LAS CLARISAS EN ANDALUCÍA: HISTORIA, ANTROPOLOGÍA Y ARTE

July 19, 2017 | Autor: S. Rodríguez-Becerra | Categoría: Franciscan Studies, Andalucía, Religiosidad Popular, Clarisas
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Descripción

Congreso Internacional “Las Clarisas: ocho siglos de vida religiosa y cultural” (1211-2011), M. Peláez del Rosal (ed.), pp. 507-565. ISBN: 978-84-938148-3-0.

LAS CLARISAS EN ANDALUCÍA: HISTORIA, ANTROPOLOGÍA Y ARTE Salvador Rodríguez Becerra Salvador Hernández González Universidad de Sevilla

Nuestro propósito con este trabajo es contribuir al conocimiento de la religiosidad tradicional andaluza y ello nos lleva inevitablemente al estudio de las órdenes religiosas y muy especialmente a la franciscana por su amplia implantación y por los métodos de difusión de su espiritualidad, es decir la forma de entender y vivir el cristianismo. Consideramos necesario presentar un estado de la cuestión, que por diversas razones estructurales y coyunturales será incompleto, pero creemos que era necesario (Graña, 1995:197). Los estudios monográficos constituyen la base sobre la que hay que levantar el conocimiento y significación de la obra llevada a cabo durante siglos por las órdenes mendicantes, pero simultáneamente es necesario hacer síntesis interpretativas que marquen el momento en que nos encontramos y apuntar hipótesis que nos permitan avanzar hacia un mejor conocimiento de las órdenes religiosas masculinas y femeninas como instituciones sociales y religiosas y valorar su aporte a la conformación de la religiosidad común de los andaluces. El cristianismo practicado por los europeos de épocas medieval y moderna puede denominarse como sociológico, pues era exigido por un “estamento eclesiástico enraizado institucionalmente en la riqueza y el poder de forma que su misión evangélica debía pasar por la ineludible aceptación del sistema social vigente”, y aunque se reconocían defectos en el mismo, éstos eran explicados como imperfecciones que podían ser extirpadas pero que no cuestionaban el sistema en su conjunto. A modo de ejemplo, en tiempos medievales los obispos eran fundamentalmente jefes de mesnadas, en la Edad Moderna príncipes temporales con todos los poderes, incluido el espiritual y exclusivo de las penas canónicas; solo en los tiempos contemporáneos empiezan a ser los prelados valorados por su santidad que incluye actitudes caritativas y solidarias con los más humildes. La magnitud e importancia del fenómeno conventual en la España Moderna y su influencia en la sociedad -más de tres mil conventos masculinos y femeninos-, les acarrearía más tarde su ruina. Los conventos fueron demandados por la sociedad del Antiguo Régimen, especialmente por los poderosos, pero también por las clases populares, y alimentados por el afán expansionista de las propias órdenes religiosas en una carrera competitiva por el control de las conciencias y la riqueza que con el tiempo les llevaría, siglos más tarde al colapso, una vez que las ideas liberales se hicieron presentes en nuestro país. El fenómeno fue excesivo y tal desmesura fue sentida incluso por los propios coetáneos que reclamaron límites (Atienza, 2008). Las órdenes mendicantes constituyeron así mismo, un contrapunto a la forma de organizarse la institución eclesiástica basada en el poder y la riqueza, por el énfasis que pusieron éstas en la pobreza y sencillez de la vida. El papado y las diócesis aceptaron a regañadientes las nuevas propuestas de las órdenes mendicantes y las permitieron 1

como mal menor y siempre circunscritas a grupos reducidos y en cierto modo, marginales, que no alteraban el normal funcionamiento de la poderosa y jerárquica máquina de la institución eclesiástica. No obstante, las órdenes cayeron en contradicciones entre el ideal de vida preconizado, en cuya valoración no entramos ahora y las manifestaciones de poder y riqueza que crearon. Un claro ejemplo lo tenemos en la misma orden franciscana basada en la pobreza y en la débil estructura organizativa que concibieran San Francisco y que sin embargo al poco de su muerte, se le levantó en Asís para su enterramiento, uno de los templos más magnificentes de la época, previsiblemente movidos por la fuerte influencia alcanzada por su obra. Lo mismo podría decirse de Santa Clara, fundadora de las “Hermanas clarisas pobres”, a las que el propio San Francisco cambió el nombre de “Hermanas Menores” por recomendación del cardenal Hugolino, por el de "Señoras o Damas Pobres". La Orden de Santa Clara fue fundada en 1212 y tuvo hasta cinco reglas en los primeros cincuenta años de existencia, terminándose por formar dos grandes núcleos u observancias, según la regla que se siguiera: clarisas, las que seguían la regla de santa Clara y urbanistas las que seguían la otorgada por Urbano IV (1263). En España se fundaron hasta 21 conventos hasta la muerte de Santa Clara, segundo país después de Italia, y el que cuenta con más fundaciones hasta la actualidad. En esta misma línea, el IV Concilio de Letrán (1215) prohibió la regla que Clara y sus compañeras querían darse, teniendo que aceptar la Regla benedictina, que prescribía normas bien distintas a lo que ellas deseaban, tales como el que la superiora recibiera el título y las prerrogativas de abadesa o la posibilidad de tener propiedades, y aunque Inocencio III les autorizó el "privilegio de pobreza", por el cual no podían ser obligadas a tener rentas o posesiones, al poco tiempo los monasterios o conventos de clarisas pidieron al papa Urbano IV que les diera una regla más suave acorde con su realidad, la llamada “Segunda Regla” que limaba las asperezas de la “Primera Regla” y abolía el privilegio de pobreza, de donde naciera la rama “urbanista” que se generalizó en casi toda la orden. En este trabajo nos referimos exclusivamente a la orden clarisa en estricto sentido histórico del término, entendiéndola como aquella que sigue la regla definida por Santa Clara, las conocidas como clarisas urbanistas, prescindiendo de las derivaciones y correcciones que le fueron añadiendo las diferentes reformas y ramas derivadas del tronco común (Triviño, 2012:431-432). 1. Dificultades para el estudio de las órdenes religiosas femeninas. La historia y actualidad de las monjas en general y las clarisas en particular no es bien conocida entre otras por las siguientes razones1:

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Esta dificultad queda claramente establecida en lo que se refiere a las estadísticas en la página web: http://www.fratefrancesco.org/directorio/68.htm: “Debido a la gran variedad de familias de clarisas y de federaciones autónomas, hoy resulta difícil hacer una estadística fiable, pero se puede asegurar que existen 892 monasterios en todo el mundo repartidos de este modo: Clarisas: 566 monasterios y 8.963 religiosas. Clarisas Urbanistas: 88 monasterios y 1.201 religiosas. Clarisas Capuchinas: 157 monasterios y 2.301 religiosas. Clarisas Coletinas, 61 monasterios y 750 religiosas. La mayor parte de los monasterios se encuentran en Europa (617) y en América (198), pero también los hay en Asia (74), Oceanía (5) y África (42)”. Dentro de Europa, España es el país con más monasterios.

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1) La clausura no ha permitido observar los recintos monacales, salvo las iglesias y el compás, para el resto han existido siempre cortapisas emanadas de la norma de la clausura. Solo a través del torno se permitía la comunicación, más estricta para hombres que para mujeres, en razón de la función a desarrollar en el interior de los edificios conventuales (Hurtado, 2004:1333). La clausura lo es tanto hacia fuera como hacia dentro, por lo que sólo personas debidamente acreditadas y de la confianza de los conventos tenían y tienen acceso a la documentación archivada en estos cenobios. Solo los documentos públicos otorgados ante notario (adquisición de bienes, censos y otros) han sido consultados con profusión por los historiadores, pero es sabida la dificultad que entraña la investigación en los archivos de protocolos. 2) Por otra parte, no existen historias de las propias órdenes femeninas escritas por ellas mismas, como sí existen de las masculinas, aunque estas incluyen a veces referencias a los conventos femeninos de la propia orden. Las monjas no estaban suficientemente preparadas para ello, salvo excepciones, y su adscripción a conventos concretos junto a la clausura y la imposibilidad de desplazarse fuera de él no lo favorecían; el hecho es que carecemos de historia generales de la orden femenina, que como decimos, solo queda débilmente reflejada en las Crónicas escritas por los frailes. Sí son de gran interés las memorias y diarios íntimos que ciertas monjas escribieron por indicación de sus confesores y que revelan la especial naturaleza de las relaciones que estas monjas establecían con lo sobrenatural, en todo caso, este tipo de relaciones quizás no pueda generalizarse al conjunto de la comunidad, pues aunque el ambiente de misticismo envolvía al conjunto, se trata de personalidades excepcionales de gran sensibilidad y de dudoso equilibrio emocional; por otra parte no debemos olvidar que las abadesas tenían potestad para fiscalizar todos los escritos. Estos documentos constituyen verdaderas joyas para el conocimiento de la vida conventual y que poco a poco afloran por el tesón de algunos investigadores. Una circunstancia histórica favorece el hermetismo, el hecho de que los conventos femeninos no sufrieron de forma general el proceso de exclaustración como le ocurriera a los frailes, lo que ha permitido que archivos y patrimonio artístico hayan permanecido de forma continuada, salvo algunas crisis sociales y bélicas, durante siglos en un mismo edificio habitado por una misma comunidad que los ha conservado y custodiado. 3) Otra dificultad a valorar específicamente entre clarisas, es la abundancia de ramas y obediencias –mucho más compleja que la de los masculinos-, la autonomía de los monasterios y la diversidad en cuando a su dependencia jerárquica, en unos casos sujetas a sus superiores masculinos, en otros a los obispos y siempre influidos por sus patronos y fundadores. También contribuye a la complejidad del fenómeno monástico de las clarisas las subdivisiones y absorciones de unos conventos por otros. El concilio de Trento había establecido el derecho y deber de los obispos de cuidar de los conventos y monasterios femeninos, especialmente la clausura, autoridad que ejercían mediante el visitador episcopal. Tenían además que autorizar en primera instancia la creación de conventos, poder que en algún caso ejercieron dificultando la fundación a pesar de las bulas papales. Aunque las reglas establecían que los conventos de clarisas estuvieran bajo la autoridad del general y los provinciales, otros fueron puestos bajo la del obispo. Desconocemos las consecuencias de esta dualidad de jurisdicciones sobre la vida de los conventos, pues existieron casos en que preferían la dependencia del ordinario sobre los superiores de la orden por ser aquellos más benévolos y permitirle mayor autonomía. 3

En síntesis, podemos afirmar que carecemos de estudios sobre las órdenes religiosas femeninas para el conjunto de España y desde luego para Andalucía. Hasta muy recientemente se percibía una escasa presencia y atención por la historiografía a pesar de las numerosas aportaciones concretas de desigual calidad. Entre las aportaciones más notables y mejor orientadas, es de justicia señalar la extensa obra de Sánchez Lora (1998), Miura (1998), Atienza (2008), Graña (2010) y Barrio Gozalo (2010), obras de síntesis que trasciendan los estudios monográficos concretos2. Esta situación ha cambiado en los últimos años de forma que el panorama dibujado hace solo unas décadas ya no responde a la nueva situación (Graña, 1995:196). 2. Monjes y frailes, monjas y beatas. Conviene aclarar que la orden y el convento masculinos no son el correlato de los femeninos, sino más bien el de monasterio masculino al convento-monasterio femenino. Los conventos de monjas a los que la documentación se refiere habitualmente como monasterios, se asemejan más a los monasterios masculinos – habitados por monjes y no por frailes-, a pesar de que tuviesen y reconociesen un mismo fundador, una espiritualidad, un hábito y unos símbolos religiosos semejantes a las órdenes mendicantes masculinas. Y ello viene dado porque los conventosmonasterios femeninos practican estricta clausura, cada uno de ellos tiene autonomía de gobierno y administración y carecen de órganos de gobierno centralizado, y dependencia del obispo y/o de los superiores generales3, y desde luego, están condicionados por la dedicación a la oración y a la vida contemplativa. Aunque el lenguaje escrito coetáneo no siempre distingue los monjes de los frailes, por cuanto todos profesan los tres votos: castidad, pobreza y obediencia, los primeros y las monjas se comprometen a un cuarto voto4 de permanencia en la casa donde ingresaban, mientras que los frailes aunque adscritos a un convento determinado, “conventual de…” según la terminología documental, se movían por el territorio, se trasladaban a otros conventos e incluso vivían fuera de ellos de forma temporal o permanente y ello en razón de su actividad pastoral o misional, las necesidades de servicio a la institución, el desempeño de cargos eclesiásticos o los servicios a la corona propiciaban el traslado de un convento a otro e incluso la permanencia fuera de la clausura durante algún tiempo o de forma permanente (Parejo, 1990:195). Las órdenes femeninas monásticas o conventuales estaban adscritas al monasterio o convento donde profesaban pero además estaban sujetas a la estricta clausura, y no 2

Para el caso de las órdenes masculinas es fundamental la obra de Martínez Ruiz y colaboradores (2004). 3 Los superiores de las órdenes masculinas actuaban como representantes de la comunidad femenina en los actos jurídicos de donación y entrega de los nuevos conventos fundados por los patronos. Así en la creación del convento de clarisas de Loja el superior provincial de los franciscanos de Andalucía y Reino de Granada, recibe en 1525 del albacea del difunto arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera, el convento de Loja, al que se incorporan como abadesa y otros cargos, monjas profesas del convento de Málaga (Guerrero, 1992:51). 4 Un cuarto voto también lo exigieron otras órdenes mendicantes como la de los Mínimos que viven en una abstinencia permanente, los trinitarios de quedarse como rehenes en lugar de los cristianos a rescatar o el caso de los jesuitas, que aunque no son una orden mendicante, juraban especial obediencia al Papa.

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desarrollaban actividades pastorales, civiles o eclesiásticas fuera de sus conventos, aunque algunas de ellas y de forma excepcional participaron en la vida pública desde el convento o fuera de él, casos de María de Jesús de Ágreda o Teresa de Jesús, ambas abadesas. En general el cambio de convento era más difícil y quedaba restringido a salidas excepcionales y los traslados definitivos solo se consentían puntualmente. Tal sucedía cuando se trataba de una nueva fundación que requería normativamente la presencia de dos o tres monjas profesas experimentadas de la misma orden, que como instructoras contribuían al nacimiento de una nueva institución en la que frecuentemente ocupaban los cargos de abadesa, vicaria y portera. Resulta significativo que la rama femenina de las ordenes mendicantes no recibieran el nombre de “frailas”, femenino de frailes, término que no se usó, a pesar de su prístino significado de hermano / hermana, como se conoció originalmente la segunda orden de los franciscanos y por el contrario, fueran conocidas como monjas, femenino de monjes. Y es que la vida de las monjas se asemejaba más a la de los monjes que a la de los frailes por la adscripción permanente a un cenobio, por la importancia concedida a la oración –vida contemplativa- y por la estricta clausura. Y ello a pesar de que nacían de la decisión de un fundador o fundadora y del seguimiento de los postulados básicos de una regla de una orden masculina. El carácter urbano de los mendicantes, varones y mujeres, los diferencia sin embargo de los monjes, fundamentalmente rurales o periurbanos y propietarios de tierras y ganados de los que vivían. No era concebible ni seguro que una comunidad femenina viviera en aislamiento, fuera de los núcleos urbanos, sin la protección de las instituciones y autoridades urbanas. Otras diferencias en este caso entre monjas y frailes es que estos últimos se dedicaban a la predicación como actividad fundamental, de ahí su necesaria formación intelectual, mientras que las monjas no tenían esta potestad. Existieron otras formas de dedicación religiosa de las mujeres, como fueron las emparedadas y beatas. Las primeras eran mujeres que para vivir en contemplación y penitencia se encerraban en una celda tapiada de por vida suministrándoles la comida por una ventana, ello suponía el abandono de la vida exterior. Las casas estaban adosadas a una iglesia o ermita, desde donde por una ventana o tribuna seguían los cultos; estaban bajo la jurisdicción del párroco y vivían conforme a una regla de una orden masculina (Parejo, 1990:206). Las beatas por el contrario eran mujeres que convivían en una casa o beaterio de donde salían para ganarse la vida y otras actividades. Estas comunidades femeninas tenían como objetivo hacer vida santa y honesta, eran dirigidas por la más anciana a la que llamaban madre o mayor, y solían ser miembros del linaje fundador que regía el beaterio. Éstos se desarrollaron, según Miura Andrades (1988, 1989 y 1991), sobre todo entre 1480 y 1510 dado el crecimiento de la población femenina, el empobrecimiento general y la carencia de conventos. Muchas mujeres preferían ingresar en beaterios por adaptarse mejor a su propia religiosidad, por no disponer de las cantidades que exigía la dote, por la relajación o abandono de las reglas primitivas en las órdenes establecidas, por los deseos de reforma y perfección individual y la búsqueda de una nueva espiritualidad basada en la oración mental y la mística del recogimiento. Muchos beaterios que formaban parte de las terceras órdenes femeninas terminaron siendo conventos “por el triunfo de la reforma que lleva a ver en estos un camino de satisfacción de una espiritualidad y 5

