Las emociones

July 4, 2017 | Autor: W. Toro Mallea | Categoría: Emociones
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Descripción

LAS EMOCIONES Y SU BARRERA DE LOS 90 SEGUNDOS

Texto de Lucas J.J Malaisi, con un comentario de Guillem Català (en cursiva)

Nos perjudicamos cuando nos embriagamos de emociones, sobre todo cuando no son positivas. El conflicto está en la mente indisciplinada, que siempre es reactiva. Esto es, que ante un estímulo se dispara y reacciona de inmediato – lo que es puramente mental y, curiosamente, muy impersonal, pues no somos nosotros mismos, más bien somos la reacción (con la que nos identificamos). Pero esa reacción está más allá de nuestro control, es automática y, en definitiva, es mental pero no es nuestra. Curiosa paradoja. Para ir trabajando la mente reactiva, e irla disolviendo, lo mejor es dejar llegar el estímulo, distanciarse de él, observar qué nos produce, y discernir cómo reaccionar. Lo que reclama calma y tomarse un tiempo, que a pesar de ser breve evita la reacción automática. Así somos más nosotros y menos nuestras costumbres y rutinas emocionales. Proceder así es un ejemplo de cómo observar la mente. Se trata de observar la emoción que nos produce un estímulo y las ideas fijas que suscita. Según cómo, tras el estímulo va la emoción y luego la composición que nos hacemos, que es una idea: por ejemplo, cuando un perro que no vemos se abalanza sobre nosotros. Pero suele ser más común que ante un estímulo, nos hacemos una idea del asunto y entonces nos emocionamos: contentos, si nos favorece; indignados, si nos perjudica, etc. Tres son los elementos en juego: estímulo, emoción e idea. La idea es puramente mental. ¿Cuál de los tres es el decisivo? Contra lo que pueda parecer, ES LA IDEA – LO MENTAL. La emoción es efímera, y pasa rápido. Pero la idea queda fija. Si insistimos en la idea, que amenaza volverse obsesiva, obligamos al organismo a producir la emoción (de manera inconsciente). Y ya estamos borrachos de una emoción que por lo general nos perjudica. En el torrente emocional, que nos avasalla, no percibimos que es la idea (la mente) la que está sosteniendo el proceso – y no nosotros, que en todo caso somos los que lo sufrimos. En definitiva: la clave del proceso insano, en que yo me identifico con una emoción, una idea y con el ego que induce la mente, no es la emoción. Contra lo que pueda parecer, la clave es la idea que queda retumbando en nuestra cabeza y nos impone el renovar la emoción. De aquí la conveniencia del “dejar pasar”… Deja pasar el estímulo, deja pasar la emoción, deja pasar la idea que suscita. No aferrarse a la emoción, no entestarse con la idea. Sin estos apegos, la emoción no se vincula a una idea obsesiva y en 90 segundos, máximo 2 minutos quedamos en calma, aunque el estímulo sea fuerte. Esto se aprende al observar la mente: observar los estímulos, emociones e ideas, que se produzcan y se desvanezcan. Evitar el exceso de implicación que nos lleva a tomar a pecho los estímulos y hacer de ellos asunto personal, pues hacerlo así es darle todo el poder a la mente. El proceso del estímulo, la emoción y la idea se explica muy bien en el texto que sigue:

Extracto del libro “Modo Creativo”, de Lucas J.J Malaisi: Otra característica fundamental de las emociones es que son temporales. En sí misma ninguna emoción dura por siempre. Es más, aunque te parezca raro, en términos químicos duran aproximadamente 90 segundos. Lo que sí puede pasar es que la emoción se renueve por sí misma y así dé la impresión de que dura más tiempo. Pero eso depende de la idea a la cual esté asociada. Veamos esto más de cerca. En el centro del cerebro tenemos una estructura llamada amígdala, que es la responsable de las emociones. Cuando estás frente a un estímulo, la amígdala segrega una sustancia, la que a su vez estimula otros centros que segregan químicos específicos (neuropéptidos) que conforman un “cóctel” propio de cada emoción. Este cóctel cae al torrente sanguíneo y provoca el correlato físico de la emoción, por ejemplo palpitaciones, sudoración, tensión muscular, etc. Esa sustancia tarda unos 90 segundos en ser metabolizada o reabsorbida por el cuerpo. Luego de ese minuto y medio, la sustancia en sangre desaparece junto a todos sus efectos. Te cuento un ejemplo esclarecedor en este punto. El otro día íbamos caminando muy distraídos con unos amigos por una vereda mientras charlábamos. Unos metros adelante había un portón de metal y del otro lado, lo que en ese momento pensé que era un dinosaurio embravecido. Pero no, se trataba de un perro. El caso es que el animal esperó a que pasásemos junto al portón para en ese preciso instante abalanzarse sobre éste, golpearlo con todas sus fuerzas y comenzar a ladrar. ¡No te puedo explicar el susto que me llevé! Casi al instante, después de un grito y un salto, me di cuenta que el perro no iba a escapar ya que el portón estaba bien cerrado. Sin embargo el susto me duró casi una cuadra más. Seguimos caminando y, entre risas, mi corazón seguía al galope hasta que transcurrieron esos 90 segundos. Al cesar el estímulo, mi amígdala dejó de segregar las sustancias del miedo y mi cuerpo terminó de metabolizarlas al poco tiempo. Estoy seguro de que a todos nos pasó llevarnos un susto para luego descubrir que no había peligro, pero los signos de la emoción seguían un momento después. Lo mismo pasa con el enojo: quizá una determinada circunstancia te encolerizó, sin embargo inmediatamente después comprendiste que se trataba de un malentendido. Pero debieron pasar esos 90 segundos para que quedaras libre de aquella emoción. A nivel biológico se da un encadenamiento en cascada de cambios hormonales que van activando –a la vez que desactivando– sistemas en el cuerpo. Aún hoy existe cierta incertidumbre respecto de cómo funciona todo esto con exactitud, sin embargo no hay dudas acerca de la “barrera de los 90 segundos”.

