La utopía construida. El museo en el bosque de Chapultepec

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Descripción

la utopía construida el museo en el bosque de chapultepec Ana Garduño

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ue el Museo Nacional se ubicara en el Bosque o en el Castillo de Chapultepec era una idea formulada desde principios del siglo xix y reiterada en diversas ocasiones a lo largo de la centuria pasada.1 A poco de su fundación ya se habían propuesto otros espacios donde instalarlo: el Hospital Real y General de los Indios u Hospital Real de los Naturales, en el ahora llamado Eje Central Lázaro Cárdenas, esquina con calle Victoria, el ex Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo en la calle del Carmen, casi esquina con San Ildefonso, el antiguo palacio de la Inquisición, el ex Colegio Mayor de Santa María de Todos los Santos en la segunda de la Corregidora y el Convento de la Encarnación en la confluencia de la actual República Argentina y Luis González Obregón, entre otros. Por fin, en 1866, a cuarenta años de su fundación, el Museo encontró su sede en la ex Real Casa de Moneda, gracias al empeño que para ello puso el Segundo Imperio mexicano. Maximiliano de Habsburgo le confirió mayor presupuesto, lo reorganizó y, sobre todo, logró asentarlo en el costado norte del Palacio de Gobierno. Tal estrategia difiere del limitado interés que el gobierno de Porfirio Díaz tuvo en edificar un inmueble para el Museo Nacional , como se ve al considerar las obras emprendidas para celebrar el centenario de la Independencia.2 Se realizaron 862 en todo el país, entre ellas 144 esculturas y 201 construcciones dedicadas a la educación,3 además de casas-museo de distintos héroes de la Independencia. Pero, si bien el gobierno federal llegó a comprar un extenso terreno en la confluencia de la avenida Juárez con la de Balderas y pagó al despacho de un arquitecto francés el anteproyecto, el hecho es que no se llegó a colocar ni siquiera la primera piedra. Décadas después, conforme se abandonó la noción centralista de que en el corazón de la urbe debían aglomerarse emblemáticas instituciones culturales, zonas residenciales y corredores financiero-comerciales, se proyectó consolidar un circuito alternativo de museos. Éste existía desde 1944 en Chapultepec, conformado por el Museo Nacional de Historia y las Galerías del Bosque de Chapultepec, donde la Secretaría de Agricultura montaba anualmente la Exposición Nacional de Floricultura y el Salón de la Flor. La Sociedad

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de Arte Moderno también coordinaba allí exposiciones temporales particulares de fotografía artística, objetos arqueológicos y etnográficos, pintura nacional e internacional y otros temas. Ignacio Marquina, director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y el arqueólogo Alfonso Caso encabezaron un equipo de especialistas que bocetaron un nunca materializado inmueble para un museo de antropología dentro del Parque Urbano de Chapultepec. Caso anunció al año siguiente, 1945, que el programa constructivo contaba con la anuencia de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y que la edificación empezaría pronto, pero nada ocurrió. En 1957 comenzó a desarrollarse otra propuesta, en diversas etapas que culminarían en 1964. Si bien con el cambio de gobierno el esquema del arqueólogo Luis Aveleyra Arroyo de Anda, entonces director del Museo Nacional de Antropología (MNA), se transformó de manera radical, fue él quien reinició la gestión, aunque luego numerosas personalidades contribuyeran a crear la fisonomía definitiva del edificio. Así, el edificio inaugurado en 1964 fue el resultado de un largo proceso durante el que generaciones de especialistas imaginaron heterogéneos modelos de recintos, negociaron planos arquitectónicos y bocetaron guiones curatoriales o calcularon remodelaciones del inmueble ya ocupado. Aunque no fueron ejecutados, todos ellos nutrieron el programa final del MNA de 1957 a 1964.