religiosidad más cercana a las reglas primitivas y los factores de descalificación moral” y desde luego, por el deseo de obispos y superiores de las órdenes de controlarlos, pues existía cierto recelo de estos conventículos y se buscaba un mayor control y uniformización, tan querida por las grandes instituciones, elevándolos a la categoría de conventos, que estaban sometidos a una regla general y a los superiores de la orden o a los obispos (Parejo, 1990:207). Y es que muchas mujeres que tenían vocación religiosa y no podían encontrar acomodo en un convento se organizaban en comunidades no sujetas al ordenamiento canónico. Una situación intermedia entre el estado laical y el clerical, aunque bastantes de estos centros seguían la regla de san Agustín (Domínguez Ortiz, 1979:45). En síntesis, las causas del florecimiento de los beaterios pueden sintetizarse en las siguiente razones, algunas de las cuales ya han sido avanzadas por los investigadores que se han ocupado de este tema: a) La imposibilidad de hacer frente a la dote por las familias pobres; durante mucho tiempo las hijas de la nobleza y la burguesía y en todo caso sus criadas, eran las principales moradoras de los conventos; b) La facilidad para conseguir una casa como sede para este fin, sin graves problemas de gestiones y permisos y patrimonio fundacional; las casas cedidas eran refugio de viudas y de sus hijas primero y de otras mujeres después, bajo la autoridad de la propietaria donante; c) El aumento de la población femenina que no encontraba acomodo en los conventos ni en matrimonios a satisfacción de sus padres; d) La suavidad de las constituciones o normas de gobierno interior frente al rigor de algunas órdenes; e) El anhelo de ciertos beaterios por convertirse en conventos es el resultado de iniciativas de fuertes personalidades; f) El apoyo de patronos y protectores con medios económicos; g) El paraguas institucional que suponía una orden religiosa lo que sin duda garantizaba la continuidad, y h) El deseo de control sobre estas nuevas instituciones por parte de superiores y/o obispos. Una última hipótesis: No es adecuado establecer la ecuación: mayor rigor disciplinario es igual a mejor religiosidad, pues la búsqueda del máximo sacrificio y severidad suele ser anhelo de unas pocas. 3. Fundaciones conventuales y etapas de su historia en Andalucía Los conventos femeninos coinciden en gran manera con los masculinos en las cabeceras de obispados y en los más importantes núcleos urbanos de los reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y Granada; este hecho está ligado a la asistencia espiritual de las religiosas por los sacerdotes de su misma orden y al estrecho control que la orden quiso mantener sobre las mujeres que seguían su regla y al espíritu fundacional de Francisco y Clara que abogaron siempre por una sola orden (Triviño, 2012:433-435). De ahí que se produjera el efecto llamada, los frailes ya establecidos por decisión de los capítulos generales y provinciales propiciaban el establecimiento de conventos de monjas de su orden, por lo que de alguna manera coparon el espacio disponible para este tipo de instituciones. Se dan también casos en los que son las monjas, previamente establecidas por la decisión de un fundador, las que propician ante el señor de la villa o caballeros adinerados para que se llamara a los frailes de su misma orden (Graña, 1995:206). Para una mayor claridad en la evolución podemos distinguir las siguientes etapas: a) Etapa fundacional que abarca los siglos XIII y XIV tras la conquista cristiana del valle del Guadalquivir por iniciativa de los reyes Fernando III y Alfonso X. En todos los 6

casos son fundaciones reales, de ahí que ostenten con orgullo este título. En los siglos XIV las fundaciones son muy escasas y corresponden a la nobleza señorial. b) Reino de Granada, siglo XV. Esta etapa presenta características propias, según ha puesto de manifiesto Graña (1995:210) en los casos de iniciativas de mujeres beatas que no son tan frecuentes salvo por la vía de las comunidades terciarias, lo que las desligaba de la autoridad de la Observancia franciscana y las ponía bajo la jurisdicción episcopal, siempre más suave. Encabezan este fenómeno los Reyes Católicos a través de fundaciones reales ligados a ellos por Patronato. En Granada por especial empeño de fray Hernando de Talavera y Cisneros se van a promover la fundación de conventos adscritos a la regla clarisa urbanista dentro de la más rígida observancia (Graña, 1995:197-198 y 209). c) Siglos XVI, XVII y XVIII. Época de gran expansión hacia la mitad de las dos primeras centurias y estabilización en el siglo XVIII. Los fundadores son nobles en sus señoríos y los eclesiásticos en sus lugares de origen o de residencia; los caballeros y burgueses fundan en las ciudades donde ejercen el cargo de regidores. d) El siglo XIX será de turbulencias, no se crearán conventos y serán puestos en crisis por los franceses y las ideas liberales que ganan terreno a lo largo del siglo. El fenómeno más dramático será el de las desamortizaciones que aunque no afectarán tan traumáticamente como a los frailes que fueron exclaustrados, les desposeerá de sus bienes. Resulta significativa la continuidad de los conventos femeninos aunque en algunos casos las comunidades abandonan sus conventos para ser reagrupadas en otros con cierta lógica pero “contra natura” hasta alcanzar un número mínimo de doce monjas, afectando esta práctica incluso a las pertenecientes a distintas órdenes. Ello explicaría que todavía, a pesar de las crisis vocacionales, subsistan conventos en poblaciones relativamente pequeñas, frente a los de frailes que desaparecieron tras la exclaustración y no han vuelto a refundarse (Justicia, 1990:284). e) Las desamortizaciones que comienzan en 1798 en el reinado de Carlos IV, siguieron durante el gobierno de José I, hasta que Fernando VII les devolvió sus propiedades. El decreto de 11 de noviembre de 1835 extinguió las órdenes religiosas. Aunque afectaron las leyes de José Bonaparte, las más rigurosas fueron las de Mendizábal. Luego siguieron los decretos de Madoz de 1855 y los de la Revolución de 1868. En esta ocasión fue desamortizado y derribado el convento de Santa Clara de Málaga (Lara, 2004:226). El decreto de 19 de octubre de 1868 declaraba extintos todos “los monasterios, conventos, colegios, congregaciones y demás casas de religiosos de ambos sexos, fundados en la península e islas adyacentes desde el 29 de julio de 1837”. Muchos fueron demolidos, en Málaga en 1873 lo fueron 9 conventos. Con la restauración borbónica en 1875 fueron devueltos a los obispos los solares de estas instituciones, los que no habían sido comprados por particulares. En 1868 fue desamortizado y derribado el convento de clarisas de la Purísima Concepción de Málaga (Santa Clara), una vez concedido al Ayuntamiento Popular por el gobierno para paliar la crisis entre trabajadores y financiar la traída de aguas de Torremolinos. Sobre el solar surgieron varias vías públicas y once parcelas de 331 metros cuadrados cada una (Lara, 2004:227). Si durante el siglo XIII solo se fundan conventos femeninos en las ciudades recién conquistadas y el XIV es de casi inactividad, cuando llega el XV se produce una amplia expansión por otras tantas ciudades y algunas villas señoriales, intensificándose en el s. XVI en ambos tipos de población y por semejantes motivos. Será este el siglo más 7

activo en cuanto al crecimiento de monasterios de clarisas, alcanzando casi al 50% de los creados en toda España. En el siglo XVII se continúan las fundaciones en ciudades grandes y en algunas poblaciones medias. El siglo XVIII supone una detención y el XIX es el de las grandes crisis en que desaparecen por reagrupación algunos de ellos. A lo largo del siglo XX se extinguen numerosos conventos sin que haya un patrón tipo de población. Entre los titulares de los conventos figuran de forma predominante los puestos bajo la protección de Santa Clara, la fundadora, seguido de las advocaciones marianas de la Inmaculada Concepción, Nª. Sª. de Gracia y otras referidas a santas, previsiblemente en relación con los patronos civiles del convento. 4. Fundaciones y patronazgos Los fundadores o patronos de los conventos fueron la realeza por razones políticas o necesidades de la familia real, la nobleza titulada en sus villas señoriales, la nobleza menor y las oligarquías locales en las ciudades donde gobernaban e igualmente el alto clero secular, obispos, abades y canónigos, y también los concejos de villas y ciudades y las propias órdenes. El compromiso del fundador obligaba y beneficiaba a los miembros y herederos de su familia. En la escritura fundacional se establecen en ocasiones los electores para cubrir las vacantes del patronato que a modo de ejemplo en el caso de las clarisas descalzas de Jaén, llamadas bernardas, son el corregidor de Jaén, el cabildo, el obispo, el cabildo catedral y los herederos del mayorazgo. Las exigencias de los fundadores a veces superaban los niveles aceptables por las órdenes en orden a la pobreza establecida en las reglas, llegando a condicionar la fundación a la aceptación por la orden y a lo no rebaja de sus pretensiones por el propio Papa. En ocasiones, las respectivas órdenes a pesar de sus deseos expansionistas, rechazaban la propuesta fundacional, por no ser aceptable tanto por las exigencias de los fundadores como por no entrar dentro de las políticas expansivas de la misma. La expansión conventual femenina debe mucho también a las mujeres que buscaron en el claustro su propio acomodo al calor de iniciativas íntimas, una opción religiosa o el peso de la ideología dominante que no entendía a la mujer sola sin protección por lo que quedaba abocada al matrimonio o al convento. La sociedad colocaba a las viudas pobres en el estado de necesitadas y merecedoras de caridad. La honorabilidad colocaba en los peldaños más altos de la sociedad a la viuda retirada, alejada del mundo o del siglo; solo le quedaba un nuevo matrimonio o el encierro en un convento ya existente o por crear para sí donde recogerse, llevar una vida honorable salvaguardando al tiempo el honor familiar, acompañada a veces por sus propias hijas, como ocurriera a una señora de Constantina, principal mujer de un jurado que al enviudar en 1573 fundó el convento de franciscanas clarisas y se retiró a él (Atienza, 2008:327-328 y 330). Algunas viudas trastocaron la voluntad del difunto marido cambiando el deseo de este de beneficiar un convento masculino por otro femenino para ellas profesar. Otras habían gestionado la fundación de mutuo acuerdo con el marido en donde ingresarían al quedarse viudas. En síntesis, estos conventos nacieron de una sociedad que no concebía otra posición digna, honrosa y decente que el convento y ensalzaba el modelo de viuda encerrada –semejante al de las casadas que tenían en la casa su hábitat natural en la cultura de la época-. Las mujeres nobles encontraban satisfacción a sus estatus en el interior de los cenobios pues ocupaban cargos relevantes o posición 8

prevalente. El caso de las hijas huérfanas se planteaba de igual manera, a veces de corta edad, máxime si la madre viuda optaba por el convento (Atienza, 2008:331). a) Fundaciones reales y de los señores jurisdiccionales. Muchos conventos femeninos en España y por ende en Andalucía durante el Antiguo Régimen fueron creados para alojar a las mujeres del estamento nobiliario y algunos otros para la familia real, que participaba de los mismos valores y semejantes circunstancias, y fueron concebidos como una obra para ellas mismas y para sus familias, la entrada de sus hijas y otras parientas por la necesidad del linaje. Una fundación requería unos importantes recursos económicos, superiores desde luego a una dote conventual o matrimonial, pero que no era tanto cuando entraban varios miembros de la familia y el matrimonio era una opción difícil. En algún caso, llegaron a profesar hasta seis mujeres de una misma familia de una sola vez; así don Juan Bautista Centurión, marqués de Estepa, ingresó a dos de sus hijas en el cenobio de clarisas de Estepa fundado por él mismo en 1599, y la familia Portocarrero, condes de Palma, hicieron otro tanto con el convento de clarisas de Palma del Río. En ocasiones era una forma de reagrupar a mujeres de linajes que ya habían profesado en otros conventos como fue el caso de don Gutiérrez de Fuensalida que fundó el de Nª. Sª. de la Paz de Málaga para sus dos hijas profesas en conventos de Carmona y Murcia. Entre las motivaciones particulares y personales de la nobleza para la fundación de conventos femeninos estaban la de albergar a mujeres de su familia y linaje de forma “digna y honrosa”, exigiendo en no pocas ocasiones el cargo de abadesa o vicaria para ellas. Frecuentemente y con este propósito, hacían venir monjas de otros conventos ya consolidados. También exigían los fundadores eclesiásticos o civiles en los contratos fundacionales la reserva de plazas sin dote para miembros directos de su familia, lo que algún autor ha llamado “mujeres excedentarias del linaje”, y criadas que en cierta manera eran también consideradas de la familia, las cuales profesaban como legas sin dote para realizar los trabajos más duros del convento. Estas fundaciones aumentaban el prestigio y rango de los linajes en el ejercicio de los cargos conventuales, de esta forma sus mujeres devolvían a aquellos una parte de lo que habían recibido en bienes materiales. En esta redistribución ganaba también en prestigio la población donde se fundaba, que en los casos de villas señoriales eran más reconocidas. Estos ideales de prestigio de la alta nobleza provocaron fundaciones en las cabeceras de señoríos o mayorazgos, aunque no siempre el tamaño de los mismos lo justificara. En Andalucía todas las cabeceras de los estados nobiliarios y otras villas señoriales contaron con uno o varios conventos de clarisas: Palma del Río (Portocarrero), Marchena (Ponce de León), Sanlúcar de Barrameda (Pérez de Guzmán), Osuna y Morón (Téllez Girón), Alcalá de los Gazules y Bornos (Afán de Ribera), Estepa (Centurión), Moguer (Portocarrero), Ayamonte (Zúñiga/Pérez de Guzmán), Belalcázar (Sotomayor/Zúñiga), Aguilar, Lucena, Montilla y Priego (Fernández de Córdoba), eran cabeceras o villas destacadas de los señoríos de los citados linajes. Estos conventos fueron concebidos como lugares donde seguir ejerciendo el poder acorde con su estatus como priora o abadesa con el consentimiento de las autoridades eclesiásticas, provocando en algunos casos serios conflictos con la comunidad. Esto nos pone de manifiesto el peso de los intereses personales y valores sociales sobre los religiosos. Y es que, opinamos nosotros, lo exclusivamente religioso, puede considerarse como un exceso que no se corresponde habitualmente con la 9

realidad de otros aspectos de la vida en sociedad. En las estrategias fundacionales había mucho de exigencia social, de honra y orgullo personal y del linaje. También se aseguraban el control sobre dotes y plazas lo que significaba poder e influencia; en otros casos profesaban y a la muerte dejaban sus bienes para el propio convento o para una nueva creación. El hecho fundacional constituía por sí mismo un tinte de gloria para el linaje hasta tal punto que la inauguración y recepción de las primeras monjas fundadoras se convertía en una gran fiesta en la que se daban cita las más altas autoridades incluidos obispos y arzobispos. El cronista Alonso Torres describe esta fiesta con motivo de la fundación del convento de San Antonio de clarisas de Priego de Córdoba en 1617 al que se trasladó desde Osuna doña Juana hija del duque de Alcalá, hermana de la duquesa de Osuna y de la marquesa de Priego, que vino como fundadora y primera abadesa en compañía de dos monjas y sirvientas. De esta forma la familia mostraba su piedad y magnanimidad. Estas procesiones de recepción e inauguración aumentaban el prestigio social de sus protagonistas cuyo recuerdo quedaba en la memoria colectiva y a veces en el patrimonio inmaterial y en las crónicas de la orden (Atienza, 2008:342344). Estos hechos plasmaban no solo el prestigio sino también el poder de la familia sobre el convento fundado, lo que se traducía en influencia para traslados, ingresos, y nombramientos de abadesas y otros cargos. En la fundación de las clarisas de Fregenal de la Sierra, reino de Sevilla, la hija de los condes de Feria hizo traer del convento de Zafra a su hermana como abadesa del recién creado convento, porque no parecía justo que estuviese en lugar y convento donde no fuese señora. En síntesis, no puede negarse la fuerte influencia de los nobles sobre los conventos que fundaron o fueron sus principales patronos, entre ellos no pocos de clarisas. Y aunque en esta influencia contaron con la complicidad de las órdenes, en ocasiones éstas se mostraban contrarias por las cargas que ello suponía y porque les quitaba la libertad de elección, les alejaba en ocasiones de la regla y con frecuencia se constituían en un problema de convivencia en el interior del convento (Atienza, 2008:345-347). En otros casos se percibe un afán de patrimonializar y personalizar el proyecto fundacional considerando degradante que las hijas profesaran en monasterios ajenos, tal fue el caso del marqués de Camarasa, que después de resistirse a que su hija profesara en las clarisas del santo Ángel de Granada, consintió que lo hicieran en el de Santa Clara de Estepa, porque era en monasterio propio, fundado por sus abuelos. En síntesis ciertas fundaciones se vivieron como una empresa familiar (Atienza, 2008:338-342). b) Fundaciones del clero secular. El afán y necesidad fundacional de la realeza y la nobleza de conventos femeninos fue también inquietud del alto clero secular. Obispos, deanes, canónigos y priores seculares tenían obligaciones para con sus linajes, de los que muchos procedían, y miembros femeninos de su familia, a lo que se unía el interés caritativo de ayudar a doncellas pobres, incapaces de pagar las dotes establecidas en los conventos existentes. Casos de Málaga (La Concepción), Guadix, Loja, Cumbres Mayores, entre otros. c) Fundaciones de la nobleza urbana. También participaron a menor escala la

nobleza urbana y caballeresca enriquecida en actividades mercantiles y el ejercicio de cargos de cabildo y reales, que tenía las mismas aspiraciones y necesidades de la alta 10

nobleza. En otras ocasiones el proceso fundacional seguía la vía primera del beaterio con una regla de la tercera orden para posteriormente buscar su transformación en un verdadero convento de la segunda orden (Atienza, 2008:333). Y es que el convento era la vía y meta deseada por los poderes constituidos y por ello los beaterios y emparedamientos terminaban desembocando en conventos, por el recelo a toda forma no reglada y a la libertad femenina en la vida social y religiosa (Atienza, 2008:335). Un ejemplo en este sentido es el convento de santa Inés de Sevilla fundado por Doña María Fernández Coronel, cuyo cuerpo incorrupto se ofrece a la veneración de los fieles y está vinculado a la famosa leyenda de Bécquer, Maese Pérez el organista. d) Fundaciones de las propias mujeres. Junto a las iniciativas individuales se dieron también respuestas colectivas por parte de mujeres emparentadas entre sí, tal fue el caso del convento de Jesús María de clarisas de Alcaudete fundado en 1578, que lo crearon a pesar de que ya existía, de santa Clara, fundado por Alonso Fernández de Córdoba, señor de Montemayor e fines del siglo XV. De tal suerte que las de Jesús María quedaron sujetas al obispo de Jaén y las de Santa Clara que ya estaban sujetas a los superiores de la orden. En otros casos las fundaciones fueron la respuesta al deseo de los frailes confesores por incrementar los conventos de su propia orden. La dificultad de establecer la fecha precisa de una fundación conventual femenina es notoria, pues en ocasiones se trata de documentos o actos jurídicos separados en el tiempo y en el espacio por años o décadas: donación de la casa o de los bienes, protocolo firmado entre las partes, solicitud de licencias eclesiásticas y civiles, comienzo de las obras e inicio de la vida comunitaria. En la tabla 1 hemos situado la primera y última de estas fechas conocidas. El Prof. Miura ha establecido las fases del proceso fundacional que ha denominado inceptio o fase en que se dan los pasos previos, receptio, al momento en que la orden recibe la petición que la autoriza o rechaza y assignatio por la que recibe la categoría de convento y se le asigna el lugar jerárquico. En el trámite de creación y fundación intervienen el obispo y cabildo catedral en su caso, los fundadores, el cabildo municipal y el Consejo de Castilla y en última y definitiva instancia el Papa con la bula de fundación, aunque a veces se dan situaciones de creación de facto y que con posterioridad lo serán de iure (1998:123127). Tabla 1. Conventos-monasterios de clarisas de la primera regla fundados en Andalucía

Siglo XIII Localidad Jaén5 Córdoba6

Título Santa Clara Santa Catalina7

Cronología fundacional 1246 1262-1268. Extinguido

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Tuvo un primer emplazamiento en el arrabal de las monjas en 1246, según la tradición local, que se llamó de Santa Clara, destruido por los musulmanes en 1368 y refundado en el actual emplazamiento en 1486 bajo la misma advocación aunque integró a otro convento anterior de clarisas bajo la advocación de Santa María de Gracia (Graña Cid, 1994:670-671; Torre Lendínez, 1982:63-66). Miura Andrades, 1994:708, considera que parece haberse fundado en 1271. 6 Graña Cid, 1994:673; Miura Andrades, 1994:708. Existen dudas acerca de la fundación y las fechas de la tabla reflejan las gestiones para la definitiva fundación.

