Las dinámicas del tiempo. Relojes, calendarios y actitudes en el Virreinato de la Nueva Granada (Colombia, siglo XVIII)

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LAS DINÁMICAS DEL TIEMPO

Relojes, calendarios y actitudes en el Virreinato de la Nueva Granada

La Carreta Histórica

LAS DINÁMICAS DEL TIEMPO

RICARDO URIBE

LAS DINÁMICAS DEL TIEMPO Relojes, calendarios y actitudes en el Virreinato de la Nueva Granada

Medellín, 2016

Uribe, Ricardo Las dinámicas del tiempo. Relojes, calendarios y actitudes en el Virreinato de la Nueva Granada / Ricardo Uribe – Medellín: La Carreta Editores, 2016. 182 páginas; 14 x 21,5 cm. 1. Tiempo – Historia 2. Antropología cultural 3. Calendarios 4. Colombia – Historia – Siglo XVIII I. Tít. 986.102 cd 21 ed. A1546608 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

ISBN: 978-958-8427-94-2 © 2016 Ricardo Uribe © 2016 La Carreta Editores E.U. La Carreta Editores E.U. Editor: César A. Hurtado Orozco E-mail: [email protected] Teléfono: +57 4 250 06 84. Medellín, Colombia. Primera edición: octubre de 2016 Diseño y diagramación: David Pérez, Ricardo Uribe Imagen Portada: Anónimo, Hombre de la familia Sánchez. (Detalle), México, siglo XVIII. En: Donna Pierce, Rogelio Ruiz y Clara Bargellini, Painting a New World: Mexican Art and Life, 1521-1821, (Denver: Denver Art Museum, 2005), 235. Imagen Contraportada: Manuel de Zerella y Ycoaga [1789], Tratado general y matemático de reloxería, (Madrid: Imprenta Real, 1791), lámina 2. (Detalle). Manuel de Zerella y Ycoaga fue un relojero español durante el reinado de Carlos III y relojero de cámara de Fernando IV. Este libro hizo parte de la biblioteca José Celestino Mutis y circuló por las manos de algunos ilustrados como Francisco José de Caldas y Santiago Arroyo. Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidas las lecturas universitarias, la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler público.

A mi padre. Él me inculcó la lectura mediante una técnica pedagógica simple pero eficaz y, sobre todo, rebosante de libertades: tener una biblioteca en casa.

Al estudiar los problemas del tiempo se aprenden algunas cosas sobre la humanidad y sobre uno mismo; cosas que antes no se comprendían: cuestiones de sociología y ciencias humanas en general, que el estado actual de los instrumentos teóricos no permitía plantear, se hacen accesibles. NOBERT ELIAS, Sobre el tiempo.

Índice Introducción. LAS DINÁMICAS DEL TIEMPO

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Capítulo 1. EL TIEMPO MESTIZO

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Mensurar el tiempo e informar los actos: “Diario de mis diligencias practicadas por mi fray Joseph Palacios de la Vega” — Los hacedores del tiempo y el desarraigo temporal: sujetos, prácticas e instrumentos — En busca del tiempo mestizo: la simultaneidad y la aleatoriedad.

Capítulo 2. EL TIEMPO DEL ESTADO

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“Tarde vienes, temprano te vás: nunca buen Cagatinta serás; pero me callé; porque es tiempo perdido gastar pólvora en Gallinazos”: cronometría, sátira y distinción — “Señores, vámonos que ya es hora”: las intermitencias del Almanak, del Relox y de otros medios para comunicar el tiempo — “Mucha trápala de patatín y patatán”: la urgencia del correo y la génesis de la impaciencia — ¿La domesticación del tiempo mestizo?: dos o tres consideraciones al respecto…

Capítulo 3. LA ECONOMÍA DEL TIEMPO

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Un mundo corriente: la aceleración — La apertura del futuro y el cierre de posibilidades: los números y las matemáticas — La economía del tiempo: “Mis Horas”.

Conclusión. PROPUESTAS FINALES

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BIBLIOGRAFÍA

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INTRODUCCIÓN

Las Dinámicas del Tiempo La situación escolástica… considera el tiempo como una realidad preestablecida en sí, anterior y exterior a la práctica, o como el marco (vacío), a priori, de cualquier proceso histórico. Se puede romper con este punto de vista restableciendo el punto de vista del agente que actúa, de la práctica como “temporalización”, y poner de manifiesto de este modo que la práctica no está en el tiempo, sino que hace el tiempo.

