La Tríada de Palenque explicada con sencillez

July 24, 2017 | Autor: Miguel Rivera Dorado | Categoría: Arqueología Maya
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Descripción

LA TRÍADA DE PALENQUE: UNA HISTORIA SAGRADA DE LOS MAYAS ANTIGUOS Miguel Rivera Dorado Universidad Complutense de Madrid

Palenque era una de las cuatro ciudades que los mismos mayas antiguos reconocían como capitales de los distintos rumbos del mundo. Las otras eran Copán, Tikal y Calakmul. El verdadero nombre de Palenque en la época prehispánica fue Lakamhá, y el reino sobre el que gobernaban sus soberanos se llamaba B’aakal. Lakamhá significa «agua grande», y tiene que ver con las cascadas y abundantes manantiales de los alrededores, dado que la ciudad se encuentra en el límite de la serranía de Chiapas. B’aakal, por su parte, significa algo así como «el del hueso», extraño apelativo que no puedo explicar. Las ruinas de Palenque, en el estado mexicano de Chiapas, no cubren hoy la extensión que ocuparon urbes mayas de semejante importancia, ni sus edificios son tan voluminosos y elevados. Sin embargo, Palenque gozó de un enorme prestigio, debido sobre todo a sus reyes, a sus dioses, y al espléndido arte en el que glorificaron a los unos y a los otros. Los bellísimos relieves de Palenque, sus delicadas inscripciones jeroglíficas, el realismo de las escenas modeladas en estuco en las fachadas de las construcciones, el refinamiento de la corte

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real que se adivina en la traza y la ornamentación de los palacios, y, finalmente, las características de las tumbas de los señores principales, de un lujo y monumentalidad inigualados, colocan a esta ciudad en la cima de las manifestaciones de la civilización de las selvas lluviosas centroamericanas. Es importante señalar también que el descubrimiento de las ruinas de Palenque marcó el inicio de la moderna arqueología mesoamericana, y que tal hallazgo se debe por entero al empeño de un monarca español. Es curiosa la manera en que estos conjuntos de edificios medio desmoronados y cubiertos de vegetación, abundantes en el área que hoy llamamos Mesoamérica —es decir, casi todo México, Guatemala, Belice, parte de Honduras y de El Salvador—, han pasado desapercibidos durante siglos, sobre todo si tenemos en cuenta que los españoles vieron todavía en el siglo xvi muchas ciudades habitadas, y que se interesaron a menudo por las que estaban arruinadas. Además, como sucede en el caso de Palenque, los poblados de indígenas o mestizos en las proximidades, gentes que se desplazan cotidianamente para ir a los campos de cultivo o a otras aldeas, hacen casi inevitable tropezar con los conjuntos monumentales del pasado. Sin embargo, fue a finales del siglo xviii cuando funcionarios del pueblo de Palenque dieron aviso de que había unas «casas viejas» en los alrededores, provocando que la corte de Carlos III, en la lejana Madrid, tomara cartas en el asunto y decidiera enviar la que fue la primera expedición arqueológica en las extensas colonias españolas de América, dirigida por un oficial del ejército llamado Antonio del Río. La arquitectura palencana es de una gran originalidad, las construcciones no son demasiado voluminosas si se compa-

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ran con otras de Mesoamérica, pero se distinguen por su elegancia y por los detalles estructurales u ornamentales singulares, como la terminación de las techumbres al estilo «mansardiano», la abundancia de vanos en los muros, o la incorporación de numerosas esculturas de piedra o estuco. Además de la pirámide denominada Templo de las Inscripciones, son conocidos sobre todo los tres templos del Grupo de la Cruz (el del Sol, el de la Cruz y el de la Cruz Foliada), y el Templo XIX y el Templo XXI. Destaca, no obstante, el magnífico Palacio, conjunto de carácter residencial y representativo con una enorme plataforma de sustentación, una majestuosa escalera de acceso, patios interiores, subterráneos, galerías abovedadas y una esbelta torre de tres pisos. En Palenque hay numerosas inscripciones jeroglíficas labradas en la piedra o modeladas en el estuco que lo recubría todo, y la gran mayoría de ellas, trata asuntos relacionados con el poder político y con la religión, siendo así que, por lo general, ambas cuestiones se mezclan y confunden de manera natural en los textos. El investigador alemán Heinrich Berlin (1915-1988) había salido de su país hacia México huyendo de los nazis. En la tierra de los antiguos aztecas, pero sobre todo en Guatemala, iba a desarrollar una brillante labor de arqueólogo y epigrafista. Trabajando en Palenque observó que en las inscripciones de los tres templos del complejo arquitectónico llamado Grupo de la Cruz se mencionaba a un personaje especial que no era ni gobernante, ni jefe militar u otro cargo administrativo. Ese bloque jeroglífico, diferente en cada uno de los templos, debía hacer alusión a un ser sobrenatural, a un dios, y Berlin, con genial intuición y sencilla nomenclatura, llamó a esos

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seres GI, GII y GIII, es decir, la que después sería célebre Tríada de Palenque 1. Otros mayistas profundizaron en el hallazgo, por ejemplo los estadounidenses David Kelley 2, Linda Schele 3 y Floyd Lounsbury 4, pero el debate sobre la identidad y el significado de tales personajes mitológicos llega hasta hoy, con la importantísima aportación de David Stuart 5. No es para menos, pues, como veremos en seguida, se trata de la línea ancestral a la que se remontan los reyes de la ciudad-estado para reclamar su legitimidad para gobernar, una línea que llega al origen del mundo en el que vivían los mayas, el cuarto según la información del mito cosmogónico contenido en el Popol Vuh, libro sagrado de los maya-quichés del altiplano guatemalteco. Es ahí, en el momento de la creación, cuando «nacen» literalmente esos dioses, cuyo cometido en la conformación del cosmos está fuera de duda y cuyo papel en las expresiones del poder dinástico es fundamental.   h. berlin, «The Palenque Triad», Journal de la Société des Américanistes 52, París, 1963, pp. 91-99. 2   d. kelley, «Birth of the Gods at Palenque», Estudios de Cultura Maya 5, México, 1965, pp. 93-134. 3   l. échele, The Palenque Triad: A Visual and Glyphic Approach, Actes du XLII Congres des Américanistes 7, París, 1979, pp. 407-423. 4   f. lounsbury, «The Identities of the Mythological Figures in the Cross Group Inscriptions of Palenque»: Fourth Palenque Round Table 1980 (Robertson y Benson eds.), Pre-Columbian Art Research Institute, San Francisco, 1985. 5   D. stuart, The Inscriptions from Temple XIX at Palenque, The Pre-Columbian Art Research Institute, San Francisco, 2005, pp. 158185. 1

