La transculturación imposible: Raza y sexo en las relaciones cubano-soviéticas

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Descripción

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CAPÍTULO III La transculturación imposible: raza y sexo en las relaciones cubano-soviéticas

La cuestión racial en Cuba se ha caracterizado, entre muchos otros factores, por tres hechos históricos que han definido las representaciones sociales y literarias de la raza en sentidos no siempre coherentes u homogéneos. Primero: el peso socio-histórico que se le otorgó al inicio de la guerra de independencia de Cuba en 1868 incluyó, también, el tema racial y marcó, dentro del imaginario político revolucionario, el inicio de una reconciliación racial –al menos en términos discursivos– hasta entonces impensada: Carlos Manuel de Céspedes otorgó la libertad a sus esclavos, quienes, una vez libres, se unieron a la causa bélica de la independencia cubana. Durante la época republicana hubo un intenso debate, sobre todo a nivel académico y cultural, sobre la nación cubana y sus componentes históricos. Según Michael Colón, “la categoría de nación en su totalidad integral y dinámica se le atañe al llamado proceso de transculturación, vocablo que introdujo entre nosotros el sabio cubano Fernando Ortiz1”, en 1940. Sin embargo, a nivel social no hubo cambios importantes en la percepción de las categorías raciales. Segundo: el triunfo de la Revolución, en 1959, señala otra pauta importante en la representación racial: se llevaron a cabo acciones concretas para abolir la discriminación racial, como la universalización y gratuidad de la enseñanza, la nacionalización

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Ver: “Negros somos y masculinos andamos: reflexiones para un debate”, de Michael Colón.

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de las playas y de centros recreativos y deportivos, el libre acceso a estos sitios nacionalizados, y la conformación de barrios mixtos2. El proceso revolucionario se presentó a sí mismo como la culminación de los sueños martianos sintetizados en las frases “no hay odio de razas porque no hay razas”3 y “hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro”4. A partir de esa fecha y durante los próximos treinta años, podemos considerar que Cuba fue un país donde al menos institucionalmente, no existía racismo. Esta disolución de las diferencias raciales a nivel macro-político e institucional, coadyuvó a que en el imaginario social la raza dejara de tener el mismo peso que hasta entonces y sobre todo, que el color de la piel dejara de ser un estigma tal y como había sido hasta inicios de la década de los sesenta. Tercero: las diferencias raciales, aparentemente abolidas durante más de tres décadas, resurgen con una fuerza tremenda a partir de los años noventa debido a factores económicos muy puntuales: por una parte, la desaparición de la Unión Soviética y del campo socialista provocó una profunda crisis económica que, entre otros hechos, alentó la emigración masiva hacia Estados Unidos. El momento más álgido de esta emigración tuvo lugar en el verano de 1994. Se estima que actualmente la población cubana en la Florida es blanca en su mayoría (algunas cifras sitúan este número en más del 90%). Desde los noventa, las remesas familiares desde Estados Unidos se convirtieron en la principal

No fue sino hasta 1976 cuando Cuba aprobó una nueva Constitución, en la que se reconocía el derecho de todos a la plena igualdad sin distinción de sexo o raza. Entre 1959 y 1976 Cuba se había seguido rigiendo por la Constitución de 1940, aunque el 7 de febrero de 1959, el Consejo de Ministros, aprobó  la “Ley Fundamental de la República”, la cual en la práctica reemplazó a la Constitución de 1940. 3 Ver: “Nuestra América”, de José Martí. 4 Ver: “Mi raza”, de José Martí. 2

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entrada monetaria para los cubanos de la isla, sobre todo después de la legalización del dólar en agosto de 1993. La mayor parte de la población negra quedó relegada de estas remesas familiares al no tener parientes del otro lado del estrecho de la Florida5. Por otra parte, la industria turística sustituyó a las industrias tradicionales del azúcar y el tabaco, y con el turismo se fomentó una discriminación de la que todavía no se habla mucho en voz alta pero que es evidente: el sector turístico contrata preferentemente a jóvenes blancos. Este nuevo panorama colocó a la población negra cubana en una situación de desventaja económica sin precedentes desde 1959, y las diferencias socio-económicas comenzaron a traslucir también diferencias raciales que hasta entonces no eran tan visibles. Estas diferencias raciales se han traducido en prejuicios más o menos públicos, más o menos reconocidos, pero latentes en la sociedad cubana contemporánea. Si hasta hace muy poco hablar de raza y de racismo en Cuba constituía un tabú mayúsculo, lentamente el tema ha comenzado a permear no solo el imaginario artístico, sino a colocarse en el centro del debate académico y social6.



