Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro fortificado entre fenicios y nativos en la desembocadura del río Segura (Alicante)

May 23, 2017 | Autor: F. Prados Martínez | Categoría: Archaeology, Phoenicians, Phoenician Punic Archaeology, Phoenician and Punic Studies, Phoenician trade
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Descripción

FERNANDO PRADOS MARTÍNEZ Y FELICIANA SALA SELLÉS (EDS.)

EL ORIENTE DE OCCIDENTE FENICIOS Y PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA

VIII EDICIÓN DEL COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CEFYP EN ALICANTE

UNIVERSITAT D’ALACANT CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PÚNICOS (CEFYP) INSTITUTO UNIVERSITARIO DE INVESTIGACIÓN EN ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO HISTÓRICO (INAPH)

Este libro ha sido debidamente examinado y valorado por evaluadores ajenos a la Universidad de Alicante, con el fin de garantizar la calidad científica del mismo.

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© los autores, 2017 © de esta edición: Universitat d’Alacant

ISBN: 978-84-16724-45-1 Depósito legal: A 104-2017

Diseño de cubierta: candela ink Composición: Marten Kwinkelenberg Impresión y encuadernación: Guada Impresores

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ÍNDICE Prólogo......................................................................................................... 11 Carlos G. Wagner El Oriente de Occidente. La VIII Edición del Coloquio Internacional del CEFYP en Alicante................................................................................ 13 Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés FENICIOS EN EL ÁREA IBÉRICA Desmontando paradigmas. Fenicios y Púnicos en el Oriente de Occidente..................................................................................................... 25 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro fortificado entre fenicios y nativos en la desembocadura del río Segura (Alicante)................................................ 51 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico).......................................................................... 79 María Milagrosa Ros-Sala Los Almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la Protohistoria albacetense.................................................. 105 Víctor Cañavate Castejón, Feliciana Sala Sellés, Francisco Javier López Precioso y Rocío Noval Clemente

El poblado fortificado del Castellar (Villena, Alicante)............................ 129 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines de «Les Barricaes» y «El Cantal de la Campana».............................................................................................. 155 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería): Fenicios e indígenas en una necrópolis orientalizante del sureste........................... 177 Alberto J. Lorrio Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular................................................................................................... 209 José Luis López Castro, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya Cobos y Carmen Pardo Barrionuevo PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones.......... 233 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico........................................................................................................ 257 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises.................................................................................. 285 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio-púnica en la desembocadura del Segura.................................................................... 329 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los siglos iii y ii a.C........................................................... 347 José Miguel Noguera Celdrán, María José Madrid Balanza, María Victoria García Aboal y Víctor Velasco Estrada Giribaile. Una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida del Alto Guadalquivir............................................ 385 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza....................................................................................................... 405 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia Gallos, Labrys y campanillas. Elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica balear.............................................................................. 433 Joan C. de Nicolás Mascaró La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio romano. Un análisis poscolonial......................................... 465 Francisco Machuca Prieto La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su territorio (vii-ii a.C.).......................................................... 483 Helena Jiménez Vialás

La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del Proyecto Carteia Fase II (2006-2013)....................... 509 Juan Blánquez Pérez, Lourdes Roldán Gómez y Helena Jiménez Vialás Tra Huelva e Cartagine: possibili testimonianze della coppellazione dell’argento nella Sardegna centro-orientale............................................. 537 Raimondo Secci COMUNICACIONES Y PÓSTERS Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante) Un edificio singular en los albores de la segunda guerra púnica........................................................................... 549 Raúl Berenguer González Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles (Gandia, València)............................................................. 573 Joan Cardona Escrivà, Miquel Sánchez i Signes y Josep A. Ahuir Domínguez La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania.................................................................................................. 587 Cristina Manzaneda Martín Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis.................................. 609 Rocío Martín Moreno y Enrique Hernández Prieto La granada: usos y significados de una fruta de Oriente en Occidente.... 625 Octavio Torres Gomariz Los amuletos egiptizantes de Villajoyosa (Alicante): la tumba n.º 5 de la necrópolis de Les Casetes, un caso excepcional.............................. 641 Aránzazu Vaquero González

LAS DEFENSAS Y LA TRAMA URBANA DEL CABEZO DEL ESTAÑO DE GUARDAMAR. UN ENCUENTRO FORTIFICADO ENTRE FENICIOS Y NATIVOS EN LA DESEMBOCADURA DEL RÍO SEGURA (ALICANTE) Antonio García Menárguez Museo Arqueológico de Guardamar

Fernando Prados Martínez Universidad de Alicante

Un paisaje de encuentros Partiendo de los últimos trabajos arqueológicos que se vienen desarrollando desde 2013 en el enclave fenicio del Cabezo Pequeño del Estaño (CPE) por el equipo del Museo Arqueológico de Guardamar y del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología y Patrimonio Histórico de la Universidad de Alicante, en este texto presentamos un estado de la cuestión que recoge las novedades más interesantes y las propuestas interpretativas más recientes sobre el papel que este yacimiento fortificado desempeñó en la desembocadura del río Segura a lo largo de todo el siglo viii a.C. La organización de una defensa activa, siguiendo un patrón constructivo y metrológico oriental, completamente inédito en la región hasta ese momento, y la puesta en funcionamiento de una trama urbana claramente planificada, con espacios comunes, viviendas y áreas de almacenaje separadas, forman parte de alguna de las novedades que la investigación arqueológica nos está ofreciendo de este importante asentamiento. Como se observa, para nuestro título hemos tomado en consideración el concepto «encuentro» que desarrolló nuestro colega J. Vives-Ferrándiz en su obra para explicar, desde la antropología social, la relación comercial y cultural acaecida entre fenicios e indígenas en el área valenciana (Vives-Ferrándiz

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Fig.1. El CPE en el sur de la Comunidad Valenciana (España), en la comarca del Bajo Segura (Alicante).

2005). Estos «encuentros» subrayan que las formas de contacto y los resultados de estos serán muy diversos, por ello, veamos qué información aporta el CPE en este sentido y porqué hemos caracterizado de «fortificado» este encuentro. El yacimiento fenicio se ubica en la desembocadura del río Segura, a 2 km de la costa actual ocupando una meseta elevada unos 25 m por encima del nivel del mar en su punto más alto, y una superficie aproximada de 1 Ha. Este enclave se ha sumado en los últimos tiempos, pensamos que por derecho propio, al debate científico sobre la presencia fenicia arcaica en la península ibérica (García y Prados 2014). Su naturaleza constructiva plenamente oriental y sus potentes defensas muestran un ejemplo de implantación y de relación compleja con el mundo indígena, aparentemente no pacífico, al menos en la fase inicial. El yacimiento apenas había sido tenido en cuenta por su escasa difusión y estaba eclipsado por otros poblados fenicios o ibéricos del entorno, mucho mejor conocidos, enclavados incluso dentro del mismo término municipal de Guardamar del Segura, tales como La Fonteta, el Castillo de Guardamar o el Cabezo Lucero. Los recientes trabajos van resolviendo incógnitas, como aquella sobre el carácter costero del yacimiento, lo que ya estamos en disposición de asegurar

