Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato. Delincuencia y prisión en el Chile del siglo XIX

June 1, 2017 | Autor: D. Palma Alvarado | Categoría: Chile, Delincuencia, Cárceles
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Descripción

Delincuentes, policías y justicias América Latina, siglos XIX y XX

Daniel Palma Alvarado Editor

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Delincuentes, policías y justicias América Latina, siglos XIX y XX Daniel Palma Alvarado Editor Ediciones Universidad Alberto Hurtado Alameda 1869– Santiago de Chile [email protected] – 56-228897726 www.uahurtado.cl Impreso en Santiago de Chile Primera edición de 500 ejemplares: septiembre de 2015 Este texto fue sometido al sistema de referato ciego ISBN libro impreso: 978-956-357-040-3 ISBN libro digital: 978-956-357-041-0 Registro de propiedad intelectual Nº 255.026 Impreso por C y C impresores. Dirección editorial Alejandra Stevenson Valdés Editora ejecutiva Beatriz García-Huidobro M. Diseño de la colección y diagramación interior Francisca Toral R. Imagen de portada Periódico El Recluta, N°27, Santiago, 16 de mayo de 1891. Con los debidos permisos de la Biblioteca Nacional.

Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

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LAS CORRERÍAS Y CARCELAZOS DE PANCHO FALCATO. DELINCUENCIA Y PRISIÓN EN EL CHILE DEL SIGLO XIX Daniel Palma Alvarado

Francisco Rojas Falcato, el célebre Pancho Falcato, es considerado por muchos como el principal personaje de la historia delictual chilena en el siglo XIX. Protagonizó a lo largo de cuarenta años algunos de los capítulos más recordados de los anales del crimen local. Sus fechorías y desacatos a la ley a contar de la década de 1830, así como las más increíbles fugas desde diversas prisiones, lo volvieron una celebridad en vida. Tal fue su fama, que impulsó a escritores y periodistas contemporáneos a retratarlo en libros, poesías y diarios. El mismísimo Benjamín Vicuña Mackenna habría estado interesado en publicar una biografía, según conidenció Falcato al corresponsal de El Ferrocarril, un diario de circulación nacional que en 1877 lo entrevistó durante varios días en la Penitenciaría de Santiago. El periodista terminó “encariñado” con el reo1. Francisco Ulloa, quien como subdirector de la Penitenciaría trató directamente con Falcato en ese recinto, fue el primero en ofrecer una semblanza literaria de un hombre al que varios coetáneos comparaban con Cartouche, el popular bandido francés del siglo XVIII, cuyas fechorías serían incluso llevadas al cine. En 1884, Ulloa dio a luz la primera edición de su libro que llevaba por título: Astucias de Pancho Falcato, el más famoso de los bandidos de América. Un año después, la novela ya alcanzaba cinco ediciones. Pese a que en sus páginas Falcato es retratado como un hombre ladino y hasta bonachón, muy diestro a la hora de aprovecharse de 1 Visitas a la Penitenciaría. Hechos biográicos de Pancho Falcato, del bravo maloqueador Marcos Saldias i de muchos otros presos célebres, edición recopilada de El Ferrocarril, Imprenta de Federico Schrebler, Santiago, 1877, pp. 27, 28 y 47.

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la candidez de sus víctimas, Ulloa sentenciaba de entrada que “solo fue un ladrón astuto y relativamente atrevido”. Mito y realidad se confunden en este relato sobre “el más famoso de los bandidos de América”, que Ulloa remató con un juicio categórico: sus “hazañas” no evitarían que la justicia sacara de circulación a “…un ser bajo todos los conceptos peligroso a la estabilidad social”. Al in y al cabo, el mensaje buscaba disuadir a los imitadores de Falcato, “en obsequio de la tranquilidad pública”, y alertar a “los incautos y despreocupados” de los peligros que acechaban2. De este modo, se fue articulando una extraña representación del personaje, en la que se entremezclaban popularidad y peligrosidad. No en vano, un alto funcionario policial incluyó a Falcato entre los más temibles “salteadores de oicio” o de “alta escuela” de la historia delictual chilena, reconociendo, sin embargo, que la tradición popular lo admiraba y recordaba “en sus hechos culminantes”3. En los versos del afamado poeta popular Daniel Meneses, por otra parte, se utilizó la palabra “falcato” como sinónimo de delincuente4. La igura de Falcato mantuvo su halo seductor en pleno siglo XX y desde ámbitos distintos una serie de estudiosos contribuyeron a proyectar su leyenda. Elvira Dantel, apoyándose en la “novelita” de Ulloa que “fue tan popular hace treinta años, en todas las esferas sociales, como el Joaquín Murieta”, recubrió a Falcato de un aura pícara al describirlo como un “…Pedro Urdemales o el soldadillo que se reía de las autoridades y se escapaba siempre de manos de la justicia…”5. Con sus habilidades como estafador y transgresor irreductible de las leyes vigentes, representó una vida atractiva para nuestros escritores. No obstante, según indica la misma autora, el Francisco Ulloa, Astucias de Pancho Falcato, el más famoso de los bandidos de América, Valparaíso, 1908 (hay ediciones anteriores y posteriores), pp. 5, 139 y 140. 3 Ventura Maturana, Las investigaciones del delito, Imprenta Fiscal de la Penitenciaría de Santiago, Santiago, 1924, p. 142. 4 Los versos de Meneses se encuentran reunidos en el libro de Micaela Navarrete y Daniel Palma (compilación y estudios), Los diablos son los mortales. La obra del poeta popular Daniel Meneses, Dibam/Fondart, Santiago, 2008. 5 Elvira Dantel, “El bandido en la literatura chilena”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 6, Santiago, 1935, p. 270. 2

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Falcato histórico pasaría más de la mitad de sus días tras las rejas, pereciendo en prisión en 1879. En la mitología popular y en la representación literaria, la vida del bandido cobra sentidos que rara vez guardan correspondencia con su existencia fáctica6. Eugenio Pereira Salas, historiador preclaro, fue el primero que se lanzó a buscar las huellas de Falcato en los archivos, con el ánimo declarado de separar la historia de las fantasías que alimentaban su leyenda: “...tiene mayor valor el escueto relato de los hechos probados en la encuesta judicial que la falsa retórica que estropea a menudo el relato…”, concluirá en su texto7. Sin desconocer la popularidad del personaje, cuyas peripecias seguían seduciendo a los lectores del “libro infaltable” de Ulloa, Pereira Salas fue capaz de construir una aproximación biográica que sus antecesores solo habían esbozado, aportando con información extraída de procesos criminales y documentos del Ministerio de Justicia. A su turno, Maximiliano Salinas, a base de los trabajos de los anteriores, ubica a Falcato entre las “iguras destacadas del bandolerismo del siglo XIX” e interpreta su accionar en tanto expresión del “sentido de protesta social inherente al cuatrerismo” y “artíice de una justicia popular que castiga a los ricos y deiende a los pobres”8. En la senda del “bandido social” visibilizado académicamente por los estudios de Hobsbawm, Falcato y otros bandidos encarnarían la venganza popular ante las ofensas recibidas por un sistema de dominación opresor de los campesinos. La fuerza simbólica de la transgresión a un orden ajeno y autoritario puso a Falcato en el panteón de los auténticos héroes del pueblo chileno. Toda su vida se inscribiría en las experiencias de los más desheredados del país y Véase Eric Hobsbawm, Bandidos, Crítica, Barcelona, 2001 (ed. corregida), especialmente cap. 10: El bandido como símbolo y Apéndice B: La tradición del bandido. Un incisivo e informado análisis sobre esta cuestión para el caso de Chile en Araucaria Rojas, “«Cuando me encarné en la güeya del verdadero sartén». Rotos bandidos en la literatura chilena”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Vol. 16, N° 1, Santiago, 2012. 7 Eugenio Pereira Salas, “Pancho Falcato en la historia y en la leyenda”, Revista Mapocho, Vol. 9, Santiago, 1965, p. 158. 8 Maximiliano Salinas, “El bandolero chileno del siglo XIX. Su imagen en la sabiduría popular”, en En el cielo están trillando, Universidad de Santiago, Santiago, 2000, citas en pp. 81 y 89. 6

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ofrecería indicios y claves para la reconstrucción de la historia de los rotos y paisanos chilenos9. También encontramos a Pancho Falcato en investigaciones sobre las prisiones, especialmente a raíz de las dos fugas que perpetró desde los tristemente famosos carros del Presidio Ambulante10. En los estudios de Marco León y Francisco Rivera, Falcato se alza como un criminal emblema del siglo XIX, pero también aparece en el papel de víctima de unas prácticas punitivas infames. Ya sea como prueba viviente de las falencias de la infraestructura carcelaria o como un reo reticente al “control social” de matriz portaliana, Falcato ilustra las complejidades de la administración del castigo y los padecimientos de los que pasaron gran parte de su vida tras las rejas. En las páginas siguientes, queremos exponer, a partir de la trayectoria efectiva de este célebre delincuente, el funcionamiento de los intersticios del régimen conservador chileno que se extendió entre las décadas de 1830 y 1860. Reconoceremos unas prácticas punitivas muy alejadas de las ideas ilustradas esgrimidas por muchos de los encargados de administrar justicia y también la precariedad en materia penal y carcelaria mientras Falcato hizo de las suyas, centrándonos especialmente en el Presidio Ambulante, sobre el cual se ofrecen algunos antecedentes originales.

