Las fortificaciones romanas y prerromanas de Ornedo-Santa Marina (Valdeolea, Cantabria) / Roman and Pre-Roman fortifications of the oppidum of Ornedo-Santa Marina (Valdeolea, Cantabria)

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Descripción

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LAS FORTIFICACIONES ROMANAS Y PRERROMANAS DE ORNEDO-SANTA MARINA (VALDEOLEA, CANTABRIA) PEDRO ÁNGEL FERNÁNDEZ VEGA, LINO MANTECÓN CALLEJO, JOAQUÍN CALLEJO GÓMEZ & RAFAEL BOLADO DEL CASTILLO 1

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PIRENAIA & PROYECTO AGER IULIOBRIGENSIUM

Fig. 1. Foto aérea oblicua del yacimiento

ROMAN AND PRE-ROMAN FORTIFICATIONS OF THE OPPIDUM OF ORNEDO-SANTA MARINA (VALDEOLEA, CANTABRIA)

ABSTRACT

RESUMEN

In this paper we present a brief description of the archaeological investigation in the site of Monte Ornedo (Valdeolea, Cantabria). The excavation have documented a oppidum dated to the Second Iron Age, which was assaulted during the Cantabrian Wars. Once conquered, the roman army built a castellum to control the troop movements an the Romanization of the territory.

En este trabajo presentamos una breve descripción de las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en las cimas de Monte Ornedo (Valdeolea, Cantabria). Las excavaciones realizadas han permitido documentar la existencia de un oppidum de la II Edad del Hierro, tomado por la fuerza durante las Guerras Cántabras, que dará cobijo con posterioridad a un castellum romano desde el que controlar tanto los movimientos de tropas como la romanización del territorio.

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I. INTRODUCCIÓN

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a aparición de monumentos epigráficos de época romana en Cantabria constituye una auténtica rareza patrimonial con una salvedad, los términos augustales, de los que precisamente se puede decir que, a la inversa, el lote de los hallados, procedentes todos ellos de la comarca de Valdeolea o de sus confines hacia el municipio de Valdeprado del Río, conforman el corpus epigráfico de termini más voluminoso del Imperio (Cortés, 2013:106).

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Tres de estos hitos terminales fueron localizados precisamente en el Monte Ornedo durante el desmantelamiento de la ermita de Santa Marina, en la cima oriental, en el año 1822 (De los Ríos y Ríos, 1889; Schulten, 1942:3). Se trata de los hitos que deslindaban los prata de la legio IIII Macedonica y el ager Iuliobrigensium. Su localización en lo alto del monte como material de construcción de la ermita, invita a presuponer que su procedencia no pudo ser lejana y que se acopiaron en el entorno inmediato. Cuál fue su ubicación específica es algo desconocido, aunque quizá la divisoria pudo establecerse en la línea de cumbre del propio monte. Por lo demás, se torna ineludible valorar el contexto arqueológico en que estaban inmersos dentro de los márgenes de interpretación que los propios términos evocan en una doble dimensión, la de una unidad militar con sus prata, la legio IIII, y la de un núcleo de población con un territorio adscrito, Iuliobriga. Si fuera posible despojar de todo el envoltorio historiográfico creado durante siglos para ambas entidades, deviene razonable crear interpretaciones a partir de los datos arqueológicos y no a la inversa, reelaborando los hallazgos desde los constructos historiográficos. Esto es lo que nos proponemos. En este sentido, los datos epigráficos indudables de partida conciernen a la rotunda presencia de una sucesión de términos augustales dispersos en unas localizaciones concretas y que, a priori, aunque puedan haberse desplazado de su emplazamiento original, lo habrían hecho en un radio espacial muy corto. Su área de localización define un territorio en el sur de la comarca de Valdeolea.