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Los arqueólogos han encontrado indicios de otras tríadas en distintas ciudades mayas, como Tikal, Caracol o Naranjo, lo que confirma, no solo la naturaleza teológica de los seres de las inscripciones palencanas y la tendencia maya a organizar a los dioses patronos de las ciudades y de la realeza en conjuntos de tres, sino igualmente la necesidad sentida por algunos gobernantes de justificar su derecho sagrado al ejercicio de la autoridad mediante este particular arreglo religioso. Probablemente, es lo que ya se anunciaba desde el siglo v a.C. por la costumbre de erigir tres templos piramidales con las fachadas orientadas a un patio o espacio común que así resulta delimitado y cerrado, como se ve en El Mirador y otros lugares del departamento del Petén, en el norte de Guatemala. Desde luego, el tres es un número sagrado de especial significación, pues indica los niveles del cosmos, con un ámbito superior o celeste, otro intermedio que es la superficie de la tierra donde habitan los hombres, y otro subterráneo constituido por una capa acuática y un ámbito inferior, morada de los muertos y de los dioses.

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Los dioses mayas De nuevo ha surgido entre los científicos la polémica sobre la existencia y naturaleza de un panteón entre los mayas antiguos. La publicación del libro de Claude F. Baudez 6, abogando por la muy tardía aparición de auténticos dioses, después del hundimiento de la civilización clásica entre los siglos ix y x, ha venido a abrir el debate, centrado sobre todo   C. f. baudez, Une histoire de la religión des Mayas, París, 2002.

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en la ignorancia sobre la verdadera función de los llamados templos —las pirámides que llenan las ciudades arqueológicas—, y la escasa presencia de las efigies de las supuestas divinidades. No obstante, en la actualidad somos una amplia mayoría los que creemos que los mayas tuvieron un nutrido panteón quizá desde antes del comienzo de la era cristiana, y para probarlo confluyen los datos de los historiadores, arqueólogos y epigrafistas. Yo he escrito que la religión maya se caracteriza por la práctica de una idolatría restringida 7, y esta afirmación se justifica por la escasez de imágenes de dioses, irrefutablemente reconocidas como tales, recuperadas en las excavaciones; pero hay casos en los que son necesarias matizaciones. En Palenque tenemos pruebas de que había figuras que eran vestidas y arregladas periódicamente por los reyes y nobles, información procedente de las inscripciones jeroglíficas que se aviene perfectamente con tradiciones que llegan hasta el día de hoy, fortalecidas por las propias ideas del catolicismo colonial en cuanto a la atención debida a las esculturas de las iglesias. El mismo Popol Vuh, documento importantísimo de la etnia maya-quiché localizada en las montañas de Guatemala, como ya he mencionado, expone con claridad la obligación de los miembros de las minorías dirigentes de atender, proteger, cuidar y ataviar las efigies de los dioses. Estoy convencido de que esa era la norma desde tiempos muy antiguos en todo el área maya, y que las viejas figuras no han sido halladas por  Cfr. M. rivera, «Catorce tesis sobre la religión maya»: Revista Española de Antropología Americana, nº 35, Madrid, 2005, pp. 7-32. 7

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que fueron manufacturadas con madera y otros materiales perecederos del bosque tropical húmedo. Imágenes de algunos dioses hechas de barro se encuentran en los llamados incensarios, abundantes en Palenque, por ejemplo, y en lugares del norte de la península de Yucatán. Otras figuras de cerámica, y de madera estucada, se descubrieron en Tikal. En todo caso, esas pequeñas esculturas palencanas hoy desaparecidas estarían colocadas en sus «casas», de manera que la imagen «exenta» de GI habría estado instalada en el Templo de la Cruz, la de GII en el Templo de la Cruz Foliada, y la de GIII en el Templo del Sol. Pero hay otras vías para alcanzar la visión de los rostros de los dioses mayas, y la comprensión de sus papeles en el cosmos y en la vida de los humanos 8. Existen multitud de contextos escultóricos, escenas en bajorrelieve por lo general, en donde se distinguen divinidades. En Tikal o en Yaxchilán, por ejemplo, pero sobre todo en el mismo Palenque, pues en tableros 9, paneles y lápidas podemos contemplar de cuerpo entero a dioses tan importantes como el señor del infierno

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  Cfr. m. rivera, El pensamiento religioso de los antiguos mayas, Madrid, 2006. 9   Usaré aquí indistintamente la palabra tablero, adaptada al castellano del inglés tablet, y tríptico. La primera no es del todo correcta porque hace referencia particularmente a un objeto de madera, y la segunda tampoco va del todo bien, puesto que las placas de piedra con relieves del Grupo de la Cruz de Palenque, si bien están divididas claramente en tres hojas, no fueron concebidas para que las laterales se cierren sobre la central. Se trata, pues, de relieves distribuidos en tres hojas de piedra unidas. 8

