La traducción en los programas de Literatura: una ausencia problemática

July 25, 2017 | Autor: Mateo Cardona | Categoría: Translation Studies, Literature, Translation criticism, Literary translation, Traducción Literaria
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Descripción

La traducción en los programas de Literatura: una ausencia problemática © Mateo Cardona Vallejo, Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá) I Encuentro de programas de Creación Literaria y Escritura Creativa de las Américas. Bogotá, 2015

A mí no me gusta hablar de “traducción literaria” porque la expresión sugiere que se trata de una especialidad de la traducción, y eso no tiene nada que ver con mi oficio. Jamás he estudiado formalmente traducción. Yo prefiero hablar de literatura traducida, 1 porque hacerlo nos ayuda a poner la casa en orden. El traductor de literatura, cuando es competente, traduce después de haberse hecho escritor y no antes; es alguien que escribe traducciones. No es lo mismo traducir un texto técnico, digamos un informe para un organismo de cooperación internacional, donde lo que importa es que el mensaje llegue a destino conservando intacta su univocidad, que un texto literario, ambiguo por definición, sugerente por definición, marginal y subversivo en cuanto controvierte los registros convencionales del lenguaje cotidiano por definición, y que requiere de mí una sensibilidad y un talento que de ningún modo proporcionaría un software de traducción. Las herramientas informáticas que usan los traductores técnicos, jurídicos, científicos, me resultan extrañas. No me ayudan a captar los sentidos ocultos, las insinuaciones, los intertextos, lo subyacente al texto literario. Para ello requiero de toda mi atención de lector, de mi olfato literario, y para plasmarlo con fidelidad necesito recursos que trascienden el arsenal del profesional en lenguas modernas y del lingüista. No creo que se pueda enseñar a traducir literatura a un lingüista, de hecho. Es mucho más fácil enseñar lingüística a un traductor de literatura.

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En esto sigo a Arturo Vásquez Barrón: “La literatura traducida en América Latina: reflexiones en torno a la exigencia de invisibilidad”, en Alkmene, n.° 2. Disponible en http://www.revistalkmene.com/la%20literatura%20traducida.html. (Recuperado en 25-03-2015.)

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Me gustaría conversar con ustedes sobre la pertinencia de incluir el problema de la literatura traducida y de la traducción de textos literarios en los programas de formación en Literatura, porque me parece que constituyen el lugar menos inadecuado para hacerlo. En Colombia, dichos programas tienen “como objeto el estudio de la obra literaria, abordado históricamente desde teorías, métodos hermenéuticos y modelos críticos” 2. Además de recibir una formación en teoría literaria, el estudiante de estos programas se familiariza con la historia de literaturas específicas como la clásica griega y latina, la colombiana, latinoamericana, la española y europea. Aunque privilegian el estudio de la literatura colombiana “con el objeto de preservar y fomentar la apropiación del patrimonio cultural del país” 3 y de la latinoamericana, más temprano que tarde estos programas, estudiantes y profesores se encuentran —nos encontramos— con obras, teorías, métodos hermenéuticos y modelos críticos que provienen de otros idiomas y nos obligan a hablar de literatura traducida. No es de extrañarse: “en toda cultura, incluso en las culturas hegemónicas —como es ahora la cultura norteamericana—, en todas las culturas, más de la mitad de la riqueza cultural se debe a la traducción”, 4 decía Tomás Segovia (tan mal conocido entre nosotros), poeta, ensayista y traductor de Shakespeare, Víctor Hugo, Foucault, Lacan y Derrida, entre muchos otros. A mí me parece que en los programas universitarios de Literatura todavía no hay suficiente consciencia de esto, aunque el hecho de que hoy tengamos esta mesa, donde estamos hablando del aprendizaje de la traducción literaria, de la parte de creación en la traducción poética, de la importancia que tiene para el escritor contar con un arsenal lingüístico, prueba que el debate ya ha empezado. A menudo se olvida que lo que posibilita el acceso a obras originalmente escritas en idiomas extranjeros y a su estudio es la traducción. ¿Cuántos, entre nosotros, tuvimos nuestro Tomado de http://www.javeriana.edu.co//carrera-estudios-literarios. (Recuperado el 23-03-2015.) Tomado de http://www.humanas.unal.edu.co/literatura/departamento/. (Recuperado el 23-03-2015.) 4 Palabras de Tomás Segovia, en: Santoveña, M. et al. (2010) De oficio traductor. Panorama de la traducción literaria en México. México, Bonilla Artigas, p. 46. 2 3