PIERRE BOURDIEU1

T

odo parece1indicar que para la historiografía el problema del tiempo en sociedades pasadas está en buena medida resuelto. Desde los reconocidos y enriquecedores trabajos de Jacques Le Goff y E. P. Thompson se parte de la idea de un tiempo medieval, dividido por el de la Iglesia y el mercader, que surca algo más de seis siglos para llegar hasta el tiempo industrial caracterizado por individuos capitalistas y proletarios2. Semejante interpretación del tiempo, que sin lugar a dudas abrió el camino para estudiarlo desde una perspectiva histórica, ha deslumbrado a los investigadores hasta el punto de convertirse en un lugar común que solo basta citarlo para dar por concluido el tema del tiempo en una investigación. No se trata de que Le Goff y Thompson estuvieran equivocados al señalar lo determinante que fueron ciertas instituciones a lo largo de este periodo, pues definitivamente la Iglesia y la fábrica, el ocio y el trabajo, lo sagrado y lo profano han sido los opuestos complementarios que han marcado el ritmo del mundo moderno. Se trata, más bien, que al renunciar al espíritu investigativo, al dejar de escudriñar entre las propuestas de aquellos autores asumiendo que durante los siglos señalados el tiempo estuvo estático hasta que súbitamente devino un cambio, se naturalizó 1 Epígrafe: Pierre Bourdieu, Meditaciones pascalianas, (Barcelona: Editorial Anagrama, 1999), 275. 2 Jacques Le Goff [1978], “Tiempo de la Iglesia y tiempo del mercader en la Edad Media”, en Tiempo, trabajo y cultura en el occidente medieval, (Madrid: Taurus Ediciones, 1983), 45-62. E. P. Thompson [1967], “Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial”, en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, (Barcelona: Editorial Crítica, 1984), 239-293.

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entre las ciencias sociales la idea del tiempo como un dato externo a la sociedad, como una realidad preestablecida ante la cual los agentes no infieren y solo les queda estar a la merced de sus caprichos o vaivenes determinados por un ente desconocido. Siguiendo una lectura “escolástica” del tiempo, los investigadores contemporáneos han procedido como meros comentaristas que describen actividades y las enumeran en horarios, victimas quizás de las rutinas cronométricas que ellos mismos se imponen, cuya fuerza es tal que han llegado a considerar —al igual que cualquier otra persona— que el tiempo es una cosa objetivada por los relojes y los calendarios; punto de análisis que a pesar de alejarse de la visión escolástica que consideraba al tiempo como designio de Dios, conserva de ésta la idea de que existe un marcador temporal autónomo que los gobierna. Al no percatarse de este asunto se procede bien sea para hacer una historia convencional de relojería, o bien sea para recolectar calendarios y almanaques y simplemente parafrasearlos; eso sí, con la firme intención que bajo este procedimiento se da cuenta de los ritmos de una sociedad. Esta visión del tiempo asume, en todo caso, que los individuos obedecen como autómatas a los dispositivos cronométricos, que sus actividades siguen un programa preestablecido y que no hay el menor riesgo de que se introduzcan variantes a esta estructura temporal. Es cierto que desde el punto de vista del agente, desde el plano de la realidad social y de la cotidianidad, las actividades periódicas pueden resultar rutinarias, pero en verdad ninguna de ellas, por más coordinadas y repetitivas que sean, resultan completamente iguales, ya que siempre surge —a veces de manera voluntaria pero en la gran mayoría de los casos de manera imprevista— un componente nuevo que le introduce variantes al ritmo3. 3 Para comprender plenamente este punto parece necesario remitirse a los músicos quienes entienden muy bien que en el ritmo hay cambios en la repetición, pues una nota musical por más que sea entonada por la misma persona, con el mismo instrumento, en la misma escala y en el mismo tempo, no resulta totalmente igual; y ello no solo por la imposibilidad de lograrlo sino porque en el momento mismo que hay un agente como intérprete —bien sea el mismo músico o la audiencia— éste puede percibir la misma cosa de diferentes formas. En ese sentido, como lo explica perfectamente