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gracias a los últimos sondeos efectuados. Lo que hoy es en apariencia una meseta estrangulada por su acceso meridional, fue en realidad una península que penetraba en una zona marismeña, de poca profundidad, pero suficiente para ser navegada por embarcaciones de poco calado y muy propicia para la fundación de un enclave de naturaleza comercial. Distintos trabajos que se han aproximado a la cuestión de los patrones de asentamiento fenicios aluden a este tipo de terrenos como los más propicios para la fundación de enclaves, justificándose incluso en que aparentemente eran despreciados por la población local. Aunque no hay demasiada información como para poder demostrar empíricamente este hecho, la verdad es que si atendemos a la ubicación de los principales yacimientos nativos de la zona costera alicantina durante las etapas finales del Bronce Final, estos aparecen en la ladera y en el borde las sierras, a una prudencial distancia de la línea de costa, controlando los pasos hacia el interior en las divisorias de aguas y bordeando las áreas de marjal y los terrenos inundables. Se trata, además, de una constante que se repite en otras zonas como la costa granadino-malagueña o el área del estrecho de Gibraltar. Es bien sabido que en la actualidad solo se conserva en pie una cuarta parte (García y Prados 2014, 118) debido a que la construcción de una cantera para la extracción de áridos lo arrasó casi por completo. La excavación de urgencia realizada inicialmente entre 1989 y 1993, y la publicación de algunos avances (García, 1994) provocó una sucesión de interpretaciones sobre el carácter del yacimiento, siendo identificado sucesivamente como un poblado fortificado de

Fig. 2. Yacimientos indígenas y fenicios en el área del Bajo Segura (Alicante).

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Fig. 3. Vista aérea del CPE desde el sur. Al norte, la zona destruida por la cantera.

la Edad del Bronce o como un pequeño fortín fenicio de poco más de 300 m2 de superficie (por ejemplo Moret, 1996; Prados y Blánquez, 2006). Los actuales trabajos y la restitución teórica de la superficie total del poblado gracias a la cartografía antigua y, sobre todo, gracias a la fotointerpretación efectuada a partir de tomas anteriores a su destrucción (García y Prados 2014, 120 y fig. 4), han modificado estas lecturas. Un enclave de carácter colonial El yacimiento se sitúa al oeste del casco urbano de Guardamar, sobre la margen derecha del río Segura, a unos 2 kilómetros de su actual desembocadura en el mar Mediterráneo. Ocupa una loma alargada, a modo de espolón, en el reborde septentrional de los montes del Pallaret y Los Estaños (topónimo que deriva del catalán «estany» o laguna y que denota su carácter inundable). El CPE presenta una configuración de laderas suaves, sobre todo por la parte que lo unen con tierra firme, menos por la vertiente oriental, mucho más pronunciada sobre el área de Los Estaños. Esta morfología provocó la erección de una potente defensa en tres de sus lados, a excepción de en su cara norte, donde se pudo aprovechar la topografía como defensa natural. Los estudios paleogeográficos que se han realizado en el tramo final del Segura (Barrier y Montenat, 2008, 7) así como los que se están realizando actualmente (Ferrer, 2010: 32) coinciden en señalar que el CPE era un yacimiento costero ubicado en el borde interior de un estuario abierto al mar y, por tanto, navegable, donde

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era factible el fondeo y donde recalaron embarcaciones de poco calado, como las que describe Avieno (Ora Marítima, 459-460). Los estudios arqueozoológicos y arqueobiológicos efectuados confirman la variedad de ecosistemas que lo envolvían (Moreno, 1996). Junto al aprovechamiento forestal y de los recursos del humedal, la óptima situación del CPE junto al valle aluvial permitió la explotación de los recursos agropecuarios. Dada la situación del yacimiento se puede inferir la importante función estratégica que debió alcanzar, ya que se emplaza en la zona de tránsito entre el flanco montañoso y la costa. Las semillas localizadas mediante flotación de alguno de los estratos más antiguos demuestran la explotación del cereal del entorno y su manufactura en el interior del poblado, bajo el abrigo de las fortificaciones. Desde el CPE se visualiza un amplio territorio, solamente limitado por el sector montañoso que se abre al sur, sureste y suroeste. Sin embargo, por la parte oriental se controla visualmente el Castillo de Guardamar, donde las excavaciones realizadas en la década de los 90 atestiguaron la existencia de una fase de ocupación de época fenicia con materiales a mano y a torno fechados en los siglos viii-vii a.C. (García, 1995 y 2010). Siguiendo en dirección a la desembocadura actual del río, el control visual también incluyó el asentamiento de la Fonteta, hoy limitado por las dunas repobladas de pinos a principios del siglo xx y por los bloques de edificios construidos a principios del siglo xxi. En el CPE se observan unos modelos arquitectónicos distintivos caracterizados, principalmente, por la ejecución de planes preconcebidos, modulados y tremendamente funcionales, tanto para las estructuras habitacionales como para la red viaria o las defensas. Son modelos típicos de lo que debió ser un primer intento de establecer una pequeña factoría comercial. La planificación, examinada y gestionada sin duda por una autoridad exógena, dio especial importancia a los espacios de circulación, sobre todo a aquellos necesariamente comunales que discurrían en torno a la muralla y que daban acceso a las torres y a las casamatas. Las estructuras habitacionales excavadas hasta el momento presentan, por su parte, unas características tecnológicas y tipológicas similares a las que se conocen en otros ambientes fenicios del Mediterráneo occidental (plantas tripartitas, hogares, bancos corridos, etc.). Lo que este desarrollo urbano y la arquitectura demuestran es que un grupo «extraño» culturalmente hablando, se estableció en una zona no habitada por los nativos, al menos durante el Bronce Final, como era este marjal que fue minuciosamente arquitectonizado siguiendo patrones orientales. Estas actuaciones organizadas de este nuevo grupo modificaron el paisaje cultural y transformaron el espacio, en lo que pudo suponer un primer estadio de coexistencia previo al posterior mestizaje. Como se observa en centros indígenas vecinos como, por ejemplo, Saladares o Peña Negra (Arteaga y Serna 1975; González 2010) esta actuación implicó cambios demográficos, ambientales, económicos,