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clasificado con la letra L. En Copán, el dios del rayo y las tormentas, y protector de las dinastías reinantes, Kawil, aparece acompañando al gobernante glorificado en la estela D. Pero además, en numerosas representaciones de señores mayas, el símbolo de su poder y su legitimidad es precisamente el cetro que portan con la efigie del dios Kawil. Y cuando no sostienen el cetro de Kawil, suelen llevar sujeta con las dos manos la llamada «barra ceremonial», que es una suerte de tira o cenefa de madera u otro material ligero con forma de serpiente o dragón labrada con los símbolos de los cuerpos celestes, por cuyos extremos, a menudo cabezas de esos monstruos con fauces muy abiertas, asoman dioses como Itzamnaj, Kawil o K’inich Ajau. En Oxkintok, en el estado mexicano de Yucatán, se encontraron varias imágenes de dioses, un sillar con la faz del dios solar K’inich Ajau, una estatuilla descabezada que representaba a la diosa de la tierra Chak Chel (versión como anciana de Ix Chel), otra pequeña escultura con los rasgos de una rara divinidad conocida como «dios gordo», y una estela con un personaje en bajorrelieve que se puede identificar como el mencionado dios L. Pero si hay un soporte artístico en el que abunden las representaciones de dioses mayas ese es el de los vasos de cerámica. La cerámica pintada del período Clásico (250-900 d.C.) fue decorada en su mayoría con escenas mitológicas y rituales, lo que se explica por su función de ofrenda funeraria o en la dedicación de construcciones y otros monumentos, además de servir como recipiente ceremonial en los momentos cruciales de la vida de los reyes y otros dignatarios. Muchos de esos vasos se conocen solamente desde que los coleccionistas pri-

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vados decidieron abrir sus colecciones a los investigadores, ya que, producto del saqueo de tumbas por lo general, habían permanecido durante décadas ocultos a los ojos de los científicos. Sin embargo, las fuentes en las que se inspiró el primer investigador que logró una clasificación de los dioses mayas por sus efigies y atributos fueron los llamados códices: tres libros prehispánicos de época tardía procedentes del norte de la península de Yucatán, en los que se pintaron los grandes 245

Figura 14: Los dioses mayas según Paul Schellhas

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postulados de la doctrina religiosa posclásica, en lo tocante sobre todo a la práctica de los ritos y a la astronomía. Fue el alemán Paul Schellhas quien publicó en Berlin en 1903 Die Göttergestalten der Mayahandschriften, un estudio de esos libros con la identificación de las figuras divinas a las que, en la imposibilidad de leer entonces sus nombres jeroglíficos, adjudicó letras del alfabeto europeo que todavía son utilizadas por los arqueólogos. Y, finalmente, el espectacular avance en el desciframiento de la escritura jeroglífica maya ocurrido en las décadas recientes, ha permitido conocer los verdaderos nombres de casi todos los dioses representados en el arte y discernir algunas de las historias sagradas que se vinculan a su personalidad y significado. Curiosamente, el nombre jeroglífico más antiguo de los dioses, cuyo culto todavía estaba vigente en el tiempo de la llegada de los colonizadores españoles, ha sido a menudo el mismo que recogieron cronistas como Diego de Landa, lo que demuestra la continuidad y el conservadurismo de la religión maya, y facilita la confirmación de las lecturas efectuadas por los epigrafistas. La conclusión más lógica, por tanto, es aceptar que en el período Clásico (250-900 d.C.), que es el momento de apogeo de Palenque y de elaboración de la doctrina relacionada con la tríada, los mayas profesaban un politeísmo de carácter naturalista y con énfasis en los aspectos más cosmológicos de los seres divinos, y que los dioses mayas estaban involucrados en el mantenimiento de la estructura social vigente, respaldando la organización política y el papel de los reyes. Y también que esos mismos reyes eran considerados descendientes de antepasados deificados o de los dioses creadores, lo que les

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otorgaba legitimidad para el ejercicio del poder absoluto y una personalidad sagrada, y que esa indiscutida cualidad les hacía objeto simultáneamente de culto y veneración. Puede incluso afirmarse que los mayas practicaron un cosmoteísmo moderado, pues las referencias a los ámbitos del universo son constantes en el arte y la escritura jeroglífica, y todos los dioses que se han identificado como tales se muestran una y otra vez en situaciones, ubicaciones o actividades cosmológicas. Imbuidos, pues, de la idea de que su sociedad y su cultura no eran otra cosa que una manifestación del orden universal decretado por los dioses, y que debían colaborar firmemente en la conservación de ese orden a través del ritual y de una adecuada conducta moral y material, los mayas pusieron rostro y nombre a las potencias superiores con las que convivían.

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Los tres templos El período más glorioso de la historia antigua de Palenque fue sin duda el del rey Janab Pakal (603-683), conocido como Pakal el Grande, cuyo cuerpo fue depositado tras su muerte en la famosa tumba del Templo de las Inscripciones; una obra arquitectónica de gran importancia, ya que se trata de una cripta subterránea emplazada a más de veinte metros por debajo del santuario que remata el edificio, y a la que se accede por una escalera en el interior del basamento, descendente en dos tramos abovedados que constituyen un alarde de la ingeniería maya. Esa magnífica edificación fue parcialmente obra de su hijo y sucesor Kan Balam (635-702), que remató la construcción funeraria emprendida durante el reinado de su padre, y fue

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precisamente él quien también ordenó que se levantaran los tres templos del Grupo de la Cruz, con la intención de reivindicar a los dioses patronos fundadores de la dinastía y fortalecer de ese modo su legitimidad como gobernante. Es indudable que Kan Balam debió sentir la necesidad de llevar a cabo tal empresa, quizás porque una parte de la corte palencana podía sentir simpatía por la figura de su hermano K’an Joy Chitam (644-¿711?); también debido a que él había heredado el trono por el lado de su abuela Sak K’uk, que reinó después de un turbulento período, quebrantando la norma de la sucesión por línea masculina; y finalmente quizás porque la impronta de su padre era todavía demasiado visible en Palenque y apenas permitía su propio estilo de gobierno. El caso es que llenó los tres templos de relieves e inscripciones en los que se

