La universidad “de calidad” y las ruinas del pensamiento. Entrevista de Nelly Richard

June 14, 2017 | Autor: R. Rodríguez Freire | Categoría: Neoliberalismo Y Educación, Universidad Y Neoliberalismo, Transformaciones de la universidad
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Descripción

Entrevista a Raúl Rodríguez Freire

Por Nelly Richard

La universidad “de calidad” y las ruinas del pensamiento

Raúl Rodríguez Freire es un destacado académico de la Universidad Católica de Valparaíso que reflexiona sobre las transformaciones –globales y locales– que afectan a la universidad contemporánea. Sus escritos y esta conversación dejan en evidencia que la repetición mecánica de la consigna “Educación gratuita y de calidad” es completamente insuficiente para debatir sobre las ideas de universidad y modelos de saber que se requieren ante las mutaciones económico-culturales del presente. El complejo desafío es revertir un enfoque tecnocrático que legitima sus estándares como de “excelencia”, cuando basta indagar en ellos para comprobar que son de mercado, y más allá de lo que muchos se imaginan. Fotos: Cristóbal Olivares

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sabía usted que: … La agenda de Piñera está llena de Piñericosas.

“Hay que reparar no solo en la función de la universidad sino en su modo de funcionamiento, cada vez más en manos de la llamada ‘nueva gestión pública’ (NGP) a cargo de los famosos expertos, y que ha entrado en el sistema con una batería conceptual que suele emplearse sin traducción al castellano, quizás para seducir al provincianismo local”.

E

n su influyente libro titulado La universidad en ruinas (1996), Bill Readings comenta el desastre de una universidad global ya vaciada de tradición y sabiduría, al haber sido colonizada por el dispositivo empresarial y su lengua burocratizada: “excelencia”, “convenios de desempeño”, “mecanismos de aseguramiento de la calidad”, “control de gestión”, etcétera. Raúl Rodríguez Freire y Andrés Maximiliano Tello coeditaron el libro Descampado. Ensayos sobre las contiendas universitarias (Santiago, Sangría Editora, 2012): un libro clave que incorpora ese diagnóstico de B. Readings para mostrar cómo la relación entre universidad y mercado ha disipado cualquier ilusión de “autonomía del saber”, pero que, sobre todo, dota de un renovado vigor intelectual el debate en torno a la universidad y su crisis en Chile. Varios otros textos posteriores de Rodríguez Freire esclarecen el modo en que la gestión académica –con sus indicadores técnicos de rendimiento y productividad– ha marginado a las humanidades por considerar no rentables a la creación y el pensamiento. La universidad tradicional (moderna, republicana) se ha visto gravemente afectada por la tecnocratización del conocimiento. Pero las instituciones no son bloques homogéneos y, pese a la racionalidad dominante, siempre logran abrirse en su interior vías de circulación alternas para la interrogación crítica de la cultura y la sociedad. ¿No debería una discusión “cultural” sobre la universidad hacerse cargo de desmontar la noción de “calidad”: una noción que se postula a sí misma como ideológicamente neutra cuando bien sabemos que responde a la visión tecnocrática que rige la economía de mercado?

–Por supuesto, la “calidad” es parte del dispositivo tecnocrático de lo que podríamos llamar la universidad del management o empresarial. Se trata de un término que se maneja arbitrariamente y para referir cosas muy distintas, sin tener la necesidad de definir lo que hace “de calidad”, por ejemplo, a una carrera académica, a los docentes, al casino donde comen los estudiantes o – dependiendo de la universidad– al lugar donde estacionan sus autos. Y cuando se pregunta qué entender por “calidad”, se nos remite redundantemente a algo tan técnico como los “mecanismos de aseguramiento de la calidad” que provienen de la gestión institucional. Tanto “excelencia” como “calidad” son significantes vacíos, autorreferenciales, pero que se presentan como si fueran el resultado de un proceso riguroso y objetivo de cer-

tificación y no dependieran de la razón económica que los controla. Lo saben muy bien los agentes del management, para quienes la calidad no se encuentra en la cosa en sí sino en su administración, y su meta estriba en alcanzar la satisfacción del cliente. Por otra parte, habría que recordar que la Organización Internacional de Normalización, encargada de promover las famosas normas ISO, surge apenas terminada la Segunda Guerra para asegurar la calidad en la producción de armamento, y hoy se aplica sin ningún problema a los llamados “mercados académicos” globalizados. “Calidad”, por tanto, no puede ser una consigna a esgrimir, pero debemos reconocer que el sistema ha sido muy eficaz en universalizarla mediante un uso acrítico, pues ¿quién podría estar contra la calidad? Hay otro vocablo hoy plenamente incorporado al sistema educativo: lo que los economistas llaman “capital humano”…

