La trascendencia de la Sociología de la Religión para la comprensión del arte, la sociedad y los límites del materialismo.

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Descripción

La trascendencia de la Sociología de la Religión para la comprensión del arte, la sociedad y los límites del materialismo.
(Conferencia con motivo del homenaje al Dr. Pedro Hernández Ornelas en el marco del coloquio Sociedad, Historia y Religión, México, 10 de julio de 2015)

Por Julio Broca

¿Podemos tratar "lo religioso" como etapa histórica superada?

¿Se puede dejar la dimensión religiosa del ser social fuera de los programas de estudio?; ¿cuál es nuestra postura ante aquello inmaterial capaz de animar la materia fatigada del sujeto en resistencia? ¿es "lo religioso" simplemente una etapa histórica o por el contrario, un elemento de la estructura de la conciencia?

Es de fundamental importancia para el sociólogo comprender el gran debate entre la filosofía y la teología, comprender la experiencia de lo religioso y sus proyecciones sobre el sujeto que piensa y cree (o que cree que piensa). Ignorar la génesis de la dimensión metafísica de lo religioso en los procesos de pensamiento y reflexión, derivan en un pensamiento vulnerable al fanatismo teórico, un pensamiento que convencido de reflexionar, solo afirma sin comprender. Esto deriva en un pensamiento que creyendo fundamentar, se vuelve panfletario. Peor aún, es precisamente la pretensión de haberse emancipado de la dimensión metafísica del ser la que da paso a las ortodoxias, al fascismo y la persecución ideológica. Esto sucede porque lo inefable, presuntamente expulsado por nuestra cientificidad, regresa en forma de pensamiento totalitarista. Ningún espacio científico está exento de la tentación de convertirse en religión secular. Si un fantasma recorre el mundo, es precisamente porque no basta negarlo materialmente para matarlo. El pensamiento, en tanto acción del ser pensante, no puede escapar a la experiencia religiosa por la sencilla razón de que los límites de lo racional no pueden contener la voluntad de conocer. Si la ciencia no nos satisface, y tenemos el valor de aceptarlo, establecemos otro tipo de comunicación con nuestra ignorancia y avanzamos hacia el arte o la religiosidad. Ya Mircea Eliade planteó que a pesar de que no tengamos "a nuestra disposición una palabra más precisa que el termino para describir la experiencia de lo sagrado […] todavía puede ser una palabra útil si tenemos en cuenta que no implica necesariamente la creencia en Dios, dioses o espíritus, sino que se refiere solo a la experiencia de lo sagrado y, por lo tanto, se halla relacionada con los conceptos de ser, sentido y verdad."

Benjamin, el materialismo y las cosas espirituales

Es precisamente el arte un espacio secular en el que los conceptos de ser, sentido y verdad nos remiten a la experiencia de un hacer que dedica sus frutos a un mundo incomprensible para el pensamiento racional. Cualquier artista busca las raíces de la inspiración en lo innombrable. Por eso, es verosímil que rastreemos la genealogía del acto artístico en el ritual. Al emanciparse el ritual de su dimensión teológica, es decir, cuando el contenido "ritualistico" se independiza de su explicación y función divina, y deja de ser consagrado a dios para ser consagrado al otro -por ejemplo, la poesía del enamorado- podemos rastrear la aparición de la dimensión artística y asumir su esencia indisoluble de la sacralidad. Esto es lo que Walter Benjamin llamó iluminación profana.

El arte, pues, en palabras precisas de Walter Benjamin, nace al emanciparse el ritual de su dimensión teológica. Pero pongamos mucha atención, hemos dicho al emanciparse, no al ignorar o abandonar tal dimensión teológica. Aclaro esto porque muchas veces se confunde el trascender con el progresar, y no es lo mismo. El progreso cosifica el pasado en la forma del futuro, petrifica la forma y asfixia al contenido. Por el contrario, emanciparse implica una redefinición del presente y el pasado no en una lógica de inversión de roles sino en una lógica de liberación que atraviesa a todas las partes. Esta postura de emancipación del ritual frente a la función teológica puede también rastrearse en toda su potencialidad crítica en la cuarta tesis de la historia en la que Benjamin nos dice que "las cosas finas y espirituales , provienen de las cosas toscas y materiales".