Donde se recuenta la vida de Pancho Falcato Francisco Rojas Falcato Valdés nació en Santiago, “en la calle de la Merced, junto a la casa de don Ramón Freire”, según conidenció alguna vez. Pereira Salas sugiere en su estudio que esto fue entre Así lo proponen Felipe Valdenegro y José Órdenes, “La reconstrucción biográica de Pancho Falcato, una aproximación al estudio del bajo pueblo”, en Dimensión Histórica de Chile, N° 15 y 16, Santiago, 1999-2000, donde se transcriben documentos de dos procesos judiciales a Falcato que se conservan en el Archivo Nacional de Chile. 10 Marco Antonio León, “Entre el espectáculo y el escarmiento: el presidio ambulante en Chile (1836-1847)”, Revista Mapocho, N° 43, Dibam, Santiago, 1998; Francisco Rivera, “El resorte principal de la máquina. El presidio ambulante en el orden portaliano. Chile 1830-1840”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Vol. 13, N° 1, Santiago, 2009. 9

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1813 y 1819, en los turbulentos años en que se luchaba por la Independencia nacional. Plantea que Falcato fue un hombre criado en la ciudad, con alguna educación, “a juzgar por su caligrafía”, y vinculado al entorno del abasto de la población. En los procesos judiciales que conocemos y en las entrevistas que Falcato concedió al diario El Ferrocarril en 1877, manifestó que su oicio era el de abastero y comerciante de animales y que alguna vez tuvo “tres puestos de carne” en el mercado. Estas actividades le habrían permitido alcanzar “cierta posición económica”, a decir de Pereira Salas. De ese ambiente de dinero sonante, salió Pancho Falcato, duro, vigoroso, amigo del cuadrero, del especulador, diestro en las mañas y trapacerías de un oicio de vida despreocupada, fácil, rumbosa y glotona.

El rubro de las carnes ni siquiera lo abandonó estando prisionero y, de hecho, “…nunca se interrumpieron sus relaciones con algunos personajes importantes en el negocio del arreo y matanza de animales”, los que incluso testiicaron en algunos de los juicios en su contra. Este negocio permitió a Falcato disponer de algunos bienes y mantener una casa en la calle Huemul de Santiago, cuyo arriendo servía para sostener, aunque modestamente, a su familia11. La crianza y sus actividades comerciales urbanas alejan a Falcato considerablemente del prototipo del bandido de origen campesino, salido en general de entre los peones-gañanes que merodeaban las haciendas y villas del Valle Central en busca de trabajo estacional. Siendo Falcato todavía un muchacho, su carácter desfachatado le valió problemas con la autoridad. “Cuando joven tuve la debilidad de armar pleitos a los vigilantes; esto me acarreó su odio y cuando se veriicó un robo, caí envuelto en la sospecha y fui llevado

11 Pereira Salas, op. cit., pp. 150 y 157; Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 25. En la serie de entrevistas que concedió Falcato en 1877, airmó que esa “casita en la calle del Huemul” se encontraba arrendada en $18, suma con la cual subsistían su mujer e hija.

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a Los Carros”, contaría el propio Falcato12. Posiblemente está aludiendo a su primer encontrón con la justicia del que hay registro, ocurrido en el año de 1837, en el contexto de una dura batida contra la delincuencia peonal que se libraba en el país. Hay que recordar que durante la década de 1830 el control de la criminalidad se constituyó en uno de los desafíos mayores para los regentes del orden conservador establecido. Los salteos y abigeatos cometidos en las zonas rurales y suburbanas fueron enfrentados con extremo rigor punitivo y “castigos prontos e indefectibles”, apelándose tanto a procedimientos legales como extralegales para escarmentar –a duras penas– a los ladrones y contener la “plaga del vandalaje”13. La condena a los carros del Presidio Ambulante era la pena de reclusión más severa que se utilizó por esos años. Rojas Falcato cayó aquel año de 1837 por un salteo a la casa de José Tisca, donde habría actuado en compañía de algunos maleantes avezados, como José Mesina y Manuel Bórquez. El hecho dejó una víctima fatal, lo que selló la suerte judicial de los cabecillas que fueron condenados a muerte (aunque tiempo después serían indultados). Pereira Salas menciona unas actas del Consejo de Estado, según las cuales Falcato y Bórquez por su participación en este robo recibieron una pena a cuatro años de trabajos forzados y cien azotes públicos14. ¿Será esta la misma condena a seis años en los carros por robo a la que alude Falcato en las entrevistas a El Ferrocarril? No estamos seguros, pero en esa versión sostiene que había sido condenado porque un rival envidioso “me levantó falso testimonio”, incriminándolo en el salteo, y que tal castigo lo marcó por el resto de su vida:

Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 24. He analizado la estrategia punitiva impulsada por el ministro Diego Portales en los años 30 en el artículo “Los fantasmas de Portales. Bandidaje y prácticas judiciales en Chile, 18301850”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Vol. 16, N°1, Santiago, 2012. Véase, también, Antonio Correa, El último suplicio. Ejecuciones públicas en la formación republicana de Chile, 1810-1843, Santiago, Ocho Libros editores, 2007. 14 Pereira Salas, op. cit., p. 151. 12 13

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Desde entonces, cuando he estado libre trabajando honradamente, los envidiosos me han acusado de connivencias en sus fechorías y los jueces me han cargado la mano porque había estado antes en Los Carros. Mi primera estadía en Los Carros fue como una marca de fuego grabada indeleblemente sobre mi frente. Los jueces solo han visto esa marca y me han condenado. Yo no tengo en Chile más enemigo que la justicia15.

Como sea, Falcato no pasó mucho tiempo encerrado en esta ocasión, pues en octubre de 1838 era nuevamente detenido e implicado en un salteo acaecido “en la provincia de Aconcagua en el lugar llamado cancha del llano”. Al momento de ser apresado, en su casa “se encontraban varios individuos, sobre los cuales recaen las sospechas de que sean de la misma profesión de Falcato, esto es, salteadores”, leemos en el parte enviado al juez letrado16. Entre los presentes estaban los ya aludidos Mesina y Bórquez, además de otros sujetos con antecedentes por robo. En poder de Falcato y de sus visitas se encontraban prendas sustraídas en el asalto de Aconcagua un mes atrás e incluso había una pistola. Falcato fue sindicado como “el principal cómplice en el salteo hecho a García”, pese a que negó “obstinadamente” la acusación, alegando que había comprado las prendas en cuestión a un soldado. Esta táctica fue denunciada como una más de las “…maestrías en estas maniobras [que] lo salvaron de la pena que le correspondía por los muchos robos y salteos de que fue acusado hace pocos meses”. Conirmamos la existencia de una condena anterior y también cuánto se ha escrito acerca de la envolvente personalidad de Falcato y su destreza para fabricarse coartadas verosímiles. No cabe duda de que estos años resultaron en extremo agitados y a la vez fatales para nuestro protagonista, que se granjeó un cartel de salteador y un prontuario que pesaría en futuras resoluciones Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 24. Oicio al Juez de Letras en lo Criminal, 13 de octubre de 1838, Archivo Intendencia de Santiago (AIS), Vol. 22, fs. 80 y 81. Todo lo relativo a esta detención se ha extraído del mismo documento. 15 16

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judiciales. El 5 de febrero de 1839 fue inalmente condenado junto a Manuel Bórquez, “por haber robado en Aconcagua la tienda de Don José Rosario García rompiendo la cerradura de la puerta”, agravado por cuanto con anterioridad había sido “procesado dos veces por robos” y porque “su casa era el punto de reunión de malhechores”. Le dieron ocho años de presidio y debía sufrir cien azotes en público17. Falcato regresaba a los carros infamantes, que, tirados por bueyes, eran destinados a los lugares que requirieran de la fuerza de trabajo de los reos, como veremos más adelante. Para colmo, el 10 de abril, en segunda instancia, la Corte Suprema lo sentenció a la “pena ordinaria de muerte”18. A solo cuatro meses de esta nueva condena al Presidio Ambulante, el 2 de junio de 1839, Falcato junto a varios reos más (entre ellos Mesina, Bórquez y el célebre bandido Jerónimo Corrotea) logró fugarse, aprovechando que los carros permanecían en la localidad de Casablanca y que debido a la lluvia los reos estaban encerrados en una casa particular. Desarmaron al centinela de la puerta y se enfrentaron a garrotazos con los soldados que los custodiaban, hasta alcanzar la calle. No le importó a Falcato que semanas antes el Consejo de Estado hubiera decretado el indulto de la pena de muerte y la supresión de los cien azotes, como una manera de celebrar el triunfo de las armas chilenas en Yungay y el in de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. A pocos días de la evasión, fue recapturado en el “bajo de Renca”, en Santiago, y en el proceso que se le formó se levantó la tesis de una sublevación de reos, en el marco de la cual habría tenido un papel estelar. El iscal solicitó un castigo ejemplarizador: …lo acusa el Agente a la pena ordinaria de muerte como indigno del beneicio de indulto que obtuvo, como ingrato y

Sentencia reproducida en: Criminal contra Francisco Falcato Rojas, Miguel Ulloa y otros por un salteo y asesinato, Santiago, 1845, Archivo Judicial Criminal Santiago, Legajo 1609, Pieza 13, f. 96 vta. 18 Ídem, f. 97 vta. 17

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alevoso en la sublevación, y como traidor a la beneicencia de la Nación pidiendo expresamente que sea descuartizado y sus manos y cabeza sean puestas en jaulas de ierro en el lugar del alzamiento para memoria y escarmiento de atentados de esta naturaleza19.