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culturales y, necesariamente, conductuales, lo que podría explicar que, como se ha defendido, elites autóctonas se enterrasen en urnas fenicias en la fase II de la necrópolis de Les Moreres (González 2002, 108) subrayando desde intercambios de bienes de prestigio hasta procesos de emulación o mimesis. Sobre estas cuestiones, que consideramos de enorme relevancia, volveremos más adelante. El caso es que este establecimiento costero fundado a tenor de las dataciones de radiocarbono en la primera mitad del siglo viii a.C. y lo que de él se infiere, sentó las bases de un posterior proceso económico, político y social ya a principios del vii a.C., en el que la presencia fenicia se mezcló con las comunidades indígenas que residían un paso al interior, en las elevaciones que enmarcan los valles de los ríos Segura y Vinalopó y que, por lo que se observa en el registro, ya eran socialmente heterogéneas. Esta hibridación generó una nueva identidad, mestiza, quizás aquella propia de un nuevo centro de carácter urbano y mayor tamaño escondido hoy bajo las dunas de Guardamar y que conocemos con el nombre de La Fonteta. La fortificación del cpe como reflejo de una identidad alóctona Para organizar las defensas de los enclaves coloniales fue necesaria una participación social muy coordinada que solo pudo partir de una estructura política y económica muy fuerte y desarrollada, capaz de canalizar los esfuerzos de la comunidad en la ejecución de unas obras de carácter colectivo en las que, necesariamente y por razones demográficas, se debió emplear una mano de obra local. De entre todas las realizaciones defensivas hemos de destacar las murallas por encima del resto, tanto por su complejidad desde el punto de vista técnico y arquitectónico, como por su coste económico o por sus valores ideológicos y sociales. Las murallas fueron reflejo y proyección de la personalidad colectiva y tuvieron un carácter emblemático, por lo que significan desde el punto de vista de la ideología y de las mentalidades (Berrocal-Rangel 2004), sin perder jamás su función eminentemente militar (Moret 2001, 137). En el caso del CPE se observan unas constantes que sabemos habituales en muchas de las fortificaciones fenicias: funcionalidad, inmediatez y aprovechamiento sistemático de los materiales de construcción propios de la zona. Estas constantes van a determinar el tipo de construcción y seguramente la poca estabilidad de la misma, por razones que veremos más adelante. La fortificación cubrió la demanda de protección de los bienes de prestigio y de las materias primas, así como supuso también una barrera desde el punto de vista ideológico de cara a las poblaciones indígenas. La propia estructura hueca de las torres y de las casamatas, así como la red viaria que permitía el acceso

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Fig.4. Vista aérea de la excavación de 2015. En el centro la manzana de casas y en la parte inferior la torre 2 y las casamatas 4, 5 y 6.

a todas ellas, dejan entrever la función principal de la muralla, que es la de almacenaje de mercancías y su protección. Desde 2013 se ha podido excavar en dos de las casamatas y estas han ofrecido materiales fenicios a torno (varios bordes de platos de ala de barniz rojo y otros de igual forma pero de una pasta gris, casi negra, que podría ser blackware, aunque no se conocen estas formas en este tipo cerámico, más propio de jarras y oinocoes). Estas piezas han sido recogidas en los estratos de relleno y amortización de los espacios funcionales de la muralla, junto a abundante material a mano que supone cerca del 80% del total. El material a torno (ánforas, platos, pithoi y jarras) aporta importante información de carácter cronológico que remite a las fases más antiguas de la colonización fenicia en occidente. La presencia de platos de ala estrecha inspirados en los repertorios de Tiro (concretamente de las fases Tiro IV, Tiro VI-V y Tiro VII-VI de la clasificación de Bikai, 1978, 21 y 23-24) es clarificadora al respecto. Se trata de formas típicas del Periodo III de la necrópolis de Tiro-Al-Bass que ha sido fechado entre finales del siglo ix y principios del viii a.C. (Nuñez, 2013, 67-68). Por su parte, el material a mano deriva de dos o tres formas muy repetitivas de cerámica de cocina, sobre todo ollas y vasos de talón con mamelones junto al borde muy propias de los enclaves fenicios arcaicos. El cribado del sedimento procedente de las capas inferiores que relacionamos con la fundación

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Fig. 5. Selección de materiales de la fase de abandono. Colmatación de la casamata 1 y escalera de acceso a la «ciudadela».

del establecimiento y la flotación realizada han permitido recoger carbones y semillas que se han datado por radiocarbono a lo largo de la primera mitad del siglo viii a.C. Los materiales que aparecen en el relleno, en cambio, se corresponden con un segundo momento, previo a su abandono. Se trata de cerámicas idénticas a las de la Fase I de La Fonteta o a los de la necrópolis de Les Moreres, fechados a finales del siglo viii a.C. (González Prats 2002, 241). Las imponentes defensas del CPE y su emplazamiento sobre un cerro que se recorta en el horizonte del mar formaron parte de una puesta en escena de una presencia alóctona, que presenta su sector más notorio mirando hacia el sur, hacia el acceso desde las tierras del interior. La fortificación en la zona sur estaba revestida y seguramente pintada, y era perfectamente simétrica en su estructura. El análisis de los paramentos apunta a que la mano de obra que la ejecutó debió de ser fundamentalmente autóctona, si bien los arquitectos que dirigieron aquellas actuaciones y que diseñaron la obra fueron orientales, lo que se explica por varios motivos: primero, porque se trata de una arquitectura planificada previamente, modulada según patrones metrológicos orientales; segundo, porque la factura y la calidad era inferior. Se trata de un proceso

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que se ha observado recientemente en otros ejemplos (Prados 2010, 268). Esta cuestión y el origen local de la mano de obra explicarían, asimismo, que el aspecto de la fortificación del CPE, sobre todo técnicamente, pueda relacionarse con ejemplos nativos tales como Caramoro II, en Elche, (González y Ruiz 1992; González y García 1998, 15), donde se observa un muro a plomada jalonado de taludes. Esta muralla de Caramoro II es similar a lo que se aprecia en la primera planimetría parcial que se publicó del CPE anterior al descubrimiento de los compartimentos y del bastión dividido (García 1994 y 1995), lo que ha provocado a veces problemas en su lectura (Vives-Ferrándiz 2005, 184 y Fig. 98). No encontramos, hasta el momento, otra explicación para comprender la tipología y la morfología constructiva de las defensas del CPE, cuyos únicos paralelos plausibles hemos de buscarlos en la costa oriental mediterránea entre el siglo x y el ix a.C. concretamente en las defensas de los enclaves de Samaria, Hazor, Gezer, Tell en Gev, Tell en Nasbeh, Tell Beit Mirsim, Khirbet Qeiyafa, Tell Kabri o la propia Biblos (Albright 1933; Leriche 1992; Kempinski y Reich 1992; Cecchini 1995; Ben-Arieh 2004; Ben-Tor 1992; Garfinkel y Ganor 20072008). En todos ellos, la presencia de las murallas de casamatas es una tónica común y casi un rasgo, de por sí, que se podría definir como identitario (Mazar 1995). Recientemente en el citado Castillo de Chiclana de la Frontera (Cádiz) se han excavado restos de una fortificación similar, con cajones de pequeño tamaño que pudieron ser erigidas, según sus excavadores hacia el siglo viii-vii a.C. (Bueno y Cerpa 2008, 177; Bueno, García y Prados 2014). La estructura defensiva y la ciudadela amurallada Las defensas del CPE presentan, al menos en su parte conservada (recordemos que tres cuartas partes del poblado fueron destruidas por una cantera), una estructura de unos 4 m de anchura total del tipo «casemate wall» generado a partir de dos lienzos paralelos unidos por muros equidistantes configurando unos cuartos rectangulares, alargados, de unas dimensiones de 1,55 x 4,70 m (correspondientes con un patrón métrico fenicio de 3 x 9 codos canónicos de 0,52 m) con un vano de acceso directo a su interior. Esta parte conservada, a tenor de lo que se aprecia en las fotografías aéreas del vuelo «Ruiz de Alda» (realizada hacia 1929) y del llamado vuelo «Americano» de 1956 (fotograma 3225), cubriría todo el lado occidental del poblado, quizás antecedida de un foso apreciable en las fotos, con una longitud total lineal de 115 m. Presenta una sorprendente modulación y cadencia constructiva combinando grupos de tres casamatas (que miden en conjunto 15,60 m = 30 codos), con una torre hueca (cuyo frente mide 7,60-7,80 m = 15 codos) de forma alterna. Si tenemos en cuenta la medida interna de cada casamata (1,55 x 4,70 = 3 x 9 codos) nos