Existe un consenso lógico al postular que su implantación hubo de producirse en un momento próximo al final de las Guerras Cántabras, cuando la legión queda asentada dentro del territorio y se hace preciso asignar las áreas de captación de recursos a ambas entidades, a la propia legión y al núcleo de población. Se ha postulado que en torno al año 15 a.C. (Abascal, 2008:85; Cortés, 2013:106), pero esta precisión carece aquí de relevancia salvo en un sentido: la identidad que podría ofrecer el núcleo de Iuliobriga tanto podría tratarse de un emplazamiento prerromano, tal vez amurallado en coherencia con el sufijo -briga, y que se mantendría ocupado, como de un núcleo de nueva planta, fruto de la planificación imperialista romana, pero debería estar ocupado en ese momento, en los años finales de la era precristiana. Desde una perspectiva positivista, estos podrían ser los mínimos a establecer para una identificación. Con una apariencia de castro conquistado o de ciudad romana de nueva creación, su emplazamiento hubo de gestarse en esas fechas. La identidad del yacimiento arqueológico de Monte Ornedo constituye una cuestión abierta pero es insoslayable su relación espacial con esta doble realidad, con los prata de la Legio IIII y con el ager Iuliobrigensium, si no con la propia Iuliobriga. Los términos augustales de la comarca y los que se incorporaron a los muros de la ermita en la cima del yacimiento establecen la conexión ineludible, y a juzgar por los hallazgos, el yacimiento quedó afectado por la doble realidad, por una situación de frontera. El aporte del yacimiento a una revisión de las Guerras Cántabras deriva por tanto de las constataciones que se han de vincular con el espacio gestionado por la legión y la ciudad. Se ofrece a continuación una semblanza del yacimiento de Santa Marina aunque no tendrán cabida precisiones cronológicas o arqueológicas, que deberán ser presentadas en publicaciones específicas de detalle.

II. LA IDENTIDAD PRERROMANA: UN OPPIDUM Que Monte Ornedo fue un castro prerromano quedó escrito por Schulten, quien realizó las primeras intervenciones arqueológicas en el yacimiento en junio de 1906,

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Fig. 2. Localización de los yacimientos y distribución de los términos augustales sobre mapa topográfico

aunque posteriormente todo ello quedó cuestionado. Nuestros trabajos han confirmado la atribución. Schulten excavó la puerta de acceso al enclave por el lado este y halló un corredor pavimentado de “cantos menudos” de 4 m de ancho en la entrada, y los herrajes de una puerta de madera

(1942:5 ss.) que se erguía en un plano oblicuo, no frontal, entre dos lienzos que conformaban un esviaje. Contrastó un espesor de 3,6 m en las murallas, construidas en piedra con dos paramentos en muro de 0,3 m de grosor y un relleno de 3 m de piedra. Las líneas de fortificación registradas

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por Schulten se referían a las visibles de manera más conspicua en las laderas este y sudeste del yacimiento. Los trabajos arqueológicos, que se han desarrollado por nuestro equipo entre 2004 y 2013, nos han permitido contrastar y verificar los planos generales, e incorporar, a partir de prospecciones visuales, datos de foto aérea, desbroce y limpieza de cubierta vegetal en algún tramo, topografía y un sondeo, la continuidad del gran recinto amurallado que ceñía probablemente toda la parte superior del Monte Ornedo. Un total de 19,9 ha circundadas y protegidas por una línea de muralla que además pudo ser doble. Un sondeo realizado en 2012, avala en la ladera norte la técnica de fortificación que registró Schulten, si bien el espesor máximo de la fortificación en ese punto no supera los 2,7 m. Otra intervención de limpieza de hojarasca en los restos de la muralla en el lado nororiental ha permitido comprobar un espesor de 2,4 m entre dos paramentos de mampostería que encierran un relleno de tierra, cascajo y piedras de tamaño medio.

162 Algunas dimensiones pueden permitir valorar la envergadura de las estructuras: la anchura de los derrumbes de piedra oscila entre 7 y 16 m. En la zona de la entrada excavada por Schulten los espesores delatan estructuras que alcanzan los 3,6 m. En toda la sección oeste del monte, la correspondiente a la cima de Ornedo, una plantación de pinar arrasó las estructuras y ha alterado de manera crucial el registro arqueológico. Las noticias orales recogidas coinciden en sugerir que este sector se mostraba fértil en hallazgos y restos, y que pudo concentrar la ocupación más continuada de poblamiento. Cada vez que el Servicio de Montes ha reavivado el cortafuegos y revuelto las tierras superficiales, ha dejado al descubierto fragmentos muy rodados de cerámica. Durante prácticamente todo el tiempo se ha considerado que la ladera oriental registró ocupación posterior romana a partir de las líneas de fortificación que se anticipan a la puerta del castro y a las murallas de piedra, formando terraplenes y fosos en una estructura reconocible como vallum duplex. Mide 289 m en la zona conservada y se pierde por el sur, afectada por una pista de acceso a la cima, aunque la orientación de las estructuras invita a pensar que cerraba hacia la muralla de piedra. Esta sec-

