La transferencia y contratransferencia psicoanalítica

June 9, 2017 | Autor: Marcelo Lamas | Categoría: Pastoral Care and Counselling, Teologia, Teología, Pastoral Counseling, Psicoanálisis
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Descripción

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La transferencia y contratransferencia psicoanalítica Marcelo Lamas Morales 1 Universidad Alberto Hurtado El lugar de la transferencia en la identidad psicoanalítica. En 1905, Freud había conceptualizado la transferencia como la repetición y reedición de una antigua relación objetual, en la cual sentimientos, defensas e impulsos hacia una persona significativa del pasado son trasladados a otra persona en el presente. En cuanto tal, la transferencia estaría constituida por una serie de procesos de distorsión inconscientes actuados por el analizado. La transferencia es un elemento clave en la cura psicoanalítica, ya que es un proceso, en donde los deseos inconscientes del paciente concernientes a objetos exteriores se repiten en el contexto de la relación analítica, con la persona del analista, colocándolo en la posición de esos variados objetos. Dicho de otro modo, la transferencia es un aspecto central de la identidad psicoanalítica, ya que a través de las dinámicas relacionales que manifiesta, permite un conocimiento directo del paciente, y una mayor resistencia desde el punto de vista operativo, permitiendo que la persona pueda comprenderse a sí misma en su conflictividad y pueda darle sentido a lo vivido en su historia. La transferencia promueve tanto la vuelta al trauma del pasado, como las virtudes terapéuticas de esta relación especial, que se instaura entre paciente y analista, más allá de la misma interpretación psicoanalítica. Dice Nasio (1999) que una presencia activa del analista puede alimentar de manera positiva la transferencia para que el paciente pueda descubrirse, conocerse mejor y llegar a curarse. Todos los post-freudianos piensan que la transferencia es esencial en el proceso psicoanalítico. Se difiere en el lugar que ocupa dentro la cura, en cómo debe ser manejada por el analista y cómo se disuelve. (Laplanche & Pontalis, 1971) Freud (1912) afirma que por su herencia y por la educación recibida, la persona adquiere elementos –que conforman un clisé- que le permitirán relacionarse desde el 1

Master en Teología, Universidad Pontificia de Comillas. Magister en Acompañamiento Psico-Espiritual, Universidad Alberto Hurtado. Magister © en Psicoanálisis, Universidad Adolfo Ibáñez.

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amor con otras personas y que marcará la forma de satisfacer sus pulsiones y cómo fijará las metas. Dice Freud (1912) que sólo un sector de estas mociones ha recorrido un pleno desarrollo psíquico; ese sector está vuelto hacia la realidad objetiva, disponible para la personalidad consciente. En cambio otra parte de esas mociones libidinosas está apartada de la personalidad consiente y solo pudo desplegarse en la fantasía o bien permanecer en lo inconsciente. Si la necesidad de amor no está satisfecha, está obligado a volcarse con unas representaciones expectativas libidinosas hacia cada persona que aparezca, participando probablemente las dos porciones de su libido: la consciente y la inconsciente. Dicho de otro modo insertará - como dice Freud- al médico en una de las series psíquicas (clisé) que el paciente ha formado hasta ese momento. Freud comenzó a asegurar en sus descubrimientos que los sentimientos inconscientes del paciente respecto del analista son manifestaciones de una relación reprimida con las imagos parentales y también posible con las imagos fraternales. Freud distinguió la transferencia, positiva, hecha de ternura y amor, la cual permite que la cura pueda ser bien encauzada y la transferencia negativa, expresión de sentimientos hostiles y agresivos y también de carácter erótico, los cuales pueden obstaculizar el proceso analítico. A ellas también habría que añadir las transferencias mixtas, que reproducían los sentimientos ambivalentes del niño respecto de los padres. Dice Freud, “Una ambivalencia así de los sentimientos parece ser normal hasta cierto punto, pero un grado más alto de ella es sin duda una marca particular de las personas neuróticas.” (Freud, 1912, 104) Es un acuerdo por los autores que la transferencia es el espacio privilegiado de la cura psicoanalítica, pero es también el lugar donde se da mayor resistencia al tratamiento. Es un problema que la más poderosa palanca de éxito se mude al medio más potente de resistencia. Por eso afirma Freud: “que la trasferencia sobre el médico sólo resulta apropiada como resistencia dentro de la cura cuando es una trasferencia negativa, o una positiva de mociones eróticas reprimidas.” (Freud, 1921, 98) Para Melanie Klein (1952), es característico del análisis el hecho de que, cuando se empieza a abrir caminos dentro del inconsciente del paciente, el pasado de éste se reactiva progresivamente.