11

Sevilla8

Santa Clara

Úbeda10

Santa Clara

1260-1293 (hacia) Extinguido9 1290 (h.)

Siglo XIV Localidad Moguer11 Sevilla12

Título Santa Clara Santa Inés

Cronología fundacional 1337. Extinguido en 1903 1374

Siglo XV Localidad Andújar13 Baeza14 Carmona15 Cumbres Mayores16 Córdoba17 Écija18 Belalcázar19

Título Santa Clara San Antonio Santa Clara Nª. Sª. de Consolación Santa Inés Santa Inés del Valle Santa Clara de la Columna

Cronología fundacional 1446-1451. Extinguido 1460. 1460 1466. Extinguido 1475. Extinguido 1482-1485 1490 (h.)

7

Esta fue la advocación inicial, por haberse utilizado la capilla de dicha santa, quizás antigua mezquita, como inicial iglesia conventual (Miura Andrades, 1994:708). Quedan restos muy desfigurados del cenobio, entre ellos el templo, que aprovechó como campanario el alminar de la mezquita que sirvió de asiento a la fundación clarisa (Olmedo, 2004:272-273, y 2012:33). 8 Fundado según la tradición a raíz de la reconquista de la ciudad por Fernando III el Santo (Borrero Fernández, 1994:500; Graña Cid, 1994:672- 673; Miura Andrades, 1994:707-708). 9 Fusionado a finales del s. XX con el de Santa María de Jesús de la misma ciudad. 10 Graña Cid, 1994:672; Miura Andrades, 1994:709; Olivares-Parejo-Tarifa, 1994:727-728; Parejo Delgado, 1990:199. 11 Surgió de la iniciativa fundacional del almirante don Alfonso Jofre Tenorio y su mujer doña Elvira Álvarez (Miura Andrades, 1994:710-711). 12 Fundado por doña María Alonso Coronel, viuda de don Juan de la Cerda y protagonista de varios hechos prodigiosos recogidos por la tradición local sevillana (Hurtado González, 2004:1325-1329; Miura Andrades, 1994:711). 13 Se fundó a partir de un beaterio de terciarias que existía en torno a 1430 establecido en las casas de Marina López (Frías Marín, 1994:748-749; Miura Andrades, 1994:712). 14 Se considera como fundadores a Pedro Rodríguez de Sarria y María Rodríguez Nieto. En 1493 se trasladó al convento que los franciscanos dejaron, tras la fusión entre las comunidades claustrales y observantes, y cambió su primitiva advocación de la Concepción de Nuestra Señora por la de San Antonio (Miura Andrades, 1994:708-709; Olivares-Parejo-Tarifa, 1994:728; Serrano Estrella, 2010:262). 15 Establecido por las terciarias Teresa y Beatriz Salcedo, quienes obtuvieron bula papal para fundar monasterio de clarisas (Miura Andrades, 1994:713). 16 Establecido por María y Beatriz Bejarano, quienes profesaron por bula papal en 1466, fue refundado en 1520 por su sobrino Fernando Bejarano, canónigo de la catedral de Sevilla (Miura Andrades, 1994:713). 17 Surgió de un beaterio que en 1471 fue autorizado para convertirse en convento, aunque desapareció en 1474 para ser definitivamente refundado el siguiente año por Sor Beatriz y Sor Leonor Gutiérrez de la Membrilla, monjas profesas del de Santa Clara de la misma ciudad (Herrera Mesa, 2004:924-925; Miura Andrades, 1994:713). 18 Su fundadora fue Inés Chirino, viuda de Luís de Pernía (Miura Andrades, 1992:51-53; Miura Andrades, 1994:713). 19 Fue fundado por las hijas de la condesa de Belalcázar, quienes a la muerte de su madre en 1483 determinaron vivir como clarisas, ocupando el edificio que había sido convento de franciscanos, vacío al

12

Baza20 Málaga21 Marchena22 Alcaudete23 Palma del Río24

Santa Isabel de los Ángeles Purísima Concepción Santa Clara Santa Clara Santa Clara

1491 1495-1505. 1498. Extinguido 1498-1500 1498-1509. Extinguido25

Siglo XVI Localidad Úbeda26 Granada27 Villanueva del Arzobispo28 Jerez de la Frontera29 Montilla30 Cazorla31 Utrera32 Málaga33

Título San Nicasio Santa Isabel la Real Santa Clara Madre de Dios Santa Clara San Juan de la Penitencia Santa Clara Nuestra Señora de la Paz

Cronología fundacional 1500. Extinguido 1501-1504 1503 1504 1505-1525 1515. Extinguido 1515. Extinguido 1518-1521

trasladarse éstos a otro emplazamiento en la misma villa (García Villacampa, 1920:236-237; Miura Andrades, 1994:714). 20 Lázaro Damas, 2007:613-614. 21 Se ocupó de su fundación don Pedro de Toledo, primer obispo de Málaga, en cumplimiento de la voluntad fundacional expresada por los Reyes Católicos, años antes, cuando la reconquista de la ciudad en 1487 (Lara García, 2004:227-228; Reder Gadow, 2010:183-185, 2011:468-471; Rodríguez Marín, 2000:105-107; Valenzuela Robles, 1990:321-324. La comunidad pervive en un nuevo edificio en la Plaza de Capuchinos, al haber sufrido la pérdida del primitivo convento en la Revolución de 1868. El primitivo cenobio, lamentablemente destruido, constituía una interesante muestra de la arquitectura doméstica islámica, ya que se aprovechó para su fundación una casa de tipo nazarita (Aguilar, 1979:54-56). 22 Debido a la iniciativa de Juana y Elvira González (Miura Andrades, 1994:713). 23 Fundado por Alonso Fernández de Córdoba, señor de Montemayor (Miura Andrades, 1994:716). 24 Su fundador fue Juan Mano Alvas, caballero veinticuatro de Córdoba (Gamero-León-Lopera, 1994:4145; Miura Andrades, 1994:716). 25 Estas monjas pasaron en noviembre de 1970 al convento sevillano de clarisas de Santa Inés (Zamora Caro, 2010:483). 26 Establecido como casa de terciarias por Leonor de Molina, para adoptar más tarde la Regla clarisa (Miura Andrades, 1994:713; Olivares-Parejo-Tarifa, 1994:728-729). 27 Fue fundación de los Reyes Católicos, por la devoción que tenían a Santa Clara y a Santa Isabel de Hungría y como un acto de acción de gracias por la conquista de Granada (García Valverde, 1998:494496; García Valverde, 2005:191-192; Miura Andrades, 1994:715). 28 Según Atienza (2008:267). 29 Miura Andrades, 1994:713. Nacieron como terciarias, para más tarde convertirse en clarisas y ocupar el convento de Madre de Dios, que los franciscanos observantes habían abandonado para ocupar San Francisco el Real. 30 Tuvo como fundadora a María de Luna, hija de los primeros marqueses de Priego (Miura Andrades, 1994: 717). 31 Se generó a partir de la presencia de unas beatas terciarias que se habían trasladado en 1500 a la ermita de San Jorge (Miura Andrades, 1994:714). 32 Fundado por un bastardo de los Ponce de León, Diego Ponce de León, fue dotado en 1483 y erigido en 1515 (Miura Andrades, 1994:716). 33 Se fundó gracias a la donación de Gutierre Gómez de Fuensalida, quien fue gobernador político y militar de Granda, y padrino del más tarde emperador Carlos V (Lara García, 2004:229; Gómez García – Martín Vergara, 2005:98-99; Miura Andrades, 1994:715-716; Rodríguez Marín, 2000:122). Al sufrir la pérdida de su convento a consecuencia de la Desamortización, la comunidad se trasladó en el siglo XIX

13

Sanlúcar de Barrameda34 Ronda35 Loja36 Vélez-Málaga37 Guadix38 Granada39 Osuna Aguilar de la Frontera Granada41 Alanís 42 Granada43 Constantina45

Regina Coeli Santa Isabel de los Ángeles Santa Clara Santa María de Gracia Santiago Encarnación Santa Clara Asunción o la Coronada Nª. Sª. de los Ángeles Santa María de Jesús Santa Inés Santa Clara

1519 1524-1542 1525-1542 1540 1541-1542 1542 1560. Extinguido40 1566. Extinguido 1567. Extinguido 1571. Extinguido 1572. Extinguido44 1573. Extinguido

junto a la iglesia del convento de la Trinidad, donde levantaron un edificio de nueva planta, donde continúan hasta la actualidad. 34 Aunque en 1489 Inocencio VIII había concedido facultad para fundar un monasterio de clarisas advocado de Nuestra Señora de los Ángeles a Leonor de Mendoza y Enrique de Guzmán, la fundación no llegó a prosperar y tuvo que esperar a hacerse realidad en 1519 por la iniciativa de un vecino llamado García Díaz de Gibraleón (Miura Andrades, 1994:716-717; Rodríguez Duarte, 1994: 809- 810). 35 Sus fundadores fueron don Luís de Oropesa y su mujer doña Catalina de Treviño. Graña Cid da como fecha fundacional la de 1542 (1995:212). Ramírez González (2002:96-97) precisa que las obras del edificio se habían concluido hacia 1540, aunque las primeras monjas llegarían efectivamente dos años después. 36 Desde al menos 1500 existía un beaterio, fundado por Leonor Rodríguez, que en tras múltiples intentos se convirtió en convento de clarisas en 1527 (Guerrero Lafuente, 1992:49-65; incluye documento de 1525 de cesión del convento por el albacea del arzobispo de Granada a las clarisas; Miura Andrades, 1994:716). 37 Fue fundado por la noble señora Beatriz de Arellano, viuda de Cristóbal Ponce de León, en virtud de cláusula testamentaria del 24 de diciembre de 1540. A esta comunidad se le unió en 1554 la comunidad del antiguo monasterio de Nuestra Señora de Gracia, nacido a su vez como beaterio sobre 1503 (Iranzo Lisbona, 1994:775- 777; Miura Andrades, 1994:716). 38 Su establecimiento fue promovido por el arzobispo Gaspar de Ávalos, por no haber hasta la fecha ningún monasterio de monjas como en las restantes ciudades principales del Reino de Granada. Se estableció en unas viviendas anexas a la iglesia parroquial de Santiago, que sería utilizada para el culto por las religiosas, si bien el convento quedaba ajeno jurídicamente a la parroquia (Asenjo Sedano, 2000: 112-113 y 115-117; Gómez Román, 1999:407). 39 Justicia Segovia (1990:279-280) remonta la fecha a 1524 como beaterio establecido por Inés de Arias en su propia casa, y pasan a ser clarisas y se trasladan a su actual emplazamiento en 1541. Las religiosas utilizaron como templo la vecina parroquia de los Santos Justo y Pastor. El traslado de la parroquia a la antigua iglesia de la Compañía de Jesús en 1799 permitió a las clarisas el uso exclusivo del templo, si bien éste resultó muy mutilado a causa de la exclaustración sufrida temporalmente por la comunidad en el siglo XIX. Cuando recuperaron su convento, tuvieron que adaptar como capilla una parte de la clausura (Barrios, 1998:379-380). 40 Se trasladaron a Santa Inés del Valle de Écija a comienzos de la década de 1970. 41 Nace como beaterio de terciarias en 1538 por determinación de don Rodrigo de Ocampo y su mujer doña Leonor de Cáceres, hasta que en 1567 adopta la regla clarisa (Justicia Segovia, 1990:279- 280). 42 Surgió de un convento de terciarias preexistente que adoptó la regla clarisa en 1571 por presión institucional (Hernández González, 2007:394) 43 El arzobispo Pedro Guerrero autorizó a un grupo de “señoras virtuosas” para que vivieran bajo la Regla y hábito de Santa Clara (Justicia Segovia, 1990:280). 44 La comunidad se repartió en los años 40 del siglo XX entre los conventos de los Ángeles y la Encarnación de la misma ciudad (Justicia Segovia, 1990:280). 45 Fue fundado por doña Constanza Velázquez, viuda del jurado Cristóbal Martínez (Hernández González, 2007:406- 407).

14

Alcaudete46 Cazalla de la Sierra47 Baeza48 Alcalá de los Gazules Morón de la Frontera49 Guadalcanal50 Alcalá de Guadaíra51 Martos52 Bornos53 Bujalance55

Jesús María Santa Clara Santa Catalina Santa Clara Santa Clara San José de la Penitencia Santa Clara Santa Cruz Corpus Christi San José y Santa Clara

1577-1578. Extinguido 1581. Extinguido 1583 1583. Extinguido 1590-1598 1591-1593 1597 1589. Extinguido 1597. Extinguido54 1597. Extinguido

Siglo XVII Localidad Antequera56 Lucena57

Título Santa Clara San Luís y Santa Clara

Cronología fundacional 1601-1603 1608. Extinguido58

46

Fue fundado por las hermanas Leonor de san Pablo e Isabel de san Pedro, autorizadas por bula de Gregorio XIII de 1577. 47 Nació de la escisión de una comunidad de terciarias que formaban el convento de Madre de Dios, al adoptar una parte de ellas la regla clarisa y trasladarse a un nuevo convento en 1581 (Hernández González, 2007:402- 403). 48 Fue fundado por un grupo de catorce mujeres virtuosas a las que Don Francisco Sarmiento le dio la clausura en 1583 (Olivares-Parejo-Tarifa, 1994:729). 49 El primer intento fundacional fue protagonizado por Inés y María de Angulo, clarisas de Utrera, quienes adquirieron sitio en la plaza de la Carrera para formar el convento, que empezaron a habitar en 1590. Sin embargo, la fundación parece que no se consolidó hasta que en 1597 la orden aceptó la incorporación de este convento, a impulsos de la donación efectuada por doña María Orellana, mujer de don Juan Fernández Villalón, y doña Marina de Bohórquez. La vida en clausura se formalizó al año siguiente de 1598 (Ruiz Ruiz, 2005:21-22). 50 La fundación fue promovida por el legado testamentario del indiano Jerónimo González de Alanís (Hernández González, 2007:411- 412). 51 Fundado en 1597 por doña Francisca Gallegos de Ledesma 52 Su fundador fue el presbítero Don Fernando de Ortega Vallejo, racionero de la Catedral de Jaén y natural de la localidad, quien inició los trámites fundacionales en 1589. Tras la destrucción y derribo del convento en la Guerra Civil, la comunidad se ubicó en otro emplazamiento, hasta que en 1989 se fusionaron con las clarisas de Jaén (Ruiz Calvente, 2011:97 y 102). 53 Fue fundado por San Juan de Ribera, miembro de la familia Afán de Ribera, señores de la villa, como producto de la reconversión del edificio del antiguo colegio-asilo de ancianos hidalgos en convento de monjas, dado que no servía para su fin primitivo (Álvarez Castillo-Ruiz Mozo, 1995:255-257; Sancho de Sopranis, 1944:442-447). 54 Las monjas se fusionaron en 1973 con las clarisas de Regina Coeli de Sanlúcar de Barrameda. 55 Fundado por el presbítero Francisco López de Belorado (Vázquez Lesmes, 2004:944-945). 56 Su fundadora fue doña Francisca Osorio Nabarrete, quien otorgó al efecto escritura de donación en 1601, aunque la vida en comunidad no comenzaría hasta 1603 (Leiva, 2006:29-31). En el siglo XIX pasaron a ocupar el antiguo convento de Carmelitas descalzos de Belén, por pérdida de su primitivo cenobio. De éste ha perdurado su iglesia, obra barroca de traza dieciochesca (Camacho, 1981:346-347), que tras su reciente restauración se dedica a usos culturales. 57 Fue fundado por la iniciativa de Catalina de Villarreal, vecina de la localidad, movida por la inspiración divina y el prodigio del milagro realizado en ella por San Diego de Alcalá. Contó para ello con el apoyo de su hermano el sacerdote Lázaro Muñoz y sobre todo el impulso decisivo de don Enrique de Córdoba y Aragón, lX Marqués de Comares y señor de la villa (Bernier y otros, 1987:233; Palma Robles, 2009:313324).