Según Rodrigo Espina Prieto y Pablo Rodríguez Ruiz en el artículo “Raza y desigualdad en la Cuba actual”, en la revista Temas (2006), las remesas llegan a los blancos 2,5 veces más que a los negros. Los blancos hacen uso del trabajo extra, después de la jornada laboral, 2,7 veces menos que los negros. Las propinas las reciben 1,6 veces más los blancos que los negros. A la venta de productos normados por la libreta de abastecimiento recurren los blancos 3,7 veces menos que los negros. 6 Para una información más puntual de este tema, consúltese el libro Las relaciones raciales en Cuba. La Habana: Fundación Fernando Ortiz, 2011. Se trata de un estudio realizado entre 1993 y el 2003 por un grupo de nueve investigadores –antropólogos, sociólogos, periodistas, filósofos e historiadores, sobre la evidente aparición de desigualdades sociales raciales a partir de la crisis económica de los noventa en Cuba. Igualmente, el historiador Alejandro de la Fuente, de la Universidad de Pittsburgh, al presentar oficialmente “The Cuba Project”, organizado por el Cleveland Institute of Art, el 13 de octubre del 2011, se refirió a este problema en la sociedad cubana contemporánea. 5

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En esta disolución de la tensión racial durante esos años previos a los noventa, el viaje del coronel Arnaldo Tamayo Méndez al cosmos en 1980, se convirtió en el epítome de la igualdad racial socialista. Por primera vez un latinoamericano, un cubano negro, salía rumbo al espacio. El 18 de septiembre de ese año, Tamayo Méndez despegó en la nave Soyuz 38 desde el cosmódromo Baikonur, en Kazajastán, junto al cosmonauta soviético Yuri Romanenko. Durante una semana, los científicos realizaron experimentos preparados en gran parte por la Academia de Ciencias de Cuba a partir de componentes orgánicos del azúcar. Pese a toda la publicidad que se le dio al viaje, la experiencia no volvió a repetirse, y en Cuba circularon chistes racistas sobre el papel de Tamayo Méndez durante su viaje al cosmos. Esta doble lectura de la inclusión de Tamayo Méndez en una misión espacial informa, por una parte, de los intentos institucionales por borrar las diferencias raciales y por otra, de la persistencia de una confrontación racial entre los diferentes grupos sociales cubanos. En los más de treinta años en los que hablar de raza en Cuba era sinónimo de incorrección política y (auto)/censura, miles de jóvenes cubanos, de todas las razas y de ambos sexos, cursaron estudios de educación superior en la Unión Soviética y en otros países del otrora campo socialista. Aunque hasta el momento no se conocen cifras oficiales, se estima que unos 300 mil cubanos viajaron a Europa del Este para estudiar durante esas tres décadas7. Muchos de ellos, sobre todo los hombres, regresaron a la isla con sus parejas soviéticas (o en menor medida, polacas, alemanas, checas…) Con el tiempo, algunos de estos matrimonios se disolvieron, y tras el colapso del imperio socialista soviético, varias mujeres regresaron a sus lugares de origen mientras otras – con sus esposos cubanos o no– emigraron hacia otros países para

Ver: “Las diez huellas soviéticas en Cuba”, de Liliet Heredero.

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escapar de la crisis económica cubana. El director cinematográfico camagüeyano Gustavo Pérez filmó, en el año 2006, un documental titulado Todas iban a ser reinas, en el que relata la vida de siete mujeres de igual número de regiones ex soviéticas que se quedaron varadas en territorio cubano tras la desaparición de la URSS. En el documental, de 55 minutos de duración, las entrevistadas reafirman todos los estereotipos que tanto en el imaginario soviético, como en el cubano, tenía cada pueblo respecto al otro. Una de ellas, la letona Irina Pelaeza, dice sobre su esposo: él, un compañero exótico, con espendrum, con su piel bronceada (porque estábamos en julio), con la sonrisa espléndida esa de los cubanos, que me mató, me mató, me deslumbró. Me llegó acá y me mató para el resto de mi vida. Porque sonreír así solamente podían los cubanos (Film).