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Fig. 6. Fotointerpretación a partir del fotograma 3225 del vuelo Ruiz de Alda (1929).

queda una muralla que asocia sistemáticamente módulos de 3 y sus múltiplos, desde las medidas menores a la propia combinación de casamatas y torres (3 x 1). La foto del vuelo de 1929 revela la existencia de, al menos, 6 torres en total recorriendo el lienzo occidental. Un dato importante es que las dos torres visibles presentan estructura interna y la llamada T2, incluso un espacio habitable con un banco corrido. La primera fase muestra una estructura bien planificada. Ninguno de los vanos de acceso a las zonas útiles de la muralla (con giro a izquierda en la zona occidental y con giro a derecha en la oriental) aparece junto, para evitar problemas estructurales. Por eso los accesos quedan dispuestos de forma radial, dejando entre ellos largos fragmentos de muro. El acceso acodado al interior de las casamatas, con giro a derecha o a izquierda según el lado de la muralla, recuerda de nuevo a los modelos orientales citados, tal y como se observa, por ejemplo, en Qeiyafa, una de las fortificaciones de frontera del Neguev mejor estudiadas. Igualmente, cabe señalar que todos los vanos conservados (de acceso a las casamatas y a las torres) miden lo mismo (0,90 m) algo indicativo de que fueron concebidos al mismo tiempo y de una vez. Ninguna de las viviendas, como veremos después, se adosó a la muralla, como cabría esperar en este tipo de defensas de la primera edad del Hierro. Toda la muralla estaba rodeada de una calle de servicio que facilitaba la circulación de productos y el acceso a las torres y a las casamatas. En el tramo excavado por nosotros esta «vía de servicio» tenía una anchura superior a 2,5 m.

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El paralelismo con las murallas de Hazor, Beersheba, Tell Bith Mirsim, Tell en-Nasbeh, Tell Beth-Shemesh y sobre todo con Qeiyafa, es sorprendente (Mc Cown 1947, 189; Yadin 1972, 110; Garfinkel y Ganor 2007). Con este último enclave, que ya citábamos anteriormente, comparte incluso dimensiones, como la longitud de las casamatas, que también es de 4,70 m, equivalente a 9 codos (Garfinkel y Ganor 2007, 4). La cuestión es plantearse si ambos poblados compartieron función, ya que para el caso de Qeiyafa sus excavadores la relacionan con una pauta fenicia de crear establecimientos fortificados para albergar colonos en una peligrosa área de frontera situada entre Canáan, la región filistea y el oeste del reino de Judá. Quién sabe si en esa línea hemos de interpretar también la fundación guardamarenca. Solamente la segunda fase que se detecta, que como hemos dicho se adosa a los muros de la primera y ciega alguno de los vanos, amortizando la calle, perturbará la visión del modelo original. A pesar de estas amortizaciones el poblado siguió ocupado, aunque padeció una clara fase de retroceso. Otro elemento interesante es que todos los muros de la primera fase presentan unos aparejos cuidados, con pequeñas lajas de piedra trabadas con barro gris tomado del estuario. Además, aparecen sin cimentar sobre la roca, pero con una pequeña capa de tierra de color amarillo justo por debajo, que no nos atrevemos a interpretar como parte de un «ritual fundacional», aunque por su finura tampoco parece ser estructural o funcional. En su tramo norte, la parte conservada de la muralla presenta de nuevo una anchura total de unos 4 m. El nexo de unión entre este tramo y el anterior se produce a través de un bastión (T-2) cuyo arranque se salvó milagrosamente de

Fig. 7. Vista de la «ciudadela». En primer término las casamatas 1, 2 y 3.

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Fig. 8. Planta del área de la llamada «ciudadela» del CPE.

la zanja practicada por la pala excavadora de la cantera. Este bastión, de similares técnicas constructivas que el bastión del lienzo meridional (T-1), presenta una longitud frontal de unos 7,70 m (unos 15 codos) y su interior hueco con un espacio habitable, dotado de un banco corrido de adobes, los muros revestidos de un mortero de barro y un hogar realizado mediante una placa de terracota quemada, en cuyo entorno el registro arqueológico evidenciaba actividades domesticas de producción y consumo de alimentos. De la muralla oriental, que arranca en sentido oblicuo hacia el norte desde el frente sur, solamente se ha excavado el paramento de las tres primeras casamatas por su cara interna, con una longitud aproximada de 12 metros. Durante la excavación se documentó un vano de acceso a otra casamata cegado por el derrumbe y parcialmente cubierto por un talud de la segunda fase. Este tramo se levantó a plomo, sin refuerzo o contrafuerte de apoyo. Su construcción se realizó con aparejo de mampostería irregular de lajas de piedra careada, dispuestas regularmente en hiladas horizontales, trabadas con el citado barro gris. La excavación realizada en el frente norte confirmó la existencia de un potente muro que cerraba la compleja estructura defensiva, configurando en la segunda fase una zona acotada. Este muro de la segunda fase, de unos 10 m de longitud y una anchura de entre 1-1,10 m, debió actuar como un tirante a partir

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de su adosamiento a los lienzos occidental y oriental (García y Prados 2014). Se levantó sobre la roca y como en el resto de estructuras de la segunda fase no se constata el «nivel fundacional» de tierra amarilla que se observa en las construcciones de la primera fase. El tamaño y la monumentalidad de esta enorme defensa acarrearon no pocos problemas estructurales, a tenor de lo que hemos observado en la lectura paramental. De hecho, como se observa en la planta y en las imágenes, la obra original debió ser reforzada en la citada segunda fase con taludes y contrafuertes, y con la construcción del mencionado muro-tirante que unió los dos lienzos de casamatas para tratar de paliar los empujes que esta estructura ocasionaba en sentido sur-norte. Este muro, adosado a las murallas por el interior, amortiza, incluso, el vano de acceso a una de las casamatas y configura el cierre de la ciudadela que había sido confundida con un fortín. Con la erección de este contrafuerte en la segunda fase se generó un espacio intramuros cerrado. Para acceder al espacio intramuros y, probablemente, a la planta superior de la muralla, se adosó al exterior una escalera de mampostería, de unos 90 cm de altura. A la escalera se le adosa un pavimento que presenta fragmentos de una urna de tipo Cruz del Negro que aporta una fecha ante quem a la construcción y al uso del muro y la escalera de 700-685 a.C. Estas actuaciones se corresponden, pues, con la última ocupación del poblado fenicio. Con la reciente excavación se ha podido comprobar que todo este amplio espacio intramuros, que se genera a partir de los paramentos internos de la muralla meridional, occidental, oriental y el muro de cierre septentrional, adopta la forma de una «plaza de armas» o «ciudadela» de planta trapezoidal, con una superficie interna de unos 120 m2. Este espacio articula todo el complejo superior y el sistema defensivo del CPE por su parte más vulnerable y perceptible, actuando como zona de circulación al que abren sus puertas todas las casamatas. Según lo que acabamos de describir, el CPE presenta un modelo defensivo sin parangón en Occidente en este momento, cuyos mejores paralelos los tenemos en la costa oriental mediterránea en el Bronce Final y en la primera Edad del Hierro, como hemos visto antes, o ya mucho después en el ámbito ibérico y púnico hispano (ss. iv-iii a.C.) en ejemplos como Turò del Montgròs, Niebla, Malaka, Castillo de Doña Blanca, Carteia, o Cartagena (López 2011; Badía y Pérez 1992; Arancibia et al. 2006; Ruiz y Pérez 1995; Roldán et al. 1998; Martín 1993). Curiosamente, como en el caso fenicio arcaico que nos ocupa, estos nuevos planteamientos eclosionan tras la adopción de un esquema defensivo de origen exógeno y de componente oriental definido, de forma genérica, como púnico-helenístico (Prados 2003; Bendala y Blánquez 2005; Prados y Blánquez 2007; Moret 2008).