15

Alhama de Granada59 Guadalcanal60 Priego de Córdoba61 Ayamonte Arjonilla62

Inmaculada Concepción Espíritu Santo San Antonio Santa Clara Santa Clara

1612 1615-1627 1616. Extinguido 1621 1680. Extinguido

Siglo XVIII Localidad Almería63 Coín64

Título Encarnación Encarnación

Cronología fundacional 1719-1756 1740

Fuentes: Diccionario de Historia Eclesiástica, voz: Clarisas; Castro y Castro, 1989; Atienza, 2008; Graña, 1992, 1994 y 1995; Miura, 1994, 1995, 1998.

5. Las reformas de las constituciones de las franciscanas clarisas La Regla es el marco legal más amplio de la orden, otorgado por el papa con la colaboración, si no con la influencia directa de los cardenales protectores de la misma. Las constituciones son la norma específica que tiene cada monasterio para su gobierno y en donde el fundador establece las pautas, derechos y deberes de todas las partes, incluido el régimen interior, forma de cubrir las vacantes, misas y sufragios a favor del fundador y sus descendientes, fiestas y cargos del monasterio: electores, vicario, capellán (Bel Bravo, 2004: 992 y sigs.). Las clarisas han ensayado durante cincuenta años cinco reglas distintas por las que gobernarse amén de otras órdenes y congregaciones tales como las Concepcionistas y Concepcionistas descalzas, puestas bajo la jurisdicción de los franciscanos observantes, Clarisas Capuchinas, y otras congregaciones e institutos de franciscanas (Castro y Castro, 1989: 79-82 y Triviño, 2012: 429-451). La regla o normas de san Francisco o de las Damianitas redactadas por el fundador para Clara y sus seguidoras. a) El IV Concilio Lateranense en 1215 obliga a Santa Clara a seguir la regla de san Benito con título de abadesa de la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara. La legislación canónica a la que se vio sometida Clara de Asís no era exactamente la que pretendió. 58

El 28 de noviembre de 1972 se celebra la última misa en Santa Clara, tras la cual la comunidad de 18 monjas se integró en el convento de Santa Isabel de los Ángeles (Córdoba). Esta fusión fue confirmada por decreto del obispo de Córdoba, el 24 de mayo de 1973 (Comunicación de Luis Fernando Palma). 59 Tuvo su germen en un beaterio que finalmente se formalizó como convento de clarisas (Riesgo Terrero, 1994:789-804). Se trasladó al que fue convento de franciscanos de san Pascual, luego de san Diego, a raíz de la desamortización. 60 Lo promovió don Juan González de la Pava (Mensaque Urbano, 1985:60-62). 61 Su fundadora fue Doña María Enríquez de Ribera, religiosa del convento de Santa Clara de Osuna y hermana de la duquesa de Feria, doña Juana Enríquez (Alférez Molina, 2004:961-962). 62 Atienza, 2008:236 y 268. 63 Hubo intentos fundaciones desde el siglo XV que no fructificaron hasta el XVIII en que se fundó con monjas granadinas de la misma advocación que adoptaron la regla urbanista (Gil Albarracín, 1996:15-20, 1998:38-46, y 2006:9-11; Segura Graíño, 1994:767-774). Otro intento frustrado, por iniciativa del marqués de los Vélez, se produjo en Vélez – Rubio, donde en 1703 se empezó a construir un convento de clarisas que nunca fue ocupado (Gil, 2005:8). 64 Surgió de una congregación de beatas que se reunían en torno a la parroquia de la localidad (García Agüera, 2000:127).

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b) Inocencio IV en 1253 aprueba la regla de Santa Clara poco antes de morir la santa y cuyo carisma se centraba en el modo riguroso de vivir la pobreza. Esta es la genuina Regla de Santa Clara o Primera Regla y en ella se deroga la norma que impedía a los conventos poseer propiedades. c) Urbano IV en 1263 aprueba una nueva regla para las clarisas que ratifica el nombre de la orden y unifica diversas inmunidades, libertades, indulgencias y privilegios concedidos por la sede apostólica. Esta regla, llamada comúnmente Regla Segunda establece el nombre de Orden de Santa Clara obligatorio para todos los monasterios de Damas Pobres o Hijas de Santa Clara, aunque serán llamados “Urbanistas” por el papa que les dio la regla, quedando abolidas las anteriores. d) La Reforma de Santa Coleta de 1402. La crisis y mitigación de la Regla primera llevó a esta mujer a hacer vida “reclusa” y solicitar la creación de un monasterio basado en la reforma de la regla urbanista que obtuvo del papa Benedicto XIII. Ésta fue incorporada a la Orden de Santa Clara y autorizada para fundar un nuevo monasterio bajo su dirección. La Reforma coletina tuvo éxito y el movimiento reformador creado en Francia pasó a la Península Ibérica estableciéndose numerosos conventos de renovación idealista frente a otros intentos más pragmáticos, flexibles y adaptativos. Los conventos que no siguieron la reforma coletina, puesto que no era de obligado cumplimiento para todos, se llamaron urbanistas porque seguían la Segunda Regla o de Urbano IV; los que adoptaron las Constituciones de Santa Coleta se denominaron Monasterios de Clarisas Descalzas “porque aspiraban a mayor rigor y fidelidad en el seguimiento del ideal evangélico de Santa Clara”. La situación se hizo confusa pues fueron llamadas también Descalzas las seguidoras de la Primera Regla y algunas coletinas se llamaron Recoletas pese a seguir la Primera Regla. Hubo, pues un uso indiscriminado y equívoco de las denominaciones: Descalzas, Reformadas y Recoletas, que no siempre respondían a la realidad de unas misma constituciones (Bel Bravo, 2004: 989-992). Las descalzas clarisas se caracterizan por la estricta pobreza y la intensidad de la vida comunitaria. La jornada se vivía de acuerdo con la luz solar y se dividía entre el trabajo en silencio, pocas horas de sueño, breve tiempo para el recreo y oración comunitaria según las horas canónicas: prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas y maitines. En otros monasterios “había decaído el espíritu de tal manera que las monjas” tenían sus rentas particulares, criadas e incluso vida privada, acudiendo solo a algunos actos comunitarios. Situación que no se solventó hasta finales del XIX y comienzos del XX tras la desamortización y exclaustración, excepción hecha de las reformadas. Las clarisas dispusieron de una recopilación: Constituciones generales para todas las monjas y religiosas sujetas a la obediencia de la Orden de N.P.S. Francisco en toda esta familia cismontana: de nuevo recopiladas de las antiguas y añadidas con acuerdo, consentimiento, y aprobación del Capitulo General, celebrado en Roma á onze de junio de 1639. En las descalzas se hizo hincapié en la vida comunitaria y la igualdad entre las profesas, exceptuándose las enfermas: alimento, vestido y dormitorio; se deshizo la distinción entre monjas de coro y legas y se estableció la equidad en las obligaciones, adecuándose el número de monjas y las rentas necesarias. Estas normas se establecieron para conseguir una vida más ejemplar que la de otros conventos. El estricto cumplimiento de las normas es una constante en la vida monástica pero debido a la “relajación” se hizo necesaria la reforma, “que casi siempre surgió de la 17

base”. El Concilio de Trento presta atención a la disciplina del clero en general tanto secular como regular y desde luego a las monjas. A pesar de ello, cuando el fundador del convento de clarisas descalzas de Jaén –las Bernardas- decide traer con la autorización del superior general, a su hermana, monja clarisa de Santa Clara de la misma ciudad donde había sido abadesa, ésta ingresa en las Bernardas como abadesa y se le permite vivir de acuerdo con la segunda regla y no la primera dada su edad. También se saltó el fundador sus propias normas pues aunque establecía en las Constituciones que solo pudieran profesar dos monjas de la misma familia, el convento contó simultáneamente hasta con cuatro miembros de su familia (Bel Bravo, 2004, nota 15). El año 1953, con motivo del Centenario de la muerte de Santa Clara, se hizo una encuesta entre las religiosas de España en la que se les preguntaba, entre otras cosas, la regla que profesaban. Contestaron a la encuesta casi todos los conventos, y resultó que la mayoría profesaba la regla de Urbano IV, urbanistas, salvo los de Baeza y Tarragona, que profesaban la regla de santa Clara o de Inocencio IV. En cuanto a la actividad laboral productiva se puso de manifiesto que casi todas se ocupaban en labores, aunque había algunas que tenían colegio, confitería, y unas pocas que trabajaban para fábricas o empresas industriales. Actualmente la situación en cuanto a las reglas que guían la vida de las clarisas ha cambiado sustancialmente pues a partir de los años 50 del pasado siglo hubo una vuelta a las primitivas fuentes y se federaron aunque con desigual resultado, de forma que actualmente en España 168 monasterios profesan la regla de Santa Clara y 46 son urbanistas, aunque creemos que en ambos casos ha sido muy mitigada (Castro y Castro, 1989:81-82). 6. El patrimonio artístico de las clarisas Como herencia de esta extensa presencia de la orden de Santa Clara en Andalucía desde la Edad Media, nos ha llegado un patrimonio artístico y monumental que, pese a las pérdidas sufridas por los procesos desamortizadores del siglo XIX y la Guerra Civil, constituye una excelente representación de la evolución del arte andaluz de los tiempos medievales y modernos. Los conventos de clarisas jugaron, al igual que los de otras órdenes femeninas, un papel fundamental en la conformación de la ciudad conventual andaluza de la Edad Moderna. La implantación conventual supuso la conformación de grandes inmuebles que de una forma u otra fueron condicionando el urbanismo de las villas y ciudades, al insertarse en una trama viaria heredada del periodo islámico. La construcción de los conventos de monjas partía generalmente de la célula inicial representada por los caserones donados por los fundadores, que había que aprovechar dados los limitados recursos disponibles en estos momentos iniciales. Conforme los medios lo fueron permitiendo y partiendo del núcleo originario, las religiosas irían levantando las dependencias propias de esta tipología arquitectónica: iglesia, claustro, celdas, refectorio, locutorios, salas de labor, dormitorios, etc. Este ciclo de intervenciones arquitectónicas ha ido, en definitiva, determinando la imagen de nuestros conventos, en los que conviven elementos de diferentes épocas y estilos, mezcla que es la consecuencia lógica de este proceso de construcción y destrucción motivado por la conjunción de las necesidades de la comunidad y los nuevos gustos estéticos, que

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obligaban a adaptar el inmueble a las características de este tipo de vida consagrada y a la estética imperante en cada época. Esta misma mezcolanza se refleja en el patrimonio artístico de carácter mueble. La inicial dotación de piezas y enseres necesarios para el culto, donada por fundadores y patronos, se iría acrecentando a medida que la comunidad consolidaba su situación económica y su estatus en el entramado de la sociedad local. El incremento de los medios económicos, unido a las donaciones, legados y limosnas de bienhechores y devotos, impulsó el enriquecimiento de este patrimonio, tanto a través del encargo y adquisiciones de nuevas obras, como por las donaciones que efectuaban los benefactores de la comunidad. Así se fue conformando un rico patrimonio de retablos, esculturas, pinturas y artes suntuarias que recorre un amplio espectro cronológico y estilístico, que va desde las escasas piezas medievales, vinculadas por lo general a los momentos fundaciones de determinadas comunidades de gran solera y raigambre histórica, a la ya algo más abundantes del Renacimiento y las numerosísimas del Barroco, época esta última en la que estos cenobios alcanzaron su definitiva configuración estética. Esta riqueza de expresiones plásticas se concentra principalmente en los templos conventuales, pero irradia también a otras dependencias de los cenobios, como claustros, en los que son frecuentes la presencia de pequeñas capillas vinculadas a rituales internos de la comunidad, refectorios, salas capitulares y de profundis, celdas, etc. En este breve espacio trazaremos una apretada visión panorámica de este acervo patrimonial de las clarisas en Andalucía, articulada de forma diacrónica a través de los edificios que se mantienen en pie y las muestras de retablos, esculturas y pinturas que en ellos se contienen. Tenemos que prescindir, sin embargo, de las muestras de las artes suntuarias y ornamentales, que si bien ofrecen parejo interés que las escultóricas y pictóricas, no suelen estar expuestas a la contemplación pública, aparte de necesitar un estudio más especializado que no podemos acometer aquí. Igualmente queremos señalar que nos ceñimos a los conventos de clarisas propiamente dichas, es decir, aquellos que como señalamos al principio se rigen por la Regla definida por Santa Clara. Dejamos así fuera de este apartado el patrimonio artístico de aquellas fundaciones vinculadas a las distintas ramas y derivaciones surgidas del tronco común, como las franciscanas descalzas, capuchinas, etc., algunas de tanta riqueza patrimonial como Santa Isabel de los Ángeles de Córdoba, Santa María de Jesús de Sevilla, Santa Rosalía de Sevilla, Santa Clara de Estepa, Purísima Concepción de Marchena, Ángel Custodio de Granada, etc. a) Arquitectura. Ya hemos apuntado como en la conformación de los conventos de clarisas fue determinante el poder disponer de construcciones de carácter doméstico que se iban adaptando gradualmente a las necesidades de la vida conventual. Este aprovechamiento de construcciones preexistentes, si bien solventaba las iniciales demandas de habitabilidad de las religiosas, obligaba con el tiempo a un largo y laborioso proceso de reformas del inmueble primitivo y la erección de dependencias de nueva planta, al objeto de responder a las necesidades de aquellas comunidades en crecimiento, especialmente en aquellos lugares donde se contaba con la protección de las oligarquías locales. El aumento del número de religiosas, especialmente intenso en los siglos XVI y XVII a impulso del ingreso en clausura de mujeres procedentes de las clases acomodadas, obligaba no sólo a la construcción de 19

nuevas celdas, sino a la ampliación y adaptación de los espacios de uso comunitario. Este incremento de las moradoras venía acompañado de nuevas fuentes de financiación representada por las dotes de las nuevas monjas y las donaciones familiares, lo que suponía un aval para poder afrontar estos nuevos proyectos constructivos, que llevaban por su parte aparejadas nuevas necesidades espaciales a las que se daba respuesta con la adquisición de los inmuebles colindantes con el convento. Así se conseguía la ampliación de las dependencias conventuales, que siguiendo un desarrollo orgánico iban absorbiendo progresivamente los solares colindantes hasta conformar los inmensos edificios que han llegado hasta nuestros días, si bien en algunos casos muy mermados por las sucesivas ventas para garantizar su subsistencia, enajenaciones han afectado a huertas, espacios o patios de menor entidad, lo que ha permitido preservar el espacio más propiamente sacro. Este crecimiento orgánico de la arquitectura conventual, desde el embrión del núcleo fundacional hasta la definitiva configuración de los grandes complejos de época barroca, es responsable de que la estructura de estos inmuebles ofrezca una distribución espacial de cierta complejidad en virtud de la convivencia de espacios de diferente época, estilo y funcionalidad, que han venido a engarzarse entre sí a través de peculiares fórmulas constructivas de acusada personalidad, dado que la arquitectura conventual se mueve entre lo monumental y lo doméstico. En este sentido, “cada parte, sea de matriz preeminente y asimilada como culta o bien sea modesta, de base vernácula, convive con el resto, tiene sentido” (Pérez Cano, 2007:287). En la conformación de los conventos han sido determinantes, por un lado, las imposiciones derivadas de la propia Regla de vida y el simbolismo asociado a muchos de sus espacios (iglesia, sala capitular, refectorio, etc.), y por otro, el carácter de microciudad (un edificio que opera como si fuese una ciudad) que, de acuerdo con la idea agustiniana de la Civitas Dei, convierte a estos recintos en una verdadera ciudad dentro de la ciudad, dada la voluntad de retiro y aislamiento del mundo de sus ocupantes (Bonet, 1978:63-64). De ahí que el convento, en sus espacios de clausura, se muestra como algo opaco, cuyo aislamiento queda garantizado por unas fachadas cerradas y casi sin huecos, y cuando éstos aparecen se sitúan bien altos, alejados de la vista del transeúnte y cerrados por la característica reja de cuadradillos de la que sobresalen gruesas púas. Las puertas dan acceso al compás conventual, espacio intermedio que sirve de primer filtro espacial al comunicar con la Puerta Reglar que da acceso a la clausura y con la más accesible entrada de la iglesia. Esta cerrazón se transmuta paradójicamente en la clausura, donde la arquitectura se abre en forma de galerías, arquerías, cierros, ventanas y balcones que articulan espacios como los claustros, jardines e incluso las calles, plazas y paseos que en su momento fueron absorbidas por la expansión del inmueble y han quedado como espacios fosilizados en los complejos programas constructivos que fueron dando forma a estos cenobios. El resultado es, que “lo privado y lo público se mezcla en estos edificios, en la esencia misma del propio programa arquitectónico, generando una diversidad que los singulariza: coros–espacios para la comunidad–con iglesias–espacio para los feligreses–sacristías interiores–para la comunidad–y exteriores–para el sacerdote y sus acólitos-, locutorios de dentro –comunidad– y de fuera –para la familia, amigos, visitas…” (Pérez Cano, 2007:288). 20