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primer acercamiento a la Odisea en griego, en los hexámetros dactílicos de la versión de Aristarco de Samotracia? En este salón acaso uno, o dos, acaso nadie. ¿Cuántos entre nosotros, escritores, estudiantes y profesores de Literatura aquí reunidos, hemos leído Ulysses en la edición original inglesa de 1922? De nuevo, tal vez no muchos. ¿Y cuántos traducida al español, ya sea en la versión de José María Valverde (1976), o en la de Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas Lagüens (1999), por no caer en el anacronismo de citar la de José Salas Subirat 5 (1945), proverbialmente tenida por mediocre? Ahora ya somos más, aunque habrá aquí quienes no se hayan acercado en absoluto a Ulysses ni a la Odisea. También estarán quienes, habiendo leído uno o ambos libros, ni siquiera se habían dado cuenta hasta este momento de qué fue lo que realmente leyeron. Sorprendentemente, este último grupo es muy grande. Y no es que estas personas no sepan que se trata de traducciones, sino que jamás se han detenido a pensar en lo que ello implica, en la distancia real que puede haber entre el texto original y sus diferentes versiones, en español para el caso que nos ocupa. ¿Qué fue lo que leímos? ¿Un relato con las diferentes peripecias por las que pasó Odiseo al tratar de regresar a Ítaca, una vez tomada Troya? Entonces no hemos leído a Homero, aunque para el caso no es grave, ya que Homero tampoco escribió una sola palabra. No importa que lo conozcamos de oídas; para una formación de escritor, es mucho más grave no haber enfrentado a Ulysses. Dicho de otro modo, como no nos es posible leer a todos los autores que nos importan en sus idiomas originales, leemos traducciones, leemos a sus traductores. De hecho, debido al bajo número de aspirantes a escritores con dominio de un segundo idioma, en nuestros programas de Literatura se estudia la literatura universal traducida al español, sin reflexionar lo suficiente en los problemas epistemológicos que plantean las traducciones

Sobre él nos dice Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/José_Salas_Subirat) que fue un escritor autodidacta argentino, autor de dos novelas, libros sobre seguros y de autoayuda, además del primer traductor de Ulysses al español.

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disponibles. Preguntarse si es lo mismo leer una pieza literaria en su idioma original que traducida a otra lengua parece redundante y tonto, pero merece una reflexión, que recorre inevitablemente territorios por los que ya transitó Antoine Berman en La traducción y la letra o el albergue de lo lejano 6. Berman ha puesto el dedo en la llaga cuando ha mostrado que la gran mayoría de traducciones se inscribe en un sistema etnocéntrico en lo cultural, hipertextual en lo literario y platónico en lo filosófico, porque privilegia la traslación del sentido, de los significados, a la vez que muestra cierto desdén por los significantes, por lo que Berman llama “la letra”. Detengámonos un poco en esto: Por etnocéntrico, Berman entiende que “todo lo refiere a su propia cultura, a sus normas y valores, y considera lo que está situado por fuera de ésta —lo Extranjero— como negativo o útil sólo para ser anexado, adaptado, para acrecentar la riqueza de esa cultura”. “Hipertextual remite a todo texto que se engendra por imitación, parodia, pastiche, adaptación, plagio, o cualquier otra especie de transformación formal, a partir de otro texto ya existente”. En cuanto a lo platónico, el postulado según el cual todo texto es traducible toma el sentido como “ser en sí, como pura idealidad, como cierto ‘invariante’ que la traducción hace pasar de una lengua a otra dejando de lado su caparazón sensible, su ‘cuerpo’: de tal manera, el significante es insignificante” y “todas las lenguas son una en tanto reina el logos” que fundamenta la traducción. 7 El mérito del trabajo de Berman consiste en que no se limita a señalar las limitaciones históricas de la traducción así entendida, sino que propone una traducción ética (en lugar de etnocéntrica), poética (en lugar de hipertextual) y pensante (en lugar de platónica o