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Son aquellas minúsculas variantes producidas por las prácticas sociales —las cuales no quedan consignadas en los registros calendáricos— a las que se debe prestar atención, ya que éstas son las que constituyen el tiempo, lo temporalizan, y a su paso van exigiendo que los dispositivos cronométricos se adapten a las necesidades que se van presentando. Sobre este punto, hay que recordar que los primeros relojes mecánicos distan mucho de los que se fabricaron en el siglo XVIII y desde luego los que aparecen en las últimas décadas del siglo XX, diferencias que no se limitan a una cuestión tecnológica y que bastan para señalar la mutabilidad del tiempo y desde luego demostrar tanto las constantes como los cambios. Sin querer entrar en detalles, ya que existe buena bibliografía sobre el asunto, una diferencia fundamental es que aquellos relojes medievales del siglo XIII carecían de cuadrante y se limitaban a indicar los cuartos de hora con repiques de campanas, mientras que los de los siglos XVI y XVII pretendieron reproducir exhaustiva y precisamente los movimientos de los cuerpos celestes incluyendo lunaciones y el orto y ocaso del sol, para luego tender a depurar todas estas referencias temporales y conformarse con señalar de manera rigurosa los minutos y los segundos de cada hora. Todo ello sin contar que su tamaño se redujo, de los relojes de torre o de salón a los de bolsillo, lo que implicó, como veremos, la posibilidad de consultar de manera individual el tiempo público. Por parte de los calendarios el asunto no sería distinto, solo hay que remitirse a los que han existido por cada civilización y ver que éstos han sufrido cambios a lo largo del tiempo, por ejemplo el caso del calendario juliano que Henri Lefebvre y Catherine Régulier, “para que haya ritmo, tienen que aparecer en el movimiento tiempos fuertes y tiempos débiles que se repiten de acuerdo con una regla o ley —tiempos largos y breves, repetidos de forma reconocible—, paradas, silencios, suspensiones, repeticiones e intervalos… Observemos que el ritmo, al tener un compás, implica una cierta memoria. Mientras la repetición mecánica se ejecuta reproduciendo el instante que antecede, el ritmo conserva el compás que inicia el proceso y el recomienzo de dicho proceso con sus modificaciones, es decir, con su multiplicidad y pluralidad; sin repetir idénticamente lo “mismo”, pero subordinándolo a la alteridad, es decir, a la alteración, es decir, a la diferencia”. Al respecto ver: Henri Lefebvre y Catherine Régulier [1985], “El proyecto ritmoanalítico”, en Tiempo y sociedad, compilado por Ramón Ramos Torre, (Madrid: Siglo XXI Editores y Centro de Investigaciones Sociológicas, 1992), 267-269.

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fue reemplazado a partir de 1582 por el gregoriano y posteriormente los calendarios producto de la Revolución Francesa o Soviética que pretendieron suplantarlo4. Todo, absolutamente todo cambia y el tiempo es quizás la dimensión que está más lejos de ser la excepción. La materialidad de estos dispositivos cronométricos, sus formas, los tamaños, la manera en que presentan visualmente el tiempo y lo señalan con manecillas de diferentes características y funciones, de indicarlo con sonidos, con círculos, con cuadros, la forma de organizarlo en listas, enumerarlo, tabularlo, graficarlo y todos los formatos y objetos que se hayan recurrido para simbolizar el tiempo son fieles testimonios de su carácter cambiante en el trascurso de su propio devenir. Pero el problema no consiste tanto en señalar las transformaciones coyunturales —ejercicio que nos devolvería al proceso descriptivo y a la mera paráfrasis—, sino el asunto consiste en exponer a la luz las dinámicas del tiempo, es decir, aquellas fuerzas que lo constituyen, aquellas actitudes de los sujetos que frente al tiempo objetivo introducen cambios, aquellas que quedan ocultas detrás de los relojes y los calendarios que no son más que el producto de innumerables variantes que alguna vez se presentaron como anomalías, irregularidades, desviaciones y que por fuerza de la práctica terminaron siendo un consenso social cimentado como principios estructurales del tiempo. De modo que las páginas que componen este libro no tienen nada que ver con horarios ni con concepciones del tiempo, tampoco con la historia de la relojería ni con la colección de calendarios, aná4 Dentro de la vasta bibliografía sobre el asunto es fundamental para el caso de los relojes: Gerhard Dohrn-van Rossum [1992], History of the Hour. Clocks and Modern Temporal Orders, (Chicago: The University of Chicago Press), 1996; David S. Landes, [1985], Revolución en el tiempo: el reloj y la formación del mundo moderno, (Barcelona: Crítica, 2007); Otto Mayr [1986], Autoridad, libertad y maquinaria automática en la primera modernidad europea, (Barcelona: Acantilado, 2012). Y para el caso de los calendarios: Eviatar Zerubavel, The Seven Day Circle, (Nueva York: The Free Press, 1985); David H. Kelley y Eugene F. Milone, Exploring Ancient Skies: A Surrey of Ancient Cultural Astronomy, (Nueva York: Springer, 2011).

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lisis que de manera inocente buscan el orden del tiempo como hace cualquier neófito o cualquier otro mortal, quienes sin lugar a dudas lo requieren para vivir en comunidad y efectivamente lo encuentran por fuerza de la misma necesidad de sincronizar las actividades sociales; todo ello sin darse cuenta —y no tendrían porqué hacerlo pero el investigador sí— que el proceso fue mucho más aleatorio, contingente y fortuito que lo que el resultado final —que se presenta de manera organizada por medio de los dispositivos cronométricos— les alcanza a revelar. Ahora bien, hay que reconocer que en la búsqueda del orden del tiempo ciertos investigadores logran introducir en sus análisis a actores que con sus prácticas y disposiciones constituyen el tiempo, pero este punto de vista tiende a privilegiar a aquellas cabezas políticas y religiosas de las sociedades, mandatarios o sacerdotes, ya sea para exaltarlos o sea para lapidarlos —según sea la posición política que se abandere—, pero en todo caso para suponer un tiempo estático que desciende al grueso de la sociedad y cuyos individuos, una vez más, no tienen opción de modificarlo y ni siquiera de despertar una actitud frente a éste. Desde luego que los líderes de una sociedad son los que precisamente se arrogan el poder y a la vez tienen la responsabilidad de filosofar sobre el tiempo, de concebir la mejor manera de organizarlo y ponerlo al conocimiento de todos sus súbditos, pero la legitimación de este tiempo pasa por la práctica y por las actitudes que éste despierte lo que en últimas termina por modificarlo; es decir, hacerlo dinámico. Es el caso de los múltiples esfuerzos de unificación del tiempo por parte de ciertos reyes de Europa quienes buscaron establecer horarios fijos en los despachos, pero la demanda creciente de personas que acudían al aparato burocrático, el aumento de las labores y la consecuente percepción de funcionarios negligentes, exigieron —tal como lo podemos atestiguar en el presente y como se revela en los capítulos de este libro— cambios constantes en el régimen temporal. Así que el seguimiento de algunos de estos líderes a través de algún tipo de vestigio que se haya conservado, no garantiza para nada el acceso al La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial

