La voz de los maestros Heráclito

Presentación:
¡Pasad, también aquí hay dioses! 7


Heráclito: nota biográfica. 13
El libro. Bibliografía


Lecciones orales de Heráclito
1. El espíritu de la inquietud 17
2. La piedra angular del cosmos 29
3. Las promesas de los dualistas 41
4. El arco y la lira 45
5. Uno y todo 51
Despedida 59


Fragmentos de Heráclito 63


La revuelta jonia 73


Apéndices 77
1. El fármaco
2. ¿Qué régimen político defendía Heráclito?
3. Relación de Heráclito con Hermodoro


Cronología. 81
Filósofos griegos anteriores a Platón


Epílogo: Heráclito y Parménides,
los pioneros de la filosofía 85






PRESENTACIÓN


¡Pasad, también aquí hay dioses!


Los primeros filósofos griegos respiran todavía el aliento de la vieja
tradición oral, el tiempo de las aladas palabras homéricas.
Los alfareros aprendían el oficio en contacto con la arcilla que el
maestro les enseñaba a modelar acompasando el trabajo de sus manos con
palabras de explicación. Alguien destacaba en el oficio y esa pericia
reconocida actuaba como fuerza que atraía a los deseosos de aprender. Así
pasaba con los poetas o los médicos, y así ocurrió también con los
filósofos. No importaban los títulos, ni el traje académico, ni el lugar
donde se impartía la enseñanza; "pasad, también aquí hay dioses", respondió
Heráclito a unos visitantes que no se atrevían a presentarse ante él al
verlo calentarse junto al horno.
Los filósofos, como otros muchos maestros en otras tantas disciplinas,
concebían sus ideas, las meditaban, quizá tomaban alguna somera nota, pues
la escritura era invento reciente, y las expresaban en sesiones de
exposición y debate con sus discípulos. Después, solo después, se ponía por
escrito, en una prosa relampagueante, como Heráclito, o en versos
homéricos, como Parménides, lo que había sido el torrente oral de una vida
dedicada a amar la sabiduría. Lo que ha llegado a nosotros son solo jirones
de oralidad, probablemente una tenue y pálida copia de las lecciones orales
de aquellos filósofos.
En nuestra visita a Heráclito, se finge un encuentro en el que el
maestro, ya retirado en una cabaña de un monte próximo a Éfeso, recibe a su
sobrina Aisara y a Eurípides, un joven ateniense, de unos veinte años,
llamado a ser uno de los grandes autores trágicos. Se sabe que Eurípides
era un apasionado bibliófilo: bien pudo leer el libro de Heráclito
depositado en el templo de Ártemis. Incluso se puede suponer que fue el
autor trágico quien lo dio a conocer en Atenas. La tradición dice que le
prestó un ejemplar a Sócrates y que este, al preguntarle Eurípides qué le
había parecido, respondió: "Excelente lo que he entendido; supongo que
también lo será lo que no he entendido, solo que para eso hace falta un
buzo delio".
En este escenario ficticio, Heráclito inicia la exposición de su
pensamiento abordando la cuestión de la crítica, porque la crítica es desde
el comienzo uno de los signos más visibles de identidad de los filósofos,
no ya solo del efesio. La crítica, a medida que avance a filosofía y la
ciencia, no va a ser solamente un componente metodológico imprescindible,
sino que llegará incluso a nombrar una de las áreas de la filosofía, la
crítica o teoría del conocimiento, inspirará los muy célebres títulos de
las obras de Kant y servirá para nombrar corrientes filosóficas, como la
teoría crítica de la escuela de Frankfurt.
A partir de la crítica, se descubre el universo filosófico de
Heráclito, el tema de los contrarios, el "todo fluye", la unidad y la
cuestión del orden del universo. Tras este abanico temático emerge la
relación como noción capital de la filosofía del efesio: no existe realidad
alguna que esté desconectada de todo lo demás, ni tan siquiera la
divinidad. No existe un absoluto al margen del cosmos en perpetuo flujo.
Tampoco existen compartimentos estancos que nos permitan, por ejemplo,
hablar de dos grupos disjuntos de cosas, unas buenas, y otras malas. Lo
malo en un sentido es bueno en otro.
La relación, y no la sustancia, es la pieza teórica maestra en la
visión del mundo del filósofo de Éfeso.






La voz de los maestros. Heráclito