Berman, A. (1999) La Traduction et la lettre, ou l’auberge du lointain. París, Seuil. Hay traducción, de Ignacio Rodríguez (2014): La traducción y la letra o el albergue de lo lejano. Buenos Aires, Dedalus. 7 Cf. Berman (2014), cap. 1: “Traducción etnocéntrica y traducción hipertextual”, pp. 29-50. 6

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platonizante) —¡no como un conjunto de recetas!— a partir de lo que él define como una “analítica de la traducción” y de efectuar la identificación de unas tendencias deformantes, presentes en mayor o menor grado en toda traducción, y de las que el traductor debe ser consciente mediante su propio autoanálisis (incluso recurriendo al psicoanálisis), para cumplir la intención última del traducir, que es una intención ética que tiene que ver con la verdad: la fidelidad. Cito: La intención ética del traducir, justamente porque se propone acoger lo Extranjero en su corporeidad carnal, sólo puede unirse a la letra de la obra. Si la forma de la intención es la fidelidad, debe decirse que sólo hay fidelidad —en todos los ámbitos— a la letra. Ser “fiel” a un contrato significa respetar lo que estipula, no su “espíritu”. Ser fiel al “espíritu” de un texto es una contradicción en sí misma. (Berman, 2014, p. 84.)

Literalidad y fidelidad no son la misma cosa, y de nuevo recurro a Segovia, providencial como siempre. No tiene sentido decir, como lo he oído decir mil veces: Para traducir bien no hay que ser literal. Yo lo que diría es: ¿cómo que no hay que ser? Es como si usted me dijera: No hay que ser Dios Padre, no se puede ser literal. Entonces descartemos la cuestión de la literalidad. Yo el término que uso es fidelidad. Una cosa es ser literal y otra cosa es ser fiel. Fidelidad hasta la muerte; fidelidad, sí. Y, claro, la fidelidad no es una cosa así de automática: Ah, pues yo, como quiero ser fiel, ya estuvo, ya soy fiel. ¡Pregúntenle a cualquier marido! Ser fiel es también una percepción, hay que saber a qué hay que ser fiel. Si no has notado un matiz en un texto, no puedes ser fiel a ese matiz porque no lo has notado. 8

Ahora bien: ¿qué sentido tiene habernos detenido, así sea de modo tan breve, en el albergue de lo lejano de Antoine Berman? Simplemente señalar que así como la obra original no puede confundirse con su traducción, del mismo modo el rol del traductor ético de literatura no debe confundirse con el del divulgador, el copista ni el falsificador. Al rescatar la corporeidad, la letra viva de la obra, Berman restituye al traductor su condición de creador, de poeta.

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Santoveña, M. et al. (2010), p. 37.