La moscovita Tatiana Zahorova, afirma: “Me pareció un muchacho muy serio, muy bonito, pero muy bonito ... Muchísimo más bonito que nuestros rusos” (Film). El padre de Tatiana Konstantinovna, de Ucrania, al enterarse de la relación de su hija con un cubano le dijo: “no puede ser con un cubano, que no puedo pensar que te lleven allá y te cambien por un elefante” (Film). Zoia Barash, importante crítica de cine ucraniana residente en La Habana por más de treinta años, al referirse a la percepción que tenía el pueblo soviético del cubano, afirma que [era] un amor total y absoluto. Había una canción que se llama “Cuba de mi amor”, una canción en ruso, que se cantaba mucho. Y era una cosa, en los sesenta, romántica: una revolución tan lejana, con barbudos, con gente muy bonita, todos eran jóvenes, nadie criticaba el arte abstracto. Para los rusos era como un soplo de esperanza, que sí se podía hacer una revolución, que la revolución sí podía ser tolerante hacia diferentes corrientes del arte, que los ministros podían ser jó-

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venes, porque en aquel momento en la Unión Soviética todos los dirigentes eran viejos; y de repente aparecen Fidel y sus ministros y la gente miraba con mucha esperanza y mucho interés. Hubo mucho interés hacia Cuba. Mucha admiración (entrevista con Damaris Puñales-Alpízar, inédita).

Respecto a las relaciones interraciales entre soviéticas y cubanos, Barash afirma que pienso que los matrimonios mixtos entre soviéticas y cubanos tuvieron mucha importancia para el ambiente del país. Centenares de soviéticas que se casaron con mulatos y negros cubanos disolvieron un poco y a nivel personal cierto ambiente de prejuicios raciales. Es mi opinión. No sé qué dirán los sociólogos cuando empiecen a investigar. Los niños de estos matrimonios mixtos, además, son preciosos todos e inteligentes (Mirabal Llorens 51).

Como parte de los debates suscitados en la sociedad cubana sobre cultura, raza e identidad, el 28 de mayo del 2009 la revista Temas organizó en La Habana un coloquio para discutir las huellas culturales rusas en Cuba. En la conversación, el escritor José Miguel Sánchez, Yoss, afirmó que Independientemente de cualquier acercamiento estatal u oficial que se preconizara, que se basara en cuestiones ideológicas, también existió un acercamiento personal mediado por el exotismo. Piensen en lo que era para un cubano, en 1959, una rubia de ojos azules; era un personaje de película yanqui; de pronto llegan las primeras rusas rubias de ojos azules que no solo no nos despreciaban, sino que les mostraron a los blancos cubanos que el negro también podía ser bonito y atractivo … Hubo y hay muchos estereotipos … Pero, independientemente de todas estas cuestiones, había un extraordinario interés hacia las diferencias (Temas 58).

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Estos mismos estereotipos –y otros más–, asumidos desde la perspectiva cubana, pueblan las novelas que tratan del tema cubano-soviético. En este capítulo intento explorar cómo las relaciones interpersonales entre soviéticas y cubanos, que estuvieron mediadas por estereotipos raciales y culturales, son representadas literariamente. ¿Cómo creían los cubanos que eran imaginados por las soviéticas? ¿Qué espacio ocupaban estas relaciones en el imaginario literario de los escritores cubanos, y por qué la autorepresentación masculina se centraba muchas veces, al tratar este tema, en un cubano negro y una soviética blanca? Para intentar llegar a algunas conclusiones preliminares, analizaré las novelas Siberiana, de Jesús Díaz, Ánima fatua, de Anna Lidia Vega Serova, El vuelo del gato, de Abel Prieto, Aventuras Eslavas de DON ANTOLÍN DEL COROJO y Crónica del Nuevo Mundo según IVÁN EL TERRIBLE, de Luis Manuel García, y los cuentos “Clemencia bajo el sol”, de Adelaida Fernández de Juan y “He visto pasar los trenes”, de Obdulio Fenelo Noda. Es importante aclarar, sin embargo, que este análisis no pretende ni puede ser una investigación sociológica de las relaciones entre cubanos y soviéticas, sino que se enfoca únicamente en la representación ficticia de esas relaciones a través de obras literarias específicas.

