LAS AGROCIUDADES EN ANDALUCÍA

June 19, 2017 | Autor: S. Rodríguez-Becerra | Categoría: Ethos, Modos De Vida Urbanos, Andalucía, Agrociudad
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LAS AGROCIUDADES EN ANDALUCÍA 1

Salvador Rodríguez Becerra Universidad de Sevilla

La hipótesis que vamos a defender sostiene que en Andalucía y en otras comunidades autónomas de la España seca ha existido históricamente una vida urbana, un ethos urbano centrado en los comúnmente llamados pueblos, desde la romanización y hasta el siglo XIX en que esta forma de vida urbana se degradó como consecuencia de la centralización políticoadministrativa del Estado y de la creación de las provincias. En el último tercio del silgo XX estas formas urbanas ha renacido y se han afianzado. Generalmente se aceptan como agro-ciudades entidades de población de más de diez mil habitantes; nosotros defendemos que esta cifra hay que rebajarla sensiblemente y ampliarla a otros muchos de nuestros pueblos. Una cuestión previa: en el vocabulario de las ciencias sociales somos deudores de la lengua inglesa y así los términos: village o small village, town, rural town o agro-town, city o big city no tienen equivalentes claros o al menos no los usamos de la misma manera. La primera refiere a un lugar pequeño que puede ser el equivalente a una aldea o cortijada entre nosotros; town ofrece una gama tan amplia que incluye desde los lugares hasta las ciudades; la city es equivalente a ciudad o gran ciudad. Y es que los términos del poblamiento están cargados de sentido semántico que cambian en razón del medio geográfico, la experiencia histórica, así como de las circunstancias socioeconómicas y medioambientales, y no es válida una sola definición para todas las sociedades ni para todos los tiempos. Entiendo en este texto que la referencia a agrociudades en Andalucía refiere a los pueblos y ciudades medias, sin que podamos precisar el tamaño mínimo, pero al menos con cinco mil habitantes ya disponen de los elementos que caracterizan a este tipo de poblaciones, y aunque el tamaño de las mismas no sea el único factor definitorio, es una variable importante. Pudiéramos decir que Andalucía es una región de agrociudades o pueblos con vida urbana, donde el 40% de la población vive en núcleos de entre 2.000 y 30.000 habitantes. El término agro-ciudad forma parte del título de la tesis de H. Driessen : “Agrotown and Urban ethos” (Tesis leída en la Universidad de Nimega en 1981), a quien este texto es deudor de varias ideas , y ha sido utilizado por otros antropólogos y sociólogos extranjeros que han trabajado en Andalucía, tales como Gregory, Gilmore, López Casero y otros. El contexto histórico Históricamente ha existido la distinción jurídica entre lugares, villas y ciudades, distinción que aún hoy se mantiene a efectos de tratamiento y protocolo, aunque sin repercusiones administrativas. Hasta 1833 en que se crearon las provincias, la ciudad era el 1

Presentado en la mesa redonda dedicada a las agrociudades en las “IX Jornadas de Etnología de Andalucía” celebradas en Úbeda en 1999