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lberto J. Pani (1878-1955), ministro de varios gabinetes presidenciales en la primera mitad del siglo xx, emprendió diversas acciones culturales. Formó dos colecciones de pintura posrenacentista europea, que posicionó por medio de publicaciones y exhibiciones para promover su entrega al gobierno federal en operaciones de compra-venta,4 y desde diversas secretarías de Estado destinó presupuesto a la adquisición de objetos con los que fortalecer las colecciones públicas nacionales. También imaginó un par de intervenciones con relación al Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía. Entre 1930 y 1933, diseñó dos programas caracterizados por variaciones sustanciales en el enfoque y las condiciones mismas de su materialización. Sin empleo o cargo alguno en la SEP, ejerciendo un poder transgresor típico de los primeros gobiernos

Periódico Excélsior, 8 de julio de 1930. CEHM, Grupo Carso, Fundación Carlos Slim

Proyecto de adaptación del Hotel Iturbide para el Museo de Arqueología y Artes Plásticas, del ingeniero Alberto J. Pani y el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, 1930. Perspectiva del patio. FONDO RESERVADO DE LA DIRECCIÓN DE ARQUITECTURA Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO InMUEBLE DEL INBA

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Proyecto de adaptación del Hotel Iturbide para el Museo de Arqueología y Artes Plásticas, del ingeniero Alberto J. Pani y el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, 1930. Corte del edificio. FONDO RESERVADO DE LA DIRECCIÓN DE ARQUITECTURA Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO InMUEBLE DEL INBA

posrevolucionarios, bocetó un anteproyecto a partir del modelo centralizador del Museo del Louvre, la institución enciclopédica por excelencia, y en 1930 presentó a la SEP y a la Secretaría de Hacienda su propuesta de creación de un museo nacional de arqueología y artes plásticas a ubicarse en la calle de Madero 17, en el corazón de la Ciudad de México, para aprovechar los “más de tres mil seiscientos metros cuadrados” del edificio Hotel Iturbide, hoy rebautizado como Palacio de Cultura Banamex. Sin mencionarlo, para no desprestigiar su propuesta, Pani retomaba la esencia del proyecto aglutinador porfirista que pretendió construir un Museo Nacional

de Arqueología, Historia y Bellas Artes nunca realizado. Su propio proyecto consistía en fusionar el patrimonio cultural estatal repartido entre el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía y las Galerías de Pintura y Escultura, donde el guión curatorial enfatizaría el lazo artístico con Europa en función del atractivo turístico que un recinto así concentraría. Contrató al arquitecto Carlos Obregón Santacilia, quien elaboró poco más de veinte planos sobre la adecuación espacial del inmueble. Básicamente se proponía techar el gran patio central y los dos laterales, destinando un anexo en la planta baja a exposiciones temporales y auditorio.

Las colecciones nacionales se dispondrían de la siguiente manera: en la planta baja del edificio, monolitos, esculturas y maquetas arqueológicas; en el entrepiso, colecciones prehispánicas en piedra y cerámica, telas, bordados y pequeñas industrias; en el primer piso, producción local desde el periodo de contacto con Europa y el virreinato hasta la modernidad, lo que incluiría códices, pintura, dibujo, grabado y muebles; en el segundo piso, escuelas europeas de pintura, dibujo y grabado antiguas y decimonónicas, con una sala especialmente dedicada a España como bisagra o puente entre las culturas de Europa y México.

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a crítica especializada estuvo de acuerdo con Pani en su percepción de que la estrategia museográfica del recinto estaba anquilosada, ya que “por el amontonamiento en que se encuentran exhibidos [los objetos] no lucen lo que debieran”.5 Pero el proyecto suscitó numerosas reacciones públicas. El historiador Alfonso Toro (1873-1952), titular del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía en 1925, se pronunció contra un museo concentrador y pidió la segmentación de los acervos. En su opinión, el Hotel Iturbide era idóneo para resguardar el patrimonio colonial pero no así el precolombino, e hizo público que “algunos años” páginas 174-175

Proyecto de adaptación del Hotel Iturbide para el Museo de Arqueología y Artes Plásticas, del ingeniero Alberto J. Pani y el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, 1930. Detalle de la fachada. FONDO RESERVADO DE LA DIRECCIÓN DE ARQUITECTURA Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO InMUEBLE DEL INBA

