen, 1979. Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer, A la sombra de la revolución mexicana, México, Cal y Arena, 1989.

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