Falcato se convirtió así en un traidor a la patria, además de salteador conocido. Los alegatos del procurador de pobres en lo criminal, Rafael Carrasco, mitigaron el fallo con el argumento de que el reo no había incurrido en nuevos delitos desde la evasión. En agosto de 1839, recibió la nueva condena por fuga, esta vez a diez años de presidio y “cien azotes en público”, que luego serían duplicados por decisión de la Corte Suprema20. Antes de cumplir los veinticinco años, Pancho Falcato ya era un hombre prominente de los bajos fondos criminales y acumulaba a lo menos tres condenas. Los años siguientes se repetiría la misma historia. Dejemos que el propio Falcato narre un nuevo intento de fuga, ocurrido en 1840: En el año cuarenta estábamos trabajando en la quebrada de los Alabados, a la bajada del puerto de Valparaíso. Recién habíamos terraplenado un pedazo de cerro para poner los Carros. Se nos hacía trabajar tanto y era tanto el rigor con que se nos trataba que resolvimos sublevarnos. Unas niñas nos proporcionaron unas limas de acero y cuchillos de cocina. Era preciso, ante todo, limar las cadenas y esto lo conseguimos con bastante felicidad21.

Durante la noche, diez de los reos rompieron las cadenas y se abalanzaron sobre la guardia. Sin embargo, no lograron apoderarse de los fusiles. Entonces se produjo la estampida y cada cual “cortó para su raya”, rememoraría Falcato. Escabullendo los balazos y 19 De oicio contra Francisco Rojas Falcato por fuga, Santiago, 1839, Archivo Judicial Criminal Santiago, Legajo 1609, Pieza 10, f. 14. 20 Ídem, f. 19 vta. Véase también Eugenio Pereira Salas, “Pancho Falcato en la historia…”, op. cit., pp. 152 y 153. 21 Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 40.

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trepando por entre los cerros y quebradas, el fugitivo alcanzó el puerto junto a un cómplice. Allí fueron conminados a detenerse por una patrulla de dos serenos. Se armó una refriega, mientras se aproximaba una partida de soldados que buscaba a los prófugos. “Yo entonces salí del montón y corrí por la playa. Toda la partida se fue tras de mí; yo me batía en retirada. Al sereno que se acercaba lo hacía besar el suelo a bofetadas y seguía corriendo”. A pesar de la encarnizada resistencia, Falcato no pudo con la superioridad de sus perseguidores y terminó nuevamente preso. Siete de sus compañeros corrieron mejor suerte y consiguieron el objetivo. “Si en ese día hubiera yo tenido un buen puñal o una pistola, le aseguro que habría muerto más de cuatro; pero más vale que haya sido así, porque si no me habrían fusilado y Ud. no sabría todo esto”, remató su relato al periodista de El Ferrocarril 22. De aquí en más, Falcato pasaría escaso tiempo en libertad y su nombre andaría de boca en boca. En febrero de 1841, Ramón Cavareda, recién asumido como Superintendente del Presidio Ambulante, en una misiva donde se quejaba de los “resultados perniciosos” de esta experiencia punitiva, alertaba sobre el peligro que representaban hombres como Falcato si los carros seguían funcionando sin las mínimas precauciones para impedir las habituales fugas en el camino Santiago-Valparaíso: …en el estado actual de cosas no hay un instante en que no peligre la seguridad pública: porque peligran, a un tiempo, la existencia de todos los moradores de las haciendas circunvecinas, la de los viajeros que transitan continuamente por ese camino y aun la tranquilidad de Santiago y Valparaíso, cuyas riquezas pueden servir de aliciente a esas naturalezas malas para emprender un golpe de mano. Esto no es del todo imposible, pues la guarnición que custodia al presidio es demasiado pequeña para que no haya a veces descuido por efecto de lo recargado del servicio. Aún hay más; hombres de esa clase, capitaneados por un Catalán, un Corrotea o un Falcato Rojas, 22

Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., pp. 41-45.

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llevados de la esperanza de la libertad y de la sed del robo y del crimen, tendrían demasiado arrojo para ejecutarlo23.

Para agosto de 1842 Falcato, la “naturaleza mala”, igura en el “Listado de los reos más peligrosos que existen en el Presidio Ambulante”, con una pena de diez años por el delito de fuga. Tal listado se había confeccionado con el objeto de separar “imperiosamente” de los carros a quienes reunían los criterios de mala conducta y condena alta por un delito grave. Aparte de Falcato aparecen quince reos más, todos con penas de ocho años hacia arriba; dos por asesinato, un salteador, seis por robo, dos por robo y fuga y cuatro por fuga24. Entre ellos, Miguel Ulloa, junto al cual unos años después Falcato volvería a verse involucrado en un proceso por “salteo y asesinato”. En efecto, en diciembre de 1845, en el juzgado de letras en lo criminal de Santiago, se abrió un sumario contra “Francisco Falcato Rojas, Miguel Ulloa y otros”, acusados de ingresar a la quinta de Juan Francisco Cifuentes, robar importantes cantidades de onzas de oro sellado y dar muerte a un inquilino25. Lo más llamativo de este proceso es que el asalto había ocurrido durante la noche del 25 de diciembre, en circunstancias que los imputados supuestamente estaban recluidos en los carros. En el curso de la investigación judicial, se develó que esa noche –gracias a las buenas relaciones que existían entre reclusos y guardias– Falcato, Ulloa e Isidoro Poblete efectivamente habían salido del presidio, regresando al amanecer. Un preso declaró que Ulloa le conidenció al día siguiente que habían perpetrado un robo en la chacra de Cifuentes y que al momento de emprender el regreso a los carros con el botín, tres 23 Oicio de Ramón Cavareda al Ministro del Interior, Valparaíso, 8 de febrero de 1841, Archivo Ministerio de Justicia (AMJ), Vol. 30, s. f. 24 Oicio del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 3 de agosto de 1842, AMJ, Vol. 16, fs. 110-111. 25 Criminal contra Francisco Falcato Rojas, Miguel Ulloa y otros por un salteo y asesinato. El expediente consta de 131 fojas y todas las siguientes citas e informaciones, salvo indicación, están tomadas de ahí.

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hombres lo abordaron y “le quitaron la porción que le correspondió”. Sospechaba que Falcato estaba tras la quitada. La versión de Falcato solo se conocería al cabo de un par de semanas, cuando fue detenido en el departamento de Quillota, tras haberse fugado de los carros en la tarde del 26 de diciembre. En su poder se encontraron cuarenta pesos y un puñal. En la que sería su primera declaración en este caso, se presenta como de veintiséis años, casado y de oicio abastero; airma que la noche del 25 de diciembre no había salido del presidio; “que después de la fuga se vino al campo de la chácara de Mata hoy del dominio del señor D. Francisco Ruiz Tagle, y que allí estuvo oculto como cuatro días sin salir más que de noche a los bodegones a comprar pan y queso”; “que durante la época de su fuga no ha dormido de noche en ninguna casa porque se ha amanecido en las chinganas y en los juegos”; también indicó que en prisión ganaba unos pesos haciendo “iguritas de hueso”. En la declaración se aprecia claramente su irma. El juego aludido por Falcato era uno de sus principales placeres y le permitía allegar dinero para costear las salidas de Santiago y llevar a cabo diversas fechorías. En su narración al corresponsal de El Ferrocarril, el propio Falcato le confesó “que he tenido el gran defecto de jugar y como no soy tonto… gano siempre”. A esas alturas, no obstante, estaba arrepentido de este vicio e inclusive pediría: “…hágase guerra sin cuartel a los garitos situados a extramuros de la ciudad, que es donde los hombres pierden su fortuna y extravían su razón”26. Su compañero de desgracias, Miguel Ulloa, conirma tal aición, al revelar que el día anterior al salteo en la chacra de Cifuentes, Falcato le había dicho que “habíamos de ir a practicar una diligencia, entendiendo yo que tal vez sería a jugar, porque él es aicionado”. También relató que el día del salteo salieron del presidio –donde permanecían sin custodia– y que la diligencia consistía en “robar dinero en la quinta de Cifuentes”. Allá los esperaban otros 26

Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., pp. 52 y 18.

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cómplices, uno de los cuales, según una testigo, tenía hasta “cara de salteador, por la mirada”. Tras ser despojado de su parte del botín, Ulloa volvió a los carros para escapar el 27 de diciembre. Fue recapturado en Valparaíso al poco tiempo. Las versiones contrapuestas motivaron un careo entre ambos reos, que se llevó a cabo el 23 de enero de 1846. El reo Ulloa en el careo con Francisco Falcato Rojas sostuvo su declaración prestada en Valparaíso con un pavor tan extraordinario que alentó a Falcato para negarlo todo y para decirle que no se había juntado con él, que era falso cuanto aseguraba y que no debía creérsele a ningún facineroso como Ulloa.

