La visión de Isabel la Católica por los escritores de su tiempo

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N. Salvador Miguel

“La visión de Isabel la Católica por los escritores de su tiempo”

Este artículo se publicó en La maschera e l’altro, ed. Mª G. Profeti, Firenze, 2005, pp. 91-113.

LA VISIÓN DE ISABEL LA CATÓLICA POR LOS ESCRITORES DE SU TIEMPO1 Nicasio Salvador Miguel

I. Bocetos de una Infanta Al no estar destinada a la sucesión, y acaso también por su condición de mujer, el nacimiento de Isabel de Castilla no suscitó los habituales poemas de natalicio que solían arracimarse para celebrar la llegada al mundo de un infante, pese a la ebullición cultural que se desarrollaba en la corte de Juan II. Así, durante la Vida de su padre no se sorprende sino una referencia de pasada a la misma en una composición de Gómez Manrique, dedicada a celebrar el nacimiento del infante Alfonso. Menor es aún el intere's que se le concedió durante los siete largos años que, tras el óbito de Juan II, permaneció en Arévalo junto a su madre y su hermano Alfonso, ya que no queda ni una sola mención literaria, lo que no debe extrañar si recordamos que la educación infantil en esa etapa debió de realizarse en condiciones de cierta penuria y en un entorno reducido, en el que seguía sin preverse para la muchacha ningún poder futuro 2. Ma’s sorprendente resulta, no obstante, la falta de atención literan'a que se le prestó durante los casi siete años que pasó en la corte de su hermanastro Enrique IV, ya que, aun cuando, a lo largo de este tiempo, se implicó no pocas veces a la infanta en el juego de las intrigas políticas, Sólo en las provocativas Coplas del Provincial, compuestas entre diciembre de 1465 y fines de abril de 1466, tropezamos con una alusión a Isabel, en un pasaje de sangrante Vituperio contra Beltran' de la Cueva. _' Estas páginas constituyen un apretadísimo compendio de un libro de próx1ma aparición. Reduzco, por tanto, los ejemplos y ahorro, salvo en lo imprescindible, detalles bibliográficos. 2 Vid. con bastantes detalles N. Salvador Miguel, La instrucción infantil de Isabel, infanta de Castilla (1451-1461), en Arte y cultura en la época de Isabel la Católica, ed. J. Valdeón Baruque, Valladolid 2003, pp. 155-177.

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Tampoco cambia demasiado la situación cuando, en septiembre de 1467, Isabel se pasa al bando de su hermano Alfonso, si bien, al comienzo del siguiente año, Gómez Manrique le ofrece unas “estrenas”, en las que, además de desearle alegría y felicidad, la piropea con términos tópicos de la poesía cancioneril (“fermosa”, “gentil”, “generosa”, “tanto discreta y graciosa,/ sobre todas virtuosa”) y muestra su esperanza de que pronto se convierta en reina mediante un matrimonio adecuado 3. Meses más tarde, una vez muerto su hermano (5 de julio de 1468) y producida ya la jura de Guisando (septiembre de 1468), fray Martín de Córdoba, al dirigirle el Jardín de nobles doncellas, es decir un speculum principis con admoniciones sobre su comportamiento futuro, aprovechó el proemio para adjuntar algunos elogios personales (“olor de florecientes virtudes”), con la intención de apuntalar su legitimidad a la herencia del trono, en la que insiste con contundencia (“de real simiente procreada, infanta, legítima heredera de los reinos de Castilla y León [...], manos dignas de regir las riendas de este reino”) 4. En una palabra, falta de autoridad y con escasas posibilidades de mando futuro, incluso cuando ya disputaba abiertamente la herencia del trono, Isabel promovió una consideración harto escasa entre escritores e intelectuales durante su período de infanta y princesa, para el que apenas contamos con otras estimaciones que las recogidas por los distintos cronistas, quienes casi siempre escriben a toro pasado, cuando ya ha accedido al gobiemo, y reflejan adema’s una perspectiva estatal. II. Los escritores y la Reina Sin embargo, tras convertirse en Reina, el 13 de diciembre de 1434, Isabel se transformará en objeto de solicitud preferente de un sinfín de escritores, entre quienes ocupan el primer puesto los cronistas, cuyos libros, compuestos con el propósito de ofrecer una visión integral y detallada de todos los hechos del reinado, llegan a facilitamos en 3 Gómez Mann’que, Cancionero, ed. A. Paz y Mélia {1885-18866}, II, n. LXXI, p. 121 (reproducción fotosta’tica, Palencia 1991). 4 Vid. Fray Martín de Córdoba, Jardín de nobles doncellas, ed. H. Goldberg, Chapel Hill 1976.

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ocasiones datos que han escapado a todo tipo de documentación. Pero los cronistas, con todos los distingos que se quieran establecer entre ellos, reflejan una visión oficial y, en ocasiones, controlada por el poder de hechos y personajes, lo que impide considerar sus apreciaciones en el mismo plano que las de otros autores, por lo cual, salvo en casos excepcionales, conviene dejarlos fuera de una indagación de este tipo, no sin antes asentar también que su enfoque esencialmente político les hizo olvidar o preterir aspectos de la personalidad de la Reina que interesan de manera crucial, ya que, por ejemplo, apenas destacaron sus intereses artísticos o culturales. Con esta salvedad, entre los autores que se ocupan de la Soberana cabe distinguir un primer grupo de escritores de oficio, en cuanto viven fundamentalmente de la pluma, junto a intelectuales dedicados a la docencia; un segundo grupo, al que pertenecen personajes que conjugan de manera habitual la escritura con tareas políticas o administrativas; y un tercero, en el que se integran aquellos que escriben de manera esporádica y circunstancial, como consecuencia de un viaje originado en razones múltiples que pueden ir desde la apetencia personal a las tareas diplomáticas. Su enjuiciamiento de Isabel se manifiesta, a veces, en obras compuestas con el propósito de una divulgación pública, mediante el manuscrito o la imprenta, y, a veces, en su correspondencia particular, la cual, pese a su carácter privado, acabó en no pocas ocasiones difundie’ndose como consecuencia del valor literario de comunicación concedido a fines del siglo XV y en el siguiente al ge’nero epistolar. Entre esos autores, adema’s, no solo encontramos a hispanos, puesto que la figura de Isabel atrajo también a no pocos extranjeros, entre quienes ocupan un puesto primordial los humanistas, cuyas estancias en los reinos peninsulares, “muy raras antes de los Reyes Católicos”, se incrementaron ahora por un cúmulo de causas, entre las que destacan el poder doméstico e intemacional de la monarquía hispana o la dificultad para enseñar gramática en Italias, pero, asimismo, el favor que encontraron en la Reina, la cual apoyó el establecimiento en la corte de personajes como Lucio Mari5 A. Gómez Moreno, España y la Italia de los humanistas, Madn'd 1994, pp. 302, 305-306.