ción delimita un área aproximada de 27.860 m2. Los sondeos realizados en la última campaña demostraron la existencia de dos estructuras consecutivas de foso y terraplén separados 18 m (de foso a foso). El foso exterior es de sección en “V” de 2,46 m de ancho y 1,43 m de profundidad con una altura del sistema defensivo conservada de 3,34 m. El foso interior tiene una sección en “U” amplia de 3,6 m de ancho y apenas 1 m de profundidad. La estrategia seguida, obviamente, tendía a fortificar de manera especial el área de acceso más vulnerable del castro, el flanco oriental, y muestra una técnica que se diría inequívocamente romana. Sin embargo, del interior de uno de los fosos ha podido obtenerse una datación radiocarbónica que lo sitúa en un momento entre el siglo II y la primera mitad del I a.C., momento en el que el enclave prerromano se encuentra en su mayor apogeo. Además su planificación parece guardar más coherencia estructural con las murallas del emplazamiento prerromano que con el recinto construido en el interior del oppidum por el contingente militar romano. Podría relacionarse con un antecastro de la fortificación prerromana, si bien las evidencias aún no son concluyentes y caben otras posibilidades como que formen parte de un vallum duplex romano. Más al este aún, queda una primera línea de terraplén de Norte a Sur, interrumpida en alguno de sus tramos por fenómenos probablemente naturales. Tiene unas dimensiones de 250 m de longitud, con un ancho superficial de 5,20 m máximo y una elevación media de unos 2,20 m. Deja tras de sí, y por debajo de las defensas anteriores, un punto de surgencia de agua. Ambas estructuras albergan una superficie de 5,6 ha. La mayor atención se ha deparado arqueológicamente a las estructuras de la cima de Santa Marina, que focalizaron las dos etapas de excavación desarrolladas en el siglo XX (Schulten, 1942; Bohigas, 1978: plano). Los taludes y fosos sobre el terreno definen un recinto de planta redondeada que centró los trabajos de la segunda fase de excavaciones y que, sin embargo, sólo proporcionó prácticamente materiales medievales, con la salvedad de un denario republicano, un cuchillo afalcatado y una terra sigillata tardía (Bohigas, 1978:24). Tiene unas dimensiones de 67 m E-W x 57 m N-S ocupando un área de 3.315 m2, con un espacio útil interior de 2.310 m2. Este recinto superior está

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Fig. 3. Croquis del yacimiento de Monte Ornedo

muy afectado por trincheras de la guerra civil española, observándose una cueva artificial que hacía las veces de refugio antiaéreo. Un sondeo en el lado oeste de estas fortificaciones ha desvelado dos fases de foso con terraplén, que parecen confirmarse en un sondeo parcial efectuado, fuera del recinto, más al norte. La fase más antigua de este recinto cabe la posibilidad que remita a una cronología prerromana. Tal vez deba relacionarse con un pequeño foso en U verificado en otro sondeo al norte de escasa profundidad que apenas alcanza los 60 cm y 3 m de ancho. Sin embargo, las pruebas aún no son concluyentes y caben otras interpretaciones como relacionarlo con dos fases campamentales romanas. Buena parte de los esfuerzos arqueológicos que hemos realizado en el yacimiento se han derivado a la excavación