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Uno de los aspectos más espectaculares de las defensas del CPE es su monumental lienzo meridional, un bloque erigido de una vez que se yergue aún en un magnífico estado de conservación acotando el acceso al espolón en forma de riñón sobre el que se encuentra el poblado. Este acceso meridional es el más adecuado para llegar por tierra firme al tell artificial. El lienzo delimita al sur el poblado y remata las defensas complejas en forma de letra π, con un frente que se alza a plomada en pequeño aparejo y que se reforzó con un talud en la base en la segunda fase. El frente mide unos 16 m y nos inclinamos a pensar que su dimensión podría ser de 30 codos a tenor del patrón empleado (lo que daría unos 15,60 m) lo que se podrá comprobar con exactitud cuando se termine de excavar en el futuro. Todo el lienzo fue enlucido y seguramente pintado en origen. Lo que llamamos «lienzo sur» es, en realidad, un enorme dispositivo defensivo que mide unos 5 m de anchura en su parte superior y está realizado mediante dos muros paralelos unidos por dos muros gruesos que lo dividen en la zona central y por riostras secundarias de un módulo menor en los espacios restantes. Estos espacios intermedios fueron rellenados en la segunda fase y configuraron una monumental estructura maciza de gran estabilidad. Esta estructura, absolutamente simétrica, y su composición, indica que estuvo proyectada en altura al menos medio cuerpo más del que se conserva en pie hoy, por lo que debió suponer una inmejorable carta de presentación del establecimiento de una nueva comunidad, que buscó con esta construcción asegurar algo más que su función militar defensiva. Ya hemos comentado que la estructura superior y los contrafuertes generaron una especie de plaza en el lado sur, que se corresponde con la zona mejor conservada en la actualidad. Todo este dispositivo recuerda estructural y compositivamente a la llamada «ciudadela» de Hazor, en concreto al área occidental de la «upper city» o «Area B», edificada entre los siglos x y ix a.C. (Yadin 1972, 110 y ss.) que presenta una estructura defensiva compleja de carácter monumental de la que parten dos brazos defensivos de forma oblicua y simétrica, en similar disposición al caso que nos ocupa y también con casamatas (Geva 1989). La llamativa similitud entre ambos modelos no hace sino subrayar más el carácter eminentemente foráneo, oriental y arcaico del ejemplo de Guardamar. En cualquier caso, todos los datos del estudio arqueoarquitectónico apuntan a que la defensa del enclave arcaico del CPE respondió a un patrón bien conocido, que era flexible pudiendo ser adaptado a distintos terrenos, y que podía erigirse con diferentes materiales de construcción por una mano de obra local bajo la supervisión de un constructor/arquitecto fenicio. Este arquitecto habría desarrollado un plan funcional para dar respuesta a unas necesidades concretas en el marco de las incipientes relaciones coloniales, seguramente nada pacíficas en el primer momento.

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La presencia de actividad metalúrgica, las ánforas importadas, los restos de bóvidos entre la fauna exhumada o una cuidada arquitectura doméstica y defensiva nos dibujan un paisaje eminentemente comercial, de carácter colonial, que se asentó en un espacio abarcable inicialmente que debió ser el polo de atracción de un amplio volumen de población local. Solo un desmesurado crecimiento demográfico provocó la búsqueda de un nuevo emplazamiento no tan limitado e inestable como la superficie rocosa de calcretas que cimienta el enclave. El CPE parece encajar a la perfección con uno de esos modelos coloniales de primera época. La naturaleza del propio yacimiento, ubicado en una zona de gran explotación agraria cerealista, ganadera y con explotaciones salineras en las cercanías, bien podría revelar que la función de almacenaje pudo ser la más indicada aunque es imposible saberlo con certeza de momento. El patrón de asentamiento de este poblado es el mismo que tantas veces hemos visto repetido, precisamente por su eficacia, y ese es uno de los principales rasgos para caracterizarlo de fenicio. Solo en un segundo momento del proceso colonial, ya en las primeras décadas del s. vii a.C pensamos que se pudo trasladar el núcleo primigenio a un espacio óptimo para la fundación de un centro de mayores dimensiones (Fonteta) que tuvo un carácter mestizo, tanto en lo que se aprecia en los materiales arqueológicos como en la propia arquitectura, lo que ha traído consigo diferentes propuestas y lecturas en las últimas décadas, todas ellas muy sugerentes y bien fundamentadas. También las necrópolis excavadas en el entorno cercano reflejan un proceso de mímesis y de asimilación de determinadas costumbres, junto a la resignificación de ciertos materiales de prestigio. En la necrópolis de Les Moreres, asociada al poblado de Penya Negra de Crevillent, cabe reseñar, por ejemplo, la aparición de cerámicas fenicias tales como las urnas tipo «Cruz del Negro» empleadas como contenedores funerarios (González Prats 2002, 243), en la misma cronología que aparecen en los contextos domésticos del Cabezo Pequeño del Estaño, evidenciando usos y lecturas distintas. Igualmente aparecen los mismos cuchillos de hierro con remaches (González Prats 2002, 251) solo que en ámbitos distintos, doméstico y funerario. La existencia de un primer establecimiento fenicio ya en la primera mitad del s. viii a.C. en la costa, pudo vertebrar los intercambios de productos y bienes entre colonos y nativos, atraídos los primeros por la consolidada organización espacial y poblacional de los segundos y su riqueza metalúrgica. Es difícil pensar que La Fonteta ya canalizase, en su fase inicial, esa obtención de riquezas y de productos, cuando su incipiente desarrollo arquitectónico, sobre todo de corte defensivo, apunta lo contrario, aunque se considere que pudo existir ya un recinto murado en esta época que no ha sido detectado aún (González 2005, 50). Esta es una de las razones por las que hemos de volver la vista hacia el asentamiento del CPE y su potente fortificación en relación con