Esta dualidad de usos también se adapta a los cambios de estaciones, especialmente en aquellas estancias de uso más habitual: así habrá coros alto y bajo, dormitorios de invierno y de verano, etc. Tal complejidad espacial gira en torno al claustro principal, que actúa como elemento organizador y distribuidor de los espacios. Por ello el claustro se presenta con una arquitectura propia, de tono monumental, que subraya visualmente su función de aglutinador de los elementos más característicos de la vida conventual: coro e iglesia, sala capitular, refectorio, escaleras de acceso a los dormitorios, etc. Otras dependencias muestran un sello más doméstico vinculado a sus funciones de servicio, como cocinas, lavaderos, almacenes, huertas y jardines. Esta variedad de espacios y funciones es responsable junto al paso del tiempo, del amplio muestrario de estilos que se entremezclan y que, a modo de palimpsesto, constituyen una excelente síntesis de la historia de la arquitectura andaluza. Comenzando por la Edad Media, encontramos interesantes muestras de los estilos gótico y mudéjar en las fundaciones conventuales de los siglos XIII al XV. Dado que las fundaciones establecidas en las capitales del valle del Guadalquivir han sufrido numerosas reformas y transformaciones en épocas posteriores, como los conventos de Santa Clara de Sevilla, Córdoba y Jaén, hay que recurrir a otros ejemplos para poder reconstruir la primitiva impronta que tuvieron estos cenobios medievales. En este sentido, un espléndido ejemplo de la arquitectura conventual gótico–mudéjar lo constituye el convento de Santa Clara de Moguer (González Gómez, 1978; Pavón, 1996), cuya fábrica responde en gran medida a su época fundacional a mediados del siglo XIV. Las clarisas lo habitaron hasta 1903, momento a partir del cual fue ocupado sucesivamente por las Esclavas Concepcionistas del Divino Corazón y los Padres Capuchinos, hasta que en la recta final del siglo XX fue convertido en la sede del Museo Diocesano de Arte Sacro de Huelva, función que conserva en la actualidad y que ha permitido mantener el conjunto en buen estado de conservación. El patronato ejercido por los Portocarrero desde la Baja Edad Media fue responsable de su riqueza patrimonial, que resulta especialmente visible en la fábrica conventual: templo góticomudéjar, claustros mudéjares, salones y arquerías renacentistas, linternas y portadas barrocas, etc. El típico compás, abierto en el ángulo suroeste del edificio, presenta un soportal mudéjar en el que se abren arcos apeados sobre pilares ochavados de capiteles estalactíticos. La puerta reglar conduce a su vez a un pequeño claustro de planta cuadrangular, en cada uno de cuyos flancos se abren tres arcos ojivales encuadrados por alfiz y apeados igualmente sobre pilares ochavados. Desde este claustrillo se accede al claustro grande o de las Madres, de tradición almohade y fechable en el momento fundacional del siglo XIV, por lo que está considerado como el claustro más viejo de Andalucía. Es de planta casi cuadrada y articulado en dos cuerpos. El inferior muestra, en cada lado, siete arcos ojivales inscritos en peraltados alfices y apeados sobre gruesos pilares. El superior, remodelado en 1589, contrasta por su ligereza, ya que en él se abre una frágil y aireada arquería con arcos rebajados igualmente encuadrados por alfiz, aunque discurre solamente por los flancos Norte y Este, para no restar sol invernal a la planta baja. El eco de este claustro se dejó sentir especialmente en Hispanoamérica. Alrededor de este espacio se reparten las dependencias principales de la clausura, como sala capitular, cocina, refectorio, sala de profundis, dormitorios, etc. 21

Con sentido ortogonal al claustro de las Madres se levanta la iglesia conventual, que actúa como núcleo coordinador de las partes públicas y privadas del monasterio. Al exterior, el templo responde al tipo de iglesia–fortaleza, cuyos muros se refuerzan por estribos concebidos a modo de aletas. El interior, totalmente abovedado, se aparta del modelo conventual para adoptar, en cambio, el tipo parroquial sevillano, lo que constituye una notable excepción en el panorama de las iglesias conventuales andaluzas. Así sus tres naves, sin crucero y de igual altura, terminan en testero plano y están separadas por arcos apuntados que apoyan sobre pilares rectangulares con resaltes. Se cubren con bóvedas de crucería, recorridas por el característico nervio de espinazo al estilo burgalés, que apoyan sobre ménsulas (ornamentadas con cabezas de atlantes, hojas de vid, etc.), de acuerdo con el estilo del Císter. La nave central remata en un ábside poligonal cubierto también con nervadura gótica. A los pies de la nave central se emplazan los dos coros –alto y bajo– cubiertos con bóvedas de medio cañón. La influencia mudéjar se deja sentir en el uso del ladrillo como material constructivo, reservándose la piedra para los rosetones, ventanales del ábside, nervios de la nave central y espinazo a la burgalesa de las naves laterales. En definitiva, esta significativa construcción del mudéjar andaluz se presenta como un conjunto resultante de la yuxtaposición de estancias y patios de distintas épocas que se articulan siguiendo una directriz quebrada con atrio, claustro e iglesia en un flanco. También corresponde a esta época el convento de Santa Inés de Sevilla, aunque de la etapa fundacional lo más reconocible es el templo, que consta de tres naves separadas por arcos apuntados que apean sobre pilares y cubiertas por bóvedas de nervaduras, al igual que el presbiterio, siendo éste de planta poligonal. En el siglo XVII el templo fue reformado, con el añadido de yeserías barrocas que recubren el arranque de las bóvedas (Pérez Cano/Mosquera, 1991:138). Algo más tardía, ya del siglo XV, resulta la iglesia de Santa Clara de la misma capital hispalense. Si bien el convento es fundación del siglo XIII, al parecer establecida sobre un palacio islámico, según apuntan las excavaciones realizadas en los últimos años (Oliva/Tabales, 2011:141-162), que sirvió de base a la residencia del infante don Fadrique, de la que perdura la famosa torre de su nombre, las reformas y reconstrucciones posteriores se han encargado de borrar las huellas medievales, que sólo son visibles en el templo conventual. Éste sigue el tipo de iglesia conventual gótico–mudéjar, siendo por tanto de nave única, de planta rectangular con coros alto y bajo a los pies. La cabecera, de planta ochavada, se cubre con bóveda de nervaduras, en tanto que la nave lo hace con un aljarfe mudéjar. En el XVII se acometen reformas en el templo, que es decorado con zócalos de azulejería de Hernando de Valladares y estucos y yeserías diseñadas en 1620 por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga (Morales, 2010:136-138). Ambos artistas son los autores del pórtico de entrada desde el compás, ejecutado por Diego de Quesada, quien lo concluyó en 1622 (Cruz, 1997:42-44). Igualmente destacable es la espadaña, obra ejecutada en esos años por Juan de Vandelvira y Diego Coronado (Pérez Cano, 2001:70-75,96-100, 128,134 y 223-225; Pérez Cano/Mosquera, 1991:127– 128). El modelo se repite también, en la provincia, en la iglesia del convento de Santa Clara de Carmona, siendo por tanto de nave única con capilla mayor diferenciada. Aquélla se cubre con artesonado mudéjar, y ésta con bóveda de nervaduras estrelladas. El arco triunfal, apuntado, apea sobre gruesas columnas acanaladas. En el exterior, el compás se abre a la calle por medio de dos portadas gemelas construidas por Juan Antonio Blanco en 1705 (Saucedo, 1989:119-124). 22

Este florecimiento gótico y mudéjar alcanzó también destacado desarrollo en las fundaciones clarisas establecidas en las vecinas tierras cordobesas. Un claro ejemplo lo constituye en Belalcázar, el convento de Santa Clara de la Columna, fundado en el último cuarto del siglo XV por doña Elvira de Zúñiga para acoger a una comunidad de franciscanos, hasta que fue ocupado en 1490 por las clarisas, quienes continúan habitando en la actualidad este espléndido conjunto de estilo gótico en su modalidad denominada “isabelina”, de traza sobria y elegante, con pocos detalles de labra en pináculos y cresterías. Como materiales se utilizó fábrica de granito en sillares y mampostería en sus lados exteriores y bajos, y en tapial los interiores y altos. Al construirse en un terreno despoblado, su planta pudo desarrollarse libremente de acuerdo con la tradición monástica. Así el conjunto se genera a partir del templo, orientado al Este, al que se adosa un patio claustrado en su costado Sur. El ingreso se efectúa por el compás que comunica con la clausura y la fachada del templo. La portada se compone por un arco carpanel sobre el que se sitúan las tallas en piedra de Cristo bendiciendo junto con María Magdalena y Santa Clara, fechables en los primeros años del siglo XVI. Este grupo escultórico se alberga bajo un arco trebolado con moldura exterior conopial. El templo consta de una sola nave articulada en tres tramos cubiertos por bóvedas de crucería, en tanto que la capilla mayor, de planta cuadrada, se cubre con una bóveda estrellada. Las dependencias que rodean el claustro se cubren con una interesante variedad de techumbres lignarias de tipología mudéjar que ofrecen una gran riqueza de policromía, más propia de palacio que de monasterio (Molinero, 2007; Ortiz Juárez y otros, 1981:217-222). En tierras giennenses se localizan fundaciones, que han dejado testimonio de este gótico tardío en sus templos conventuales. En Baeza el convento de San Antonio, cuyo templo, muy modesto, ha sido muy alterado, por lo de que sólo se reconoce de su primitiva estructura gótica el arco toral apeado sobre baquetones. Más interesante resulta su portada, de principios del siglo XVI y compuesta por un arco de medio punto abocinado, con arquivoltas que reposan sobre jambas con impostas decoradas con volutas y hojas. Flanquean el vano dobles columnas superpuestas con capiteles de grandes volutas. En la clausura, el claustro muestra recios arcos carpaneles que apean sobre poderosos pilares (Almansa, 2010:198–199; Serrano, 2010:263–264). Y en la vecina Úbeda también corresponde a esta etapa medieval el Real Monasterio de Santa Clara, con sucesivas reformas y ampliaciones que han provocado el fenómeno de compartimentación espacial y yuxtaposición de edificaciones, tan característico de la arquitectura conventual. Así de la etapa fundacional se reconoce la puerta del templo, de estilo mudéjar con decoración de puntas de diamante, y la cabecera, separada de la nave por un gran arco toral apuntado con baquetones y cubierta por bóveda de terceletes. El cuerpo de la nave ha sido reformado en época barroca al cubrirse con falsas bóvedas encamonadas. En la clausura cabe destacar un recoleto claustro mudéjar y la dependencia denominada “Palacio”, ya que según la tradición era la habitación de la Reina Isabel la Católica durante su hospedaje en Úbeda. Está cubierta por una excepcional armadura mudéjar polícroma. En la capital del Santo Reino, la iglesia del convento de Santa Clara es de nave única cubierta con artesonado mudéjar. La cabecera, cubierta con bóveda de nervios estrellada, está constituida por una capilla de base poligonal que se abre a la nave mediante arco diafragma apuntado que descansa sobre ménsulas y cuyo intradós se decora con pinturas de tema vegetal del siglo XVI. El templo fue iniciado por el 23

maestro Juan Rodríguez Requena en 1539, de acuerdo con criterios estilísticos de carácter gótico–mudéjar. Ya renacentista resulta el sotacoro, erigido en 1575 por Salvador Madrigal y Francisco de Quesada (Padilla/Casuso/Ortega, 2008:114-115). A la misma estética responde, ya en la clausura, el espléndido claustro, trazado por Francisco del Castillo el Mozo y ejecutado por los canteros Miguel Sánchez y Cristóbal del Castillo hacia 1575 (Galera/Ruiz Calvente, 2006:58-60, 65-69 y 190-195). Sus dos galerías muestran seis arcos de medio punto por cada lado, superpuestos y apoyados sobre columnas de orden toscano. Coincidiendo con el reinado de los Reyes Católicos comienzan a llegar las primeras influencias de la arquitectura renacentista, que fueron aportando un peculiar sello estilístico al entrar en simbiosis con el gótico florido y los últimos destellos del mudejarismo. Una interesante muestra de esta combinación entre el mudéjar tardío y los primeros efluvios renacentistas se advierte en lo que fue convento de Santa Clara en Palma del Río, abandonado por su comunidad a finales de la década de 1970 y sometido en los últimos años a un proceso de restauración que lo ha salvado del avanzado estado de ruina en el que se hallaba. Fundado a fines del siglo XV sobre las casas del fundador Juan de Manosalbas, el patrocinio ejercido con los Portocarrero, señores de la villa, a partir de comienzos del siglo XVI, determinó una intensa actividad constructiva (Carillo, 2007:825-836), que dio frutos tan espléndidos como el interesante claustro, que fusiona la estética mudéjar con algunos elementos renacentistas. Esta amalgama estilística ha sugerido su relación con la actividad del arquitecto Hernán Ruiz el Mozo entre 1540 y 1560, completándose la obra con reformas posteriores en los siglos XVII y XVIII (Pérez Lozano/Mellado Corriente/Roldán Barón, 2010:387-400). Consta de dos plantas, cuyas arquerías (de medio punto peraltados en la inferior, y escarzanos en la superior) quedan encuadradas por alfiz y apean sobre columnas labradas en ladrillo. En este espacio destacan algunos pormenores decorativos, como los peculiares capiteles de las columnas -que fusionan elementos mudéjares y clásicos- , las solerías con olambrillas y la fuente central recubierta de azulejos de arista. El templo, reformado en época barroca, conserva la primitiva cabecera, que obedece al modelo de “qubba” de planta cuadrada cubierta con bóveda poligonal sobre trompas (Gamero/León/Lopera, 1994: 48-50; Jordano, 2010:349-363). La conquista del Reino de Granada significó la expansión del franciscanismo por aquellas tierras, tanto en su vertiente masculina como femenina, favorecida por el patrocinio ejercido por la Corona y la nobleza cortesana. Así era obligado que la ciudad de Granada, ciudad emblemática de la monarquía de los Reyes Católicos, fuera favorecida con un ciclo de fundaciones conventuales en cuyas construcciones el gótico se resiste todavía a desaparecer, se salpica de tintes mudéjares y da entrada a las nuevas formas renacientes. Esta amalgama estilística se advierte en la fundación regia de Santa Isabel la Real. La portada del templo se abre en el interior del compás y constituye uno de los pocos ejemplos de portadas góticas de la ciudad, habiéndose vinculado su autoría con Enrique Egas. Su esquema está presidido por un arco mixtilíneo que ostenta en las enjutas el yugo y las flechas, que como se sabe es una alusión cifrada a los promotores: la Y de yugo por Isabel, y la F de flechas por Fernando. El templo, de nave única, ofrece uno de los espacios más originales de la arquitectura granadina en cuanto a sus cubiertas. Así el presbiterio se cubre con una original solución de carpintería gótica con formas lobuladas y estrellas curvas con 24

pinjantes, pechinas ojivales y un friso decorado con grutescos tallados en madera. Por su parte, la nave lo hace con una armadura de limas dobles o moamares, ricamente decorada con pinturas renacentistas y reforzada con tres pares de tirantes y cuadrales en las esquinas sobre canes de tracería gótica con decoración de conchas. La carpintería de tipología mudéjar determina también las soluciones aplicadas en las techumbres de los coros, de los que el bajo muestra un aljarfe con vigas sobre canes lobulados y el alto una armadura rectangular de limas dobles con tirantes y cuadrales sobre canes también lobulados, complementada además con decoración de mocárabes (Henares, 1989:158-160). El espacio de la clausura se articula en torno a un claustro de dos plantas, la inferior con arcos de medio punto y la superior con arcos carpaneles, todos apeados sobre columnas dóricas (Gómez – Moreno Calera, 1989:227-228; Jerez, 2003:69; Martín/Torices, 1998: 111). Las cubiertas de tipología mudéjar están presentes así mismo en la iglesia del convento de Nuestra Señora de los Ángeles, que si bien corresponde a la época fundacional, fue muy restaurada en el siglo XIX. Así el templo consta de nave única cubierta con armadura de limas simples y cuatro tirantes pareados, más capilla mayor cubierta con cúpula sobre pechinas (Martín/Torices, 1998:155). Todavía en tierras granadinas, la localidad de Loja nos ofrece en el convento de Santa Clara otro ejemplo del tipo común de los cenobios granadinos: nave única de planta rectangular, con coro a los pies, cubierta con armadura mudéjar de par y nudillo. En la provincia perdura el antiguo convento de clarisas de Baza, advocado de Santa Isabel de los Ángeles, del que perdura el templo gótico–mudéjar de nave única, aunque muy reformado (Lázaro, 2007:616-617). Esta pervivencia del mudejarismo, aliado como decimos al renacimiento que penetra arrollador con todo el repertorio decorativo del “romano”, alcanzó también a las tierras cordobesas, donde la actividad de Hernán Ruiz el Viejo ejerció de sintetizadora de tan dispares lenguajes estilísticos. Así en Montilla la iglesia del convento de Santa Clara, fundado en 1525, ofrece al exterior una interesante portada, relacionada con la obra de Hernán Ruiz el Viejo, que obedece a un esquema muy extendido en estos años por la Campiña y en el que se combinan elementos góticos, renacentistas y mudéjares, dando como resultado una obra de gran belleza y armonía. El templo consta de una sola nave, interrumpida a los pies por los habituales coros alto y bajo. Se cubre con una techumbre mudéjar, prolongada hacia el coro alto, en tanto que el presbiterio queda separado por medio de un arco toral decorado en su rosca por cardina gótica (V.V. A.A., 1993:187-189). Aunque a mediados de la centuria el Renacimiento ha expresado su triunfo con rotundidad, todavía pueden rastrearse pervivencias goticistas en las construcciones conventuales, en las que el gusto por el gótico se resistía a desaparecer para dar paso al estilo “a la antigua”, es decir, inspirado en la Antigüedad clásica. Buena muestra de estos arcaísmos la constituye la iglesia del convento de Madre de Dios de Jerez de la Frontera, levantada hacia mediados del siglo XVI. Consta de una sola nave con cabecera plana y se cubre con bóvedas de crucería con combados, manifestando como decimos la perduración de las formas góticas en un momento en el que ya estaban triunfando los postulados arquitectónicos renacentistas. Con la llegada del Barroco, la arquitectura conventual de las clarisas se transforma en una doble dirección: por un lado, se remozan las viejas construcciones medievales, especialmente los templos, con el añadido de nuevos programas ornamentales 25