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Por lo tanto, la necesidad de transferir experiencias, relaciones de objeto y emociones primitivas aumenta y todo esto se enfoca en la persona del analista. En consecuencia el paciente trata con los conflictos y las ansiedades que han sido reactivados utilizando los mismos mecanismos de defensa que en situaciones históricas anteriores. Para Klein la transferencia no suponía la reedición de una neurosis infantil pasada, como en el caso de Freud, sino la absorción de las relaciones de la vida ordinaria (relaciones con los objetos externos), con representaciones de la fantasía inconsciente que ocasionaba la realidad subjetiva (relaciones con los objetos internos), lo que sería válido tanto para el niño o el adulto. Para esta autora, acaece entonces lo patológico cuando tiene lugar una irrupción excesiva de la fantasía interna inconsciente en la vida externa. (Isaacs 1967). Los kleinianos afirman que los fenómenos transferenciales colocan ante el terapeuta, las conflictivas precoces con los objetos internos, fruto de la fantasía inconsciente, interesándolo en analizar las relaciones e influencias entre dicha fantasía y la realidad externa. Dicho esto, en el trabajo analítico será absolutamente necesario que el analista sepa detectar esas antiguas demandas de amor, de odio, de culpa o de exculpación, evitando a toda costa responder a tales demandas, precisamente para que ellas puedan llegar a objetivarse y modificarse. Por ejemplo, en el caso de que una paciente se enamore de su analista pone de manifiesto que la relación está desfigurada. Será el analista el encargado de sostener y gestionar esta transferencia para que pueda ayudar a que la paciente pueda comprenderse a sí misma y construirse como sujeto autónomo y libre. Sin duda que lidiar con la resistencia a la cura que está en juego supone un trabajo muy delicado por parte del analista, porque, evidentemente, sus propias temáticas personales pueden muy bien entrar en juego confundiéndose con las del paciente.

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La contratransferencia y el lugar del analista

Freud hablo por vez primera de la contratransferencia en un ensayo de 1910. Lo definió como el influjo del paciente sobre los sentimientos inconscientes del médico e intuyó que ello pudiera entorpecer el tratamiento, casi contaminando la posición neutral y objetiva del analista (Freud, 1912) Laplanche & Pontalis (1971), lo explican como el conjunto de las reacciones inconscientes del analista frente a la persona del analizado y, especialmente, frente a la transferencia de éste. Hay acuerdo entre algunos autores que la contratransferencia es todo aquello que desde la personalidad del analista puede intervenir en el proceso de la cura. Hay otros que, en cambio, circunscriben la contratransferencia a los procesos inconscientes que la transferencia del analizado provoca en el analista. Paula Heinmann (1949) hace una crítica a la obsesión de algunos analistas de posicionarse con total desapego ante el paciente, donde no se debería sentir más que una “uniforme y moderada benevolencia hacia sus pacientes”. Por lo tanto debe ser superada cualquier alteración emocional que representa un obstáculo para la cura. Por el otro lado, Heinmann rechaza la posición de Ferenczi, el cual recomienda que el analista debiera expresar abiertamente las emociones ya que éstas ayudarían a una mejor autocomprensión del paciente. Para esta autora, el concepto “contratransferencia” hace referencia a todos los sentimientos que el analista experimenta hacia el paciente. Su tesis es que la respuesta emocional del analista hacia su paciente en la situación analítica representa una de las más importantes herramientas para este trabajo. La contratransferencia del analista es un instrumento de exploración dentro del inconsciente del paciente. Ella afirma que: “cuando el analista en su propio análisis ha trabajado sus conflictos infantiles y ansiedades (paranoica y depresiva), para que pueda fácilmente establecer contacto con su propio inconsciente, él no imputará a su paciente lo que le pertenece a sí mismo. Habrá alcanzado un fiable equilibrio que le capacita para portar los roles que del ego, super-yo, del paciente y objetos externos a los que el paciente le obliga o -en otras palabras- le proyecta, cuando representa sus conflictos en la relación analítica”.

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Por otro lado, Winnicott (1947) indica que para realizar un buen análisis es necesario tener consciencia de las emociones que se están moviendo, y canalizarlas adecuadamente.

El analista debe estar preparado para sobrellevar la tensión sin

esperar que el paciente sepa lo que está haciendo, tal vez durante un tiempo bastante largo. Para esto, al analista debe serle fácil asumir sus propios temores y odios. Se halla en la misma situación que la madre de un recién nacido. Finalmente debe ser capaz de indicarle al paciente lo que él, el analista, ha experimentado en sí mismo. Winnicott consideraba que debía mantenerse el concepto de Freud, que corresponde a sentimientos y reacciones del analista, producto de su propia patología o análisis insuficiente, pero diferenciaba lo que llamó “respuesta total del analista”, que son las respuestas afectivas de éste frente a pacientes en regresión, especialmente psicóticos, y utilizaba estos sentimientos e ideas – después de examinarlos y seleccionarlos – para hacer las interpretaciones Dicho lo anterior, el fenómeno de la contratransferencia nos hace preguntarnos sobre el lugar que tiene el analista en la alianza terapéutica, y cómo puede eficazmente utilizar lo que se experimenta en la relación en favor del paciente. Hemos indicado en la primera pregunta que los sentimientos amistosos facilitan el trabajo analítico y el analista debe aprovecharlo para la curación. La transferencia coloca al analista en un lugar privilegiado entregándole un cierto poder sobre la palabra del paciente, en la medida en que éste lo supone el sujeto del saber inconsciente. Pero será sólo absteniéndose de ejercer ese poder que el analista podrá ubicarse en el lugar adecuado para dirigir la cura. Lacan afirma que al que se le supone un saber, se lo ama. Es lo que se llama una “transferencia simbólica”. Esta implica que se transfiere un supuesto saber al otro. El saber inconsciente que porta el discurso del paciente es transferido al Otro que encarna el analista. Es lo que Lacan llamó “Sujeto Supuesto Saber”. El Sujeto Supuesto Saber es una consecuencia que se origina cuando el analista ocupa el lugar de objeto, ya que así presta su persona para que el analizante instituya al Otro al cual van a dirigirse los síntomas.