El pavor de Ulloa nos parece muy signiicativo. Da cuenta de la reputación de Falcato. “El arrojado y temerario Rojas”, lo llamó el abogado defensor de Ulloa, culpándolo de ser el instigador “a tan criminal convite”. Y para no ser menos, el agente iscal sentenciaba en septiembre de 1846: “Francisco Falcato Rojas que a la sombra del terror que impone su fama y fatal condición, no hay duda que concurrió al robo, y que es autor del salteo que se hizo”. Recordaba, además, que “este hombre famoso ya ha sido condenado a muerte”. Nada, sin embargo, sacaría a Falcato de su negativa y en declaraciones posteriores se escudó siempre en el argumento de no haberse movido de los carros en la noche del crimen. Era la estratagema de procesos previos que él mismo se encargaba de recordar a los jueces: “respondió que ha estado tres veces preso en esta cárcel: una de ellas por heridas que le atribuyeron, otra por hurto de animales que también le imputaron, y la tercera por complicidad en un salteo hecho en Aconcagua”. Hasta el inal de sus días Falcato se mantuvo en esta línea; era la fatalidad la que se entrometía en su camino y lo tenía pagando culpas ajenas27. “Soy una especie de Judío errante a quien la fatalidad ha dicho: anda! anda! Si he estado trabajando honradamente, los envidiosos me han calumniado; si he estado encerrado en una prisión, el destino me ha impulsado a la fuga; si he estado prófugo, no he podido conciliar un momento el sueño”. Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 39. 27

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Ni Falcato ni Ulloa estarían para la lectura del fallo. El 7 de noviembre de 1846, el alcaide informaba que el día anterior como a las 12:30 del día se habían fugado desde la Cárcel Pública junto a otros reos, abriendo “un forado en el calicanto nuevo que se hallaba fresco, dejándose caer a la acequia”. En el lugar se encontró “una barra de grillos con la chaveta limada, la que conozco ser la que tenía Falcato Rojas”. Este fue, sin duda, uno de los golpes más resonantes de su carrera. Pero también lo sentenciaría a seguir huyendo, por su vida. Dictaminó el juez: El reo Francisco Falcato Rojas tiene contra sí los más fuertes indicios de haber sido el primer agente del salteo y asesinato; es además fugado del presidio general, robador de un caballo ensillado, famoso en crímenes por los que se le ha procesado otras veces y condenado a la última pena… y inalmente, fugado de la cárcel pública por forado y cuando su causa estaba para fallarse = por todo lo cual le condeno con arreglo a las leyes […] a la pena ordinaria de muerte.

Me he explayado en este caso, porque el expediente ofrece ricas vetas para el análisis, algunas de las cuales se retomarán luego, además de retratar al Falcato histórico como un jugador, con sólidas redes en el mundo delictual y ejerciendo un rol tutelar sobre sus pares. Un tipo reconocido entre los presos (niños) y perfectamente identiicado por los policiales, abogados y jueces, que durante una década completa lo acosaron y encarcelaron varias veces. Muchos de sus amigos ya no estaban, como Jerónimo Corrotea, “hermano del audaz bandido”, muerto en la sangrienta fuga que protagonizaron los reos del Presidio Ambulante en Peñuelas el 14 de marzo de 1841 y que terminó con veinticinco de los sublevados abatidos28. Es indudable que Falcato se había vuelto un personaje público y notorio, temido y admirado a la vez. Ulloa en Astucias de Pancho Falcato… se reiere a la cercanía de estos dos iconos del bandidaje chileno (pp. 33 y 34). En cuanto a la fuga desde los carros en Peñuelas, escandalizó a los contemporáneos y fue ampliamente comentada en la prensa de la época. Falcato no participó de esta, pues justo aquel día lo habían trasladado a Valparaíso. 28

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Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato

Digamos inalmente respecto al proceso que hemos estado comentando, que las gestiones del procurador José Miguel Drago y la obstinada negativa a confesar por parte de Falcato, surtieron efecto, pues en abril de 1847 la Corte Suprema resolvió “que no estando plenamente probada la cooperación de Francisco Falcato Rojas al salteo y asesinato cometido en la quinta de Don Juan Francisco Cifuentes, se le absuelve de la instancia de este delito…”. Recibió una pena a diez años de presidio “desde que sea aprehendido y conducido a él”. El espectacular escape desde la recién refaccionada cárcel pública se encuentra narrado en colores en la entrevista a Falcato y coincide con lo que hemos podido establecer a partir del expediente judicial. El destino llevó al fugitivo hasta la provincia nortina de Coquimbo. “Después de muchas peripecias, después de muchas noches y días sin pan, sin abrigo, sin agua, sin conocer el terreno que pisaba, sin conocer a los hombres por donde pasaba, llegué a Coquimbo”. Se fue por tierra, ya que de haber intentado tomar un buque, “me habrían echado el guante en el acto. Yo era joven y perspicaz y no podía cometer esa chambonada”, rememoraría29. Durante algo menos de seis meses se mantuvo a salvo de sus perseguidores en el norte, usando el aristocrático nombre de Francisco Antonio Valdés y vestido como futre, haciendo nuevos amigos y burlando al mismísimo gobernador y otrora Superintendente del Presidio Ambulante, Juan Melgarejo, con quien dice haber compartido en reuniones sociales. “Sucedió muchas veces que el intendente se retiraba tarde en la noche y yo lo iba a acompañar hasta la puerta de su palacio”30. Sin embargo, los comisionados secretos enviados especialmente desde Santiago le pisaban los talones y lo fueron cercando. Falcato menciona que cuando huía junto a otros niños se sintió un “temVéase Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., pp. 28-31. Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 49. Entre las páginas 49 y 57, Falcato cuenta sus andanzas en Coquimbo, las que inspiraron algunos de los episodios narrados luego en la novela de Ulloa.

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Delincuentes, policías y justicias

blor tan grande” que “rasgó la bóveda de la cárcel de Coquimbo”. Puede que se reiera al sismo con epicentro en La Ligua y Petorca (a unos 300 km de donde se encontraba), acaecido el 8 de marzo de 1847, lo cual coincide con los aproximadamente seis meses que alcanzó a estar en libertad. En medio del desconcierto, se enfrentó a los agentes y fue impactado por dos proyectiles: “un tiro en el bajo vientre con postones que nunca me los han podido sacar y recibí también otro en una pierna, a bala”. A mal traer fue trasladado en barco hasta el puerto de Valparaíso. “De Valparaíso me trajeron a la Penitenciaria echado sobre un caballo, con barras de grillos y dos guardias. Llegué a Santiago medio muerto”31. Hubo “junta médica” para recuperar a Falcato de sus heridas y así se salvó. “De eso viviré eternamente agradecido”, aseguró32. En esta parte, la historia de Falcato se mezcla con un hito de la historia carcelaria chilena. En 1847 se presenciaba la agonía de los tétricos carros-jaula ambulantes ideados por Diego Portales en 1836. Once años después, prácticamente no quedaban defensores de este sistema y ya se construía la moderna Penitenciaría de Santiago que apuntaba a terminar con la barbarie punitiva33. Las urgencias aceleraron la ocupación del espacio penitenciario aún en construcción y en el mes de septiembre se ordenó el ingreso de los alrededor de doscientos presos que permanecían en diez carros estacionados en las cercanías, junto a otros tantos provenientes del “Presidio General”. En esos momentos, la parte ediicada de la Penitenciaría “no era más que un diez por ciento de su proyecto deinitivo”. Por lo tanto, “el penal no contaba con las más mínimas condiciones de infraestructura para asegurar y mantener adecuadamente recluidos a los primeros condenados”34. El convaleciente Todas las referencias sobre esta captura en Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., pp. 55-57. Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 31. 33 Véase Marco León, “Entre el espectáculo y el escarmiento…”, especialmente pp. 153-166, donde presenta el debate nacional sobre el Presidio Ambulante. 34 Jaime Cisternas, Historia de la cárcel penitenciaría de Santiago, 1847-1887. La implementación del sistema penitenciario en Chile, Santiago: Dirección Nacional de Gendarmería de Chile, 1998, pp. 54 y 55. 31 32

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Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato

Falcato fue uno de estos primeros habitantes del lamante recinto correccional. Los años iniciales en la Penitenciaría fueron muy duros para los presidiarios. Según Jaime Cisternas, en los cuarenta meses que van de septiembre de 1847 a 1850, unos trescientos hombres subsistían hacinados en las sesenta celdas habilitadas y “expuestos a las condiciones de encarcelamiento más rigurosas e inclementes que pudiera imaginarse”. No había agua potable, las celdas apenas recibían los rayos del sol, la alimentación era deplorable y entre los presos cundían el reumatismo y las afecciones estomacales. Las propias autoridades carcelarias alertaban sobre la gravedad de tales condiciones sanitarias35. La situación de Falcato era más delicada todavía, pues quedó sometido “…a una dura incomunicación, con doble cadena sujeta a la mano, que se le había carcomido”, según expuso en una solicitud de clemencia denegada en 184836. En el ocaso de su vida, Falcato seguía masticando esta experiencia: “Entonces fue cuando me tuvieron por 5 años con una enorme maza al pie”37. Sufrió, al mismo tiempo, la temida celda solitaria38. Pereira Salas dio con una nueva petición de indulto de 1851, que es muy elocuente respecto al estado anímico y las convicciones de Pancho Falcato. Cualquiera que sea los crímenes que se me atribuyen y que se han exagerado hasta el último extremo, están ya excesivamente compensados por una agonía horrible de tres años que ha destruido mi ser y que al hombre más duro e incorregible habría bastado para rehabilitarlo. He cometido delitos pero no todos los que se me suponen: estoy completamente arrepentido de ellos. La fuerza de tanto padecer es la que ha doblado los críÍdem, pp. 61ss. Indultos inconclusos, 1848, citado por Eugenio Pereira Salas, p. 155, nota 15. 37 Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 57. 38 “En 1849, el intendente de la provincia señor Juan José Egaña, hizo una visita a la Penitenciaria. Entre los condenados a celda solitaria había dos compadres: el uno se llamaba Benavides y el otro Falcato”. Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 18. Sobre los castigos, véase el apartado “El tratamiento correccional de los condenados a Penitenciaría” en Jaime Cisternas, Historia de la cárcel penitenciaría…, op. cit., pp. 105-133. 35 36

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Delincuentes, policías y justicias

menes que de nuevo se me increpan. El deseo de libertad está impreso por Dios en el hombre, el protestar contra las leyes será una falta social pero no un crimen. Finalmente, los tormentos que sufro me condenan a muerte segura tal vez en un año39.

