“La vuelta del perro con boquitas negras.” 80grados, 27 Dec. 2014, http://www.80grados.net/la-vuelta-del-perro-con-boquitas-negras/.

September 23, 2017 | Autor: Carmen Rabell | Categoría: Memory, Elderly People, Mild Cognitive Impairment, Dementia, Alzheimer's disease
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por Carmen Rabell | 27 de Diciembre de 2014 | 7:58 am – 0 Comments

La vuelta del perro con boquitas negras

Recuerda su nombre (Secundina Reyes García) y su fecha de nacimiento (20 de febrero de 1930), pero le contesta a la doctora que estamos en 1938. Reconoce a sus hijos y nietos, pero somos figurines del futuro en el sueño de una niña de ocho años. El presente es volátil, el pasado está firmemente grabado en el trizado espejo de su memoria. En julio de 2014, tras una tromboflebitis, un corazón que funciona en menos de un 40% y años de seguir una dieta rigurosa contra la diabetes, la madre agoniza en la cama de un hospital. Se alegra cuando entran en su cuarto los figurines de cartón que una vez vistiera con trajecitos de papel, a los 8 años, transformados en holograma tridimensional de tela, hilo, aguja, piel y sangre. La familia, tejida por el patrón original que diseña una futura costurera, vive en el 2014. Ella nos reconoce con la alegría de una niña de los años 30. Carla y yo aterrizamos en la cuarta semana de julio de 2014 en el Aeropuerto Luis Muñoz Marín: del avión directito al hospital Auxilio Mutuo. Tres semanas en el Archivo de Indias de Sevilla, un congreso en Venecia, varias visitas por el país de los abuelos paternos de Jaime, pasada rapidísima por el sur de Francia y Barcelona (a ver la casa del tío Salvio Rabell con la prima Carmen Viola), para volver a Madrid y San Juan. Mi hija Carla Giordano Rabell celebra haber culminado la escuela superior con entusiasmo. No será costurera como las dos abuelas ni profesora de literatura como sus padres, ni chef o pastora o ingeniera de ejecución como sus abuelos. En el espacio visual de pantallas gigantes espera desplegar su propia imaginación. Con su mechón de cabello violeta, uñas púrpura, dos pantallitas en cada oreja y labios pintados de negro purpúreo, Carla debe ser una criatura fantasmagórica en el sueño tridimensional que desde la cama del hospital mira la abuela. El 1ro de agosto al medio día, sale doña Secundina Reyes García del encamado espacio del hospital al mundo de afuera, con un escuadrón de recetas para la diabetes, el corazón, la sangre. En el film de su imaginación, incrustada en los años 30, circulan tantos flujos que el cuerpo no resiste transitar un encuadrado de 2014. Todavía doña Secundina no ha adquirido la silla de ruedas que le permita caminar junto a los figurines de carne y hueso que hoy la mueven de un lado a otro. Esperar por la receta en el auto frente a la Farmacia Fátima en la Calle Domenech, en Hato Rey, y a pleno sol, sería delirante. ¿Qué tal si nos vamos a dar la vuelta del perro? “Mami, What the f… is that?”, pregunta Carla. “¡Qué español más castizo, una buena limpieza no le vendría mal a esa boquita”, pienso silenciosa, empujando la lengua muda entre los dientes. Le explico que así llamábamos en los años 70 y 80 los paseos sanjuaneros de alguna gente. En lugar de estacionar en la Puntilla, Doña Fela o en cualquier estacionamiento del Viejo San Juan para tomar un desayuno en la Bombonera, un almuerzo en la Mayorquina o ver el pesebre montado por las monjitas del Convento

de las Carmelitas y aprovechar la vista de la bahía de San Juan, circulaban en auto en plena navidad para mirar las luces y los muñecos en movimiento que ponía González Padín en las vitrinas. Ahí donde ahora solo se ven maniquíes tiesos de Marshall, se colocaban animatrones en diciembre para fingir una navidad típica del mundo nevado de Santa Claus, junto a los reyes magos cabalgando en camellos por el desierto buscando cajitas de zapatos llenas de pasto verde. Las encontraban en la próxima vitrina, con casitas de madera y muñecos que movían sus brazos con maracas, güiros, cuatros, guitarras y panderetas. En fin, una experiencia alucinante que podían ver los automovilistas por el tiempo que el inmenso tapón detenía la circulación del tráfico para vitrinear. Miraban entre brumas de gasolina una navidad salida de una serie de cuadros de Van Gogh, sin el privilegio de cortarse una oreja para defenderse de los bocinazos. En realidad, pude reconciliarme con “la vuelta del perro”. El auto, lenta y ruidosa circulación de imágenes turbias, es prótesis del cuerpo encamado de mi madre: cámara que se desliza por espacios yuxtapuestos de tantos siglos. “Madre, ¿que es eso que ves ahí, a la derecha?”, le pregunto. “Es el mar”. “Sí, ¿pero qué mar?”. “Esa es la muralla de San Juan, ahí está La Perla, por ahí patinamos Ismael y yo hasta llegar al cementerio. Nos meamos en las tumbas de los próceres. No lo puede saber mamita Juana”, contesta mi madre. “¿Quién es mamita Juana?”, le pregunta Carla a la abuela. “Juana Castro Mundo, mi abuela”, contesta mi madre. “Vive en la Calle San Sebastián, número setenta y …, no sé si 70 o 77. Por allí a la izquierda, allí está la casa de la abuela. Venimos siempre en taxi desde Canóvanas para quedarnos con ella en verano y en navidad”. Al bajar por la Calle del Cristo, entre la Catedral de San Juan y el Hotel Convento, nos dice: “La abuela nos manda a Aleja, a Fela y a mí a otra iglesia más lejos porque es bautista. Como yo soy la más chiquita, Fela y Aleja, que es católica, me encargan recoger los programas de la escuela dominical mientras se van a la verbena del Parque Luis Muñoz Rivera. La abuela se enteró porque faltó el pastor invitado y vino otro de remplazo”, cuenta mi madre. “A ver, Alejita y Fela, ¿les gustó el sermón del pastor Bocanegra?”, preguntó mamita Juana. “Fela y Aleja dijeron que les había encantado, pero se le ocurre a la abuela seguir preguntando y venir a pedirme que le cuente el sermón del pastor Bocanegra”. “No recuerdo abuelita”, le dije. “¿Cómo puede ser, si tú te acuerdas de todo?”, dijo mirándome a los ojos. “Es que no pudo venir y mandaron a otro pastor”. Mi madre mira a Carla de reojo y le dice: “Con bocas negras quedaron Fela y Aleja, pero no lo hice a propósito”. Entre la Catedral de San Juan y el Hotel Convento, en los labios negros purpúreos de Carla Giordano, mi madre vio el tapabocas de sus hermanas Fela y Aleja. Juana Castro Mundo, Felícita y Alejandrina están todavía vivas en su mundo ilusorio de los años 30. “La vuelta del perro”, una cámara automovilística en movimiento, le ha permitido a mi madre celebrar la navidad en agosto, patinar por La Perla, mearse en las cunas de la muerte con su hermano Ismael y hasta escapar del ojo panóptico de su querida abuela. El 1ro de agosto de 2014, un perfil purpúreo de sonrisa negra, bajó por la Calle del Cristo, a revelarle el perdón a la abuela.

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