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atrás había presentado un proyecto consistente en la construcción de pabellones inspirados en la arquitectura de cada cultura prehispánica. La edificación contenida en su propuesta se debía ubicar en el Bosque de Chapultepec. Por diversos motivos, el proyecto de Pani había caído en el descrédito ante la mayor parte de la prensa, pero el Dr. Atl (cuyo verdadero nombre era Gerardo Murillo), quien despachaba entonces desde la jefatura del Departamento de Monumentos y Objetos Artísticos, Arquitectónicos e Históricos,6 intervino en la polémica apoyando a su amigo: “Nuestros museos son verdaderas bodegas donde las esculturas y las pinturas están literalmente amontonadas. Ambas artes carecen de la debida clasificación y no hay una sola obra que esté debidamente colocada: es que no hay espacio. El proyecto del señor Ingeniero Alberto J. Pani […] llena una necesidad imprescindible […]. Nuestra riqueza artística debe reconcentrarse y ponerse —como se diría en francés— en valor […]. Se convertiría en uno de los museos más importantes de América.” Pero la adquisición nunca se concretó. Con su característica ironía, el cronista Salvador Novo escribió que, ya iniciada la década de 1930, “el Museo Nacional dormía plácida siesta dotado de arqueólogos contentos con el Calendario Azteca y el cañón del Pípila”. Un descubrimiento azaroso inauguró entonces una nueva era en las excavaciones arqueológicas: el hallazgo de la tumba 7 de Monte Albán, en enero de 1932, por Alfonso Caso. Pani regresó a México, recuperó su puesto de Secretario de Hacienda y, en el año escaso durante el que lo ejerció (1932-1933), se dio a la tarea de reformular su anteproyecto de 1930. Con la colaboración

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de Manuel Ituarte, arquitecto experimentado en la remodelación de edificios virreinales, proyectó la del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía en el mismo edificio de Moneda 13. “El alto costo de la construcción de un nuevo edificio digno de los tesoros que encierra el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía limitó mis pretensiones, por el momento, a la adaptación del ya existente. Pero ni tan modesta empresa me fue posible acometer, pues bastó la exploración de los cimientos ordenada por mí en una dependencia administrativa del Secretario de Educación Pública, para que éste montara en cólera e impidiera la ejecución del proyecto.” Si bien fue fallida su incursión en el emblemático recinto, Pani logró ser nombrado coordinador general de las obras para la conclusión del Palacio de Bellas Artes y así fundar el primer museo permanente dedicado a las artes plásticas en México. Luego, a pesar de sus esfuerzos por regresar a cualquier gabinete presidencial, nunca volvió a investirse de funcionario público.

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n 1957 se diseñó una nueva sede definitiva para el Museo Nacional de Antropología, pero su patrocinio sólo podía provenir del poder ejecutivo federal y el mandato presidencial concluiría a finales de 1958. Sin embargo, existía un buen argumento a favor de la realización de la obra: edificar un hogar definitivo para el Museo sería ideal para celebrar el vigésimo aniversario de la fundación del INAH, a cumplirse en 1959. El arqueólogo Luis Aveleyra, al frente entonces del Museo, reforzó la solicitud formal a la presidencia con cartas de apoyo de instituciones culturales

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Proyecto de adaptación del Hotel Iturbide para el Museo de Arqueología y Artes Plásticas, del ingeniero Alberto J. Pani y el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, 1930. Corte transversal por el patio posterior. FONDO RESERVADO DE LA DIRECCIÓN DE ARQUITECTURA Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO InMUEBLE DEL INBA