Sin olvidar las precauciones que se deben tomar ante la retórica característica de estas solicitudes40, la pieza documental es notable en tanto testimonio del pensamiento elaborado de Falcato. Da cuenta del sufrimiento, resignación y arrepentimiento –tópicos propios de esta clase de documentos–, pero también de su capacidad intacta para remarcar la injusticia de su prisión y levantar una audaz reivindicación del legítimo derecho a fuga de los privados de libertad, arriesgando con ello la acogida favorable de su solicitud. Deinitivamente, no era un reo cualquiera; no se arrastraría en demanda de clemencia así como así. Estamos ante la auto representación de un hombre orgulloso, pese a todo. Las cosas parecen haber mejorado algo en los años siguientes. La infraestructura carcelaria progresaba y se ampliaba el número de celdas disponibles, mientras algunas normas comenzaban a lexibilizarse. Desde 1852, Manuel Vicente Castro era el director de la Penitenciaría y Falcato parece que asumió un importante liderazgo en la gestión del orden interno. En sus propias palabras: “Hubo un tiempo en que yo gobernaba esta casa, cuando era director el mayor Castro… entonces ni había pleitos ni fugas porque yo vigilaba mucho”41. A la vista de la trayectoria y personalidad amistosa de Falcato es bien plausible que así haya sido. Liberado de la incomunicación, fue urdiendo rápidamente las hebras de su red con los niños y también con guardias del penal. Fueron años durante los cuales las prácticas tradicionales de los reos erosionaron los ideales Indultos particulares, 1851, citado por Eugenio Pereira Salas, p. 156. Véase al respecto el ensayo de Marcos Fernández, “Sangre por sangre: la retórica judicial y la veracidad documental como problema heurístico en las solicitudes de indulto”, en Justicia, poder y sociedad en Chile: recorridos históricos, eds. T. Cornejo y C. González, Santiago: Ediciones UDP, 2007. 41 Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 45. 39 40

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Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato

de regeneración moral que en teoría debían reinar tras los muros y barrotes. En 1854, de acuerdo a un informe del superintendente: La cárcel penitenciaría estaba habitada por un gran número de mujeres que hacía parte de la guarnición, ocupando las celdas en construcción; inundábala una muchedumbre de vianderas que mantenían comunicación y comercio constante con los presos, llegando al extremo de que los robos hechos en la ciudad, hallaban dentro de los muros un depósito o escondite frecuente. Tal desorden se elevaba al grado de que muchos de los presidiarios convirtieron sus celdas en almacenes, donde se vendía aguardiente, velas, naipes, fósforos, ropa hecha, y en las cuales se recibía en prenda a un interés usurario, lo que ocasionaba frecuentes disputas entre los condenados…42.

Cuesta imaginar que Falcato no hubiera participado de estas dinámicas. Con todo, diversas fuentes remarcan su buena conducta, ejemplo de la cual es el hecho de que, a diferencia de las estadías anteriores en los carros y en la cárcel pública, jamás se fugó desde la Penitenciaría. En vista de que la última de sus condenas que hemos registrado data de 1847, debió haber salido en libertad en 1857, pero ignoramos si así fue. Tampoco tenemos mayores noticias sobre lo acontecido con Falcato en lo sucesivo, salvo una referencia del reportero de El Ferrocarril, quien indica que aquel tuvo “cuatro condenas en la Penitenciaria que suman treinta y siete años”. ¿Signiica esto que a ines de los años 50 y en la década de los 60 siguió cumpliendo penas de cárcel por acumulación de sentencias? El propio Ulloa da a entender algo así en un libro sobre la Penitenciaría, donde incluye a Falcato entre los cinco reincidentes más notables del recinto, airmando que “…no obstante sus mil protestas de inocencia respecto de los crímenes que se le han acumulado”, había pasado “los dos tercios” de su vida tras las rejas43. Informe de Francisco León de la Barra, 15 de enero de 1854, citado en Cisternas, pp. 86-87. Francisco Ulloa, La Penitenciaría de Santiago. Lo que ha sido, lo que es y lo que debiera ser, Santiago: Imprenta de Los Tiempos, 1879, 78. Cursiva en el original.

42 43

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Delincuentes, policías y justicias

En 1875 volvemos a encontrar a Falcato en el archivo judicial, elevando una petición de indulto. Había sido condenado el año anterior a cinco años de penitenciaría (rebajado a cuatro años en segunda instancia) por el hurto de once vacunos desde un fundo en San Bernardo, al sur de Santiago. Enarbolando el ya clásico discurso de su inocencia, alegó que en el momento del hurto estaba en Santiago e implicó a un agente secreto de la policía en el hecho. Los jueces no le creyeron. Tampoco al procurador que argumentó con el tópico de la redención de Falcato, el “héroe de leyenda”, y pedía se “…escuche ahora la voz de un hombre a quien el crimen en sus severas reacciones hizo honrado…”44. Para febrero de 1877, cuando lo entrevistaron en la Penitenciaría, le faltaban quince meses por cumplir esta, la última condena. Falcato representaba a un hombre de unos sesenta años. El avezado embaucador y ladrón de animales conservaba el buen humor que lo había distinguido siempre. “No temo nada, aquí estoy pobre, pero saliendo en libertad, con mi trabajo, yo clavo la rueda de la fortuna; […] después de 40 años de tragedias, mi brazo, mi espíritu y mi corazón están robustos”, le expresaría en una ocasión al corresponsal del diario, impresionado con la “historia extraordinaria” de este personaje45. La limpieza de imagen que observamos en las crónicas de El Ferrocarril bien puede ser considerada la última jugada de Falcato. Por nuestra parte, no queda más que culminar este recorrido con un monólogo incluido en el superventas de Ulloa, que exhibe a Falcato relexionando acerca de su agitada y controvertida vida: Yo no he sido sanguinario señores, decía Falcato en circunstancias que cumplía su cuarta condena en nuestra Penitenciaría. Es cierto que en mis mocedades fui un poco vivo, y todo cuanto se diga que entonces hice, es posible que lo hiciera; porque, en verdad, no trabajé en muchos años y como un príncipe viví. 44 45

Solicitud de indulto de Francisco Rojas Falcato, 12 de enero de 1875, AMJ, Vol. 464, N° 9. Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., pp. 47, 48 y 10.

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Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato

Pero le repito, con excepción de una puñalada que regalé a un traidor, jamás por jamás mis manos se tiñeron con la sangre del prójimo. Y si alguna vez resultó, como consecuencia de mis hechos, una muerte o una herida, no fue por culpa mía, porque siempre traté de contener las demasías de mis niños46.

Donde se describen las vivencias en los carros ambulantes Las peripecias y desventuras de Pancho Falcato ponen en el tapete una serie de problemas que remiten a la política en materia criminal y carcelaria adoptada por las autoridades del denominado régimen portaliano, especialmente entre las décadas de 1830 y 1850. La economía del castigo durante la hegemonía de la élite pelucona identiicada con las ideas políticas, sociales y penales de hombres como Diego Portales, Mariano Egaña y Andrés Bello, exhibe, por de pronto, uno de los lados más sombríos del proceso de construcción de Estado en Chile. Es la contracara de lo que los panegiristas del régimen describieron como un “estado en forma”. En ese sentido, independiente de la falta de recursos –reiteradamente esgrimida como excusa–, de los escasos jueces competentes y de recintos carcelarios inapropiados, se vislumbran prácticas punitivas que se ubicaron a distancia sideral de los ideales republicanos que en teoría fundaban el nuevo orden sociopolítico en el país. La historia de las prisiones en Chile cuenta con sólidos cimientos y los lectores interesados tienen un material valioso al cual acudir47. A continuación, nos interesa aportar al develamiento de la experiencia en el Presidio Ambulante, centrándonos en las rutinas de sus ocupantes, los guardias y su sociabilidad. Los dos estudios especíicos sobre los carros realizados a la fecha se han ocupado de

Francisco Ulloa, Astucias de Pancho Falcato…, op. cit., p. 53. Se recomienda particularmente el macizo trabajo de Marco León, Encierro y corrección: la coniguración de un sistema de prisiones en Chile, 1800-1911, Universidad Central de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Santiago, 2003, 3 volúmenes. 46 47

