La vigencia de Gramsci

May 20, 2017 | Autor: J. Ruiz Baudrihaye | Categoría: Antonio Gramsci
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La vigencia de Gramsci – Crónica Popular.pdf Guardado en Dropbox • 25 abr 2017 11:43

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25 Abril, 2017 • 0 Comments

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Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye || Abogado y escritor ||

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Antonio Gramsci murió el 27 de abril de 1937, hace ochenta años. Más que un obituario o una conmemoración, sería bueno que en España la izquierda recuperase su pensamiento y su enfoque, que falta hace. Por el momento, una especie de gramscismo ‘liofilizado’ está siendo esgrimido un poco sin ton ni son para sorprender al burgués, “épater le bourgeois”, y presumir ante los socialistas y la izquierda. Una izquierda que está de repente en dique seco de ideas e iniciativas de envergadura. Estamos ante el inexistente “intelectual colectivo u orgánico” que preconizaba Gramsci. Muestra de esa miseria del pensamiento marxista actual en España es el secesionismo catalán esgrimido por sedicentes personajes de izquierda.

Echamos de menos a Gramsci, lo que él hubiera reflexionado sobre la inmigración, los refugiados, el cambio climático, la seguridad, todos esos temas que han descalabrado a la izquierda tradicional y alentado, ante el vacío de pensamiento y acción, los populismos más espurios. En España, los intelectuales han seguido más a los franceses que a los italianos, siendo éstos mucho más creativos y originales. Italia siempre nos ha sorprendido. La Italia contemporánea, la del siglo XX (por no hablar de la Roma clásica, del Renacimiento y de esa inagotable corriente artística y cultural que llega hasta hoy. No en vano Roma constituye, junto con Grecia, la matriz de nuestro modo de pensar. En Cataluña siempre se ha apreciado más interés por la sociedad, la cultura y la política italianas. No es casual que fuera Manuel Sacristán, nacido en Madrid pero residente la mayor parte de su vida en Barcelona y que era miembro del Partido

Comunista, o allí PSUC, quien nos brindó una antología de sus escritos. Eso fue lo poco que conocimos de Gramsci durante mucho tiempo. Gramsci, con su pensamiento abierto, constituye hoy una fuente de inspiración ante los problemas de la globalización, del

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populismo y la pérdida de influencia de los partidos de la izquierda socialdemócrata. En la historia del marxismo hay que dedicarle un lugar relevante, trascendental. Quizá sea el único que ha aportado algo realmente nuevo desde Marx y Lenin.

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Se ha dicho muchas veces que la mejor biografía de Gramsci son sus cartas desde la cárcel. En ellas está lo personal, sus amores y sus afectos (era un hombre muy afectuoso), sus ideas, sus debates con sus camaradas, sus preocupaciones cotidianas, hasta los cuentos que recordaba de su infancia y quería transmitir a sus lejanos hijos. Es quizá uno de los

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epistolarios más conmovedores e interesantes de la historia literaria. Es auténtico, desde lo trivial hasta lo intelectual, desde la tristeza al entusiasmo amoroso.

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La biografía de Giuseppe Fiori, sardo también, escrita en 1966, en la que incluyó testimonios de familiares y conocidos de Gramsci que aun vivían, es una de las más completas. En este libro, editado por primera vez en español en 1968, por Península, y reeditado ahora por la editorial Capitán Swing con la originaria y excelente traducción de Jordi Solé Turà, -otro

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catalán que miraba sabiamente a Italia-, se pueden separar cuatro partes, las grandes etapas de su vida, que abarca desde la pequeña aldea hasta la lucha de los trabajadores a nivel mundial. La primera, el Gramsci sardo, su infancia y temprana juventud, lo que sirve para que Fiori pinte un fresco de lo que era la vida en Cerdeña al final del siglo XIX. Algunas descripciones, así como los comentarios de Gramsci, nos recordarán cómo era la vida en Andalucía, por ejemplo, y ese caciquismo tan vivo en Cerdeña con las camarillas políticas en vez de vida