Figura 15: El rey Janab Pakal representado en la lápida de su sarcófago

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da cuenta de su relación con Pakal el Grande y con los dioses patronos de la ciudad-estado. Los tres templos, estancias de pequeñas dimensiones en lo alto de basamentos piramidales de distinta elevación, poseen una reducida cámara o sancta sanctorum interior, y allí, en el muro del fondo de esa cella, se encuentran los trípticos de piedra cuyas figuras centrales dan nombre popular a los edificios: la Cruz porque hay una gran cruz en el eje de la escultura a la que se dirigen las figuras humanas representadas; la Cruz Foliada porque en ese templo la cruz se adorna con hojas y abundante vegetación; y el Sol porque entre lanzas se muestra un escudo con el rostro del dios solar. Es conveniente señalar que en las plataformas de sustentación de los tres edificios se encontraron numerosas piezas de cerámica, cilindros de buen tamaño para sostener recipientes en los que quemar el «incienso» copal, a las que se aplicaron, mediante la técnica del pastillaje, los rasgos de diferentes divinidades y posibles antepasados deificados, y que esos semblantes identifican de nuevo a la tríada como la propietaria del espacio sagrado y la relacionan con otros seres sobrenaturales. El Templo de la Cruz es el más grande de los tres. Su parte frontal se vino abajo hace mucho tiempo pero lo que subsiste es suficientemente expresivo de la prioridad otorgada a GI en la tríada. Los restos de las fachadas al norte y al oeste guardan restos de un gran dragón-cocodrilo esculpido que indudablemente cumplía la función de identificar la casa de GI como un lugar celestial, algo que se aprecia asimismo en las inscripciones del santuario, donde se ven los glifos para «seis» y para «cielo», lo que ubica el edificio en el lugar justo donde ocurrió la creación del mundo en el que vivían los mayas, en el Sexto

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Figura 16: El rey de

Figura 17: El rey K’an Joy Chitam con

Palenque Kan Balam

sus padres (Janab Pakal a la derecha).

Cielo. El edificio elevado sobre el basamento piramidal tenía la planta característica de esta clase de construcciones palencanas: doble crujía dividida en pórtico de tres entradas con pilares, cuarto central posterior conteniendo un pequeño santuario techado, y celdas laterales. El tríptico del Templo de la Cruz, ahora en el Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México, tiene en la parte central un árbol de la vida cruciforme ornamentado con joyas y flores, representativo del cielo oriental, sobre el que se alza un extraordinario pájaro mitológico. Descansa sobre un gran mascarón hundido en una banda de signos celestiales. Dos

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figuras humanas de perfil lo flanquean, miran hacia él y parece que le hacen ofrendas de objetos que llevan en sus manos. Una de esas figuras, la de mayor tamaño, es Kan Balam ataviado como el día de su entronización en el año 684. La identidad de la figura más pequeña es todavía objeto de debate, pues algunos autores creen que es Janab Pakal traspasando el poder a su hijo, y otros piensan que es el mismo Kan Balam adolescente, en la fecha en que llevó a cabo sus ritos iniciáticos en el año 641. Las hojas laterales del tríptico contienen una larga inscripción jeroglífica donde se describe el nacimiento del dios del maíz, posible padre de los tres dioses de la tríada, seguido de su descenso a la tierra para habitar su templo, y allí se mencionan hasta nueve reyes de Palenque antepasados de Kan Balam. La fachada del Templo de la Cruz Foliada desapareció también hace años, dejando al descubierto el sistema de bóvedas y vanos internos del edificio. Mientras que en el Templo de la Cruz la ornamentación subrayaba los aspectos celestiales, en su vecino Templo de la Cruz Foliada las referencias ornamentales son al agua, el mar primordial y la agricultura. El exterior del templo mostraba numerosas conchas con un jeroglífico que se ha podido leer «Matwil», un lugar mítico muy citado en Palenque en relación con el nacimiento de los dioses de la tríada y de la misma dinastía gobernante. De nuevo el tríptico de la pared de la cella incluye dos figuras de igual identidad que las anteriores, en torno a una planta de maíz cruciforme y muy adornada que parece surgir de un mascarón descarnado designado como el «mar precioso», K’an Nahb, que a su vez flota en una banda acuática —que sustituye aquí a la banda celestial— con elementos propios de ese ámbito cosmológico.

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En la planta de maíz las mazorcas han sido sustituidas por cabezas del joven dios de ese alimento fundamental, y también el gran pájaro celestial corona arrogante este axis mundi. Es un canto a la regeneración, la fertilidad y la vida, y GII, el dueño y morador del templo, cuyo nombre se puede leer Unen Kawil, encierra en sí mismo esas cualidades, como dios del rayo y las tormentas, que nutren la tierra y la fecundan.

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Figura 18: Tríptico o tablero del Templo de la Cruz Foliada

En el lado oeste del Grupo de la Cruz se alza el más pequeño de los tres templos, y el mejor conservado de ellos. El Templo del Sol está dedicado a GIII, una divinidad solar asociada con la guerra. El tríptico de la cámara interior sustituye los árboles por un icono central muy diferente: dos lanzas cruzadas con un escudo prominente con el semblante del sol. Pero es un sol particular, porque se apoya en las espaldas de dos

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Figura 19: El llamado tablero o lápida de los esclavos, con el rey Ahkal Mo Nahb y sus padres.

seres sobrenaturales de carácter infernal, quienes a su vez se sientan sobre una banda de signos que indican el inframundo, el interior de la tierra. Es decir, que se trata del sol en su viaje por el reino subterráneo, del sol en el momento del ocaso, hundiéndose en el abismo telúrico. La decoración de la cella incluye signos para montaña, y es posible deducir que los constructores pensaron esa cámara como una cueva por la que acceder al mundo inferior. De ese modo, según señalan acertadamente David y George Stuart 10, los tres templos del Grupo   d. stuart y g. stuart, Palenque, Eternal City of the Maya, Londres, 2008, p. 211. 10

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de la Cruz dibujan el mapa del cosmos maya, con una representación del cielo en el templo más elevado, una representación del inframundo en el templo más pequeño, y una representación de la superficie de la tierra, y la capa acuática sobre la que descansa, en el templo intermedio. El nacimiento de los dioses