–Es un término clave que ingresa a Chile vía los Chicago Boys y El Mercurio, con el fin explícito de transformar a cada

y su identidad personal en una era donde el narcisismo del yo adquiere mayor resonancia. De manera que el derrumbe del modelo implica, también, el derrumbe de uno mismo en tanto empresario de sí. ¡Y por eso que nada es tan simple! ¿Se puede debatir localmente sobre la universidad –y sobre las universidades estatales, públicas y privadas– sin tomar en cuenta la dimensión globalizada del “capitalismo académico” que uniforma procedimientos y criterios a lo largo y ancho del planeta?

–Si bien existe un amplio espectro de universidades en Chile, desde algunas con plena vocación “pública” hasta otras centradas en la acumulación de dinero, las fuerzas transnacionales presionan para homogeneizarlas exclusivamente en función de la rentabilidad económica. Estas fuerzas están articuladas con el llamado posfordismo, pero en ningún caso el fordismo ha sido dejado de lado: hay universidades que controlan la hora de llegada de sus profesores mediante huella digital, y la misma idea de “crédito académico” intenta controlar el tiempo de trabajo en la universidad.

“Con un 75% de profesores part-time, sin tiempo para investigar y reflexionar, en las universidades de hoy el saber está pronto a ser irrelevante”. ser humano en un capitalista o en un emprendedor. Al articularse con la educación, la potencia como “bien de consumo”, un bien que tiene que ver no solo con la inserción del conocimiento en el mercado, sino también con las competencias y habilidades que tendrá luego el empresario de sí para invertir su propio capital humano. De manera que no solo hay que replantear el lugar de la universidad sino, también, la constitución de uno mismo como sujeto, y para ello la ética se vuelve una cuestión de primer orden. Lo que hace de un profesor un emprendedor, un microcapitalista, es la gestión de sí, de su saber o de su capital humano. Es, por ejemplo, lo que sucedió con el sociólogo Alberto Mayol, que luego de un par de entrevistas respecto del movimiento estudiantil gestionó su saber en tanto movimentista o movimentólogo, de manera similar a como lo hace José Joaquín Brunner respecto de las políticas educativas neoliberales o Manuel Antonio Garretón respecto de la transitología. Todo académico, lo quiera o no, pasa a ser un emprendedor en la medida en que maneja comercialmente su saber

sabía usted que: ... Los dirigentes de la FIFA metían los tremendos golazos.

Cada vez más y por todos lados, están apareciendo mecanismos sutiles de disciplinamiento que entroncan con libertades vigiladas. De manera que la universidad, tal como existe hoy, tiene muy poco de aquella que, para el caso de Chile, emergió durante la primera mitad del siglo XX. No existen ni autonomía ni estabilidad laboral ni financiamiento basal, pilares de la universidad moderna. Así las cosas, las radicales transformaciones en curso –pues estamos recién en el comienzo y, por tanto, quizá a tiempo de intervenir– responden a un diseño a escala planetaria que tiene como meta la configuración de un mercado universitario global. De ahí la urgencia con que, por ejemplo, el Banco Mundial, a través de los ministerios de Educación, viene entregando dinero a cambio de la implementación del llamado Sistema de Créditos Transferibles. Lo que se busca, aprovechándose de la vulnerabilidad económica de gran parte de las universidades que se ven prácticamente obligadas a aceptar las condiciones impuestas para poder sobrevivir, es articular de la mejor manera universi-