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los primeros intercambios de productos. Se trata de unas relaciones comerciales ya visibles, por ejemplo, en los materiales localizados en Penya Negra en su fase IB (725 a.C.). Viviendas, espacio de reunión y trazado viario Si en anteriores campañas se había profundizado en el conocimiento de las defensas del CPE, en la intervención desarrollada a finales de 2015 nos centramos en el conocimiento del urbanismo y la relación espacial entre el sistema defensivo de la muralla occidental y el conjunto de las unidades domésticas conocidas y visibles en planta desde los años noventa. Esta manzana de casas comprendía en realidad dos estructuras, una claramente doméstica, tripartita, con acceso por la habitación central, y otra de un solo ámbito, de mayor tamaño y con un banco corrido ubicado en torno a un hogar. De ellas se conservaban en pie los zócalos de mampuestos de los muros perimetrales y los pavimentos de barro rojizo compactado. La primera de las estructuras, de planta tripartita, presenta unas dimensiones totales de 9,50 m de largo por 4,65 de ancho, por lo que consta de una modulación idéntica a la de la muralla. El patrón responde a la misma unidad de medida, es decir, el codo fenicio de 0,52. Según esta modulación la casa presenta unas dimensiones de 18 x 9 codos, en la misma asociación de 3 y múltiplos de 3 que se detecta en la muralla. Cada una de las tres habitaciones, ligeramente rectangulares, miden 3,60 por 2,50 m. Toda la estructura recuerda a una de las viviendas fenicias de Sa Caleta (Eivissa) y a las de Morro de Mezquitilla (Schubart 1986; Ramón 2007). En la habitación de las tres que se ubica al oeste se localizó en el centro un hogar circular. La otra estructura que compone esta manzana, adosada por el este a la anterior, es de planta cuadrada y mide exactamente la mitad, esto es, 4,75 x 4,75 m, por lo que de nuevo se encuentra perfectamente modulada. En este caso las dimensiones de la estructura, la luz y su mobiliario interno (un banco adosado que recorre el lado occidental y un enorme hogar de planta rectangular, de casi un metro de longitud) nos hacen pensar en que se trató de un espacio de reunión, una suerte de «meeting point» siguiendo la terminología anglosajona. Curiosamente, el espacio habitable de esta unidad doméstica es de 3,60 m, lo mismo que el lado largo de las tres habitaciones anteriores. La regularidad de estas construcciones, su factura y sus dimensiones, evidencian que se construyeron prácticamente a la vez. Cabe señalar que si la muralla sigue la curva de nivel y se adapta al terreno, todas las viviendas están orientadas norte-sur, como la plasmación física de ese plan urbano preconcebido que venimos remarcando.

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La última intervención arqueológica desarrollada ha tratado de correlacionar estratigráficamente esta manzana de casas con la muralla. Desde el punto de vista metodológico lo que se ha realizado es una trinchera de delimitación de 12 m de longitud por 2 m de anchura. Inicialmente, y a espera de poder concretar más con el posterior estudio de materiales, estas viviendas se pueden encuadrar sin problema en la primera fase del poblado que se puede ubicar grosso modo a mediados del siglo viii a.C. La trinchera se planteó desde el muro occidental del espacio de reunión hasta el acceso a la T-2., que ha sido igualmente excavado y que estaba cubierto por restos del derrumbe hacia el interior del alzado de la muralla. Aunque la zona central de la trinchera fue alterada en sus niveles superficiales por el paso de las excavadoras que destruyeron el CPE, es posible observar los suelos de uso originales aún conservados, así como los restos de una pequeña calle de unos 2-2,5 m de anchura que discurre entre la manzana de casas y las nuevas estructuras localizadas junto a la torre. Igualmente se han localizado diferentes niveles de incendio que han cocido los pavimentos en algunos sectores, y los derrumbes de alzados y cubiertas que se corresponden con los estratos de abandono. Estos derrumbes del último momento de vida del poblado sellaron diferentes unidades con materiales cerámicos datantes tales como dos pithoi bícromos de 4 asas geminadas y dos ejemplares de ánforas fenicias del tipo T.10.1.1.1 fabricadas en talleres de la costa malagueña/ granadina a finales del siglo viii a.C. En las cubiertas cabe señalar el uso de la posidonia marina como material de construcción. Junto a la intervención de la trinchera se ha limpiado en superficie la muralla, localizando tres casamatas más (casamatas 4, 5 y 6) al norte de la T-2. En la zona de la casamata 6 las antiguas intervenciones habían dejado a la vista parte de un muro de mampostería que inicialmente pensábamos que estaba apoyado en la cara interna de la muralla. Procedimos a excavar en esta zona y observamos un giro en ángulo recto de este muro, que no llegaba a la muralla, conformando una nueva estructura habitacional exenta. La excavación al interior ha permitido observar el derrumbe de adobes de la parte superior sellando un pavimento de tierra compactada y restos de un ánfora fenicia T.10.1.1.1. aplastada bajo este derrumbe, sobre el pavimento. El dato más interesante es, como se ha adelantado, que esta nueva estructura no apoyaba en la muralla, y que el espacio que las divide lo ocupa una calle de unos 2,5 m de anchura que permite el acceso a las casamatas 4, 5 y 6 y a la torre 2. Esta calle, en un segundo momento, aparece cubierta por el derrumbe de la muralla y aún no ha sido excavada. La limpieza de la gran acumulación de piedras ha revelado la existencia de contrafuertes adosados al cuerpo central de la muralla, semejantes a los que se observan en el área de la ciudadela, y el propio derrumbe aparece forrado. Todo apunta, pues, a que

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Fig. 9. Planta del área intervenida en 2015.

Fig. 10. Vista aérea de las casamatas 4,5 y 6 y de la calle de servicio.

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pese a la amortización de las casamatas y de la calle de servicio, el poblado se siguió habitando un tiempo, lo que se explica por los contrafuertes citados, seguramente motivados por la necesidad de dotar de consistencia a la muralla. Cabe reseñar que las dos nuevas calles localizadas discurren totalmente paralelas, en sentido norte sur, muestra de un trazado viario bien proyectado, Las estructuras domésticas referidas presentan igualmente una estructuración paralela. Consideraciones finales Creemos firmemente que gracias a la recuperación de los trabajos arqueológicos el CPE está siendo revalorizado tanto a nivel científico como a nivel social. El éxito de las jornadas de puertas abiertas y las visitas guiadas desde el Museo, la presencia en los medios y la publicación de los primeros trabajos científicos en revistas internacionales, están poniendo este interesantísimo yacimiento en el lugar que merece. La antigüedad de las cronologías que está ofreciendo y la complejidad de su trama urbana y su arquitectura, en fases tan tempranas de la presencia colonial fenicia, hacen de este enclave uno de los más interesantes de la Protohistoria hispana. A tenor de los primeros datos que se manejan, consideramos fundamental incluir a este yacimiento entre la nómina de los más destacados del Mediterráneo occidental tanto por su cronología como por su propia estructura, hasta el momento, completamente inédita en este ámbito geográfico. Lógicamente, muchas de las propuestas aquí presentadas se verán ampliadas en los próximos meses según se vaya desarrollando la investigación y el estudio detallado de los materiales y los resultados de las analíticas. El papel que jugó en el punto de encuentro entre culturas que supuso el área marismeña del Bajo Segura viene determinado por las evidencias arqueológicas que se han ido presentando. La naturaleza de los contactos comerciales, al menos en un primer momento, fue reflejo, sin duda, de unas relaciones complejas, marcadas por la necesidad de fortificar y generar espacios hábiles para el almacenaje en el interior del poblado. Los registros botánicos1 manifiestan trabajos de limpieza de cereal realizados intramuros, lo que subraya la necesidad de proteger los excedentes agrícolas junto a otros materiales, al menos en los primeros momentos del impacto fenicio en la costa de Alicante. Estas evidencias productivas, además, y el propio carácter urbano del yacimiento, nos alejan de las viejas interpretaciones que aludían al CPE como un pequeño fortín secundario, erigido con la única motivación de proteger la retaguardia de La Fonteta, en un ejercicio de control espacial inédito en el mundo fenicio, por otro lado. 1. Estudios en curso realizados por el Dr. G. Pérez Jordá (CSIC).