Este lugar es un fruto del encuentro entre la palabra del

analizante y la escucha del analista. Sería un error pensar y actuar que el saber del Otro va a permitir al paciente acceder a su verdad.

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Es por eso que el analista debe haber realizado un trabajo de análisis que le permita integrar de la mejor manera sus conflictivas inconscientes y descubrir cómo debe situarse ante otro: sin pretender tener la verdad de la vida del otro, ni aspirar a poseer una supuesta “interpretación objetiva que no existe”. El analista sabe que “nada sabe” y que el poder que sustenta está dado por la construcción artificiosa del encuadre psicoanalítico. En tanto el analista está como objeto, encontramos desde Lacan otro aspecto de la transferencia: el que está en relación con lo real. En este sentido, la transferencia se nos presenta como fenómeno de goce, articulado con la repetición. Por lo tanto, frente a este fenómeno, debemos decir que el lugar que le corresponde al analista es el de la abstinencia, siendo condición de posibilidad del análisis.

Esta abstinencia no implica, lo que equivocadamente algunos analistas

ejercen: una actitud neutral, impávida y desconectada de lo que el paciente vive y de lo que el propio analista siente. La abstinencia implica que ante la demanda del paciente, la respuesta es: ni aceptarla ni rechazarla, sino sostenerla como material del trabajo de análisis. Entonces, la abstinencia está en relación con la particularidad de cada paciente en la medida en que su demanda pasa a estar dirigida al analista. Para Lacan, la abstinencia es la operación que permite distinguir la transferencia de la sugestión en la medida en que consiste en no gratificar la demanda. Esta abstinencia exige no una neutralidad estoica e impersonal del analista, sino estar atento a no satisfacer los deseos del paciente y a este último que no busque gratificaciones inmediatas, no solamente dentro del análisis, sino también fuera de ella. Personalmente considero que la contratransferencia evidencia que la relación que se establece es marcada por la representación que se hace el paciente del analista, sino también por aquella que el analista se hace del paciente. Representación que también podría ser caracterizada en forma predominante por fantasías inconscientes e identificaciones proyectivas del propio analista. Es por eso que el analista debe discernir continuamente la distinción entre lo que pertenece al paciente y a su mundo interno, y cuanto pertenece a sí mismo y a la relación actual con el paciente.

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Es importante, que sea consciente del lugar en que lo sitúa es dispositivo analítico y especialmente lo que el paciente proyecta en él. El analista debe estar consciente de sí mismo, su humanidad, y, eventualmente, de la inmadurez que le puede caracterizar. Será importante que el analista desarrolle la capacidad de dar espacio al paciente dentro de sí mismo sin confundirse con él, sin imponerse en forma dominante, ayudándolo a liberar la propia auténtica humanidad en busca de un sentido sostenible en la vida y de las capacidades para vivirlo. Finalmente, las emociones despertadas en el analista serán de valor para el paciente, si es usado como una fuente más de insight dentro de los conflictos inconscientes y defensas del paciente. Entonces, cuando estos últimos son interpretados, se va produciendo en el paciente el fortalecimiento de un sentido de realidad en donde ve al analista como un ser humano más y no como dios o demonio. BIBLIOGRAFIA Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la trasferencia, En J. Strachey (ed.), Obras Completas Sigmund Freud vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu, 1992. Freud, S. (1914). Recordar, repetir y reelaborar, En J. Strachey (ed.), Obras Completas Sigmund Freud vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu, 1992. Heinmann, P. (1949) Acerca de la contratransferencia. Trabajo presentado en el 16° Congreso psicoanalítico internacional, Zurich. Isaacs, S. “La naturaleza y función de la fantasía”. En M. Klein y otros, Desarrollos en psicoanálisis. Buenos Aires: Hormé, 1967. Kahn, M., (2003). Psicoanálisis para el siglo XXI, Buenos Aires: Emece. Klein (1952), Los orígenes de la transferencia, en Obras completas de M. Klein. Tomo III. 2da Edición. Paidos. Lacan, J. (1951): El Seminario, Libro VIII: La transferencia, Buenos Aires: Paidós, 2003 Laplanche, J. & Pontalis, B. (2004). Transferencia. Barcelona: 439-446. Nasio, J. (1999). El placer de leer a Freud. Barcelona: Gedisa. Winnicott, D. (1947). El Odio en la Contratransferencia, Escritos de pediatría y psicoanálisis. Editorial Laia.

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