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referente administrativo más importante y que estructuraba el territorio; algunas ciudades extendían su alfoz o término hasta cientos de kilómetros, aunque esto no era lo más frecuente, y su cabildo ejercía funciones de gobierno, hacienda y justicia sobre numerosas entidades de población menores y castillos y fortalezas. Las villas y sus cabildos disfrutaban de autonomía política, económica y de justicia, especialmente si eran de realengo; estos derechos estaban recogidos en sus fueron y cartas fundacionales. La división provincial del siglo XIX introdujo una fractura en el sistema de ciudades existente desde la época romana, tiempos medievales y antiguo régimen. A partir de entonces dejaron de existir sociológicamente las ciudades que no fueron designadas capitales de provincia y el imaginario colectivo se creó la división dual de capitales y pueblos. La ciudad capital dio nombre a la provincia y se convirtió en el principal referente en el resto de España; simultáneamente se restaron competencias a los municipios que se concentraron en las diputaciones provinciales y en otros órganos de a nivel del Estado, cuyo representante directo en la provincia fue el gobernador civil, figura recientemente desaparecida y sustituida por el subdelegado del gobierno y el delegado del gobierno para toda la comunidad autónoma. La distinción en las villas y ciudades entre la vida intramuros -la cerca o muralla en las ciudades y ciertas villas perduró hasta el siglo XIX- y el campo que ya existía probablemente desde la época romana, permaneció tras la conquista cristiana; en los pueblos se creó un estilo de vida urbana mantenida por el clero y la pequeña nobleza, puesto que la nobleza titulada, donde existía, era abstencionista, basado en su superior estatus jurídico, que los situaba por encima de la mayoría plebeya, en la propiedad de la tierra, en la exención de impuestos, en el desempeño de cargos, en los honores, en la exclusión de los trabajos manuales y en el dominio de las instituciones locales. Su situación los convertía en intermediarios entre el pueblo y los centros de poder de la gran ciudad, de cuyos valores y actitudes eran los representantes en la localidad. Clérigos y nobles conocían los instrumentos de poder: la escritura, las leyes, los modos, el saber estar, el estilo. ¡Cuántas veces nos han manifestado nuestros informantes que ellos no sabían presentarse y no sabían expresarse! Pues aunque los campesinos no podían alcanzar los códigos de comportamiento de la élite, se identificaban con ellos y tratan de imitarlos: copiaban la vida urbana en las formas de vestir, en la decoración de sus casas, -en las que no faltaba una portada y, a veces, un escudo de armas-, educaban a sus hijos en los colegios de religiosos de la ciudad. Recordemos que la ley reservó a la nobleza -caballeros e hidalgos- al menos el 50% de los cargos de gobierno en los cabildos, y estos cargos se hicieron vitalicios al ser comprados a perpetuidad en la época de los Austrias, y que los vicarios eran un verdadero poder fáctico y jurídico al ser jueces de tribunales eclesiásticos con amplias competencias sobre la vida de las gentes de estas poblaciones. Esta vida urbana durante el Antiguo Régimen se fundamentaba en la existencia de un amplio abanico de oficios públicos remunerados que en una población de menos de 5000 habitantes alcanzaba hasta cerca de treinta en los que se incluían corregidor, alcaldes ordinarios, alcaldes de la Hermandad, regidores, fieles ejecutores, alguaciles, etc. El urbanismo en Andalucía El poblamiento disperso ha sido muy débil en gran parte de Andalucía y actualmente es casi inexistente; el poblamiento concentrado es el característico de Andalucía. El pueblo, 2

expresión de este tipo de hábitat, se sitúa entre el cortijo y la ciudad capital, y se caracteriza porque las casas se suceden sin solución de continuidad, apoyándose unas en otras, con paredes medianeras y ofreciendo como fachada uno de los muros de carga de la primera crujía, formando calles longitudinales y algunos adarves. El caserío aparece arracimado en torno a la plaza, en muchos casos la única, en la que se sitúan la iglesia, el ayuntamiento, el casino y, desde luego, algún bar o taberna. Estos pueblos, surgidos en un alto porcentaje, como respuesta a las necesidades de defensa del pasado, se han ido desparramando por las laderas de los cerros creando calles siguiendo las curvas de nivel o buscando el llano, abandonando la zona fortificada. Esto pone de manifiesto la importancia de la historia en la conformación de los pueblos, hecho que ya puso de manifiesto J. Caro Baroja en un trabajo pionero (Caro, 1954) Los límites del pueblo fueron durante mucho tiempo las murallas que lo separaban claramente del campo que lo rodea, el ejido y el rodeo, más tarde, ya en el siglo XIX, serán las tapias del cementerio las que establezcan este límite. En el interior, se afianzó la vida urbana, compacta, con relaciones tan intensas que solo en el interior de las casas, casi totalmente cerradas al exterior, se permite la privacidad. Las antiguas murallas en unos casos y las tapias traseras de las casas formaban un muro defensivo que proporciona seguridad y a la vez establece un control social y moral muy fuerte, y una fuerte endogamia ¡siempre te está viendo alguien! Vivir con policía, es decir vivir conforme a las normas aceptadas y/o impuestas pero, en cualquier caso, interiorizadas. El pueblo se sitúa entre el cortijo, término genérico y el más comprensivo para las viviendas aisladas en Andalucía, que no permite la vida social y la ciudad capital que la excede, de tal manera que se evita. El pueblo representa la buena vida, la ciudad la mala vida, el cortijo -el campo- la vida casi animal. La salud y la tranquilidad frente al estrés y los peligros de la ciudad. “Aquí sí que se está tranquilo, aquí se que se está bien; en Sevilla sí que hace calor”, con esta fases me saludan los paisanos de Zahara de la Sierra, cada vez que me los encuentro. En este sentido es semejante el concepto de “alegre” adjudicado a la ciudad entre los mayas guatemaltecos en comparación con sus aldeas o viviendas aisladas junto a la milpa. El pueblo es la expresión más clara de la identidad social para un individuo; la persona, el parentesco, la clase, quedan de alguna manera subsumidos con frecuencia en el paisanaje, la pertenencia a un pueblo. En los pueblos no hay ghetos ni segregación, los trabajadores viven en todos los barrios y sectores del pueblo, aunque predominen en algunos, por ello es difícil evitar la relación, pues hay que usar los mismos espacios. También los hay reservados, como los casinos, en donde no es necesario ningún control para evitar que nadie entre, si no se pertenece a él, es decir, si no se pertenece a la clase a la que está adscrito el casino. (Driessen, 1981:457). Los sentimientos de identidad local unidos a los intereses materiales de los jornaleros se han contrapuesto con frecuencia a la solidaridad de clases y a la acción unitaria de los trabajadores. Recuérdese que muchos de los sucesos más lamentables de la guerra civil de 1936-39, como fueron los asesinatos y quemas de imágenes, frecuentemente eran realizados por personas ajenas a la localidad (Driessen, 1981:456). El tamaño de la población se ha usado como principal variable en la determinación del grado de urbanismo y se ha usado también como dato crucial en la explicación del conflicto social, fenómeno históricamente dado en muchas agro-ciudades: éste era más intenso en los pueblos grandes que en los pequeños, entre otras razones por el absentismo de 3