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y asociaciones gremiales de especialistas relacionados con la ciencia, la educación superior y la cultura. Aveleyra contaba además con la aprobación del antropólogo físico Eusebio Dávalos Hurtado, director del INAH. La propuesta de 1957 no sólo se aprobó sino que se articularon los pactos indispensables para que el plan constructivo maestro y la estrategia administrativa pasaran al siguiente gobierno, como había sucedido con el proyecto de Ciudad Universitaria. Con la anuencia del presidente saliente, Adolfo Ruiz Cortines, se pusieron en circulación timbres postales para promover la obra y obtener financiamiento. Los argumentos del decreto, publicado ya durante el gobierno de Adolfo López Mateos, dan cuenta de manera precisa del nivel de deterioro de las vetustas instalaciones del Museo: “Considerando que los gobiernos de México están sumamente interesados en proporcionar a los visitantes nacionales y extranjeros oportunidad de conocer los tesoros arqueológicos y artísticos y así tener mayor afluencia de ellos y por tanto, de divisas… Considerando que el local que actualmente ocupa el Museo Nacional de Antropología es impropio, insuficiente y no presta seguridades de ninguna índole, ya que inclusive las compañías aseguradoras se han negado terminantemente a otorgar un seguro…”

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a cuestión turística7 coincidía con las estrategias político-económicas que llevaron a López Mateos a emitir una Ley de Secretarías y Departamentos de Estado, en vigor desde 1959, ordenando que el Departamento de Turismo pasara del control de la Secretaría de Gobernación a depender directamente del poder ejecutivo. En 1961 se creaba el Consejo Nacional de Turismo, argumentando que esa industria, “además de su dimensión económica, facilita a los nacionales el conocimiento de su propio país, fortaleciendo la integración social de la nación, y ofrece a los visitantes extranjeros una visión auténtica de la vida mexicana, en sus aspectos histórico, cultural y artístico”. En 1960, el 88% de los turistas provenía de Estados Unidos. Parte de la estrategia era convertir a la Ciudad de México en objetivo de los viajeros temporales. La meta era promocionar al Distrito Federal como metrópoli cultural. López Mateos decidió además ampliar la empresa cultural y encargó la realización de un programa general de reordenamiento

museístico que se instrumentaría a lo largo de ese sexenio. El presidente fundó una Subsecretaría de Asuntos Culturales dentro de la Secretaría de Educación Pública, cuya titular fue la experimentada política y diplomática Amalia Caballero de Castillo Ledón, y encargó a Daniel Rubín de la Borbolla, en 1959, la elaboración de un programa que implicó la reordenación de las colecciones y la creación de nuevos y especializados espacios. Con este programa, instrumentado entre 1960 y 1968, se procuró corregir el desorden en que había crecido la red de museos hasta entonces. De los noventa y cinco enlistados por Rubín de la Borbolla en 1959, la Ciudad de México concentraba veintinueve y no sólo existían capitales sin museos sino también estados sin ninguno. En cuanto a los ubicados en la Ciudad de México, declara: “Sólo el Museo Nacional de Antropología adolece de mala ubicación, por encontrarse en la parte central de la ciudad que más dificultades ofrece para llegar a ella y más problema tiene de estacionamiento de vehículos. Los demás están ubicados en zonas céntricas pero de fácil acceso o en sitios donde las vías de comunicación son abundantes, los servicios frecuentes y que cubren todos los rumbos de la ciudad. Lugar privilegiado [ocupa] el Nacional de Historia que […] [habita] el Castillo de Chapultepec. Este caso nos sirvió de base para estudiar las posibilidades de ubicación de los principales museos en el Bosque de Chapultepec, que se ha convertido en centro de reunión, visita y esparcimiento de toda la población de esta ciudad.” El detonador para consolidar un segundo circuito de museos en la Ciudad de México fue el emblemático Museo Nacional de Historia, ya que se trataba del más visitado del país. El gobierno tomó la determinación de edificar cuatro nuevos espacios sobre diseños del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez: dos adscritos al INAH y dos al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Tres se ubicaron en el Bosque de Chapultepec y uno en el norte del país: la Glorieta de la Lucha del Pueblo Mexicano por su Libertad (Galería de Historia o Museo del Caracol), inaugurada en 1960, el Museo de Arte Moderno y el Museo Nacional de Antropología, sin duda el proyecto más ambicioso en ese rubro, del siglo xx y del centro del país.8 Planos del proyecto de restauración del Museo Nacional, del ingeniero Alberto J. Pani y el arquitecto Manuel Ituarte, 1932. Conaculta-Inah-ARCHIVO DIGITAL DEL MNA