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Delincuentes, policías y justicias

buena manera de las discusiones que dieron origen a este particular “ensayo punitivo”, de su declive y de su lugar en el marco de un dispositivo de “control social” dirigido a los pobres, pero persisten zonas grises sobre aspectos clave como el movimiento de reos y sus relaciones sociales48. Entonces, por medio de la documentación recopilada acá y la trayectoria del propio Falcato, procuraremos complementar los conocimientos existentes sobre tales cuestiones. Cuando se creó el Presidio Ambulante, el Gobierno planteó que debía cumplir diversas funciones ligadas a una peculiar manera de concebir el castigo: 1) servir de espacio de reclusión para reos conceptuados peligrosos y como solución carcelaria parcial y transitoria; 2) exponer públicamente a los presos, a través de su permanencia en jaulas de ierro móviles, y así agregar una cuota de humillación a la pena que sirviera de escarmiento a los demás; 3) obtener un provecho económico, mediante el desplazamiento de los prisioneros a colaborar en trabajos públicos –en particular, en la construcción de caminos– y así costear parte de la mantención del sistema49. En otras palabras, “…se condenaba a los presos a trabajos forzados en unos carros, especie de prisiones lotantes, rodeados de barandillas de ierro”50. Como ya hemos señalado, el Presidio Ambulante funcionó entre 1836 y 1847. El ingreso anual rara vez sobrepasó a los cien penados y la existencia media tendió a luctuar entre los 100 y 200 hombres. Algunos meses esta cantidad fue menor, como en marzo de 1841, cuando se contabilizaron 91, entre ellos once extranjeros51. Un año después había 135 presos que ocupaban solo trece

48 Véanse los trabajos antes citados de León, “Entre el espectáculo y el escarmiento…” y de Rivera. 49 La fundamentación de lo que se consideró un “proyecto tan benéico” se puede revisar en la editorial del diario oicial El Araucano, Santiago, 15 de julio, 1836, que luego fue reproducida íntegramente en El Mercurio de Valparaíso, 21 de julio de 1836. 50 Visitas a la Penitenciaría…, op. cit., p. 15. 51 Estado general del Presidio Ambulante, El Mercurio de Valparaíso, 23 de marzo de 1841, reproducido en Miguel Chapanof, Espacios de prisión en Valparaíso, 1692-1940, Ministerio de Bienes Nacionales, Chile, 2001, p. 55.

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Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato

de los 21 carros disponibles52. Para 1844, León estableció una existencia anual de 220, número que se mantuvo hasta el traslado de los últimos reos a la penitenciaría en 1847. Es importante precisar que el sistema operó exclusivamente en el eje Santiago-Valparaíso y que los convictos provenían de todo el territorio nacional, según consta en múltiples documentos que informan de la remisión de condenados –por mar y tierra– hacia las jaulas rodantes53. El siguiente cuadro expresa cuáles fueron los delitos que motivaron la condena a los carros a lo largo de buena parte del período en que estos operaron. El mayor número de los reos había caído por delitos contra la propiedad (50% por robo o salteo), a los que seguían los delitos contra las personas (18,5% por homicidio o heridas). También se remitió a los carros a inculpados por sedición, particularmente en la coyuntura 1836-38 que costó la vida al ministro y hombre fuerte del régimen, Diego Portales. El elevado número de quienes entraron por “delitos no expresados” en esa misma coyuntura, nos lleva a suponer que entre estos hubo otros tantos por causas políticas. En 1841 había dos “revolucionarios” entre los presidiarios54. Por otra parte, el ingreso menor pero constante de reos por doble matrimonio se puede interpretar como un indicador del disciplinamiento moral impulsado por los gobiernos conservadores. Las condiciones de la reclusión eran denigrantes y no dejaban nada a la imaginación. Los presos se hacinaban en espacios reducidísimos: “Cada jaula –apunta Barros Arana– estaba dividida en tres secciones horizontales y en cada una de estas había capacidad para seis hombres que debían permanecer tendidos, porque no había

52 Informe del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 29 de julio de 1842, AMJ, Vol. 16, f. 106. 53 León, siguiendo un estudio de Mario Cárdenas, señala que el Presidio Ambulante “se estableció en Coquimbo, Aconcagua, Santiago, Colchagua, Valparaíso, Talca, Maule y Concepción”, pero no hemos encontrado vestigio documental alguno (informes, presupuestos, prensa local) que así lo consigne. En “Entre el espectáculo y el escarmiento…”, op. cit., p. 154. 54 Estado general del Presidio Ambulante, El Mercurio de Valparaíso, 23 de marzo de 1841.

39

40

22

10

7

5

1

10

3

58

1836

1837

1838

1839

1840

1841

1842

Total

Heridas

44

9

3

47

1

4

235

34

53

34

38

4

1

2

2

Fals. de moneda

5

1

39

1

1

1

2

1

3

1

1

13

1

3

1

2

2

12

1

2

6

2

2

Resistencia a la justicia

12

Salteo 1

Crimen nefando

12

Robo 3

1

1

2

1

1

Perjuicio

8

Fals. de irmas

2

Quiebra fraudulenta

20

Incesto

13

Violación

3

Doble matrimonio 4

Sedición

1

Incendiario

1

32

1

12

5

10

3

1

Fugar del presidio

1

6

1

1

3

1

Deserción

17

5

3

2

Abandono de guardia

16

84

1

7

5

12

23

22

14

Delitos no expresados

4

554

48

89

61

83

102

83

88

Totales

Fuente: “Estado por el que se demuestra el movimiento del Presidio Ambulante desde el año 1836 hasta el 20 de julio de 1842”, incluido en Oicio del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 2 de julio de 1842, Archivo Ministerio de Justicia, Vol. 16, f. 105.

Homicidio

Año

Cuadro 1: Reos ingresados al Presidio Ambulante, 1836-1842

Delincuentes, policías y justicias

Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato

espacio para sentarse”55. En 1840, un informe recalcaba “el más completo descuido de todo lo que concierne la limpieza y la desnudez de los condenados al presidio”. Los reos eran descritos como unos “seres desgraciados”56. Pese a ordenarse la inversión en vestuario para 87 de ellos, el panorama no varió en los años siguientes. El juez letrado de Valparaíso, Francisco de Borja Eguiguren, informaba impactado de una inspección efectuada en el invierno de 1842: Diez o doce hombres encadenados de dos en dos y apiñados en cada una de estas jaulas de hierro, expuestos al frío y al calor, cubiertos de andrajos los más de ellos y sin más abrigo que un lienzo miserable y despedazado que por de fuera cubre a estas cárceles multiplicadas, inspiran un horror que hace detestable su invención. Casi todos estos infelices se han quejado del poco abrigo57.

A diferencia de las cárceles modernas que invisibilizan cuanto ocurre tras sus muros, el Presidio Ambulante ofrecía un macabro espectáculo punitivo; era “el sistema del terror”, según lo caliicó un periódico opositor en 183858. Las descripciones impresionistas y opiniones críticas se multiplicaron en estos años e incluyeron a personeros que en un comienzo habían aplaudido la iniciativa, como Andrés Bello, quien en 1842 reconoció el fracaso de los carros y planteó desechar “con indignación un castigo tan cruel e ineicaz… y del que la sociedad no deriva el menor provecho”59. A este clamor se unió el Ministro de Justicia, Manuel Montt, y en 1843, “ante la urgente necesidad de abolir la institución de los carros” donde los reos enfrentaban “sufrimientos que los exasperaban”, presentó al Citado en Pereira Salas, “Pancho Falcato en la historia…”, op. cit., p. 152. Oicio de Juan Melgarejo al Ministro de Justicia, Valparaíso, 3 de agosto de 1840, AMJ, Vol. 30, N° 15. 57 Informe del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 29 de julio de 1842, AMJ, Vol. 16, fs. 107-107 vta. Cursiva nuestra. 58 Carros ambulantes, El Valdiviano Federal, Santiago, 1 de enero de 1838. 59 Andrés Bello, “El Presidio Ambulante”, citado en León, “Entre el espectáculo y el escarmiento…”, op. cit., p. 165. En el texto de León, se incluyen más testimonios y opiniones contemporáneas sobre el funcionamiento de los carros. 55 56

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Delincuentes, policías y justicias

Congreso el proyecto de construcción de la Penitenciaría, la cual, como ya se comentó, recibió a sus primeros ocupantes en 1847. La rutina laboral en los carros se iniciaba “desde las seis o las seis y media de la mañana”, y terminaba a las cinco de la tarde, con un descanso y comida entre las once y la una de la tarde. “Según la estación se les da una segunda comida”. Se recordará que en las entrevistas Falcato habló de la intensidad del régimen de trabajo, lo que contrasta con la visión transmitida por el juez Eguiguren, quien tras haberse “informado individualmente de ellos mismos”, observa que “casi ninguno se ha quejado…”60. Como sea, el escaso aporte del trabajo de los reos fue una de las razones más poderosas que se esgrimió al cabo de pocos años de funcionamiento del sistema para apoyar la necesidad de liquidarlo (en 1841, por ejemplo, un informe certiicaba que con cuadrillas de peones pagados, los trabajos públicos se adelantaban mucho más que recurriendo a los presos). Insistir con los carros era más costoso para el isco que buscar otras soluciones al déicit carcelario y no reportaba el “menor provecho”, en la expresión de Bello. A esto hay que sumar los persistentes lamentos de viajeros y lugareños que se veían perjudicados por el paso de la caravana de jaulas mientras se trasladaba de faena en faena, especialmente por sufrir el decomiso arbitrario de sus bueyes61. El Presidio Ambulante tampoco cumplió con la expectativa de mantener recluidos y seguros a los reos más peligrosos del país. Las cifras sobre el movimiento son elocuentes, toda vez que demuestran que el porcentaje de presos fugados superó al de aquellos que efectivamente cumplieron sus condenas. La trayectoria de Falcato aparece, entonces, como un ejemplo que conirma la regla. La inseguridad en los carros generó inquietud en las poblaciones cercanas, 60 Informe del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 29 de julio de 1842, AMJ, Vol. 16, fs. 106-106 vta. En el mismo informe se especiica el régimen alimenticio. 61 Por ejemplo, alegaba el gobernador de Casablanca en 1837: “No acabo de comprender cuál es el orden del presidio ambulante; este atropella violentamente a los transeúntes que conducen carretas con carga a lete, quitando los bueyes a multitud de ellos,…”. Oicio de Pedro J. Garretón al Intendente de Santiago, Casablanca 8 de mayo de 1837, AIS, Vol. 15, f. 109.