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Regresemos entonces a nuestros programas universitarios, donde se estudian las letras extranjeras sin detenerse a reflexionar en el acto traductor; donde a menudo se estudia la obra original a través del mal menor que representa la obra traducida; donde el oficio de traducir se considera, a lo sumo, como un oficio de segundo orden y al traductor, según el lugar común ampliamente aceptado y asumido por muchos diletantes de la traducción, como un traidor. Estoy convencido de que quienes quieran adquirir una formación sólida en letras deben, por lo menos, pensar la literatura traducida. Y que quienes persisten en creer que han sido llamados por el destino a convertirse en poetas y escritores deben romper unas cuantas lanzas en ejercicios de traducción de literatura. No nos llamemos a engaño: en las universidades, ni el departamento de Lenguas Modernas ni el de Lingüística formarán a los traductores de literatura que el diálogo universal entre las literaturas requiere. Tampoco el departamento de Letras los formará como escritores ni como traductores, ya se les ha insistido en ello en varias ocasiones a lo largo de este Encuentro. Pero ya que a falta de mejor opción es allí adonde han llegado, esfuércense. Quienes sientan que tienen la madera y las ganas de convertirse en traductores de literatura, prepárense para lo peor, porque es la única preparación que sirve. En primer lugar, porque los programas de Literatura y escritura creativa no contemplan la formación de traductores de literatura. Hasta el día de hoy eso no le importa a nadie, o a muy pocas personas, y suele clasificarse dentro del amplio espectro de los vicios solitarios. Lo mismo que con los escritores, no existen pruebas contundentes de que los buenos traductores de literatura lo sean por haber ido a la universidad. Si lo que les interesa es la gloria, la fama, olvídenlo. El traductor de literatura es un agente cultural invisible, 9 a pesar de que sin nuestro concurso no podría concederse cada año el premio Nobel de Literatura —porque ¿quién escribe en sueco?, sólo los suecos—, ni darle

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Sobre este concepto, cf. Lawrence Venuti (1995), The Translator’s Invisibility, Nueva York, Routledge.

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gloria y fama a quienes lo ganan, y dinero a montones a sus editoriales. A pesar de que luchamos por que nuestro nombre aparezca en las portadas de los libros que hemos traducido, no es frecuente que suceda y, por lo general, si tenemos suerte no nos omiten en la página de créditos. En Colombia ni siquiera nos incluyen en el Plan Nacional de Estímulos del Ministerio de Cultura, que sí contempla a los acróbatas y malabaristas del semáforo. Para tener éxito en las artes del circo ayuda mucho dejarse una barba, seas hombre o mujer. En las lides literarias eso no basta. Las universidades pueden ser un buen refugio para quien traduce literatura, pero no hay que olvidar que a las editoriales universitarias no les gusta hacer malas inversiones. Para ellas, los clásicos ya están traducidos y dan pérdidas; los derechos de traducción de los autores vivos que venden bien les parecen un gasto obsceno. En las universidades a veces rige una ley según la cual cuanto mejor sea un proyecto de traducción de literatura o humanidades, más obstáculos encuentra. Si es de mercadeo, administración, odontología, no hay problema. Con ellas, como con el Estado, resulta más fácil que financien la traducción a otros idiomas de obras colombianas, por aquello de “llevar una buena imagen del país al Exterior”. Así, la tiene mucho más fácil con ambas instancias el traductor extranjero. Si se hablara más del oficio traductor en los programas de Literatura en las universidades, todo el mundo sabría que un traductor ético traduce hacia su lengua materna únicamente, porque la lengua de llegada es la que debe conocer mejor. En el gremio, lo contrario se conoce como “traducción inversa” y se evita por razones de deontología, aunque los traductores oficiales y los técnicos no tienen el menor empacho en hacerla porque, como hemos visto, trabajan sobre textos planos y además se ayudan con plantillas y software. En las carreras de estudios literarios se deberían formar también los críticos de literatura traducida. Este tipo de crítica no existe en los medios culturales. Hagan el 7