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neo Sículo 6, Pedro Mártir de Anglería o los hermanos Geraldini. Por otro lado, entre los extranjeros cuyo contacto con España fue circunstancial, pero cuyas impresiones sobre el país y la Reina poseen un valor sobresaliente destacan el médico alemán Jerónimo Münzer, quien, tras su Viaje entre el 17 de septiembre de 1494 y el 8 de febrero del495, redactó sus impresiones en latín (Itinerariam sive peregrinatío per Hispaniam, Francíam et Alemaníam) 7 y el flamenco Antonio de Lalaing, quien acompañó en 1501 a Felipe de Hasburgo y Juana la Loca en la Visita a sus futuros reinos 8.

III. La visión a'e Isabel por los escritores contemporáneos Si consideramos que la visión que los contemporáneos transmiten sobre un personaje histórico puede ser laudatoria o denigratoria, con toda la gama que permiten los escalones intermedios, parece claro que en la misma entran en juego muchos elementos que, independientemente delos actos del biografiado, van desde la ideología a la perspectiva del escritor y, por supuesto, de la dosificación de esos factores depende el grado de objetividad que, por lo común, resulta tanto más difícil cuanta mayor es la cercanía cronológica, sentimental, social o económica a los hechos. Así, al examinar la pintura que de Isabel nos han legado los escritores de su tiempo, no puede valorarse, en principio, con la misma confianza a un autor asalariado de la corte, sobre todo si se trata de un cronista oficial, o a un aspirante a sus favores, que a un viajero que escribe tras abandonar el país y no tiene que esperar ya ninguna merced de la Reina, como sucede con Münzer. Pero hasta en el primer caso no suscita la misma credibilidad una obra compuesta con el propósito indudable de su difusión pública que lo que se expresa en una correspondencia privada, de la que no se espera de entrada que vea la luz. Por el mismo presupuesto, tampoco cabe evaluar con idéntico ra° Vid. ahora la excelente monografía de 'I‘ Jiménez Calvente, Un sicilíano en la España de los Reyes Católicos. Los “Epistolarum familiarum Iibri” de Lucio Marineo Sículo, Alcalá de Henares 2001. 7 Hay traducción de J. Gar'cía Mercadal en sus Viajes de extranjeros por España y Portugal, Salamanca 1999, pp. 305-390. 3 La traducción se encuentra en el libro citado en la nota anten'or, pp. 399-517.

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sero lo que dice un autor que ha conocido y tratado a la Reina si lo hace durante la Vida de la misma o 10 publica años después de desaparecida, cuando no puede beneficiarse de su amparo, como ocurre con el libro De rebus Hispaniae memorabilibus, de Lucio Marineo Sículo, impreso en Alcalá, en 1530. Un paradigma en que se mezclan varias de las circunstancias señaladas lo representa a la perfección Pedro Mártir de Anglería, quien se halla en circunstancias muy disímiles cuando, recién llegado a España, dirige una laudatio a la Reina, el 6 de mayo de 1488, cuando se explaya en su cartas particulares o cuando edita varias obras tras la muerte de doña Isabel. Estas distinciones permiten, a su vez, tasar en su justo término el crédito que debe concederse a varios textos cuyo carácter hipe'rbólico parece indudable, pero cuyo cotejo con otras fuentes permite asegurar que no incurren en falsedad: tal sucede, a guisa de ejemplo, con algunos parr’afos de la Epístola exhortatoria a las letras de Juan de Lucena. Ahora bien, en el caso concreto de Isabel, además de plantearse los distingos que anteceden, hay que preguntarse también, a la hora de indagar la pintura que nos han 1egado los escritores coetáneos, si cabe diferenciarla de la que trasladan sobre su marido. El interrogante tiene su razón de ser tanto por la labor conjunta que realizaron en casi todos los terrenos políticos, sociales y económicos como por el intento de cada uno para no quedar descolgado del otro cuando sospechaba que un cronista o escritor podía preterirlo, lo que explicaría, entre otros hechos, el empleo de un singular englobador en textos dedicados conjuntamente a ambos, según se aprecia en la dedicatoria del Cancionero de Juan del Encina (Salamanca 1496); la imposibilidad de separar las referencias a los dos en obras muy diversas, como sucede en algunas loas esparcidas en las epístolas de Pedro Mart’ir o en los encomios con que los une Iñigo de Mendoza en las Coplas en que se declara cómo por el advenimiento de estos muy altos señores nuestros es reparada Castilla; y la búsqueda de un intento de equilibrio al retratarlos, como se observa en la versión de las Bucólicas, de Juan del Encina. Con todo, no son pocos los textos que se ocupan solo de uno de los dos, mientras que otros, aun tratando de ambos, establecen netamente las diferencias, las cuales conocemos también por otros testimonios complementarios y que se reflejan, de manera muy