dad y capital transnacional. La oferta de grados internacionales y, sobre todo, la educación a distancia (e-learning), necesita de un sistema estandarizado ad hoc. El famoso Plan Bolonia para unificar el sistema universitario europeo, y su introducción en América Latina, no tiene otro objetivo que reforzar esta nueva división internacional del trabajo intelectual, donde universidades globales se disputarán (en realidad ya se disputan) a los estudiantes/consumidores de los países “en desarrollo”. ¿Quién, viviendo en Taiwán, Marruecos o Santiago no querrá tener un título de Yale o Princeton? Por todo lo anterior, tendríamos que reparar no en la función de la universidad sino en su modo de funcionamiento, cada vez más en manos de la llamada “nueva gestión pública” (NGP), un dispositivo a cargo de los famosos expertos, que están desplazando en relevancia a los académicos y obliterando la función del intelectual. Hoy, el acento está puesto en lo procedimental, en el cumplimiento de metas medidas tecnocráticamente. Esta nueva gestión se ha introducido de lleno en gran parte del sistema universitario a partir de una batería conceptual usualmente empleada sin traducción al castellano, quizá como una forma de seducir al provincianismo local. Así ocurre, por ejemplo, con el benchmarking (evaluaciones comparativas o sistemas de referencia), que inscribe la competición como modelo de relacionamiento y a la competencia misma como el fin de cualquier organización. Tal como muy bien lo has descrito en varios de tus trabajos, las nuevas exigencias de mercado de la universidad flexible precarizan y segmentan la producción de conocimiento. ¿Queda algún espacio libre para la teoría y la crítica en universidades que demandan cada vez más saberes prácticos?

–En EE.UU., la crisis económica de los 70 llevó hacia una transformación de la universidad que comenzaba a ser considerada cada vez más como un espacio que sí o sí tenía que ser productivo, ya no reflexivo. A la vez que se aumentó la matrícula, se comenzaron a reducir los presupuestos y a reestructurar departamentos y programas, con el fin de potenciar cursos que los nuevos clientes realmente necesitaran, como los de composición y lectoescritura, que terminaron no solo desplazando a la teoría sino a la literatura misma. En Chile, este desplazamiento se dio pocos años más tarde, a partir de la Ley General de Universidades de 1981, ley que indicaba que, por el bien del país, y sobre todo por el de la calidad de la educación, era necesaria la “libertad de enseñanza”. Libertad que no tenía nada que ver con cátedra alguna, 27

“El 82% de los artículos de humanidades publicados en revistas con evaluación de pares nunca son citados, aunque abundan las autocitas… Entonces, ¿para quién se está escribiendo? Para las empresas que venden sus bases de datos, a precios exorbitantes, a las universidades donde nosotros mismos trabajamos”. sino con la facultad de crear “Unidades básicas y superiores productoras de servicios educacionales”; en otras palabras, de privatizar la educación. La masificación de la matrícula responde a una rearticulación del capital y a nuevas formas de segmentación social en base a niveles de consumo, más que a objetivos democráticos. Por otro lado, la certificación de la calidad, es decir, la acreditación, no tiene como una de las variables principales la fortaleza de una planta docente estable (jornadas completas), despreocupándose así de la precarización laboral. Alrededor del 75% de los académicos de la educación superior en Chile son profesores part-time, y en la mayoría de las universidades privadas (y cada vez más en las tradicionales) la planta se reduce a poco más que los cargos necesarios para el buen funcionamiento administrativo de una carrera. Así las cosas, ¿en qué momento un profesor podrá investigar y reflexionar? En las universidades de hoy el saber está pronto a ser irrelevante. Y la crítica, cuando logra tener lugar, representa una anomalía peligrosa al querer hacer del lenguaje (segmentarizado en función de competencias y códigos disciplinares) algo más que un medio de comunicación, que es a lo que lo han reducido los expertos.

LA DEMOCRACIA DEL ARTE Acabas de coeditar, junto a Clara María Parra Triana, una impresionante antología sobre “Crítica literaria y teoría cultural en América Latina” (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2015) en la que se afirma la contribución decisiva del ensayo cultural a la historia de las ideas en

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América Latina. ¿Qué lugar le cabe hoy al ensayo crítico en un mundo universitario invadido por la industria del paper, siendo el ensayo el género predilecto para reflexionar culturalmente sobre la literatura, el arte y las humanidades?