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Junto a la explotación inmediata y a la sal abundante en la zona de forma natural, los fenicios buscaron, sin lugar a dudas, obtener otras riquezas de la región tales como el hierro de las sierras murcianas, la producción de armas y elementos de tipología atlántica/tartésica de Penya Negra o los recursos agrícolas de Los Saladares, entre otras (Ros 1988 y 1989; González 1983; Arteaga y Serna 1975; González, 2005, 43). Sobre la presencia de fenicios en época arcaica en el Bajo Segura cabe volver sobre una importante idea que ya avanzó M. E Aubet para explicar el control que los fenicios ejercieron sobre el comercio del Mediterráneo occidental y la repercusión que el asentamiento en Ibiza debió tener en la colonización de las regiones costeras de la península. Aubet remarcó un hecho evidente al respecto: la presencia del comercio fenicio en la actual costa alicantina fue anterior a la fundación ibicenca de Sa Caleta, por lo que no se podrían relacionar (Aubet 1994, 290). Los poblados del Bronce Final de esta área (Saladares, Peña Negra, Castellar de Librilla) recibieron ya durante la segunda mitad del siglo viii a.C. importaciones fenicias (ánforas y cerámica de barniz rojo) que han de explicarse por algo más que por una frecuentación precolonial de la zona costera. Este enclave fortificado, que pudo canalizar parte de este trasiego comercial desde fechas remotas, puede ayudar a resolver algunos interrogantes atávicos sobre el tema. No olvidemos que el lote cerámico que caracteriza la última fase del CPE es similar al que se observa en la primeras fases de La Fonteta (Fonteta I-II, fechado ca. 720 a.C.). Al respecto queremos destacar que las secuencias estratigráficas asociadas a las distintas estructuras de la muralla evidencian una única ocupación para el sistema defensivo fenicio (Fase I, de la primera mitad del siglo viii a.C.). Sin embargo las remodelaciones, el cegado de vanos, el rellenado de espacios y la construcción de taludes y contrafuertes que enmascaran la obra original nos señalan un segundo momento en la vida del enclave (Fase II, de la segunda mitad del siglo viii-principios del vii a.C.). Esta Fase II supuso su abandono definitivo. El último momento de ocupación del yacimiento previo a su abandono se caracterizaría por la presencia de determinadas actividades metalúrgicas, quizás una vez que el poblado arcaico ha perdido su razón de ser y ha sido absorbido dentro de la periferia urbana del nuevo centro costero de La Fonteta, en un similar proceso que conocemos para otros enclaves arcaicos, caso del Cerro del Villar y Malaka (Aubet et al. 1999). Estas actividades se documentan hasta que el derrumbe selló para siempre todo el conjunto de estructuras. Una datación radiocarbónica sobre un fragmento de hueso de bóvido recogido en el derrumbe que cegaba el acceso a la casamata 2 ha permitido datar este hecho a finales del siglo viii a.C. (2 sigma Cal BC 715685). Otras dataciones efectuadas en la base de las casamatas (CNA 2733.1 y 2735.1) sobre un nivel de incendio detectado por encima del pavimento y bajo

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Fig. 11. Materiales a torno exhumados bajo los derrumbes de las viviendas.

el derrumbe del cuerpo superior de la muralla (en la interfaz de abandono), han aportado unas fechas menos precisas (760-600 a.C.). En conclusión, tanto el material arqueológico como las dataciones absolutas apuntan a un colapso generalizado de las estructuras defensivas hacia el 700 a.C. y el consiguiente abandono. Para terminar, comentar que el paisaje inundable que rodeó el CPE, como en otros casos, debió ser ciertamente inhóspito, por lo que la fundación de este enclave tuvo que ser una apuesta apoyada en razones económicas y parapetada en una experiencia adquirida, que repitió el patrón de asentamiento característicamente fenicio. Para la elección de este lugar debió de ser fundamental la presencia de poblaciones autóctonas en el entorno con las que practicar intercambios regulares, la existencia de vías de comunicación con el interior (terrestres y fluviales), el aprovechamiento de los óptimos recursos naturales terrestres y marinos, la explotación salinera y una posición estratégica en la ruta de navegación costera. Las últimas intervenciones realizadas han ofrecido información de carácter constructivo y estratigráfico principalmente. Se han podido documentar nuevas estructuras domésticas, así como el trazado de dos calles que vertebran el poblado y que discurren en sentido norte-sur en paralelo a la muralla. Se trata de una información principal para demostrar el carácter urbano de este

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poblado, desde fases muy antiguas. La construcción de las viviendas y las calles demuestran que el CPE fue desarrollado según un patrón constructivo planificado previamente. Este hecho, junto a la metrología oriental de las fortificaciones, evidencia la presencia de una elite fenicia que, a tenor de los materiales exhumados, se puede encuadrar sin problema en la primera mitad del siglo viii a.C. La apuesta debió ser ganada, desde luego, por el temprano y pacífico abandono y por la inminente concentración de población en La Fonteta. También la propia inestabilidad geológica del cabezo, que presenta una superficie de calcretas muy rígida y los episodios sísmicos que se están documentando en los paramentos (de no mucha entidad, nunca superiores a 5 grados en la escala Richter2) debieron conllevar los problemas estructurales aludidos y los derrumbes acaecidos al final de la Fase I. Al respecto ya hemos mencionado en trabajos recientes la arquitectura sísmica de «carácter pasivo» del CPE (compuesta de contrafuertes, refuerzos adosados, etc. realizados siempre a posteriori de sufrir problemas estructurales) frente a la arquitectura sísmica «activa» que se observa en La Fonteta (tirantes y núcleos de adobe ya insertos en el momento de construcción de las murallas). Esta evolución que se plasma en la estructura arquitectónica que se aprecia en ambos yacimientos, no hace sino subrayar la puesta en práctica de experiencias adquiridas durante el proceso colonial. La mencionada concentración de la población en La Fonteta, ya a lo largo del siglo vii a.C., supondría la conversión de este nuevo núcleo en el principal eje urbano de toda la región de la desembocadura del río Segura. La naturaleza del yacimiento, que sufrió un abandono paulatino y pacífico, posibilita por un lado una lectura sencilla de la estratificación y del derrumbe de las estructuras, aunque por otro lado implica que los hallazgos son escasos y poco significativos, ya que los materiales «en uso» o de cierto valor fueron trasladados al nuevo asentamiento. En cualquier caso, aunque muchas veces sean pequeños fragmentos cerámicos, se trata de fósiles directores de la colonización fenicia y de las etapas finales de la Edad del Bronce en tierras valencianas. Igualmente la excavación de los estratos de abandono y el colapso de determinados alzados, permiten vislumbrar un horizonte de finales del siglo viii-principios del vii a.C. para la última ocupación y el abandono definitivo. Sobre los hallazgos es interesante referir que a pesar de que no aparecen materiales completos ni espectaculares, y que la cerámica a torno es aparentemente minoritaria, cuando se excava un contexto cerrado bajo el derrumbe de un alzado o una techumbre, como ha sucedido en la campaña de 2015, las cerámicas que aparecen son producciones a torno casi en un 100% y, el elenco