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Los mayas, obsesionados por el transcurso del tiempo y estudiosos contumaces de sus medidas y sus presagios, no podían prescindir de las fechas de nacimiento de sus dioses como elementos cruciales de la naturaleza y destino de tales seres. La tríada de Palenque es mencionada en primera instancia como nacida en determinado día del calendario, lo que implica un término de comparación con otras fechas mitológicas, como la del origen del mundo, o momentos más históricos como el de la llegada a la vida o la entronización de los monarcas. Así, el primer nacido es GI, poco después de la creación, y su día se llama en el calendario ritual 9 Ik, o sea, 9 Viento, lo que coincide con el día de nacimiento del célebre dios mesoamericano Quetzalcóatl-Ehécatl, también identificado con el planeta Venus. Veremos en seguida que GI puede estar implicado en el sacrificio del monstruo acuático primordial, pero vale la pena mencionar ya que en la ciudad arqueológica de Mayapán, en el estado de Yucatán, se han descubierto unos murales en los cuales se ve la caza de ese fabuloso pez por un individuo que lleva un pectoral semejante al que suele portar Quetzalcóatl Los investigadores han comprobado que en las inscripciones de Palenque se menciona a un dios GI activo antes de que

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Figura 20: Nombres jeroglíficos de los dioses de la Tríada de Palenque

se produjera el nacimiento de GI. Por ello hay quien supone que existieron para los mayas dos divinidades con el mismo nombre, y que el primero pudo ser el progenitor de la posterior tríada. También se menciona un carácter femenino que podría ser la madre de los dioses. Tendríamos de este modo una suerte de familia sagrada. Pero ni el análisis minucioso y crítico de los textos, ni lo que sabemos del pensamiento religioso del pueblo de las selvas del sur de Mesoamérica, avalan esta interpretación. Antes bien, yo me inclino a creer que los sacerdotes mayas de Palenque utilizaron los mitos con la perspectiva temporal con la que lo hicieron mucho después los redactores del Popol Vuh, porque para ellos el tiempo no transcurría de manera lineal y acumulativa, y mucho menos en las eras primordiales de las que se ocupan los mitos cosmogónicos, tiempos atemporales, valga la expresión. Por eso GI puede llevar a cabo diversas acciones antes incluso de haber nacido, lo mismo que Hunahpú e Ixbalanqué, los héroes del Popol Vuh, quienes combaten a Vucub Caquix antes siquiera de que su madre quedara ­embarazada. Claro es que ese GI anterior a GI tiene algunas variaciones en su nombre jeroglífico, pero ese factor no es

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suficientemente determinante para concluir de modo irrefutable que se trata de dos entidades distintas. GI «el viejo», nace, según los jeroglíficos palencanos, en el año 3309 antes de Cristo, la creación del mundo se producirá algo después, el año 3114 antes de Cristo, y en 2360 antes de Cristo, finalmente, nacerán los dioses de la tríada, entre ellos, por supuesto, GI. Muy significativo resulta el verbo utilizado a veces en la descripción de esos nacimientos, que es ahil, literalmente «despertar»; así se afirma que GII es «el tercer despertar» o «el tercero en despertar», lo que viene a corroborar la idea de que estas divinidades «existen» en una u otra forma antes de nacer. La pretendida diosa madre es ahora denominada Muwaan Mat por David Stuart 11, y parece ser un carácter masculino, el mismo GI «el viejo», para Stuart el «progenitor» que da origen a la tríada, el sagrado señor del mitológico emplazamiento Matwil, quizás una variante local del joven dios del maíz, el bien conocido dios E de Schellhas. Desde esta perspectiva, no es raro que los reyes de Palenque se postularan a sí mismos como el «renacimiento» de GI, lo que hace, por ejemplo, el rey Ahkal Mo Nahb, probable hijo de Pakal el Grande (Janab Pakal), en las inscripciones de la banqueta de su Templo XIX. GI es un dios bastante misterioso; es el único de los tres cuyo nombre jeroglífico no ha podido ser descifrado hasta el día de hoy. Ese signo es una cabeza antropomorfa vista de perfil, con un enorme ojo ovalado subrayado con una línea curva, escaso pelo en la nuca, una orejera en forma de concha,   d. stuart, The Inscriptions from Temple XIX at Palenque, The Pre-Columbian Art Research Institute, San Francisco, 2005, p. 182. 11

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un prominente incisivo superior que puede querer imitar al diente de tiburón, y unas vírgulas que, junto a lo que parece una agalla u opérculo branquial de pez, salen de la comisura de la boca. Algunos de esos atributos los lucen los reyes de Palenque cuando están caracterizados para personificar al dios en determinadas ceremonias, y cuando son así representados en relieves de piedra o estuco. Varios investigadores, apoyándose en que el jeroglífico de GI está acompañado en ocasiones por el numeral uno —hun en maya—, han llegado a la conclusión de que el nombre del dios podía ser Hun Nal Ye, el mismo que tiene el dios del maíz, pero yo creo que esa asignación es muy dudosa. Lo que resulta incuestionable es que los elementos acuáticos que lleva el rostro de GI le confieren una identidad relacionada con el agua, y que muy bien podría ser esta figura divina una variante del muy famoso dios de la lluvia Chaak, cuyo culto estaba extendido por todas las selvas mayas en el período Posclásico (900-1511 d.C.), perdurando bajo una u otra forma hasta la actualidad. De GI nos habla la inscripción del Templo XIX de Palenque. Se lee allí que GI accedió al gobierno bajo la tutela del supremo dios celestial Itzamnaaj, pero no se precisa de qué gobierno se trata. Desde luego, los escribas mayas daban por sentado que los lectores de sus textos conocían los principios esenciales de las historias mitológicas que narraban, o a las que hacían referencia en ocasión de los jubileos o ritos en los que se veían implicados sus reyes. A juzgar por las inscripciones de distintos puntos de la ciudad, GI descendió de los cielos a la tierra en un momento dado del tiempo mismo de la creación del mundo. Pero el tocado que porta frecuentemente puede arrojar algo de luz al respecto, porque se ve allí como elemen-

