LA TRADICIONAL RELACIÓN PÚBLICO-PRIVADO Y LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA. APUNTES DESDE LA TEORIA GENERAL DEL DERECHO Y LA POLITICA DE BOBBIO

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LA TRADICIONAL RELACIÓN PÚBLICO-PRIVADO Y LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA.
APUNTES DESDE LA TEORIA GENERAL DEL DERECHO Y LA POLITICA DE BOBBIO.
Ramsis Ghazzaoui[1]
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Lo que más robó mi atención del análisis de Norberto Bobbio, es la
mención que él hace sobre la idea de Thomas Paine, de que la sociedad es
creada por nuestras necesidades y el Estado es creado por nuestra maldad
(p.40); realmente esta última palabra fue la que me impactó. Si detallamos
esta aparentemente simple idea de Paine, encontramos en ella todas las
dicotomías y la relación que todas, finalmente, tienen entre sí.
Al hablar de Estado, tenemos presente el derecho público; al pensar en
el derecho público, resulta imposible no pensar en el individuo y, a su
vez, en el derecho privado; al hablar de individuo, inmediatamente pensamos
en la sociedad, en la fuerza, el poder de sus líderes, en el trabajo que en
conjunto se realiza para lograr los objetivos; y al pensar en poder,
inevitablemente tenemos en cuenta los secretos que los líderes conservan,
en todo lo que hay detrás, lo que no llega a la comunidad, y rápidamente
nos llega a la mente la imagen de quien ejerce el poder (los gobernantes) y
de quienes obedecen (los gobernados).
Relacionando por separado cada dicotomía, empezando por la Público/
Privado, Bobbio señala que el derecho público y el derecho privado han sido
considerados como dos categorías del pensamiento jurídico (p.12); se
condicionan mutuamente: cada uno se determina en relación y en contraste
con el interés con el otro (p.13). Sobre el asunto jurídico, para Cicerón,
el derecho público consiste en la ley, en el decreto del senado y en el
tratado internacional; y el derecho privado, en los códigos, en los pactos
o acuerdos y en las estipulaciones (pp 17-18).
La supremacía del derecho público sobre el derecho privado cumple un
papel importante en las relaciones de ambos con la sociedad (ubicaba esta
última, por Heggel, en la esfera del derecho público), que mira tanto por
los intereses públicos como privados (p.17); una sociedad de iguales y
desiguales, donde el Estado está caracterizado por las relaciones entre
gobernantes y gobernados, es decir, por quienes mandan (los que tienen el
poder) y por quienes obedecen.
El derecho público es impuesto por la autoridad política, proviene del
Estado, constituido por la supresión del estado de naturaleza, y su fuerza
deriva de la posibilidad de que en su defensa se ejerza el poder coactivo
que le pertenece al soberano. El derecho privado es el derecho del estado
de naturaleza; sus principales institutos son la propiedad y el contrato;
sus normas se establecen para regular sus relaciones (sobre todo las
patrimoniales) mediante acuerdos bilaterales (p. 19). En cuanto al
contrato, Hobbes menciona la libertad que los ciudadanos tienen para
comprar, vender y hacer contratos uno con otros (p.26). Sobre la propiedad,
con Locke ésta se convierte en un verdadero derecho natural (p.26), ya que
nace del esfuerzo de cada persona en su estado de naturaleza antes de la
constitución del poder político, y su ejercicio debe estar garantizado por
la ley del pueblo (la ley del Estado) (pp.26-27). Al mencionar todo lo que
conlleva el contrato y la propiedad (esta relación entre el poder político
y el pueblo), ya estamos inmersos en la dicotomía Político/ Social. Kelsen
observó que las relaciones de derecho privado pueden ser definidas como
como relaciones de derecho, para contraponerlas a las relaciones de derecho
público en cuanto relaciones de poder (pp. 24-25). El derecho público nació
más tarde que el derecho privado (p.25) (el derecho por excelencia) (p.23);
su ventaja frente a este último se basa en la contraposición del interés
colectivo al interés del individuo, quien, ya integrado a la comunidad,
renuncia a su autonomía (p.28) Aquí entra de nuevo la dicotomía Político/
Social. En la gran mayoría de los casos (por no decir todos), como
individuo que forma parte de un grupo (en este caso, "político"), antes que
lograr el bien para la comunidad, él buscará sus beneficios personales,
incluyendo a su familia, y para poder hacerlo luchará por obtener poder y
más poder, participando en sindicatos, uniéndose a partidos políticos, en
fin, hará todo lo que esté en sus manos con tal de cumplir sus propósitos
(utilizando los aparatos públicos para ello) (p.32).