basados en el recubrimiento de paramentos y cubiertas con yeserías y pinturas murales; y por otro, se acometen obras de nueva planta, manifestadas sobre todo en la construcción de nuevos templos y espacios de uso comunitario como claustros, refectorios, etc. Muy característico resulta el modelo de iglesia conventual de planta de cajón, tan típico de la arquitectura de la Contrarreforma, definido por una nave única y alargada, a cuyos pies se disponen dos coros, uno alto y otro bajo. El espacio dedicado a los fieles cubre sus diferentes tramos con bóveda de cañón con arcos fajones y lunetos, en tanto que el presbiterio lo hace con bóveda semiesférica sobre pechinas. En el exterior de estos templos conventuales femeninos se abre una amplia variedad de portadas que muestran en su diseño la evolución que va desde los sobrios postulados clasicistas de herencia manierista propios del siglo XVII, hasta el dinamismo barroco del XVIII. El componente manierista está todavía muy presente en la iglesia de Regina Coeli, de Sanlúcar de Barrameda, levantada en 1609 por Alonso de Vandelvira. Su única nave, de planta rectangular, se dispone en sentido paralelo a la calle y consta de cinco tramos separados mediante arcos fajones y cubiertos por bóveda de cañón con lunetos, al tiempo que a los pies se dispone doble coro, alto y bajo. Por su parte, el presbiterio se cubre con una bóveda vaída decorada con relieves geométricos de cartón recortado entre los que se inscriben tondos ovales y octogonales pintados con temas marianos y eucarísticos. Al exterior se abre un par de portadas gemelas, de diseño tardorrenacentista, que muestran esbeltas columnas pareadas de orden jónico que descansan en sendos pedestales y flanquean los dinteles del primer cuerpo. Sobre éste descansan hornacinas abiertas entre pilastras cajeadas y coronadas con frontón recto, en las que se albergan las figuras pétreas de la Virgen con el Niño y Santa Clara, flanqueadas por los escudos de la duquesa fundadora (Cruz Isidoro, 2001). Similares reminiscencias manieristas se advierten, en tierras sevillanas, en el convento de Santa Inés del Valle de Écija. El templo conventual, levantado entre 1622 y 1623, es de planta rectangular de una sola nave de cuatro tramos, antepresbiterio y capilla mayor. La nave y la capilla mayor muestran bóvedas de medio cañón con lunetos, en tanto que sobre el antepresbiterio descansa una bóveda semiesférica. La decoración de yeserías y los lienzos encastrados en ellas son producto de una reforma inmediatamente posterior a esos años. También a una reforma seiscentista corresponde la impronta estilística de la iglesia de las clarisas de Santa Isabel de los Ángeles en Ronda (Camacho, 1981:447448; Miró, 1987:274-276; Ramírez González, 2002:100-102). El templo original del siglo XVI fue muy reformado en el XVII y consta de la habitual nave única, techada ahora con bóvedas de aristas que ocultan a la armadura original de tradición mudéjar. Por su parte, la capilla mayor se cubre con bóveda semiesférica sobre pechinas, decorada con pinturas de los pontífices franciscanos (Sixto IV, Sixto V, Nicolás IV y Alejandro V) y vistosas ornamentaciones en yeso policromado a base de medallones simbólicos, columnillas salomónicas, bustos de santos y niños atlantes, entre carnosos acantos. Estos aparatosos programas ornamentales, de gran vistosidad, se encaminaban a crear espacios de lograda unidad estilística, por medio de la puesta en práctica del ideal barroco de la unión de las artes. Así los sencillos espacios arquitectónicos de planta de cajón se transmutan en unos fantásticos ámbitos a través de la sabia manipulación de los efectos de luces y sombres y la acumulación de elementos ornamentales (yeserías, pinturas murales, molduras, retablos, etc.) que buscan, en definitiva, la creación de un 26

escenario marcado por la emoción de lo santo ante la presencia de la Divinidad, representada por su parte en los elaborados programas iconográficos desplegados en los retablos con el concurso de las artes plásticas. Un buen ejemplo de estos despliegues ornamentales, que llegarán a su punto álgido en el siglo XVIII, lo constituye la iglesia de Santa Clara de Morón de la Frontera. Consta de nave única de planta rectangular articulada en cuatro tramos separados por pilastras. Se cubre con falsa bóveda de medio cañón con lunetos y arcos fajones, figurando en el presbiterio una bóveda semiesférica sobre pechinas recubierta con un programa pictórico al que más adelante nos referimos. En el exterior se abren dos portadas gemelas, labradas en piedra y constituidas por vanos adintelados flanqueados por gruesos estípites y rematados con frontones curvos y rotos en cuyo interior se cobijan remates mixtilíneos con relieves de ángeles adorando la custodia, en un caso, y el escudo de la orden franciscana, en el otro. Este desarrollo de la arquitectura barroca conventual alcanzó también buenas muestras en la Andalucía Oriental. En tierras malagueñas tenemos la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, de las clarisas de Vélez–Málaga. El templo actual es producto de una reconstrucción acometida en 1774, por lo que muestra rasgos del barroco tardío (Camacho, 1981:491-493). Consta de una nave de planta de cajón, cubierta con bóveda de cañón con lunetos y fajones, con molduras triangulares y mixtilíneas. Sobre el presbiterio descansa una bóveda semiesférica sobre pechinas decorada con rocallas, en tanto que la capilla mayor muestra una bóveda de cascarón dividida en gajos con gran profusión de elementos decorativos. En el lateral del templo la portada se abre a un pórtico de tres vanos de medio punto, sobre los que descansa una hornacina flanqueada por pilastras y grandes volutas en los extremos. El claustro conventual es el primitivo mudéjar, con doble arcada, la inferior con arcos de medio punto sobre columnas octogonales de ladrillo y la superior con arcos escarzanos sobre columnas toscanas (Aguilar, 1979:101-102 y 204-205). Otra buena muestra de la arquitectura conventual dieciochesca la constituye la iglesia del convento de Santa Clara de Almería (Fernández-Pastor-Pérez, 2006:153-154; Gil Albarracín, 1998:46-50; Torres Fernández, 2007:159-160). La tardía fundación del cenobio determinó la cronología avanzada del templo, que estaba en obras en 1719 y que vino a consagrarse en 1756. Sus trazas se deben al arquitecto granadino Simón López de Rojas, quien estuvo trabajando en ella, al menos, entre 1723 y 1729. En los exteriores destaca la portada principal, que constituye el mejor ejemplo de arquitectura barroca en su género que se conserva en Almería. Consta de dos cuerpos, de los cuales el inferior alberga una puerta bajo arco de medio punto encuadrada por una pareja de retropilastras y pilastras corintias que soportan un entablamento. Sobre este descansa el cuerpo superior, conformado por un pequeño templete rematado por frontón curvo que acoge en su interior un nicho avenerado con la imagen de la titular. El interior del templo consta de una nave de planta de cruz latina, con cabecera recta. Los muros se articulan por un ritmo de pilastras toscanas de fuste cajeado, sobre las que corre un entablamento de orden dórico. Las cubiertas consisten en bóvedas de cañón con arcos fajones y lunetos ciegos para los tramos de la nave, en tanto que sobre el crucero descansa una bóveda de media naranja sobre pechinas que arranca de un robusto anillo. En esta zona se concentra una rica decoración, que recubre las claves de los arcos torales, el anillo de la bóveda y sobre todo las pechinas.

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Por último, en tierras giennenses debemos citar la portada de la iglesia del convento de Santa Clara de Alcaudete. Es el único ejemplo de portada completa en piedra que existe en la provincia y se compone de dos cuerpos, articulados por columnas salomónicas. Se ha relacionado con la producción de Hurtado Izquierdo en Córdoba, aunque parece ser algo más temprana, del primer cuarto del siglo XVIII. El templo, de planta rectangular, se levantó entre los siglos XVI y XVII y ha sido muy restaurado a consecuencia de los daños sufridos en la Guerra Civil. b) La escultura: retablos e imaginería. En los conventos de clarisas, la escultura desempeña un papel de primer orden, no sólo por su protagonismo como referente visual en la celebración de la liturgia, sino también por ser vehículo de los programas iconográficos desplegados especialmente en el templo. La misión didáctica de la imagen religiosa, potenciada por el Concilio de Trento, estaba encaminada a mover a devoción y despertar la piedad de los fieles. El habitual repertorio iconográfico dedicado a los episodios de la vida de Cristo y la Virgen, como eje de la doctrina católica, se completaba en los conventos de clarisas con la exaltación de los santos vinculados a la orden franciscana. Así la presencia de San Francisco, como fundador de la orden en su rama masculina, y Santa Clara, de la femenina, era obligada, junto a la de otros santos y bienaventurados seráficos como San Buenaventura, San Diego, San Bernardino de Siena, Santa Isabel de Hungría, Santa Isabel de Portugal, etc. Esta rica iconografía se manifestaba tanto en imágenes exentas de bulto redondo como en los relieves integrados en retablos, componiendo un discurso que iba dirigido tanto a la propia comunidad que asistía a sus rezos diarios en el templo como a los fieles y devotos que frecuentaban estas iglesias conventuales al calor del fuerte peso que el franciscanismo ha ejercido en la religiosidad popular de estos siglos de la Edad Moderna (Chavero, 1994; Palomero, 1992:133-138). En la construcción de este aparato discursivo no podemos olvidar el protagonismo del retablo, que no limita su función a ser un receptáculo de esculturas y pinturas, sino que también se convierte en telón de fondo de las celebraciones litúrgicas. Así el diseño arquitectónico de estas máquinas de madera tallada, dorada y policromada, en su larga evolución marcada por la sucesión del renacimiento, el barroco salomónico, el barroco – estípite y sus epígonos rococó y neoclásico, otorgaba un ambiente de riqueza y suntuosidad a los sencillos espacios de estos templos, especialmente en el ámbito del presbiterio, que se convertía en un verdadero escenario teatral. Y esta teatralidad se podía completar con el recubrimiento de los restantes paramentos con otros retablos, hornacinas, templetes y pinturas, tanto en lienzo como mural, creando una acumulación de elementos que entretejían entre sí no sólo un elaborado discurso religioso, sino también una aparatosa y deslumbrante puesta en escena que ya hemos dicho hacía sentir al fiel la emoción de lo santo. Si bien los conventos de clarisas, especialmente en aquellas fundaciones generadas en la inicial expansión de la orden durante el Medievo, debieron contar con una mínima dotación de bienes artísticos, las renovaciones del patrimonio motivadas por las nuevas necesidades cultuales promovidas por la Contrarreforma e incentivadas por la sucesión de los diferentes estilos artísticos, acabaron provocando su sustitución por piezas de nueva factura. Así las pocas piezas medievales conservadas, dieron paso a una sucesiva renovación del contenido mueble a partir del Renacimiento, al compás del florecimiento de las escuelas escultóricas que se desarrollaron en los grandes focos 28

artísticos andaluces, especialmente Sevilla y Granada, que irradiaron como se sabe su influencia a sus respectivos ámbitos geográficos (Andalucía Occidental la primera y Oriental la segunda), sin perjuicio de las influencias recíprocas y trasvases de artistas entre las diferentes escuelas. Comenzando por el Renacimiento, hay que señalar que son pocas las piezas conservadas, escasez que quizás no hay que interpretar en el sentido de falta de promoción artística por parte de las clarisas andaluzas, sino más bien como fruto de la renovación patrimonial favorecida por la eclosión barroca. Entre las pocas piezas renacentistas ocupa un lugar excepcional el retablo mayor de Santa Isabel la Real de Granada, emplazado de forma muy original sobre una entreplanta a la que se accede por una escalinata monumental. Es obra de momento avanzado del siglo XVI, que se ha relacionado con el círculo de Bernabé de Gaviria y de Pablo de Rojas. Reformado en el siglo XVIII, constaba originalmente de banco, dos pisos más un pequeño ático y cinco calles y ático. La reforma dieciochesca introdujo un nicho en la calle central a modo de camarín, y un manifestador barroco que alteró de forma apreciable la estructura inicial. El programa iconográfico combina esculturas (imágenes de San Francisco, Santa Clara, el Calvario y relieves, atribuidos a Martín de Aranda, con escenas de la Circuncisión y Adoración de los Pastores) y pinturas de San Juan y Santa Isabel, muy manieristas. En el mismo templo se conservan otros retablos de tipología clasicista, pero ya del siglo XVII; uno es el de la capilla del Veinticuatro Pedro de la Calle, fechado en 1638, y el otro, ubicado a la izquierda de la escalera de acceso al presbiterio, contiene una serie de imágenes y reliquias vinculada con la devoción sacromontana (Gómez-Moreno Calera, 1989:228-229 y 2010:254–256 y 271; Gómez-Moreno/Pérez Roca, 2002:9–32). En cuanto a imaginería exenta, podemos citar, en las clarisas de Jaén, el Cristo del Bambú, obra de mediados del siglo XVI. Su denominación popular le viene del hecho de que llevaba unas cañas de bambú en la cruz. Su bella cabeza con corona tallada en amplio trenzado cae ladeada; el tórax ha sido trazado con prominente anatomía, en tanto que el paño de pureza, muy pegado al cuerpo, muestra sus extremos flotantes. Es imagen titular de la cofradía del Santísimo Cristo de las Misericordias y Nuestra Señora de las Lágrimas, conocida como de los Estudiantes y fundada en 1946. Excepcional resulta, por su función funeraria, el conjunto de sepulcros conservados en la iglesia de Santa Clara de Moguer, que contienen los enterramientos de los fundadores y sus descendientes, los Portocarrero, cuyas estatuas yacentes recuerdan las exequias de corpore in sepulto. Así el túmulo central (con las estatuas yacentes de Alonso Jofre Tenorio, su mujer Elvira y sus hijas Marina, Beatriz Enríquez, y Alonso Portocarrero, nieto del primero) y el sepulcro del lado del Evangelio (mausoleo de Pedro Portocarrero y su mujer Juana Cárdenas), de estilo gótico, se fechan en 1518, en tanto que el del lado de la Epístola (ocupado por Juan de Portocarrero y su mujer María Osorio), de estilo renacentista italiano, es obra de importación labrada por Gian Giacomo della Porta, con la colaboración de Giovanni María da Pasallo, a partir de 1549 (Estella, 1979:440-450). La escuela escultórica sevillana del Barroco tiene como se sabe uno de sus puntales en la obra de Juan Martínez Montañés, que recoge la herencia clasicista del Bajo Renacimiento para conducirla por la senda del nuevo naturalismo seiscentista. El prestigio del escultor, considerado como se sabe como el Dios de la madera, llevó a la comunidad de Santa Clara de Sevilla a encargarle el conjunto de los cinco retablos de 29

su iglesia, que de esta forma ha quedado convertida en un verdadero templo museo de Martínez Montañés, al tiempo que sirven de vehículo a un ciclo de esculturas y relieves que plantean un complejo programa iconográfico de exaltación de la espiritualidad franciscana (Chavero, 1998:51-89). El encargo consistió en la realización del gran retablo mayor y cuatro laterales, dedicados a San Francisco de Asís, a los Santos Juanes y a la Purísima Concepción (Palomero, 1983:404-406 y 414-415). El 6 de noviembre de 1611 Montañés concertaba el ensamblaje, escultura y talla del retablo mayor, del que otorgaba cartas de pago en 1622 y 1624. Como el propio escultor se comprometió seguidamente al dorado y policromía de la obra, sufrió un ruidoso pleito con Francisco Pacheco y el gremio de pintores, incidente que acabó solucionándose al encomendarse esta tarea al pintor Baltasar Quintero en 1623. La obra escultórica se ejecutaría entre 1621 y 1622. Su elegante diseño clasicista consta de banco, dos cuerpos de tres calles y ático, que se articulan por medio de columnas corintias de fuste acanalado en espiral. El total del conjunto se distribuye en tres frentes para adaptarse a la planta poligonal del ábside. En el banco, en sendas hornacinas del tabernáculo sacramental, figuran las esculturas de San Pedro y San Pablo. En el primer cuerpo preside la hornacina central la imagen de la Virgen del Rosario, procedente del interior de la clausura, flanqueada por las efigies de San Antonio de Padua y San Buenaventura en las entrecalles, en tanto que en los registros de las calles laterales extremas figuran los relieves de la imposición del hábito a la Santa fundadora y la bendición milagrosa del pan, planteados como equilibradas composiciones cuyas expresiones y ropajes obedecen a la tipología general del maestro. Por su parte, el segundo cuerpo está ocupado, en la hornacina central, por la serena y elegante escultura de la titular, Santa Clara, ejecutada por Juan de Remesal en 1629, que de acuerdo con su iconografía habitual, porta el ostensorio en las manos. Esta imagen sustituye al relieve original montañesino de Santa Clara acompañada por sus monjas, que se conserva en la clausura tras la reforma del retablo en 1722. La flanquean las imágenes de Santa Inés y Santa María Magdalena, en tanto que en los relieves de las calles laterales figuran los temas del Nacimiento de Cristo y la Anunciación de la Virgen. Remata el retablo el grupo escultórico de la Trinidad, compuesto de acuerdo con la iconografía postridentina: el Padre sostiene en sus brazos a Cristo Crucificado y sobre ellos vuela el Espíritu Santo (Halcón-Herrera-Recio, 2009:146-148; Hernández Díaz, 1985:76 y 1987:194–201; Martín González, 1983:147). Los retablos laterales, concebidos como tabernáculos de sobrio y armonioso diseño, constan de cuerpo único con hornacina para el titular y ático, y fueron ejecutados por Montañés y sus colaboradores entre 1625 y 1630. En el muro izquierdo figura, en primer lugar, el de la Inmaculada, imagen que aparte de representar un modelo iconográfico muy querido por la orden franciscana, supone el precedente inmediato de la Cieguecita catedralicia. El relieve del ático muestra la escena alegórica de los Tallos, de sentido inmaculista, obra de Francisco de Ocampo en 1633. Le sigue el retablo de San Juan Evangelista, presidido por una escultura del titular en la hornacina central, representado en actitud contemplativa, mirada alta, extática y con la mano en disposición de escribir en un libro abierto; en el ático figura el relieve de San Juan en la tina, en el ático, relacionado asimismo con Ocampo. El muro derecho de la nave está encabezado por el retablo de San Francisco, cuya imagen es obra de superior valor artístico, de bella y simple composición, en la que todas las líneas y volúmenes 30