–Es una pregunta que ronda como un espectro el siglo XXI. Y uso la figura del espectro pues como tal retorna cada cierto tiempo, dado que nuestra época no es la única que se ha visto enfrentada a la desconsideración del arte y las humanidades. Es más, la emergencia de la Universidad en Chile se da paralelamente al debate sobre el latín. Creo que es en la disputa entre Ignacio Domeyko y Antonio Varas (seguida más tarde por Vicuña Mackenna y otros “liberales”) por incorporar, quitar o aminorar su enseñanza donde vemos el duro devenir que les esperaba a las humanidades. Para el primero, científico de tomo y lomo, el latín era la base de cualquier futuro educacional. El segundo, abogado y profesor de filosofía, pero chileno y provinciano a fin de cuentas, se “interesaba” más por el bienestar material de la nación, y lo hacía casi en los términos de hoy, al defender el lucro en la educación. Señalo esto para recordar que las humanidades siempre han estado asediadas… En cuanto a la intención de “Crítica literaria y teoría cultural” en el siglo XX y del segundo volumen dedicado al siglo XXI, que ya estamos preparando, tienen esencialmente como objetivo relocalizar al ensayo como la forma más relevante en América Latina para el trabajo del pensamiento. El libro está dirigido a los alumnos de hoy, bombardeados por un tipo de escritura académica que niega la

imaginación teórica y crítica al imponer como requisito una forma fija y repetitiva. Cualquier paper repite por lo menos tres o cuatro veces las “ideas” principales, y las famosas palabras clave –junto al respectivo resumen– pretenden asegurar su rápida recepción y consumo. Pero lo cierto es que ello tampoco ocurre así. Dos académicos, Asit K. Biswas y Julian Kirchherr, publicaron hace poco un estudio donde señalaban que, para el caso de las humanidades, el 82% de los artículos publicados en revistas que cuentan con evaluación de pares nunca son citados (aunque abundan las autocitas)… La pregunta que surge entonces es ¿para quién se está escribiendo? La respuesta no es muy difícil de encontrar: para las empresas que lucran con sus bases de datos vendiéndolas a precios exorbitantes a las universidades donde nosotros mismos trabajamos, bases de datos que las agencias acreditadoras prácticamente obligan a subscribir pues es una de las variables a considerar cuando se mide la “calidad” bibliográfica de una universidad. Así las cosas, la escritura del ensayo (y la defensa de las revistas independientes) adquiere un carácter político, al situarse a contrapelo de la industria del paper.

sumarse. El arte no existe en virtud de un sujeto creativo (este es un mito moderno y romántico), sino de toda una fuerza acumulada durante siglos. Reivindicar esa herencia implica reconocer que la producción intelectual es común y que todo el mundo tiene derecho a ella, cuestión, por cierto, que barre con la supuesta distinción entre alta y baja cultura o entre cultura superior y cultura popular. En “Un cuarto propio”, Virginia Woolf señala que las obras maestras no emergen por sí solas, sino gracias al “producto de muchos años de pensar en común”. Por ello creo que la relación entre democracia y literatura debe plantearse en términos distintos a como se venía pensando, porque el lugar del intelectual con relación al “pueblo” o a los sectores desfavorecidos sigue siendo problemático. Fue en nombre del “pueblo” que el latín se comenzó a quitar de la enseñanza, afirmándose que era una lengua elitista dominada por conservadores. Pero yo me pregunto ¿por qué el pueblo no puede aprender latín? El latín no le pertenece a una clase, sino a quien quiera aprenderlo. Ha sido precisamente cuando el pueblo se ha apropiado de saberes que supuestamente no le perte-

“Yo tiendo a ver la literatura, el arte y las humanidades como una lengua superviviente que, en nuestra época radicalmente individualista, podría trastocar lo que le rodea al inscribir una herencia común, la herencia de un pueblo al que habría que sumarse”. ¿Cómo interpretas la cita de Martha Nussbaum en “Sin fines de lucro” (2010) según la cual “la democracia necesita del arte y las humanidades”?

–Creo que su defensa de la literatura y el arte es liberal (incluso moral), asumiendo que la literatura y el arte nos hacen mejores personas. Yo tiendo a ver la literatura, el arte y las humanidades como una lengua superviviente que, en nuestra época radicalmente individualista, podría trastocar lo que le rodea al inscribir una herencia común, la herencia de un pueblo al que habría que

necían, pero que asumió como herencia, cuando ha logrado emanciparse políticamente. Cuando se piensan el arte y las humanidades como algo común, algo de lo cual hacerse cargo independientemente de las firmas autorales, es posible atisbar la posibilidad de una democracia efectiva. Solo así, creo, las humanidades tendrían un futuro, aunque ese futuro no necesariamente estará de forma exclusiva ligado a la universidad, pues esa herencia común no tiene límites de institución ni territorio, y tampoco les pertenece de manera privilegiada a las humanidades.

sabía usted que: … Al computador de Dávalos le hicieron borrón y cuenta nueva.

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