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peculiar, en los intereses culturales y artísticos, donde “las fuentes contemporáneas disciemen con nitidez el talante concreto de la Reina” así como “el patrocinio que, con mayor intensidad que su esposo, prestó a no pocos intelectuales y escn'tores” 9. Tras estas reflexiones, hay que enlazar de nuevo con el principio de este epígrafe para recordar que, de acuerdo con los diversos diseños que cabe ofrecer sobre un personaje histórico, existió también en el siglo XV una literatura crítica con el poder y los gobernantes, sin olvidar a los propios reyes, como muestran, sin ir más lejos, las agrios diseños contenidos en las Coplas de Mingo Revulgo, las Coplas del Provincial y las Coplas de la Panadera. No obstante, apenas quedan retratos negativos de Isabel, por más que no falten censuras tanto a algún aspecto de su comportamiento privado (por ejemplo, los reproches que en una carta le hace Hernando de Talavera por su afición al baile) como a situaciones políticas, según revelan las censuras contenidas en algunas epístolas de Diego de Valera o en otra de Fernando del Pulgar, que cito luego. Mas estas reprobaciones apenas tienen ningún calado, si las comparamos con las dirigidas a su inmediato antecesor, Enrique IV, de manera que los esbozos que nos han trasladado sobre Isabel los escritores contemporáneos resultan, por lo común, laudatorios por una suma de razones. Así, para empezar, no pocos mantenían una estrecha conexio’n con la corte, donde desempeñaban puestos como consejeros (Valera), confesores (Talavera), capellanes (Mártir), predicadores (Íñigo de Mendoza) o agentes diplomáticos (Alfonso de Palencia), mientras que algunos se desvivían para entrar a su servicio (Encina). En segundo término, otros, para concentrarse en la escritura, dependían del mecenazgo económico de la Reina, según prueban las cuentas de Gonzalo de Baeza o el Libro del limosnero, entre otras fuentes (Montoro, Álvarez Gato, Cartagena, Tapia, Altamira, Puertocarrero). Por fin, aunque la censura a los Reyes fuera posible, no resultaba fácil ni conveniente, tanto por el fuerte poderío que ostentaban como por el ori— gen divino en que lo hacían apoyar, de acuerdo con la ideo9 N. Salvador Miguel, El mecenzago literario de Isabel la Católica, en Isabel la Católica. La magnfu’cencía de un reinado [Catálogo de la Exposición de ese título: Valladolid. Medina del Campo, Madrigal de las Altas Torres, 2004], Salamanca 2004, pp. 75-86.

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logía de la época, por lo que las apreciaciones negativas podían derivar, cuando menos se esperaba, en consecuencias poco gratas, como atestigua en 1475 Diego Ortiz de Calzadilla, quien, a resultas de un pronóstico desfavorable para los Reyes, se Vio obligado a renunciar a la cátedra y expatriarse a Portugal, donde aconsejó a Juan II en sus descubrimientos. IV. Una visión laudatoria

Así las cosas, las pinturas que se acumulan sobre la Reina suelen coincidir en el carácter elogioso, aunque cabe diferenciarlas según procuren una m1r'a de loa global o parcial. IV.1. “Laudationes” de carácter global Por laudationes de propósito global entiendo las transmitidas en textos que buscan realizar un encomio integral y totalizador de la figura de la Reina, a la que presentan nimbada de un cúmulo de cualidades. Tales laudationes pueden incluirse en textos escritos con una explícita intención panegírica, tal como ocurre en algunos poemas cuyos autores buscan ganar o pagar su mecenazgo. Es el caso de Antón de Montoro, quien, en una de sus composiciones, combinando los tópicos del sobrepuj amiento y la indecibilitas, ante la dificultad de resumir cumplidamente “vuestras obras”, la denomina “reina de ange’lico seso”, resalta su “rica honestidad” y “progenie”, y luego le demanda merced para cantar el “vigor” del Rey, cuyas hazañas militares se fundamentan en los “méritos” y la “virtud” de la Soberana: Et si querer y Victoria el Señor al Rey le da, en su mano ejecutoria y en vuestros méritos va '0.

En una línea similar y con empleo de los mismos recursos reto’ricos, se hallan las coplas “a la reyna Doña Ysabel” de Pedro de Cartagena, donde, tras ponderar genéricamente '° Vid. Antón de Montoro, Poesía completa, ed. M. Costa, Cleveland 1990, n. 64, pp. 141-144.

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sus “grandezas reales”, imposibles de comparar con las reinas del pasado, a las que aventaja en “v1rtu'des morales”, asienta la “auctorida ” de su loa en las seis letras que componen el nombre de Isabel, con las que ordena un juego poético a modo de acro'stico, cuya resolución explica e’l mismo: Que la i denota imperio, la s señorear toda la tierra y la mar, y la a alto misterio que no se dexa tocar. Y la b e l dizen lo natural, no compuesto, qu’en vuestra alteza está puesto; ellas no se contradizen, lo que declaran es esto: pronuncian vuestra belleza qu’es sin nombre en cantidad, mas es de tanta graveza qu’en m1r'ar a vuestra alteza da perpetua honestidad.

De seguido, Cartagena la define como mujer “en la tierra la primera,/ y en el cielo la segunda”, destaca su capacidad de hacerse “temer y amar” a la vez “en la gente qu’hay bullicio” y, continuando con el juego de las letras, augura la conquista de Granada y hasta la de Jerusalén 11. Ahora bien, tales laudatíones se embuten, a veces, en breves parr'afos de una epístola o en libros cuya materia no hace sospechar, en principio, que tengan nada que ver con el elogio de la Reina. Así, como paradigma del primer caso cabe rememorar unas líneas que Pedro Mart’ir de Anglería inserta en una carta del 6 mayo de 1488, en las que endilga uno de los halagos más desmedidos y, al tiempo, menos concretos sobre Isabel, pretendiendo dar verosimilitud al sobrepujamiento mediante la recurrencia a la manida fórmula de la adtestatio rei visae: Yo en persona te vi, yo escuche’ con avidez las palabras que de tu boca salían. Es evidente que ba'o esa cobertura humana se esconden Virtu'des celestiales 2. “ Vid. Pedro de Cartagena, Poesía, ed. A. Rodado Ruiz, Cuenca 2000, n. XVII, pp. 123-128.

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'2 Cito la traducción de J. López de Toro, ed. Epistolario en Colección de documentos inéditos para la historia de España (IX-XII), Madrid 1953.

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Juan de Lucena, Diego de San Pedro y Antonio de Nebrija, entre otros, nos suministran ejemplos del segundo caso, al aprovechar obras de argumentos muy varios para insertar apologías de la Reina que detallan múltiples atributos. En efecto, Lucena, en la Epístola exhortatoría a las letras, mecha, a trave’s de una larga enumeratio, uno de los elogios globales más desmesurados: Todos callemos ante la muy resplandeciente Diana, reina nuestra, Isabel, casada, madre, reina y tan grande, asentando nuestros reales, ordenando nuestras batallas, nuestros cercos parando, oyendo nuestras querellas, nuestros juicios formando, inventando vestires, pompas hablando, escuchando músicos, toreas mirando, rodando sus reinos, andando, andando y nunca parando, gramática oyendo recrea. ¡O ingenio del cielo armado en la tierra! ¡O esfuerzo real, asentado en flaqueza! ¡O corazón de varón vestido de hembra, ejemplo de todas las reinas, de todas las mlugeres dechado y de todos los hombres materia de letras .