El imaginario racial cubano de las soviéticas, leído desde una perspectiva insular

El análisis de novelas cubanas que traten las relaciones cultural-raciales entre cubanos y soviéticas nos coloca ante un hecho claro: solo podemos hablar de cómo creían los cubanos que eran imaginados por las soviéticas porque carecemos de un corpus literario soviético o ruso donde se trate el tema.

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Además de la tensión cultural que caracteriza a la narrativa sobre lo soviético en la Cuba posnoventa, hay un tema que es recurrente en la mayoría de estas obras: las relaciones interraciales entre cubanos negros y soviéticas blancas. En Siberiana, de Jesús Díaz, Bárbaro viaja a Siberia y se enamora de una siberiana. En Ánima fatua, el padre de la narradora es un cubano que se ha casado con una soviética en Leningrado. Lo mismo ocurre en El vuelo del gato, de Abel Prieto, donde “el chino”, se casa con una rusa. En Aventuras Eslavas de DON ANTOLÍN DEL COROJO y Crónica del Nuevo Mundo según IVÁN EL TERRIBLE, uno de los personajes causa una favorable sensación en la Unión Soviética, mientras que en “He visto pasar los trenes”, el personaje Beltrán Dubois ha estado en la Unión Soviética, casado con una ucraniana con quien tiene una hija, al igual que en “Clemencia bajo el sol”, donde la rusa Ekaterina llega a Centro Habana casada con Reyes. Todos estos hombres son cubanos de raza negra. En el imaginario literario representado en estas obras, las relaciones están basadas en una doble afinidad que responde a ciertas representaciones sociales de cada uno de los grupos, cubanos negros y soviéticas blancas. Así, los cubanos negros ejercen una atracción irresistible sobre las soviéticas, que ven a los jóvenes caribeños seductores y exóticos. Esta representación literaria mimetiza una percepción socio-sexual muy extendida sobre la masculinidad negra, según la cual, se asocia a los hombres negros con la virilidad y una gran capacidad amatoria. Esto, unido a lo ‘extraños’ que eran para las soviéticas, constituía su carta de triunfo en la conquista amorosa de las camaradas rusas. La explotación de las diferencias raciales y culturales entre los dos pueblos como arcilla artística no es, sin embargo, privativa del período soviético y postsoviético cubano. En fecha tan temprana como 1945, mientras se organizaba una colección de obras plásticas cubanas para ser exhibidas en el Museo de Arte Occidental Moderno de Moscú, “se sugirió que las creaciones debían testimoniar la existencia de un arte específicamente

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antillano, sensual, rítmico, colorido y tropical que se destacara en aquel clima gélido” (Castellanos León 32). Esta fue la primera exposición cubana en la Unión Soviética; en la Casa de la Legación Cubana en Moscú se exhibieron obras de pintores cubanos8, entre ellas, “La novia”, de Fidelio Ponce; “Bodegón”, de Wilfredo Lam; “Marcha ascendente”, de Marcelo Pogolotti y “La Conga de los Hoyos”, de Domingo Ravenet. En esta exposición también participaron Amelia Peláez, Mariano Portocarrero, Luis Martínez Pedro y Enrique Caravia. La representación literaria de las relaciones entre cubanos negros y soviéticas blancas está definida, además, por muchas otras variables. Entre ellas, el recuerdo e idolatría de los soviéticos por su poeta nacional, Alexander Pushkin, bisnieto de un paje negro de Pedro el Grande. Para los estudiantes cubanos negros, las soviéticas blancas habrían constituido la concreción de un deseo latente –“conseguir hacerlo con una blanca de pelo claro formaba parte principal de sus fantasías sexuales” (28), afirma Bárbaro en la novela Siberiana al pensar en la mujer con la que quiere acostarse mientras vuela hacia la Unión Soviética. Cuando Bárbaro llega a Siberia, va con la encomienda de cumplir una promesa hecha a Changó (o Santa Bárbara, en el santoral católico), a quien Bárbaro le ha prometido tener relaciones