Nuestras necesidades serían menos si no anheláramos poder y más poder,
pero evitar que esto continúe sería no aceptar la realidad de nuestra
existencia: como ya hemos estudiado en las primeras lecturas, el espíritu
del hombre es competente, siempre desea más y más, así es su naturaleza. Ya
pensando, trabajando la mente, siendo racionales, viendo las noticias,
estamos conscientes de que algo no anda bien, de que este deseo
interminable de poder nos está -¡literalmente!- asesinando como sociedad,
como mundo. Siendo racionales, vemos y aceptamos la maldad natural del
hombre. Siendo racionales trabajamos por eliminar todo pensamiento
negativo, pero la naturaleza allí está. Recordemos a Hannah Arendt:
sabiéndose mortal, el hombre creó la política para dejar su huella, para de
alguna manera ser inmortal (p.92). Volviendo a Paine, probablemente si no
tuviéramos esa maldad natural, ese deseo de luchar para dejar huella sería
positivo en todo sentido, sin afectar a nadie. Pero la realidad de la vida
es ésta.
Sabiendo que como individuo no posee tanta fuerza como la que obtiene
dentro de un grupo, el hombre se integra cada vez más a la sociedad. Aunque
Rousseau insistía en que el hombre no necesita de la sociedad, ya que su
condición natural está fuera de la misma, el mismo hombre se ha encargado
de hacer creer (empezando por él mismo) que sí la necesita, y que también
requiere de su fuerza para poder solucionar problemas, apoyándose del
modelo iusnaturalista (a lo que hoy es denominado "Estado") (p. 47) que,
usando las palabras de Kant, tiene que ver con salir del estado de
naturaleza (pp.57-58), para entrar en un estado civil, donde surgen y se
desarrollan conflictos económicos, sociales, ideológicos, religiosos, que
las instituciones estatales tienen la misión de resolver (p.43).
En la Doctrina general del Estado, de Georg Jellinek, el Estado se ve
como una forma de organización social que no puede separarse de las
sociedades y de las relaciones sociales subyacentes (pp.72-73). Al
integrarse a la sociedad, el individuo se une a un partido político, que se
encarga justamente de seleccionar, agregar y transmitir las demandas de la
sociedad civil que se volverán objeto de decisión política (p. 43). El
Estado es el lugar donde se desarrollan los conflictos, y al mismo tiempo
la sociedad civil se crea para satisfacer los intereses del Estado. Algunos
conflictos se hacen públicos, otros permanecen dentro del grupo, en círculo
restringido de personas, en secreto (dicotomía Público/ Secreto); y, estas
relaciones (mencionando a Hobbes) son una verdadera "guerra de todos contra
todos" (p.47).
El poder político es el poder público en cuanto a la gran dicotomía,
aun cuando no es público, no actúa en público, se esconde del público, no
está controlado por el público. De este poder se desprenden dos formas de
gobierno: la república (control público del poder) y el principado
(relacionado con el secreto de Estado), ambas entrelazadas con las
relaciones entre el soberano y los súbditos, entrando aquí en la dicotomía
Gobernantes/ Gobernados.
Entre toda la guerra del hombre contra el hombre, tenemos la
comunicación entre los gobernantes y los gobernados. Los primeros dan a
conocer y trabajan (¡al menos teóricamente!) por cubrir las necesidades de
estos segundos. La sociedad se vuelve ingobernable cuando aumentan las
demandas de la sociedad civil y no aumenta paralelamente la capacidad de
las instituciones para responder a ellas (pp.44- 45).
La ingobernabilidad produce crisis de legitimidad y la solución a los
problemas debe buscarse en la sociedad civil que, para Marx, significa el
conjunto de las relaciones interindivuales que están fuera o antes del
Estado (p.46).