42

Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato

donde se temía que los prófugos volverían a sus andanzas. Si las cosas seguían así, “…dentro de algunos años el observador notará con espanto una proporción creciente de crímenes, sin que pueda atribuirla a otro motivo que a la permanencia del presidio entre nuestras dos principales poblaciones”, leemos en 184162. Cuadro 2: Reos salidos del Presidio Ambulante, 1836-1842 Cumplidas sus condenas

Destinados al ejército

Indultados

Remitidos a Juan Fernández, el Hospital y a los Juzgados

Fugados

Muertos

Totales

1837

29

61

6

8

19

2

125

1838

17

28

1

2

33

1839

8

12

2

27

3

52

1840

22

2

2

16

4

46

1841

30

1

18

26

76

1842

15

14

1

34

Totales

121

130

36

414

Año

1836

1 1 90

22

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Fuente: “Estado por el que se demuestra el movimiento del Presidio Ambulante desde el año 1836 hasta el 20 de julio de 1842”, incluido en Oicio del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 2 de julio de 1842, Archivo Ministerio de Justicia, Vol. 16, f. 105.

El cuadro revela, asimismo, la movilización de reos a la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana en 1837 y 1838, muchos de los cuales aprovecharon esta posibilidad para liberarse de un esOicio de Ramón Cavareda al Ministro del Interior, Valparaíso, 8 de febrero de 1841, AMJ, Vol. 30, s. f. 62

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pacio tan siniestro para purgar condenas63. Otros tantos se vieron beneiciados con los indultos decretados en 1839 a propósito del in del conlicto bélico. Llama la atención que, en vista de la precariedad sanitaria en los carros, la mortalidad haya sido relativamente baja, esto sin considerar el año 1841, cuando la “memorable sublevación” en Peñuelas terminó en una matanza de veinticinco reos. Los informes de las autoridades a cargo del Presidio Ambulante son bastante insistentes respecto a las nulas posibilidades de enmienda de los presos. Los carros eran descritos como un “centro de corrupción”, donde reinaba la inmoralidad y se tramaban robos y salteos que involucraban a los internos y sus redes del exterior, como bien se pudo apreciar en el caso de Falcato. “Así es que una vasta sociedad de ladrones y facinerosos parece abrazar a la República, todos comunican con los carros como con un centro donde reciben inspiraciones, datos y recomendaciones”, advertía el superintendente Cavareda64. Los resultados de esta experiencia correccional, en suma, estuvieron muy lejos de los objetivos que en teoría debían cumplirse: los convictos se fugaban con facilidad, daban lástima a quienes los contemplaban en sus jaulas y no se regeneraban por medio del trabajo forzado. Un aspecto que favoreció las tentativas de los reos fue su interacción con los soldados, siempre insuicientes, que los custodiaban. Para 1842 la tropa se componía de veinticinco hombres más un oicial, los cuales eran reemplazados “en su totalidad” cada dos meses, para evitar la formación de lazos entre guardias y presidiarios65. La mayoría de los vigilantes no destacaba precisamente por su preparación para desempeñarse conforme se esperaba de ellos. “Son hombres que jamás han sido militares ni tienen el menor conocimiento de la milicia”, se quejaba el director del presidio en 1838, 63 El contexto de esta recluta en Gabriel Cid, “Entre el disenso interno y la amenaza externa: la oposición al régimen portaleano y la Confederación Perú-Boliviana“, Revista Histórica, Tomo XLV (2011-2012), pp. 83 y 84. 64 Oicio de Ramón Cavareda al Ministro del Interior, Valparaíso, 8 de febrero de 1841, AMJ, Vol. 30, s. f. 65 Informe del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 29 de julio de 1842, AMJ, Vol. 16, f. 108.

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para agregar que con “tropa tan incapaz” quedaba muy expuesto. En otra misiva tildó a sus soldados de “incorregibles”, “enfermos y también inútiles”, además de desertores66. En estas condiciones, según lo evidenció la experiencia de Falcato, burlar la seguridad y reducir a los guardias no representó un mayor obstáculo para quienes una y otra vez emprendieron la fuga desde los carros. La frecuencia de las evasiones fue un problema insoluble. Solían producirse en el momento en que los presos eran sacados a trabajar, siendo menos compleja la vigilancia cuando estaban al interior de las jaulas. Sin embargo, lo que más inquietaba a las autoridades era la complicidad de los propios soldados, que así aprovechaban de desertar de un servicio que muchos percibían como un castigo. “Las deserciones de los soldados que guarnecen dicho Presidio y la fuga de los presidiarios son continuas y no hay medio de contener semejante escándalo”, planteaba uno de los antiguos hombres de conianza de Portales67. La documentación reúne múltiples casos de gendarmes acusados de facilitar las fugas o desertar junto a quienes debían custodiar; de estar ellos mismos implicados en delitos o cometer “faltas graves de distinta naturaleza” estando en servicio68. No obstante, el castigo caía implacable y más de alguno regresó a los carros en calidad de presidiario. Los tratos y la solidaridad entre presos y soldados, unidos en una convivencia forzada en torno al Presidio Ambulante, se pueden entender también como la expresión de un común sustrato popular y subalterno69. En un párrafo de su exhaustivo informe al GobierOicios de José de Velasco, Cajón de Zapata, 8 y 12 de abril de 1838, AMJ, Vol. 30, adjuntos a los Nos11 y 12. 67 Oicio de Victorino Garrido, Valparaíso, 9 de abril de 1838, AMJ, Vol. 30, N° 11. 68 Por ejemplo, el soldado José Ramírez fue detenido por robar un caballo en Santiago, valiéndose de su arma de servicio. A raíz de esto, se prohibió conceder permisos para dejar la guardia y menos con armamento. Oicio del Intendente de Santiago al Director del Presidio Ambulante, 11 de julio de 1838, AIS, Vol. 23, f. 48. 69 Un estudio que ilustra la proyección de estos lazos y su incidencia en la formación de las identidades populares masculinas, es el de Marcos Fernández, “Periles masculinos al interior de la cárcel rural: historias de reos y soldados en el penal de Rancagua durante el siglo XIX”, Revista de Historia Social y de las Mentalidades, 3 (1999). 66

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no, el juez Eguiguren sugería que la raíz del problema de las fugas era esta estrecha cooperación entre reos y gendarmes, que incluso poseían vínculos forjados con anterioridad en el mundo del delito. Es verdad que los descuidos de la guarnición han sido más frecuentes que lo que debiera esperarse y que a ellos tal vez es debida la mayor parte de las fugas, pero esto es acaso inevitable mientras deba coniarse toda la seguridad del Presidio a hombres en quienes no puede encontrarse un celo perseverante; durante su comisión entablan relaciones con los reos, se familiarizan con ellos, son agasajados y al in corrompidos o indiferentes por lo menos. ¡Cuántos de ellos habrán sido presidiarios! Fácil es que suceda atendido el crecido número que del presidio han pasado al Ejército. Muchos habrá que estén guardando a sus antiguos camaradas, cómplices tal vez70.

La misma familiaridad explica que se encomendara a algunos soldados misiones muy especiales, como la de colaborar en la captura de los prófugos. Al cabo Ramón Aguilera, por ejemplo, se le pidió que se ocupara de la pesquisa de cuatro reos a los que “conoce personalmente”, además de tener “…prolijas noticias del punto en que cada uno de ellos se asila y de las personas con quienes se asocian”71. Las carencias en el ámbito policial son otro factor a tener en cuenta para entender esta clase de peticiones. La complacencia de los soldados simpliicaba el ingreso a los carros de una serie de artículos que los reos demandaban para sobrellevar una rutina despiadada. Eguiguren alude a “la caridad de sus parientes o amigos”, que les llevaban ropa y así evitar que se “consumieran en la desnudez”. Junto con atenuar las miserias, los familiares intentaron aliviar la estadía en las jaulas por otros medios. La ingesta de alcohol parece haber sido importante, dado que el licor era introducido “fácilmente” según el mismo juez. En los 70 Informe del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 29 de julio de 1842, AMJ, Vol. 16, fs. 108-108 vta. 71 Al Gobernador Departamental de Valparaíso, 4 de mayo de 1839, AIS, Vol. 23, f. 67.