de una plataforma que se erguía dominante en la ladera sur, por debajo de la cima del monte. En ella se ha excavado un edificio de 303,74 m2, que contiene una amplia sala, un patio central con cisterna de recogida de agua y otro ámbito anexo en el que se habilitó una sauna para baño de vapor empleando piedras calentadas (Fernández Vega et al., 2014). Las dataciones de este edificio, a partir de tres muestras recuperadas en puntos distintos del edificio, una madera carbonizada de la puerta, un carbón recogido en el fondo del vaso de la sauna y otro carbón entre los restos del manteado de la estructura, mantienen la coherencia con todo el resto de dataciones citadas: una vez calibradas resultan anteriores al momento de las Guerras Cántabras, describiendo un arco que ocupa el siglo II y primera mitad del siglo I a.C. para las maderas empleadas, no para su amortización funcional. A este marco de referencia cronológica se antepone el hallazgo de una fíbula de doble resorte que remontaría a los siglos VI-V a.C.

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Fig. 4. Corte estratigráfico de las defensas exteriores

Con todo lo visto, queda evidenciado un castro prerromano de amplia extensión superficial aunque de probable distribución desigual de su poblamiento.

III. UN EPISODIO DE CONQUISTA

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La campaña de prospecciones de 2009, desarrollada en la falda de Santa Marina, demostró a partir de la dispersión de material, no sólo los efectos de la guerra civil sobre el lugar, con atrincheramientos en los que se concentraron fragmentos de proyectiles y morteros y también una ingente cantidad de munición, sino además la posible existencia de un episodio de conquista. El área ubicada ante la puerta de entrada al castro que excavara Schulten, detrás de las líneas de defensa del antecastro permitió recoger un voluminoso lote de objetos metálicos de doble adscripción. Se localizaron materiales de posible raigambre prerromana –fíbulas de doble prolongación con cabezas de caballo o ánade, del tipo 1 de Erice, una fíbula zoomorfa esquematizada o varios elementos de guarnicionería- y materiales de filiación romana –fíbulas Alesia y anulares, un as partido, dos ases de Bilbilis, placas de cinturón, una pelta decorativa, un clavus caligae y un hacha-. A este lote romano debemos añadir un denario republicano hallado en las antiguas campañas y acuñado en 209-208 a.C. (Fernández Vega y Bolado del Castillo, 2010:382s) El conjunto se completaba con puntas de lanza, regatones, un cuchillo, arreos de caballo y también un signum equitum que remite a una unidad de caballería cántabra o auxiliar romana (Fernández Vega y Bolado del Castillo, 2011:334).

Tanto el material hallado, como el lugar en que se recogió apuntan a la probable adscripción de su depósito a un enfrentamiento armado en el lugar. En el apartado cronológico, las fíbulas Alésia y el as partido podrían avalar de la manera más razonable la sincronía de este episodio con las Guerras Cántabras. Se trataría de un asalto al castro que, probablemente, provocó el incendio del edificio público de la sauna y el de la puerta del castro, detectado en su momento por Schulten, cuando concluía que “el castro fue incendiado en una guerra, seguramente la de Augusto” (Schulten, 1942:9).

IV. LA GUARNICIÓN ROMANA La presencia romana en el ámbito de las fortificaciones ha quedado manifiesta por dos aspectos: el desmantelamiento de la muralla prerromana de piedra y la aparición de un castellum en el cuadrante noreste del cerro de Santa Marina. La ocupación militar del castro pudo ir acompañada de una destrucción de la muralla prerromana en piedra, que se ha verificado en el sondeo realizado en la ladera norte del oppidum sobre la muralla. Sin embargo esa destrucción que se tradujo en un arrasamiento hasta dejar solo los cimientos, no fue total. El sector nororiental de la muralla en el cerro de Santa Marina debió dejarse intacto para proceder a crear un cercamiento en forma de castellum a través de dos líneas de fortificación, que partieron de las inmediaciones de la puerta este. Definen un recinto en forma de cuarto de círculo, que coincidió en parte con el trazado del recinto supe-