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En cuanto al patrimonio virreinal que estaba bajo resguardo del Estado, por encontrarse dividido en las colecciones del INBA y del INAH, se ubicó en dos recintos separados por varios kilómetros: la Pinacoteca Virreinal de San Diego (1964-1999), adscrita al INBA, en un remodelado ex convento del centro de la Ciudad de México, y el Museo Nacional del Virreinato en Tepozotlán, estado de México, que venía a reforzar el circuito turístico-cultural establecido en la zona de Teotihuacán. Una vez desalojado el Museo de Antropología del edificio de Moneda 13, el director del INAH, Eusebio Dávalos Hurtado, ideó el Museo Nacional de las Culturas, inaugurado en 19659 aunque no figuraba en el programa de 1959. Éste cerró su fase de ejecución en 1968, con la inauguración de un postergado Museo de San Carlos. La reforma planteada por Daniel Rubín de la Borbolla consolidó el modelo centralizador de museos y acervos patrimoniales y, en el caso de la construcción de los recintos de la zona fronteriza con Estados Unidos, lejos de implicar un cambio en esta política, fueron la excepción que confirmó los métodos de operación del sistema. Se ratificó la noción del Estado como proveedor de instituciones educativas, haciendo sentir su poder en los años en que justo empezaba a cuestionarse su autoritarismo político. El régimen del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964), llamado “el sexenio de los museos”, fue la más ambiciosa transformación del sistema museístico nacional y afectó la morfología de instituciones tan diversas como la Secretaría de la Defensa Nacional, el Departamento del Distrito Federal o la Universidad Nacional Autónoma de México.10

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tros factores intervinieron a favor de situar al heredero del Museo Nacional en Chapultepec. La propuesta de la museología francesa de ubicar los recintos museísticos o parte de ellos al aire libre se articuló con proyectos de creadores e intelectuales como el Dr. Atl con su utopía anarquista Olinka, Diego Rivera y su interrumpida Ciudad de las Artes o el poeta Carlos Pellicer, quien sí logró materializar el Parque Museo La Venta en Villahermosa, Tabasco. Muchos de estos proyectos se activaron o incentivaron con la construcción a partir de 1952 de la Ciudad Universitaria, urbe humanística y científica, erigida

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Planos del proyecto de restauración del Museo Nacional, del ingeniero Alberto J. Pani y el arquitecto Manuel Ituarte, 1932. CONACULTA-INAH-ARCHIVO DIGITAL DEL MNA

a lo largo de tres regímenes presidenciales sucesivos (1940-1958). En 1944, el Dr. Atl y el ingeniero Alberto Pani ya habían enviado una misiva al representante del poder ejecutivo federal proponiendo la creación del primer museo-jardín mexicano en el Castillo de Chapultepec, donde el mismo año había tenido lugar la apertura del Museo Nacional de Historia. Proponiéndose a sí mismos para controlar el proyecto, pretendían incursionar en un territorio que pronto sería facultad exclusiva de oficinas gubernamentales e instituciones de perfil académico. Para ello, con plena conciencia, obviaron que cinco años antes se había fundado el INAH.

La iniciativa era conceptualmente similar a la del Parque Museo La Venta, fundado en Tabasco en 1958, donde treinta y seis monolitos mesoamericanos fueron dispuestos en un área de 8 hectáreas rodeados de la flora y fauna típica de su ambiente natural. Carlos Pellicer, más conocido como poeta pero con incursiones bien publicitadas en el universo de la museografía,11 promovió la idea de concentrar en la capital del estado la escultura monumental olmeca para hacerla accesible al turismo nacional e internacional. La amplísima galería sin techo ni muros remite también a Georges Henri Rivière (1897-1985), cuyas propuestas, pertenecientes a la corriente conocida como “nueva museología”, enfatizan la

