La Unión Euroescéptica: auge de partidos anti-establishment y desafección ciudadana en España

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La Unión Euroescéptica: auge de partidos anti-establishment y desafección ciudadana en España Elena García Mañes. Relaciones Exteriores de España. RRII

Síntoma de la propias deficiencias estructurales de la integración económica sui generis europea, la virulencia con la que la crisis económica mundial ha sacudido la arquitectura del edificio europeo ha terminado por poner de acuerdo a sus discordantes líderes y a su desencantada ciudadanía: la Unión Europea debe cambiar y debe hacerlo rápido. El proceso electoral y la composición de un nuevo Parlamento en 2014, hasta la fecha el auténtico bastión del federalismo europeo, señalan que una proporción nada despreciable de la ciudadanía advierte cómo sus demandas se diluyen en el complejo engranaje institucional y considera necesario un cambio apoyado en quienes desconfían en la efectividad y viabilidad de la UE en sí misma. Así, si bien la visión de la UE ha remontado desde el estallido de la crisis los últimos dos años, las dinámicas sociales antieuropeístas avivadas por la coyuntura de crisis dan muestra de la urgencia con la que deben subsanar los estímulos a tal posición para asegurar que las críticas a la UE contribuyan al dialogo y participación en la misma y no a la polarización política y ciudadana. Por su parte, España, que celebra discretamente este 2015 el trigésimo aniversario de la firma del tratado de adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea, ha abandonado en los últimos años la importancia concedida al axioma orteguiano de Europa como solución a los problemas nacionales que venía dominando las relaciones con el continente las pasadas décadas. Cierto es que, a diferencia del resto de Estados miembros más afectados por la crisis económica, los movimientos más escépticos españoles apenas han gozado de la relevancia internacional o de la estabilidad y compromiso ideológicos para ser catalogados como antieuropeístas, sino más bien eurocríticos; lo que implica que, pese a su cuestionamiento, el mantenimiento de la posición de España en la UE sigue primando en todo el espectro político nacional.

Universidad Complutense de Madrid

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La crisis económica es, innegablemente, un factor explicativo clave para ahondar en un análisis del euroescepticismo nacional, pero limitarse a ella es reduccionista y parece olvidar el arduo proceso que llevo a la ansiada entrada en la CEE y a los ajustes que la siguieron: España sufrió una serie de transformaciones para subirse al tren europeo cuyas repercusiones internas fueron sobrellevadas en pro de un proyecto que el imaginario colectivo asociaba a la prosperidad económica y social como elemento legitimador de los sacrificios que requería la convergencia con Europa. Por tanto, la base del euroescepticismo nacional la conforman la incertidumbre y escasa efectividad de los métodos con los que la UE ha tratado de paliar la crisis económica, la ausencia de un liderazgo contundente para redefinir el futuro del proyecto europeo y, principalmente, la percepción del 68% de la ciudadanía española de que «su voz no cuenta en las instituciones europeas» (2014 Spring Pew Global Attitudes Survey). No es desafortunado afirmar que la crisis ha supuesto, más que un factor de auge antieuropeo en sí mismo, un escenario de encrucijada en el que la UE terminará por acotar su capacidad para hacer frente a la merma de medios y capacidades y, a la vez, mantener intacto su atractivo como baluarte de los Derechos fundamentales y la dignidad de sus ciudadanos. Así, las cuestionables respuestas que tanto la UE como los gobiernos domésticos han esbozado desde la irrupción de la crisis económica a nivel mundial han abonado el terreno para el florecimiento de movimientos populistas anti-establishment que buscan reconfigurar el tradicional eje izquierda-derecha europeo para polarizar a la ciudadanía de la UE en torno a la soberanía o el populismo. La beligerancia discursiva exhibida en la campaña de las elecciones europeas del pasado año son un reflejo fiel de esta dinámica: personajes tan alejados en el espectro izquierda-derecha como son Alexis Tsipras, Nigel Farage o Marine Le Pen coincidieron en denunciar un «secuestro» de la democracia por parte de las instituciones europeas y abanderaron un discurso nacionalista -más velado en unas ocasiones que otrasantitético a la propia raison d'être de la UE.

Universidad Complutense de Madrid

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El caso español está protagonizado por Podemos; un partido que ha sabido hacer una lectura muy acertada del exhausto panorama sociopolítico español y auparse con una estrategia incluyente que supuestamente abandona las parcelas ideológicas 'izquierda' y 'derecha' para confluir en un bloque con una respuesta inflamatoria y contestataria a lo que consideran

un

sistema

-casi-

antidemocrático.

Expresiones como «el candado del 78», «nos han robado la patria» o «el totalitarismo financiero que secuestra la patria» (pronunciadas en la denominada

«Los movimientos populistas antiestablishment buscan reconfigurar el tradicional eje izquierda-derecha europeo para polarizar a la ciudadanía de la UE en torno a la soberanía o el populismo»

Marcha del Cambio el 31 de enero de 2015 por el líder Pablo Iglesias) revelan un lenguaje estereotipado, simplista y agitador que pretende atraer a una amalgama de ideologías vagamente definidas y conformar un bloque lo más amplio posible para instalarse en un estratégico centro del espectro político nacional desde el que afianzarse como alternativa y no como mero fenómeno pasajero fruto del coctel explosivo que posibilitó su éxito en los pasados comicios europeos. La UE se enfrenta, por tanto, al reto de ofrecer una solución viable y convincente a los problemas que han aupado a los distintos grupos populistas en el Parlamente Europeo y en las cámaras nacionales y, paralelamente, al desafío de integrar a unos partidos que, guste o no, han venido para quedarse. El habitual wishful thinking de los líderes de la UE les lleva a sostener que la recuperación -anémica y discutible- que experimentarán los Estados miembros los años venideros domará el auge de este tipo de movimientos; no obstante, una vez más, el mundo es como es y no como los líderes europeos quieren que sea. Instalarse en posturas que exageren o nieguen el rol que este tipo de movimientos han venido a ocupar en las instituciones democráticas resulta contraproducente para el proyecto europeo; aceptar que su nacimiento, expansión y consolidación quedan estrechamente ligados a las propias fallas estructurales de la UE y canalizar sus esfuerzos para subsanar las mismas en lugar de prestar atención al ruido vacuo de los populismos debe ser una prioridad para construir la Europa que pudo ser y no es.

Universidad Complutense de Madrid

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