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política de verdad. Es interesante destacar cómo él fulmina muy pronto los atisbos de un regionalismo, incluso secesionismo, que descarta como una falsa solución a los problemas de la isla. Crónica Popular La segunda, el Gramsci nacional, en Turín, la capital industrial de Italia, en donde comienza realmente su vida de pensador y de luchador, enfrentado una situación, no por menos esperada menos inédita, como fue la Primera Guerra mundial, luchando contra las claudicaciones de muchos socialistas que aprobaban la participación en la guerra. Al mismo tiempo, Gramsci inspira y contribuye a dirigir el movimiento obrero y las fuertes huelgas que acaban con encarcelamientos y muertes de trabajadores. Gramsci vive entonces en un cuarto, en condiciones extremas de pobreza, en un ascetismo insalubre que él consigue hacer compatible con una tremenda actividad intelectual. La tercera fase de su vida es la del Gramsci internacional, cuando viaja en 1922 a Moscú, sus debates con los camaradas más ortodoxos o seguidistas del Komintern, cuando debe refugiarse en Viena y, por último, su breve actividad parlamentaria en Roma hasta ser detenido, juzgado y encarcelado en 1926. La cuarta y última son los once años entre su detención y proceso y la larguísima estancia en la cárcel, que constituyen un periodo humano terrible, con dos hijos, al menor de los cuales nunca llegará a conocer, y entrando en la decadencia física, la soledad y finalmente, la muerte, dos días antes de poder reencontrar a su familia en Cerdeña, liberado para evitar que muriera preso. No olvidemos que 1937 fue un año triunfal para Mussolini, la guerra civil española se iba decantando hacia la victoria del fascismo, los siniestros procesos de Moscú y las purgas de los primeros dirigentes bolcheviques estaban en alza. Gramsci muere, pues, derrotado en ese momento, donde todo parece estar en contra de sus ideas. Su pensamiento y su discurso teórico no son sencillos de seguir pues siempre está explorando nuevas fronteras de análisis. No se presta a simplificaciones ni a ser utilizado. Pero, precisamente, al estar en un contexto complejo como es la Italia del primer tercio del siglo XX, con una industrialización intensa en el norte, una sociedad campesina atrasada en el sur, un peso enorme de la Iglesia y de la religión, con muchas más contradicciones y contrastes que otro país europeo occidental, sus textos son de una riqueza y una sutileza muy didácticas. No deja de ser curioso y lamentable que en España no fuera conocido – y hoy no lo es mucho-, cuando se dan muchos paralelismos históricos, económicos y sociales entre ambos países. Hubiera sido muy enriquecedor y hubiera despejado muchas dudas y evitado quizá tantos sectarismos que contribuyeron a la derrota republicana en la guerra civil. Su rigor y honestidad intelectual le hacían ser muy exigente con lo que escribía y lo que se escribía, como cuando calificaba el periódico, L’Ordine Nuovo, de “saco de patatas“. También, anticlerical racional, se insurgía contra el anticlericalismo primario que, sostenía, no encubría sino una falta de pensamiento, de superficialidad del análisis. Así, también, sus llamamientos a la responsabilidad obrera cuando se produce la ocupación de las fábricas y observa cómo algunos desatienden el correcto funcionamiento de las mismas). En sus escritos no faltan una fina ironía y un sentido inteligente del humor, que descubrimos por ejemplo en los artículos de su columna en Avanti!, ‘Sotto la Mole’ (Ediciones Sequitur, Madrid, 2009).