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procesos seguidos a Falcato, también aparecen referencias a juergas en los carros en las que presos y guardias compartían animadamente72. El superintendente Cavareda, en tanto, alertaba de que “sus deudos y amigos” visitaban a los reos y que “por ellos recibe un superluo de goces”. Este “contacto con la sociedad” era considerado nefasto, al dar pie para que parientes y amigos recibieran “lecciones en la torpe ciencia del crimen”. Por eso su propuesta, más radical, era la de mantener a los reos “separados del contacto de la comunidad”73. Desde luego que las fugas contaron con apoyos decisivos desde afuera, a través de la entrega de herramientas y limas –recuérdese una de las escapadas de Falcato– que servían para concretar los planes de evasión74. En la sociabilidad en torno a los carros, también participaban mujeres, entre ellas las esposas de los condenados. Las estadísticas disponibles indican que sobre el 50% de los reos eran casados, por lo que sus parejas tendían a establecerse en las proximidades de las jaulas para estar más cerca de sus maridos. Las autoridades intentaron prohibir esta situación, como el superintendente Melgarejo en 1840, quien, “sabedor de los desórdenes que han originado las mujeres en este establecimiento”, ordenó que bajo ningún pretexto “se les permitiera residir, como hasta entonces lo habían hecho, en la vecindad de los carros”75. Eguiguren, por su parte, informaba de las quejas de los reos a los que “no se les permite el uso lícito de sus mujeres, sino muy raras veces: cada dos o tres meses según me han dicho”. Ante esto, pedía implementar “alguna medida” y así evitar que los presos “contraigan vicios De oicio contra Francisco Rojas Falcato por fuga, Santiago, 1839, op. cit., fs. 16 vta. y 22. Oicio de Ramón Cavareda al Ministro del Interior, Valparaíso, 8 de febrero de 1841, AMJ, Vol. 30, s. f. 74 “Según informes privados que he tomado, hay bastante descuido en la inspección interior de los carros que debiera ser diaria por lo menos para impedir que sean horadados como recientemente ha sucedido en uno de ellos en la noche del diez y siete de junio”. Informe del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 29 de julio de 1842, AMJ, Vol. 16, f. 107 vta. 75 Oicio de Juan Melgarejo al Ministro de Justicia, Valparaíso, 3 de agosto de 1840, AMJ, Vol. 30, N° 15. 72 73

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abominables, por desgracia tan frecuentes en establecimientos de esta naturaleza”76. Ya en el ocaso del sistema, el capellán denunciaba los “indecibles males” que se experimentaban en el Presidio Ambulante debido al desorden reinante. Los guardias hacían la vista gorda, de manera “que a toda hora estén los carros rodeados de mujeres que a más de excitar en los detenidos la desesperación, les introducen licores, naipes y otras cosas que contribuyen si no a corromperlos por lo menos hacen más difícil o tardía su enmienda…”. Pero, sin duda, la acusación más grave era la que se refería a las facilidades que otorgaban los “oiciales” a los presos para salir de los carros por la noche, dándoles permiso a algunos para que “salgan a sus casas sin custodia alguna”77. Una vez más, la historia de Falcato ofrece un ejemplo concreto de la veracidad de estas prácticas. Retomemos el proceso seguido a Falcato en 1845-46, por el salteo en la quinta de Cifuentes, cuando los acusados salieron de noche de las jaulas rodantes para perpetrar la “diligencia”. En este caso, nada menos que el oicial de guardia a cargo de la tropa, Manuel Palacios, habría sido quien brindó la oportunidad a los reos para llevar a cabo sus designios. La esposa de Falcato, Gregoria Rodríguez, interrogada a propósito de la fuga de su marido, confesó que el oicial en cuestión tenía en tal consideración a su esposo “que lo tenía suelto y sin prisión alguna, dejándolo dormir fuera de los carros con la declarante cuando iba a quedarse por ahí”. La testigo no tuvo el valor de presentarse ante el superior de los guardias, “porque sabía que se quejaba este de que Falcato lo hubiese comprometido, siendo oicial pobre y cargado de familia”78. Otro informante refrendó estas relaciones, señalando que “ha visto a Francisco Falcato comiendo en la mesa con el oicial Palacios”, 76 Informe del juez Francisco de Borja Eguiguren al Ministro de Justicia, Valparaíso, 29 de julio de 1842, AMJ, Vol. 16, fs. 107 vta. 108. 77 Oicio de José Santiago Lavarca al ministro de Justicia, Santiago, 2 de octubre de 1845, AMJ, Vol. 30, s. f. 78 Criminal contra Francisco Falcato Rojas, Miguel Ulloa y otros por un salteo y asesinato, op.cit., fs. 26-26 vta.

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mientras un sargento airmó que Palacios “tenía mucha conianza” con Falcato, al punto “que le servía en la mesa y aun lo mandó pocos días antes a comprar una ternera en las chácaras del llano de Maipo”. Lo mismo sucedía con otros reos de los carros que “andaban sueltos y sin prisión alguna” y a cambio hacían favores a los gendarmes79. Podemos observar, inalmente, que bajo la férula del llamado Estado portaliano, epítome de la “excepcionalidad chilena” de las primeras décadas de vida independiente, se ocultaban unas prácticas punitivas aberrantes que hombres como Falcato padecieron en carne propia. Sin embargo, los condenados a los carros se las ingeniaron para burlar sistemáticamente la vigilancia y alivianar los sufrimientos sobre la base de las redes y la sociabilidad que mantuvieron con guardias, familiares y amigos. La política criminal de Portales y compañía hizo agua por todos lados: no produjo rehabilitación, ni escarmiento, ni provecho económico; en vez de eso, contagio criminógeno, un horrible espectáculo punitivo y pérdidas para el isco. Qué duda cabe, el Presidio Ambulante es uno de los mayores fracasos de la historia carcelaria chilena. *** ¿Cuál es el sentido y valor de recuperar estas historias y traerlas al presente? Una primera motivación apunta a reconstruir el destino de los presos en un período de gran violencia política y social en Chile, desde la perspectiva que nos abre la trayectoria del “bandido” Pancho Falcato. Este ejercicio resulta doblemente relevante, en la medida que nos ha permitido unir fragmentos y arrojar más luz sobre la vida de uno de los protagonistas centrales del hampa del siglo XIX y, por otra parte, documentar a partir de su experiencia el funcionamiento de los mecanismos punitivos en el contexto de un orden marcadamente represivo y autoritario. Esta historia del 79

Ídem, fs. 45-47.

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bandido enjaulado nos habla, en deinitiva, de las barbaridades autorizadas en nombre del orden; de un poder arbitrario que, no obstante, fue contestado y erosionado; de la importancia de no olvidar. En consonancia con lo planteado por Pereira Salas, podemos concluir que la igura del Falcato histórico contrasta en gran medida con la semblanza del bandolero rural que diversos escritores e historiadores “construyeron” para sustentar sus interpretaciones sobre el sentido de la transgresión popular en el período estudiado. Falcato no calza con la estampa del salteador violento, marginal e incorregible, merecedor de todo el rigor punitivo; tampoco con la del “buen bandido”, enraizado en su comunidad campesina, dadivoso y justiciero. Esto no signiica, sin embargo, que su trayectoria no represente ni simbolice la experiencia del sujeto popular subalterno en un contexto de endurecimiento del régimen punitivo e intensiicación del disciplinamiento social, como ocurrió en Chile desde 1830. La vida de Falcato y sus carcelazos evidencian cómo en estas décadas se redeinieron los enemigos del orden e ilustran la violencia del Estado naciente ante cualquier desacato. De ahí la regulación conveniente de los derechos de propiedad y la airmación del “poder hegemónico de la ley”, para hacer sentir a los infractores el “saludable terror de las leyes”. Como bien lo han establecido un conjunto de autores, se asistió desde entonces a la criminalización de ciertas prácticas y costumbres populares –como el aparaguayamiento80– y a su contención por medio del castigo ejemplar, lo cual denota la adopción problemática y contradictoria de las premisas que abogados como Bello y Egaña invocaron para fundar el orden social y penal en la República. En este afán se llegó al extremo de implementar un sistema tan perverso como inútil, cual es el de los carros-jaula. Los mecanismos diseñados para restringir el margen de acción a los sectores más desplazados y violentados dentro del orden conser-

Al respecto, Mauricio Rojas, “Entre la legitimidad y la criminalidad: el caso del aparaguayamiento en Concepción, 1800-1850”, Revista Historia, vol. 40, Nº 2, Santiago, 2007.

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vador, no fueron recibidos sin rebeldía. La personalidad y convicciones de Pancho Falcato son en ese sentido una muestra elocuente, en la medida que en las fuentes aparecen indicios claros de una postura crítica hacia la justicia (“yo no tengo en Chile más enemigo que la justicia”), al mismo tiempo que del desafío a unas leyes carentes de legitimidad social (“el protestar contra las leyes será una falta social pero no un crimen”). El orden pelucón, efectivamente, introdujo cierta estabilidad política, tejió su red por arriba; pero por abajo quedó expuesto y libró un combate sin cuartel que solo reforzó los antagonismos sociales. Finalmente, las historias aquí narradas desnudan la fragilidad material del Estado construido por la élite conservadora, en el cual la riqueza generada en el país sirvió ante todo a los ines de la acumulación privada. El “estado en forma”, en cambio, no se proyectó mucho más allá de ciertos polos como Santiago o la zona minera en torno a Copiapó, que podían descansar en el poder de sus grandes propietarios. En este cuadro, los recursos públicos destinados a la justicia, la policía y las cárceles fueron muy reducidos, según consta de los innumerables oicios de jueces letrados, comandantes de serenos, superintendentes de presidios y subdelegados que carecían de lo más mínimo en sus jurisdicciones. La historia del Presidio Ambulante, proyecto emblemático del ministro Portales, evidencia tal precariedad, así como las paradojas en la administración del castigo en los inicios de la República chilena. La historia de Falcato, en tanto, es una puerta de entrada a las experiencias de quienes sufrieron estas miserias en sus propios cuerpos.

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