los propietarios, pero también por el sistema de distribución de la tierra. Otras variables sociales a tener en cuenta para comprender la estructura social de una de estas poblaciones y su grado de urbanismo son: la relación con la ciudad, la situación que favorece la intensidad de comunicación con el exterior, la historia, las bases económicas (agrícola, minera, pesquera, industrial, mixta, etc.) y la situación medioambiental. La presencia de las hermandades también se puede dar como característica de la vida urbana, pues llena la vida pública y cumplía una serie de funciones de cohesión social, sociabilidad e identidad, a través de la competición interna que da más realce y acentúa el sentimiento de pertenencia, enriquece la vida social y el sentido de pueblo por la masiva presencia del público. Las hermandades, y en general las fiestas -como hemos dicho en otra parte al establecer el listón entre pueblos y otras entidades- son otro dato que marca la abismal diferencia entre el pueblo y el campo. Porque todos estos actos, rituales y fiestas crean el llamado “ambiente”, que es una característica urbana. Por contraposición, la vida en el cortijo, es el signo más claro de la ruralidad, del campo en contraposición al pueblo, y así eran considerados por los habitantes de los pueblos. En los cortijos, no se valoraba la limpieza como en los pueblos, tampoco la educación e instrucción, la estructura y mantenimiento de la casa; así, la puerta principal abre directamente a la sala, en oposición a las viviendas de la villa que tiene siempre un zaguán que oculta la intimidad de la casa; esta carencia se consideraba un signo de primitivismo. Esto no es válido para las haciendas y cortijos de los grandes señores, pues aquellos no son sino el trasplante de la vida urbana al campo. Moralmente, incluso, también eran considerados primitivos y así eran explicables ciertos comportamientos morales anormales y siempre censurables en los urbanos, tales como relaciones incestuosas, animalismo, y en general el rechazo de las jóvenes a aceptar pretendientes entre los cortijeros. En síntesis, en los pueblos a diferencia de los cortijos, se dan toda una serie de detalles que denotan la existencia de un sentimiento de ethos urbano, que progresivamente ha ido apareciendo en los pueblos: medidas sanitarias (alejamiento de cementerios, mataderos y animales), escuelas públicas, bibliotecas, bandas municipales, transformación de las fachadas de las viviendas, etc., “civilizar” el espacio público (Driessen, 1981:196-199). Los habitantes de los pueblos utilizan la frase “tener cultura”, concepto que para ellos incluye sentimientos e ideas acerca del modo de vida urbana, como en otras tantas sociedades mediterráneas, e incluye tanto la educación como la instrucción, un buen comportamiento moral y cívico, buenas maneras, hablar con soltura, buena presencia, sentido del honor y de la vergüenza, tener una sola cara, saber llevar una conversación, ser formal y tener buenas relaciones en el exterior. Todo esto se puede adquirir pero se confía mucho en la herencia. Esta concepción de la cultura sirve para separarse los del pueblo de los de campo. El fin de la ruralidad Durante el franquismo se han producido fenómenos económicos como la industrialización que ha afectado muy tenuemente en Andalucía, la emigración a los núcleos industriales de España y el extranjero, la mecanización agraria, el turismo masivo, que con su secuela de construcciones y servicios ha afectado a una importante población dada la extensa costa de Andalucía; todo esto ha provocado entre, otras cosas, que las relaciones patrón-cliente, propias de la agricultura, han disminuido grandemente; esto podría probarse con un estudio de las relaciones de compadrazgo en las últimas décadas. Por otra parte la 4