No se queda a la zaga Diego de San Pedro, quien, en Arnalte y Lucenda, a una demanda del “cavallero sin ventura”, empieza comparando a la Reina con la Virgen, mediante una rotunda hipe'rbole sacroprofana (“la más alta maravilla/ de cuantas pensar poda’is,/ después de la sin manzilla,/ es la Reina de Castilla, de quien, señor, preguntáis”), para continuar con un pro'digo inventario de cualidades personales y políticas, apoyado en la construcción anafo’rica de es y en las reiteradas antítesis: Es reina que nunca yerra, es freno del desigual, es gloria para la tierra, es la paz de nuestra guerra, es el bien de nuestro mal; es igual a todas suertes de gentes para sus quiebras, es yugo para los fuertes, es vida de nuestras muertes, es luz de nuestras tiniebras.

Mas, no contento con semejante loa, San Pedro sigue '3 Texto en A. Paz y Me'lia, Opu’sculos literarios de los siglos XIV a XVI, Madrid 1892, p. 215.

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con menciones de su clemencia, caridad, hermosura, honestidad y religiosidad, entre otros atributos 14. En cuanto a Nebrija, las reflexiones que engloba en el prólogo a su Gramática castellana (1492) sobre el futuro del idioma van ligadas a las positivas circunstancias políticas que a Isabel se deben. De modo que, tras realizar una defensa cerrada del sistema monárquico, al referirse a la situación de las lenguas hebrea y latina en las e’pocas de Salomón, Augusto y César, el profesor salmantino explica que la lengua castellana ha ido extendiéndose hasta la monarchía et paz de que gozamos, primeramente por la bondad, providencia divina; después, por la industn'a, trabajo et diligencia de vuestra real Majestad, en la fortuna et buena dicha de la cual los miembros et pedagos de España, que estavan por muchas partes derramados, se reduxeron et aiuntaron en un cuerpo et unidad del Reino, la forma et travazón del cual assí está ordenada que muchos siglos, iniuria et tiempos no la podrán romper ni desatar. Assí que, después de repurgada la cristiana religión, por la qual somos amigos de Dios o reconciliados con e’l; después de los enemigos de nuestra fe vencidos por guerra et fuerga de armas, de donde los nuestros recebían tan-

tos daños et temían mucho maiores; después de la justicia et essecución de las leies que nos aiuntan et hazen biv1r' igualmente en esta gran compañía, que llamamos reino et república de Castilla, no queda ia otra cosa sino que florezcan las artes de la paz [...],' entre las primeras, es aquella que nos enseña la lengua 15.

IV.2. “Laudationes” de carácterparcial En sentido más restrictivo que las anteriores, las laudationes de propósito parcial buscan resaltar solo una o varias cualidades de la Reina, independientemente de las modalidades concretas de la obra en que se incluyen. IV.2.A. Descripciones físicas En este conjunto, si descontamos las citas cronísticas, asombra el escasísimo interés que suscitó el físico de la ‘4 Vid. Diego de San Pedro, Obras completas, I, ed. K. Whinnom, Madn'd 1973, pp. 93-100. '5 Antonio de Nebrija, Gramática castellana, ed. A. Quilis y prólogo de M. Seco, Madrid, p. 81. Todas las citas de Nebn'ja remiten a esta edición.

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Reina, de manera que apenas cabe sorprender algunas alusiones tangenciales y tópicas a su “belleza”, como en el citado poema de Cartagena, si bien Diego de San Pedro, dentro de su laudatio global, distingue hipe’rbólicamente la hermosura de la Reina tanto en sí misma como en comparación con otras damas: Pues, ¿quie’n osara’ tocar en su grande hermosura? [...] Mas, aunque lo diga mal, digo que son las hermosas ante su cara real cual es el pobre metal con ricas piedras preciosas; son con su grand perfección cual la noche con el día, cual con descanso prisión, cual el viemes de Pasión con la Pascua de alegría.

IV.2.B. Cualidades políticas Bastante más importan a los distintos escritores los atributos poh’ticos, entre los cuales priman la magnificencia, la liberalidad, el interés por visitar sus reinos, pero, sobre todo, unos cuantos que merecen algo de comentario: su capacidad rm'litar y pacificadora, su calidad de reina de España, su labor en la administración de justicia y su religiosidad.

IV.2.B.a. Capacidad militar y pacfzz'cadora Como es bien sabido, dos grandes problemas militares marcaron la política intema de los Reyes Católicos en las tres primeras de’cadas de su gobiemo: la guerra civil, a causa del apoyo prestado por Portugal a la facción que defendía los derechos de Juana de Castilla, y la conquista del reino nazarí de Granada, que suponía la recuperación del último reducto en poder de los musulmanes. Ambos sucesos dejara’n hondas huellas entre los autores del período, quienes cantara’n repetidamente la capacidad militar de Isabel, a vecesjunto a la de su esposo; y, puesto que al final de la guerra civil siguió un período de apaciguamiento, el

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loor de las dotes bélicas acopla con frecuencia el encomio de la capacidad pacificadora. Así, además de lo que expresan Lucena y Nebrija en los textos antes citados, Juan del Encina concluye las loas que dedica a los Monarcas en el largo proemio de su Cancionero con una referencia concreta a la pacificación de los reinos, aspecto en el que vuelve a insistir en su elegía a la muerte del príncipe don Juan, mientras que en el Triunfo de la Fama, aunque en cierta manera contenga un elogio de carácter más amplio, se recrea con detalle en las victorias militares, fundamentalmente las obtenidas sobre los portugueses y los nazaríes 16. Incluso un viajero como Münzer, que no podía esperar ningún provecho de su loa, se detiene también en la capacidad pacificadora de la Reina y sus saberes bélicos: son tales los conocimientos de las artes de la paz, tal su sablduría en las artes de la guerra que parece increíble que una mujer pueda entender tantas cosas. Por otro lado, si ya antes de la conquista de Granada algunos presagiaron a la Reina no solo su remate sino la toma de otros lugares, como Jerusalén, una vez producida la anexión se incrementa el augurio de una expansión futura por otras partes. Así, Nebrija, en el prólogo a su Gramática castellana, tras señalar las dos primeras ventajas de su obra, indica, atribuyendo la reflexión a Hernando de Talavera, que “el tercero provecho” sera’ el servicio que prestará para aprender el castellano “después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bar'baros e naciones de peregrinas lenguas”; y Encina predice al matrimonio triunfos venideros tras la caída del reino nazarí en el prólogo a la versión de las Bucólícas, reitera'ndolo en el Triunfo de la Fama: Después, en el fin de aquesta lavor, en blanco gran parte yo vi sin estorias para pintar de nuevas vitorias quel rey con la reyna será vencedor.