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tiempo de una sociedad, y más bien se corre el riesgo de confundir el tiempo filosófico u oficial con el tiempo social. Así pues, la premisa transversal a este trabajo es abandonar la idea del tiempo como un dato a priori, como una cosa natural y preestablecida que reposa en algún ente, objeto o persona, y en su reemplazo se propone el tiempo como una dimensión dinámica que se temporaliza por las prácticas, las interacciones sociales, las actitudes subjetivas que se revelan frente al tiempo objetivo que proponen los relojes y los calendarios. La volatilidad del tiempo que proponemos nos obliga a matizar otro lugar común en las ciencias sociales, a saber: la relatividad del tiempo. La idea de que el tiempo es un hecho objetivo de la creación natural o que existe un tiempo que subyace como condición a toda experiencia humana ha sido ampliamente refutada. En el momento mismo en que Newton postulaba un tiempo absoluto surgían voces que defendían todo lo contrario. Nicholas Malebranche, por ejemplo, en su obra De la recherche de la vérité (1674) ya defendía que la duración de un evento estaba supeditada, al igual que el espacio, al punto de vista y a la experiencia del sujeto que lo observa. Por su parte, John Locke contrariaba a Newton en su trabajo titulado An Essay Concerning Human Understanding (1690) diciendo que ninguna reflexión, por más abstracta que se intente, puede conllevar a una idea absoluta del tiempo, ya que la duración de éste siempre está supeditada a la moral política y religiosa del sujeto; argumentos relativamente análogos a lo que hoy entendemos por percepciones mediadas por la cultura5. De esta manera la Ilustración retomaba un viejo problema planteado desde el mundo Antiguo y, desde luego, presente en las discusiones sostenidas durante el Renacimiento, discusiones que en buena medida giraban entorno al problema que suscitaba las concepciones del tiempo y el espacio a partir del descubrimiento de la perspectiva 5 Sobre el debate de la relatividad del tiempo en la ciencia ver: Wolfgang von Leyden, “History and the Concept of Relative Time”, History and Theory, Vol. 2, No. 3 (1963): 263-285.

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en el campo de la pintura. Un debate que se extiende hasta nuestros días y que oscila entre lo universal y lo particular, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la homogeneidad y la heterogeneidad. Sin embargo, el crecimiento del comercio, de los viajes interoceánicos y la consecuente necesidad de comunicarse entre un número mayor de personas a distancias cada vez más lejanas forzó al uso de un tiempo sintético, válido e inteligible para todos. De ahí pues la proliferación —y podemos decir— el triunfo de los relojes y los calendarios que, basados en sistemas numéricos y por lo tanto sintéticos, pareciesen haber convencido durante la segunda mitad del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX de la existencia de un tiempo universal. No obstante, a comienzos del siglo XX, en el ámbito de la naciente sociología y antropología, aparecieron argumentos que una vez más se opusieron a comprender el tiempo físico como el único tiempo que regía al ser humano. Emile Durkheim, Henri Hubert, Marcel Mauss y Maurice Halbwachs entre otros, esgrimieron argumentos bastante convincentes a lo largo de sus obras que, apoyándose de datos etnográficos y sociológicos, mostraban de que no había un tiempo inherente a todo ser humano, que éste se constituía en el seno de cada sociedad y por lo tanto el tiempo variaba de uno a otro grupo6. Pero quizás el punto definitivo que convertiría el concepto de tiempo relativo en verdad irrefutable sería La teoría de la relatividad de Albert Einstein, y más aún, cuando él mismo se vio enfrentado en un debate cara a cara ante al filósofo Henri Bergson que consideraba que el tiempo no podía ser aprehendido por la física y que éste era mucho más complejo que unos resultados cuantitativos producto de los instrumentos científicos. Aunque nunca llegaron a un punto de acuerdo y el debate se extendió por varios años, lo cierto es que dos mentes prolíficas e influyentes coincidieron por caminos distintos —uno desde la física el otro desde la filosofía— de que el tiempo es relativo7. 6 Al respecto ver: Eliseu Carbonell Camós, Debates acerca de la antropología del tiempo, (Barcelona: Publicacions de la Universitat de Barcelona, 2004). 7 Con respecto al debate, a las condiciones que lo propiciaron y a su resolución final que dio como ganador a Einstein, ver: Jimena Canales, The Physicist and the Philosopher. Einstein,