Para Benjamin esta es "la más inaparente de todas las transformaciones con las que el materialista histórico tiene que saber entenderse". Ciertamente, los materialistas históricos no han sabido entenderse con esta inaparente transformación, exceptuando a Benjamin, y esto se debe a la sensibilidad artística de Benjamin y –planteo yo- a su conocimiento de la metafísica como posibilidad crítica. Y es que saber entenderse con la dialéctica entre la fina belleza y la tosca materia prima, demanda conocer, en la praxis, la transmutación que acontece en el acto creativo y esencialmente en el arte en tanto iluminación profana e imagen dialéctica. El arte entendido pues como un movimiento que se redime entre los escombros de la historia y el presente.

No podemos dejar de insistir en la dimensión metafísica como un logro del pensamiento filosófico, un logro de profundas dimensiones políticas. Desde Platón, Kant, hasta Husserl y Benjamin, la metafísica se revitaliza desde la lejanía platónica y cristiana que tanto se debatió entre la vieja (y ya trascendida) discusión entre pensamiento y acción.

Sin esta visión crítica posibilitada desde la dimensión metafísica del acto humano de crear, el pensamiento de lo material queda atrapado dentro de los limites explicativos de un pensamiento sistémico y procesual. El dios-sistema se impone en la vida cotidiana como cinismo del esquizofrénico normalizado por el psicoanalista en el diván del capitalismo.

Ignorar la dimensión metafísica

Las consecuencias de que el pensamiento ignore la dimensión metafísica como posibilidad crítica al mismo pensamiento crítico, son amplias y podemos observarlas bien en el campo de la cultura. La cultura queda atrapada en una limitadísima comprensión causal, sistémica, multiculutaralista, identizante y de simple proceso de producción simbólica. Esta simplificación, o mejor dicho, problematización racionalista y barroca, despoja también del aura –otra categoría de Benjamin que no nos detendremos a explicar por el momento- a la obra de arte y, a la cultura en general, de su componente doble de originalidad y diversidad. La cultura queda pues subsumida como un subproducto de la materia en lugar de tener una dimensión dialéctica con la materia. O también, queda relegada a una peyorativa nominación de poesía que pretende ser teoría. Por lo tanto, la creatividad pierde su posibilidad de ser comprendida como fenómeno, y queda planteada como un proceso limitado a su linealidad constructiva, a su "progreso". Podemos ver además, que no queda rastro de modestia ni humildad en el pensamiento poseído por el orgullo analítico que cree comprender una experiencia innombrable (sea sagrada, sublime, artística, etc.) solamente porque ha descuartizado tal experiencia en partes. Analizar, hemos de decir, no es igual a comprender. Le pese a quien le pese, –si se me permite la metáfora- no basta ser relojero para asumirse como conocedor del tiempo.

Caídos ya en este olvido de la dimensión metafísica de lo social, convencidos de la potencia analítica como canal de conocimiento único, la empresa colectiva de conocer da paso a un esquema fragmentado, inconexo, pues no hay transversalidad anímica –un alma- que hermane a los conocimientos. Por el contrario, la competitividad racionalista va atrofiando al deseo colectivo por conocer y, lentamente, el conocimiento deja de ser preocupación gnoseológica para devenir simple justificación de programas de estudio. Y así acontece hoy que conocimiento ha devenido sinónimo de justificación de investigaciones financiadas y poco tiene que ver con la dedicación libre y gustosa al conocimiento de lo que uno desea. No es difícil ver cómo el dios eficiencia ha desbancado al dios del progreso y a la diosa razón. Más y peores dioses vendrán a servirse de un pensamiento que cree finiquitado el tema de dios. La tormenta que viene será de falsos profetas.

Por otro lado, -aunque este es tema para otra ponencia en si- ignorar la génesis teológica del pensamiento político nos lleva a ignorar el gran debate de la constitución del pensamiento del Estado como ente, herramienta, proceso y relación. El movimiento conceptual que durante siglos llevó del Estado-ético al Estado-fuerza, es decir, del Estado dirigido por la moral al Estado-guerra emancipado políticamente del la preocupación del bien y el mal, es un debate que no puede comprenderse a profundidad si se ignora la lucha que ha tenido que librar el pensamiento político frente al pensamiento religioso y viceversa, más allá de finiquitar este debate como una relación instrumental y listo.

Tampoco podemos comprender la fusión del pensamiento religioso y político en las culturas del mundo y la historia, quedándonos así vedada la posibilidad de una apreciación crítica, por ejemplo, de la dimensión sacra de la naturaleza y la materia en las culturas prehispánicas y los pueblos originarios; quedándonos vedadas también las dinámicas internas de las terribles contradicciones de los Estados-religión-guerra. Caemos en la simplificación estéril de juzgar estas formas de Estado formas superadas por el progreso tecnológico de las administraciones racionalistas.