convergen hacia la magnífica cabeza, de expresivo rostro que dirige su mirada escrutadora al Crucifijo que porta en la mano derecha. El ático alberga el relieve de la Estigmatización del Santo, realizado por algunos de los discípulos o continuadores del maestro. Por su parte, el retablo de San Juan Bautista muestra la imagen del titular, obra del taller montañesino, en tanto que el relieve del Bautismo de Cristo se atribuye a Francisco de Ocampo, también de hacia 1633 (Hernández Díaz, 1987:205–208; Martín Macías, 1983:100–103 y 151; Martín González, 1983:147-148). La línea barroca iniciada en la escultura sevillana por Montañés se intensifica de la mano de Juan de Mesa, a quien se atribuye la imagen de San Blas conservada en la iglesia de Santa Inés de Sevilla y procedente de la ermita del santo, que era propiedad del convento como herencia de la familia fundadora. Aunque no está documentada, su estilo es el propio de este autor, aparte de que se sabe documentalmente que Mesa fió en 1617 al pintor Blas Martín Silvestre para policromar el retablo de dicho santo en la citada iglesia, por lo que bien pudo el escultor ejecutar el titular. De acuerdo con su iconografía habitual, porta mitra y báculo y aparece en actitud de bendecir. Algunos de sus rasgos formales (exoftalmia ocular con parpados abultados, marcada hélice auricular y gran barba compacta) revelan la mano del escultor cordobés (Hernández Díaz, 1985: 89; V.V. A.A., 2006:148–150). Otra figura del barroco inicial, Francisco de Ocampo, ejecutó algunas producciones para las comunidades clarisas sevillanas. Así el 18 de marzo de 1604 se concertaba con Martínez Montañés para esculpir, con destino al convento de Santa Inés, un relieve con la historia de la Asunción de la Virgen, un medio relieve de Dios Padre y una imagen de Santa Clara. La santa, conservada en un retablo adosado a uno de los pilares del templo, muestra en su rostro la serenidad y atractivo místico característicos de la obra de Ocampo, al tiempo que un leve barroquismo sacude los paños de las vestimenta (Martín Macías, 1983:160–162). El mismo artista concertó el 6 de septiembre de 1628 y para el mismo templo la imagen de Santa Inés, que habría de formar parte del retablo mayor hecho por Diego López Bueno, hasta que esta estructura retablística fue sustituida por el actual dieciochesco (Martín Macías, 1983:99–100). La santa ofrece un rostro muy aniñado, pleno de encantos juveniles, cuya serena expresión contrasta con los minuciosos plegados de sus vestiduras (Martín Macías, 1983:166–167). Para el mismo conjunto el propio artista ejecutó un Crucificado, que con la sustitución del retablo en el siglo XVIII pasó a la Sala Capitular del cenobio y hoy se encuentra presidiendo el retablo de la Capilla de Profundis del mismo (Martín Macías, 1983:134–135; Ramos, 2010:493-499). Igualmente participó en la ejecución de este retablo mayor el escultor Juan de Remesal, quien en 1630 ejecutó varias esculturas (San Juan Bautista, San Antonio de Padua, San Juan Evangelista y San Pascual Bailón, aprovechadas en el actual), más un San Francisco emplazado hoy en un retablo lateral. También al citado Ocampo se le atribuye otro Crucificado que estuvo también en la Capilla de Profundis, del igualmente sevillano convento de Santa Clara y que pudo ejecutarse en torno a 1633, cuando Ocampo trabajaba en los retablos laterales del templo (Martín Macías, 1983:135–136). La fama de estos trabajos para las clarisas de Santa Inés debió llegar a la comunidad de Santa Clara de Córdoba, para la que en 1626 se compromete a realizar un San Francisco de Asís, que podría identificarse con el conservado en la iglesia de San Basilio, a donde debió pasar a raíz de la Desamortización (Martín Macías, 1983:173–174).

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Un avance más decidido en la senda del barroquismo lo representa la obra de Felipe de Ribas, quien finalizó en 1645 el retablo mayor de Santa Clara de Carmona. Su estructura arquitectónica consta de banco, dos cuerpos de tres calles y ático. Las diferentes hornacinas, encuadradas por columnas de fuste estriado y coronadas por frontones de variada tipología, acogen un programa de exaltación de la orden franciscana a través de las esculturas de San Francisco de Asís, San Buenaventura, San Juan Beltrán, San Juan de Capistrano, la Asunción, Santa Isabel de Hungría, Santa Isabel de Portugal y Santa Clara, que ocupa la hornacina principal (Dabrio, 1985). También es obra de Felipe de Ribas la escultura de San Antonio de Padua, emplazada en un retablo lateral. La segunda mitad del siglo XVII trae de la mano la definitiva eclosión barroca, gracias a la actividad de la figura de Pedro Roldán, cuyo impacto fue decisivo para la posterior evolución de la escultura no solo sevillana, sino de Andalucía Occidental en general. Aunque, como se sabe, alcanzó una destacada especialización en el campo de la imaginería procesional, también debió recibir encargos de ese sector de la clientela devota representado por las comunidades conventuales. En este sentido, se considera obra suya la interesante escultura de La visión apocalíptica de San Juan en Patmos, de Pedro Roldán, conservada en el convento de Santa Clara de Montilla y cuya cronología se ha fijado en torno a 1655. Esta pieza, de interesante iconografía, representa el preciso momento de la visión apocalíptica de la Mujer y el Dragón. La calidad de la talla es extraordinaria, con un tratamiento realista de rostro, manos y pies digno de la calidad de un maestro, al igual que sucede con el plegado de los paños, que, en su complicado juego de entrantes y salientes, otorga una sosegada sensación de plasticidad (Bellido, 2005:215-217). En el mismo convento se conservan otras piezas que se han relacionado con la producción roldanesca, como el San Juan Bautista Niño y dos bustos relicarios conservados en la capilla de clausura denominada del “Padre de Familias” (Dávila, 2008:106-109). La estética roldanesca fue continuada y desarrollada por su hija Luisa Roldán, más conocida como se sabe por su sobrenombre de La Roldana. Se le atribuye un San Francisco de Asís en el convento de Regina Coeli de Sanlúcar de Barrameda (V.V. A.A., 2007:190), que muestra rasgos característicos de su estilo, como la expresiva mirada, el gesto anhelante y el modelado del bigote que se curva levemente hacia arriba. En las clarisas de Nuestra Señora de Belén, de Antequera, se le atribuye un San Nicolás de Bari y un San José, procedentes ambas del primitivo convento de Santa Clara de la Paz, que la comunidad tuvo que abandonar a partir de la Desamortización. En el San Nicolás, la cabeza es la parte más expresiva de la pieza y la que la identifica como obra de la autora, en virtud del tratamiento de masas que transforma en una figura llena de vida y movimiento lo que en el modelo iconográfico original era un icono hierático y frontalizado. Por su parte, el San José se relaciona con la obra del periodo madrileño de la escultora y destaca en ella el tratamiento de los paños, con un barroquismo contenido pero magníficamente resuelto, y la configuración de la cabeza, de modelado valiente al tiempo que dulce (V.V. A.A., 2007:218 y 222). Por su parte, la actividad escultórica desarrollada en la Andalucía Oriental durante el Barroco tampoco se privó de dejar piezas de interés en los conventos de clarisas de la zona. Así a los hermanos García, que marcan con su obra en Granada la transición entre el Bajo Renacimiento y el Barroco inicial, se les atribuyen algunas piezas ejecutadas en barro cocido, técnica en la que se especializaron y con la que 32

consiguieron un personal estilo de acusado patetismo. Así se advierte en el busto de la Virgen del convento de los Ángeles y en el de Cristo, arrodillado y suplicante, del convento de Santa Isabel la Real. En la misma línea se les atribuyen algunos relieves, también de tema cristífero, en los conventos de Santa Inés y los Ángeles y otro pequeño en Santa Isabel la Real. Sin salir de la misma ciudad de la Alhambra, el naturalismo del primer barroco queda representado por la obra de Alonso de Mena, a quien se vincula una pequeña figura de San Juan Bautista en Santa Isabel la Real y una Inmaculada en el convento de la Encarnación. Pero sin duda alguna el mayor avance por la senda del barroco lo protagoniza Alonso Cano, uno de los astros de esta escuela granadina y que como es sabido desplegó una polifacética actividad como arquitecto, escultor y pintor, en las que deja buena muestra de su personal estilo marcado por la fusión entre la monumentalidad y solemnidad de raíz clasicista y la expresividad de los nuevos tiempos. Así se advierte en la Santa Clara del convento de la Encarnación de Granada, una de sus más delicadas obras, realizada en torno a 1656 y que puede considerarse una preciada joya, cuidada hasta en sus más mínimos detalles. Representada con la custodia en la mano derecha y el báculo de abadesa en la izquierda, viste manto hasta el suelo y cubre su cabeza con la toca monjil. Tallada en madera de cedro, ofrece un rostro de bella y serena expresión, al tiempo que la policromía del hábito, de finísimos estofados sobre oro, subraya sus finas y delicadas carnaciones (Hernández Díaz, 1985:156; Sánchez-Mesa, 2002:127). La herencia canesca es recogida por la posterior evolución de la escuela, que intensifica el barroquismo a través de la acentuación de la expresividad. Es el caso de autores como José de Mora, autor que expresa en su obra una religiosidad plenamente barroca que aflora en un tratamiento realista, dramático y atormentado, de los personajes. Así se advierte en algunas de sus producciones destinadas a los conventos de clarisas, como los patéticos bustos del Ecce Homo y la Dolorosa (modalidad iconográfica arquetípica de la escultura barroca granadina) del convento de Santa Isabel la Real y el San Benedicto del convento de la Encarnación. En el convento de Nuestra Señora de los Ángeles se le atribuyen las imágenes de San Francisco y Santa Clara, más una Santa Inés procedente del extinguido convento de su nombre. El siglo XVIII suavizará estos acentos dramáticos en beneficio de una expresividad más amable y sentimental de los temas, de acuerdo con la nueva orientación estética basada en la dulzura de las facciones y la blandura de modelado, al tiempo que los paños son sometidos a un virtuosista tratamiento de talla que insiste en los efectos de claroscuro con marcado sentido pictórico. Esta es la línea seguida por José Risueño, como se advierte en la escultura de Santa Teresa ejecutada para las clarisas de la Encarnación de Granada y el grupo de San Joaquín con la Virgen Niña del convento de Nuestra Señora de los Ángeles de la misma ciudad; y por Torcuato Ruiz del Peral en la vecina Guadix, en el repertorio conservado en el convento de Santiago. Y junto a la imaginería, no podemos olvidar la amplia presencia del retablo barroco en estos templos conventuales, tanto en su modalidad salomónica seiscentista como en la dieciochesca desarrollada bajo el signo formal del estípite. Buenos conjuntos de estas ensambladuras que aglutinan el diseño arquitectónico con el componente escultórico y pictórico, se conservan especialmente en la Andalucía occidental. Todavía de tipología manierista resulta el retablo mayor de Santa Clara de Moguer, ejecutado por Jerónimo Velázquez entre 1635 y 1640. Consta de banco, dos 33

cuerpos de tres calles y dos entrecalles, y ático. La fuerte influencia montañesina se advierte especialmente en el uso de las columnas corintias entorchadas que articulan las diferentes hornacinas, coronadas a su vez por frontones de diversa tipología, como triangulares, curvos y partidos. Otro retablo de marcado sello clasicista, fechable hacia 1630, es el mayor de Santa Inés del Valle de Écija, que obedece al esquema de arco de triunfo que cobija el manifestador y el sagrario, en tanto que por las hornacinas de las calles laterales figuran santos y santas de la orden franciscana. En el mismo templo ecijano se conserva otro retablo también de hacia 1630, dedicado a San Juan Bautista, que muestra relieves de la vida del santo en el intradós del arco y la escultura del titular en la hornacina central, considerada por Hernández Díaz como obra del granadino Alonso de Mena y fechable hacia 1630- 1632. En momento algo posterior, en torno a 1642, puede fecharse el retablo mayor de Santa Clara de Marchena, compuesto por banco, tres cuerpos y ático. Los cuerpos se separan por medio de columnas que alternan en altura los órdenes toscano, jónico y corintio. La calle central y las extremas rematan sus hornacinas por medio de frontones rotos y enrollados. Estos registros albergan esculturas y relieves distribuidos del siguiente modo: en la calle central, el Padre Eterno, el Crucificado, Santa Clara y la Virgen del Buen Suceso; en las calles laterales, los relieves de la Anunciación, la Adoración de los Pastores, la Adoración de los Magos y Santa Ana con la Virgen, más las esculturas de bulto de San Juan Bautista, San Juan Evangelista, San Rafael, San Antonio y San Francisco. Otros retablos seiscentistas se conservan en el convento de Regina Coeli de Sanlúcar de Barrameda, dedicados a la Virgen de Regla y a Santa Clara. El siglo XVIII, marcado por el arrollador triunfo del retablo de estípites, caracterizado por la disolución de las formas en un océano de prismas geométricos, movidas molduras y exuberante decoración que recubre la estructura tectónica, también dejó su huella en las iglesias conventuales de las clarisas andaluzas. Las antiguas ensambladuras seiscentistas fueron sustituidas en algunos casos por las nuevas máquinas dieciochescas. Ese fue el caso del convento sevillano de Santa Inés, donde el antiguo retablo de Ocampo fue sustituido por el ejecutado por José Fernando y Francisco José de Medinilla entre 1731 y 1748. Esta tipología de retablo mayor articulado por estípites hizo fortuna y acabó difundiéndose por otros cenobios franciscanos, tanto masculinos como femeninos. Así en Santa Clara de Morón de la Frontera encontramos el retablo mayor, del tercer cuarto del XVIII, compuesto por sotabanco, banco, un cuerpo de tres calles separadas por estípites y ático. En los laterales del primer cuerpo figuran San Francisco de Asís y San Antonio de Padua, en tanto que la calle central la ocupa la Inmaculada. Por su parte, el ático está presidido por un Crucificado, flanqueado por las esculturas de San Juan Evangelista y San Juan Bautista. La mayoría de los retablos laterales son también del XVIII y contienen las imágenes de Santa Clara, la Virgen con el Niño (flanqueada por San Francisco y Santo Domingo) y San José con el Niño. Esta modalidad retablística también se dejó sentir en el resto de la región, especialmente en la zona occidental, sobre la que el foco artístico sevillano ejerció como es de sobra conocido un papel rector de primer orden. En tierras gaditanas encontramos retablos de estípites en los conventos de Madre de Dios de Jerez de la Frontera (retablo mayor, obra anónima del siglo XVIII; retablos del coro bajo, debidos algunos de ellos al escultor local Andrés Benítez y al portugués Cayetano de Acosta) y Regina Coeli de Sanlúcar de Barrameda (retablo mayor y laterales). En Córdoba, el 34

desarrollo de estas máquinas de madera tallada, dorada y policromada dejó también buenas muestras en las iglesias de las clarisas. Así sucede en el convento de Santa Clara de Montilla, donde se admiran el exuberante retablo mayor –con las imágenes de San Francisco, Santa Clara, San Diego de Alcalá y San Francisco Solano–, los laterales del presbiterio, estos últimos obra de Gaspar Lorenzo de los Cobos en 1730, y los emplazados en la nave, dedicados a San Francisco y San Antonio (V. V. A. A., 1993:189192). En el mismo cenobio montillano ofrecen gran interés las pequeñas capillas abiertas en el claustro en el siglo XVII gracias a la iniciativa de la abadesa Sor Catalina de la Trinidad Fernández de Córdoba y reformadas posteriormente, de las que nos han llegado las dedicadas a Santa María del Portal –tradicionalmente conocida como de La Mismita-, Nuestra Señora de la Soledad, La Consolación en Egipto y la Concepción, ornadas con pequeños retablitos destinados a albergar bien esculturas o bien pinturas, según los casos, representativas de tales advocaciones (Bellido: 2009: 49 – 53). Más escasas, por las pérdidas patrimoniales de la Edad Contemporánea, son las muestras retablísticas en los conventos de la Andalucía Oriental. No obstante, se pueden citar algunas piezas, como el retablo mayor de Santa Clara de Loja, realizado en 1730 por Gregorio Salinas, o el mayor y colaterales de Santa Isabel de los Ángeles de Ronda, si bien han sufrido la destrucción de la imaginería original que ocupaba sus registros (Ramírez González, 2002:102-104). Aunque no han llegado a nuestros días, debieron ser obras de calidad los retablos contratados en 1759 por Juan de Dios Santaella y Roldán con el convento de Santa Clara de Martos (Ruiz Calvente, 2011:103105). c) Las expresiones pictóricas. La evolución de la pintura andaluza alcanzó en los conventos de clarisas andaluzas un desarrollo sensiblemente menor, si bien dejó algunas muestras de calidad que sobresalen entre un panorama dominado por la presencia de pintura devocional de tono menor destinada a la satisfacción de la religiosidad íntima y concentrada de estas comunidades conventuales. Ya las primeras fundaciones conventuales clarisas del Medievo confiaron el ornato de sus templos a la decoración pictórica, si bien son escasas las muestras que nos han llegado. Por ello resulta de excepcional interés el ciclo de pinturas murales conservadas en Santa Clara de Moguer. En la nave de la Epístola se contempla la figura de San Cristóbal, del último cuarto del siglo XV. En el intradós del primer arco lateral de la nave lateral izquierda figura la Santísima Trinidad, de la misma época. Y a los pies del templo, en el primer pilar de la arquería lateral izquierda, otra pintura representa una alegoría de la muerte. En el recinto del coro bajo, sus puertas de madera muestran escenas de la infancia y de la pasión y muerte de Cristo, también de fines del Cuatrocientos. En el siglo XVI continúa y se extiende la actividad de los pintores murales, si bien desafortunadamente nos han llegado diversas muestras fragmentarias en desigual estado de conservación, entre las que podemos destacar las de Santa Clara de Jaén, donde recubren el coro alto con escenas pasionistas; las de San Antonio de Baeza, donde se conservan algunos restos de escenas en recuadro con santos franciscanos y de otras órdenes (Serrano, 2010:264); y las de Nuestra Señora de Gracia de Vélez – Málaga, que representan a Santa Clara, San Bernardo y Jesús Nazareno. Y junto a los murales, debieron existir retablos pictóricos, que obedecerían al prototípico modelo del políptico de herencia gótica, que se fue adaptando 35