La segunda exposición pictórica cubana en la URSS ocurrió en 1962: durante siete meses, la muestra compuesta por 99 obras de 23 artistas recorrió varias capitales de países socialistas europeos. Las únicas firmas que se repetían eran las de Amelia Peláez, Mariano Portocarrero y Luis Martínez Pedro, según informa Castellanos León (31-32). Dos años antes de esa primera exposición cubana en Moscú, en 1943, tuvo lugar en el Capitolio Nacional una exposición gráfica soviética, titulada “La URSS en la Paz y en la Guerra”, que estuvo acompañada por un ciclo de conferencias impartidas por intelectuales cubanos, con la “bandera roja de la hoz y el martillo [ondeando] en el Capitolio, pese a la reacción del conservador Diario de la Marina”, (Castellanos León 30). Domingo Ravenet, en coordinación con el Frente Nacional Antifascista y la Legación de la Unión Soviética en Cuba fue quien inauguró esa muestra de fotografías, carteles y caricaturas soviéticas.

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sexuales con una soviética. Bárbaro es la antítesis del estereotipo racial negro: no es una máquina sexual, sus encuentros amorosos previos han sido escasos y fracasados, y además, es educado: se trata de un periodista que viaja a Siberia para informar en Cuba de los avances del hermano país socialista. Bárbaro es el epítome del negro fino –contracara del mismo estereotipo–: aquel que rompe con las representaciones sociales de marca de identidad que tienen sobre él tanto el grupo endógeno al que pertenece, como el exógeno o externo. Situado en el vórtice de estos dos grupos, Bárbaro tendrá que responder a las expectativas de ambos: convertirse en un animal sexual, y hacer bien su trabajo como profesional. Sin embargo, el grupo endógeno tiene un peso importante en la conformación individual de Bárbaro, que siente que está traicionando a su raza al ser incapaz de penetrar sexualmente a una mujer. Con esta doble presión llega a Siberia, donde es recibido con simpatía por los soviéticos que ven en él no solo al representante del socialismo tropical, sino sobre todo a un ser exótico y extraño: nunca antes habían visto a un negro. Cuando Nadiezdha y Bárbaro se encuentran por primera vez, ella no puede dejar de mirarlo y le dice: “Eres negro. Negro como el carbón” (68). Poco después, ella no resiste la tentación de acariciar el pelo de Bárbaro. Pero luego se niega a subir con él a la habitación del hotel para tomar un té: “¿Subir a la habitación de un extranjero, de un negro? ¿Aquí, en Irkust?” (70). Bárbaro se sintió incómodo: “jamás había pensado … que nunca hubiesen visto a un negro y lo hiciesen sentir por ello doblemente extranjero” (70). De todos estos cruces de atracciones de los soviéticos hacia los cubanos negros da cuenta el narrador: … su condición de negro lo definía como un nierus absoluto; por otro, justamente el color de su piel y las características de su pelo lo hacían extraordinariamente atractivo para los siberianos. Y por si todo ello fuera poco, provenía de Cuba,

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una isla caliente, lejanísima, minúscula de acuerdo con la cósmica escala local, a la que les habían enseñado a admirar porque luchaba a brazo partido contra los Estados Unidos de América, pero que también les provocaba una extraña mezcla de envidia y lástima. Por un lado, la imaginaban como una isla muy pobre; por otro, como un país moderno, ya que estaba situado en pleno Occidente, un universo absolutamente mitificado en Siberia, objeto, a la vez de la más profunda idolatría y del mayor desprecio. Se dijo que su relación con Nadiezdha encarnaba todo aquel cúmulo de paradojas y contradicciones (81-82).

Esta misma relación de atracción ejercida por los cubanos negros en los soviéticos podemos encontrarla en otras novelas, como en Aventuras Eslavas de DON ANTOLÍN DEL COROJO y Crónica del Nuevo Mundo según IVÁN EL TERRIBLE, de Luis Manuel García, donde Antolín, el protagonista, dice: Yo creo que por lo menos la mitad del éxito es por el mentado Feliciano, de lo llamativo que es para la gente soviética. Porque aquí viene habiendo como un racismo al revés. Más caso le hacen a un negro que a un blanco, de lo raro que es hallarlos por estos territorios. Figúrese que hasta la barbera se ha especializado en pelar pasas. Mientras más duras y revencúas para el peine, mejor. Aunque no se vaya a creer que la existencia de los negros era cosa nunca vista aquí antes de la llegada nuestra. Fíjese que el poeta nacional de Rusia era jaba’o (93).