Arte, cultura y profanación

Por lo tanto, podemos también decir que la comprensión metafísica y dialéctica de la dinámica social sacralización-secularización, es una comprensión necesaria para el entendimiento de la geopolítica de la cultura. La comprensión metafísica de la dinámica sacralización y secularidad en los procesos sociales abren la posibilidad de hacer de la cultura una posibilidad antagónica y trascendental contra el pensamiento unidireccional hegemónico. No podemos soslayar el hecho de que la cultura deja cada vez más de ser un terreno secundario para convertirse en un espacio medular para producción de ganancia y eficiencia en el control social. La cultura de la obediencia y la instrumentalización de la fe, le ahorran al orden impuesto mucho dinero. Creer en la obediencia como motor del bienestar social, tiene sus raíces en creer que la observación de leyes morales nos llevará al paraíso, aunque ni el paraíso ni le bienestar social hayan sido nunca vistos por ojos proletarios ni subalternos.

Hay un suspiro muy otro en la pena de la creatura oprimida, que no es simplemente de consuelo sino aviso de rebelión. La cultura y el arte, en su carácter de valor de uso incomprensible para la valorización abstracta, amenazan al orden impuesto. El arte y la cultura se manifiestan también como fenómenos en tensión en el plano de la crudeza bélica contemporánea y por lo tanto presentan potencialidades emancipadoras de lucha y resistencia que no podemos ni debemos pasar por alto. Y en verdad que las pasaremos por alto o peor aun, las pisaremos estas potencialidades del arte y la cultura, si no comprendemos que la voluntad política de transformación tiene una raíz, un origen profundo en el ser humano y su dignidad; que estas raíces del deseo de transformación en tanto experiencia ética y colectiva, encuentran sus semillas en la experiencia del amor y lo bello y que quizá, antes de tener mejor palabra para nombrar esa belleza y ese amor, no se nos ocurrió nada mejor que decir "sagrado".

Por cierto, no es simplemente a causa de un proceso de formación ideológico político que las comunidades de base de los ejércitos insurgentes prestan ese apoyo solidario al rebelde; no solamente, ni principalmente –sostengo- es que por una formación ideológico política se prepara la comida para la barricada, sino por el dialogo que tenemos con el mundo como es, como deseamos que sea y como recordamos que ha sido. Pero este deseo-recuerdo de un mundo distinto al que nos hiere, no es mas que la experiencia de la felicidad y la exigencia practica de ser feliz, de estar bien, en el momento que no estamos bien ni somos felices y se nos obliga a aceptar una mentira.

Entonces, ¿qué es en si sociología de la religión, qué aporta?

Decir sociología de la religión es algo así como decir: el ser que reflexiona sobre la sociedad y sobre si y que en ese dialogo-reflexión es parte de un re-encuentro con algo más, una re-conexión, una re-ligare, una re-ligión. "La memoria deshace el pasado" decía Hannah Arendt. Re-ligarse es restituirse –curarse- del desgarramiento y del olvido. El ser social religándose equivale a que nos damos cuenta que estamos desgarrados del otro o que el otro nos ha sido desgarrado, mutilado. Siendo sujetos del desgarramiento social y psicológico, desgarrados de los demás y de nosotros mismos, buscamos unirnos a través de una experiencia modesta y sublime al mismo tiempo, que vuelve absurda y pequeña toda explicación racional. La sociología de la religión es la posibilidad real de reencontrarnos como sujetos autónomos, es decir, la sociología de la religión es una posibilidad de recuperar eso que perdemos cada vez que insistimos en la construcción de la Torre de Babel.

Sin la sociología de la religión, ¿cómo comprender hoy esta configuración de un capitalismo que para los más jóvenes y las grandes mayorías no se presenta ya como sistema sino como ontología y por lo tanto como un dios-sistema?; ¿cómo prescindir hoy de la lectura de Martin Buber, de Ernest Bloch, de Mircea Eliade, de Nietzsche, de Kant y de la Teología de la Liberación?; ¿cómo prescindir hoy de una clase seria, profunda e iluminadora sobre sociología de la religión?; ¿cómo comprende el amor y la dignidad, no como subproductos simbólicos de sistemas de pensamiento sino como fenómenos y capacidades inalienables del ser humano, como estructuras esenciales de la conciencia?

Desde hace mucho estamos ya participando de una guerra entre dioses terribles y maravillosos y a nosotros nos toca detener esa guerra.

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