progresivamente a la llegada de las corrientes renacentistas, si bien nos han llegado piezas aisladas seguramente procedentes de estos conjuntos desmembrados. Así en Santa Inés de Sevilla se han integrado en un retablo recompuesto modernamente una serie de tablas de escuela flamenca de principios del siglo XVI que representan, en el banco, a San Blas, San Pedro, la Degollación del Bautista y el Martirio de San Sebastián, y las restantes la Asunción, la Anunciación, la Adoración de los Reyes, el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana, la Coronación de la Virgen, la Adoración de los Pastores, Pentecostés y Cristo Resucitado apareciéndose a la Virgen. Una más decidida adscripción renacentista muestra la pintura de San Roque, conservada en la iglesia de Santa Clara de la misma ciudad, que resulta atribuible a Hernando de Esturmio y fechable hacia 1555. Mucho más abundantes son las obras barrocas de los siglos XVII y XVIII, si bien como decimos en su generalidad no sobrepasan un discreto nivel artístico puesto al servicio de la contemplación devota de las religiosas. No obstante, entre este cúmulo de obras anónimas de tono menor brillan algunos conjuntos de interés, especialmente por su interés iconográfico como muestra de lo que se ha dado en denominar pintura programática, es decir, ciclos dedicados a narrar de forma ordenada y coherente determinados programas iconográficos, como pueden ser la vida de Cristo, de la Virgen, personajes ilustres de la orden franciscana u otros miembros del santoral que se convierten en los modelos de virtud que toda religiosa ha de seguir. Un excepcional ejemplo de este ciclo, todavía conservado in situ, lo constituye el conjunto conservado en la iglesia de Santa Clara de Carmona. Por los muros de la nave del templo se distribuyen dos series de pinturas que representan santas y arcángeles de tipo zurbaranesco, fechables en el último tercio del siglo XVII. Así en el lado izquierdo se reconoce a Santa Dorotea, Santa Cecilia, Santa Casilda, Santa Justa y Santa Águeda, en tanto que en el contrario aparecen Santa Rufina, Santa Catalina, Sana Marina, Santa Rosalía, Santa Lucía y Santa Bárbara. Constituyen un interesante ejemplo de este tipo de pintura programática, en este caso dedicada a la exaltación de los valores de la santidad femenina al que debían ajustar su vida las moradoras del cenobio. Para el mismo cenobio trabajó Juan de Valdés Leal (Valdivieso, 1988), pintando en 1653 un ciclo de escenas de la vida de la santa titular (Camón, 1978:594–595; Pérez Sánchez, 2010:370-371), hoy disperso entre la Colección March de Palma de Mallorca (La consagración de Santa Clara, La Profesión de Santa Clara y La muerte de Santa Clara) y el Ayuntamiento de Sevilla. Aquí se conservan el Ataque de los sarracenos al convento de San Damiano en Asís, de acentuado dinamismo de formas que da prueba de su estilo más desaforado, expresado en esa confusa masa de caballos y guerreros que se amontonan en primer término, dentro de una composición violentamente iluminada en la que aflora puro patetismo y tensión; y La procesión de Santa Clara con la custodia, de gran habilidad compositiva y variedad expresiva en las actitudes y rostros de las protagonistas, que componen un sobrio desfile de rostros fuertemente individualizados y movidos con habilidad, que sabe evitar la monotonía, estableciendo, a través de la mirada de una novicia casi niña, una cierta relación con el espectador. Al propio Valdés Leal se vincula un lienzo de la Santísima Trinidad conservado en la clausura de Santa Clara de Montilla, donde también se guarda una Sagrada Cena de Cornelio Schutl, recocido seguidor de la estética murillesca. Ambas piezas quizás ingresaran en el convento durante la prelatura de Sor Catalina Fernández de Córdoba (Bellido, 2005:217-221, y 2009:53–54). 36

El barroquismo de los siglos XVII y XVIII también contribuyó, con la aplicación de la pintura mural, a la renovación de la apariencia de estas iglesias conventuales, tanto recubriendo las viejas fábricas de las etapas gótica y renacentista, como formando parte del complemento decorativo de las nuevas construcciones vinculadas a las fundaciones de la etapa de la Contrarreforma. Un buen ejemplo de las reformas acometidas sobre estos herméticos espacios eclesiales de planta de cajón lo constituye el ciclo de pintura de la iglesia de Santa Clara de Loja, ejecutado por los pintores José y Vicente de Cieza probablemente entre 1683 y 1685. Los paramentos de la nave se rellenan con una serie de arquitecturas fingidas que sirven de encuadre a las escenas, repartidas en dos series o niveles superpuestos. La idea central del conjunto, consagrada a Santa Clara como fundadora de la Orden, es la exaltación de la figura de la Virgen María, tanto en sus episodios gloriosos como dolorosos, sin olvidar lógicamente a San Francisco y Santa Clara como santos fundadores de la orden seráfica en sus ramas masculina y femenina, respectivamente. Aquí se plantea pues un elaborado programa iconográfico que combina escenas de la vida de Cristo en las que la Madre tiene activa participación (Jesús entre los Doctores, Cristo camino del Calvario, Cristo Yacente), de la Virgen (Nacimiento de la Virgen, Anunciación, Desposorios, Visitación, Búsqueda de la posada en Belén, Adoración de los Reyes Magos, Huída a Egipto, Purificación, Muerte de San José, Coronación de la Virgen, Inmaculada), figuras angélicas (San Gabriel, San Rafael, San Miguel, San Uriel, San Jehudiel, San Sealtiel, San Baraquiel, Ángel de la Guarda), y la exaltación del santoral de la orden franciscana, a través de la representación de escenas de la vida de San Francisco y Santa Clara y otros bienaventurados como San Buenaventura (Castañeda, 2000:71-76 y 137-169; 2002:33-39). A Vicente de Cieza se vincula un lienzo de la Anunciación conservado en la iglesia del convento de la Encarnación de la capital granadina (Castañeda, 2000: 213-215). El sentido decorativista que adquirió el barroco del siglo XVIII potenció la utilización de este tipo de recubrimientos murales, que con su efectismo otorgaba una apariencia de suntuosidad, opulencia y dinamismo a unos espacios que tectónicamente eran simples volúmenes herméticos y que merced a esta decoración adquirían una nueva dimensión espacial. Y al mismo tiempo, como sucedía en la centuria anterior, la pintura mural aunaba su función decorativa con la propagandística al servir de soporte para programas iconográficos de exaltación de la orden franciscana. A eta época se vinculan las pinturas murales del coro bajo del convento de Santa Isabel de los Ángeles de Ronda, que completan dos ciclos iconográficos fundamentados en la Pasión de Jesús (Oración en el Huerto, Camino del Calvario y Exaltación Eucarística) y personajes celestiales vinculados a la orden seráfica, como San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, San Antonio de Padua y San Miguel Arcángel (Ramírez González, 2002: 109-112). Y en tierras sevillanas encontramos el caso del convento de Santa Clara de Morón de la Frontera, donde en la reforma sufrida por el templo entre 1791 y 1794 se levantaron las cubiertas de la nave, decorada con pinturas murales. Las de la media naranja del presbiterio muestran medallones entre nervios convergentes en la clave central de la bóveda, que contienen las representaciones de San Bernardino de Siena, San Buenaventura, San Francisco de Asís, Santa Clara, Santa Margarita de Cortona, San Antonio de Padua, el Beato Duns Escoto y la Venerable Son María de Jesús de Ágreda (Ruiz Ruiz, 2005:25–27).

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7. Aspectos de la vida religiosa y comunitaria. Una de las concepciones teológicas que más han influido en la vida de las monjas en general y por ello de las clarisas, es la consideración de las mismas como esposas de Cristo, sublimación del matrimonio, lo que llevaba aparejado la castidad y obediencia a Jesucristo, el esposo místico, la fidelidad y la identificación con él y sus representantes en la tierra, los superiores y superioras, y por la imitación de su vida de pobreza y obediencia. Este amor se expresaba en la oración verbal y silenciosa expresada en la liturgia de las horas canónicas. Ello no empece que se dieran trasgresiones en el terreno de la castidad y de la obediencia, situaciones que en general fueron castigadas. La religiosidad no puede entenderse sin la aceptación de la capacidad de los seres sagrados para obrar hechos portentosos o “milagros” que escapan a la explicación humana. Estos milagros que tienen que ver fundamentalmente con la salud pero que afectan a otros muchos hechos de la vida, constituyeron un acicate para que las propias monjas y los creyentes se acercaran a imágenes y personas capaces de realizar estos hechos maravillosos. Ello suponía que los conventos favorecidos tuvieran ingresos extraordinarios producto de las limosnas, lo que redundaba en una economía más saneada de los mismos, a ello debía de contribuir la aureola de santidad de que han gozado los franciscanos y franciscanas a lo largo de la historia, aunque no fue exclusiva de esta orden (Graña, 1995:201). A esta situación contribuían igualmente las visiones maravillosas y místicas que algunas monjas decían sentir y vivir 65. Los santos que mayor devoción despertaban entre las clarisas eran sin duda los santos fundadores de la orden, san Francisco y Santa Clara, seguidos de las reformadoras si alcanzaban la santidad, caso de Santa Coleta, y San Antonio de Padua, el santo franciscano más popular en toda Europa. El concepto de esposa mística previsiblemente esta unido a la renuncia al matrimonio y por ende a la maternidad. Esta unión mística de la religiosa con Dios, expresada en el arte por ejemplos de desposorios míticas experimentado por santa mística como santa Catalina de Alejandría o santa Inés, se ritualizó en la práctica mediante al culto al Niño Jesús, de tal forma que cada monja disponía de una estas imágenes que cuidaban y vestían de acuerdo con los colores del calendario litúrgico. La virgen María en su advocación de Inmaculada Concepción, de la que los franciscanos fueron los paladines, estaba presente también en las aspiraciones espirituales de las clarisas. Gozaban también de gran preeminencia las titulares de los conventos, aunque esto no es una regla general, y ciertas imágenes de devoción local. Ello se deduce de su presencia en los retablos mayores y menores de las iglesias conventuales. La vida comunitaria discurría en el convento o monasterio de las ciudades grandes y pequeñas y aunque en principio la fundación se hizo sobre la base de un solar o una casa familiar, el propósito era conseguir un espacio amplio y suficiente para llevar con comodidad la vida de clausura. Así a los pequeños y destartalados conventos medievales –caserones laberínticos- en la Edad Moderna se organizaron y estructuraron mejor y se situaron cuando ello les fue posible, en el centro de las poblaciones, nunca extramuros por razones de seguridad. La iglesia conventual 65

Son numerosos los relatos de monjas que han llegado hasta nosotros en los que han dejado testimonio de esta relación frecuente y personal con Jesús como experiencias místicas, tal es el caso del editado y estudiado por Antonio Gil Albarracín, escrito por sor Joaquina María del Carmen Serrano y Talens (Gérgal, 1747-Almería, 1805) clarisa descalza del convento de la Encarnación de Almería (2006).

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cumplía la doble función de aislar el convento por altos y gruesos muros y aceptar la presencia del pueblo en los cultos sin quebrantar la clausura (Alférez, 2004:960). En general las iglesias conventuales de monjas son bastante más reducidas que las de los frailes que en ocasiones tienen más amplitud que las propias parroquias, para así poder ofrecer los servicios religiosos, especialmente la predicación, a una población más amplia. En las capillas de las clausuras femeninas el coro bajo ocupa un lugar central para la comunidad tras las rejas de la clausura. Las iglesias de los cenobios femeninos no albergaban hermandades y cofradías, cuya actividad entraba en oposición a la clausura, e igualmente tampoco ofrecían enterramientos de forma general, salvo con los patronos. 8. Reflexiones finales La vida en los conventos o monasterios de monjas, sería una redundancia decir de clausura, en líneas generales tenía muchos puntos coincidentes a pesar de las diferentes órdenes y reglas, de ahí que el común de la población que desconocía sus reglas las homologaba. La clausura era determinante, exteriormente eran vistas como mujeres encerradas y comunicadas con el exterior a través del torno. Solo los nombres de los conventos, frecuentemente bautizados popularmente con un sobrenombre, los diferenciaba: referidos a la fundadora o los santos titulares del cenobio, pero también por alguna circunstancia, -como el caso de las clarisas de Jaén, llamadas bernardas porque la primera intención del fundador fue crear un conventos cisterciense-, o por algún signo externo como la descalcez, o por elementos geográficos o toponímicos. Esta situación debía ser más clara en aquellas villas en donde solo hubiese un convento femenino. En estos casos la toponimia ha conservado nombres como calle o callejón de las monjas que localiza aún hoy a los conventos. Los monasterios de clarisas son los más antiguos de los monasterios femeninos de las villas y ciudades de Andalucía en los antiguos reinos de Jaén, Sevilla y Córdoba, fundados a los pocos años de la conquista cristiana y por decisión real. También lo serán por decisión de los Reyes Católicos en unas pocas ciudades en el antiguo reino de Granada, como parte de la política de aculturación, cristianización y castellanización del reino islámico. Serán muy numerosos en el valle del Guadalquivir pues se fundaron en numerosas villas y ciudades desde los siglos XIII al XV, acción que se intensificará en los siglos XVI y XVII en poblaciones menores, llegando a crearse en las grandes ciudades dos y hasta tres nuevos monasterios de clarisas. Casi todos, salvo en los casos en donde había dos o más, estaban puestos bajo la advocación de Santa Clara y algunos bajo la de Santa Inés. Estos siguieron, unos la primera regla de Santa Clara, otros la reforma de Santa Coleta y la mayoría la regla de Urbano IV o urbanistas, aunque esto no siempre queda claro en la documentación. Resulta llamativo el cambio de rumbo a que se refiere la encuesta de referencia, realizada en los años 50 del pasado siglo (Castro y Castro, 1989:81-82). Con posterioridad a la encuesta se ha producido una profunda crisis de vocaciones, lo que ha llevado a numerosos monasterios a su extinción en unos casos y en otros a nutrirse de postulantas procedentes de países del tercer mundo (África, América y Asia), constituyendo en la actualidad este colectivo el conjunto más numeroso, joven y activo de las comunidades. Esto quiere decir que pronto, y son intuiciones que tienen fundamento en observaciones personales, veremos los viejos conventos femeninos 39

dirigidos por mujeres que no pertenecen a la tradición cultural occidental, lo que sin duda traerá profundos cambios en la vida comunitaria e, inevitablemente, las reglas tendrán que ser modificadas o simplemente serán reinterpretadas. Las reglas y las constituciones han sido adaptadas a las realidades socioculturales y han sido reinterpretadas a la luz de estas realidades, lo contrario, su seguimiento al pie de la letra sería una forma de fundamentalismo. La decisión de dar entrada a mujeres de otras sociedades y culturas ha salvado de la extinción a numerosos conventos pero éstos, no volverán a ser los mismos. Piensen que la clausura, la rigidez de las normas y la falta de libertad no siempre forman parte de los valores culturales de las nuevas profesas. En todo caso, hemos de considerar que mientras las monjas se surten y suplen sus bajas con mujeres jóvenes de países del tercer mundo, lo que permite mantener abiertos sus conventos, los cenobios masculinos agudizan su crisis por no usar esta vía, aunque previsiblemente estemos ante un problema de género y el claustro tenga un significado muy distinto para hombres y mujeres en estos países. Bibliografía AGUILAR GARCÍA, M. D.: Málaga mudéjar. Arquitectura religiosa y civil. Universidad de Málaga, 1979. _______________________: “Transformaciones en el solar del convento de Santa Clara de Málaga”, Boletín de Arte nº 4-5 (1984), págs. 189-210. AGUILAR PRIEGO, Rafael: “La capilla mayor del convento de Santa Isabel de los Ángeles. Pedro Roldán”, Boletín de la Real Academia de Córdoba nº 71 (1954), págs. 190-211. AGUILERA CASTRO, M. C.: “Monasterios y conventos en la Córdoba bajomedieval. Análisis fundacional”, Arte, Arqueología e Historia, nº 7 (Córdoba, 2000), págs. 103-110. _________________________: “El antiguo convento de Santa Clara de Córdoba. Fundación y patrimonio al final de la Edad Media”, Arte, Arqueología e Historia, nº 8 (Córdoba, 2001), págs. 149-154. __________________________: “El patrimonio económico de las fundaciones franciscanas en la Córdoba bajomedieval”, en VI Curso de Verano El Franciscanismo en Andalucía. CajaSur, Córdoba, 2002. __________________________: “Franciscanismo en la Córdoba bajomedieval: explotación inmobiliaria”, Arte, Arqueología e Historia, nº 9 (Córdoba, 2002), págs. 162-166. __________________________: “Formación patrimonial en las comunidades franciscanas de la Córdoba bajomedieval”, Arte, Arqueología e Historia, nº 10 (Córdoba, 2003), págs. 167170. ALDEA VAQUERO, Q. –MARÍN MARTÍNEZ, T. –VIVES GATELL, J.: Diccionario de Historia Eclesiástica de España. (5 vols.). Instituto Enrique Flórez, Madrid, 1972 – 1987. [Voz “Clarisas”] ALFÉREZ MOLINA, C.: “Financiación y litigio en los conventos del Priego barroco: las donaciones de las profesas del convento de Santa Clara”, en Actas del Simposium La clausura femenina en España, vol. II. Estudios Superiores del Escorial, San Lorenzo del Escorial, 2004. ALMANSA MORENO, J. M.: Pintura mural del Renacimiento en el Reino de Jaén. Instituto de Estudios Giennenses, Jaén, 2008. ALMANSA SEGURA, R.: “El monasterio de San Juan de la Penitencia de Cazorla de monjas de Santa Clara”, en PELÁEZ DEL ROSAL, M. (Dir.): VII Curso de Verano El Franciscanismo en Andalucía. El arte franciscano en las catedrales andaluzas. CajaSur, Córdoba, 2003. ÁLVAREZ DEL CASTILLO, M. A.: “Datos para la fundación del convento de la Concepción de Guadix, orden de Santa Clara”, en Actas del I Coloquio de Historia V Centenario de la 40

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