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En buena medida ese ha sido el sendero seguido por las ciencias sociales, cuyos practicantes se han encargado de reforzar la idea de la relatividad del tiempo a través de varios ejemplos provenientes de distintas sociedades. Probablemente los casos más representativos sobre este asunto sean los trabajos de los antropólogos E. E. Evans-Pritchard sobre los nuer y Clifford Geertz sobre los balineses, cuyos análisis se proponen demostrar, entre otras cosas, lo distinto que resultan los sistemas temporales en cada sociedad e incluso lo relativo que pueden llegar a ser al interior de un mismo grupo8. No obstante la relatividad del tiempo, que en el fondo es una arista más del relativismo cultural, ha conllevado a entender las sociedades como unidades autónomas cuyos tiempos se presentan totalmente diferentes, distantes y por lo tanto incompatibles. Si tal punto fuera cierto, argumenta el antropólogo Maurice Bloch, resultaría imposible la comunicación entre distintas sociedades, hecho que a todas luces se atestigua en cada interacción entre grupos diferentes9. De manera que, el asunto parece que no está en perseguir tiempos universales ni saturar el tema con ejemplos particulares, tampoco en conformarse con describir estructuras temporales o rutinas cotidianas porque esto llevaría a comprender el tiempo como materia estática y autocontenida. El asunto consiste más bien en señalar la manera cómo diferentes individuos constituyen un tiempo objetivo que les permita sincronizar sus acciones. Los tres capítulos que se exponen en este libro se suscriben precisamente a este debate. El primero, titulado El tiempo mestizo, se encarga de mostrar cómo personas de diferentes grupos sociales, con distintas maneras de medir el tiempo, logran interactuar entre sí y concertar tiempos en común para coordinar sus acciones sin que tengan Bergson, and the Debate that Change Our Understanding of Time, (Nueva Jersey: Princeton University Press, 2015). 8 E. E. Evans-Pritchard [1940], “El tiempo y el espacio”, en Los nuer, (Barcelona: Editorial Anagrama, 1977), 111-156. Clifford Geertz [1973], “Persona, tiempo y conducta en Bali”, en La interpretación de las culturas, (Barcelona: Editorial Gedisa, 2003), 299-338. 9 Maurice Bloch, “The Past and the Present in the Present”, Man, Vol. 12, No. 2 (1977): 278-292. Ver también: Maurice Bloch, “Time and the Anthropologists”, en Anthropology and the Cognitive Challenge, (Cambridge: Cambridge University Press, 2012), 79-116.

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que recurrir a los relojes o los calendarios. Tomando como fuente principal un diario escrito entre junio de 1787 y febrero de 1788 por Joseph Palacios de la Vega, padre franciscano que arribó a las costas de Cartagena en la década de 1780 y que luego le sería encomendado perseguir a los arrochelados de la región de La Mojana, se expone la manera en que el tiempo no se reduce a lo que indican los dispositivos cronométricos y más bien se constituye mediante las relaciones sociales; en este caso, entre sujetos de diferentes condiciones étnicas. Sin querer agotar el asunto, el capítulo resulta inspirador para pensar los contactos entre culturas y las maneras como logran interactuar entre sí, conformando un tiempo que emerge tanto de las estructuras temporales de cada parte como de las circunstancias, vicisitudes y necesidades del momento. Así que, por ejemplo, las décadas posteriores al año de 1492, el arribo de los jesuitas a finales del siglo XVI y la expansión de los estados nacionales a lo largo de los siglos XIX y XX pueden resultar enriquecidos por trabajos posteriores bajo la perspectiva que aquí se propone. El segundo capítulo, titulado El tiempo del Estado, se basa en el diario que llevó Francisco Xavier Caro durante doce días como secretario interino del Virreinato de la Nueva Granada en el mes de agosto de 1783. En este caso se presentan las circunstancias que hacen imperativo el empleo de un tiempo objetivo que paulatinamente va incorporándose en las actividades más íntimas de ciertos funcionarios, quienes a su vez demandan unidades temporales cada vez más precisas y sintéticas. Se trata, en todo caso, de demostrar cómo un mayor número de interacciones sociales requieren de un tiempo cada vez más universal, o en otras palabras, cómo una sociedad de vastas proporciones como lo fue el Imperio español apela al tiempo cuantitativo como única medida para coordinar un gran número de personas a lo largo de su territorio. La puntualidad, la impaciencia y la rigurosidad cronométrica comienzan a aparecer en sujetos muy particulares, quienes se coaccionan así mismos mostrando los primeros índices de la ansiedad y la aceleración, dos actitudes propias de la modernidad que marcarían el ritmo de los siglos por venir. La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial

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En el tercer capítulo, titulado La economía del tiempo, se hace una lectura del periódico el Correo Curioso impreso durante el año de 1801 por Jorge Tadeo Lozano y José Luis de Azuola, quienes emprendieron la tarea de publicar las propuestas remitidas por diferentes personas que estuvieran encaminadas a buscar el progreso económico y material para el Virreinato. Se plantea, para este caso, que la concepción del futuro como un espacio temporal ulterior dispuesto a ser ocupado con acciones predeterminadas, emerge de las mentes de los jóvenes ilustrados neogranadinos, quienes por tener conocimiento de la aritmética pudieron plantear pronósticos y planificar el futuro; ejercicios que llevaron a predisponer el porvenir o, en otros términos, a vivir el mañana anticipadamente. Estas mismas cualidades, extraídas de la economía política propia de finales del siglo XVIII que buscaban en últimas la circulación del dinero y con ello todo tipo de bienes, fueron deslizándose a la vida privada hasta forjar una conciencia del tiempo individual; sujetos que terminaron por cronometrar sus vidas y calcular sus actos con base en sus relojes de faltriquera. A pesar de la especificidad de las fuentes y del periodo al que se refieren, no se trata de hechos particulares, aislados y mucho menos ejemplos exóticos. No es raro hallar informes de funcionarios que con reloj en mano iban anotando meticulosamente sus acciones diarias ya sea en el terreno de lo militar, lo científico o lo burocrático. Es claro que el ascenso del absolutismo en la Monarquía hispánica requirió de medios precisos para informarse y expandir el control sobre sus reinos, de ahí que la cronometría hiciera lo suyo y permitiera comunicar de manera impersonal tiempos exactos a grandes distancias. Si bien los cosmógrafos y cronistas del siglo XVI ya empleaban ciertas referencias cuantitativas para expresar el tiempo en que acaecía algún acontecimiento o indicar su posición geográfica, lo que sucede en el siglo XVIII —particularmente en la segunda mitad— es que estas referencias temporales no solo se vuelven más precisas gracias al perfeccionamiento de los relojes, sino que se inmiscuyen en los hechos más íntimos y cotidianos de las personas que los emplean. 22

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Joseph Palacios de la Vega, Francisco Xavier Caro y el grupo de ilustrados que se vislumbran a través del Correo Curioso, representan el prototipo de sujeto que de manera cada vez más recurrente acudía a los relojes y los calendarios para mensurar nimiedades y programar hasta los hechos más triviales. Actos que se realizaban en medio de una sociedad que en su inmensa mayoría desconocía estos dispositivos o por lo menos no tenía acceso a ellos, lo cual nos recuerda que consultar reiteradamente un reloj o un calendario fueron prácticas que alguna vez se consideraron extrañas y realmente obsesivas. Pero, por encima de todo, estas páginas nos señalan el punto de quiebre de una sociedad que comenzaba a diferir sobre la puntualidad, el tiempo de espera, el modo de acordar la duración de un hecho, la planificación y la proyección en el futuro; disyuntiva que marcaría la vida cotidiana de las sociedades modernas que se han visto en aprietos a la hora de homogeneizar la noción de un tiempo cuantitativo y universal. Así que el asunto a tratar hace parte de un contexto global que no se enmarca —ni tampoco emana— únicamente en los centros fabriles tal como convenientemente lo ha señalado la historiografía, contexto en el que el tiempo cuantitativo fue desplazando paulatinamente a la interpretación cualitativa de éste. En la segunda mitad del siglo XVIII, la ciencia moderna, con sus mediciones e instrumentos, comenzaba a considerar cada vez menos la observación de los cielos como una cuestión de la astrología que determinaba el comportamiento de las personas, para empezar a verla como un medio digno para establecer referencias geodésicas y meteorológicas; cambio que tendería a relegar la astrología al lugar de lo esotérico y a la astronomía al espacio de la verdad objetiva10. Las cortes europeas construyeron observatorios, fabricaron nuevos utillajes y enviaron expediciones alrededor del mundo para establecer mediciones precisas de todo lo 10 Sobre el cambio de la astrología a la astronomía ver: Jim Tester [1987], “El Renacimiento y la Ilustración: la segunda muerte de la astrología”, en Historia de la astrología occidental, (México: Siglo XXI Editores, 1990), 124-241. Para una historia general de la astronomía ver: John North [1994], Historia fontana de la astronomía y la cosmología, (México: FCE, 2005).