Ánima fatua, de Anna Lidia Vega Serova, sitúa el conflicto racial en otro nivel: la narradora (alter ego de la autora) es hija de un cubano negro y una soviética blanca. A través de la novela podemos ver dos momentos, dos visiones, respecto a la aceptación y rechazo de los cubanos negros como parte de la familia rusa. Aunque la narración no profundiza en el tema, sabemos que la madre de Alia (personaje que se desdobla en otros como Fanny/Alfa/Sofía) conoció al padre de la muchacha en el entonces

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Leningrado. Alia describe el encuentro de sus padres en la ciudad donde ambos estudiaban, así: Indudablemente le temía. No era un hombre común; al menos, no para ella: era un hombre negro. En la oscuridad, por las noches, creía sentirlo dondequiera, confundirlo con las sombras, percibirlo cerca. Un hombre de piel oscura, como el poeta de sus sueños más adolescentes, como su Poeta: negro (Luego se daría cuenta de que solo era mulato, bastante claro, por cierto; al igual que Pushkin: solo mulato) (8).

Este sería el primer momento: romántico, lleno de ilusiones y admiración mutua. El segundo momento lo vivirá Alia en Rusia, adonde vuelve cuando tiene nueve años, luego de haber vivido con sus padres en Cuba. La niña viaja con su madre ahora divorciada de su esposo cubano. En Rusia, Alia será doblemente marginada: la madre y sus abuelos la desprecian por ser hija de un negro y en la escuela sus compañeros tampoco la quieren porque no sabe hablar ni escribir en ruso. Luego de varios años en el país de su madre, olvidará también el español y no será capaz de leer las cartas que le envía su amiga cubana Malena. La vida de Alia se convierte en un contrapunteo lacerante marcado por el dolor de una identidad compartida, o dividida: aquella noche lloré en su hogar intensamente cubano, mirando tras la ventana una ciudad intensamente rusa. Me sentía partida en dos pedazos irreconciliables, dos mitades en pugna, una combinación incompatible y cruel (89).

El regreso de Alia a San Petersburgo tiene en ella efectos muy profundos. A través del retorno al país de origen y el distanciamiento con la isla caribeña, se da cuenta de las diferencias culturales entre los dos países, y también, del profundo desprecio de los rusos por los cubanos, a quienes consideraban inferiores. Alia, hija de una soviética y de un cubano (de quienes nunca sabemos

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sus nombres) es rechazada por su familia y por sus compañeros de clase, a causa de la nacionalidad y el color de su padre. “Eres una tarada –le dice la abuela–. Claro, con un padre negro, ¿cómo podrían salir los hijos?” (22). En El vuelo del gato, de Abel Prieto, el narrador diserta sobre el polémico tema del ‘atraso’, que en el imaginario popular cubano está relacionado con los cruces raciales, en primer término. Comenta el narrador: La Rusita le traía un mensaje desde Novosibirsk: hay leyes subterráneas que te conducen a rincones inesperados del Atraso (el llamado ‘salto atrás’) cuando te crees justamente en la ruta contraria, en la del Progreso (225). […] ¿Y Angelito? ¿Adelantó o atrasó casándose con la Rusa de Novosibirsk? … En el viaje del Chino hasta Novosibirsk pudiera descubrirse un movimiento hacia el Oriente bárbaro, hacia el Atraso; aunque, según la opinión de Marco Aurelio, habría que examinarlo como una ‘circunferencia que se cierra’, eso dijo, teniendo en cuenta el origen cantonés del abuelo de Angelito (267).