'6 Todas las referencias a este autor remiten a la siguiente edición: Juan del Encina, Obras completas, ed. A.M° Rambaldo, Madrid 1978, 3 vols.

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IV.2.B.b. Reina de España El matrimonio de Fernando e Isabel, su triunfo en la guerra civil, la tarea de pacificación, el nacimiento de un heredero varón, en el que se adivinaba la unificación política definitiva, la conquista de Granada y algunos hechos más, en los que subyacía como común denominador la idea de la recuperación de la unidad gótica, propició que muchos escritores vieran a los Monarcas como ‘reyes de España’, pese a que ellos rechazaron adjudicarse oficialmente ese título. En efecto, según cuenta Fernando del Pulgar, al morir Juan II de Aragón, se discutió en el Consejo cómo se devían yntitular; e, como quiera que los votos de algunos de su Consejo eran que se yntitulasen reyes e señores de España [...], determinaron de lo no hazer, e yntitular'onse en todas sus cartas en esta manera: Don Fer-

nando e doña Isabel, por la gracia de Dios rey7 e reyna de Castilla, de León, de Aragón, de Cecilia [...] .

Aunque tal especificidad la respetaron varios escritores (por ejemplo, Íñigo de Mendoza en la dedicatoria de su Sermo’n trobado), la sustitución de estas denominaciones territoriales por “España” (o “Españas”) se extendió entre otros muchos tanto para referirse a ambos como a uno de ellos. Basten como botones de muestra Nebrija, quien califica a Isabel como “reina i señora natural de España e las islas de nuestro mar” en la dedicatoria de la Gramática castellana, y Encina, quien los llama “príncipes de las Españas” en el argumento de la Buco’lica I y en la dedicatoria del Triunfo de la Fama, y “reyes de España” en la dedicatoria de su Tragedia a la muerte del príncipe don Juan.

IV.2.B.C. Administradora dejusticia Puesto que a los Reyes correspondía la adnn'nistración últlm'a de la justicia, nada más lógico que el repetido interés que tal función suscita en los specula principum, de modo que Ím"'go de Mendoza, en su Dechado a la muy excelente reina dona” Isabel, nuestra Soberana, compuesto poco des” Fernando del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos por su secretario Fernando del Pulgar. Versión inédita, ed. J. de Mata Can’iazo, Madrid 1943.

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pués de la coronación, recomienda como primera medida labrar “una espada singular” para impartir justicia 18. De acuerdo con este principio, además de las referencias de Lucena y Nebrija, Encina destaca en el prólogo a la versión de las Buco’licas “vuestra poderosa justicia y con cuánta paz y sossiego vuestros reynos son regidos hallando, como los hallastes, tan estragados que, según el gran daño que en ellos estava, no se esperava remedio”, parr’afos donde se patentiza el recuerdo de la anarquía que domino’ el reinado de Enrique IV, sobre la que se explaya también en el Triunfo de la Fama, para considerar como una consecuencia del final de la guerra civil el ejercicio de la justicia sobre ladrones, traidores y malhechores. Esa comparación entre el gobiemo enrriqueño y el de Isabel y Fernando la reiteran asimismo otros autores, entre los que valga el paradigma de Iñigo de Mendoza, quien, mediante una metáfora médica muy de su gusto, distingue entre los tiempos enfermos y los sanos en la Hystoria de la question y dfierencia que ay entre la Razón y la Sensualidad. No faltaron, con todo, críticas a la práctica de la justicia en situaciones concretas, como hace ver Pulgar en el largo Razonamiento fecho a la Reyna quando fizo perdón general en Sevilla, donde, tras contraponer el “gozo [que] ovieron los días pasados en vuestra venida a esta tierra” con el “terror e espanto [que] ha puesto en ella el rigor grande que vuestros ministros muestran en la execucio’n de vuestra iusticia”, le recuerda con varias referencias al reinado de su hermano y a la guerra con Portugal, que “el rigor de la iustizia vezino es de la crueldad”, por lo que debe templarse con misericordia, mansedumbre y clemencia 19. La combinación de esas virtudes la destaca, sin embargo, Diego de San Pedro, al asegurar que Isabel “perdona con la clemencia,/ castiga con la justicia”.

'8 Para los textos de este autor, vid. Fray Íñigo de Mendoza, Cancionero, ed. J. Rodríguez-Puértolas, Madrid 1968. ‘9 Fernando del Pulgar, Letras, ed. P. Elia, Pisa 1982, letra XVI, pp. 72-75.

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IV.2.B.d. Religiosidad Aunque desde la perspectiva actual no cabe duda de que las creencias religiosas pertenecen esencialmente al ámbito de la intimidad, a nadie se le escapa que las de un gobernante pueden tener una repercusión pública, la cual posee un calado mucho mayor en una época como la Edad Media, donde los Reyes, de acuerdo con una concepción teoce’ntrica, ostentaban un poder que se juzgaba emanado de Dios y estaban obligados a vigilar la aplicación de la doctrina cristiana, por ma’s que la transgredieran de continuo con su comportamiento privado y público. En el caso de Isabel, la religiosidad no parece, sin embargo, algo postizo, según apuntalaron distintos escritores, que se fijan en su filantropía, como Andre’s Bema’ldez, quien la llama “limosnera y edificadora de templos e eglesias” 2° o Diego de San Pedro, según el cual “guamesce con caridad] las obras de devoción”, si bien San Pedro llega incluso a considerar que Dios guía todas sus aciones: Sigue a Dios, que es lo más cierto, y desconcierta el concierto que lo contrario concierta; nunca jamás sale fuera de aquello con qu’El requiere y, como su gloria espera, porque quiere que la quiera siempre quiere lo que El quiere.