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Fig. 5. Corte estratigráfico de la muralla

rior dejándolo dentro. El levantamiento de castella en el interior de los castros y oppidum tiene paralelos en otras localizaciones del Bellum Cantabricum como es el caso de Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia), el castro de Santibáñez de la Peña (Palencia) y el castro de la Espina del Gallego (Corvera de Toranzo, Anievas y Arenas de Iguña, Cantabria). Probablemente denota la cohabitación de un contingente romano con parte de la población indígena durante un periodo de tiempo indeterminado, tal vez tras derruir las murallas, y quizá hasta que los cántabros fueron forzados a bajar al llano, según relató Dion Cassio 54, 11, 5: “(Agrippa) exterminó a todos los enemigos en edad militar y a los restantes les quitó las armas y les obligó a bajar de los montes al llano…” Así pues, el castellum es una construcción mixta que tiene una forma curva acotada por la muralla prerromana de piedra y dos lados rectos a partir de sendas líneas perpendiculares. Ocupa un área de 16.452 m2 (incluidas las defensas), dejando un espacio útil de 12.240 m2. El ancho visible en superficie de estas defensas oscila entre los 7,6 9,20 m, alcanzando elevaciones de hasta 2,25 m. Se trata de una estructura de foso y terraplén que se ha estudiado en dos sondeos realizados en el lado oeste. Uno de ellos, coincidente con el trazado del recinto superior permitió verificar que se excavaba sobre el foso anterior hasta crear un foso en “V” de 1,75 m de profundidad -seis pies- y 2,40 m de ancho -ocho pies-, con una

pared vertical -fossa punica-. Se trata de un foso que sobrepasa las dimensiones mínimas reglamentarias de VI por III pies (1,78 x 0,89 m) según Pseudo-Higino (49), pero que se aproxima a las proporciones referidas por Vegecio (Epitoma rei militaris, I, 24) para los campamentos de campaña con peligro no inminente: 7 pies de profundidad y 9 pies de ancho (2,07 x 2,66 m). Con la tierra extraída de la profundización se procedió a elevar el agger de modo que se llega a 4,22 m de altura conservada actualmente desde el fondo del foso a la cima de la muralla. Además, el terraplén se dotó de un parapeto de piedra (de una altura mínima de 3 m) constatado por una hilada de piedra al exterior que no llegaba a cimentarse sobre la roca madre y que aparecía derrumbado intencionalmente en el interior del foso. Al interior no se verificó claramente otro parapeto pero un basamento de piedra apuntaba en esa dirección. El ancho de la muralla alcanzaba los 4,10 – 4,35 m. El conjunto sobrepasaría los 5 m de altura, posiblemente fortalecido con empalizada de madera. En el interior de este agger se constató una fase previa compuesta de terraplén simple de tierra y cascajo de piedra de 1,53 m de altura, reforzada con una empalizada de postes hincados en la cara externa que se deben relacionar con un vallum lorica es decir postes con entramado vegetal entre ellos (Vegecio, Epitoma rei militaris, III, 8 y Pseudo-Higino 50) en un sistema similar al empleado por Cesar durante la Guerra de las Galias en el campamento francés hallado en Nointel (Matherat, 1942: 87-89). La impronta de uno de estos postes fue localizada en el corte estratigráfico. Este tendría una

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sección circular de 17 cm de diámetro y estaría hincado a 83 cm de profundidad. En la cara interna de la muralla de esta primera fase se identificó una capa carbonosa dispuesta a favor de la pendiente de 5 cm de espesor y 80 cm de longitud que puede estar en relación con un tablón para favorecer el ascenso al paseo de ronda de la muralla terrera. Más al norte, otro sondeo previo, realizado en 2004 verificaba parámetros similares de foso y elevación. Las dataciones que se han practicado, coherentes con esta fase de la fortificación, son dos, y su arco de validez una vez calibradas, establecería la fecha entre finales del siglo I a.C. hasta la primera mitad del siglo I de la era. Por contraste con todas las demás, atestiguarían por tanto la presencia romana de la etapa bélica o posbélica.