El narrador devela otra de las posibles atracciones que habrían ejercido las soviéticas blancas sobre los cubanos negros o mulatos: la posibilidad de ‘adelantar’, según interpreta la narración los códigos de las relaciones interraciales en Cuba. Angelito, el Chino, habría buscado una pareja soviética para de este modo ‘blanquear’ a sus hijos. Él mismo es el producto de varios cruces raciales: de abuelo cantonés y abuela negra cuyo hijo –el padre de Angelito– se había casado con “una blanca de origen canario, no tan bonita, pero fuerte y paridora y de huesos anchos” (226). La historia que se cuenta en la novela está articulada a partir de los recuerdos que el narrador-personaje tiene sobre su época de preuniversitario y de los amigos de esa etapa; estos recuerdos han sido desencadenados por una reunión que tendrán los amigos,

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treinta años después de haber terminado la enseñanza media superior. Los debates sobre el destino de cada uno de ellos, y las concepciones sobre el ‘atraso’ y el ‘adelanto’ racial y económico, ejemplifican lo que veníamos hablando acerca de la persistencia de una concepción racista en las relaciones interpersonales, pese a las acciones concretas tomadas por el gobierno después de 1959 para eliminar las diferencias socio-raciales. Estos prejuicios y estereotipos permean muchas de las relaciones que vemos en la novela, cuyo ejemplo más claro es la relación de Angelito con la rusa con el fin de ‘blanquear’ a sus futuros hijos. Lo que llama la atención al analizar estos textos es que no se trata de ficciones afrocubanas donde la temática central sea la de este grupo racial. En su mayoría, las obras ni siquiera han sido escritas por afrocubanos (si es que este término puede aplicarse). Se trata, entonces, de la representación de una representación: qué tipo de relación se podría crear entre cubanos negros y soviéticas blancas, narrada esta relación desde el punto de vista de un escritor que no es ni un cubano negro ni una soviética blanca. Nuevamente estamos ante la representación literaria de un doble estereotipo, construido sobre la base de lecturas y apreciaciones exógenas. Para que esta representación literaria del cubano negro cobre sentido, es necesario que tenga puntos de contacto con su representación social, con el lugar que ocupa el negro en el imaginario cubano contemporáneo. Si coincidimos con Henry Louis Gates en que In literature, blackness is produced in the text only through a complex process of signification. There can be no transcendent blackness, for it cannot and does not exist beyond manifestations of it in specific figures ... Blackness exists, but “only” as a function of its signifiers (237)

podemos concluir que la construcción de los personajes negros dentro de las novelas analizadas parte de estereotipos moldeados

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por siglos de una representación específica acerca de los negros y su desempeño sexual, laboral, histórico y social. Esta representación, sin embargo, está marcada también por los cambios en la dinámica racial introducidos en Cuba a partir de la Revolución de 1959, que masificó la educación e hizo posible que las diferencias raciales fueran sustancialmente disminuidas. Muchos de los cubanos que cursaron estudios superiores en la Unión Soviética eran negros, y este hecho también propicia su representación literaria. Las novelas analizadas aquí ponen en diálogo versiones encontradas de algunos estereotipos. Así, Bárbaro, en Siberiana, es la antítesis de un negro tradicional: no es mujeriego ni guapo; por el contrario, es un hombre tímido, educado, marcado por ciertos traumas sexuales de su infancia. Reyes, en “Clemencia bajo el sol”, representa la otra cara de este mismo estereotipo: pese a compartir con Bárbaro el poseer una educación, él es el prototipo del hombre machista, abusador, mujeriego y vago que es incapaz de mantener una relación coherente y responsable ya sea con su pareja o con su puesto laboral. En Ánima fatua asistimos a dos momentos contrarios en las relaciones entre cubanos y soviéticos: primero, cuando la afinidad ideológica y la atracción mutua hacia el otro exótico originaban relaciones de pareja – duraderas o no; segundo, cuando Alia, la hija de una soviética blanca y un cubano negro, regresa a Rusia tras la disolución del matrimonio de sus padres y de la Unión Soviética, y todos la rechazan por tener un padre negro. El vuelo del gato es el testimonio de la persistencia de estereotipos y prejuicios raciales en la juventud cubana educada dentro de la Revolución, y las diferentes lecturas que estos jóvenes daban a las relaciones interraciales. Desde el afianzamiento o deconstrucción de ciertos estereotipos raciales estas ficciones dan cuenta de un fenómeno irrepetible en la historia cubana: el enlace amoroso de cubanos negros y soviéticas blancas a nivel más o menos masivo –se estima que en Cuba viven actualmente unos seis mil ex soviéticos y sus

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descendientes9, aunque se desconocen los porcentajes de cruces raciales en esta cifra. Como bien señala Michael Colón en su artículo “Negros somos y masculinos andamos: reflexiones para un debate”, la visión estereotipada del negro lo presenta en calidad de héroe deportivo, dotado mitológicamente de un cuerpo naturalmente musculoso y personificación de rasgos de fuerza, bien duro … la creencia en el pelo malo, la bemba grande y muy particularmente en el pene grande muchas veces resulta la suma esencial de los significados que se dan alrededor de los atributos de negritud y masculinidad (5).