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El interés prioritario por la la cultura, la historia, es una de las marcas singulares de este pensador, que añade al marxismo unos matices muy importantes que significan un antes y un después en la interpretación de la evolución histórica. El biógrafo describe muy bien cómo Gramsci lamenta la escisión del socialismo y participó en la fundación del PCI, En 1921, pues siempre luchó contra el sectarismo, contra el mecanicismo y fatalismo que se habían infiltrado en el discurso del materialismo histórico, una especie de sucedáneo, decía, del “Dios lo ha querido“, mecanicismo que había que “enterrar de una vez con todos los honores posibles “. El concepto de hegemonía (dominio más dirección intelectual y moral), ligado al de bloque histórico, lo desarrolla con profundidad, en toda su complejidad, señalando cómo las convicciones de las masas populares son extremadamente débiles y no consiguen imponerse a las convicciones conformistas, que benefician a las clases dominantes. Se necesitaba “trabajar incesantemente para elevar intelectualmente las capas populares que eran cada vez más numerosas y dar así personalidad al elemento amorfo de la masa, lo que significa crear élites intelectuales de un nuevo tipo, que surjan de la masa y con ella permanezcan y sean su sustento de pensamiento”. Esto es, dice, lo que verdaderamente cambia el “panorama ideológico ” de una época. El “filósofo democrático” es aquel que “no se limita y contenta con su propio ser y pensamiento, sino que tiene una relación social activa de modificación del ambiente cultural“. Lo que lleva también a la consideración del partido obrero, comunista, como el necesario intelectual orgánico, que aúne cultura, pensamiento y lucha. Gramsci denunciaba la separación entre las masas trabajadoras y los intelectuales, algo que hoy la izquierda francesa está a punto de pagar caro, y no se puede evitar citar su crítica a la universidad, que “no ejerce ninguna función unificadora, pues un pensador libre ejerce frecuentemente más influencia que toda la institución universitaria “. En el plano personal y humano, Fiori destaca la amabilidad de Gramsci, su afecto por amigos y por su familia pues amaba a sus padres y hermanos, recordando que tenía un cierto complejo por su deformidad, pues era jorobado a causa de una caída cuando era un bebé. Esto se trasluce a veces en sus cartas más íntimas a su familia, no en un sentido lastimero, en absoluto, sino reconociendo la amarga realidad de su estado físico, que se fue deteriorando cada vez más (falleció con 47 años). Gramsci, aunque no era un buen tribuno en el sentido decimonónico del término, pues tenía una voz demasiado suave, era sin embargo muy efectivo porque acertaba en sus análisis y eso cautivaba a los oyentes y a los compañeros de luchas en el movimiento obrero. A pesar de ello, siempre estuvo en contra de la lisonja y el halago. En cierto modo, Antonio Gramsci, visto en el momento de su muerte, como muchos de los grandes pensadores y personalidades de la historia, podría haber sido considerado un fracasado, pues había sufrido las dos cárceles, como ha dicho Franco Lo Piparo; por entonces los dirigentes del PCI estaban totalmente sometidos a la política soviética precisamente en el momento álgido de las siniestras (y devastadoras del pensamiento marxista ) purgas de Stalin. Gramsci es de una lectura fascinante porque si bien sus cuadernos, como tales, son fragmentarios, abre muchas vías, muchos caminos. Es todo lo contrario de un pensamiento cerrado y circular, ayuda a pensar, interpela y desarticula los lugares comunes del materialismo histórico. Sus ideas sobre la filosofía, el ser humano, el individuo, el lenguaje, las lenguas, el sentido común, son otras tantas aperturas a una nueva forma de pensar, caminos que él abrió y que luego serían cegados, cortados, por el pensamiento ortodoxo, esa especie de puritanismo comunista que rehace su denostado mecanicismo. El libro de Fiori, en este sentido, es una excelente invitación a profundizar en la lectura del marxista italiano y universal. Y sin olvidar que una buena fuente de conocimiento de los escritos de y sobre Gramsci puede encontrarse en www.fondazionegramsci.org y en la Fondazione Gramsci Emilia Romagna, en Bolonia, www.iger.org . La biografía más reconocida quizá sea la del presidente de dicha Fundación, Giuseppe Vacca, Vita e pensieri de Antonio Gramsci.

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