V. HACIA UNA IDENTIDAD CONCRETA

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Con todo lo expuesto resulta evidente que se conoce el yacimiento de manera más intensa en el sector del monte que corresponde al cerro de Santa Marina y que lo que se ignora ampliamente concierne precisamente al lado occidental de Monte Ornedo, en el que se intuye una ocupación más intensa del espacio.

campamento de la legio IIII, pero más allá de esta apreciación todo sería por el momento especulativo. De la presencia militar en el lugar quedan clavijas de tiendas de campaña que se han recogido prácticamente sobre los terraplenes, lo que indica un intenso aprovechamiento del espacio, o al menos de los sitios de topografía menos inclinada. Un pugio, una fíbula anular, un denario acuñado en Roma, un botón decorativo y diverso material de guarnicionería delatan someramente esa presencia militar, y, sin embargo, la construcción de un paramento de piedra para el terraplén denotaría que el castellum no se concibió como una fortificación efímera o muy temporal. Apunta a una presencia continuada, aunque por un tiempo indeterminado, de una guarnición. A partir de todo lo expuesto, y retomando la introducción relativa a los termini, la identidad del yacimiento deviene estrictamente relacionada con los procesos de conquista y reorganización del territorio desencadenados por las Guerras Cántabras. Un castro asaltado, ocupado y que soporta una guarnición, fueron las fases del lugar a priori. A partir de ahí, la presencia de los hitos terminales indicaría una ubicación en un espacio de charnela entre dos regímenes de titularidad del territorio. La presencia

Por lo que concierne a las cronologías, las evidencias de Santa Marina remiten de manera recurrente a los siglos de la Edad Media. En este sentido han aparecido los cimientos de la ermita medieval, cerámicas estriadas, pintadas y lisas y huesos, junto con los escombros y abundantes tejas de la propia ermita. Dos fragmentos de cerámica correspondientes a una olla remiten a la etapa romana o tardoantigua, pero de manera más inequívoca hay que consignar como de ocupación romana un fondo de una vasija tipo Drag. 27, de amplio arco cronológico, a lo largo de los cuatro primeros siglos de la era cristiana. El espacio asignado al castellum habría podido albergar unas tres o cuatro cohortes, junto con sus contingentes asociados de caballería y tal vez de tropas auxiliares (Fernández Vega y Bolado del Castillo, 2011: 333), pero en ningún caso una legión completa. No pudo tratarse del

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Fig. 6. Plano de dispersión de hallazgos de la prospección electromagnética con indicación de posible zona de asedio

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Fig. 7. Muralla norte del castro indígena

militar sobre el lugar apunta hacia la realidad legionaria, pero un destacamento no es la legión, y en la lógica territorial no parece que deba entreverse un oppidum dentro de los límites de los prata. La opción alternativa, más coherente con el registro arqueológico y con la realidad del poblamiento civil prerromano y de gestión del territorio conquistado, radicaría en relacionar el yacimiento con el oppidum de Iuliobriga. Si el núcleo urbano estuviera asentado en el borde mismo entre el territorio adscrito a su dominio y el adscrito a la legio podría explicar el empeño en una delimitación tan precisa y recurrente a través de los termini Augustales. La identidad del yacimiento deviene pues enigmática, pero se desenvuelve en unos parámetros muy acotados. La presencia a los pies del monte del yacimiento de Camesa,

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podría vincularse con el descenso al llano impuesto tras las guerras. La posibilidad de hallar restos de la Cohors I Celtiberorum, que se estableció en Iuliobriga, según la Notitia Dignitatum Occidentis (XLII, 30) en la etapa bajoimperial, constituiría el refrendo para la atribución, pero por el momento, las sigillatas tardías halladas vendrían a adecuarse a esta etapa, y de la ocupación tardoantigua constituye testimonio el hallazgo de una placa liriforme que se data de mediados del siglo VII y principios del VIII (Fernández Vega, Bolado del Castillo y Hierro, 2010:129). No hay conclusiones definitivas, pero los hallazgos y los indicios avalan una correlación del yacimiento de Santa Marina con el proceso de conquista y con la doble realidad territorial establecida tras el mismo, al delimitar los prata de la legio IIII respecto del ager Iuliobrigensium.

Pedro Ángel Fernández Vega: Consejería de Educación Cultura y Deportes del Gobierno de Cantabria; Lino Mantecón Callejo: Arqueólogo profesional; Joaquín Callejo Gómez: Arqueólogo profesional; Rafael Bolado del Castillo: Doctorando de la UC-IIIPC.

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