relación hombre-naturaleza y otorgan un papel protagonista al espacio. A su vez, el campus de la Ciudad Universitaria, al sur de la capital, aprovecha su posición dentro de un ecosistema peculiar formado por residuos de lava volcánica y una vegetación característica para integrar de manera armónica al paisaje las modernas instalaciones académicas. Inscrito desde el año 2007 en la lista de Patrimonio Universal de la Humanidad, este espacio de casi 750 hectáreas no oculta sus evidentes afinidades con la ciudad-estado de Monte Albán en Oaxaca y su materialización fue el desencadenante de varias utopías, algunas de las cuales nutrieron

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el proyecto de sede definitiva del Museo Nacional de Antropología. Olinka (“donde se reconcentra el movimiento”), por ejemplo, fue la utopía urbano-anarquista del Dr. Atl, aprobada incluso por diversos miembros de la élite gubernamental entre 1952 y 1964, aunque no se realizó ni siquiera en parte por la congénita imposibilidad del pintor de concretar sus proyectos culturales. Esta iniciativa buscaba reunir un selecto grupo de intelectuales, científicos y creadores en una “super universidad o ciudad [de] reconcentración de la cultura”,12 desde la que se forjaría una civilización superior donde los elegidos podrían entregarse a la innovación científica-tecnológica y artístico-humanística. Para esta ciudad ideal, proyectó varias versiones de un museo que en algún momento llegó a implicar la sustitución del MNA. “Se trata de crear un museo arqueológico al aire libre formado por las esculturas y monolitos que se encuentran diseminados y abandonados en los estados de Oaxaca, México, Guerrero, Veracruz, etcétera, cuyo número asciende a más de dos mil piezas”,13 escribió el Dr. Atl, quien, mediante esta urbe regida,

según planeaba, por un Consejo Nacional de la Cultura, aspiraba a un regreso simbólico al origen, a un nuevo inicio de la civilización, apoyado en el artificio de concentrar los antiguos monolitos en un espacio distinto del de su contexto primario.

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aso opuesto fue el de Diego Rivera, quien se proponía crear alrededor de su Museo Anahuacalli un complejo cultural con una oferta integral que incluiría un parque recreativo para el encuentro y reconciliación de las diversas clases sociales. Su proyecto, inconcluso hasta la fecha, se inserta dentro de una larga tradición de planteamientos utópicos que buscaba la creación de una “Ciudad de los Museos y de las Artes” para el bien común. Ésta se desplegaría en un amplio terreno de su propiedad, susceptible de ser ampliado, donde se ubicarían, en torno a una recreación de la zona sagrada de Teotihuacán,14 museos, galerías de pintura, bibliotecas, pabellones de compra-venta de artes populares, salas de concierto, auditorios al aire libre, restaurantes y parques de recreación. De todo ello,

archivo dr. atl, fondo reservado de la biblioteca nacional, unam

lo único construido fue el Anahuacalli, en una mezcla de estilos que evoca una base piramidal mesoamericana y que también funge como monumento permanente a la memoria de su creador, muerto en 1957, siete años antes de la apertura formal de su museo-mausoleo, espacio que garantiza la protección, conservación y exhibición permanente de su colección privada.15 El Museo Nacional de Antropología fue inaugurado por el presidente Adolfo López Mateos el 17 de septiembre de 1964. Al día siguiente, tanto él como su comitiva asistieron a la ceremonia fundacional del Anahuacalli, a pesar de que éste, por la decisión de Rivera de no entregar el museo al aparato oficial, venía a representar un cuestionamiento de la hegemonía estatal en este campo. Unos pocos museos privados, como el Museo Amparo en la ciudad de Puebla (1991) o el Museo Dolores Olmedo Patiño, en Xochimilco (1994),