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que englobara la geografía física y natural. De manera más radical, se empezó a conjugar la idea de poder determinar la longitud mediante el uso de cronómetros prescindiendo del método de acudir a tablas que indicaban las lunaciones tal como se venía practicando hasta la época; una idea que se había planteado desde el finales XVI pero que no fue fiable hasta que se logró construir un cronómetro estable que no sufriera mayores alteraciones ante el cambio de temperatura o el trajín de un viaje trasatlántico11. Por su parte, la Monarquía hispánica bajo la cabeza de los borbones, comprendió que debía estar a la par de los avances científicos y tecnológicos si quería mantener el control en sus reinos12. Además de emprender reformas encaminadas a este punto en el ámbito del ejército y particularmente en lo naval, se enviaron aprendices de relojería a las ciudades de París y Londres donde estaban los talleres de los grandes maestros como Ferdinand Berthoud y Josiah Emery. Asimismo, se abrió una Real Escuela y Fábrica de Relojería a cargo de los hermanos franceses Felipe y Pedro Charots, quienes fueron supervisados por el relojero de la corte Manuel de Zerella y Ycoaga13. Mientras tanto en las calles de Madrid se popularizó el empleo de relojes provenientes de Francia e Inglaterra cuyo volumen se empezó a ver como una amenaza para la economía interna, y a la par pulularon las relojerías que también se vieron con sospecha en la medida que muchas de ellas ofrecían relojes y servicios de reparación que no aseguraban su calidad14. 11 Al respecto ver: Derek Howse [1980], Greenwich Time and the Longitud, (Londres: Oxford University Press, 1997); Antonio Lafuente y Manuel Sellés, El observatorio de Cádiz (1753-1831), (Madrid: Ministerio de Defensa, Instituto de Historia Cultural Naval, 1988). 12 Al respecto ver: Manuel Sélles, José Luis Peset y Antonio Lafuente, Carlos III y la ciencia de la Ilustración, (Madrid: Alianza Editorial, 1988); Nuria Valverde Pérez, Actos de precisión. Instrumentos científicos, opinión pública y economía moral en la Ilustración española, (Madrid: CSIC, 2007). 13 Antonio Lafuente y Manuel Sellés, “El obrador de relojería”, en El observatorio de Cádiz…, 323-353; José Luis Basanta, “Historia de la relojería en España”, en Historia de la relojería española, (Barcelona: Ediciones Castell, 1979), 61-94. 14 La proliferación de relojes hacía parte de un conjunto de alhajas e indumentaria que llegaban desde Francia e Inglaterra y que fueron marcando el surgimiento de una nueva moda. Al respecto ver: Ana Hontanilla, “Competencia cultural entre la moda y el gusto”, en El

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Al otro lado del mundo, en Nueva España, se imprimió el periódico titulado Advertencias y reflexiones sobre el buen uso de los relojes y otros instrumentos matemáticos, físicos y mecánicos (1777), considerado el primer periódico de relojería cuyo autor, el ilustrado Diego de Guadalaxara, pretendía instruir al público en cuanto a la compra, empleo y mantenimiento de los relojes15. Para el Virreinato del Perú tenemos noticias de hábiles relojeros con los conocimientos adecuados como para reparar cronómetros marinos, mientras que en Chile todo parece indicar, al igual que en otras partes de los reinos americanos, que la presencia de relojes públicos y de faltriquera se hacían cada vez más comunes16. Como hemos expuesto en otro trabajo, en el Virreinato de la Nueva Granada los poseedores de relojes eran, principalmente, los jesuitas, los funcionarios con altos cargos, los comerciantes acaudalados y, por supuesto, los ilustrados; quienes los empleaban ya se como cronómetros para fines científicos o sea como alhajas con fines de distinción social, pero en todo caso como formas de constituir un tiempo sintético tendiente a ser universal17. Así pues, a pesar que el marco temporal abarcado gusto de la razón. Debates de arte y moral en el siglo XVIII español, (Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2010), 187-238. Como medida para contrarrestar el crecimiento de las relojerías y de los relojeros fraudulentos, se propuso la Real Escuela y Fábrica de Relojería para someter a examen a los practicantes del oficio con el fin de que obtuvieran permiso para su funcionamiento; una medida que iba en contra a lo que estaba sucediendo en otras partes de Europa donde el oficio se ejercía de manera relativamente independiente, pero que de todas maneras atestigua el crecimiento de este arte en España. La propuesta de estas regulaciones se pueden consultar en: Eugenio Larruga, “Memoria XXII. Fábrica y escuela de reloxes”, en Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España…, Tomo IV, (Madrid: por don Antonio Espinosa, 1789). 15 Elias Trabulse [1985], “Del arte de la relojería. Diego de Guadalajara”, en Historia de la ciencia en México. Estudios y textos siglo XVIII, Tomo III, (México: Conacyt y FCE, 2003), 302-316; Juan Manuel Espinosa Sánchez, “Diego de Guadalajara y la física newtoniana en la construcción de relojes novohispanos del siglo XVIII”, Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación, Octava época, año 1, No. 2 (2014): 47-66. 16 Jaime Valenzuela Márquez, “La percepción del tiempo en la colonia: poderes y sensibilidades”, Revista Mapocho, No. 32 (1992): 225-244. 17 Ricardo Uribe, “Reloj y hábito en la Nueva Granada. Introducción, circulación y usos de un artefacto”, en Un reino productivo y en circulación. Objetos, mercancías y redes de comunicación en el Nuevo Reino de Granada, editado por Nelson González, Ricardo Uribe y Diana Bonnett, (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2017 en prensa), 81-120.