2. Estudio realizado por el Prof. Carlos Arteaga Cardineau (UAM).

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se compone de ánforas, pithoi de cuatro asas, jarras de tipos variados y urnas Cruz del Negro. El CPE solo se abandonará en el momento en que una nueva generación, aparentemente mestiza, comience a fortificar y reestructurar el urbanismo del centro costero de La Fonteta, y sea capaz de amortizar –y desacralizar– un espacio como el tofet (cuyas estelas, de tipología arcaica, aparecen empleadas como material de construcción en la muralla erigida en la fase Fonteta IV, ya avanzado el s. vii a.C.). El éxito que identificamos con ese traslado enlaza temporalmente con un momento en que se detecta una intensificación en el comercio de la zona que canalizó las mercancías del interior hispano hacia las Baleares y el Mediterráneo central, como se aprecia, por ejemplo, en el cargamento del pecio de Bajo de la Campana hallado en el Mar Menor (Roldán et al. 1995). Este posible traslado del CPE a La Fonteta que defendemos a tenor de los datos aquí presentados, no es una cuestión nueva, puesto que ya fue planteada hace años por los propios excavadores de La Fonteta (González 1999, 33). Además, el caso de estudio no se encuentra aislado: otros centros que se pueden caracterizar dentro de este modelo serían los emporios comerciales de la costa granadino-malagueña tales como Almuñécar, Chorreras (Schubart 2006, 15) o Morro de Mezquitilla, ocupados desde mediados del siglo viii a.C. y ubicados en promontorios próximos a la línea de costa (Schubart 1986; Schubart 2006, 57). Todos estos centros arcaicos presentan, además de un mismo patrón de asentamiento, un tamaño prácticamente estándar, no llegando a superar la hectárea de superficie, como por ejemplo en el Cerro del Prado (San Roque, Cádiz), Chorreras o el Morro de Mezquitilla, este último emplazado en un cerro de aspecto similar al CPE, de unos 150 m de largo por 75 m de anchura (Schubart 2006, 11). Del «enclave colonial» del Morro de Mezquitilla, debido a su emplazamiento con un pequeño puerto en el estuario del Algarrobo, sus dimensiones y su elevación, afirmó H. Schubart que «cumplía todos los requisitos necesarios para la fundación de un asentamiento fenicio entre los que contaban, además de su proximidad al mar, la existencia de un hinterland rico y accesible» (Schubart 2006, 138). Finalmente, varias son las aportaciones de carácter científico que se pueden derivar de la última excavación de 2015, aún en fase de estudio. En el lienzo sur, las actuaciones permiten definir con más datos su rol defensivo y simbólico y su relación espacial con la muralla oriental, de la que apenas conocemos aún más que su paramento interno. La excavación en el interior de la casamata 1, que conforma prácticamente una especie de «capsula del tiempo» por su estructura cerrada, ha permitido la recogida de muestras de polen y de semillas para ulteriores análisis. Ello va a facilitar el estudio medioambiental y sus implicaciones en las relaciones hombre-medio y, al tiempo, poder

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Fig. 12. Comparativa entre diversos enclaves del Bajo Segura (CPE, El Oral), La Picola (Santa Pola) y la Illeta dels Banyets (Campello). Elaborado por P. Moret.

afinar más en las fechas iniciales de la colonización en la desembocadura del Segura, que parecen más antiguas de lo esperado. A este respecto, cabe referir por último que una datación de C14 efectuada sobre semillas recogidas cribando el estrato ubicado bajo la base del muro interno de la muralla (CNA 2734.1) apunta a las primeras décadas del siglo viii a.C. (790-780 a.C.) para las

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primeras ocupaciones humanas del CPE, cuando se fundó un pequeño enclave urbano protegido por una fortificación de casamatas de una estructura muy similar a las conocidas en el sur del Líbano e Israel, levantada sobre una fina capa de tierra amarilla que pudo bien señalizar la obra, o bien sacralizarla… Bibliografía Albright, W.F. (1933): The Archaeology of Palestine and the Bible. Gorgias Press. New York. Arancibia, A., Cisneros, M.I., Escalante, M.M., Fernández, L.E., Mayorga, J. y Suárez, J. (2006): Memoria Arqueológica del Museo Picasso Málaga: desde los orígenes hasta el siglo v d.C., Museo Picasso. Málaga. Arteaga Matute, O. y Serna, M.R. (1979-1980): «Las primeras fases del poblado de Los Saladares (Orihuela, Alicante). Una contribución al estudio del Bronce Final en la Península Ibérica». Ampurias 41: 65-126. Aubet Semmler, M.ªE. (1994): Tiro y las colonias fenicias de Occidente. Crítica. Barcelona Aubet Semmler, M.ª E. 2000: «Arquitectura colonial e intercambio». En A. González Prats (ed.): Fenicios y Territorio. Actas del II Seminario Internacional sobre Temas Fenicios, Guardamar del Segura. Alicante: 13-45. Aubet, M.ªE., Carmona, P., Curià, E., Delgado, A., Fernández, A. y Párraga, M. (1999): Cerro del Villar I. El asentamiento fenicio en la desembocadura del río Guadalhorce y su interacción con el Hinterland. Málaga. Badia García, J. y Pérez Macías, J.A. (1992): Excavaciones arqueológicas en la muralla tartésica de Niebla. Los cortes II-III/92. Cuadernos Temáticos 6 del Museo de Huelva. Huelva. Barrier, P. y Montenat, C. (2007): «Le paysage de l’époque protohistorique à l’embouchure du Segura. Approche paléogéographique», en P. Rouillard et alii. (eds.): Fouilles à la Rábita de Guardamar, II (Guardamar del Segura, Alicante). L’établissement protohistorique de La Fonteta (fin viiie Fin vie s. av. J.-C.). Casa de Velázquez, Madrid: 7-21. Ben-Arieh, S. (2004): Bronze and Iron Age tombs at Tell Beit Mirsim. IAA Reports 23. Jerusalem. Ben-Tor A. (1992): The archaeology of ancient Israel. Open University of Israel. New Haven. Bueno Serrano, P. y Cerpa Niño, J.A. (2008): «Un nuevo enclave fenicio descubierto en la Bahía de Cádiz: El Cerro del Castillo, Chiclana, Cádiz». Spal 17: 169-206. Bendala Galán, M. y Blánquez Pérez, J. (2005): «Arquitectura militar púnico-helenística en Hispania». Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid 28-29: 145-160. Bikai, P. M. (1978): The pottery of Tyre, Warminster. Bueno Serrano, P., García Menárguez, A. y Prados Martínez, F. (2014): «Murallas fenicias de occidente. Una valoración conjunta de las defensas del

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