espera en la plaza para ser contratado por el manigero para las faenas agrícolas es ya historia pasada. En los últimos años se ha pasado de comunidades cerradas y aisladas a comunidades abiertas. Las comunicaciones y los sistemas de información de todo tipo, la apertura de los mercados, la generalización de la enseñanza, han acabado con la vida rural. Pertenecen ya a la historia, los textos de los inspectores escolares que a principios de siglo, y en el cumplimiento de su misión visitaban las escuelas a lomos de caballerías. Esta nueva situación se caracteriza por los siguientes datos: 1. El parentesco, instrumento de supervivencia, declina frente al surgimiento de las relaciones de amistad entre iguales. Igualmente ha ocurrido con el sistema de compadrazgo, los pequeños campesinos y jornaleros ya no buscan al gran propietario para establecer lazos de parentesco a través del bautismo, sino que prefieren a los familiares y más recientemente a los amigos. La endogamia de localidad ha cedido ante los movimientos de la población y la facilidad en los desplazamientos. 2. Las relaciones de dependencia entre terratenientes (empleadores) y jornaleros (empleados) no existe o está muy debilitada. Los terratenientes, o han emigrado o han transformado las fincas, y en cualquier caso han dejado de ser los principales y en determinados omentos los únicos empleadores. Han surgido otros empleadores con características y relaciones muy diferentes: empresarios, ayuntamientos, instituciones autonómicas, etc. Todo ello ha hecho que el mantenimiento de la integración de las comunidades, que en otros tiempos se mantenía por el control del estado y sus fuerzas de represión, ahora se fundamentan en la convivencia y la negociación. (Driessen, 1981:457)

Unas notas metodológicas como conclusión Es necesario integrar las evidencias históricas en la antropología para tratar de detectar las estructuras en el paso del tiempo, metodología que siguió Driessen en su trabajo, porque como el mismo dice: “La antropología andaluza ha fallado en examinar los cambios estructurales de las comunidades a través del tiempo”, así como no ha prestado la atención necesaria a la ciudad, cuando ésta condiciona la vida económica y política de los pueblos (Driessen, 1981: 453, 460) El núcleo urbano constituye el compendio histórico y cultural de una comunidad social que ha vivido en ella durante generaciones, y por tanto, se debe aprender a leer culturalmente. Asimismo, parece adecuado poner en valor el patrimonio de los pueblos, tanto para el disfrute de sus habitantes como por las posibilidades de utilización como bien de uso para el turismo. Los cambios socioeconómicos de los últimos años han provocado que la concepción de los pueblos andaluces como unidades sociales caracterizadas por un alto grado de cohesión, posición que defendiera Pitt-Rivers para los años 50, frente a los que enfatizaron el conflicto de clases sea, paradójicamente, válida en la actualidad. 5

Bibliografía Caro Baroja, J.: Las ‘Nuevas poblaciones’ de Sierra Morena y Andalucía. Un experimento social en tiempos de Carlos III. Clavileño, 18:52-64, 1952 (1993) Caro Baroja, J.: Pueblos andaluces. Clavileño, 26:63-75, 1954 (1993) Domínguez Ortiz, A.: Andalucía ayer y hoy. Editorial Planeta. Barcelona, 1983 Driessen, H.: Agro-town and urban ethos in Andalusia. Universidad de Nimega, 1981 Driessen, H.: Anthropologist in Andalusia: The use of Comparison and History. Man (NS), 16-3: 451-462, 1981 López Casero, F.: La agrociudad mediterránea. Ministerio de Agricultura. Madrid, 1989 Pitt-Rivers, J. A.: Un pueblo de la Sierra: Grazalema. Alianza Universidad. Madrid, 1989 (1971)

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