experimento: reúnan diez reseñas recientes de obras de autores extranjeros en medios colombianos o latinoamericanos. ¿Cuántas recuerdan siquiera mencionar que se trata de una traducción? ¿Cuántas emiten un juicio sobre la calidad de la traducción? Probablemente ninguna. Le pregunté hace algunos días a Luis Fernando Afanador, quien reseña obras literarias para la revista Semana, si al escribir sobre un libro traducido mencionaba al traductor. Su respuesta fue: “Sólo cuando la traducción es sobresaliente. ¿Está mal?”. Por supuesto que está mal; pero está mal, sobre todo, porque no está para nada claro cuándo, para él y sus pares, una traducción es sobresaliente. O… ¿cuántos idiomas lee nuestro buen crítico para juzgar sobre la calidad de las traducciones? ¿Es sobresaliente una traducción si está escrita en “buen español”? No hay una crítica de traducciones sistemática, fundamentada ni rigurosa. 10 Aquí tocamos lo que llamo “el enigma Murakami”. He leído las traducciones que se consiguen de sus libros al español y no les encuentro gracia pero, como no leo japonés, no sé si las traducciones son deficientes o si Murakami es un pez globo, hinchado por los tejemanejes del mercadeo. De modo que para mí es un enigma, que procuro desentrañar sin éxito cuando descubro que una de mis estudiantes lo lee con avidez. Por cierto, he visto en internet hace poco que el conjunto de su obra ha desbancado, al menos transitoriamente, a Cien años de soledad como lo más citado por las personas que fingen leer. Supongo que habrá que esperar a que el tiempo decante sus verdaderos méritos. Pero bueno, es famoso y está de moda. Ni para qué hablamos de la desaparición de las editoriales tradicionales, devoradas por los grandes conglomerados de eso que han dado en llamar el infotainment. 11 Ya sabemos que empobrece nuestro acceso a la literatura. Puro Murakami, vampiros, cincuenta sobras de Sobre la pobreza de la crítica de traducciones en la prensa cultural, recomiendo la intervención de Arturo Vásquez Barrón en el panel “Traducción y prensa cultural: de la invisibilidad del traductor a la crítica de traducción”. I Jornadas Hispanoamericanas de Traducción Literaria. Rosario, Argentina, noviembre de 2006. 11 Sobre los problemas relacionados con el control de la edición por parte de los grandes grupos internacionales, ver André Schiffrin, La edición sin editores. Las grandes corporaciones y la cultura (traducción de Eduardo Gonzalo), Era, México, 2001. 10

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erotismo edulcorado y demás yerbas del pantano… Nos imponen no solamente una agenda de lectura sino también, en sus traducciones, no ya el famoso “castellano neutro” tan caro a los editores, que vaya uno a saber dónde existe, sino también y para el mundo entero, el español peninsular. ¿Intentaron leer Vida, de Keith Richards, las memorias del guitarrista genial de los Rolling Stones? Se los recomiendo. Para disfrutarlo solamente hay que hacer abstracción del estilo madrileño “cutre” en que fue traducido. Y eso que los españoles peninsulares son apenas el diez por ciento del público lector en nuestra lengua. Son las leyes del mercado. Pero aunque es archisabido que los traductores de literatura tenemos por afición quejarnos, como bien han tenido la oportunidad de darse cuenta en estos últimos minutos, y aunque posiblemente en ninguna parte del mundo pueda alguien vivir decorosamente ejerciendo sólo la traducción de literatura, yo abogo por el oficio, entre otras cosas, porque me permite seguir aprendiendo a escribir y creo, de nuevo con Tomás Segovia, 12 que […] la traducción […] es, junto con la creación literaria, la experiencia más radical de una lengua, y en cierto sentido más radical aun que la creación, porque por el hecho de estar mirando dos lenguas a la vez se tiene la doble visión que da tener dos ojos, y hay una visión en profundidad que a veces el creador no tiene. A veces un escritor tiene intuiciones de su lengua maravillosas, pero otras veces le falta un poco de perspectiva porque la está viendo con un solo ojo, en una sola lengua.

Lo que yo entiendo más allá de estas palabras y del ejemplo de Tomás Segovia es que lo que realmente importa en traducción es exactamente lo mismo que importa en cualquier ámbito de la creación artística: jugársela toda por adquirir la lucidez necesaria para saber observar y dejar un testimonio auténtico, profundamente empático, amoroso y compasivo, de la epopeya humana.

"El oficio del traductor". Luis González y Pollux Hernúñez (eds.). El español, lengua de traducción para la cooperación y el diálogo. Actas del IV Congreso "Español, lengua de traducción" 8 de mayo de 2008, Toledo. Madrid: ESLEtRA, 2010: 585-593.

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Bogotá, marzo de 2015.

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