Se puede objetar, sin embargo, que esta masculinización marcada básicamente por el desempeño sexual, en la cual “el falo porta la imagen divina interior de lo masculino”10, es compartida también por la autorepresentación del cubano blanco. Cabe preguntarse si las relaciones entre cubanos de diferente patrimonio racial, llámense blancos, mulatos o chinos, con mujeres soviéticas, participan de los mismos estereotipos que hemos analizado aquí. La respuesta tal vez no sería tan distinta, salvo en algunos aspectos, porque dentro del imaginario sexual cubano tanto negros como blancos comparten una concepción muy sobrevalorada e hiperbolizada de sí mismos y de su desempeño sexual. Podemos concluir, entonces, que en el imaginario literario de estas novelas, el cubano negro representa, en su individualidad, una totalidad masculina cubana que se ve a sí misma a través

“Según informó Ruslán Reyes Fryjenkoc en “Nostalgia y huellas soviéticas en Cuba”. 10 Mauricio Menjivar Ochoa en “De ritos, fugas, razas, corazas y otros artilugios: teorías sobre el origen del hombre o cómo se explica la génesis de la masculinidad” (citado por Michael Colón en “Negros somos y masculinos andamos: reflexiones para un debate”). 9



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del éxito sexual entre cubanos negros y soviéticas blancas. Según este juego de doble representaciones, las soviéticas se sentirían más atraídas hacia los negros, por el exotismo que portan, pero el negro solo sería el significante de un significado cultural mucho más amplio: el cubano. Queda pendiente, también, esbozar alguna lectura sobre la ausencia de relaciones entre mujeres cubanas y hombres soviéticos. José Miguel Sánchez, Yoss, propone un primer análisis muy interesante basado en las relaciones de poder entre los dos países: Los dirigentes rusos no estaban dispuestos a permitir que sus cuadros se quedaran en un país subdesarrollado –lo que yo denomino ‘machismo-leninismo’–, creo que para los cubanos las rusas resultaron mucho más atractivas de lo que resultaron, para las cubanas, los hombres rusos (Temas 58).

Podrían aventurarse otras razones: el rechazo cubano hacia la imagen estereotipada del ruso como un hombre bebedor y golpeador; las restricciones políticas para la concreción de estas relaciones; la poca atracción de los rusos hacia las cubanas o viceversa; la posibilidad de que un número menor de mujeres haya viajado a la Unión Soviética a cursar estudios, entre otras muchas. Sin embargo, ninguna de ellas nos permite entender el fenómeno y mucho menos su ausencia dentro del imaginario literario cubano. Las novelas analizadas aquí presentan el inventario literario de un fracaso: el de las relaciones entre cubanos negros y soviéticas blancas. El fracaso, ya sea por la muerte de uno de los personajes, como en Siberiana; la disolución del matrimonio, como en “Clemencia bajo el sol” y en Ánima fatua; o la infelicidad, como en El vuelo del gato, nos permite leer todas estas relaciones como una metáfora de los lazos entre Cuba y la Unión Soviética, alguna vez proclamados constitucionalmente como ‘indestructibles’. A nivel más personal, más íntimo, estas relaciones dejaron

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Escrito en cirílico: el ideal soviético en la cultura cubana… / Damaris Puñales-Alpízar

huellas palpables de influencia mutua o de hijos en común, pero representan, alegóricamente, la imposibilidad de una transculturación soviético-cubana. El resultado de las relaciones entre soviéticos y cubanos, mucho más allá del énfasis racial y sexual, ha producido, por una parte, una generación de hijos de las dos culturas, como la misma Anna Lidia Vega Serova, y por otra, una eclosión narrativa fuertemente vinculada al imaginario de lo que yo llamo una comunidad sentimental soviético-cubana, para quienes los referentes soviéticos forman parte de su acervo cultural y de su historia personal.

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