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to central el símbolo del sol, una asociación que está en otras representaciones iconográficas a lo largo de todo el período Clásico. El parecido entre el dios solar K’inich Ajau y el dios GI es grande, y puesto que GI lleva en su rostro rasgos acuáticos, no es improbable que GI sea definitivamente una advocación del dios solar cuando el radiante disco atraviesa la capa de agua del océano que rodea la tierra habitada por los hombres para sumergirse en el inframundo. Otra cuestión interesante es la que se refiere al sacrificio del cocodrilo cosmológico en el momento de la creación del mundo. Diversas fuentes mesoamericanas narran este suceso mítico, denominando al reptil Cipactli o incluso Tlaltecuhtli (dios telúrico en su aspecto zoomorfo), pero en los Libros de Chilam Balam, que son textos coloniales donde los yucatecos recogieron numerosas noticias y tradiciones en confusa mezcolanza, a este monstruo anfibio se le llama Itzam Cab Aín, y se explica cómo un ser sobrenatural de nombre Bolon Ti Ku le cortó el cuello y con su cuerpo formó la superficie de la tierra. Las inscripciones del Templo XIX de Palenque sugieren con cierta ambigüedad que es el dios GI el que está detrás del sacrificio del saurio, lo que relacionaría a este personaje de la tríada con el Chaak y el dios del mes Pax que aparecen en las vasijas pintadas alanceando a un dragón ictiomorfo 12. Queda, pues, la duda de si los distintivos acuáticos que presenta GI indican que se trata de un ser del océano o que sencillamente tiene conexiones con ese ámbito específico, por ejemplo al haber participado en la muerte del monstruo cosmológico.   Cfr. m. rivera, Dragones y dioses. El arte y los símbolos de la civilización maya, Madrid, 2010. 12

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GII es, sin ninguna duda, una versión infantil del famoso dios K de Schellhas, cuyo nombre ha sido leído por los epigrafistas como Kawil. El dios Kawil gobierna el rayo y las tormentas, y tal vez las guerras, y por eso está relacionado también con Chaak, cuyos cometidos son muy semejantes, pero además figura invariablemente en los símbolos de poder de los reyes, lo que significa dos cosas: que los soberanos se atribuyen los poderes destructores y genésicos del dios, o que son intermediarios preferentes respecto a esas fuerzas naturales, y que el dios Kawil tutela la sucesión dinástica y otorga la legitimidad absolutamente imprescindible para poder llevar a cabo las tareas del gobierno. Que exista una versión infantil, y que sea precisamente esa versión la escogida por los palencanos para figurar en la tríada de sus protectores y ancestros, es la cuestión que merece un análisis detenido. Los mayas recurrieron con alguna frecuencia a las imágenes infantiles en su mitología, la más conocida de ellas es la del niño-jaguar presente en muchas escenas de la cerámica pintada. Parece que los mitos allí narrados tienen que ver con el sacrificio e involucran a otros dioses que pueden ser actores en un rito del que, seguramente, se desprendían efectos beneficiosos para la vida y su continuidad. Debieron ser los olmecas quienes, hacia el siglo viii a.C., elaboraron una doctrina sobre un niño-jaguar nacido de la cópula de una mujer y el poderoso felino de las selvas mesoamericanas, lo que puede interpretarse como el primer relato sobre la unión de los contrarios, unión del cielo y de la tierra, unión del día y la noche que permite y desencadena la creación del mundo. El sacrificio del jaguar constituía una victoria sobre las tinieblas que, pertinaces, amenazaban la existencia de la luz y

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el calor, del orden cósmico, en una palabra, indispensable para el género humano. Hay pruebas arqueológicas de que a lo largo de toda la historia maya se sacrificaron niños y también jaguares, y así el niño-jaguar, con su muerte, contenía el caos originario e inclinaba la balanza del lado de la creación. El nombre del Kawil niño es Unén Kawil, frase que puede leerse simplemente como «el infante Kawil» pero también como «el espejo de Kawil», aludiendo a ese rasgo distintivo del dios, el espejo en la frente, y el templo que le estaba dedicado es el Templo de la Cruz Foliada. Por otro lado, los mayas veían al jaguar como un símbolo del mundo subterráneo y pensaban que el sol, al recorrer todas las noches el inframundo en su camino desde el oeste hacia el este, adoptaba la forma del jaguar, por eso rendían culto a una divinidad solar que se conoce como el Dios Jaguar del Inframundo. La relación de Unén Kawil con ese jaguar del inframundo es, por tanto, lógica y está expresada en las inscripciones del Templo de la Cruz Foliada, y en lugares más lejanos, por ejemplo en la Estela 9 de Lamanai, en Belice. Dada la forma que tenían los mayas antiguos de estructurar las ideas que componían el pensamiento religioso, es de esperar una cadena de relaciones que abarcará otros seres celestiales o del inframundo, como la luna, un ser de la noche, del país inferior, del cielo nocturno, de manera que GII se presenta, todavía más acusadamente que GI, como una figura poliédrica en la que es conveniente tomar en consideración tanto sus atributos como sus vínculos. Dicen los textos que nació en, o vino de, un lugar mítico llamado Naah-ho-chan, quizás una fabulosa montaña septentrional, o sencillamente un punto en el «quinto cielo», y que fue el tercero en nacer de los componentes de la tríada.

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Figura 21: El tríptico del santuario interior del Templo del Sol de Palenque.