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en cada uno de los capítulos es bastante preciso, no se debe ignorar el hecho que hacen parte de un fenómeno de escala global tanto desde el punto de vista geográfico como desde el punto de vista antropológico; fenómeno que significó un momento de quiebre en la manera de concebir el tiempo. No podemos terminar esta introducción sin expresar nuestros más sinceros agradecimientos a las personas que de alguna u otra manera hicieron posible el desarrollo de esta investigación. En la Universidad de los Andes, le quiero dar las gracias al profesor Renán Silva —con mucho respeto y admiración— no solo por ser tutor de este trabajo, sino porque durante las conversaciones que tuvimos me mostró un camino a seguir en las ciencias sociales que nada tiene que ver con una lectura nostálgica de escuelas pasadas ni mucho menos con el régimen postmoderno y las versiones culturalistas norteamericanas que amenazan con dominar cada vez más las aulas de clase que algún día pisé. A la profesora Diana Bonnett que siempre estuvo dispuesta a responder mis dudas sobre el periodo colonial, me extendió su mano para hacerme partícipe de algunos de sus proyectos académicos y siguió atenta la evolución de este trabajo a través de su lectura con observaciones precisas que siempre fueron de gran utilidad. Al profesor Jaime Borja quien me dio la libertad como alumno y posteriormente como ayudante en sus clases de Edad Media para adelantar las primeras indagaciones sobre el tema del tiempo. Sus opiniones y críticas como evaluador de este trabajo fueron acertadas y bien recibidas tanto para afinar algunas impresiones como para abordar nuevos horizontes en el futuro. Al profesor Pablo Jaramillo a quien debo buena parte de mis conocimientos sobre los debates en la antropología: autores, posturas y apreciaciones poco cursadas en el ámbito académico colombiano. En la Pontificia Universidad Católica de Chile me parece preciso extender los reconocimientos a los profesores Claudio Rolle y Jaime Valenzuela, el primero porque me señaló temas para trabajar sobre el tiempo con la agudeza pedagógica que lo caracteriza, el segundo porque 26

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se ha mostrado expectante ante mi trabajo y me compartió los avances que logró durante la investigación de temas afines. Debo también agradecer al historiador Santiago Pérez por los debates que continuamente sostuvimos en el marco de la amistad, debates sobre los temas más diversos de la sociedad y que en últimas sirvieron tanto para enriquecer el trabajo como para abstraerme un poco del asunto y refrescar ideas. A Ana Lucía Pérez por aceptar leer el texto en medio de sus obligaciones académicas y laborales, su experiencia como editora sirvió para corregir errores de escritura. Finalmente, quedo en eterna deuda con la historiadora Valentina Araya, artífice y partícipe de esta investigación, pues siempre estuvo dispuesta a leer, corregir y comentar con la mayor dedicación, profundidad y paciencia desde los primeros esquemas hasta las últimas páginas que componen este libro. Desde luego, la responsabilidad ante cualquier error o imprecisión recae sobre el autor, y hay que advertir que lo que aquí se presenta son propuestas cuya verdad irrefutable es que han sido expuestas para ser debatidas.

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Sólo en el seno de una sociedad rodeada de relojes y reticulada por calendarios pudo emerger un libro como Las dinámicas del tiempo, cuyas páginas recuerdan —aunque para algunos sea una verdadera novedad— que el tiempo no lo constituyen los dispositivos cronométricos sino las prácticas sociales. La previsión y la impaciencia, las contingencias y la planificación, son algunos de los temas tratados por Ricardo Uribe quien propone superar la idea del orden y control del tiempo como matriz de análisis para darle paso a la simultaneidad y la aleatoriedad; propuesta que permite resaltar el carácter histórico del tiempo y poner de manifiesto la mutabilidad de los relojes y los calendarios. Partiendo de la escisión entre el tiempo cualitativo y cuantitativo que supuso la Ilustración en la segunda mitad del siglo XVIII, el libro muestra estos efectos mediante el análisis de prácticas triviales y relaciones cotidianas surgidas entre el Padre Joseph Palacios de la Vega y los pobladores de la región de La Mojana; entre Francisco Xavier Caro secretario interino del Virreinato y sus compañeros del despacho; y entre los ilustrados de la Nueva Granada. Sujetos que con reloj en mano iban descubriendo una nueva manera de distribuir su propio tiempo y, sobre todo, una forma de proyectar a la sociedad en el futuro.

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