Idea fija, emoción recurrente Quizá en este punto algún lector quisiera preguntarme: “¿Cómo explicás que estoy sintiendo enojo desde hace tres semanas seguidas o que estoy triste desde hace ya unos dos años, si las emociones duran 90 segundos?”. Bien, esto es porque la duración de la emoción depende de la idea a la cual esté asociada, entonces si la idea es recurrente, la emoción se renueva por sí misma. La manera más didáctica que encuentro de explicar esto es del siguiente modo. Seguramente recordarás haber dicho o escuchado decirle a alguien cuando está muy enojado:

“Serenate un poco, estás muy enojado, contá hasta 10, contá hasta 100, respirá profundo unos segundos”. Precisamente se cuenta hasta 100 para que pasen esos 90 segundos y nos “desintoxiquemos” del cóctel químico en sangre propio del enojo. También es eficaz tomar distancia dando una pequeña caminata, respirar profundo y pausado, beber agua o hacer cualquier cosa que permita cambiar la compostura química de la sangre y sacar de tu foco de atención aquello que motivó el enojo. Pero si en lugar de ello seguís haciendo foco en lo que te enoja, renovás la emoción. Así hay quienes dicen “Ok, voy a contar hasta cien porque estoy muy enojado” pero mientras cuentan dicen “1, 2, 3… ese maldito me las va a pagar, 4, 5… seguro lo hizo a propósito… 6, 7, 8… por quién me ha tomado este… 9, 10, 11… quién se cree que es… 12, 13, 14, siempre me hace lo mismo, 15, 16… que no se me aparezca porque lo ahorco…” y así continúan. Entonces, ¿qué está haciendo la persona al contar así? Su foco de atención continúa en lo mismo, de modo que la amígdala sigue segregando la sustancia de la misma emoción. El tiempo del enojo sigue esta ecuación: Emoción = 90” x tiempo de idea fija. Hete aquí el secreto de la duración de la emoción: en sí misma o en términos químicos dura 90 segundos, ¡pero depende de la idea a la cual esté asociada! Si seguís pensando en una situación, la seguís reviviendo y tu amígdala seguirá segregando la sustancia propia de la emoción que sentiste. Esto corre para todas las emociones. Si te focalizás constantemente en lo que te molesta o enoja, estarás renovando el enojo. Cuando algo te hace mucha gracia y te quedás tentado, estarás rompiendo en una carcajada recurrente cada vez que se te venga a la cabeza la imagen graciosa. El amor que sentís por tu hijo dura muchísimo más que 90 segundos, en efecto lo amás desde antes que naciera y lo vas a seguir amando de por vida. Esto es porque tu hijo, o mejor dicho la idea que tenés de tu hijo, es que es lo más especial en tu vida, de modo que la emoción será siempre coherente con lo que pienses. Hasta tanto no cambie lo que pienses de tu hijo, seguirás sintiendo lo mismo. En cambio, el amor de pareja suele ser más inestable que el amor por un hijo, porque la idea que tenemos de nuestra pareja suele cambiar con mayor facilidad. Yo considero que es muy importante que sepamos que las emociones en sí mismas son temporales y que su duración depende de la idea a la que estén asociadas, porque son muchas las personas que creen que las emociones son demasiado duraderas o incluso eternas. Hay quienes al momento del casamiento juran amor eterno y creen que esto es suficiente para mantener viva la llama del amor, olvidando que el amor requiere del sostenimiento de decisiones y actitudes en el tiempo. Otros piensan que nunca saldrán de una depresión o que jamás superarán una fobia, por ejemplo. Justamente estas son creencias que generan más de lo mismo (Efecto Mateo, que veremos más adelante). Es decir, al pensar “de esta depresión no salgo más”, estás sosteniendo precisamente la idea que no deja lugar a la esperanza (lo que a su vez es verdaderamente entristecedor), renovando la emoción por más tiempo. Pero insisto, para bien o para mal en sí misma toda emoción es efímera por naturaleza.

El extracto de la entrevista se publicó originalmente en: fundacioneducacionemocional.org/las-emociones-y-su-barrera-de-los-90-segundos

Para saber del libro “Modo creativo”, os remito al siguiente enlace: mega.co.nz/#!mUlHFA5Z!4EfBloo9sPXICzZqkqgV9wWXpMXLvUdRlsyN64c36V8

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