GIII fue, por su parte, el segundo en nacer, quizás en un lugar llamado K’inich Taj Wayib, lo que ya proporciona alguna pista sobre su personalidad. K’inich significa algo así como «gran sol», y es un término que forma parte del nombre del dios solar principal, el sol diurno, K’inich Ajau, y es además título constante de los reyes de Palenque. Taj es antorcha, una referencia sin duda al fuego del sol, y Wayib puede ser santuario o espacio del espíritu. Con todo ello es innegable que GIII pertenece al complejo de los dioses solares mayas, y para muchos autores es una variante del llamado Dios Jaguar del Inframundo, que ya he dicho que no es otra cosa que el mismo sol en su recorrido por el mundo inferior. En el Templo

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del Sol, que es su casa del Grupo de la Cruz, GIII aparece claramente asociado con el jaguar, pues son rasgos anatómicos, o manchas o pieles, del felino los que se muestran en la parte central del relieve del tríptico pétreo de la cella, tanto en torno al rostro solar que llena el escudo, como en la barra ceremonial cosmológica sobre la que apoyan las lanzas cruzadas, como en los «atlantes» sobrenaturales que sostienen esa barra. Dado que el suelo de todo ello es una banda telúrica, decorada con los símbolos de la tierra, es inevitable concluir que GIII es un ser conectado con el ámbito que los quichés guatemaltecos llamaban Xibalbá, es decir, el infierno. Teología y política Si hay un lugar en el área maya donde se entremezclen de manera más inextricable las ideas políticas y las religiosas, ese lugar es Palenque. Sucedía lo mismo, desde luego, en todas las ciudades-estado, pero en el bello sitio de Chiapas tenemos tantos testimonios que nos parece que allí el modelo alcanzó su culminación. El principal vehículo doctrinario y expresivo de la teología maya, y el que soporta sobre sus hombros el peso de la intermediación con las fuerzas sobrenaturales, es el rey. El k’ul ajau, el divino señor, como ya he expuesto, era considerado descendiente de los dioses fundadores, hijo del cielo, un sol sobre la tierra, garante del orden universal y responsable del bienestar de su pueblo. En un artículo de hace algunos años el investigador norteamericano Michael D. Coe escribe: Diversas investigaciones han mostrado la extraordinaria elaboración que alcanzó entre los mayas el tratamiento de los

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muertos ilustres: ricos ajuares en los enterramientos, vasos funerarios con representaciones pictóricas del inframundo y de sus macabros habitantes, mausoleos erigidos sobre las tumbas a la manera de las pirámides egipcias, y póstumas inscripciones dinásticas. Todo ello apunta hacia una clase de culto a los antepasados en el que estaba implicada la minoría gobernante. Los reyes difuntos y sus parientes fueron identificados con los dioses y adorados como tales. La ciudad maya, más allá de sus funciones económicas y políticas, fue en cierto modo una vasta necrópolis 13. 263

Ya en los años cincuenta del pasado siglo, con el descubrimiento por Alberto Ruz de la soberbia tumba del rey Janab Pakal en el Templo de las Inscripciones de Palenque, se había puesto en duda la finalidad exclusivamente ritual y conmemorativa de las pirámides. Hallazgos posteriores, y muy especialmente las dilatadas exploraciones en Tikal, han permitido comprobar que la mayoría de esos inmensos edificios son panteones fúnebres con santuarios dedicados a la memoria y el culto permanente de los que allí yacen. Incluso los basamentos piramidales que no contienen sepulcros regios, como es el caso al parecer del Templo II de Tikal, deben ser contemplados como cenotafios de los personajes a los que aluden sus representaciones artísticas e inscripciones jeroglíficas. La religión maya clásica, juzgada por las manifestaciones monumentales, está obsesivamente centrada en la devoción   m. d. coe, «Religion and the rise of Mesoamerican states» The transition to statehood in the New World (Eds. Grant D. Jones y Robert R. Kautz), Cambridge, 1981, pp. 157-171. 13

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de los reyes, y los dioses son una prolongación de los soberanos, sus hermanos del Otro Mundo, las fuerzas que definen el universo en el que los gobernantes surgen como elementos cruciales. Como en Egipto, cultura con la que los mayas guardan numerosos paralelismos, los reyes tomaban parte con toda seguridad en el diseño del proyecto de su templo funerario, que habría de contener su tumba, y dado que esas pirámides eran consideradas un microcosmos representativo del cosmos todo, la ubicación del rey en ellas muestra, cual reflejo en una superficie especular, su verdadero lugar en la sociedad de los hombres y de los dioses. Dada la diversidad existente en los rasgos fundamentales de las pirámides (por ejemplo, el número de pisos o plataformas superpuestas) hay que suponer ciertas correlaciones entre tales características y la personalidad del difunto. Quizá la cantidad de niveles de un basamento indique la capa del cielo donde se encuentran los individuos enterrados o el lugar de residencia de los correspondientes ancestros de su linaje; así las diferentes elevaciones de los templos del Grupo de la Cruz nos informan del rango relativo de los dioses de la tríada; y, tal vez por eso, el Templo II de Tikal tiene menos plataformas que el Templo I, según la diferencia reconocida entre el rey y su esposa, a quienes están dedicados ambos edificios. Puesto que el arte figurativo maya no hace esas distinciones por medio de la escala, es en la vida de ultratumba, en la arquitectura, donde se hace patente la jerarquía de hombres y dioses, en la forma y dimensiones del templo funerario y de otros recintos consagrados. El rey maya es la encarnación viviente de los principios tradicionales que sustentan el orden social desde los tiempos

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más remotos y que fueron enunciados por los antepasados, su existencia y su acción garantizan la armonía cósmica, es un dios entre los humanos y el primero de los miembros de la comunidad ante el concilio de los seres sobrenaturales. En el idioma yucateco ah tepal es un apelativo para rey, tepal quiere decir reinar lo mismo que prosperidad y abundancia, de donde se infiere que ambos significados son íntimamente dependientes. En la imagen y la naturaleza del rey cristalizan las realidades últimas y la esencia del concierto universal. De modo que podemos concluir que durante buena parte de la época prehispánica, sobre todo a lo largo del período Clásico, el sistema político maya fue una monarquía divina, que los actos del rey tenían cualidades extraordinarias, que su poder estaba vinculado al éxito en la guerra, a las cosechas seguras y abundantes, y a la ventura general del país. En las tierras bajas tropicales de Centroamérica, al igual que en determinados lugares de África y Asia, tales individuos fueron considerados de origen divino porque era creencia cierta que descendían en línea directa de los dioses fundadores de la sociedad, los primeros padres u hombres creados; la historia de esos antepasados era narrada en los mitos y sus nombres mencionados en las inscripciones como fuente de la legitimidad de la dinastía. El rey es sagrado por varias razones: en primer lugar, como acabo de decir, porque desciende de los mismos dioses que fundaron la dinastía, o el reino, o incluso el mundo, cosa bastante evidente en Palenque. Después, porque puede relacionarse con esos y otros seres sobrenaturales a través de las técnicas que domina y a las que él solo tiene la facultad de acceder, como se puede ver en los relieves de algunos dinteles