A veces, esas loas alcanzanjuntamente al marido, según se comprueba en la elegía a la muerte del príncipe don Juan, donde Encm’a resalta la resignación cristiana de ambos ante la tragedia, mientras que en su breve Canción de los Reyes nuestros señores alaba eSpecíficamente su religiosidad como “siervos muy siervos de Dios” y de la Virgen. Esas convicciones la llevaron, también junto a Fernando, a tomar decisiones políticas que hoy aparecen como claros lunares en el reinado, como la imposición de la unidad religiosa y el establecimiento de la Inquisición, pero que deben entenderse en el contexto histórico, lo que explana la defensa que de tales medidas se encuentran en los autores contemporan’eos. Así, si Nebrija alaba, en el prólo2° Andrés Bernáldez, Memorias del reina’do de los Reyes Católicos, ed. M. Gómez Moreno y J. de Mata Carriazo, Madrid 1962.

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go a la Gramática castellana, el acrisolamiento de la “cristiana religión” tras la Victoria contra “los enemigos de nuestra fe”, Encina se atreve a considerar positiva la expulsión de los judíos y hasta la quema de herejes, de modo que en el argumento de la IV Buco’lica señala que “con la Santa Inquisición [los Reyes] han acendrado nuestra fe y cada día la van más esclareciendo. Ya no se sabe en sus señoríos que’ cosa sean judíos”; y en la versión de la e’gloga se expresa au'n con más contundencia: Al un cabo estavan hereges quemados y al otro la fe muy mucho ensalcada, por un cabo entrava la Santa Cruzada, por otro salían judíos malvados.

IV.2.C. Las aficiones culturales Dada la distorsión que durante tanto tiempo ha sufrido la figura de Isabel, merecen un resalte primordial las indicaciones sobre sus intereses culturales que parecen haber llamado mucho más la atención entre los escritores extran-

jeros que entre los españoles.

IV.2.C.a. Sustentadora de la actividad cultural En efecto, como consecuencia de una profunda inquietud cultural, la Reina, con mucho mayor ahínco que su marido, según reconoce la crítica actual, llevó a cabo una vasta labor de mecenazgo a la literatura, a la arquitectura, a las artes plásticas, a la música, a la celebración de acontecimientos religiosos y profanos, a la difusión del castellano, a la formación de bibliotecas, al establecimiento de humanistas en la corte, a la educación esmerada de sus hijos y a la instrucción de los Vástagos de la nobleza. A causa de tal amplitud de mir'as, además de las referencias concretas a cada uno de esos aspectos, también tropezamos con citas sobre su labor global como aficionada a la cultura y mantenedora de la misma. Así, Pedro Mártir de Anglería, en una carta de 1488 d1r1"gida a la Rem'a, la llama “amante de las letras”; y en otra a Ascam'o Sforza, en 1492, aunque critica a los nobles, a quienes reprocha pensar que las letras constituyen un lm'pedim'ento para la m1h"cia, reafirma el

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papel de la Reina como “bonarum artium cultrix” y sustentadora del “ludum litterarium” 2‘. No se nos puede escapar que las cah'ficaciones de la segunda carta poseen una credibih'dad muy notoria y no cabe tomarlas como un tópico cortesano, ya que pertenecen a una correspondencia pn'vada. IV.2.C.b. Interés por el estudio Si descendemos ya a aspectos más concretos, comprobamos que Isabel, superando las recomendaciones que en las Partidas había establecido Alfonso X sobre los saberes que convenían a los Reyes, mostró un hondo interés por el estudio que contagio’ a quienes se movían en su entorno, de acuerdo con lo que resalta Lucena con concisión en un pasaje de su Epístola exhortatoria a las letras, al tratar de los hábitos de la corte: “Jugaba el Rey, éramos todos tahúres; estudia la Reina, somos agora estudiantes”. Esa preocupación por instruirse se manifiesta claramente en su bibliofflia, patente en su demanda de traducciones y obras originales, así como en la compra de libros para incrementar su biblioteca. Además, la Reina se muestra tan buena conocedora del valor de los libros y de la dificultad de conseguirlos en préstamo que, en ocasiones, con el objeto de facilitar una edición, llegó a hacer de mediadora en estos menesteres: testigo, la carta que, en 1503, dirigió a Perafa’n de Ribera, pidiéndole un manuscrito de san Juan Crisóstomo que debería servir para imprimir un comentario a san Mateo que aparecería en Sevilla 22.

IV.2.C.c. Conocimento de lenguas Las aficiones de la Rem'a por adquirir" conocnm'entos se reflejan también en el aprendizaje de varias lenguas, un hecho alabado por algunos escritores. Pulgar, así, en una carta que le dm'ge en 1482, al preguntarle por sus avances en el estudio del latin', le recuerda que ya ha amansado “otros lenguajes”, por mas' que los estudiosos no se pongan de acuerdo a la hora de interpretar cual’es eran los “otros” idiomas. San'chez Cantón, 2' Recoge el texto (según la edición de Alcalá, Miguel Eguía, 1530), Gómez Moreno, Espana” y la Italia de los humanistas, cit., p. 145, n. 213. 22 Cartularío de la Universidad de Salamanca, ed. V. Beltrán de Heredia, Salamanca 1970-72, H, n. 341, pp. 353-354.