siguieron su ejemplo. Otros, también creados por particulares, como los museos de Arte Prehispánico Carlos Pellicer (Tepoztlán, Morelos, 1965) y Rufino Tamayo (Oaxaca, 1974), y el Museo Colección Stavenhagen (Centro Cultural Tlatelolco de la UNAM, 2011), optaron por continuar la tradición de donar los acervos al Estado y ceder su conducción a la burocracia gubernamental o municipal. El edificio del Museo Nacional de Antropología de 1964 retomó la noción de museo al aire libre, aunque no de manera radical, mediante la exitosa combinación de espacios abiertos aledaños a las galerías techadas. En cada sala-jardín se colocaron reproducciones de vestigios arqueológicos y algo de la flora endémica para proporcionar al visitante una experiencia sensorial y estética semejante a la de recorrer las propias zonas arqueológicas. Al mismo tiempo, así como el circuito central de Ciudad Universitaria recreó, sin intentar copiar ni reproducir,

Gerardo Murillo, Dr. Atl (1875-1964). CEHM, Grupo Carso, Fundación Carlos Slim

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la zona sagrada de Monte Albán, el Museo Nacional de Antropología retomó, entre otros elementos, edificaciones de la zona maya, en especial el conjunto arquitectónico que insólitamente preserva el nombre de “cuadrángulo de las monjas”, en Uxmal. Ambos proyectos, de alto valor simbólico, cumplen una de las demandas de la época: fundamentar sus diseños a partir de la herencia prehispánica, logrando una arquitectura moderna y racional, nada estridente.

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mediados de los años sesenta, el Estado mexicano coronaba una política de alta prioridad en el universo de la construcción de su imagen nacional: la instrumentación y fortalecimiento de una red museística dedicada a articular un altar a la patria, fragmentado pero complementario, cuya joya en la tiara republicana era el nuevo Museo Nacional de Antropología. Tal aspiración vanguardista se concretó en un recinto moderno, donde los emblemáticos acervos que representaban a las culturas ubicadas en el territorio nacional tenían la misión de confirmar el lugar de México en la reducida lista de las civilizaciones madre globales, por lo que se enfatizaron también la insularidad y la originalidad aparentemente absolutas de las sociedades mesoamericanas. La transformación del Bosque de Chapultepec en circuito museístico fue resultado de la sinergia entre la política educativa gubernamental, la diplomacia, los intereses turísticos y las estrategias identitarias. Por supuesto, entre 1910 y 1964 la teoría museológica había cambiado: se pasó de privilegiar un solitario e inmenso museo concentrador a vislumbrar una ciudad cultural o circuito museal, donde los diversos recintos de exhibición, que en conjunto constituyen una oferta cultural integral, se colocan en una cercanía espacial tal que posibilita su recorrido a pie. El año 1964 representa en México la cúspide de una política de clara representación simbólica, instrumentada al menos desde el inicio de los regímenes de la Revolución mexicana, cuyo objetivo fue homogeneizar un imaginario nacional a la vez que ubicar a México en el concierto de las naciones modernas. La reforma integral del sistema de museos fue uno de los dispositivos estatales clave para insertar el país, durante la segunda mitad del siglo xx, entre los primeros destinos turísticos mundiales. Si bien se mantuvo un cauto rechazo discursivo a la mercantilización y comercialización de la cultura,

se privilegiaron criterios turísticos y se favoreció la “industria sin chimeneas”, fuente de divisas y generadora de empleos. Desde el optimismo desarrollista de los gobiernos de Ruíz Cortines y López Mateos se concretó un proyecto transexenal que dio comienzo a un nuevo orden cultural del que el Museo Nacional de Antropología devino emblema. La Ciudad de México no sólo fortaleció su imagen pública de metrópoli educativa, sino que también se consolidó en el imaginario colectivo como capital cultural, y no sólo dentro del territorio nacional y Latinoamérica, sino incluso a nivel global.

Coatlicue, de Diego Rivera, Museo Anahuacalli. Fotógrafo: Pablo Ortiz Monasterio. páginas 186-187

Vista aérea del Bosque de Chapultepec antes de la construcción del MNA, 1962. ARCHIVO ARQUITECTO PEDRO RAMÍREZ VÁZQUEZ

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