Si una palabra pudiera distinguir a cada una de estas dicotomías,
sería "poder". Imposible resulta no tener presente a Paine y todo lo que su
afirmación implica. Para intentar calmar nuestra naturaleza competente
(que, sin saberla manejar, llega a causar mucho daño, y nos damos cuenta de
ello porque es lo que nos rodea en esta cada vez más fría "humanidad"), un
gran paso sería llevar a la práctica la idea de Rousseau (pp.61-62),
confiando en que la condición natural del hombre es no vivir en sociedad,
ya que no la necesita, tomando de la naturaleza lo suficiente para
satisfacer sus necesidades básicas, y así, sólo así, su racionalidad se
concentrará en las pequeñas y a la vez grandes cosas de la vida: en sembrar
los alimentos que consumirá, en jugar con sus animales y aprender de ellos,
en tener como negocio un vivero y aprender de sus plantas, en olvidarse de
los periódicos, en disfrutar –echado en una hamaca, sin pensar en el reloj-
la lectura de un libro… y así, sólo así, además de libre, podrá ser feliz.
Pensar hoy en una democracia sin representación sería algo así como
afirmar que el hombre no es competente por naturaleza. No es posible. El
hombre siempre ha querido y querrá poder, y es este espíritu de siempre
querer más, de "dejar huella", lo que le llevó a crear la política, a
formar liderazgos, a buscar a un alguien casi igual a él para que le
represente.
Según Sartori, a lo largo de la historia, la representación ha nacido
del seno de una pertenencia. Los miembros de las corporaciones medievales
se sentían representados no porque eligiesen a sus mandatarios, sino porque
mandatarios y mandados se pertenecían (p.267). Para este autor, la
representación política está vinculada a la representación sociológica y a
la representación jurídica, y tiene que haber heterogeneidad para que un
sistema político se declare como sistema representativo (p.258). Sieyès
decía que "el pueblo no puede hablar, no puede actuar más que a través de
sus representantes" (p.259). Para Carré de Malberg, "la palabra
representación (…) expresa la idea de un poder que se da al representante
de querer y de decidir por la nación" (p.259).
Así vivamos alejados de la sociedad, en un muy pequeño pueblo, siempre
habrá un líder (y, en el fondo, cada individuo querrá serlo o tener uno),
alguien que se encargue de que las normas se cumplan. Lo ideal sería que
este liderazgo no existiera, que cada quien –ejercitando su racionalidad-
se encargara de que todo funcione, manteniendo así el orden y logrando
vivir en una sociedad cercana a la perfección, convirtiéndose cada uno en
su propio representante, cada uno en la voz que se necesita para que todo
marche, cada uno en la voz que merecemos que se nos escuche. Pero esto,
realmente, parece -por no decir "es"- algo prácticamente imposible; sería
intentar ocultar años y años de existencia humana.
En el gobierno representativo coexisten dos almas: gobernar y
representar. Se vota para crear un gobierno estable y responsable (p.269).
Un gobierno representativo no puede existir sin elecciones periódicas
capaces de hacer responsables a los gobernantes frente a los gobernados;
así, un sistema político se califica como representativo en el momento en
que unas prácticas electorales honestas aseguren un grado razonable de
respuesta de los gobernantes frente a los gobernados (pp.270-271). Si la
función representativa no se confía a un cuerpo colectivo que sea bastante
numeroso para expresar distintos puntos de vista, se podrá decir que ese
sistema político está guiado por un jefe representativo, pero no se podrá
calificar como sistema de representación política (p.271), en esto
realmente consiste la democracia.
Dowse y Hughes señalan que Michels parte en su tesis de un supuesto
psicólogico, en el que es inherente a la naturaleza humana el anhelar el
poder, y una vez conseguido, intentar su permanencia, y que cuantas más
personas se involucren en el proceso democrático de la adopción de
decisiones, será mejor (p.434). Todo esto imaginado así, muy por encima,
aparenta ser bonito, sin embargo, no olvidemos que, en cuanto los hombres
son nombrados para representar, para usar su voz como si se tratara de la
nuestra, pronto desarrollan intereses propios opuestos a los de la
colectividad. Y es aquí cuando nos topamos con la verdadera realidad de la
vida: poder, poder, poder, injusticias, injusticias, injusticias; en una
sola palabra (también repetida y repetida): problemas, problemas y más
problemas.
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[1] Master en Administración Pública y Políticas Públicas (MPA), Columbia
University, NY, EEUU. Master en Derecho Administrativo, Universidad
Católica Andrés Bello, Caracas, Venezuela. Especialista en Derecho
Administrativo, Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela.
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