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por caso, a partir' de los libros inventariados en su biblioteca, deduce que conocía el itah'ano, el francés, el catalan” y el gallego 23, sin tener en cuenta que esos ejemplares por sí solos no permiten obtener tales deducciones, ya que solo una parte corresponde a adquisiciones o donaciones realizadas durante su reinado. En el extremo opuesto, A. Alvar piensa que “probablemente lo úm'co que sabía era el latín” 24 y L. Gil opina que desconocemos todo sobre el asunto 25, si bien tengo como seguro que domm'aba el portugués y conocía, con mucha probabih'dad, el catalan' y el francés. IV.2.C.d. El apoyo al latín Dentro de ese aprendizaje de lenguas, hay que resaltar la importancia que tuvo la decisión de la Reina de estudiar latín, cuyo dominio entre las clases altas, al iniciarse su reinado, era inferior al de Italia, sentida como punto de referencia y emulación cultural, según testimonio de no pocos contemporáneos. Lucena, así, en su Diálogo moral, comentaba que “los palacianos del tiempo loan el motejar y el gramatejar desloan [...]. Ninguno dellos sabe latín y apenas buen castellano”; Marineo Sículo, afirmaba en 1484 que la mayoría de los profesores y estudiantes de la Universidad salm'antina no sabía hablar en latín; y Nebrija, en la introducción a su Vocabulario, explicaba haber Viajado a Italia “para que, por la ley de la tornada, después de luengo tiempo restituiese en la posesión de su tierra perdida los autores del latín, que estaban ia, muchos siglos había, desterrados de España”. La Reina comprendió que el conocimiento de esa lengua conllevaba, al mismo tiempo, una importancia histórico-cultural y un valor para la diplomacia, por lo que decidió aprenderla; determinó que se enseñara a sus hijos, a los descendientes de la nobleza, a quienes debían desempeñar funciones administrativas 26 y hasta a las monjas; propició 23 FJ. Sánchez Cantón, Libros, tapices y cuadros que pertenecieron a Isabel la Católica, Madrid 1950, p. 14. 24 A. Alvar Ezquerra, Isabel la Católica. Una Reina vencedora, una mujer derrotada, Madrid 2002, p. 178. 25 L. Gil, El humanismo en Castilla en tiempos de Isabel la Católica, en Valdeón Baruque (ed.), Arte y cultura en la época de Isabel la Católica, cit., p. 18.

2° Vid. O. Di Camillo, El humanismo castellano del siglo XV, Valencia 1976,p.286.

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la escritura de obras que facilitaran su enseñanza; y estimuló las traducciones del latín al castellano para facilitar la intelección de obras señeras escritas en esa lengua clásica. Carezco de espacio para entrar en la polémica sobre la fecha en que Isabel inició esa discencia que, a mi ver, debe situarse hacia 1482 bajo la e'gida de Beatriz Galindo, llamada “la Latina [...], muy gramática e honesta e virtuosa doncella, fijadalgo”, según Gonzalo Fema’ndez de Oviedo, la cual aparece desde 1487 en las cuentas de Gonzalo de Baeza y en las que censa El libro del limosnero de Isabel la Católica. Pero lo que interesa recalcar aquí es que ninguna de esas iniciativas pasó inadvertida a los escritores del momento. Así, en cuanto a su instrucción personal, además de la forma en que la pinta Lucena “gramática oyendo”, Femando del Pulgar, en una carta a la Reina, redactada durante las operaciones be’licas contra Granada (“acá avemos oído las nuevas de la guerra que manda’ys mover contra los moros”), que se ha fechado en 1482, concluye: Mucho deseo saber cómo va a vuestra Alteza con el latín que aprendes. Dígolo, señora, porque ay algún latín gahareño que no se dexa tomar de los que tienen muchos negocios, aunque yo confío tanto en el ingenio de vuestra Alteza que, si lo tomay’s entre manos, por sobervio que sea, lo amansare’s, como ave’s fecho con otros lenguajes. Otro dato lo facilita bastante después el propio Pulgar en su Crónica, al asegurar que la instrucción de la Reina no fue baldía, ya que “era de tan excelente ingenio que, en común de tantos y tan arduos negocios como tenía en la gobemación de sus reinos, se dio al trabajo de aprender letras latinas e alcanzó en tiempo de un año saber en ellas tanto que entendía cualquier tabla o escriptura latina”. Y una tercera información procede de Lucio Marineo Sículo, quien en su De rebus Hispaniae memorabílíbus (1530) participa que Isabel, aun en los tiempos en que desconocía la lengua latina, se deleitaba escuchando a quienes la hablaban, de modo que, “bellis in Hispania iam confectis”, decidió aprenderla con tan pronto progreso, pese a los muchos asuntos que la ocupaban, que “per unius anni spacium tantum profecit ut, non solum latinos oratores intelligere, sed etiam libros interpretari facile poterat” (es decu', en un año fue capaz de entender el latín hablado y escrito).

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La consideración que Isabel concedió al latín la llevó a disponer que formara parte de la enseñanza de su prole, lo que no escapó a un observador avezado como Münzer, quien, tras su viaje, alaba singularmente el dominio que del latín y la oratoria mostraba el príncipe don Juan, a la sazón con diecisiete años; y aún tiempo después del óbito de la Reina Juan Luis Vives, en su Instrucción de la mujer cristiana (Valencia 1528), recordaba la capacidad de las hijas para expresarse en latín: De todas partes me cuentan en esta tierra, y esto con grandes loores y adnn'ración, [que] la reina doña Juana [...] había respondido de presto en latín a los que por las ciudades y pueblos do iban le hablaban, según es costumbre hacer los pueblos a los nuevos príncipes. Lo mismo dicen los ingleses de la reina doña Catalina de España [...]. Lo mismo de las otras dos que murieron reinas de Portugal.

En la misma línea, al menos desde 1488 la Reina deseó que Pedro Mart’ir dirigiera una “academia” en la corte para los hijos de la nobleza y, aunque por resolución del propio humanista la propuesta se retrasó hasta acabar la guerra de Granada, la labor que desarrolló en esa escuela palatina enseñando latín a los hijos de la nobleza, dentro de un programa de estudios más amplio, llamó la atención de algunos, como el mismo Münzer, el cual rememora que, durante su visita, los jóvenes “me recitaron largos trozos de Juvenal, Horacio, etc.”, lo que implica un alto grado de profundización, ya que se trataba de autores poco conocidos en el siglo XV. Por fin, la Rem'a patrocm'ó la nn'presión de obras que facilitaran el aprendizaje de la lengua del Lacio, como prueba la petición a Nebrija para que publicara las Introductiones latinae “contrapom'endo hn’ea por hn'ea el romance al lat1n"’, novedad que representa la edición de 1486.