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de Yaxchilán y en muchas vasijas pintadas. Esa comunicación con los dioses y con los antepasados es una tarea esencial para la seguridad de la colectividad. Además, la sangre del rey alimenta con especial e imprescindible eficacia a las fuerzas cósmicas, su figura labrada en relieve en los enhiestos monolitos que llamamos estelas convierte tales monumentos en una suerte de axis mundi, por donde se produce el tránsito entre las capas del cosmos. El rey crea y propaga los mitos heroicos, es intrépido en la guerra contra los enemigos y captura con audacia muchos prisioneros para el sacrificio. Alrededor de su persona se teje una épica donde se entrelazan sus verdaderos triunfos militares con las narraciones legendarias en las que realiza hazañas bélicas junto a proezas místicas, enfrentándose con la mente y la palabra a los poderes negativos. Como profeta y adivino, al desentrañar el hado de los períodos temporales se hace responsable de la repercusión que lleguen a tener y de los remedios arbitrados. El rey es un practicador religioso. Está implicado en numerosos rituales, como el juego de pelota, el esparcimiento de semillas, la efusión de sangre, el completamiento de los períodos cronológicos, las ceremonias del fuego, la apertura de las tumbas dinásticas, las danzas sagradas, etcétera. Tiene visiones luego de largos períodos de ayuno y laceración, consume drogas para la adivinación y la comunicación con el Otro Mundo, se encierra en las cuevas y los edificios laberínticos, mira los espejos mágicos 14, lee los libros sagrados y participa, en   m. rivera, Espejos de poder. Un aspecto de la civilización maya, Madrid, 2004. 14

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fin, en procesiones y plegarias, en ceremonias de impetración o execración, y en los ritos fúnebres de sus predecesores. En toda Mesoamérica, igual que en otras partes del mundo, la dominación política se ha traducido en predominio paralelo de los dioses de los vencedores. El rey estaba estrechamente unido a su patrono divino, que le amparaba y favorecía en sus empresas, logrando a cambio una mayor representación en el arte, aunque invariablemente de la mano de las propias efigies reales y de la descripción de sus peripecias biográficas. Si analizamos con detenimiento el contenido de los tableros del Grupo de la Cruz de Palenque vemos un programa iconográfico centrado en la figura de Kan Balam, y los dioses patronos, sus dioses protectores, el origen de la legitimidad que reclama, apenas merecen referencias epigráficas y una muy leve muestra en las imágenes, excepto tal vez en el caso del dios solar GIII. Pero el problema que me parece de sumo interés es el de la razón de elegir precisamente a esos tres dioses como integrantes de la tríada, y por ello ancestros cardinales del poder de los reyes y responsables de su sacralidad, o de la sustancia y forma de su naturaleza sagrada. Es muy posible que se tratara de dotar a la dinastía de un icono que sintetizara el universo sobre el que los gobernantes se proyectaban, por eso GI parece expresar el océano primordial y, quizás, la victoria sobre el caos dominante antes de la creación del mundo y del orden del mundo, GII es un símbolo del cielo todavía joven, la energía de la tormenta y el tremendo poder del rayo, y GIII representa el sol del interior de la tierra, el lugar de los muertos, precisamente donde moran los antepasados. Los

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escribas y sacerdotes palencanos podían haber escogido otras divinidades mucho más inequívocas, por ejemplo Itzamnaaj, que era el supremo dios del cielo, o el Kawil adulto, el verdadero dios del rayo, o el dios L, señor del inframundo, que por cierto aparece de cuerpo entero en la lápida situada en la entrada al santuario interior del Templo de la Cruz, dando a este edificio una connotación infernal que viene a ratificar la propia interpretación de GI como ser del ámbito acuático subterráneo. Uno está tentado de suponer un cierto prurito de originalidad en las intenciones de los que elaboraban la doctrina en Palenque, propósito que haría destacar a los integrantes del linaje de Janab Pakal como indiscutibles descendientes de dioses cosmológicos. Hay huellas de los dioses de la tríada en otras ciudades mayas, pero solo en Palenque constituyen claramente una «familia» que replica la familia real compuesta por Pakal el Grande y sus hijos. Bibliografía Baudez, C.-F.: Une histoire de la religión des Mayas; Albin Michel, París, 2002. Berlin, H.: The Palenque Triad, Journal de la Société des Américanistes 52: 91-99, París, 1963. Coe, M. D.: Religion and the rise of Mesoamerican states, en The transition to statehood in the New World (Eds. Grant D. Jones y Robert R. Kautz), pp. 157-171, Cambridge University Press, Cambridge, 1981. Kelley, D.: Birth of the Gods at Palenque, Estudios de Cultura Maya 5: 93-134, México, 1965.

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Lounsbury, F.: The Identities of the Mythological Figures in the Cross Group Inscriptions of Palenque, en Fourth Palenque Round Table 1980 (Robertson y Benson eds.), Pre-Columbian Art Research Institute, San Francisco, 1985. Rivera, M.: Espejos de poder. Un aspecto de la civilización maya, Miraguano, Madrid, 2004. — Catorce tesis sobre la religión maya, Revista Española de Antropología Americana, nº 35, pp. 7-32, Madrid 2005. — El pensamiento religioso de los antiguos mayas, Editorial Trotta, Madrid, 2006. — Dragones y dioses. El arte y los símbolos de la civilización maya, Editorial Trotta, Madrid, 2010. Schele, L.: The Palenque Triad: A Visual and Glyphic Approach, Actes du XLII Congres des Américanistes 7: 407-423, París, 1979. Stuart, D.: The Inscriptions from Temple XIX at Palenque, The PreColumbian Art Research Institute, San Francisco, 2005. Stuart, D. y Stuart, G.: Palenque, Eternal City of the Maya, Thames and Hudson, Londres, 2008.

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