IV.2.C.e. El interés por el castellano El valor concedido al estudio del latín no hizo olvidar a la Reina el cuidado que debía prestar a su propia lengua, la cual, por un lado, procuró hablar y escribir con la mayor pulcritud y, por otro, supo valorar como instrumento político y cultural, protegiendo su difusión. Del mimo con que intentaba expresarse hablan, verbi-

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gracia, Pulgar, quien resalta en su crónica que “fablaba muy bien”; Diego de San Pedro, que destaca “el primor de su hablar”; y Marineo Sículo, según el cual “hispano sermone loquebatur graviter et ornate”. Respecto al segundo punto, es bien conocida la rotundidad con que Nebrija defiende, en el prólogo de su Gramática castellana, como una de las ventajas de la obra el servicio que prestará para su aprendizaje por “muchos pueblos bar’baros et naciones de peregrinas lenguas” que han de caer “debaxo de su iugo [de Isabe1]”, así como por los “vizcaínos, navarros, franceses, italianos et todos los otros que tienen algún trato et conversación en España et necesidad de nuestra lengua”. Mas, desde nuestro actual punto de vista, lo más resaltable es el convencimiento que tiene Nebrija de contar con el apoyo y la comprensión de la Reina, por lo que asegura que “a ninguno más justamente pude consagrar este mi trabajo que a aquella en cuia mano et poder no menos está el momento de la lengua que el arbitrio de nuestras cosas”. Con estas premisas se comprenden mejor los elogios al castellano que se cuecen entre los intelectuales del entorno real y que conllevan una clarísima intencionalidad política, según se echa de ver, a guisa de ejemplo, en los pir'opos que al castellano o “lengua española” dedica Marineo Sículo: Haze ventaja a todas las otras en elegancia y copia de vocablos y avn a la italiana, sacando la latina y la griega [...]. Lla'mase comúnmente esta lengua romana castellana porque, como arriba diximos, donde más polidamente se habla y donde más perfecta quedó es en Castilla.

IV.2.C.f. El apoyo a la educación Mas, en realidad, su interés por el latín y el castellano no constituye sino la expresión de sus preocupaciones por la docencia de su prole, de los hijos de la nobleza y de los allegados a la corte, lo que no pasó inadvertido a distintos contemporáneos. Para sus vástagos, en efecto, persiguió una instrucción cabal, buscando preceptores sobresalientes y, sobre todo, sin discriminar a las cuatro hijas, en un comportamiento que contrasta profundamente con la despreocupación que mostrarán Carlos I y sus sucesores. Por eso, Münzer se

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quedó asombrado de la formación transmitida por Isabel a sus descendientes, mientras que Juan Luis Vives, además de mencionar el dominio que las hijas poseían del latín, resalta su instrucción en “muy buenas letras” y no solo en las labores de “hilar, coser y labrar”. También Münzer, como índice de su admiración, al hablar de la situación de la corte en 1495, destaca con mucha minucia que, bajo la dirección de Pedro Mart’ir, los “jóvenes dela nobleza” en un altísimo número (“los que pretenden entrar en la corte real llegan a cuatrocientos”) no perdían “ni una hora en la ociosidad”, pues su instrucción comprendía el ceremonial cortesano y la práctica de la caza, indispensable como deporte y preparación bélica, lo que, junto al aprendizaje del latín, le llevaba a exclamar que “se despiertan humanidades en toda España”. Pero incluso la Reina, consciente de la transcendencia de la educación, buscó maestros incluso para sus cantores y pajes, según notifica Lucio Marineo en un jugoso parr'afo de su De rebus Hispaniae memorabilibus 27.

IV. 2.C.g. Otros gustos literarios y artísticos Si prescindie’ramos de otros datos y nos limitar’amos a arañar las apreciaciones de los escritores contemporáneos, el retrato de las aficiones culturales de la Reina quedaría, con todo, bastante opaco, puesto que, aun cuando quedan algunas referencias a sus gustos literarios (Galíndez de Carvajal, por ejemplo, destaca el agrado que le producía escuchar romances), buena parte de lo que sabemos sobre esas inclinaciones hay que deducirlo de su labor de mecenazgo, de la granada actividad literaria en su entorno, del encargo personal para la composición de algunas obras y de las dedicatorias de otras muchas. Tampoco parece que los autores coetan'eos resaltaran en grado suficiente las aficiones artísticas de la Reina. Pues si Lucena cita sus intereses musicales, Münzer y Bema’ldez su apoyo a la arquitectura y Lalaing su preferencia por los tapices, el conjunto de esas referencias traza un boceto harto desvaído de una Reina que no solo superó a los monarcas de su tiempo en el dispendio en construccio27 Vid. Jiménez Calvente, Un siciliano en la España de los Reyes Católicos, cit., p. 40, n. 31.

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nes y artes plásticas, de las que no ignoraba su función propagandística, sino que con su actitud estimuló a otros magnates a un comportamiento similar. V. Algunas conclusiones Aun salvando las diversas circunstancias en que se escribieron los distintos textos citados a lo largo de estas pa’ginas, que condicionan más o menos su objetividad, resulta evidente que la suma de los mismos, al fin y al cabo mera selección de una lista mucho más larga, nos transmite una visión muy positiva de Isabel, en la que, por lo común, no se distingue entre sus atributos personales y los que se le atribuyen como Reina, si bien el hecho de que los escritores contempora’neos apenas se ocuparan de la misma antes de su coronación lleva a concluir que la retratan cuando tiene poder y porque tiene poder. Si sus cualidades políticas las comparte no pocas veces con su marido, se distingue de e’l muy singularmente por sus intereses culturales, por más que este aspecto llame la atención, sobre todo, a los extranjeros. Los autores de la época, sin embargo, apenas prestan cuidado a otras aficiones de la Reina, que conocemos por las crónicas y la documentación coeta’nea, como su gusto por los saraos, las fiestas, los bailes y los vestidos, que dibujan un aspecto menos austero del que se ha solido transmitir sobre su figura. Sirvan como ejemplos de esta excepcionalidad Diego de San Pedro, el cual resalta “la gala de su vestir”, o Antonio de Lalaing, quien, al llegar a Burgos en 1501, quedó deslumbrado al contemplar las calles omadas con tapices, cuyo acopio sabemos que constituyó una de las más queridas preferencias de la Reina, hasta el punto de que su colección resultaba, junto con la de la casa ducal de Borgoña, una de

las más exquisitas de su época.

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